INTRODUCCIÓN
El artículo expone la configuración de cuatro paisajes campesinos, entre 1950 y 2016, a través de algunas experiencias que generaron procesos de territorialización. Se lleva a cabo desde el posthumanismo, el cual argumenta que las realidades socio-espaciales son emergentes y no predecibles, o reductibles a las propiedades de sus partes (Braun, 2008). Esto con la intención de reflexionar sobre el campesino en Colombia como sujeto histórico que construye sus paisajes, en los que interactúa de forma diversa con otros actores, materialidades y seres vivientes a través del tiempo.
El paisaje ha sido un concepto utilizado desde disciplinas sociales y naturales a través de múltiples perspectivas. Es posible enmarcarlas en dos visiones: una historicista, más afín a las ciencias sociales, donde el paisaje es producido a partir de procesos sociales en el tiempo, y la otra universalista, que considera al paisaje como el resultado de procesos elementales universales (Guhl, 2016).
Las perspectivas principales en América Latina como geografía cultural (Marsden, Milbourne, Kitchen, y Bishop, 2003; Zimmerer, 2000; Urquijo y Bocco, 2016), ambiental (Mateo, 2000), agraria (George, 1982; Gougeon, 1991; Mazoyer y Roudart, 2006), y las corrientes influenciadas en ecologías políticas (Toledo, 1993; 2008; Neumann, 2011; Hernández, 2013) y territoriales (Escobar, 2007), han puesto al campesino como actor principal de paisajes rurales. La centralidad de estas perspectivas está en lo humano como constructor de territorialidades, donde el campesino es el actor principal movido por racionalidades, sean estas dadas por lo tradicional, destrucción o conservación de ecosistemas, la producción agrícola, o las desigualdades con relación a la sociedad mayor. Sin embargo, han profundizado poco en las interacciones de las prácticas y experiencias en que el campesino y sus paisajes se construyen mutuamente.
El campesino se ha conceptualizado desde las dimensiones política, económica, social (García, 1976; Kerblay, 1979; Rivera, 1982; Fajardo, 1983, 2014; van der Ploeg, 2010), cultural (Wolf, 1978; Edelman, 2005; Osorio, 2007), y ecológica (Toledo, 1993). En Colombia se ha definido por la pertenencia a una sociedad mayor con la que posee dinámicas de dependencia y autonomía, donde se destacan las condiciones de trabajo, la tenencia de la tierra asociada a la pequeña propiedad, y el modo de vida vinculado a la producción agropecuaria de subsistencia (Fals Borda, 2015; Fajardo, 2014).
El paisaje campesino es entendido como expresión de procesos de territorialización, desterritorialización y reterritorialización de diferentes tiempos y actores donde surgen tanto el sujeto campesino como el espacio vivencial. Por lo que el paisaje no está sólo ligado a la percepción sino a las interacciones dadas en prácticas y experiencias, idea similar a la de taskcape planteada por Ingold (2000, p. 195), que toma el paisaje como un entorno de intervención que surge de las diferentes tareas que se realizan para habitar.
La investigación se hizo en la cuenca del Río Verde de los Montes, corregimiento1 del municipio de Sonsón del departamento de Antioquia, Colombia, entre mediados del siglo XX hasta el año 2016 (ver Figura 1). Este lugar está en relativo aislamiento, sus rutas son caminos de herradura que atraviesan su topografía montañosa. Sin embargo, ha mantenido una vinculación económica, a partir del café, y política, expresada en el desplazamiento forzado de aproximadamente el 70% de la población y el retorno de algunas familias campesinas. El periodo de estudio enmarca las mayores dinámicas de configuración territorial a escalas nacionales y regionales, como por ejemplo: Colombia pasa de ser un país rural campesino a uno predominantemente urbano; se impulsó la Revolución Verde en la zona del altiplano del Oriente Antioqueño y, desde los entes estatales se construyeron conexiones viales regionales y nacionales, lo que causó la valorización de unos territorios y asentó las diferencias espaciales con las zonas de vertiente, donde está la zona de estudio, que quedaron marginadas y desvinculadas.
La geografía posthumana está basada en una visión experiencial como dispositivo para dilucidar los fenómenos de la realidad socioespacial que emergen de interacciones entre actores humanos y no humanos (Ingold, 2000; Desjarlais y Throop, 2011). En este estudio lo experiencial se evidencia en las prácticas campesinas materializadas en dinámicas de territorialización, desterritorialización y reterritorialización (TDR) (Haesbaert, 2011) que permitieron las configuraciones expresadas en los paisajes cambiantes y múltiples (Ogden, 2011).
La territorialización, con acuerdo con Haesbaert (2011), son las formas de apropiación o dominio del espacio de un actor, que en el caso de los campesinos de Río Verde de los Montes son creadas por las interacciones de estos con, por ejemplo, con plantas, animales, tierra y ríos, así como entre los mismos campesinos y otros grupos sociales. La desterritorialización hace referencia a prácticas que desestabilizan la configuración territorial imperante y dan paso a nuevas asociaciones y, por lo tanto, a dinámicas de reterritorialización (Haesbaert, 2011). Estos tres procesos generan la coproducción2 de paisajes campesinos en donde ocurren transformaciones mutuas entre seres humanos y naturalezas (Arroyave, 2019).
El estudio consistió en la descripción del paisaje a partir de sus formas, líneas y texturas y cómo estas surgen de las interacciones entre lo biológico, lo físico y lo humano (Apollin y Heberhart, 1999); la identificación de las interdependencias que se dan a través de las prácticas y experiencias cotidianas de los campesinos, y la caracterización de sus valoraciones sobre unidades espaciales en su paisaje.
La metodología para esta investigación, con base en la propuesta teórica, fue desarrollada por medio de un trabajo de campo con la finalidad de entrar en contacto con las experiencias y prácticas campesinas in situ, que se llevó a cabo entre octubre de 2015 y marzo de 2016 en el corregimiento Río Verde de los Montes, durante tres temporadas de un mes cada una; en la zona urbana del municipio Sonsón, un periodo de un mes y otro en Medellín.
Se utilizaron herramientas etnográficas como el diario de campo, las entrevistas y la fotografía, con la finalidad de comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de quienes viven el paisaje campesino, y así elaborar una representación coherente de lo que hacen, dicen y piensan (Guber, 2016; Hammersley y Atkinson, 2009). Para esto las entrevistas tuvieron dos ejes: las prácticas vinculadas a unidades del paisaje como cultivos de autoconsumo (masculinos y femeninos), cultivos comerciales de café y caña; ganadería, arriería, caminos y quehaceres de la casa, y en los procesos marcados entre la territorialización campesina y otras como las vividas por la guerra, en especial los desplazamientos campesinos y el regreso del bosque; el retorno de los campesinos y, por último los encuentros a través de proyectos con actores del sector ambiental. Asimismo, se realizó observación participante por medio de la colaboración en prácticas campesinas como abonar, recolectar café, desyerbar, entre otras; además, se asistió a reuniones de la Junta de Acción Comunal3 y se conversó de manera libre con los pobladores.
Igualmente, se emplearon instrumentos metodológicos de la geografía como lectura, restitución y elaboración de cartografía y lectura de fotografía aérea, satelital y en terreno, además de la elaboración de didácticas gráficas,4 así como recorridos longitudinales y transversales al valle, para visualizar el paisaje desde diferentes lugares de observación.
La ruta metodológica seguida fue de tres pasos: identificación de procesos de formación, vivencia y observación del paisaje. Lo cual se sustentó en tomar como centros de operación los caseríos de La Capilla y La Soledad,5 desde donde se realizaron recorridos y se contactaron campesinos de otras veredas del corregimiento.
Las experiencias, entendidas como nodos de confluencia de interacciones, son expuestas por medio de cuatro paisajes campesinos en el tiempo. El primero planteado desde prácticas con el bosque y los cultivos de autoconsumo; el segundo muestra la implementación del cultivo del café, la llegada y el fortalecimiento de la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP); el tercero es caracterizado por la guerra, de la que surgieron nuevos significados de los espacios y conocimientos para sobrevivir. Finalmente, el último paisaje es reflexionado a partir de las experiencias de la energía eléctrica y la venta de servicios ambientales.
PAISAJE DE MAIZALES, BOSQUES Y CAMINOS
La construcción de paisajes de Río Verde de los Montes, protagonizada por campesinos, se asocia al segundo momento de la colonización antioqueña entre 1874 y 1930 (Palacios, 2009), en el cual llegan del altiplano del oriente los primeros colonos como las familias Loaiza y Montes hacia la vertiente del río Magdalena de la cordillera Central. Este proceso colonizador fue impulsado por dirigentes y empresarios de Sonsón, bajo la idea de conectar con el río Magdalena, como ruta comercial nacional e internacional, debido a los rápidos crecimientos de ciudades como Manizales y Pereira, y por el relativo aislamiento de Sonsón de otras urbes.
Este paisaje inicia en 1950, cuando ya se ha establecido una población rioverdeña, luego de los procesos colonizadores de principios del siglo XX. Está caracterizado por conexiones locales y vecinales marcadas por las interacciones entre el campesino, el bosque, los rastrojos y la montaña, también por sentimientos de esperanza y de alegría de producir sus propios alimentos, además de la rudeza del trabajo corporal, donde el día y la noche son marcadores temporales de labor, placer y descanso (Figura 2). El paisaje será narrado desde experiencias de rozar para sembrar maíz, cazar conejos, arrear por caminos fangosos y empedrados hacia los centros urbanos: Sonsón y Argelia.
La primera experiencia, el rozar, ha sido realizada a lo largo del proceso histórico de Río Verde de los Montes; sin embargo, ha tenido transformaciones en las configuraciones del paisaje, desde sus formas de realizarse como en su significado (Figura 3). El día de la virgen de la Candelaria, el 2 de febrero, marca el inicio de la siembra, que posible ver como un vínculo entre el presente y el pasado, ya que este tiempo de la roza también es mencionado por el escritor sonsoneño Gregorio Gutiérrez en el poema del maíz, a finales del siglo XIX: “Ya el verano llegó para la quema; La Candelaria ya se va acercando” (Gutiérrez, 1946).
Cada vez menos campesinos realizan la roza de maíz por el esfuerzo que implica; no obstante, para los años cincuenta era muy común. Los espacios donde se realiza este tipo de práctica son cimas o laderas en las cuales ha crecido el rastrojo por lo menos durante cuatro años, es decir, es un espacio que debe ser domesticado nuevamente y que es coproducido por las plantas de rastrojo que retienen y nutren el suelo, al igual que los organismos que se encuentran allí y que evitan la erosión.
La interacción entre el rastrojo, el suelo y el campesino crea una espacialidad momentánea marcada por la sinergia de los cuerpos que trabajan al unísono, caracterizada por los ritmos generados por la resistencia corporal, la temperatura, la radiación solar, los descansos para tomar chocolate, comer y afilar los machetes. Igualmente en las interacciones expresadas en el saber identificar las plantas como signo de una tierra fértil apta para el maíz, coordinar el trabajo en equipo para evitar accidentes y dar eficiencia a su labor.
Entre los años cincuenta y setenta el maíz para los campesinos significaba sustento y excedente que, junto con la palma para escobas y bejucos para canastos, se comercializaban para conseguir víveres y herramientas. Esta comercialización los conectaba con experiencias como la arriería para transportar la cosecha al pueblo de Sonsón, el andar descalzos por los caminos de herradura y estar en el pueblo. También el maíz era el motivo de la conexión entre tierras altas, medias y bajas del valle de Río Verde de los Montes y el río Verde hasta su desembocadura al río Santo Domingo, pues era muy frecuente el tránsito de campesinos en los meses de julio y agosto:
Mi papito mataba una vaca aquí y se iba con un montón de carne en un yegua y dejaba a mi mamita que vivía aquí en La Capilla y la dejaba cuidando la otra carne ahí y él se iba y a lo que se acababa esa carne allá [en las tierras bajas], venía por más carne y mercado, que ahora años eran arepas, yucas, plátanos y frisoles. (R. Loaiza, entrevista, 2 de diciembre de 2015)
La segunda experiencia, la cacería, es vivida con gusto, los campesinos disfrutan tanto de la práctica como del resultado conocido como “carne de monte”, lo que muestra el vínculo con el bosque:
Los esperé escondido detrás de un arbolito, ya estaba oscureciendo, pensé que no iba aparecer… preciso al momentico apareció y le disparé. Al otro día volví pero si no tuve suerte. Luego volví y maté el segundo y vea, este es el tercero de esta semana (F. Cardona, entrevista, 8 de noviembre de 2015).
Esta experiencia nos conduce a interacciones con el bosque como lugar de caza y con algunos de sus animales como presas. Interacciones creadas desde relaciones asimétricas, el monte es entendido como espacio de libre acceso, de distracción y de obtención de materias primas, que implica saber hacer, buscar y transformar; unido a los sentidos, escuchar los sonidos del bosque, observar dónde están los caminos de guagua, armadillo, conejo o perro de monte para luego ponerles trampas.
La interacción entre el bosque, el animal y el hombre refuerza la masculinidad, el ser hombre campesino, el cual ha creado una imagen del ser dominador, que se aventura en lo desconocido, a lo otro no controlado, que puede estar en soledad, en contacto con el monte. En el bosque el hombre deviene en animal para poder cazarlo: “uno sabe qué le gusta a ellos, por dónde está pasando, es como pensar como conejo, o gurre… y la cuestión es esperarlo uno escondido, sin que él lo sienta a uno” (F. Cardona, entrevista, 8 de noviembre de 2015).
La cacería, como experiencia, se construye en la interacción con los bosques y los caminos caracterizados por signos que pueden ser leídos, al poner atención: a las huellas, la posición de las hojas, los caminaderos y el cebadero, este último lugar de conexión entre la territorialidad del animal y el hombre al momento de cazarlo. Es una práctica de no presencia, en cuanto a no ser descubierto por el animal, en una temporalidad de espera en la que pueden pasar varios días de atisbos, guardia e intentos, o en una sola noche matar a la presa según la suerte y pericia del cazador.
PAISAJE DE CAFETALES, MONTE Y GUERRILLA
Vea todos esos rastrojales que ve al frente eran de puro caturro, para el lado de allá también y para ese otro. Ahora sólo queda al frente esa nueva cafeterita que usted ve ahí… y esto aquí era un caserío muy bueno, parecía un pueblito, aquí en esta casa se vendían ollas, máquinas de moler arepas, peinillas, cubiertas, se vendía de todo. (G. Valencia, entrevista, 16 de noviembre de 2015).
Paisaje configurado en las décadas de los ochenta y noventa, cuando no se había cambiado de la variedad de café caturra a Colombia (Figura 5). Había más cultivos de café, se da un momento de bonanza, como se pudo identificar en la expresión de Guillermo “esto era casi un pueblito” refiriéndose al caserío de la Capilla. Su argumento sobre los cambios de cultivos de café del pasado a rastrojo en el presente fue que “La gente se va muriendo o yendo, ya no queda nadie por ahí, nada más esas dos casas que usted ve”, es decir, hubo un cambio en la población, aunque otros argumentan lo contrario, que en el presente hay más gente que antes, solo que está distribuida de forma diferente: “ahora están regaditos”, como dice Efrén (E. Montes, entrevista, 25 de marzo de 2016).
Las experiencias de los campesinos de Río Verde de los Montes con el café comenzaron en los años cincuenta del siglo XX, incluso desde antes, con variedades como el Maragogo, Borbón y Pajarito, las cuales fueron llevadas por rioverdeños recolectores de café que, durante la temporada de cosecha visitaban otras veredas de Sonsón.
A diferencia del paisaje anterior, en el que el maíz era la conexión entre la tierras altas, medias y bajas, en este nuevo paisaje es la cosecha de café la que marca los tiempos y tránsitos de los campesinos, ya que este madura en momentos diferentes según la altitud (Figura 4). Los periodos de cosecha según las zonas: baja (800-1200 msnm) en agosto y septiembre, media (1200-1800 msnm) en octubre y noviembre, y alta (1800-2000 msnm) enero y febrero. En los años de producción abundante se generan itinerancias de los jóvenes entre veredas y por fuera del corregimiento.
La territorialidad del café se afianzó en Río Verde con el cultivo de la variedad caturra en los años ochenta lo que creó un nuevo paisaje, a través de la consolidación de las interacciones entre campesinos, plantas, suelos, abonos, herramientas, plagas, fungicidas, la Federación Nacional de Cafeteros (FNC) y la economía global. Los campesinos adquirieron conocimientos a través de asesorías técnicas impartidas por expertos, así como el aprendizaje resultado de la práctica, de la observación continua, como plantea Gibson, la vista no es solo un órgano receptor de imágenes, sino donde se conectan manos, ojos, cerebro y el cuerpo (Gibson en Ingold y Janoswki, 2015).
Este cultivo requirió de desafíos cotidianos que se resolvían a partir de acoplarse a los ritmos de crecimiento y comportamiento genético de plantas de café, plátano y árboles en los cuales se generó un nuevo bosque, que por el tipo de coproducción tenía una diversidad de especies vegetales y animales que vivían allí (Guhl, 2017). Este fue desapareciendo por el cultivo de las nuevas variedades de café, como Colombia y otras, que no requerían de sombrío, pero que intentaban contrarrestar la expansión de territorialidades de actores como la roya y la broca, consideradas plagas por parte de la red de producción de café.
Por otra parte, el relato de Guillermo, con el que inicia este apartado, da cuenta de sus afectos y estado de ánimo frente a esa época: una cierta alegría al hablar de momentos de mayor dinamismo, tanto personal como del poblado. Sin embargo, luego de comentar sobre el esplendor de la Capilla habló de la dureza del trabajo, la falta de energía eléctrica y del control sobre la población por parte de las FARC-EP.
La territorialización de esta guerrilla es la segunda experiencia escogida para dar cuenta de este paisaje. Las FARC-EP bajo su objetivo de alcanzar el poder del Estado por medio de las armas, tuvo como una de sus estrategias la expansión territorial hacia zonas consideradas frentes de colonización o regiones de difícil acceso (Alape, 1989, 1994). El oriente antioqueño, donde se ubica la zona de estudio, en la época de los setenta fue una de las zonas estratégicas para la guerrilla debido a los proyectos hidroenergéticos que constituían el 60% de la generación de energía del país (García y Aramburo, 2011).
Cuenta Guillermo: “ellos pasaban por aquí, pero no se quedaban, se mantenían metidos en el monte” (G. Valencia, entrevista, 16 de noviembre 2015) y Luis Ángel Cardona: “esa gente anda mucho, un día estaba allí [señalando una montaña], otro día estaban por allá abajo, andaban por todas partes” (L. Cardona, entrevista, 18 de noviembre de 2015). Estos comentarios expresan dos territorialidades: el campo de los campesinos de carácter fijo, un territorio zona, en términos de Haesbaert (2011), y la guerrillera, móvil, vinculada al monte como zonas boscosas indeterminadas, así un día podían estar en un lugar y otro día en otro.
Las valoraciones hacia los guerrilleros dependen de cada campesino y de las experiencias que hayan tenido con ellos; sin embargo, para esta época hay cierto consentimiento de su presencia puesto que mantuvieron un orden social al asumir la función del Estado en el monopolio de la violencia:
Ellos tenían mucha organización, eso se sabe, él que tenía plática tenía que darles. Con ellos había cosas muy buenas también, porque en Río Verde eran muy macheteros y había mucho ladrón, con ellos sí se aplacó eso, porque esa gente los frenó (Fabio Loaiza, entrevista. 26 de enero de 2016).
Río Verde de los Montes sin dejar de ser campesino, fue territorializado como escondite de retaguardia, de curación de heridos y reclutamiento para la guerrilla, debido a la lejanía y los bosques, que daban invisibilidad ante el enemigo. También era un lugar estratégico desde el punto de vista regional, por las rutas hacia los desarrollos hidroeléctricos ubicados en el municipio de San Carlos.
El encuentro de estas dos territorialidades se daba en las casas, los campos de cultivos, las escuelas, los caminos y también a través del compartir historias e ideas, en las que no siempre estaban de acuerdo. Tal dinámica fue facilitada porque muchos de los integrantes de este grupo insurgente provenían de familias y zonas campesinas y sabían cómo caminar por las trochas, cómo montar una mula y el lenguaje que debía utilizarse. Con estas interacciones surgieron nuevas prácticas, por ejemplo, una dinámica económica para algunos que comerciaban con víveres o transmitían información a los guerrilleros.
La territorialidad guerrillera vinculaba a Río Verde de los Montes dentro de un territorio red (Haesbaert, 2011), es decir, de control de rutas alternas a las oficiales y de puntos estratégicos para su proyecto militar y revolucionario, donde el monte es asumido como el hábitat. Igualmente, este dominio espacial guerrillero ejercía coacción a la territorialidad campesina basada en la apropiación tipo área (Haesbaert, 2011). Es creado un paisaje de negociaciones, dominaciones, resistencias producto de la yuxtaposición de dos territorialidades.
PAISAJE DE GUERRA, RASTROJOS Y ABANDONO
El apogeo de la violencia fue en el 2003 al 2005 que daba miedo, aquí no faltó sino irnos. De 130 muchachos quedamos con 23, nos tocaba a los profesores ir a traerlos y volverlos a llevar hasta el puente porque, si no, no venían. Una época de mucha zozobra, de mucho miedo porque como hubo tanto crimen, o digamos, mataron a tantos padres de familia en los puentes, en la entrada del caserío, entonces los niños le tienen temor a eso. Los puentes eran los sitios estratégicos de ellos para matar gente, los puentes eran los puntos de entrada o de salida al caserío. (L. Vergara, entrevista, 1 de diciembre de 2015).
El tercer paisaje se configuró en la disputa bélica del territorio por las FARC-EP, el Ejército Nacional y las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio (ACMM).6 Estuvo marcado por: tránsitos de estos bandos por el monte, cultivos y caminos; visitas a las casas campesinas; muertes de vecinos y familiares y venganzas en las que los campesinos utilizaban uno de estos actores para llevarlas a cabo (Botero, 2016). La relación con la muerte humana se volvió cotidiana, las interacciones entre campesinos y el bosque se anularon (Figuras 6 y 7).
El río, ese “escape perpetuo, y su curso es una línea de fuga”, como lo describe Ingold (2014), fue utilizado en esta guerra para lanzar los cuerpos con una intención de desaparecerlos, de negación de la huella que representaba la desterritorialización de los seres asesinados. Esto no fue singular del corregimiento, sino fue una práctica característica en Colombia que data desde la Violencia de los años cincuenta (Alape, 1989).
Este paisaje implicó aprender nuevas practices de saber cómo, qué se dice y qué se calla, al igual que a quién se le habla, en un momento en el que a veces no se sabía quién era quién, al mismo tiempo de lo que se escuchaba y se veía, pues podia ser causa de sospecha o de información para salvar vidas. El miedo era el sentimiento que imperaba en este paisaje, en cualquier momento o lugar podría ocurrir un enfrentamiento.
Miedos si nos tocó pasar muchos. Le voy a contar lo que un día nos pasó. Estaba el Ejército allí en ese plan, y por ahí a las dos de la tarde, los otros, arriba en ese morro de ese monte, oiga y se destapa esta gente a enfrentarlos. Eso apenas chirriaban esas balas por encima, cuando eso yo tenía los niños de Consuelo [una de sus hijas] chiquiticos porque ella se había ido para Sonsón, me tocó meter todos esos niños debajo de la cama. Que miedo tan horrible. Ya hasta que subieron esos soldados y ya se guindaron desde aquí del patio y dele, que dele disparando pa´rriba, y los otros de pa´abajo. Ese enfrentamiento duró más de una hora. Esa vez si fue miedo de los miedos (M. Vergara, entrevista, 2 de febrero de 2016).
La guerra logró alterar los sitios de producción, diversión y espacios domésticos, lo que significó un cambio del paisaje campesino. El relato de Mariela evidencia que hay una pérdida de autonomía, donde la territorialidad campesina se supedita a los ritmos de acontecimientos y actores bélicos en el que la cotidianidad se vivía entre los miedos y la resistencia a abandonar el territorio. No obstante, muchas familias campesinas fueron desplazadas, como la parte baja del corregimiento y el caserío de la Soledad.
…A lo último se pusieron que esto lo hicieron desocupar del todo, que pa fuera todo mundo y que ya el Ejército también iba a fumigar todo esto, a bombardear todo esto, y era un miedo muy verriondo [tremendo]… Entonces yo insistí aquí hasta lo último, vea desde Argelia no había una casa. La última vez me dijeron:
-Oiga patrón ¿entonces qué? ¿Usted qué piensa? Usted se va a ir definitivamente o se va a quedar definitivamente.
-Le dije yo: Oiga, barájemela más en forma [expliqueme], a ver, cómo así.
-Usted se va a ir, o hay que matarlo. (R. López, entrevista, 30 de noviembre de 2015)
De este relato de Ramón se destaca la territorialización de la guerra y la desterritorialización de los campesinos a partir del abandono de sus tierras y de la pérdida de las interacciones entre estos y lo no humano como campos de cultivo, pastos, bosque, casa, espacios que había coproducido con tanto esmero, donde estaban invertidos sus esfuerzos, emociones, ilusiones y sacrificios de tantos años. También se rompen las relaciones con los vecinos, pues muchos mueren, otros salen en búsqueda de sus familiares a las diferentes ciudades o pueblos del país. Es un momento en que Río Verde se transforma por completo en un campo de batalla, donde hay enfrentamientos terrestres y zonas minadas como caminos y potreros, al igual que aéreo donde el Ejército Nacional bombardeó desde helicópteros.
La guerra fue desigual en afectaciones e intensidad del conflicto sobre las familias campesinas. Algunas estaban en condiciones de mayor vulnerabilidad por los lugares donde vivían, pues se desataban, de un momento a otro, enfrentamientos, y otras por no poseer redes familiares y de amistad que les brindaran la posibilidad de establecerse en otros lugares de forma pasajera o permanente.
En medio de este paisaje de guerra, desconfianzas, miedos y zozobras, de espacios deshabitados, hay un actor silencioso que va expandiendo su territorialidad, el monte, que a través del crecimiento de plantas, reconocidas como rastrojos,7 copa espacios de la territorialidad campesina que en el pasado había tumbado zonas boscosas. Esto se convirtió en un signo del abandono, de la soledad, una huella visual que les recuerda a las familias campesinas a quienes ya no están.
PAISAJE DE RETORNO, LUZ Y NUEVAS ARTICULACIONES
El paisaje de la guerra termina a finales de la primera década del 2000, con la expulsión del territorio, exterminio y entrega de guerrilleros del Frente 47 (Eusse, 2009). El Ejército Nacional territorializó permanentemente con una base militar en lo alto de la cuchilla de San Jerónimo, igualmente desde su emisora de gran audiencia en Río Verde, ya que presentan las noticias de Argelia, además de poder enviar y recibir mensajes por parte de los campesinos a sus vecinos; es allí donde escuchan quién murió en el pueblo o vereda cercana, avisos del gobierno para reclamar subsidios, o donde los enamorados se dedican canciones.
El último paisaje está marcado por la reterritorialización campesina, dada a partir de las dinámicas del retorno de familias campesinas, el encuentro con sus tierras y el monte; el proceso de electrificación domiciliaria, y los reconocimientos económicos e interinstitucionales por ser víctimas del conflicto armado, evidenciado en máquinas a motor, cercas eléctricas para ganado vacuno, y en la incorporación de electrodomésticos que van reconfigurando nuevas prácticas (Figuras 8 y 9). Igualmente, se inician proyectos de conservación ambiental de carácter neoliberal que contribuyen a los ingresos de algunas familias y plantean nuevas interacciones en los procesos de apropiación territorial. Por ende, este paisaje será expuesto a partir de la llegada de la energía eléctrica y el proyecto Banco2, este último para reflexionar sobre la revaloración del bosque como espacio de conservación y al campesino como actor prestador de servicios ambientales.
La instalación de la energía eléctrica fue una solicitud de las Juntas de Acción Comunal por más de veinte años a las administraciones municipales de Sonsón y en ocasiones al departamento de Antioquia. En el 2008 Empresas Públicas de Medellín (EPM) lanzó el programa Antioquia Iluminada para la electrificación de 42 000 familias rurales donde se contemplaron las viviendas de Río Verde de los Montes. Así, entre los años 2009 y 2010 se materializó el proyecto que generó esperanzas para que más familias retornaran.
Eso fue un cambio total, porque ya es un ambiente muy diferente, mejoró mucho la calidad de vida. Primero uno alumbrando con una velita o una lámpara de petróleo, y si uno le provocaba ver la televisión ¿dónde la iba a ver? o, ¿un equipo de sonido?, una grabadora por ahí de pronto muy medidito para conectar pila. Ya con la luz, gracias a mi Dios ya la neverita, la licuadora, la olla arrocera…En la producción, mucho motor para pelar café y picar el pasto. Mejoró mucho. (N. Gómez, entrevista, 6 de febrero de 2016).
La red eléctrica permitió la interacción permanente de los campesinos de Río Verde con máquinas de motor que mejoran, desde su punto de vista, el trabajo. Por ejemplo, facilitan la fase de quitarle la cáscara al café, que antes se hacía con máquinas manuales, lo que representaba que luego de la jornada de recolección de café, en las horas de la tarde y la noche se continuara con el despulpado, lo que era muy extenuante; ahora, con las nuevas máquinas, se continúa haciendo, pero ya no representa un esfuerzo físico como antes. Esta territorialización, apoyada por máquinas de motor, posibilitó que el campesino realice otras tareas del hogar, descanse y tenga más tiempo con sus hijos.
La utilización de electrodomésticos y de la iluminación generaron un paisaje donde se trastocan los ritmos cotidianos del día y la noche, esta última se extiende para la diversión, el disfrute y el placer en familia, en la que se reúnen para ver las noticias o las novelas de los canales nacionales. Sin embargo, también disminuyen los momentos de visitas entre los vecinos, como en algún momento lo contó Sandra Loaiza, campesina de La Capilla: “antes no había con qué entretenerse, lo más normal era que uno se iba para donde un vecino o el vecino se venía para donde uno” (Arroyave, 2016. Diario de campo).
La segunda experiencia es el reciente proyecto de conservación de bosques por venta de servicios ambientales, apoyado por el Estado bajo la responsabilidad de la Corporación Autónoma Regional de los Ríos Negro y Nare (CORNARE).8 Banco2, una iniciativa de conservación ambiental por medio de pagos a familias campesinas. Este proyecto articuló a la ONG Más Bosques, dueña de la plataforma electrónica para la recaudación y los pagos, empresas nacionales y globales, bancos, corporaciones ambientales, el Ministerio del Medio Ambiente, entre otros. Comienza a surgir en Río Verde una nueva valoración del sentido del monte, como capital financiero o, como lo llama Zimmerer, la mercantilización de la naturaleza (2000):
Nosotros hacemos una caracterización de los bosques, pero también socio-económica. En la primera se mira con la cartografía, se toman puntos GPS y si es necesario se hacen los levantamientos de los polígonos, para medir las áreas. También a partir del criterio del técnico visitador se determina el estado, si es maduro, intervenido o saqueado, entre otras características que se llenan en una ficha. También se hace registro fotográfico de cómo está el bosque, para futuras visitas.” (N. Hernández, entrevista, 2 de febrero de 2016).
Las interacciones con el monte son creadas por la capacidad de carbono que este pueda almacenar. Evaluadas por técnicos que recorren el lugar, que se relacionan con el bosque a través de la observación y los aparatos de registros como cámaras fotográficas, GPS y fichas. Es una territorialización basada en el conocimiento científico del técnico y en el capital financiero. Esta nueva forma de territorialización no es solo frente al bosque como capital, sino frente a las prácticas de los campesinos a través del uso que le dan al dinero por no talarlo. Igualmente, puede ocasionar posibles conflictos dentro de la comunidad:
Lo que está buscando el gobierno, es que la gente no trabaje, uno con 600 000 ahí, sin tener que pagar arriendo ni nada, ¿qué? Pues muy bueno la plática, cualquier ayuda uno la recibe, pero a la larga eso puede crear problemas en la comunidad donde no los hay (L. Cardona, entrevista, 3 de febrero de 2016).
La apreciación de Luis Ángel permite reflexionar sobre dos aspectos de esta nueva territorialidad, el primero es la diferenciación social por poseer bosques, el cual generalmente no se da por una idea de conservación sino por la falta de mano de obra o la imposibilidad del terreno para cultivos; el segundo aspecto es la visión campesina sobre la obtención de la subsistencia, la cual se da a partir del trabajo con la tierra, por tanto, el pago por no talar es algo que todavía no es comprendido o apropiado.
CONCLUSIONES
Los elementos de la geografía posthumana utilizados nos facilitaron entrelazar las experiencias individuales y los procesos generales de TDR en los que se encuentra inmersa la territorialidad campesina y que configuran el paisaje. Igualmente, nos dejaron entrever al campesino como sujeto histórico, el cual ha construido su mundo desde interacciones de formas diversas con las materialidades y otros seres vivientes a través del tiempo, de los cuales han surgido nuevos paisajes. Asimismo, destacamos que estos aciertos teóricos se complementaron con la estrategia metodológica direccionada principalmente por la etnografía, puesto que por medio de esta se logró el acceso a las acciones individuales y colectivas, lo que nos permitió acercarnos a la perspectiva de los campesinos por medio de vivir el territorio.
El primer paisaje, entre los años cincuenta y setenta, fue una territorialización marcada por interacciones con el bosque y los cultivos de autoconsumo, característicos del último momento de la colonización antioqueña, donde fueron predominantes los cultivos de maíz, el monte y los caminos de herradura. Dentro de los procesos TDR ocurre la desterritorialización para los cultivos de autoconsumo y la instauración de la territorialización del café que dieron paso al segundo paisaje, entre los ochenta y los noventa. Esto reconfiguró las articulaciones de las partes baja, media y alta de la cuenca desde las cosechas cafeteras y que obedece a conexiones y flujos regionales, nacionales y globales, la llegada y fortalecimiento de un nuevo actor, la guerrilla de las FARC-EP con una territorialidad tipo red.
La desterritorialización adquiere una nueva valoración a partir del conflicto armado entre la guerrilla, el ejército y grupos paramilitares que se llevó a cabo entre los noventa y principios del 2000 que originó un paisaje de guerra, rastrojos y miedos caracterizado por el abandono de las familias campesinas a sus tierras y la reterritorialización del monte.
Por último, sucede la reterritorialización campesina con el retorno de familias donde fue una motivación la instalación de la energía eléctrica. Además, en este paisaje entran otros actores a resignificar el monte como bosque que presta servicios ambientales en una economía globalizada; pero que es cuestionada y no asimilada totalmente por la visión campesina de la coproducción del paisaje, pues en el proyecto Banco2 se paga por la no-acción campesina sobre el bosque.
El paisaje y su construcción fueron analizados desde lo vivencial, por lo cual concluimos que sus significados dependen de una serie de interacciones entre los actores que lo forman. Dentro de esto destacamos que estos paisajes campesinos descritos fueron configurados desde la yuxtaposición de territorialidades y de un paso de cultivos temporales, como el maíz, a permanentes, como el café.
Consideramos que esta perspectiva posibilita formular nuevas preguntas sobre los procesos que crean y dan forma a los paisajes en contextos específicos, en este caso, en Río Verde de los Montes. Además, este artículo pretende aportar a la reflexión de que el paisaje si bien es creado por una diversidad de actores humanos y no humanos, el campesino es clave para entender sus procesos de formación reciente en el contexto rural colombiano. Asimismo, la relación entre campesino y paisaje ha sido poco explorada desde una perspectiva posthumana en la geografía latinoamericana y este artículo quiso contribuir a ello, con el propósito de evidenciar las posibilidades de esta perspectiva, la cual permite formular nuevas preguntas sobre los procesos que crean y dan forma a los paisajes en contextos específicos.