Introducción
La Ciénega de Chapala es una región cultural poco investigada desde el punto de vista de los estudios de la tradición1. En sus confines existe una diversidad de expresiones culturales que, con el pasar del tiempo, se han forjado como tradiciones generacionales. Como en todo México, las más representativas son aquellas relacionadas con la religión católica y con la festividad en honor de un santo patrono o alguna virgen, a partir de la cual se producen prácticas relacionadas en torno a ella. En este texto se desea realizar un acercamiento a la tradición de la danza de los Tlahualiles de Sahuayo, Michoacán, la cual es representada en el contexto y el culto a la figura de santo Santiago, Matamoros.
Esta tradición de la danza de Tlahualiles en Sahuayo es significativa por varias razones: es una danza escenificada en un entorno regional histórico cristero, y en todo el estado de Michoacán, aparentemente, no existe otra que sea similar en lo referente a la dimensión material (indumentaria caracterizada por una máscara con un penacho de grandes dimensiones), y corporal (técnicas del cuerpo para danzar); por otra parte, pareciera que la coreografía “no tiene pasos” ni una música especial; la mayoría de danzantes opina que debido a esta situación resulta de difícil ejecución y memorización. Para los días de la fiesta patronal se prepara una bebida alcohólica llamada ponche de granada, una receta endémica que solo se produce durante el ciclo ritual de las festividades de santo Santiago, donde los Tlahualiles son los protagonistas.
El estudio de la danza de los Tlahualiles se realizó etnográficamente y con fuentes orales y fotográficas de diferentes años; lo anterior ayuda a identificar los particulares contenidos expresivos y las transformaciones de una tradición a través del tiempo; también posibilitará conocer el sentido(s) social de la experiencia de ser Tlahualil y partícipe de la tradición y fe religiosa alrededor de santo Santiago.
Este trabajo se interesa por conocer los contenidos expresivos de la tradición y el sentido social de la acción de danzar; por lo anterior, en este texto se menciona la visión de algunos danzantes acerca de la fiesta, en general, y de algunos de los elementos más representativos en relación con la evolución de la danza. En el análisis se toman en cuenta los contextos y la práctica social del discurso, así como la manera cómo se “interpretan, orientan y categorizan las propiedades del mundo social y su conducta dentro de este mundo” (Van Dijk, 2008).
Los datos que se presentan fueron obtenidos a partir de entrevistas que se aplicaron en la fiesta de subida del santo patrono, Santiago, que se realizó el 4 de agosto de 2016; esta celebración se llevó a cabo después de la bajada, que es cuando llevan la imagen a su santuario; en la primera la devuelven al templo principal de la localidad. Se obtuvo información de encargados de grupos de danza y de jóvenes de reciente ingreso en ellos durante los periodos de descanso que tenían durante el recorrido (de alrededor de 12 horas continuas) para conocer su percepción acerca de la transformación que se ha producido en torno a la festividad y, en particular, la danza de los Tlahualiles.
También se estuvo presente en una velación que coincidió con el fallecimiento de una persona del hogar anfitrión del santo; este caso y su contexto permitieron conocer el sentido y las relaciones del patrono y sus devotos, entre los que se encuentran los Tlahualiles. La Danza de Tlahualiles de Sahuayo A. C. amablemente permitió usar su vasto archivo fotográfico en el cual, de manera visual y cronológica, se perciben los cambios materiales en la indumentaria de los Tlahualiles.
Estudiar la danza, desde la perspectiva de la tradición y el sentido social representado en los discursos orales, permitió ofrecer una interpretación sobre la tradición de la danza y mostrar que, aunque todas las tradiciones cambian, se transforman, se modifican en su dimensión material tangible, en lo correspondiente al sentido profundo; lo que se encuentra por encima de lo evidente, no se transforma o modifica. En el caso contrario, la tradición desaparece o se conserva en museos o folclóricamente; incluso, en contextos de migración nacional e internacional, los significados culturales relacionados con la acción de danzar no desaparecen.
A la tradición de la danza de Tlahualiles se le ha relacionado con proyectos municipales para el desarrollo regional y en ellos las tradiciones religiosas son consideradas protagonistas en los planes políticos concernientes con la potencialización del turismo en el municipio; el trinomio cultura, religión y turismo la articula con otras dimensiones de tipo político donde se desatan procesos de folclorización propiciada por los intereses de los ayuntamientos en turno (Larios-Barón & Gálvez-Amezcua, 2017). En lo anterior se observa lo que se ha señalado por Cantón acerca de que las religiones ni se extinguen ni regresan, únicamente se transforman de manera asombrosa ante nuestra mirada (cit. en Hernández Madrid & Juárez Cerdi, 2003). El estudio de la danza de los Tlahualiles permite acercarse al estudio de las tradiciones religiosas, a las creencias y las prácticas de la religiosidad popular, y a la comprensión de las continuidades y las transformaciones de una tradición dancística con sentido religioso.
Sahuayo, Michoacán
La ciudad de Sahuayo se encuentra situada en el noroeste del estado de Michoacán (Figura 1), en un espacio estratégico de frontera: la Ciénega de Chapala, bisagra entre el estado de Jalisco y Michoacán. Lo anterior, entre sus pobladores, ha construido horizontes de expectativas, de forma que las relaciones e interacciones sociales y culturales se dan en mayor medida con el estado de Jalisco.
Esta ciudad es reconocida y caracterizada, desde afuera, por la producción de las trancas (pan de nata y pasas), el sombrero y los huaraches. Además de esos elementos identitarios institucionalizados, existen otras formas culturales internas que construyen también la identidad de Sahuayo e inmediatamente son perceptibles para los que visitan la región; las expresiones verbales como “¡huevos!”, “¡Ora, huevos!”, “¡Hijo’e puta!”, “¡Ora hijo’e puta!”, son parte del español cotidiano de esta localidad y, por lo tanto, de los repertorios culturales que construyen la identidad sahuayense, según se pudo observar durante el trabajo de campo.
En la actualidad las gestiones municipales se esmeran por incluir en este repertorio cultural las tradiciones religiosas en aras de potencializar turísticamente el municipio. El pasado 16 de octubre de 2016, después de varias gestiones, se llevó a cabo la beatificación de José Sánchez del Río, mártir cristero, mejor conocido como Joselito. Dicho evento fue publicitado con el siguiente lema: “nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo”, y con esta frase se promovió la invitación para visitar la tierra del ahora santo beatificado (Larios-Barón & Gálvez-Amezcua, 2017). En este contexto, la danza de los Tlahualiles ha comenzado a institucionalizarse y relacionarse con el turismo, pero también con los festivales culturales fuera de Sahuayo y entrado en un proceso de folclorización diseñado por el ayuntamiento municipal en coordinación con el gobierno del estado de Michoacán (Figura 2) que, de forma similar a otros ayuntamientos del país, pretenden convertir en mercancía cultural para el turista las tradiciones religiosas, gastronómicas, musicales, dancísticas, lúdicas, etcétera (Flores & Nava, 2016).
La tradición religiosa de santo Santiago en Sahuayo
Cuando se camina por la plaza y los portales del centro de Sahuayo, lo evidente son los puestos ambulantes y tiendas establecidas donde se ofrece una diversidad de huaraches (de araña, ojillos, trenzado, etcétera), sombreros de varios diseños, entre los cuales destaca “el sahuayo” y los expendios donde se hornean las trancas. En la plaza se encuentra el monumento del Tlahualil y, recientemente, en los portales y las tiendas pueden encontrarse souvenirs o artesanías con el tema de Tlahualil; también se puede adquirir desde una taza con la foto de los danzantes hasta una máscara-penacho. De unos años a la fecha, el Tlahualil ha comenzado a convertirse en una artesanía de Sahuayo.
Como todo pueblo o ciudad, se tiene una iglesia dedicada a un santo patrono, en este caso santo Santiago, el santo de la reconquista española, caracterizado por montar un gran caballo blanco y de esa manera se le representa en Sahuayo, Michoacán. El culto es una tradición religiosa antiquísima y compartida con varios lugares de Iberoamérica. Desde su origen, a este apóstol se le asocia con los contextos bélicos; así, aparece apoyando a los ejércitos cristianos opositores y expulsores de los moros; además, es un santo asociado a una conquista y una reconquista y su origen se relaciona con el enfrentamiento representado entre dos religiones, de ahí el epíteto de “matamoros” y, en la Nueva España, “mataindios”.
Entre los devotos de Santiago se tienen distintas versiones relacionadas con la hagiografía del santo. Entre las historias locales, algunas siguen la trama occidental donde se le presenta como uno de los doce apóstoles de Jesucristo, refuerzo de las huestes cristianas en la lucha contra los ejércitos moros e indios. Esta representación de Santiago se ha convertido en una tradición oral:
La tradición pasada al apóstol Santiago, que estaba peleando en España contra los moros o algo así y se apareció la imagen de Santiago en el cielo, con una espada, con un caballo y con una espada y una madera en forma de cruz. De ahí para acá, pues viene la tradición, de que veían a Santiago peleando contra los moros, y de ahí viene la tradición de la lucha contra los infieles (Tlahualil de Sahuayo).
Esta batalla se trasladó a la geografía americana y a su gente en el siglo XVI (Domínguez, 2006) y el guerrero vencido se encarnó en los indios; la lucha que Santiago libró contra estos es similar a la que tuvo contra los moros; en ambos casos, los infieles fueron vencidos por el apóstol y, por tanto, ahora los Tlahualiles se consideran parte de esos guerreros vencidos; sin embargo, esta derrota no es vista como tal sino tuvo un aspecto de victoria, pues fue “para liberar al pueblo”.
En la zona de la Ciénega el arraigo del santo es tan profundo que, a manera de correlato, la tradición oral ha construido historias donde la hagiografía de Santiago se narra de forma diferente y se le presenta como un santo mexicano que, montado en su caballo blanco, “pelea en contra de los Moros e indios en la Ciénega de Chapala, lugar donde ocurre su ocaso para posteriormente ser llevado por el océano atlántico hacia España y fundar un santuario en su nombre” (velador de Santiago) (Figura 3).
Además de los relatos orales que narran sobre las hazañas bélicas de Santiago en la Ciénega, existen otras narraciones donde al santo se le confiere una condición humana. Los lugareños aseguran que por las noches el patrón Santiago sale de su santuario y baja de su caballo para salir a vigilar caminando, conduciéndose por las calles y confines de Sahuayo; por las mañanas es muy común que las suelas de sus botas se encuentren con polvo, y el pantalón, en la parte de la bastilla, esté lleno tierra, espinas y ajuates, como evidencia de sus andanzas nocturnas en el territorio sahuayense. Tal apropiación y arraigo ha construido un culto magnificente que se representa en la grandiosa fiesta en honor a Santiago.
El tiempo de la fiesta de santo Santiago
En Sahuayo no se sabe con certeza desde cuándo existe el culto para este santo; en el siglo XVII, el 17 de marzo de 1717 fue fundada la Parroquia de Sahuayo, dedicada a Santiago Apóstol (Doyle, 2006). En la monografía de la localidad, Luis González escribe refiriendo al periodo del porfiriato:
La fiesta que se las llevó a todas fue la de Santiago que comenzaba ocho días antes del 25 de julio y comprendían procesiones, tlahualiles, danzantes, pelioneros, repiques de campanas, masas de hombres trastabillantes, mesas muy bien abastecidas, misas cantadas y archisolemnes, mozas con vestidos de colores chillantes, musas picoteando las cabezas de los líricos de la localidad, calles adornadas con papel de china, y por encima del gran barullo el patrón Santiago, y en la vanguardia de todos los días de la fiesta (González, 1979).
Este tipo de descripciones no coinciden con la estructura de la fiesta de Santiago actual; la gente opina que ahora “la fiesta parece un carnaval”, derivado de la diversión y los excesos que ocurren en ella; incluso llega a decir que la festividad ya no tiene contenidos religiosos. Las formas culturales asociadas con el culto y la festividad se han venido modificando; no así, la creencia, la fe, la devoción, los milagros, las mandas. Como en toda tradición, existen elementos que no se modifican de manera abrupta, pues el tiempo y el espacio de celebración religiosa son elementos sagrados.
La fiesta de santo Santiago siempre se celebra el 25 de julio, no como en otros lugares donde se cambia para fines de semana; en cada espacio existen diferentes maneras de organizar las fiestas. En Sahuayo, la convención social reconoce el tiempo festivo sagrado en una temporalidad del 16 de julio al 4 de agosto, caracterizados por la bajada y la subida del santo. La fiesta comienza el 16 de julio con los achones, fogatas hechas con madera de ocote, simulando aquéllas que los españoles emplean para guiar a los peregrinos al santuario del apóstol Santiago en Compostela, España (información inédita del Ayuntamiento de Sahuayo).
Se reconocen también las fechas del 25 de julio al 4 de agosto con procesiones pequeñas intermedias el 30 de julio y 2 de agosto; lo anterior se debe a que son los días durante los cuales los grupos de danzantes de Tlahualiles hacen acto de presencia y acompañan a la imagen de Santiago en procesión multitudinaria. Son tantos grupos y muchos danzantes (más de 2000) que pareciera una fiesta de carnaval profana, más que una fiesta religiosa, por los más de cien grupos de danzantes Tlahualiles, mulitas, fieles, los desfiguros, comparsas de hombres y mujeres jóvenes ataviados de Plomeras, Bebés, el Chavo del ocho, Policías, Apaches, Costeños, etcétera, acompañados de sonido o banda de viento.
La organización de la fiesta es compleja; desde hace unos 25 años se organizaron las velaciones la noche del día 24 para amanecer el 25 de cada mes y solo se deja de hacer el 24 de diciembre para celebrar el nacimiento de Jesucristo. Esta es una manera cómo santo Santiago peregrino visita los barrios y hogares donde con antelación se solicita la visita para realizarle la velación, la cual puede ser a petición de un enfermo, una manda, alguien que quiere pagar al santo la concreción de un milagro o dádiva.
Entre las formas culturales sobresalientes destaca la procesión de santo Santiago, donde los grupos de Danza de Tlahualiles son los principales acompañantes. La procesión religiosa cuenta con larga data en su realización y en ella siempre ha salido la imagen del patrón; cuentan que desde hace casi cien años preside el recorrido y este sigue siendo el mismo, pero lo que ha cambiado es la diversidad de grupos, “antes participaban diez y ahora ya son ciento cuarenta”.
Esta fiesta patronal, la mayor del calendario religioso en la ciudad, logra paralizar todas las actividades durante su celebración: las familias lucen sus mejores galas, atrae muchos visitantes y retornan quienes son originarios de Sahuayo, pero andan fuera, lo cual ha creado nuevos sentidos y relaciones entre la danza y la migración a Estados Unidos.
La tradición dancística de los Tlahualiles
La danza de Tlahualiles en Sahuayo ha sido poco investigada. Existen algunos trabajos donde se indaga acerca de su origen y se asegura, sin fundamento e investigación, que la danza es de la cultura nahua y de procedencia prehispánica; para afirmarlo se hace una comparación y analogía entre la vestimenta de guerreros águila y jaguar, y las armas de guerra, como el macahuitl, con la indumentaria actual de los Tlahualiles (Tejeda & Zamora, 2003), los cuales no portan macanas o arma alguna. En otro trabajo más reciente, se aborda la danza de los Tlahualiles en el contexto de una tradición, es decir, como un tipo de formación histórica y social que atiende a las transformaciones de la danza tradicional; de manera que se evidencian los cambios a partir de identificarlos en el traje y la “evolución cronológica del atuendo” (Doyle, 2006).
La palabra Tlahualil parece provenir de la lengua náhuatl; sin embargo, en los vocabularios en este idioma, desde los coloniales hasta los actuales, no se encuentra este término o alguno semejante; por ejemplo, en el Vocabulario en lengua castellana y mexicana de Molina (2013) no aparece. Sin embargo, una etimología que mencionaron los danzantes es la siguiente:
Es como el guerrero vencido; como si nosotros fuéramos, por decir, los moros con los que combatió Santiago apóstol. O sea, nosotros somos como si fuéramos representándonos nosotros los moros con los que él peleó [...] Sí, nosotros perdemos en la batalla (Tlahualil de Sahuayo).
Las versiones que hacen de Tlahualil son numerosas, aunque, como ya se mencionó, la que tiene mayor arraigo es la de “guerrero vencido”. Debido al carácter popular de la fiesta y a la transmisión del conocimiento de manera oral, que conlleva a posibles interpretaciones según quien lo recree, algunos mencionaron que en diferentes lenguas mexicanas tiene esa significación el término y “en otras lenguas también, en náhuatl también; se me hace que significa guerrero pintarrajeado; o sea, que se viste para una pelea o algo así”.
En el sustento de la etimología de Tlahualil como “guerrero vencido” se mencionó el hecho de que en la danza “muchas personas que vienen allá con Santiago apóstol vienen luchando con las mulitas”. En el ritual hay una significación en la que toca a la representación de Santiago y las “mulitas”: “él nos vence, cuando nos… cuando nos mata, que viene siendo así la representación de que nos mata; ya cuando vuelves a levantarte, ya vienes ya renacido; o sea, que ya sabes de la religión. Ya sabes”.
La danza de Tlahualiles se ha convertido en una representación espectacular debido a los enormes y coloridos penachos con máscaras que portan los participantes y que llegan a medir de 1.20 m hasta casi 2 m de altura. En la fotografía puede ver y comparar la proporción del cuerpo del danzante con el tamaño de los penachos (Figura 4).
La danza de Tlahualiles es una danza de conquista; posiblemente es de una danza de moros y cristianos, de infieles y cristianos. A pesar de haber sufrido innumerables transformaciones y sustituciones, en la danza de Tlahualiles continúa representándose un enfrentamiento; es una danza de conquista, de palos y espadas, de santiagueros, de indios infieles contra cristianos, de santo Santiago contra Tlahualiles.
Como se ha mencionado, los grupos de danzantes sobresalen en la fiesta de Santiago, al grado que González (1979) expone una fotografía de la danza de Tlahualiles en los años setenta del siglo XX rotulada con la siguiente afirmación: “la fiesta de los tlahualiles ha ido perdiendo su verdadero significado”. En el mismo sentido, según la información que se obtuvo en el ayuntamiento municipal en 2016, se acepta que “la fiesta de Santiago, de manera equivoca, para algunos simplemente es “día de los Tlahualiles”: guerreros vencidos”. Lo anterior, entonces, lleva a la pregunta, ¿a quién está dedicada la fiesta de Sahuayo: santo Santiago o los Tlahualiles? El otro asunto de gran importancia es conocer cuál es el verdadero significado de la fiesta de Santiago y la danza de Tlahualiles con el fin de conocer las continuidades y transformaciones de esta tradición.
Es la fiesta de Santiago y en su honor se escenifica la danza de conquista, pues se sigue dando ejemplo de la supremacía religiosa cristiana; de tal forma, en el presente, los Tlahualiles son los protagonistas de la fiesta. Cada año son alrededor de 100 grupos los que participan en la celebración; cada grupo tiene entre 30 y 50 danzantes, lo cual puede ser variable; por ejemplo, en el año 2013, el número de grupos de danzantes estuvo organizado de la manera como se muestra en el cuadro de abajo; en el año 2016, cuando se hizo el trabajo de registro, los grupos fueron más de cien. El ayuntamiento municipal proporcionó sus registros donde se presenta la organización de los Tlahualiles y las Mulitas (Figura 5).
Durante todo el año se organizan las velaciones cada día 25 de mes; los caballeros de Santiago convocan reuniones con los principales de las danzas para organizar temas de los penachos, el orden de los recorridos, quién va primero y quién al último. Los temas y textos de los penachos son de los asuntos más formales y comentados en el transcurso del año. La danza es un texto sistematizado con principio, desarrollo y fin. La subida y la bajada son marcadores temporales. La matanza es otro marcador y un indicio de antecedentes.
Durante los días de celebración donde participan todos los grupos de Tlahualiles, del 25 de julio al 4 de agosto, las calles de la ciudad se convierten en espacios rituales, donde se escenifican representaciones dancísticas y teatrales que dan cuenta de un acontecimiento mítico-histórico de la conquista religiosa en América.
De acuerdo con lo que señalan los Tlahualiles, los componentes antiguos de su traje eran la diamantina y los espejos; ahora han agregado plumas exóticas; también, en el contexto de la reinterpretación de la mexicanidad, han decidido usar sandalias “como los aztecas”, pero el traje de carrutos sigue siendo el mismo, aunque con diferente diseño. El vestuario es elaborado por los propios danzantes y en ellos invierten grandes cantidades de dinero, dependiendo de lo vistoso que lo deseen.
Uno de los motivos principales del “traje tradicional” es la figura de un animal, entre ellos un águila, al que consideran “algo de los antepasados”; antes empleaban las de “caballero águila, del guerrero jaguar, este… el guerrero” y tienen cierta disposición por el primero de estos porque “viene siendo para nosotros el personaje del guerrero águila, de los que vienen siendo… la cultura azteca o tolteca”. Los principales “trajes tradicionales” son los de caballero águila, guerrero lobo, apache, jaguar, jaguar blanco, tigre y coyote; estos representan la tradición porque “antes se usaban mucho”. No había muchos rostros para los penachos, solo los de “águila, jaguar, lobo, coyote, Quetzalcóatl y la serpiente”.
Para los danzantes es significativo el empleo de ciertos elementos en sus trajes y penachos; la diamantina y el empapelaje son algunos de ellos. Consideran, además, que el carruto es el “sonido de la alegría, del ritmo, del son del que lleva el… integrante”. Decidieron emplear este objeto metálico sonoro porque se escuchaba muy hueco el bambú que usaban con anterioridad; después metieron la corcholata y, posteriormente, el carruto, con lo cual empezó a escucharse más sonido para llamar la atención de las personas (Figura 6).
La danza de Tlahualiles como tradición: el cambio y el continuum
La tradición, entendida como una formación histórica y social, necesariamente exige pensar en transformaciones y continuidades. Como todo hecho cultural, en la dinámica de la danza se observan tanto el cambio como el continuum (Lotman, 1999). Una de las primeras percepciones de la transformación se aprecia en torno al número de participantes, pues se señala que antes eran aproximadamente diez grupos y ahora son ciento cuarenta; también, se menciona que el recorrido ha cambiado su curso y se ha hecho más largo, por lo cual es más pesado, pues van descansando a menudo y lo anterior hace que la duración lleve más tiempo (Figura 7).
Algunos de los aspectos que se han transformado en la danza están en relación con el atavío que usan para el recorrido. Uno de los elementos en el cual se ha notado con mayor notoriedad el cambio es el penacho; según contaron, antes no se usaban penachos grandes, solo unas máscaras más pequeñas o nomás con el rostro; también, en lugar de los carrutos sonoros, empleaban corcholatas o varas de bambú.
Una de las fuentes iconográficas “del año 1922, hace suponer que los primeros tlahualiles utilizaban una máscara a la cual agregaban un bonete de cartón adornado con tiras de papel de china y collares de tunas frescas”; después, a los bonetes se les agregó en la parte de enfrente “unas alas secas de zopilote o la cola de un guajolote” (Doyle, 2006) simulando un pequeño penacho.
Con el paso de los años fueron evolucionando desde el penacho hasta el traje; el primero empezó a aumentar de tamaño, comenzó el uso de lámina para producir los sonidos al danzar y a pegarla en tela, y a forrar los trajes. Estos Tlahualiles con penachos corresponden aproximadamente a la segunda mitad del siglo XX (Figura 8).
Los danzantes están conscientes de los cambios que se han producido en el atuendo y en la significación del mismo, y consideran que es parte de la evolución que la danza ha tenido. El empleo de máscaras gigantes fue promovido por el ayuntamiento al realizar un concurso; unos grupos sacaban unas máscaras pequeñas y otros unas un poco más grandes, y así sucesivamente hasta que llegaron al tamaño actual, pues la intención era competir y ver quién elaboraba el penacho más grande y vistoso.
Según recordaron, cuando se llegó al apogeo de las máscaras enormes estas eran muy anchas y altas; de dos metros, de dos metros y medio; ahora han venido disminuyendo a 1.70 m, 1.60 m, 1.80 m. También se ha modificado el uso de los carrutos que llevan en el traje, pues antes casi pegaban en sus tobillos; ahora muchos grupos hacen más chico el vestuario para innovar y sacar nuevos diseños: algo diferente cada año.
Los penachos actuales llegan a medir hasta 2 m y tienen dos caras; por la parte de enfrente la máscara representa a felinos, águilas, serpientes, Quetzalcóatl, cotorros y, en ocasiones, el nombre del grupo; por la parte de atrás, la imagen de algún santo católico y el nombre del grupo. Pareciera que se trata de una capilla o adoratorio en la parte de atrás. Con el paso de los años se ha conformado una técnica del cuerpo para soportar el peso de la máscara y el gran penacho. No es sencillo aguantar por horas el peso sobre los hombros (Figura 9).
La relación que hacen con la cultura azteca (mexica) cobra notoriedad en sus interpretaciones de la danza y sus atavíos; por ejemplo, hacen usos de plumas para que se vea más reluciente su máscara y que esta logre una mejor impresión. En sus narrativas se muestra la liga con lo antiguo: “pues, en sí, más o menos como el [traje] que yo traigo es como de la cultura azteca, como los usaban ellos los trajes, según ellos”; de acuerdo con lo que mencionaron, los penachos tradicionales son “la pura cara del apache y plumeros. Ese es un penacho original, tradicional”. La religión católica y sus símbolos, desde luego, están presentes en los diseños de los penachos de acuerdo con lo que deseen portar:
El penacho que yo traigo significa… es el símbolo que usaban los caballeros de Santiago para proteger la imagen en Compostela. Es el símbolo de la cruz. Por eso yo la traigo así, simbolizando que soy un caballero de Santiago también (Tlahualil de Sahuayo).
Así, tanto el traje como la máscara son signos que unen el pasado con el presente: “mi representación de mi máscara es a lo antiguo, o sea, de los principios, o sea, de lo que viene siendo sus telas, su diamantina, sus espejos. O sea, lo antiguo” (Figura 10).
La coreografía también ha cambiado. En esta danza no existen pasos como tales, ni una música determinada; según lo observado en los recorridos y lo que señalaron los propios danzantes, los pasos se reducen a ir nomás “brincando” durante todo el recorrido. De acuerdo con lo que señalaron “siempre ha sido [así] desde que yo tengo uso de razón, siempre han brincado [los Tlahualiles]”. Un nuevo “estilo” en la danza, que es un atractivo para muchos, es la vuelta que consiste en girar el penacho hasta que casi toque el suelo, con lo cual se demuestra la habilidad del danzante para ejecutar el movimiento sosteniendo una máscara de peso enorme. Los Tlahualiles caminan, caminan saltando, giran y el acto corporal más destacado es cuando interactúan con la gente que los observa y les gritas: “¡vuelta, vuelta, vuelta!”. Es el momento para que el Tlahualil gire la cabeza y el gran penacho alrededor de la calle.
La música también ha cambiado, “como todos los tiempos que ya van pasando”, señalaron; para los Tlahualiles lo importantes es que haya un ritmo que seguir, sin importar del género cual sea; por tanto, los grupos de danza recorren las calles al son de la música de moda, sin importar su carácter “profano”; para ellos “cualquier sonido uno le agarra el ritmo y empieza a danzar […] Era lo mismo [cuando era niño] […] Aquí es todo [en la música] como venga”. Ahora tocan las bandas de viento de la región y las provenientes de la meseta y la cañada de los once pueblos purépechas, del pueblo de Cocucho y de Ichán.
Algunos aseguraron que la música casi siempre ha sido la misma y señalaron que “la tradicional [es] la de música de viento, la banda”; sin embargo, hay indicios de que, como toda tradición, ha venido adecuándose y cambiando con las circunstancias contemporáneas. Uno de esos cambios ha sido el empleo de la “música de sonido” debido a que lo que a ellos les importa es que lleve un ritmo que puedan bailar: “ya con eso, para bailar. Sí”.
Los Tlahualiles están perdiendo su verdadero significado
Entre la gente de Sahuayo es común escuchar que la fiesta de los Tlahualiles, no de Santiago, ha perdido su “verdadero significado”, como lo afirma González (1979). Lo anterior se debe, probablemente, al exceso de consumo de alcohol durante los días de la fiesta. Se considera que comienza a sobresalir la diversión y la dimensión profana; incluso un danzante mencionó: “hay muchas personas que vienen a la diversión y no a contemplar lo que nosotros hacemos o a ver a Santiago [apóstol]”.
Hubo un tiempo cuando para dar mayor lucidez al recorrido, se alargó, pero ha sido acortado debido a que existen personas que, señalaron, son problemáticas, que nomás van “representando su desorden”. Contaron los danzantes que antes eran numerosas las personas que iban así, disfrazados, bailando, haciendo desorden, pero que se les ha estado alejando para hacer “lo que viene siendo la fiesta religiosa […]. Ahorita mucha gente que nos visita de fuera y nos critican por todo ese tipo de personas; nos critican porque dicen que es un carnavalismo, que ya no es fiesta religiosa”.
Las críticas a estas personas suben de tono: “ellos salen, más bien, a hacer desmadre; ellos nomás están para la fiesta, lo usan como para emborracharse y todo eso. Es un pretexto para andar…”. Quienes han hecho de la fiesta un carnaval se han valido de la figura de los monjes que, en tiempo pasado, era gente que no tenía dinero y salía a danzar con “trajes de pobres” porque los recursos eran pocos; usaban ropa vieja, se tiznaban la cara y lo poco que tenían lo iban regalando en la calle. Estos personajes fueron evolucionando: luego salieron de panaderos o carniceros e iban regalando diferentes tipos de comida; sin embargo, se transformaron y ahora “esos que salen así ya parece que es un carnaval. Le dan mala vista a esta fiesta” (Figura 11).
La significación de la fiesta y la acción de danzar: el “sentido verdadero”
En esta fiesta está presente, desde luego, la devoción. Quienes participan, los que “salen de Tlahualiles”, dicen poseer una devoción muy grande al santo patrono; una constante es la mención de la fe como el recurso con que cuentan para lograr completar el recorrido de la danza: “porque llega un lapso que sientes como que te… como que te cansas, pero te da más fuerza él [Santiago], pero siempre y cuando lo haces con la fe”. La recomendación a aquellos que han hecho de la fiesta religiosa una profana, incluso entre los danzantes, es preservar su carácter; de acuerdo con el punto de vista de estas personas, el hecho de sacar un santo a recorrer las calles es una representación que exige reverencia: “así yo lo tomaría; para mí, para mi grupo, así yo lo tomaría”.
Los motivos para participar en la danza están sustentados en la fe: el pago de una manda es recurrente entre las razones que motivan a ser Tlahualil. Uno de los participantes refirió que tuvo un accidente y prometió al patrono que iba a salir hasta que él lo permitiera: “bendito sea Dios que me da licencia cada año de salir. Eso es por lo que yo salgo”. Desde luego, también la devoción y el gusto por la danza están presentes: “esto de que nos gusta participar adentro de la fiesta de Santiago apóstol como peregrinación”.
Los milagros son un motivo para pagar el favor del patrono; se cuentan historias de sanación por intercesión de él. Las promesas que se hacen a Santiago apóstol deben cumplirse, pues él brinda protección y ayuda a quienes imploran sus favores; en general, esta es la razón principal: “más que nada por eso, por mandas o por… lo vuelvo a repetir, por eso, por tradición”. El siguiente relato permite observar en una dimensión mayor la impronta de la devoción al santo:
Fue una historia muy en especial porque yo antes tenía… padecía de asma. Y los doctores no me daban mucho tiempo de vida porque era un niño, pues, aún, y pues mi madre se agarró de Santiago apóstol para poder… hizo una manda, por así decirlo. Dijo que, si me curaba yo, ella me sacaría de Tlahualil. Y este… pasó algo muy emotivo que marcó mi vida para mí, pues, porque al pasar el patrón Santiago, cuando salía por primera vez, como dice en la Biblia, el evangelio… cuando tocan a Cristo de la túnica, que la samaritana sintió que su cuerpo estaba curado; sintió que corría una energía, tan pura, tan inexplicable que… fue lo que yo sentí cuando yo toqué la imagen del patrón Santiago; por primera vez que la había tocado… y desde esa vez en adelante mi enfermedad fue mejorando, me la pudieron desterrar. Ahora ya puedo correr, cosa que antes no podía. Puedo cargar los penachos que elaboramos año con año. Es una felicidad muy grande (Tlahualil de Sahuayo).
Además de la devoción al santo, el interés y gusto por la tradición lleva a las personas a salir de Tlahualil; la combinación manda y tradición ha llevado a la multiplicación de los grupos de danzantes: “para mí, pues… más que nada, para mí es… tradición. Mucha cultura, mucha… religión, más que nada”. El atractivo de los penachos y el sacrificio que implica elaborar los trajes atraen la atención: “pues, me ha gustado la tradición. Me llaman mucho la atención los penachos que han sacado y todo”. Así, unidos fe y tradición logran crear una atmósfera festiva:
Porque me ha llamado la atención y porque el sacrificio que hace uno se lo dedica al apóstol Santiago, para que interceda por nosotros y nuestras familias. Me hice Tlahualil porque me gustaban sus fiestas, pues, sus danzas y porque debía mandas y todo eso […] hasta hace dos años se me cumplió una manda y hace un año ya hice otra manda (Tlahualil de Sahuayo).
Para los danzantes, ser Tlahualil es un orgullo porque participan en la mayor fiesta de la localidad y allí muestran los trajes que elaboraron con tanto trabajo; es la ocasión para exhibir los diseños; asimismo, es para dar gracias al santo Santiago por los bienes recibidos durante el año, el empleo con que cuentan y la salud que gozan ellos y su familia; pero también es una responsabilidad:
Hay que saber portar una máscara… hay que saberla portar bien, saber qué es lo que significa. No que es carnavalismo ni ir a darle a las personas gusto, por decir, en el desorden; porque más que nada es lo que se mira ya ahorita, porque, como vuelvo a repetir, ahorita ya hay muchos muchachos que arman grupos de Tlahualiles, pero para el puro desorden. Que se enseñen a saber qué es lo que traen puesto (Tlahualil de Sahuayo).
El hecho culminante de la danza es la llegada al santuario del patrono Santiago, el cual posee la significación mayor para los Tlahualiles porque cumplen la manda al santo y, a la vez, agradecen los favores recibidos en el transcurso de todo el año: “para mí significa así, agradecimiento sobre Santiago apóstol y, pues, más que nada, que nos ayuda a esto, a terminar nuestros penachos porque si no…”.
Recorrer la ciudad danzando durante muchas horas es agotador, pero cuando los Tlahualiles llegan al santuario dan por logrado su objetivo, pues cumplen su manda y dan gracias por el año más que han vivido, porque la fiesta se realizó sin ningún contratiempo; en suma, es “darle gracias de todo lo que nos ha dado y que nos ha dejado vivir al lado de nuestros seres queridos”. Las emociones son encontradas, pues al lado de las que expresan alegría se encuentran las de tristeza: “pues, la verdad, me siento yo muy triste porque, pues, tanto tiempo trabajándole y todo para que se termine [la fiesta]; pero también a la vez una alegría porque cumplimos con lo acordado de cada año, o sea, la fe”.
Durante el año que tienen por delante comenzarán a diseñar y elaborar su traje nuevo, trabajarán mucho para costearlo, asistirán a las reuniones que se llevan a cabo para organizar todas las procesiones mensuales y las principales, las de subida y bajada y, llegado el momento, “brincarán” durante alrededor de 12 horas por las calles de Sahuayo para pagar lo prometido al santo patrono, Santiago apóstol, mostrar su fe y continuar una tradición.
Breve interpretación de la tradición de la danza
Aunque el tema de los orígenes no es parte del propósito inicial, existe una cita que ofrece una hipótesis para continuar la investigación:
En Sahuayo, a principios de siglo pasado, la procesión consistía en llevar la imagen del patrón Santiago a una capilla que se improvisaba con lonas de camión, adornadas con “boas” de pino en el barrio del Pedregal, donde se dejó originalmente la imagen y se le llamaba “la subida”. Al parecer por este tiempo, en la procesión no participaban los tlahualiles, únicamente un grupo disfrazados de hombres llamados “los Matachines”. (Doyle, 2006)
En la cita se menciona que en la procesión no participaban los Tlahualiles, pero sí los Matachines. Considerando una ontología de la tradición, la pregunta del origen sigue teniendo relevancia. Rebasando la idea del origen prehispánico, se observa la relación de la danza de Tlahualiles con el sistema de danzas llamadas de Matachines o Matlachines, extendidas desde el occidente hasta el norte de México, quizá con conexiones del camino tierra adentro, la cual no ha sido estudiada (Figura 12).
La danza de los Tlahualiles es un ejemplo de la manera cómo las tradiciones dialogan con las circunstancias sociales contemporáneas donde se expresa; por lo tanto, hay continuidades y cambios, es una danza que tiene diferentes formas materiales en función del tiempo donde se observe; así, vemos un cambio en la máscara, que de ser pequeña se transformó radicalmente hasta convertirse en una con un gran penacho de casi dos metros a la cual, poco a poco, se le fueron agregando elementos naturales como plumas hasta lograr construir un penacho de tamaño mediano, influenciados de otras danzas, y después construir los grandes usados en la actualidad.
Mediante la organización de concursos, el ayuntamiento se encargó de hacer espectacular las máscaras con penacho. La indumentaria, de ser ropa sencilla, incluso con poca ropa, pasó a la confección de un traje con corcholatas, bambú y carrutos de metal. Los penachos y carrutos, probablemente, fueron adoptados y adecuados de otras danzas tradicionales del occidente mexicano. En este estudio de una danza tradicional se observa el sistema de transformaciones de la indumentaria y de la máscara que poco a poco se adecuó al penacho grande; sin embargo, los danzantes Tlahualiles justifican su acción de danzar en creencias como el milagro, la manda, la fe, la promesa al Santo: para ellos, el sentido religioso sigue vigente.