Introducción
Los esfuerzos de cambio de orientación sexual e identidad y expresión de género (en adelante ECOSIG) han sido mal llamados “terapias de conversión” o de “reorientación sexual”. Este tipo de prácticas fueron prohibidas en 2020 en la Ciudad de México, el Estado de México, Baja California Sur, Yucatán y Zacatecas (Edgar Ulises, 2021). Además, hay iniciativas en diferentes entidades de la república mexicana, y una a nivel federal, para seguir estos ejemplos. Mi propuesta de investigación es sumar, mediante una investigación antropológica, a la discusión de este tema tan debatible. En específico, el objetivo de este artículo es mostrar las violencias en los contextos sociales, familiares y culturales donde crecieron actores que acudieron a algún tipo de ECOSIG. Pongo de manifiesto que las violencias experimentadas en estos espacios son sólo el punto culminante de un continuum de violencia que comienza en la infancia.
Los ECOSIG son muy diversos en México, van desde retiros espirituales, prácticas rituales, hasta terapias con psicólogos profesionales. Sin embargo, los resultados de mi investigación revelan que se basan en premisas epistemológicas muy similares. Para comenzar, es interesante que todos los que he podido localizar tienen una base o relación cristiana más o menos evidente. Es probable, entonces, que la concepción de la mo ral cristiana sea una gran influencia para la creencia presente en todas estas prácticas de que únicamente existen los sexos de hombre y mujer, los que definen el género y cimentan una heterosexualidad innata. Éste es el modelo considerado “natural”. Por tanto, comprenden que la homosexualidad y las realidades transgénero son resultado de algún problema durante el desarrollo de los infantes (Mundo Católico, 2016). Todos éstos son mecanismos sociales que buscan mantener un orden sexual; en este caso, en la expresión de género y la orientación sexual.
Si seguimos la propuesta foucaultiana, podemos entender a los ECOSIG como dispositivos de poder que buscan “corregir” comportamientos y expresiones de sexualidad que salen de lo socialmente esperado. Éstos pertenecen a los mecanismos disciplinarios y de seguridad que educan, moldean y limitan la expresión de género y la práctica de la sexualidad (García Fanto, 2011). Los ECOSIG son muestras drásticas de este intento de corrección. No obstante, todos los individuos -en cuanto seres socialmente generizados- estamos en contacto con este tipo de procesos de disciplina y anulación desde la primera infancia. Frases como “los niños no juegan con muñecas” o “a los niños les gustan las niñas” son declaraciones que buscan moldear a los actores sociales. Para los colaboradores de la investigación, disidentes sexuales, estos procesos resultan ya bastante violentos, en virtud de que son los primeros encuentros con diferentes violencias re lacionadas con la disciplina, el control y la restricción sexual, mismas que alcanzan su auge, en cuanto a agresión e intensidad, en las experiencias en los ECOSIG.
Metodología
La información que presento es el resultado de mi trabajo para obtener el grado de maestría en Antropología Social por parte del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Andrade Lobaco, 2021). El objetivo de la investigación fue conocer los factores sociales, culturales, familiares e ideológicos que llevan a personas a practicar ECOSIG, lo cual me motivó a utilizar una metodología cualitativa que favoreciera las narrativas de personas que hubieran experimentado este fenómeno. Tal perspectiva metodológica me permitió problematizar los fenómenos socioculturales a partir de la subjetivación de los actores sociales (Guber, 2004). Para contextualizar los testimonios de mis colaboradores, también me apoyé en una técnica cuantitativa: una encuesta. Como consecuencia de la emergencia sanitaria por el COVID-19, todo se realizó de manera remota por internet, de septiembre del 2020 a enero del 2021.
La técnica de investigación que favorecí fue la entrevista semiestructurada -o antropológica- a través de la plataforma Zoom, técnica que nos ayuda a “acceder al universo de significaciones de los actores” y evitar caer en el etnocentrismo (Guber, 2004: 132). De esta manera pude conducir nuestras videollamadas a partir de cinco ejes: infancia, contexto escolar, contexto familiar, experiencia en ECOSIG y la vida tras estas prácticas, aunque dejé que fueran ellos y ella quienes hablaran libremente, lo que nos llevó a ahondar en di ferentes momentos de su vida, sus emociones, deseos, miedos e inclusive su fe. Privilegiar las narrativas me parece fundamental, pues la forma en la que organizan sus relatos, a pesar de las disyunciones espaciales y temporales, nos muestra cómo ellos le dan sentido a sus experiencias de vida (Rapport, 2000).
Tuve la oportunidad de contar con ocho colaboradores: siete hombres y una mujer transgénero. Su rango de edad es de los 24 a los 34 años. Son procedentes de diferentes entidades mexicanas (Aguascalientes, Baja California, Ciudad de México, Querétaro, Oaxaca y Veracruz). Ellos y ella pasaron por algún tipo de ECOSIG durante su adolescencia y hasta sus primeros años de adultez. También, al haber sido asignados y asignada como hombres al nacer, experimentaron procesos de masculinización similares durante la niñez.
Nuestras pláticas fueron grabadas con su permiso y transcritas para poder analizar y presentar sus casos. Me ayudo de algunos extractos de estas entrevistas para ejemplificar o aclarar ciertas partes de mi análisis. Ya que me centro en descripciones de diferentes momentos en los que sufrieron violencias, debo aclarar que mi intención no es revictimizarlos con estas referencias, sino mostrar sus experiencias para analizarlas a partir de su propia vivencia y desde una perspectiva antropológica.
Para esta investigación también me apoyé en una encuesta diseñada por mí y difundida por diferentes redes sociales en internet, en la cual participaron 24 personas provenientes de 15 entidades del país, y que pasaron por algún tipo de ECOSIG. De éstas, 83% son hombres, 8.3% mujeres y 8.3% se identifica como no binario. El rango de edad va de los 18 a los 48 años, con un promedio de 29.7. Se identifica como homosexual 70.8%, como bisexual 12.5%, como heterosexual 8.3% y como pansexual 8.4%.
Los resultados exhiben una marcada inconformidad y postura crítica hacia este fenómeno, motivo por el cual la información de estos datos sirve sobre todo como reforzamiento de las exposiciones y análisis de los testimonios de mis colaboradores.
Violencias en la educación social de la masculinidad
Para comenzar, es necesario aclarar que cuando hablo de violencia me refiero a “relaciones de poder y relaciones políticas (necesariamente asimétricas), así como a la cultura y las diversas formas en las que ésta se vincula con diferentes estructuras de dominación en los ámbitos micro y macrosocial” (Ferrández y Fei xa, 2004: 159). Éstas resultan en el uso de la fuerza, o amenaza o posibilidad de usarla, en contra de uno (2004: 160-161). La violencia autoinfligida es, entonces, la incorporación de estas relaciones y estructuras de dominación que llevan al daño hacia sí mismo. Dicha concepción me ayuda para no hablar de las violencias como un fenómeno excepcional y singular, sino como un continuum multifacético a lo largo de la vida de mis interlocutores. En este trabajo, las violencias descritas se basan en la reproducción e intento de mantenimiento de un modelo de masculinidad hegemónica que se fundamenta en el sistema sexo-género binario y heterosexual.
El género es un “conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anatómico-fisiológica” (Barbieri, en García Villanueva, 2017: 24). Así, comprendemos que éste es el resultado de una continua construcción social. Como Judith Butler lo propone, el género se establece por una performatividad reiterativa. Por lo tanto, requiere la repetición de las normas de género mediante performances que garantizan su estabilidad (Butler, 2010). De la misma forma, también requiere una constante vigilancia, corrección y anulación de lo transgresor (Foucault, 1998).
A partir de los testimonios de mi investigación, podemos ver la forma en que el construirse como un hombre se inscribe en estos dispositivos sociales en cuanto un ejercicio constante durante la vida entera. Se crea una expectativa concreta hacia todos los individuos que nacen como machos. Se les prescriben normas específicas para que se conviertan o sea aceptados como “hombre”; deben, por ende, ser socialmente “masculinizados”. La masculinidad puede entenderse como “el conjunto de prácticas sociales, culturales, políticas, económicas, entre otras, mediante las cuales los hombres son configurados genéricamente. A partir de esto, se reconocen a sí mismos y son reconocidos como hombres” (García Villanueva, 2017: 52). Entendemos, entonces, que se genera una “identidad masculina” que, para ser aceptada, debe ser actuada y vigilada por medio de diferentes aparatos sociales (Núñez Noriega, 2007: 168).
Al ser asignado como hombre al nacer, se esperan demostraciones de la virilidad de estos individuos, quienes serán puestos a prueba a lo largo de la vida. Junto a la educación de cómo “debe ser un hombre” hay mecanismos de corrección y restricción. Éstos resultan más evidentes y con características que resultan más agresivas en los casos de personas cuyos comportamientos y deseos salen de estas expectativas sociales. Tal proceso comienza desde el nacimiento, a partir de las primeras interacciones sociales y de la educación familiar. Por ejemplo, Isaac1 comenta:
Yo viví de alguna manera toda mi vida ECOSIG. Todos lo vivimos, ¿no? Siempre hay un esfuerzo para suprimir, para corregir o para cambiar nuestra orientación sexual hacia la hegemónica […]. Si me sentaba con las piernas cruzadas o con la colita de lado, con una pose medio femenina, siempre hay un golpe, ¿no? [Isaac, entrevista, Ciudad de México, 28 de septiembre de 2020].2
Justamente, la educación genérica inculca las expectativas hacia los que son asignados como hombres al nacer, con sanciones a las expresiones que se salen de estos marcos. Foucault explica que, en la sociedad occidental, el sexo se sitúa en el cruce de las disciplinas del cuerpo y la regulación de las poblaciones. Por eso, se establece un dispositivo de la sexualidad articulado en dos matrices: como dispositivo disci plinario y como dispositivo de seguridad (García Fanto, 2011). Los primeros generan cuerpos “normalizados”, sometidos, ejercitados y “dóciles” con técnicas de sometimiento mediante técnicas de poder (Foucault, 2002: 126). Los segundos se encargan de regular a la población al establecer anulaciones, límites, frenos y regulaciones (Vega, 2017: 152).
Existe, por consiguiente, una doble característica de estos dispositivos. Por una parte, disciplinan a los cuerpos al educarlos respecto a las expectativas esperadas de acuerdo con su género. Por la otra, se sancionan y limitan las expresiones que van más allá de estas fronteras de legitimación sobre lo que debe ser un hombre. Podemos ver que esto recae muchas veces en el uso del cuerpo:
Creo que caminaba, hablaba y hacía todo un poco afemi nado, yo creo. Como decía mi mamá, que me iba a madrear, con palabras de ella, si no caminaba bien o esto: “¡No camines como maricón! ¡No hagas cosas de niñas!” [Juan José, entrevista, Ciudad de México-Xalapa, 11 de noviembre de 2020].
Con este y otros recuerdos de mis colaboradores se evidencia la violencia hacia sus cuerpos, lo que afecta su subjetividad. Aprehenden lo que un hombre debe ser mediante el castigo y la sanción de lo que ex presan, sienten y desean. Al cancelar esto “anormal”, “no deseado”, se refuerza un modelo de masculinidad hegemónica; es decir, el “modo legitimado de ser hombre” (García Villanueva, 2017: 65), que se trata de un marco jerárquico de dominación y subordinación entre las diferentes variedades de vivir y expresar la mascu linidad (Connell, 1997; Connell y Messerschmidt, 2005). Así, en la sociedad mexicana se privilegia la masculinidad con características de rudeza, muestras de poder y, sobre todo, heterosexualidad.
Esta valorización social se reproduce desde las familias y los hogares cuando se privilegian este tipo de actitudes y comportamientos. Así, Carlos recuerda el malestar y la tristeza que le ocasionaba la evidente preferencia que sus padres tenían hacia su hermano:
Mi hermano era un puto cagadero, era un puto desmadre y mis papás lo adoraban. Lo amaban porque era el niño que ellos querían, era el niño cis hetero, tradicional, rudo. Ya sabes, el estereotipo total. Y pues a mis papás les encantaba eso […]. Entonces, yo decía: güey, yo me esfuerzo tanto y este güey es un puto cagadero y a él le vasuperbién [Carlos, entrevista, Ciudad de México, 3 de octubre de 2020].
Sin embargo, este proceso de educación de lo que debe ser un hombre no sólo se aprende en casa. También se refuerza en la escuela, en la interacción con las y los compañeros. En este espacio primario de socialización se ejercen de igual modo dispositivos de seguridad que se encargan de sancionar, mediante la burla y el acoso, las expresiones considera das “femeninas” en los cuerpos generizados como hombres. El bullying aparece en los testimonios como un reforzamiento genérico y como clave de sufrimiento durante la infancia: “Mis compañeros me acosaban, mis compañeros se reían de mí, me gritaban a media plaza cívica: ‘¡Él es puto, aléjense!’ Y se alejaban los chavos de mí. Iba pasando y se alejaban” (Jesús, entrevista, Ciudad de México, 15 de octubre de 2020).
Las muestras de violencia por parte de las compañeras y compañeros -y a veces de los docentes y los padres y las madres de familia- en ocasiones es verbal, como en el caso recién citado. En otras es más simbólica e implícita. No obstante, también pude escuchar ejemplos de agresiones físicas que estaban directamente relacionadas con la expresión de género. En estos casos se agredía a un niño por ser considerado muy “femenino”:
Me acuerdo que pasaba por un barandal, ya sabes que en las escuelas estaban los salones y hay los tipos balcones. Entonces, tenía que pasar a huevo por ese pasillo para llegar a mi salón, y ellos se ponían en fila y, cuando pasaba, me empujaban y me escupían. Entonces llegó un momento donde ya no salía del salón, el recreo me la pasaba en el salón [Carlos, entrevista, Ciudad de México, 3 de octubre de 2020].
Estas experiencias en las que se aprehende un modelo de masculinidad hegemónica ocasionan la incorporación de un sistema jerárquico de significados de lo que implica ser hombre. Entre ellos, se hace mucho énfasis en la heterosexualidad esperada. No sólo eso, las manifestaciones de comportamientos “femeninos” son asociados a la homosexualidad y eso es categorizado como algo “malo” e “indeseable”:
“Es que eres muy afeminado”. Y yo así de “¿qué es?” ¿no? O esas cosas de: “tú eres muy maricón”. Y yo: “Florecita, ajá, ¿y eso qué?” Pues no sabía ¿no? […]. Yo no sabía que era afeminado. Yo no sabía que era así hasta que me lo hacían saber, y si me lo dicen de esa manera, quiere decir que es malo ¿no? [Lalo, entrevista, Ciudad de México-Mérida, 21 de septiembre de 2020].
Lalo es uno de los varios ejemplos entre mis colaboradores que no comprendían por qué decían que eran muy “afeminados” o que eran unos “maricas” o “maricones”. Antes de reconocer e identificar sus propios sentimientos y atracciones conocieron estos idioms sexuales.3 Comprendieron que estos adjeti vos eran peyorativos y que se usan para burlarse y denigrar lo que un hombre “no debería ser”. Así, conocen la masculinidad hegemónica entendiendo los elementos más deseables de un hombre. Por ejemplo, jugar futbol aparece como una constante de lo que un niño varón debe hacer: “Los que juegan futbol son todos los chicos y si tú no juegas futbol, entonces algo malo está pasando” (Juan José, entrevista, Ciudad de México-Xalapa, 11 de noviembre de 2020).
Se construye en sus representaciones de la hombría cuáles son los atributos que están legitimados y cuáles son los que quedan relegados a la base de esta jerarquización masculina. En consecuencia, es comprensible que la incorporación de esta visión de la realidad genérica ocasionara un gran malestar al reconocerse e identificarse como homosexuales (en el caso de los hombres). Guillermo Núñez señala que el proceso de identificación como homosexual pasa por tres fases: 1) la concientización de los sentimientos o deseos sexuales hacia personas del mismo sexo; 2) definir éstos como “homosexuales” y autodefinirse en estos términos, y 3) redefinir dicha categoría y aceptarse como tal (Núñez Noriega, 2015: 195).
Para ejemplificar cómo la homosexualidad masculina se relaciona socialmente con lo “femenino”, “pasivo” y “sumiso” tenemos la experiencia de Alanis. Para ella, las identidades transgénero no estaban dentro de su concepción de la diversidad sexual. Sin embargo, sí sabía qué es un “gay”, un “jotito” o un “maricón”. Por esto, ella se categorizó en su juventud como un hombre homosexual especialmente femenino: “Se los dije a los 15 años a mi mamá y a mi papá. Los senté. Es más, yo les dije que era un gay afeminado. No sabía lo que era trans ni mucho menos” (Alanis, entrevista, Ciudad de México-Veracruz, 17 de octubre de 2020).
Mis siete colaboradores hombres padecieron una gran dificultad para llegar al tercer punto propuesto por Núñez, la aceptación como homosexuales. Si bien reconocen sus sentimientos, la excesiva presión social los lleva a ocultarlos e inclusive a negarlos. Esta autocensura emocional se vuelve un caso de violencia hacia sí mismos y sus deseos. Por ejemplo, tres de ellos tuvieron novias por presión social y “para taparle el ojo al macho” (Lalo, entrevista, Ciudad de México-Mérida, 21 de septiembre de 2020). Alberto recuerda haber recurrido a esto cuando en la prepara toria sus amigos lo cuestionaban constantemente sobre su orientación sexual:
Para eso, empecé a andar con una chava que era pues como de mis mejores amigas. Como que empezamos a andar. La peor experiencia de mi vida […]. Porque yo no me sentía nada tonto. Yo a final de cuentas sabía qué era lo que me gustaba. Pero era como: güey, pues para que los rumores se callen [Alberto, entrevista, Ciudad de México-Aguascalientes, 22 de septiembre de 2020].
Estas narrativas pueden hacer eco con muchas personas mexicanas contemporáneas que fueron asignadas como hombres al nacer. Empero, creo que es importante presentar estos casos particulares, ya que son personas que acudieron a algún tipo de ECOSIG durante su adolescencia y primeros años de adultez. Sus historias nos revelan que en sus contextos sociales y familiares están muy marcados diferentes mecanismos de educación y represión de la expresión de género. Además de que hay poca apertura y tolerancia hacia realidades que desbordan este modelo binario heterosexual.
Violencias en los ECOSIG
Comencé señalando cómo mis colaboradores pasaron por diferentes violencias desde la infancia y en las educaciones primarias. Pese a ello, quiero hacer un énfasis particular en las características violentas que tienen los ECOSIG en sí. A partir de las entrevistas que tuve me pude dar cuenta de que estas prácticas están extendidas en diferentes zonas de México y que son muy diversas en sus metodologías y por tal razón las dividí en tres grupos. En el primero están aquellas que tienen una abierta relación con algún grupo cristiano, como los grupos Exodus Latinoamérica (de base evangélica) o Courage Latino (que es un apostolado católico). En un segundo aglutino los esfuerzos realizados en forma de terapias a cargo de psicólogos, como la clínica VenSer o la terapia reintegrativa.4 Por último, están aquellos retiros comúnmente conocidos como “de cuarto y quinto paso”, que retoman parte de la metodología de Alcohólicos Anónimos y que en ocasiones ofrecen el cambio de la orientación sexual e identidad de género.
Una de las peculiaridades más relevantes es el papel que la familia tiene en estas experiencias. Por ejemplo, la mayoría de mis colaboradores acudió a un ECOSIG por coerción familiar. En estos casos, terminaron aceptando dichas exhortaciones para esforzarse en modificar su orientación sexual o identidad de género con tal de estar en tranquilidad con sus familiares -en especial los padres- y evitar conflictos. Así, Alejandro llegó a un acuerdo con su padre quien le insistía en que revisara la información del grupo Courage Latino5 y los servicios que ofrece: “Pues ya la revisé y no siento aflicción por mi orientación sexual. Pero vamos a hacer un trato. Si voy a eso, tú ya me dejas en paz. Pero me dejas en paz en serio” (Alejandro, entrevista, Ciudad de México-Querétaro, 17 de octubre de 2020).
También, había quienes acordaban asistir a algún tipo de ECOSIG por insistencia familiar por el miedo a perder los beneficios, el cariño y las seguridades que esta institución nos debe proveer. Al respecto, Lalo recuerda:
Pero quería tener a mi familia contenta, obviamente, porque me estaban pagando la universidad, me daban para mis gastos de la escuela. Era más que nada eso. No era por un coche, no, no tenía ni nada. Si no, simplemente quería ir a la universidad [Lalo, entrevista, Ciudad de México-Mérida, 21 de septiembre de 2020].
A partir del análisis de todos los testimonios recopilados para esta investigación, puedo decir que los ECOSIG son dispositivos de disciplinamiento y de seguridad, siguiendo la propuesta foucaultiana, que buscan regular a las personas con atracciones homosexuales o identidades transgénero al disciplinar los cuerpos hacia expresiones de género que correspondan al modelo binario y heterosexual del sistema sexo-género. Al mismo tiempo, establecen anulaciones, límites, frenos y regulaciones de las manifestaciones que salen de estas fronteras de lo socialmente validado en cuanto a la sexualidad. Para esto, emplean dinámicas que agreden de manera verbal, simbólica y física a sus participantes. Estas prácticas no son fenómenos pasajeros, ya que por lo general duran periodos más o menos amplios. Durante meses o incluso años, mis colaboradores tuvieron que acudir a diferentes retiros, grupos de apoyo o sesiones psicológicas, lo cual ocasionaba una experimentación repetitiva y constante de estas prácticas violentas.
Para comprender los ECOSIG en cuanto dispositivos de poder, hay que ahondar un poco más en la base epistemológica de la mayoría de estos ejemplos, donde es clara su visión biológicamente esencializada de la sexualidad. Dicha creencia está fundada en una moral cristiana que es histórica y que ha permeado la comprensión moderna, científica y médica de entender la sexualidad (Foucault, 1998: 33-44). Se cree que si una persona nace como macho entonces es un hombre y, como tal, es o debe ser heterosexual. Dicha naturaleza genital estaría hecha exclusivamente para penetrar a una mujer: “Así te conformó Dios”, o “así fuiste constituido por la naturaleza”. Ya que ésta es la “base biológica” se cree que la masculinidad y la heterosexualidad son inherentes a cada individuo. Por tal razón, la homosexualidad o las identidades transgénero serían producto de una “desviación” en el proceso de desarrollo del niño (id. est., un abuso sexual o una mala educación positiva de la masculinidad).
Las prácticas mencionadas buscan entonces formas de “corregir” estas “desviaciones” o estos “traumas” de la infancia. Entre ellas, se hace mucho énfasis en la construcción de la masculinidad como medio para llegar a la heterosexualidad, a lo que yo llamo “reeducación de la masculinidad”. En los testimonios nos queda claro que, durante toda la infancia, a estas personas se les educó en esta socialización para convertirse en hombres. En los ECOSIG se vuelve a educar y ejercer un disciplinamiento corporal para “conducir a la hombría”. Al respecto, Alberto recuerda que tenía que acudir con un sacerdote dos veces por semana. Éste le recomendaba hacer ejercicio físico para ser más masculino.6 Una muestra más clara es la técnica empleada por el psicólogo Everardo Martínez, como lo recuerda Carlos:
Me hacía también ser consciente, muy consciente, de mi expresión de género. Era de corregirme posturas y cosas así; de hacerme consciente de eso […]. “Bueno, acuérdate que se puede moldear. A lo mejor puedes decir así” [Carlos, entrevista, Ciudad de México, 3 de octubre de 2020].
Cuatro de mis colaboradores asistieron a los llamados “retiros de cuarto y quinto paso” como técnica de ECOSIG. Son estancias de un fin de semana que van acompañadas de reuniones semanales de grupos de apoyo. Retoman la metodología de Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos.7 En estas estancias se centran en específico en el cuarto y el quinto paso. El primero consiste en hacer un “minucioso inventario moral de nosotros mismos” y el segundo en admitir “ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano la naturaleza exacta de nuestros defectos” (Alcoholics Anonymous World Services, 2015: 39-59). Los grupos que organizan estos eventos no están regulados por alguna institución centralizada que homogenice sus prácticas a nivel nacional. Sin embargo, los cuatro colaboradores relatan experiencias similares que están inmiscuidas con muchos elementos cristianos evangélicos y católicos. También coinciden en la similitud de sus dinámicas. Debían escribir un “diario moral” desde el viernes en la noche hasta la madrugada del domingo. En este último día purgaban sus culpas y arrepentimientos enfrente de la figura de los “padrinos”, mientras hacían un juramento a Dios sobre sus intenciones de “cambiar” su orientación sexual o expresión de género.
Uno de los elementos más reiterado en los testimonios de los retiros de cuarto y quinto paso es la constante violencia ejercida hacia ellos. Para comenzar, los cuatro recalcan haber recibido la promesa de que esta experiencia sería en algún lugar bonito, en contacto con la naturaleza, con elementos como caballos, lagos o albercas. No obstante, al llegar se percataban de que -invariablemente- el sitio estaba apartado y contaba con instalaciones muy precarias y en mal estado. Había un incesante abuso verbal con el cual se les denigraba. Se les insultaba y amenazaba señalándoles cuáles serían las consecuencias de continuar con su “vida ingobernable”. También existía un abuso físico, pues durante esos tres días se les privaba de alimentos, líquidos y horas de sueño. Además, hay recuerdos de uso excesivo de la fuerza corporal que llevaba a la fatiga psicológica, como recuerda Alanis:
Me tuvieron durante tres-cuatro horas hincada. Quemé las hojas que leí, y me dijo [el padrino]: “¡Renuncia al homosexualismo! Renuncia, renuncia, y renuncia a tu vida ingobernable”. Yo no quise, me puse muy enojada. Pero como estaba muy cansada de mis rodillas, dije: bueno le voy a decir a este cabrón que sí, pero sé que no va a ser cierto. Y grité: “¡Ya, renuncio!” Y pegué en la tierra muy enojada. Me paran de ahí, me da un abrazo y me dice: “Bienvenido”. Me dice bienvenido, nunca bienveni da [Alanis, entrevista, Ciudad de México-Veracruz, 17 de octubre de 2020].
Por último, también experimentaron agresiones psicológicas. El carácter ritual de este tipo de retiros lo he categorizado como “del Dios vengativo al Dios amoroso”. Durante los primeros días escuchan testimonios de personas que cometieron actos muy fuertes a causa de sus adicciones. Los organizadores les recuerdan con insistencia que a Dios no les gustan sus acciones (drogarse o cometer actos homosexuales). Esto llega a un clímax cuando leen todo lo que escribieron enfrente de dos padrinos -como la escena descrita por Alanis-, quienes los orillan a arrepentirse de sus acciones, sentimientos y emociones consideradas como “nocivas”.
Se basa en eso de que a Dios no le gusta que seas eso. Incluso las palabras… perdón por las expresiones. “¡No le gusta a Dios que te metas nada por el culo, que te metas vergas en la boca!” Así, cosas muy fuertes que tú escuchas y tienes el miedo, tienes el cansancio de tres días sin dormir, comer superpoquito. Traes mucho encima, porque lo de leer el inventario moral es el domingo, pero tú entras el viernes a las siete u ocho de la noche. Entonces, todo el tiempo te están dando testimonios de gente que de verdad ha pasado por mil cosas y tú, pues te cargas de todo eso [Lalo, entrevista, Ciudad de México-Mérida, 21 de septiembre de 2020].
Todo cambia en el momento que los actores declaman arrepentirse. Es entonces que aparece el “Dios amoroso”. Son abrazados y se les recuerda que Dios los ama y que son “bienvenidos a una nueva vida libre de pecados”.
Y después, ponen alabanzas; horas, horas de alabanzas. Y pues de alguna manera tienes un sentimiento de bienestar porque estás rodeado de gente que ya sanó o gente nueva. Sientes esta hermandad, sientes algo diferente. Sientes algo como que sí funcionó. Pues al final obviamente no, pero sientes… no sabría cómo describirlo, pero es como esta sensación de ya estoy aliviado, estoy curado, de alguna manera; cuando no es así [Lalo, entrevista, Ciudad de México-Mérida, 21 de septiembre de 2020].
Generación de culpa
Con base en lo anterior, podemos ver que, en cuanto dispositivo de seguridad, con estas prácticas se busca generar culpa como medida de restricción de la sexualidad no heterosexual. Esta emoción -al igual que la vergüenza- es una emoción social. La culpa es el malestar ocasionado por “algo que hiciste, sentiste o pensante”, mientras que la vergüenza es hacia “lo que eres” (Turner y Stets, 2006: 551). En todos los ECOSIG descritos en los testimonios se manifiesta una intención de generar un malestar hacia la sexualidad propia. Carlos describe su experiencia en la clínica VenSer de Everardo Martínez del siguiente modo:
Se trataba de exponerte para que te diera vergüenza lo que habías hecho […]. Recuerdo que nos sentábamos en círculo y alguien, un valiente, empezaba. Y se trataba de decir qué era lo que te había hecho caer o qué era lo que habías hecho mal durante este mes. Y pues había mucha gente que se quebraba […]. Pero si era como muy encaminado a que te diera vergüenza, a exponerte para que te diera vergüenza. Las preguntas que se hacían… como que les escarbaba, por este ladito, para que te diera vergüenza [Carlos, entrevista, Ciudad de México, 6 de noviembre de 2020].
Si seguimos a Turner y Stets (2006) podríamos decir que Carlos se referiría a culpa más que vergüenza, ya que Everardo Martínez inducía la generación de re mordimiento por las acciones o deseos homosexuales que hubieran tenido durante ese mes. Con todo, me parece que el término vergüenza también es apropiado. Tal ejercicio, tan persistente, ocasionaba que estos actores desarrollaran un malestar por su ser en general, por ser quienes eran. Buscaba que sintieran vergüenza por “ser” homosexuales.
Un factor que me pareció muy interesante es que todos los ECOSIG estaban de manera más o menos evidente relacionados con una base religiosa. De hecho, pude notar que también hay una fuerte tendencia a generar culpa utilizando la creencia ortodoxa cristiana de que la homosexualidad es un pecado. Por ejemplo, Jesús recuerda cómo en los retiros de cuarto y quinto paso, a los que lo llevaban sus padres, lo amenazaban con respecto a la negación de la salvación eterna y, por lo tanto, a la separación de la familia en el más allá.
Te hacían sentir otra vez, en mi caso, que ser homosexual estaba mal, que es una aberración, que cuando te fueras a morir, no ibas a llegar al mismo espacio celestial que tu mamá, que tu papá y que tus hermanos: “Y, ¿verdad que tú quieres a tus papás? ¿Verdad que tú quieres a tu familia? ¿Por qué les vas a hacer ese daño a ellos?” [Jesús, entrevista, Ciudad de México, 15 de octubre de 2020].
Con esta y otras amenazas le insistían en que la homosexualidad iba en contra de los mandatos de Dios, lo cual no lo disuadía de realizar cosas como salir en citas románticas con otros hombres. Sin embargo, sí generaba en él una culpabilidad que le impedía vivir su sexualidad a plenitud. Así, mientras estaba con un chico, él pensaba: “Diosito me está viendo y se va a enojar. Diosito perdóname por lo que estoy haciendo, diosito por favor” (Jesús, entrevista, Ciudad de México, 15 de octubre de 2020).
En la encuesta que llevé a cabo se dio la opción de contestar de manera libre a la pregunta de qué aspectos negativos consideraban sobre los ECOSIG que experimentaron. Mi sorpresa fue que la mayoría de estas respuestas correspondían a una crítica por haber utilizado la religión para cuestionar su sexualidad. María Elena Camarena y Gerardo Tunal explican que la religión -entendida como un complejo ritual y simbólico- produce un ethos, o incorporación moral, que permite concebir la realidad de un modo específico (Camarena Adame y Tunal Santiago, 2009: 10). Si esta religión te dice que tus sentimientos -que no son conscientes ni voluntarios- son “malos”, entonces puedes terminar generando una autopercepción de ti mismo como alguien malo por ser quién eres. Y así sucedió con estas personas, pues estas prácticas ejercen violencias simbólicas que producen culpa y vergüenza de sí mismos.
Todas las violencias repercuten en las subjetividades de los sujetos. Estas diferentes prácticas en los diversos ECOSIG ocasionaron un malestar en la psique de mis colaboradores, que tienen un profundo impacto negativo emocional. Su salud mental se vio afectada por las agresiones sistemáticas a las que se enfrentaban. La evidencia más drástica de esto son las ideas e intentos de suicidio. Sobre el tema, retomaré el caso de Alberto. Él acudía a un psicólogo que buscaba conducirlo hacia la heterosexualidad con la ayuda de ejercicios de caligrafía. Recuerda sentirse muy presionado por sus padres y esta terapia. Estaba muy deprimido, por lo que un psiquiatra le recetó antidepresivos. En esta búsqueda de sus padres para que su hijo dejara atrás la homosexualidad, lo contactaron con un sacerdote católico para que lo guiara espiritualmente, pero éste intentó abusar sexualmente de él, lo que fue la brecha para un intento de suicidio:
Dije: ¿Saben qué? A la chingada. A la mierda esto. Agarré toda la tablilla de pastillas y me las eché. Me voy a dormir. No quiero despertar y ya, a la chingada. Al día siguiente amanezco, pero amanezco con el cuerpo dormido, como cuando te duermes así encima del brazo y se te queda dormido, pero todo el cuerpo. Me despierto y no me puedo mover y mi primera reacción fue: No mames, ni siquiera te puedes matar bien. O sea, ¿qué pedo? ¿Tan pendejo eres que ni siquiera puedes quitarte la vida? [Alberto, entrevista, Ciudad de México-Aguascalientes, 22 de septiembre de 2020].
Este ejemplo sirve como muestra culminante de los impactos que tiene experimentar violencias sistemáticas ejercidas en los ECOSIG. Estas experiencias pertenecen a un continuum de violencias de lo que involucra la educación de un modelo hegemónico de masculinidad en donde la heterosexualidad es esperada y socialmente exigida. Es en personas disidentes sexuales en quienes más se insiste en la corrección y anulación de sus prácticas, deseos y expresiones.
Conclusiones
En este trabajo expongo el hecho de que los testimonios de vida de mis colaboradores están marcados por un continuum de violencias. Éstas sucedieron en diferentes momentos y contextos y aun así tienen como base un mismo eje: la expectativa social del modelo binario y heterosexual de la sexualidad -el cual está influido y normado por una moral cristiana histórica-. Nos muestran que, durante la infancia, las personas que son nacidas como machos son sometidas a un proceso de educación social sobre cómo ser hombre: alguien que tiene características agresivas que impactan la corporalidad y la subjetividad de los individuos. Éstas quedan evidenciadas en los niños cuyos comportamiento y expresiones de género no cumplen con las expectativas sociales. Es entonces que afloran las formas de corrección y de anulación a través de burlas y segregación social.
Sin embargo, el mayor enfrentamiento de estas personas ante dispositivos que buscan mantener el modelo de la sexualidad hegemónica fue cuando pasaron por técnicas que tenían la intención de modificar su orientación sexual o identidad de género. Los ECOSIG, como tales, reflejan muchas cuestiones ideológicas y emocionales de los actores y los contextos en los que se desarrollan. Es interesante, por ejemplo, que en la mayoría de los casos es la familia la que presiona para que participen en estas iniciativas. También es importante recalcar que, sin excepción, la familia aparece constituida por individuos especialmente religiosos. Esto, aunado a la base o relación cristiana en todos los ECOSIG, evidencia la trascendencia epistémica del cristianismo para comprender la homosexualidad y las realidades no cisgénero como imperativas para “corregir” o, más bien, para anular.
En cuanto dispositivos disciplinarios y de seguridad, los ECOSIG recurren constantemente al uso de violencias. Utilizan diferentes tipos de mecanismos para subjetivar los cuerpos, los deseos y las identidades como esfuerzo para limitar las expresiones de género que se salen de la normativa binaria y heterosexual, y así buscan suprimir los deseos y atracciones no heterosexuales. Vemos entonces que una de las técnicas más utilizadas es generar culpa (ya sea con la sociedad, con la familia, con uno mismo o con Dios), lo cual puede llevar hacia una sensación de vergüenza sobre lo que uno es y desarrollar cuadros de depresión e ideas suicidas.
Quiero terminar señalando que, en sus testimonios, mis colaboradores también mostraron que existe un proceso de resiliencia ante estas violencias y de resignificación de lo aprehendido en estos espacios. Para poder aceptar y vivir su sexualidad a cabalidad siguieron tres caminos. Uno fue recibir terapia psicológica. Otro fue estudiar la universidad y de este modo sumergirse en un contexto más tolerante para la diversidad sexual y además conocer en este espacio otras teorías y posturas para comprender la homosexualidad y las identidades transgénero. Por último, en muchos casos se trató de un proceso de reflexión y enseñanza propia en el que se cuestionaron las propuestas de los ECOSIG, lo cual, aunado a la investigación y descubrimientos personales, logró resignificar y aceptar su sexualidad para ejercerla y expresarla de forma más plena. Tal ha sido la labor de análisis y autoaceptación que la mayoría trabaja ahora como activista en contra de estas prácticas bajo la consigna Nada que curar.