1. Introducción
En 1939, el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú saca a la luz un volumen que contiene la primera parte de una enorme cantidad de manuscritos elaborados por Marx entre 1857 y 1858. Dos años después, el Instituto edita el segundo volumen. No obstante, la obra es prácticamente inaccesible en occidente hasta 1953, cuando la editorial Dietz de Berlín reedita los dos volúmenes en uno solo con el nombre con el que serán conocidos desde entonces: Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie (Rohentwurf) [Elementos fundamentales de la crítica de la economía política (Borrador)].
Desde entonces, los Grundrisse se han convertido en uno de los textos de referencia de Marx, siendo prácticamente ineludibles, en particular, para los intentos por reconstruir los fundamentos teórico-metodológicos de la crítica de la economía política. Sin embargo, es fundamentalmente la recepción de la corriente del autonomismo italiano la que ha influido para que una sección en particular de estos manuscritos haya acaparado la atención de numerosos lectores contemporáneos. Esta sección ha sido bautizada por esta corriente como “Fragmento sobre las máquinas” (a partir de aquí, para abreviar, el “Fragmento”).
En general, los autonomistas han abordado el “Fragmento” como un texto premonitorio, en el cual yacería una de las claves para la interpretación de la etapa del capitalismo que se abre tras la crisis de la década de los setenta. Esta nueva etapa vendría signada por la hegemonía de un trabajo inmaterial, relacional y afectivo que progresivamente impregnaría la totalidad del entramado social, relegando a un lugar secundario al tradicional trabajo manual ejecutado en la fábrica. El “Fragmento” permitiría articular teóricamente este pasaje en términos de una “crisis de la teoría del valor” que advendría por la imposibilidad de encuadrar en la norma del tiempo de trabajo socialmente necesario la nueva fisonomía que adquiere el trabajo en el “posfordismo”.
El objetivo fundamental que nos proponemos en este artículo es discutir la interpretación autonomista del “Fragmento” y articular conceptualmente sus elementos centrales a fin de emprender una relectura alternativa con potencialidad para analizar críticamente el capitalismo actual.
Comenzaremos reconstruyendo algunas ideas del “Fragmento” que -según entendemos- han sido interpretadas confusamente por gran parte de los autonomistas. Particularmente, nos enfocaremos en lo que el texto plantea en torno de la supuesta pérdida de vigencia de la ley del valor, para lo cual tendremos que abordar otras cuestiones relevantes, como el lugar asignado a la ciencia y la tecnología, así como el concepto de general intellect, otra de las claves teóricas que suelen retomar las interpretaciones autonomistas. La distinción entre valor y riqueza material es el hilo conductor de nuestro análisis, en la medida en que entendemos que es una lectura problemática de esta cuestión la que origina gran parte de las confusiones de los intérpretes contemporáneos.
Luego dirigiremos la atención a los análisis tempranos del “Fragmento” -en la década de los sesenta- de dos autores centrales de la teoría crítica que, no obstante, han sido poco ponderados en las recepciones posteriores del texto. En primer lugar, retomaremos algunas ideas de Herbert Marcuse que -según sostendremos- aportan no tanto al análisis literal del “Fragmento” sino a desarrollar y actualizar algunos de los planteamientos de este, en línea con la interpretación que proponemos. En segundo lugar, abordaremos críticamente la recepción que del texto en cuestión realizara Jürgen Habermas, debido a que encontramos en el análisis que hace este autor un antecedente claro de la lectura que posteriormente haría el autonomismo italiano.
Posteriormente, repondremos la influyente interpretación autonomista, centrándonos en los planteamientos de principios de la década de los noventa de dos exponentes fundamentales: Antonio Negri y Paolo Virno. Nos enfocaremos en la tesis que plantean en torno a la crisis de la teoría del valor, cuestión que podremos revisar críticamente confrontando la interpretación que ofrecen del “Fragmento” con la que propusimos nosotros.
Finalmente, a modo de conclusión, retomaremos los puntos centrales del artículo, sopesando las interpretaciones planteadas y procurando esgrimir argumentos a favor de la aquí esbozada. Lo haremos atendiendo particularmente a la pregunta respecto de las potencialidades que tienen las alternativas interpretativas del “Fragmento” para un análisis crítico del capitalismo actual, cuestión que no podemos agotar aquí pero respecto de la cual avanzaremos algunas ideas que consideramos pueden ser retomadas y desarrolladas de un modo fructífero.
2. El “Fragmento sobre las máquinas”: algunos conceptos centrales para su interpretación
En el que es todavía un estudio de referencia sobre los Grundrisse, Roman Rosdolski señala lo siguiente a modo de introducción del pasaje que nos incumbe:
Según el plan originario de Marx, el último libro de su obra debía concluir con la investigación de aquellos factores que señalan “la superación de [ese] supuesto” y que “impulsan la asunción de una nueva forma histórica”. En consecuencia, debía ocuparse de la “disolución del modo de producción y de la forma de sociedad fundada en el valor de cambio” y de su transición al socialismo. Naturalmente, lo que ocupaba aquí el centro mismo de la atención era el interrogante acerca de las vicisitudes de la ley del valor (Rosdolsky, 1989, p. 457).
Como es sabido, Marx nunca fue particularmente afecto a la proyección de utopías, si se entiende por ellas la construcción por el intelecto de sociedades ideales no solo en sus contornos generales, sino también en sus detalles. Ya en sus escritos de juventud se distancia de los llamados “socialistas utópicos” por considerar, entre otras cosas, que sus ideas para una nueva sociedad tienden a adolecer de una ausencia de arraigo histórico en el presente (cfr. Leopold, 2012, pp. 312 y ss. ). En contraposición, no faltan las ocasiones en las que el filósofo alemán procura detectar elementos de la sociedad actual en los que se prefigura, todavía de modo contradictorio, el advenimiento de un mundo nuevo. Es más: en el “Marx maduro” este ejercicio proyectivo se transforma en un aspecto inmanente al método de la crítica de la economía política. Así, plantea en los Grundrisse:
[…] este análisis correcto lleva asimismo a puntos en los cuales, prefigurando el movimiento naciente del futuro, se insinúa la abolición de la forma presente de las relaciones de producción. Si por un lado las fases preburguesas se presentan como supuestos puramente históricos, o sea abolidos, por el otro las condiciones actuales de la producción se presentan como aboliéndose a sí mismas y por tanto como poniendo los supuestos históricos para un nuevo ordenamiento de la sociedad (MEGA II/1, p. 369; 2001, I, p. 422).
El llamado “Fragmento sobre las máquinas” es uno de los pasajes de la obra marxiana en los que el ejercicio de este método aparece en todo su esplendor. Su punto de partida es el análisis de las diversas formas que adopta el capital fijo en el marco del proceso de producción capitalista, “la última de las cuales es la máquina o más bien un sistema automático de maquinaria” (MEGA II/1: 571; 2001, II, p. 218). Diferimos aquí con los planteamientos -que revisaremos con detalle más adelante- según los cuales el “Fragmento” aborda un estadio del capitalismo que no sería tematizado posteriormente en El capital. En efecto: el “sistema automático de maquinaria” del cual parte este texto será planteado en El capital como el desarrollo lógico de la gran industria, el cual acontece cuando todos los movimientos para la transformación de la materia prima son realizados por un sistema de máquinas coordinadas entre sí e impulsadas por un mecanismo motor automático (cfr. MEGA II/6, pp. 371-372; 2002b, pp. 463-464). De hecho, el “Fragmento” apenas esboza de un modo fragmentario y tentativo cuestiones que aparecerían desarrolladas de modo más claro y sistemático en textos posteriores, particularmente en el capítulo XIII del tomo I de El capital (“Maquinaria y gran industria”) y en el manuscrito “Resultados del proceso inmediato de producción” -escrito probablemente entre 1863 y 1864 y publicado póstumamente-. Enfatizamos nuevamente, sin embargo, que nuestro análisis no supone una oposición entre el “Fragmento” y El capital, sino que, por el contrario, procura reponer la coherencia existente entre ambos.
Lo que con razón ha llamado la atención de los lectores contemporáneos de este texto es el énfasis que en él pone Marx en las consecuencias potencialmente explosivas que conlleva el desarrollo de la gran industria para la vigencia de la ley del valor y por ende para la supervivencia del capital. Nos detendremos, por lo tanto, en este punto, cuyo núcleo conceptual es expuesto en el siguiente -y, sin dudas, decisivo- pasaje:
En la medida, sin embargo, en que la gran industria se desarrolla, la creación de la riqueza efectiva se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo y del cuanto de trabajo empleados, que del poder de los agentes puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, poder que a su vez -su power effectiveness- no guarda relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta su producción, sino que depende más bien del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología […]. El robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado, creado por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida, y por tanto el valor de cambio deja de ser la medida del valor de uso (MEGA II/1, pp. 581-582; 2001, II, pp. 227-228. Las cursivas son de Marx).
Contrariamente a las lecturas contemporáneas que se revisarán más adelante, aquí se considera que Marx no afirma la pérdida de vigencia de la ley del valor dentro del capitalismo. Según esta ley, el valor de la mercancía se determina por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción (MEGA II/6, p. 73; 2002a, p. 48). Pero según el texto en consideración, no es el valor lo que se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo con el desarrollo de la gran industria, sino la “riqueza efectiva”,1 término con el que Marx alude al valor de uso de la mercancía. La oposición entre estos conceptos es fundamental en el texto: de un lado la riqueza efectiva, material, única relevante en vistas de reproducir la vida de toda sociedad. Se le contrapone, del otro lado, la riqueza actual, específicamente capitalista, ahora sí el valor y sobre todo el plusvalor -erguidos sobre el tiempo de trabajo y su apropiación capitalista-.
En su reinterpretación de la crítica de la economía política de madurez de Marx, Moishe Postone (cfr. 2006, pp. 68-74) retoma el “Fragmento”, enfatizando la diferencia entre “valor” y “riqueza” y la dinámica específica que acarrean. Este planteo de Postone brinda la clave teórica para la lectura que proponemos aquí.2 Si bien con el desarrollo de la gran industria la ley del valor en sentido estricto sigue funcionando, se va gestando una contradicción entre el valor y la riqueza material. Mientras el primero sigue dependiendo del tiempo de trabajo socialmente necesario, la segunda depende crecientemente del desarrollo de la ciencia y la tecnología -fuerzas productivas sociales- que en el interior del proceso productivo se corporizan en el capital fijo. Según Marx, esta contradicción es constitutiva del capital:
El capital mismo es la contradicción en proceso, por el hecho de que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza. Disminuye, pues, el tiempo de trabajo en la forma de trabajo necesario, para aumentarlo en la forma de trabajo excedente […]. Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor (MEGA II/1, p. 582; 2001, II, p. 229).
A medida que acrecientan su importancia relativa la ciencia y la tecnología -así como todos los medios por los cuales se incrementan la productividad del trabajo y el plusvalor relativo- se profundiza la contradicción entre riqueza y valor. Esta contradicción es inmanente al capital en sus fases desarrolladas y no conlleva por sí misma el fin de la ley del valor; de hecho queda claro que esto último significaría, teóricamente, la resolución de esta contradicción y el derrumbe del capitalismo. Por eso, el capital tiende a reconstituir su base operatoria, siendo así su tendencia “por un lado la de crear disposable time [tiempo disponible], por otro la de to convert it into surplus labour [convertirlo en plustrabajo]” (MEGA II/1, p. 584; 2001, II, p. 232).
La pregunta que surge casi naturalmente es de qué dependería entonces el desplome de la producción basada en el valor. Cabe la siguiente reserva: el “Fragmento” -y en general la crítica de la economía política- se mueve en un nivel de abstracción demasiado elevado como para contestar semejante pregunta. Lo más que puede es señalar ciertas tendencias que podrían ir en ese sentido. La famosa ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia es la manifestación fenoménica más importante de la contradicción postulada aquí. Pues ella plantea que la tasa tendería a bajar con la reducción del componente variable del capital -es decir, la cantidad de trabajo inmediato empleada- en relación al constante.3 Incluso planteándose en un nivel analítico más concreto que el del “Fragmento”, esta ley señala una tendencia pero de ningún modo sella el destino del capitalismo -cabe recordar que Marx en el capítulo XIV del tomo III de El capital plantea una serie de factores que podrían contrarrestar al menos parcialmente sus efectos-. El “Fragmento”, en un nivel todavía más abstracto, atestigua la existencia de una brecha que opera en lo real apuntando a posibilidades emancipatorias latentes que, no obstante, en la realidad capitalista no podrían realizarse.
Una cuestión no fácil de determinar es el lugar asignado a la ciencia y la tecnología en el texto. Como en el proceso inmediato de producción estas se corporizan en el capital fijo, cabe empezar deteniéndose en el modo en que opera este último. Desde un punto de vista económico, hay que analizar su papel en al menos tres niveles. Desde la perspectiva del valor, el capital fijo -que opera como en general lo hace el capital constante- transmite al producto final progresivamente -a medida que se desgasta por su uso productivo- el valor que él mismo posee en tanto es a su vez producto de un proceso laboral previo (cfr. MEGA II/6, pp. 216-217; 2002a, p. 248). Desde otro punto de vista, el del valor de uso, permite producir una mayor cantidad de mercancías al incrementar la productividad del trabajo. Finalmente, el capital fijo incrementa el plusvalor (relativo) apropiado por el capital, no porque genere nuevo valor en el proceso inmediato de producción, sino porque al incrementar la productividad del trabajo permite abaratar los medios de subsistencia y, en la misma medida, el valor de la fuerza de trabajo. Esta operatoria básica de la ley del valor es la que explica la contradicción central señalada en el “Fragmento”: cuanto más desarrollado está el capital fijo, mayor es la productividad del trabajo, resultando con ello que en el mismo tiempo de trabajo se produce una mayor cantidad de valores de uso, viéndose disminuido a la vez el valor de cada mercancía individual. En definitiva: se obtiene mayor o igual riqueza con menor tiempo de trabajo invertido.
Sin embargo, el rol de la maquinaria como capital fijo no se agota simplemente en dicho papel económico. Al igual que en escritos posteriores, Marx enfatiza que el surgimiento de la maquinaria transforma la naturaleza concreta del proceso de trabajo de un modo que implica un nivel de enajenación del obrero cualitativamente superior a etapas anteriores. La máquina, que encarna el saber otrora en posesión de los obreros, se transforma en el sujeto del proceso productivo. El obrero es relegado a un papel pasivo y subalterno, mero apéndice de una máquina que determina el ritmo y la cualidad de su actividad:
La máquina, dueña en lugar del obrero de la habilidad y la fuerza, es ella misma la virtuosa, posee un alma propia presente en las leyes mecánicas que operan en ella […]. La actividad del obrero, reducida a una mera abstracción de la actividad, está determinada y regulada en todos los aspectos por el movimiento de la maquinaria, y no a la inversa. La ciencia, que obliga a los miembros inanimados de la máquina -merced a su construcción- a operar como un autómata, conforme a un fin, no existe en la conciencia del obrero, sino que opera a través de la máquina, como poder ajeno, como poder de la máquina misma, sobre aquél (MEGA II/1, p. 572; 2001, II, p. 219).
La máquina, entonces, subordina técnicamente al obrero, siendo entonces la expresión materialmente consumada del capital como sujeto succionador de trabajo vivo. Esto es lo que Marx quiere significar cuando afirma que la maquinaria es la forma más adecuada del capital fijo, y este último la forma más adecuada del capital en general (MEGA II/1, p. 573; 2001, II, p. 220).
Como capital fijo, la ciencia y la tecnología encarnan el poder del capital en el proceso material de trabajo. De este modo, Marx pareciera entender -contra lo que va a ser la posición hegemónica del marxismo- que aquellas no son neutrales. Sin embargo, su posición es más ambigua. Si bien la maquinaria funciona como un instrumento de dominación del trabajo inmediato, Marx no llega a plantear -ni aquí ni en otros textos- que una sociedad no capitalista requeriría una transformación de la base científico-tecnológica legada por el capital. Aun así, su análisis sigue siendo pionero en cuanto a analizar a la tecnología en su papel específico de instrumento de dominación del capital. Veremos, por ejemplo, cómo esta idea será retomada y reformulada por Marcuse. Por otro lado, hay que introducir una distinción adicional, pues tampoco su análisis reduce la ciencia y la tecnología a su papel en cuanto capital fijo.
Ya se señaló que con el desarrollo del capital fijo, la riqueza deviene cada vez más independiente del tiempo de trabajo, a pesar de que este último sigue funcionando como la “base miserable” sobre la que se asienta el capitalismo. Y he aquí un punto nodal: el capital fijo expresa el desarrollo alcanzado por los conocimientos teórico-prácticos de la humanidad, que se encarnan concretamente en aquel, pero lo anteceden. Para distinguir este nivel analíticamente más abstracto, Marx introduce el célebre concepto de general intellect:
La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ferrocarriles, telégrafos eléctricos, hiladoras automáticas, etc. Son éstos productos de la industria humana: material natural, transformado en órganos de la voluntad humana sobre la naturaleza o de su actuación en la naturaleza. Son órganos del cerebro humano creados por la mano humana; fuerza objetivada del conocimiento. El desarrollo del capital fijo revela hasta qué punto el conocimiento o knowledge social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata, y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del general intellect [intelecto general] y remodeladas conforme al mismo (MEGA II/1, pp. 582-583; 2001, II, pp. 229-230).
El concepto de general intellect refiere al nivel general de conocimiento alcanzado por la humanidad (ciencia), así como a los desarrollos tecnológico-prácticos vinculados a la misma. El capital fijo depende, en definitiva, de este conocimiento teórico-práctico generado por la especie humana; conocimiento que no está petrificado como algo “ya dado” sino que se encuentra en constante desarrollo. Así, y recapitulando lo anterior, el desarrollo evolutivo del general intellect y su imbricación creciente con la producción de mercancías comienza a tornar irracional -desde el punto de vista de las necesidades para la reproducción material de la vida- la vigencia de la ley del valor. Esto es así porque la riqueza efectiva depende ahora del desarrollo del general intellect antes que del trabajo inmediatamente empleado en la producción, del cual sin embargo sigue dependiendo la existencia del capital.
Un aspecto relevante que considerar es que el proceso de desarrollo, y específicamente el de producción del general intellect, parece ser considerado por Marx como algo relativamente independiente del proceso de producción capitalista:
Por cuanto la maquinaria, además, se desarrolla con la acumulación de la ciencia social, de la fuerza productiva en general, no es en el obrero sino en el capital donde está representado el trabajo generalmente social. La fuerza productiva de la sociedad se mide por el capital fixe, existe en él en forma objetiva y, a la inversa, la fuerza productiva del capital se desarrolla con este progreso general, del que el capital se apropia gratuitamente (MEGA II/1, p. 573; 2001, II, p. 221).
La idea de una apropiación gratuita de la ciencia y la tecnología por el capital llama la atención en primera instancia. De hecho, es inexacta estrictamente, pues el capital fijo tiene -como cualquier mercancía- un valor determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario en la medida en que él es el producto de un proceso productivo previo, el de las industrias encargadas de producir maquinaria. Sin embargo, Marx parece considerar que más allá de este hecho -que por lo demás reconoce explícitamente en otros textos-4la producción de maquinaria se basa ella misma en la apropiación previa de un fondo de conocimientos -el general intellect- que no son producidos por el capital. Es decir: considera el tiempo de trabajo directamente aplicado a la producción de maquinaria, pero no parece hacer lo mismo con el implicado en la producción de conocimiento propiamente dicho -investigación, generación de nuevo conocimiento teórico y aplicado, diseño y creación de tecnologías, etc.- que aquella supone.5 Así, Marx vincula la producción de conocimiento con el tiempo libre antes que con el tiempo de trabajo. A medida que los aumentos de productividad economizan tiempo de trabajo social, es mayor el espacio pasible de ser dedicado a la producción científico-tecnológica, la cual, en una espiral creciente, redundaría en un ahorro adicional de tiempo de trabajo (cfr. MEGA II/1, p. 589; 2001, II, p. 236). Este movimiento, según Marx, al calificar a los sujetos productivos, los enriquece individualmente a la vez que a la sociedad en su conjunto:
El ahorro de tiempo de trabajo corre parejo con el aumento del tiempo libre, o sea tiempo para el desarrollo pleno del individuo, desenvolvimiento que a su vez reactúa como máxima fuerza productiva sobre la fuerza productiva del trabajo […]. Ni qué decir tiene, por lo demás, que el mismo tiempo de trabajo no puede permanecer en la antítesis abstracta con el tiempo libre -tal como se presenta éste desde el punto de vista de la economía burguesa-. Al contrario de lo que quiere Fourier, el trabajo no puede volverse juego, pero a aquel le cabe el gran mérito de haber señalado que el ultimate object no era abolir la distribución, sino el modo de producción, incluso en su forma superior. El tiempo libre -que tanto es tiempo para el ocio como para actividades superiores- ha transformado a su poseedor, naturalmente, en otro sujeto, el cual entra entonces también, en cuanto ese otro sujeto, en el proceso inmediato de producción. Es éste a la vez disciplina -considerado respecto al sujeto que deviene- y ejercicio, ciencia experimental, ciencia que se objetiva y es materialmente creadora -con respecto al hombre ya devenido, en cuyo intelecto está presente el saber acumulado de la sociedad- (MEGA II/1, p. 589; 2001, pp. 236-237).
En este pasaje Marx sí parece referir al trabajo inmediato en términos de producción científico-tecnológica (lo cual habilitaría la lectura autonomista del “Fragmento” en clave de hegemonía del “trabajo inmaterial”). Sin embargo, a mi juicio el autor está teorizando al respecto de un modo tentativo sobre una situación poscapitalista. A favor de esta lectura está la indicación sobre la necesidad de superar la antítesis entre tiempo libre y tiempo de trabajo que permea la visión burguesa, así como la referencia a la necesidad de abolir el modo de producción vigente incluso en su forma superior. En esta línea, puede entenderse de un modo consecuente que el desarrollo liberador que presagia el texto solo podría llevarse a cabo enteramente una vez rotas las cadenas que atan el proceso productivo a las relaciones sociales capitalistas. En efecto: el círculo virtuoso que llevaría a la ampliación del tiempo libre no podría realizarse en el capitalismo más que de un modo incompleto y precario, ya que, como se señaló anteriormente, la necesidad de valorización del capital tiende a transformar parte del tiempo teóricamente disponible -aquel liberado por los aumentos anteriores en la productividad- en tiempo de plustrabajo. Esto significa que, de alguna manera, el capitalismo bloquea o al menos limita la sinergia entre automatización, aumento del tiempo libre y desarrollo de la ciencia y la tecnología.
En definitiva, el “Fragmento” atestigua el momento en que el capital deviene irracional: su dominio de la vida social no puede justificarse ya en nombre de un mejoramiento de las condiciones materiales de existencia. Incluso si lograra incrementar las fuerzas productivas -esa misión histórica que para Marx tiene el capital- lo haría con medios ya anticuados -particularmente, la explotación del trabajo a instancias de un tiempo que, bajo otra lógica social, estaría disponible para el ocio o para actividades “superiores”-. Se volverá sobre esta idea más adelante, ya que se entiende aquí que tiene capacidad para explicar algunos procesos contemporáneos y por lo tanto para recuperar la potencia heurística del “Fragmento” en la actualidad.
3. La lectura del “Fragmento” en la teoría crítica: Marcuse y Habermas
A principios de la década de los sesenta, apenas unos años después de que los Grundrisse se conocieran en Occidente, dos autores emblemáticos de la teoría crítica, como son Marcuse y Habermas, harían eco de la relevancia del “Fragmento”. Si bien no aportarán una lectura en detalle de este, sí harán señalamientos interesantes que conducen a perspectivas ligeramente diferentes que merecen nuestra atención.
En El hombre unidimensional (publicado por primera vez en EE. UU. en 1964), Herbert Marcuse cita extensamente el “Fragmento”. Aunque lamentablemente no hace un análisis minucioso del texto, resulta interesante recuperar el contexto argumental en el que lo introduce. El autor analiza los cambios que están acaeciendo entonces en la organización de la producción, y en particular pone de manifiesto el carácter potencialmente liberador de la tendencia hacia la automatización que avizora en su época:
La sociedad industrial avanzada se está acercando al estado en que el progreso continuo exigirá una subversión radical de la organización y dirección predominante del progreso. Esta fase será alcanzada cuando la producción material (incluyendo los servicios necesarios) se automatice hasta el punto en que todas las necesidades vitales puedan ser satisfechas mientras que el tiempo de trabajo necesario se reduzca a tiempo marginal. De este punto en adelante, el progreso técnico trascenderá el reino de la necesidad, en el que servía de instrumento de dominación y explotación, lo cual limitaba por tanto su racionalidad; la tecnología estará sujeta al libre juego de las facultades en la lucha por la pacificación de la naturaleza y de la sociedad. Tal estado está previsto en la noción de Marx de la “abolición del trabajo” (Marcuse, 1995, p. 46).
Marcuse enfatiza algunas tendencias que irían en esta dirección, como la reducción del trabajo directamente ligado al esfuerzo físico que resultaría de la creciente mecanización y la mayor importancia de la habilidad técnica y mental en el proceso productivo (1995, p. 54). Y, más importante incluso, señala que la automatización “tiende hacia el punto en el que la productividad viene determinada por las máquinas y no por el rendimiento individual” (1995, p. 59), lo cual conllevaría el fin de la medida del trabajo -pilar de la industrialización moderna y supuesto de la teoría marxiana de la plusvalía-.
Luego de una larga cita del “Fragmento” antecedida por la afirmación de que en él “casi un siglo antes de que la automatización llegara a ser una realidad, Marx vio sus posibilidades explosivas” (1995, p. 66), Marcuse señala, sin embargo, que dicha alternativa emancipatoria es sistemáticamente obturada por el sistema imperante. Precisamente porque la consumación de la racionalidad tecnológica significaría el fin de la sujeción general al aparato productivo es que la tendencia a la automatización es también obstaculizada:
En el estado actual del capitalismo avanzado, el trabajo organizado se opone directamente a la automatización, sin la compensación en el empleo. Insiste en la utilización extensiva de la fuerza de trabajo humano en la producción material y así se opone al progreso técnico. Sin embargo, al hacer esto, se opone también a la utilización más eficaz del capital: obstruye los esfuerzos intensificados para elevar la productividad del trabajo (Marcuse, 1995, pp. 67-68).
Marcuse articula una idea alineada con la que aparecía en el “Fragmento”, según la cual el capital transforma en plustrabajo tiempo que, teóricamente, podría quedar disponible para la sociedad. ¿Cómo efectúa el capital, más concretamente, esta operación? En este punto Marcuse avanza algunas ideas que permiten actualizar y precisar la ida marxiana, obviamente considerando desarrollos históricos que Marx no conoció en su tiempo. Hace alusión en particular a la creación de “falsas” necesidades de consumo (cfr. 1995, pp. 34-37) que, por más que sean interiorizadas por los sujetos, son en efecto impulsadas por el sistema para perpetuar la lucha por la existencia y la escasez. Se desarrolla un aparato productivo encargado de producir aquello superfluo que se ha vuelto sin embargo necesario desde el punto de vista del capital: “La publicidad, las relaciones públicas, el adoctrinamiento, la obsolescencia planificada, ya no son gastos generales improductivos, sino más bien elementos de los costes básicos de producción” (1995, p. 80). El sistema produce mercancías para su propia perpetuación material y cultural. Por eso afirma el autor que en la sociedad industrial avanzada la ideología se encuentra anclada en el mismo proceso material de producción y consumo (cfr. 1995, p. 41). Vale retener este análisis y sus consecuencias: la automatización no logrará sus efectos liberadores mientras no se plantee a fondo la pregunta por las necesidades que se satisfacen mediante el aparato productivo.6
Un aporte crucial de Marcuse estriba en su análisis del carácter político de la tecnología en cuanto instrumento de dominación. Ya señalamos que el abordaje marxiano en este punto es algo ambiguo: la tecnología en cuanto capital fijo es un instrumento de dominación del capital, mas cabe pensar que esta en otra sociedad con otros fines podría tener una función totalmente distinta. Marcuse desarrolla con más cuidado su posición, alejándose explícitamente de la tesis de la neutralidad política de la ciencia y la tecnología. Sin pretender desarrollar este complejo punto, cabe una síntesis de su planteo general, pues creemos que es relevante para una reapropiación contemporánea del “Fragmento”.
En cierta medida, Marcuse parte de la idea weberiana de la separación de la ciencia y la tecnología modernas respecto de valoraciones y fines particulares. Estas suponen un proceso de abstracción que las separa de los contextos concretos en que se gestan y de las valoraciones subjetivas de los sujetos que las producen. Es el concepto de una racionalidad meramente formal, que, aunque en el caso de la tecnología supone una orientación a la acción e incluso al control técnico de las cosas (acción instrumental), no prescribe fines o valores determinados, ni mucho menos supone una organización política o económica específicas. Una máquina de hilar, por ejemplo, sirve tanto a una empresa textil capitalista como a una cooperativa socialista.
Sin embargo, según Marcuse este proceso de abstracción no ocurre en un vacío cultural y social. Retomando planteamientos de La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental de Edmund Husserl, señala que ya la ciencia moderna nace, con Galileo, en el marco de un mundo precientífico, una Lebenswelt (término que se suele traducir como “mundo de la vida”) particular:
La abstracción científica de lo concreto, la cuantificación de las cualidades, que da exactitud tanto como validez universal, envuelven una experiencia concreta específica de la Lebenswelt: un modo específico de “ver” el mundo […]. La ciencia galileana es la ciencia de la anticipación y proyección metódica y sistemática. Pero -y esto es decisivo- de una anticipación y proyección específicas, o sea, aquella que experimenta, abarca y configura el mundo en términos de relaciones calculables, predecibles, entre unidades exactamente identificables. En este proyecto, la cuantificación universal es un prerrequisito para la dominación de la naturaleza. Las cualidades individuales no cuantificables se levantan en el camino de una organización de los hombres y las cosas de acuerdo con el poder medible que debe ser extraído de ellas. Pero es un proyecto sociohistórico específico, y la conciencia que asume este proyecto es el sujeto oculto de la ciencia galileana; la última es la técnica, el arte de la anticipación extendida hasta el infinito (1995, p. 191).
Lo que quiere decir Marcuse es que la “racionalidad formal” no deja de ser la abstracción de una práctica social específica, que en cuanto tal no puede trascender. Por eso apuesta por una racionalidad dialéctica, que pueda negar lo que es y apuntar hacia lo posible, aquello materialmente factible pero negado por el sistema imperante (cfr. 1995, p. 192). Según Marcuse, esto de ningún modo implicaría una vuelta a una era pretecnológica en la que el hombre se reencontraría espiritualmente con la naturaliza y consigo mismo sin mediaciones. Siguiendo a Marx, apunta que la ruptura con lo dado depende de la existencia continuada de su base técnica en la medida en que es ella la que permitiría la reducción del trabajo humano y la satisfacción de las necesidades. Sin embargo, Marcuse avanza más respecto a lo planteado por el filósofo alemán decimonónico y señala que también implicaría un cambio en la misma tecnología, que abandonaría su falsa pretensión de neutralidad para incorporar fines y valores y hacerse entonces conscientemente política. Se abriría entonces una nueva etapa para la empresa científico-tecnológica:
[…] el logro histórico de la ciencia y la técnica ha hecho posible la conversión de los valores en tareas técnicas: la materialización de los valores. Por consiguiente, lo que está en juego es la redefinición de los valores en términos técnicos, como elementos del proceso tecnológico. Los nuevos fines, como fines técnicos, operarán entonces en el proyecto y en la construcción de la maquinaria y no sólo en su utilización (1995, p. 260).
Si la abstracción y descontextualización propias de la tecnociencia moderna fueron en definitiva funcionales a un proyecto de dominación específico -el capitalismo-, un proyecto alternativo con características emancipatorias supondría la implicación de aquella con fines y valores igualmente emancipatorios.7 De este modo, Marcuse tematiza una cuestión que en el texto marxiano quedaba en un estado de ambigüedad: el proyecto que culmina en el desarrollo pleno del individuo social que imaginaba Marx supone no solo el desarrollo instrumental de la ciencia -es decir, aquel que redunda en la reducción del tiempo de trabajo- sino también su estructuración de acuerdo a fines alternativos y, por ende, su metamorfosis cualitativa.
Consideremos ahora la lectura que ofrece Habermas. En uno de los ensayos incluidos en Teoría y praxis, libro publicado por primera vez en 1963, hallamos una interpretación del “Fragmento” escueta pero sugestiva retrospectivamente. En efecto: anticipándose a las lecturas dominantes desde la década de los noventa, Habermas sostiene que en él arriesga Marx una revisión de la teoría del valor.
El contexto de este planteo es una discusión sobre la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia planteada en el tomo III de El capital:
La controversia sobre la ley de la caída tendencial de la cuota de beneficio es instructiva, porque introduce directamente en la problemática teórico-valorativa de la productividad del trabajo. Marx toma en consideración la introducción de máquinas que ahorran trabajo, bajo el punto de vista de un ahorro del capital variable en proporción a la tasa ampliada de capital constante. Pero en la subsunción bajo la expresión de valor del capital constante de las máquinas introducidas descuida su especificidad, que se descubre en el notable fenómeno concomitante de una cuota de plusvalía creciente. Con la mecanización de la producción no sólo se modifica en general la composición orgánica del capital, sino en la forma específica que permite al capitalista retener de una masa dada de fuerza de trabajo (transferida a máquinas o a máquinas mejores) una tasa mayor de plustrabajo (Habermas, 1987, p. 242).
Para entender este planteo, recordemos que la baja tendencial se originaba, según Marx, en el hecho de que con el aumento de la composición orgánica del capital disminuía la parte del capital variable (fuerza de trabajo), única fuente de nuevo valor según la teoría marxiana. Ciertamente, Marx plantea también que el mismo aumento de la composición orgánica conlleva un mayor grado de explotación de la fuerza de trabajo -por la disminución de su valor, que resulta del abaratamiento de los medios de subsistencia-. Este incremento del plusvalor fue denominado por Marx como “relativo” precisamente porque la apropiación por el capital ocurre a expensas del tiempo de trabajo socialmente necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo. Sin embargo, lo que plantea Habermas en la cita es que Marx no habría considerado una fuente del valor adicional, vinculada con “aquel tipo de trabajo que, aunque él mismo no es productivo, se emplea para elevar el grado de productividad del trabajo” (1987, p. 243). Es en este punto que el autor introduce el “Fragmento”, señalando que allí:
[…] se encuentra una reflexión sumamente interesante de la que se desprende que el mismo Marx consideró en una ocasión al desarrollo científico de las fuerzas técnicas de productividad como posible fuente de valor. Marx restringe allí la presuposición teórico-valorativa relativa al trabajo de que el “quantum de trabajo empleado es el factor decisivo de la producción de riqueza” (Habermas, 1987, p. 243).
Es aquí donde Habermas cita el pasaje del “Fragmento” en el cual se plantea que con la gran industria la creación de riqueza depende menos del tiempo de trabajo que del estado de desarrollo de la ciencia y la tecnología, sentenciando inmediatamente que “Marx abandonó este pensamiento ‘revisionista’; no pasó a formar parte de la versión definitiva de la teoría del valor-trabajo” (1987, pp. 243-244).
Como ya señalamos, la cuestión de la ley de la baja tendencial está conectada con el “Fragmento” en la medida en que la primera puede entenderse como una expresión fenoménica de la contradicción planteada en el texto. Sin embargo, Habermas propone una lectura diferente e incluso opuesta: el “Fragmento” ofrecería una revisión de la teoría del valor que permitiría también poner sobre la mesa la tendencia a la crisis predicha por dicha ley. En efecto, Habermas introduce una consideración empírica a favor de esta revisión de la teoría del valor: el hecho de que la tendencia decreciente de la tasa de ganancia no se habría verificado en el siglo XX, incluso cuando el estándar de vida de la clase trabajadora ha mejorado notoriamente respecto al prevaleciente en el siglo anterior. Contrariamente a la idea -supuestamente marxiana- de una crisis económica inmanente al sistema, el capitalismo maduro sería pasible de ser administrado -y volverse sustentable- políticamente:
Si, por el contrario, se parte de la suposición de que a partir del incremento de la productividad brota valor per se, entonces cabe mostrar que en el marco del sistema capitalista la plusvalía alimentada a partir de una doble fuente puede ser suficiente, bajo determinadas circunstancias, para asegurar al mismo tiempo simultáneamente una cuota de beneficio adecuada y un nivel creciente de los salarios reales. Ciertamente, el sistema reproduce a partir de sí la tendencia a limitar, sobre la base de relaciones de producción antagónicas, la fuerza de consumo de la gran masa de la población; sin embargo, bajo el presupuesto de una teoría revisada del valor-trabajo, una regulación política de las relaciones de distribución no sería incompatible con las condiciones de una producción orientada a la maximización del beneficio (Habermas, 1987, p. 248).
¿Qué significa esta suposición según la cual “a partir del incremento de la productividad brota valor per se”? ¿Cuál sería estrictamente esta nueva fuente del valor a la que refiere el autor inspirándose, supuestamente, en el “Fragmento” de Marx? A mi juicio, la formulación de Habermas en este punto es algo ambigua, pero puede captarse el sentido al que apunta su argumentación. Cuando analizamos el “Fragmento”, señalamos que allí Marx tendía a considerar el desarrollo científico-tecnológico en términos de un fondo de conocimientos de la humanidad (el general intellect) que eran apropiados pero no producidos estrictamente por el capital. Considerando la evolución del capitalismo tardío, hay razones para interpelar esta idea retrospectivamente. Aunque la producción de ciencia y tecnología es en buena medida financiada estatalmente, una parte considerable es ahora también desarrollada en el ámbito privado, bajo una lógica estrictamente capitalista. Sin embargo, el planteo de Habermas en este texto no parece reducirse a la necesidad de reconocer que el trabajo científico-tecnológico desarrollado en las industrias capitalistas también produce plusvalía. Pues ¿por qué esto implicaría una revisión de la teoría del valor y no un simple reconocimiento de que el “trabajo productivo” incluye no solo al trabajo manual, sino también trabajos como los vinculados a la producción de conocimiento científico y tecnológico? Habermas no brinda en el texto una respuesta clara a esta pregunta.
Más allá de sus lagunas y de lo escueto que resulta, el planteo habermasiano avanza hacia una revisión de la teoría del valor bastante radical, al punto de anularla. Como ya anticipamos, esta lectura “revisionista” del “Fragmento” pasa por alto la contradicción central que, según nuestra interpretación, este establecía entre “valor” y “riqueza”: no es el valor de cambio sino el valor de uso el que según Marx se desconecta crecientemente del trabajo inmediato utilizado en el proceso productivo. En su lectura -y en definitiva en su propio planteo propositivo-, Habermas se desentiende de esta distinción crucial y supone que el desarrollo de la ciencia y la tecnología se constituye en una fuente de valor paralela y diferente a la considerada por Marx -el trabajo inmediato-.8 Así, parece desentenderse de la distinción marxiana entre capital variable y capital constante y de la idea de que solo el trabajo -sea manual, intelectual, etc.- produce valor. A la luz de esta reconsideración se comprende que Habermas sostenga que el “Fragmento” es un texto revisionista, pues efectivamente una idea tal rompe con la teoría del valor marxiana -y, por extensión, con su crítica de la economía política, que indudablemente se asienta sobre ella-. Por otro lado, ya soslayada la distinción entre valor y riqueza, la idea habermasiana de que el capitalismo tardío se ha vuelto sustentable al superar su contradicción inmanente se vuelve admisible teóricamente.9
Lejos de ser observaciones marginales, estas ideas de Habermas son profundizadas en textos posteriores. Así, por ejemplo, en un célebre escrito de 1968, “Ciencia y técnica como ideología”, señala como una tendencia central del capitalismo tardío el hecho de que:
[…] la ciencia y la técnica se convierten en la primera fuerza productiva, y con ello, caen las condiciones de aplicación de la teoría del valor trabajo de Marx. Pues ya no tiene sentido computar las aportaciones al capital debidas a las inversiones en investigación y desarrollo, sobre la base del valor de la fuerza de trabajo no cualificada (simple) si, como es el caso, el progreso técnico y científico se ha convertido en una fuente independiente de plusvalía frente a la fuente de plusvalía que es la única que Marx toma en consideración: la fuerza de trabajo de los productores inmediatos tiene cada vez menos importancia (Habermas, 1986, p. 87).
Es interesante destacar el contraste entre este planteo de Habermas y el de Marcuse que revisamos en el apartado anterior. Aunque Marcuse veía que el sistema científico-tecnológico se transformaba en el capitalismo tardío en un instrumento central de dominación, no dejaba de ver en la tendencia a la automatización que este conllevaba -y esto en línea con su lectura del “Fragmento”- un potencial disruptivo que, con todo, se trataba de contener (mediante la creación de “falsas necesidades”, por ejemplo). Este potencial subversivo es el que se borra totalmente en el planteo habermasiano, en el cual el desarrollo científico-tecnológico genera una fuente adicional de plusvalía que disuelve el carácter contradictorio del capitalismo y lo torna sustentable. No es casual entonces que en sus escritos Habermas tenga que buscar las huellas del potencial emancipatorio de la modernidad en una instancia en definitiva exterior al propio capitalismo: la acción comunicativa.
Cabe agregar también que Habermas, sugestivamente, discrepa abiertamente con Marcuse en la idea de que la emancipación suponga una transformación cualitativa de la ciencia y la tecnología existentes. Para él, la conexión de la tecnociencia con la racionalidad instrumental unidimensional no es parte de un proyecto de dominación específico, sino que es una tendencia evolutiva insuperable, lo cual torna a la idea marcusiana de una técnica que incorpora valores y fines políticos en un resabio romántico (cfr. Habermas, 1986, pp. 61-63). En lugar de transformarla, para Habermas de lo que se trata es de limitar la técnica de modo que no colonice con su lógica instrumental espacios que no le corresponderían -para resumir, la esfera pública comunicativa en la que los agentes dialogan y llegan a acuerdos intersubjetivos basados en argumentos racionales y no en estrategias de poder-.
4. Revisión crítica de la interpretación autonomista del “Fragmento”
Más allá del interés que generó el “Fragmento” en planteamientos relevantes, como los de Habermas y Marcuse en la década de los sesenta, sin lugar a duda es la relectura que el autonomismo italiano plantea desde principios de la década de los noventa10 la que lo ha transformado en uno de los textos más populares de Marx en los últimos tiempos.
Aunque los planteamientos autonomistas discrepan en muchos aspectos con Habermas, puede señalarse, a riesgo de cierta simplificación, que comparten con el filósofo alemán la hipótesis “revisionista” en lo que hace a la relectura del “Fragmento”. Esto significa que utilizan el texto para ensayar la revisión de la teoría del valor marxiana. Como señala Starosta (2012b, p. 123), puede decirse también que sostienen una lectura “etapista”, en el sentido de que el texto de los Grundrisse permitiría tematizar una nueva fase en la historia del capitalismo, la cual exigiría herramientas teóricas diferentes a las que Marx utilizara en su obra cumbre para estudiar fundamentalmente el capitalismo industrial. A esta fase la suelen denominar “posfordismo”, término con el que aluden al capitalismo que empieza a conformarse tras la crisis de la década de los setenta y que alcanza una fisonomía más madura a principios de la década de los noventa. Lo que voy a sostener a continuación es que la lectura autonomista del “Fragmento”, a pesar de ser rica y sugestiva en cuanto a sus proyecciones contemporáneas, adolece en muchas de sus formulaciones de algunas confusiones teóricas que deben ser revisadas.
En líneas generales, el autonomismo sostiene que el “Fragmento” tematiza un estadio dentro del propio capitalismo en el que la teoría del valor entra en crisis como resultado de una transformación cualitativa en el proceso de producción. ¿De qué trataría esta transformación? En el pionero e influyente ensayo “Algunas notas a propósito del ‘General Intellect’”, cuya publicación original data de 1990, Virno plantea la cuestión del siguiente modo:
¿Qué sostiene Marx en el “Fragmento”? Una tesis muy poco “marxista”: el saber abstracto -el saber científico en primer lugar, pero no sólo- tiende a volverse […] ni más ni menos que la principal fuerza productiva, relegando a una posición marginal al trabajo parcelizado y repetitivo. Se trata del saber objetivado en el capital fijo, que se ha encarnado (o mejor dicho, se ha hecho de hierro) en el sistema automático de las máquinas. Marx recurre a una imagen bastante sugestiva para designar el conjunto de los conocimientos abstractos […] que, al mismo tiempo, constituyen el epicentro de la producción social y organizan todo el contexto de la vida: él habla de general intellect, de un “cerebro general” (Virno, 2003, p. 78).
Cabe notar, para empezar, la insistencia en la idea de que el “Fragmento” plantea una tesis “poco marxista”. Es una lectura con fuerte arraigo en el autonomismo: el “Fragmento” se opondría a lo escrito por Marx en otros textos, particularmente en El capital. Obviamente esto se vincula con los dos rasgos que ya anticipamos que caracterizarán a la relectura autonomista: el “revisionismo” y el “etapismo”.11 Esta lectura dice entonces que el saber abstracto se transforma en la principal fuerza productiva desplazando al trabajo realizado por el operario. Ahora bien: retomando lo planteado anteriormente, debe notarse que una cosa es afirmar que el desarrollo tecnológico se transforma en el vehículo fundamental de la producción de riqueza entendida en términos de valor de uso -es decir, productos que satisfacen necesidades sociales- y otra muy distinta afirmar que dicho desarrollo ha devenido una nueva fuente de valor que relevaría o se agregaría al trabajo aplicado directamente a la producción. En las formulaciones del autonomismo tiende a haber cierto solapamiento entre estos dos planteamientos porque, al igual que Habermas, no distinguen con claridad en sus lecturas entre las categorías de “valor” y “riqueza” (y sus respectivas fuentes). No por casualidad el planteamiento de Virno -pionero dentro del autonomismo- cae en ambigüedades teóricas y en rodeos innecesarios. Así, por un lado, sostiene que el “Fragmento” afirma que la ley del valor es corroída por el desarrollo histórico del capitalismo, y que por lo tanto la hipótesis de crisis que se desprende de este no se infiere del pleno desarrollo de esta ley -para el autor este sería el caso de la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia-.12Por otro lado, sostiene que “el capital no deja por ello de medir las gigantescas fuerzas sociales por el rasero del tiempo de trabajo” (Virno, 2003, pp. 78-79). Este planteamiento, entonces, da un paso adelante al afirmar la pérdida de vigencia de la ley del valor para, inmediatamente, dar un paso atrás y reconocer nuevamente su funcionamiento.13
Desde nuestra perspectiva, aquí se incurre en un rodeo teóricamente inconsistente o, cuando menos, innecesario. Lo que Virno explicita en términos de una “contradicción desgarradora entre un proceso de producción que se apoya ahora directa y exclusivamente en la ciencia, y una unidad de medida de la riqueza que coincide aún con la cantidad de trabajo incorporado en los productos” (Virno, 2003, p. 79) puede asirse como una consecuencia del desarrollo inmanente de la ley del valor tal como es expuesta en El capital -desarrollo que conlleva una creciente tensión entre el valor y la riqueza material, como se sostuvo en el apartado segundo- y no como su negación.
En vistas de profundizar este análisis crítico de la recepción autonomista del “Fragmento”, resulta pertinente revisar someramente los argumentos que esgrime esta corriente para afirmar la pérdida de vigencia de la ley del valor como consecuencia de la centralidad adquirida por el general intellect.14 En un artículo de Antonio Negri publicado originalmente en 1992 en la revista Futur Antérieur pueden encontrarse los argumentos centrales, que después serán retomados por otros autores. Según Negri, el “Fragmento” constata:
[…] la extraordinaria desproporción cuantitativa que existe entre el tiempo de trabajo utilizado y su producto y la discordancia cualitativa existente entre el trabajo abstracto y la fuerza de los procesos que controla. La ley del valor presuponía, en efecto, la posibilidad de reducir cuantitativamente el trabajo concreto a unidades simples de trabajo abstracto y transformar el trabajo cualificado (y el trabajo científico) en suma de unidades de trabajo abstracto. La ley del valor consistía en la efectividad del mencionado cálculo. Pero aquí, en el sistema automático de máquinas […] desproporción cuantitativa y discordancia cualitativa “hacen saltar” todo multiplicador de la unidad de trabajo simple. Se desprende de ello que, bajo esta forma, la ley del valor entra en crisis (Negri, 1999, p. 128).
Este argumento para exponer la crisis de la ley del valor es curioso en este contexto porque no tiene ningún lugar en el texto marxiano del que pretende desprenderse. En efecto: como vimos, en el “Fragmento” la ciencia y la tecnología no se entienden como “trabajo”, sino como elementos que preexisten al proceso productivo y que en este llegan a corporizarse en el capital fijo. El concepto de general intellect de Marx poco tiene que ver, en este punto, con el concepto de “trabajo inmaterial” acuñado por Negri.15
Más allá de esto, y aunque el tema es complejo y su revisión completa escapa a los objetivos de este escrito, cabe apuntar que el argumento de Negri propiamente dicho dista de ser autoevidente. El tiempo de trabajo de investigación y diseño no es, ciertamente, fácil de determinar ex-ante, pero cuando se desarrolla en el marco de grandes conglomerados industriales que planifican la producción científico-tecnológica en busca de ganancias regulares no es algo enteramente azaroso e imposible de cuantificar. Y, más importante aún, el argumento de Negri descansa en una lectura ortodoxa de la teoría del valor-trabajo que Marx presenta en el primer capítulo de El capital, según la cual el “trabajo abstracto”, que funciona como unidad de medida del valor, depende de una determinada configuración material, concreta, del trabajo. Así, en el texto Negri sostiene que el trabajo intelectual, calificado o inmaterial -presumiblemente en oposición al trabajo manual o material- no podría reducirse a unidades de trabajo abstracto. Pero como han sostenido lecturas heterodoxas, como las de Bonefeld (2010), Holloway (2011, partes IV y V) y Postone (2006, cap. IV) -por mencionar solamente algunas relativamente recientes-, la categoría de “trabajo abstracto” no referiría a una realidad fisiológica (gasto de energía simple), sino a una social (el tiempo de trabajo socialmente necesario) que se impone como medida de las actividades de los productores y en cuanto tal funciona como una abstracción real que regula las relaciones sociales en el sistema capitalista. Por el contrario, Negri supone que un cierto trabajo concreto (“trabajo inmaterial” o “calificado”) no podría reducirse, por sus características inmanentes, a trabajo abstracto. El supuesto implícito que opera, entonces, es que el “trabajo abstracto” y el “valor” dependen en definitiva de una cierta configuración del trabajo concreto, y no de la forma histórica (capitalista) en que en un momento determinado se constituyen las relaciones sociales de producción.16
La segunda cuestión que Negri enfatiza del “Fragmento” es que en él se delinearía un escenario en el que emergería un nuevo sujeto: la fuente de valor y riqueza ya no estaría en el trabajo inmediato, sino en el individuo social y su actividad combinada (1999, p. 131). Esta idea ha sido retomada por distintos autores de la corriente para interpretar críticamente el escenario “posfordista” (cfr. Fumagalli, 2010, pp. 274-275 y Vercellone, 2011, pp. 228-229). La posibilidad de medir el valor entraría en crisis cuando este pasa a depender de un trabajo presuntamente cooperativo, relativamente autónomo del capital y que además se difunde más allá de los límites de la fábrica. En Multitud -segunda entrega de la célebre trilogía iniciada con Imperio-, Hardt y Negri se refieren a esto en términos de lo que denominan “lo común”, una característica esencial de las distintas capacidades que involucra el “trabajo inmaterial”:
En la actualidad, una teoría de la relación entre el trabajo y el valor ha de basarse en lo común. Lo común aparece en ambos extremos de la producción inmaterial como condición previa y como resultado. Nuestro conocimiento común es el fundamento de toda producción nueva de conocimiento; la comunidad lingüística es la base de toda innovación lingüística; en nuestras relaciones afectivas existentes se funda toda producción de afectos (Hardt y Negri, 2004, p. 179).
A partir de este planteamiento, los autores avanzan en la reformulación del concepto de “explotación” en un escenario en el que el valor se encontraría más allá de toda medida posible:
Bajo el paradigma de la producción inmaterial, la teoría del valor no puede concebirse en términos de unidades de tiempo, ni la explotación puede entenderse en esos términos. Y así como debemos comprender la producción del valor en función de lo común, también hay que tratar de concebir la explotación como la expropiación de lo común. En otras palabras, lo común se ha convertido en el locus de la plusvalía. La explotación es la apropiación privada de una parte o de la totalidad del valor producido en común (Hardt y Negri, 2004, p. 181).
Esta idea sobre “lo común” termina de aclarar uno de los núcleos teóricos en los que el análisis autonomista se separa definitivamente del marxiano. Cabe recordar que Marx estableció claramente el devenir colectivo-cooperativo del trabajo como una tendencia fundamental en el desarrollo histórico del capitalismo. Ya antes de la revolución industrial, la manufactura impulsa la división del trabajo, resultando de ella que el sujeto del proceso productivo es el trabajador colectivo antes que el individuo aislado. Con la gran industria, por su parte, la actividad cooperativa de los operarios no desaparece, pero lo “común” cobra la forma preponderante del saber científico-tecnológico de la especie humana (general intellect), que en el proceso de producción se corporiza en el capital fijo. Son estos elementos los que hacen a las condiciones materiales para los aumentos de productividad, esto es: más riqueza material en términos de valor de uso con igual o menor tiempo de trabajo (valor). En otras palabras: en Marx, la tendencial centralidad de “lo común” es la que conlleva a ahondar la contradicción entre valor y riqueza material (tal como la expusimos en el apartado segundo).
Muy por el contrario, el autonomismo plantea que “lo común” se constituye como una fuente de plusvalía independiente de la considerada por la teoría del valor de Marx -el tiempo de trabajo socialmente necesario-. En este sentido, y tal como sucedía en Habermas, se presume un cambio en la fuente del valor que implica la anulación de la tensión entre la categoría de valor y la de riqueza material, haciendo que el capitalismo pierda su carácter contradictorio. Lo que todavía subsiste en los planteamientos del autonomismo es el intento por plantear la cuestión en términos de un antagonismo de clase. Por un lado, la multitud con la potencia constituyente de un trabajo inmaterial “fuera de toda medida”; por el otro lado, un capital parasitario que busca apropiarse de esa potencia opresivamente (cfr. Hardt y Negri, 2002, p. 314). Para dar cuenta de esta puja de poder en la etapa “posfordista”, los autores retoman y reformulan algunas de las categorías de la crítica de la economía política con las que Marx buscaba asir la naturaleza específica de las relaciones sociales y de la dinámica capitalista. No obstante, atendiendo al problemático uso que hacen de las categorías centrales de la teoría del valor marxiana, resulta inevitable preguntarse si la persistencia en su utilización excede el mero ejercicio retórico e, incluso, si la reformulación que ofrecen de estas categorías es en definitiva consistente.
En el próximo y último apartado plantearemos las conclusiones de este escrito, recogiendo las interrogantes principales que fuimos dejando planteadas en vistas de responder al menos parcialmente una pregunta crucial: ¿qué tiene que decirnos el “Fragmento sobre las máquinas” sobre el capitalismo actual?
5. Conclusiones: el “Fragmento sobre las máquinas”, su recepción y potencialidades para una teoría crítica del capitalismo contemporáneo
En la recepción contemporánea del “Fragmento sobre las máquinas” identificamos una línea de interpretación que en las últimas décadas ha popularizado el autonomismo italiano, pero cuyo primer antecedente lo constituyen algunos planteamientos de Habermas de la década de los sesenta. Según esta, el “Fragmento” tematizaría una fase novedosa del capitalismo que pondría en cuestión la teoría del valor. El concepto de general intellect daría cuenta de la nueva fuente del valor, que Habermas vinculaba con el desarrollo científico-tecnológico que devenía principal fuerza productiva en el capitalismo avanzado. Tres décadas más tarde, el autonomismo plantea una idea similar aunque con sutiles diferencias: interesado en sostener la categoría de “trabajo” que Habermas pretendía relevar,17 sería ahora el “trabajo inmaterial” la nueva fuente de valor que, siendo inconmensurable, pondría en duda la formulación clásica de la teoría del valor de Marx.
La lectura alternativa del “Fragmento” que delineamos, en contraste, sostiene que lo que este hace es proyectar una alternativa emancipatoria que, lejos de contradecir la teoría del valor, emerge de su propio desenvolvimiento. En efecto, el curso de este conlleva una contradicción creciente entre el valor -dependiente del tiempo de trabajo socialmente necesario- y la riqueza -cada vez más dependiente del desarrollo científico-tecnológico, de la dimensión cooperativa del trabajo, y menos del tiempo de trabajo-. La resolución de esta contradicción se proyecta como una posibilidad que, no obstante, no podría realizarse en el capitalismo, ni siquiera en una eventual “nueva etapa”.
¿Qué ventajas acarrearía esta segunda interpretación? Ante todo, y haciendo abstracción de la cuestión de su potencialidad para el análisis del capitalismo contemporáneo, posee una ventaja indudable desde el punto de vista estrictamente teórico. Al no suponer un quiebre con la teoría del valor marxiana, mantiene el planteamiento en el marco de la crítica de la economía política y sus categorías fundamentales. En contraste, la primera interpretación rompe con la lógica interna con la que Marx construyó sus categorías, hasta el punto de vaciarlas de contenido. Vimos, por ejemplo, cómo dicha relectura pasaba por alto la distinción crucial entre riqueza o valor de uso y valor, haciendo caso omiso de sus respectivas y diferentes fuentes. Lo mismo sucedía con la tesis de la inconmensurabilidad del trabajo inmaterial, que en última instancia desatendía la también crucial distinción entre trabajo concreto y trabajo abstracto.
Remarcado este punto, se plantea la pregunta acerca de si esta segunda línea de interpretación, además de ser consecuente con las categorías de la crítica marxiana, posee potencialidades heurísticas para el análisis del capitalismo contemporáneo. Aunque aquí no podemos abordar esta cuestión de un modo exhaustivo, sí podemos trazar algunas líneas respecto de la dirección hacia la que podría ir dicha indagación. Las plantearemos de modo tentativo recuperando algunas ideas que esbozamos a lo largo de este trabajo.
Sobre el final del análisis del “Fragmento” que realizamos en el segundo apartado, delineamos una consecuencia que emergía de la contradicción entre valor y riqueza: el capitalismo tiende a obstaculizar el potencial liberador del desarrollo científico-tecnológico mediante la trasformación de una porción del tiempo disponible en tiempo de plustrabajo. ¿Cómo se ha efectuado, históricamente, esta transformación? El análisis de Marcuse -poco recuperado en los estudios contemporáneos del capitalismo- ofrecía al respecto una intuición poderosa. El capital en parte estimula y en parte bloquea la tendencia a la automatización. Insiste en el uso extensivo de la fuerza de trabajo pero, sobre todo, fomenta la expansión de industrias y servicios que producen y satisfacen a la vez una serie de “falsas necesidades”. Este concepto puede recuperarse en la actualidad, siempre y cuando se disocie de una idea esencialista sobre las necesidades humanas. El mismo Marcuse (1995, p. 36) plantea la distinción entre necesidades verdaderas y falsas en otros términos, ya que ninguna necesidad es en última instancia -más allá de un nivel biológico básico- “verdadera” en el sentido de ser natural. La distinción es histórica, social, y también tiene una dimensión normativa: son falsas las necesidades que el sistema capitalista produce y reproduce para su propia perpetuación. El planteamiento va en la misma línea que el “Fragmento”, que como señalamos procura marcar el momento teórico en el cual el capital deviene irracional desde la perspectiva de la reproducción material de la sociedad.
La contracara de la ampliación de las necesidades es la ampliación concomitante de la esfera del trabajo productivo, que incluye crecientemente lo que el autonomismo denomina “trabajo inmaterial”. Ya señalamos que el “Fragmento” no es el mejor texto de Marx para explorar este tema, puesto que una lectura atenta de este nos muestra que allí la ciencia y la tecnología se tratan sea como capital fijo, sea como un fondo de conocimientos producidos al margen del capital, pero escasamente como trabajo vivo. El capital ha legado, no obstante, un concepto clave poco atendido por dicha corriente: el de “trabajador colectivo”. Este concepto señala la tendencial importancia que va ganando, con el desarrollo del capitalismo, el carácter cooperativo del trabajo, del cual resulta que la mercancía individual es el resultado de un trabajador colectivo que en su interior incluye distintas funciones, algunas de naturaleza manual, otras de naturaleza intelectual. Con esto se amplía el concepto de “trabajo productivo”, entendiendo por tal aquel que produce plusvalor. En este punto Marx deja bien en claro que este concepto conlleva una determinación social: que un trabajo produzca valor no depende en absoluto de su naturaleza material o inmaterial o de otros aspectos del trabajo concreto, sino de la relación social en el que se enmarca. Así, señala con un ejemplo sugestivo que “un maestro de escuela, por ejemplo, es un trabajador productivo cuando, además de cultivar las cabezas infantiles, se mata trabajando para enriquecer al empresario” (MEGA II/6, p. 478; 2002b, p. 616).
En este sentido, la creciente importancia del “trabajo inmaterial”, lejos de invalidar per se la teoría del valor como sostiene el autonomismo, sería resultado de su propia dinámica contradictoria. En cuanto máquina succionadora de trabajo vivo, el capital buscaría compensar la reducción del tiempo de trabajo en algunas esferas (las del trabajo industrial, por ejemplo) colonizando nuevas ramas productivas y actividades. Entre ellas se destacan hoy las vinculadas al conocimiento y la cultura, que, como vimos, el “Fragmento” todavía tematizaba, con el concepto de general intellect, en términos de un fondo de conocimientos todavía no completamente subsumido al capital. Con su creciente colonización, el capital logra no solo exorcizar su fantasma (la reducción del tiempo de trabajo), sino también desplegarse en una escala ampliada.18 Aunque es claro entonces que el capitalismo está lejos de caer automáticamente por sus contradicciones, estas le son esenciales y no desaparecen: “La producción capitalista tiende a superar estos límites que le son inmanentes, pero sólo lo consigue en virtud de medios que vuelven a alzar ante ella esos mismos límites, en escala aún más formidable” (MEGA II/15, p. 246; 2006, p. 321).
Esta perspectiva permitiría recuperar con otra impronta los avances que el mismo autonomismo ha efectuado respecto del “trabajo inmaterial” y el potencial cortocircuito que implicaría para la economía capitalista. Pero se trataría justamente de eso: un potencial cuya actualización requeriría un proceso de construcción política. Una teoría crítica tiene que indagar el presente detectando las posibilidades que en él no pueden realizarse, rehusando de todo fetichismo que apele acríticamente a las características positivas de lo existente. La teoría crítica de la tecnología de Marcuse que revisamos apuntaba justamente en esta dirección: frente a la pretendida neutralidad de esta, procura develar su dependencia respecto del sistema de dominación existente y plantear la necesidad de emprender un proyecto tecnológico-político alternativo que busque explotar sus potencialidades reprimidas. Esta metodología de análisis podría ser fructífera también para la exploración de alternativas en torno al “trabajo inmaterial” y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Así, la abolición de la ley del valor a la que refería el “Fragmento” no sería un hecho actual, sino una posibilidad que iría cobrando mayor relevancia en el trascurso histórico del capitalismo, sin poder realizarse en este sistema (cfr. Postone, 2006, pp. 70-71). Esto último requeriría la articulación de un proyecto político consecuente, siendo una de las funciones centrales de una teoría crítica colaborar en la elucidación de sus condiciones de posibilidad.