En el 80 aniversario del exilio español en México, la ruta conmemorativa nos llevó a recolocar en el presente acervos de conocimiento, herencias intelectuales e institucionales que se entretejieron en la vida cultural de nuestro país. Por supuesto, también hemos acumulado gran experiencia en el registro de la memoria del exilio gracias al testimonio, el cual ha permitido reconstruir algunos trazos del mundo de vida de aquella generación.
Conmemorar implica, así sea de manera fugaz, hacer presente lo ausente y reconocerse como parte de una cadena de transmisión intergeneracional del recuerdo y de los legados de los antecesores. Sin embargo, en un régimen de historicidad presentista, y con nuevas modalidades en la experiencia del tiempo, la fijación de recuerdos sociales, en este caso los referidos al exilio, tienen coordenadas de significación que nos permiten plantear algunos problemas de investigación más complejos. El presentismo implica una forma particular de relacionar en el presente los horizontes del futuro y del pasado. Si bien todas las generaciones llevan a cabo dicho proceso, este régimen se caracteriza por un futuro que ya no orienta la acción en el presente, pues aparece demasiado abierto y riesgoso y mucho menos resulta significativa la experiencia del pasado. Su rasgo dominante es una aceleración que ya no está regida por el progreso, sino por la sobreposición y simultaneidad de las experiencias, la presión perceptiva, el acortamiento de los procesos de adaptación, lo cual genera cansancio y saturación. Lo anterior, conduce a un presente continuo extendido sobre el pasado y sobre el futuro.
En este trazo de la modernidad tardía, con un lento presente, Hans Ulrick Gumbrecht señala que se ha producido un desajuste entre la posición física del sujeto activo (que busca orientarse) y las zonas accesibles a su experiencia y acción. En la actualidad, afirma Gumbrecht, la transición entre tales zonas ya no requiere movimiento físico alguno ni tampoco de tiempo, en el sentido de horarios predeterminados para orientar y producir la experiencia. Los desplazamientos no son necesarios para estar, llegar, retirarse o bien fijar coordenadas de geoubicación. Tampoco requerimos de coordenadas temporales preestablecidas para desdoblar lo que se produce como happening, pues la experiencia dominante del tiempo es de presente extendido. En este sentido la relación que establecemos entre lugares ha dejado de ser espacial, es decir, en las coordenadas de la modernidad tardía se ha producido una desaparición de la experiencia corporal inmediata para poder estar, interactuar y producir en algún sentido, presencia. Aunque todavía predomina nuestra relación física espacial con los objetos, personas y lugares, ya no es la única forma de relacionarnos con ellos.
Estos desfases en nuestra experiencia espaciotemporal influyen también en la forma en que narramos los recuerdos sociales tanto aquellos que se desprenden de la memoria viva o comunicada como la que es propia de los ejercicios de posmemoria.1 Bajo este contexto, proponemos como objetivo de esta investigación el análisis de nuevas narrativas sobre el exilio español en México como representaciones del tiempo en el espacio dentro de una plataforma llamada Mapa colaborativo del exilio español en México (2014-2019 y en adelante MCEEMx). Para realizar esta investigación, se propone observar cómo en el registro de estos fenómenos y su posible explicación, resultan imprescindibles algunos conceptos como el de mapas digitales que posibilitan la geolocalización y el rizoma como proceso de mapeo o enunciación significativa del territorio. También serán necesarias las reflexiones seminales de Jan y Aleida Assman sobre la memoria comunicada y la memoria cultural. Sin embargo, los desplazamientos en la experiencia espaciotemporal, las novedades en la transmisión intergeneracional del recuerdo, e incluso el tema de la mediación digital en la comunicación de las memorias del exilio español, ameritan explorar otros conceptos como el de paisaje invisible al referirnos a la experiencia de narración del recuerdo en los mapas colaborativos con sus respectivos locative media. Esta categoría, por ejemplo, nos habla de la condición evanescente del dispositivo y también de lo narrado sobre el exilio y algunos de sus efectos. Asimismo este conjunto de problemas requiere reflexionar sobre la pertinencia de concepto de posmemoria para aproximarnos a la secuela de la memoria comunicada en la generación de los sucesores.2
El Mapa Colaborativo como cartografía emocional de la memoria
En el marco de las conmemoraciones del 75 aniversario del exilio español en México, el Centro Cultural de España en México, el colectivo Escoitar3 y el portal web GPS Museum pusieron en marcha un proyecto denominado Mapa Colaborativo del Exilio Español en México con la finalidad de recordar el fin de la Guerra Civil y la llegada, vida y anécdotas de algunos de los refugiados provenientes de Argelia, Francia, Marruecos y España.4 Estamos hablando de una aplicación web cuya finalidad es el rescate de trazos de memoria emocional y vida cotidiana de muchos españoles y sus descendientes quienes han vivido en el anonimato. No está destinado a recordar a personajes reconocidos (aunque sí los hay, entre ellos fundadores de instituciones educativas y editoriales, científicos en varios campos de conocimiento o traductores), sino a vivificar los lugares habitados, al entretejido de la memoria de la guerra y la condición vital de exiliado con el flujo de la vida cotidiana en México a partir de los años 40. Son relatos no tanto de las memorias rotas del exilio como diría Adolfo Sánchez Vázquez, sino de su reconstitución en espacios públicos y privados como los cafés (El Tupinamba o Do Brasil en la célebre calle de Bolívar en la CDMX) donde se debatía, apostaba y pronosticaba sobre la caída de Franco; los edificios y pensiones tomados con urgencia y en aras del reacomodo con el grupo en las emblemáticas calles de López y Bucareli, así como otros lugares entre los que figuran la chufería La Valenciana, el Molino de Café de Villarías, el Centro Republicano de España, el Edificio Mariscal y en otros rumbos de la Ciudad, la Biblioteca Social Reconstruir o la Casa de los Mascarones. Es una cartografía digital integrada inicialmente por 43 nodos geolocalizados en los que se desplegó una pequeña historia (encapsulada) y junto con ella hipertextos con fotografías, pequeños archivos de audio con testimonios, documentos y links que complementan amplían o pretenden contextualizar el contenido expuesto.5
Los primeros resultados del Mapa Colaborativo fueron dados a conocer a finales de 2015 con una impronta y espíritu particular: servir como una plataforma abierta para quienes tuvieran que contar, testimoniar y participar, de una forma no academicista, con un relato sobre el exilio y las experiencias derivadas del incierto arraigo urbano. En su autodefinición como una historia emocional y personal del exilio español, se estableció un puente entre la memoria histórica y las nuevas tecnologías de la información para generar nuevas narrativas sobre el espacio. Inicialmente, se planteó también una app que permitiera el seguimiento de los nodos y su contenido con una biciruta en el Centro Histórico de la Ciudad de México y una amplia campaña para potenciales seguidores en redes sociales con el hashtag#75añosExilioespañol. Se agregaron, en el transcurso del 2016, unos 60 nodos más que ampliaron los mapas y sus latitudes. Algunas son entrañables como el Café La Habana donde el general exiliado Alberto Bayo instruía a Fidel Castro y al Ché, antes de emprender la revolución en Cuba o bien, el Edificio Ermita, donde vivieron Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre y Ramón Mercader, el célebre asesino de Trotsky.6
El Mapa Colaborativo fue definido por sus creadores como un intento por explorar el potencial de la narrativa espacial y de los locative media en un ámbito híbrido entre la protección del patrimonio inmaterial (en ese caso, el derecho a la memoria), las prácticas artísticas y el activismo en la red. La iniciativa forma parte del Laboratorio de Ciudadanía Digital, una plataforma de aprendizaje y desarrollo de habilidades digitales creada por el Centro Cultural de España en México en el marco de un convenio con la Fundación Telefónica México y el Ateneo Español, entre otras instituciones. En este modelo participativo, lo que predomina es la búsqueda de colaboración activa y crítica para formar públicos en el espacio innovador del CCEMx, con el fin de contribuir a cerrar la brecha tecnológica y generacional con nuevos dispositivos que preserven la memoria de este exilio.7 El contenido inicial fue recopilado mediante dos talleres en los que colaboró también el Ateneo Español. Los encuentros fueron para explicar cómo funcionaría la plataforma, los recursos disponibles y la capacitación para los entrevistadores. Los primeros testimonios fueron grabados, se reunieron documentos, fotos y se buscaron links. Se eligieron los fragmentos más significativos de la memoria del testigo y se subieron a la red. El resultado fue producir una cartografía colectiva emocional con herramientas libres que alcanzó en 2019 un total de 150 nodos no todos ubicados en CDMX, sino en Francia, España y el norte de África.8
En ese año y con motivo de la conmemoración del 80 aniversario de exilio, se dio a conocer una nueva versión del Mapa con dos entradas clasificatorias nuevas: “Literatura y Poesía y “Archivos del exilio” en los que se geolocaliza por ejemplo: el Patronato de la Cultura Gallega, el Orfeó Catalá, el Centro Vasco o bien se describe la historia del Gobierno republicano en el exilio. Es en realidad un cajón de sastre donde hay todo menos archivos. En ambas conmemoraciones se conservaron las rutas de ultramar para llegar a México, algunos nodos representativos sobre el significado de esos trayectos marítimos y anécdotas aisladas de la migración situadas en Navarra, Francia o el norte de África.9
En este ejercicio de narración de memoria comunicada, cultural y posmemoria, mediadas por una tecnología como los mapas colaborativos, estos no solo geolocalizan, sino que geosemantizan recuerdos que son de distinta densidad espaciotemporal.10 Al mapear digitalmente, a la par que en otras grafías, se construyen recuerdos como anamnesis como búsqueda, remembranza y recordatorio deliberado que cobra materialidad en el Mapa. Un recuerdo es la imagen de lo ausente o de algo ocurrido con anterioridad y que de alguna manera buscamos capturar en el presente pasado. Evocamos intencionadamente algo que ha sido precedido por la experiencia y que cobra forma en la territorialidad y sentido que los agentes inscriben en el mapa. Por lo menos, es lo que sabemos en el marco de la memoria comunicada. Así es como intentamos capturar lo inmediato, la materialización de la experiencia vivida, recordada y luego representada en el mapa, ante la condición evanescente del ambiente que nos rodea. En este caso, se crea un efecto de realidad aumentada en el mapa a partir de los locative media (información, video, audio, hipertexto) y gracias a ellos cobra forma un panorama de memoria narrada en presente pasado con relatos de diferente registro cultural y generacional. Todo depende de quién y para qué mira y mapea. Por ejemplo, para la presentación de la segunda etapa del Mapa en 2019, se incluyeron algunos testimonios de posmemoria que ilustran con claridad estas apropiaciones diferenciadas del recuerdo. Se tratará con detalle este tema en el apartado siguiente.11
Vale la pena detenerse un poco más en la comprensión sobre cómo y para qué surgen los mapas colaborativos y comprender, en este caso, de qué tipo de representación y apropiación simbólica del territorio y de su representación digital estamos hablando. Es posible afirmar que el uso extensivo de los mapas y la cartografía digital corrió en paralelo al surgimiento de narraciones más locales sobre el espacio, la emergencia de identidades sociales más fluidas y memorias subalternas de actores que disputan las memorias dominantes o hegemónicas. Hacia los años noventa, estas nuevas agencias dieron lugar a mecanismos de organización social autogestivos y horizontales con agendas ligadas no solo a procesos de memorialización de víctimas de la violencia de estado, sino también a la organización en torno a demandas de movimientos sociales de diverso signo. El mapeo en países como Argentina, Chile y poco menos en México se convirtió en una de las prácticas que “facilita el abordaje y la problematización de los territorios sociales, subjetivos y geográficos” con la finalidad de diagnosticar, organizar, visibilizar conflictos, historias vecinales, zonas de conservación patrimonial o artística o problemas sociales acuciantes como la inseguridad, rutas en la distribución de drogas al menudeo, así como para fines más lúdicos.
En este sentido el mapeo colaborativo es definido por algunos colectivos como iconoclasistas como “un proceso de creación que subvierte el lugar de la enunciación para desafiar los relatos dominantes sobre los territorios a partir de los saberes y experiencias cotidianas de los participantes”.12
El mapeo colectivo se caracteriza por enmarcarse en la organización de talleres donde los interesados y las interesadas, en torno a un tema, utilizan los mapas ( digitales o no) para identificar una problemática, compartir experiencias, establecer conexiones significativas y, en muchos casos, organizarse bajo dinámicas ciudadanas más participativas y horizontales. Se van formando así redes de colaboración y afinidades entre los participantes, con base en una interpretación más territorial, sobre el espacio público.13 Esa perspectiva implica generar narraciones alternativas surgidas de procesos relacionales e intersubjetivos, constitutivos de redes de significados generadas por estos actores sociales que tienen en el mapa un dispositivo que visibiliza aquello significativo para el grupo social. Estos mapeos en particular tienen una intencionalidad política y derivan en organización ciudadana de diverso alcance.14
Este no fue el caso del ejercicio de memoria comunicada y posmemoria del exilio español en México cuando fueron convocados los talleres para lo siguiente: organizar a los entrevistadores, convocar a los informantes de primera mano, definir los criterios de clasificación de los archivos de voz, fotos, documentos e hipertexto. Es decir, la condición del Mapa en la plataforma, no ha sido colaborativa en el sentido de las acciones colectivas y relacionales que se han dado en otras circunstancias y contextos de mapeo, sino que esa denominación se refirió solo a la organización y planeación de los contenidos y la logística del funcionamiento de la plataforma y, por otra parte, a la participación individual en la producción de los nodos. Aunque este dispositivo se autodefine como una cartografía emocional del exilio, generando la expectativa de una representación articulada de ese proceso, en realidad, lo que se ofrece no es un efecto de sentido sobre el tema, sino un panorama fragmentado que tiene que ver con las características digitales del dispositivo y con las agencias que se lo apropian y recuerdan bajo coordenadas presentistas sumas de pequeños pasados.
La materialización de recuerdos sociales del exilio en el Mapa colaborativo se produce en el marco de los desplazamientos que han tenido lugar en nuestras narrativas del espacio. En realidad, estamos hablando de un giro epistemológico y de nuevas modalidades de codificación de aquello que es rememorado. Es en este contexto que resulta posible hablar del mapa colaborativo como cartografía, pero cuyas fronteras conceptuales se diluyen ante el ejercicio del mapeo geosemantizado hasta tocar los límites heurísticos de otra categoría como el rizoma.
Es mapa en el sentido cartográfico del término, y se refiere a una representación del espacio, capaz de transmitir información objetiva sobre un territorio delimitado. Es un registro de datos que posibilita la recolección, inventario y clasificación dentro de una narrativa racionalista y cuantitativa del espacio.15 El punto de partida de este proyecto son los Sistemas de Información Geográfica Digital que, en su calidad de representaciones gráficas, permiten la comprensión espacial de objetos. Como en todo mapa, hay una mímesis relativa entre lo real y las grafías por medio del discurso, fotografías, mediciones y coordenadas, que en conjunto, posibilitan los actos de localizar y orientar. Ahora geolocalizamos digitalmente, podemos habitar o haber habitado los lugares y los narramos desde el recuerdo de la experiencia y sentido de lugar.16
Sin embargo, el Mapa Colaborativo se enmarca también en la narrativa espacial de Harley y en las ideas de Deleuze y Guattari quienes hablan de un desplazamiento de la relación natural y neutral entre cartografía y realidad, la representación y el mapa como simple cartografía hacia el rizoma como forma de pensamiento que hace de muchas maneras el mapeo, rechazando el calco o la mímesis. En este sentido Deleuze afirma que:
El mapa es abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de recibir constantemente modificaciones. Puede ser roto alterado, adaptado a diversos montajes; iniciado por un individuo, un grupo, o una formación social. Puede ser dibujado en cualquier lado, construirse como acción política, como obra de arte, medio de organización o para una meditación que luego se destruye. Una de las características del rizoma es que puede tener muchas entradas, contenidos y dispositivos de transmisión y desplazamiento, tanto de aquello que permanece, así sea relativamente como de aquello que se encuentra en flujo, en tránsito, que ya no existe, pero que alguna vez fue y que hoy se vivifica.17
En el caso del Mapa Colaborativo, nos enfrentamos a un dispositivo que si bien parte de los SIGS en su formato digital, también bordea las fronteras definitorias del rizoma, pero no es nada más rizoma. Lo anterior posibilitó que fueran colgados en este dispositivo los contenidos que se sumaron durante unos cinco años. Así se compartió, modificó e integró un panorama de algo no previsto e inconcluso, con el sello distintivo del giro de la experiencia de los testigos y, un poco menos, de la generación sucesora o de la posmemoria.
En este desvanecimiento de las fronteras, entre el mapa como representación cartográfica del territorio y del mapeo como geosemantización, observamos un desplazamiento de la narrativa del espacio en la que se comunica una forma de ocupar y revisitar los lugares que fueron habitados, construidos, diseñados y vividos por los exiliados españoles en la Ciudad de México. No son lugares de memoria pues no se produce el desplazamiento del que habla Pierre Nora entre la memoria por la historia. Es un mapeo que relata, dibuja, narra, comunica y descentraliza las interpretaciones y usos dominantes del mapa utilizado como geolocalizador. El Mapa Colaborativo es una forma nueva de marcar rutas y territorios, de transitarlos, recrearlos y desplazarse por ellos.18 Explicar esta afirmación requiere, para el estudio de caso planteado, una concepto que navega entre la representación cartográfica del mapa y el extremo de la deconstrucción del mismo y su comprensión como rizoma. En ese sentido, es posible establecer, entre dichos referentes conceptuales, una categoría intermedia que da cuenta de los procesos relacionales que se plasman en este tipo de dispositivo digital: el paisaje entendido no solo como una materialidad, sino como “la experiencia subjetiva de lugar con atribuciones de valores y sentimientos plasmados en el mismo”. Joan Nogué se refiere a estos lugares como espacios que encarnan experiencias y aspiraciones de grupos sociales y que manifiestan ahí pensamientos, ideas, recuerdos y emociones de diverso signo. En este sentido, el paisaje es una manera de ver el mundo por parte de los actores sociales que se apropian esa materialidad y la interpretan, la experimentan y son el efecto de procesos relacionales que orientan el comportamiento. Por supuesto, esta conformación territorial responde a ciertos patrones estéticos en el arte de mirar y percibir.19
La noción de paisaje establece un puente conceptual entre el mapa y el rizoma que pueden arrojar luz sobre la narración del recuerdo del exilio en la plataforma del MCEEMx. Pero Nogué agrega otra cualidad potencial de los paisajes para comprender estas representaciones del tránsito de la experiencia vivida hacia la producción de “un paisaje invisible”: la vida cotidiana del exilio, pero ahora bajo la narrativa digital del espacio y en un horizonte temporal presente pasado. Tal invisibilidad se refiere a la forma en que sobre la geolocalización y la geosemantización van generando un relato colectivo, solo percibido, luego narrado y “visto” por quienes identitariamente eran exiliados españoles en 1939 en la CDMX, preferentemente, y que hoy recrean lo que ya no existe, por ejemplo: el acontecer político, de vida cotidiana, cultural, comercial y social para los exiliados que llegaron a vivir en la calle de López, y que, con los trazos narrativos de cada relato, va conformando un panorama significativo solo para ellos. Ni para los contemporáneos de esa generación ni para nosotros hay posibilidad de “mirar” retrospectivamente ese acontecer sin poner la vista sobre esa representación: miramos desde nuestro propio horizonte cultural.
El paisaje invisible hace presente la ausencia y nos permite ir sobre las huellas de la mirada de lo exiliado sobre lo que fue su territorio.
Las voces del mismo sentir hacen eco: narrar recuerdos en el doble registro de la memoria del exiliado y la posmemoria
Es importante afirmar que este desplazamiento de la narratividad espacial hacia el acto rizomático solo ha sido posible en el marco de la web 2.0 o web social, que a partir de 2004 fue denominada así para referirse a una nueva generación de sitios web, basado en un modelo de comunidad de usuarios en plataformas, redes sociales, servicios multimedia y wikis cuyo propósito es el intercambio ágil de información entre usuarios y la participación en la generación de contenidos. Tenemos en un sentido amplio prosumidores y actantes generando y traduciendo contenido, intereses, agendas e ideologías. La dinámica de la red es presentista, pues agolpa contenidos sin un relato que muestre las líneas de continuidad, ruptura e interrupción de los contenidos.20
Ante los no-lugares que propicia la vida urbana y la consecuente no presencia, producto de estar en tránsito constante, estos proyectos buscan, aunque sea fugazmente: crear experiencias, habitar, recordar, generar sentidos y pertenencias, conocer y reconocerse en un registro virtual.
Desde estas coordenadas se puede afirmar que el Mapa Colaborativo está inspirado, parcialmente, en la búsqueda de narraciones alternativas sobre cómo el espacio se convierte en un lugar habitado, recordado, visibilizado y señalado para materializar el recuerdo. En este esfuerzo de geosemantizar el espacio y apropiárselo, se recrean imágenes de lo ausente con evocaciones intencionadas y narradas sobre la experiencia vivida por exiliados y sus descendencias. En el Mapa Colaborativo, recientemente recolocado en el espacio digital, podemos identificar dos tipos de registros de recuerdos sociales: la memoria comunicada o del testigo y la memoria cultural. En el primer caso (memoria comunicada o del testigo) caracterizada por ser informal e inestable, es una reelaboración retrospectiva y selectiva que resguarda y al mismo tiempo olvida. Es un registro de memoria que se transmitió mediante la comunicación cotidiana y la socialización. Con esto no nos referimos como diría Ricoeur a la presencia del recuerdo que es evocado espontáneamente, sino a la búsqueda intencionada de la reminiscencia, que además es fiduciaria. Es decir, el testigo y o el protagonista, quien cuenta cómo habitó la CDMX con el exilio, evoca y demanda confianza y credibilidad en la experiencia vivida y ahora narrada. En el Mapa Colaborativo encontramos numerosos ejemplos de memoria comunicada como en los testimonios de Enrique Guarner, Rosa María Durán Gili o Loti de la Granja cuyo trazo biográfico y “factual” es característico de los protagonistas quienes a través de prácticas incorporadas y afectivas, comparten recuerdos narrados con los contemporáneos y sucesores.21
Este acervo de memoria tiene como núcleo de origen a la familia como grupo de transmisión intergeneracional de lo que en algún momento fue experiencia vivida, enunciada, incorporada y luego comunicada. En este caso, los exiliados hablan de su arribo a México, de sus vidas desplegadas aquí, de los reagrupamientos y reproducciones materiales y simbólicas de las pequeñas patrias perdidas y reconfiguradas en las comunidades de vecinos y paisanos, por ejemplo en la calle de López, en los colegios, los clubes y los negocios que comenzaban a florecer en el Centro Histórico.22 Los hipertextos colocados en el mapa no son testimonios de la guerra y el trauma, sino sobre cómo continuó la vida después y a pesar de ellos, cuando la Ciudad de México se alineaba poco a poco con la modernidad. Esta memoria del testigo, del sobreviviente, cuyas interacciones formaban parte en muchos aspectos de sus biografías, de redes amplias en la formación de vínculo y recreación de la comunidad perdida.23
En estos perfiles del MCEEMx encontramos trazos importantes de memoria comunicada como aquella que es el resultado de las competencias sociales en los núcleos de proximidad en la socialización. Es una modalidad de producción y transmisión del recuerdo fusionada con los sistemas de lenguaje, creencias e intersubjetividades en juego que posibilitan intercambiar, compartir, corroborar, corregir, disputar, reinterpretar y hasta borrar los recuerdos compartidos. La familia y los pares son algunos de los núcleos socializadores de trasmisión intergeneracional de la gesta de origen como lo es el exilio. Tiene muchos componentes de memoria incorporada, de gestos, silencios, narraciones y ritualización de la vida cotidiana compartidas con los contemporáneos en el flujo y relevo de unas tres generaciones.24
Estos mecanismos se distinguen de los formatos mnemónicos y los dispositivos de la memoria cultural, cuyos campos institucionales y políticos producen una memoria transgeneracional cada vez más amplia. En este tipo de representación del pasado se galvanizan los recuerdos, se exteriorizan y cobran forma en artefactos ya despersonalizados, desencarnados de la cotidianidad en calendarios conmemorativos, monumentos, archivos, instituciones, producción artística entre muchos otros. Es el efecto de una pasado recordado y fuertemente vinculado también a la constitución identitaria. Su textura es desincorporada al compararla con la interacción y producción de sentido que genera la memoria comunicada en la interacción.
En el MCEEMx encontramos claros ejemplos de la memoria comunicada y memoria cultural cuando observamos el conjunto de elementos que posibilitan materializar el recuerdo: el testimonio narrado cobra forma con dispositivos que se van convirtiendo, a lo largo del tiempo, en memoria cultural. Ahí hay un desplazamiento de los objetos del entorno familiar hacia una esfera de narración tendencialmente despersonalizada en el mapa “colaborativo”. Este último institucionaliza lo que ha sido la memoria comunicada e integra las fotografías de pasaportes, documentos, partituras, revistas, el recuerdo narrado de la comida, las sensaciones del viaje de ultramar, la poesía, la descripción de sabores y aromas.
Estas memorias, gracias a la mediación digital, moldean el contenido y forma del recuerdo. Son expuestas y transmitidas solo por conducto del potencial del mapa-rizoma para convertir espacios representados como nodos en lugares de memoria identificados a través de geosemantización del exilio. Dicho en otras palabras, la condición de posibilidad del recuerdo radica, en este caso, en las formas de mediación que lo atraviesan.25 Si profundizamos un poco más, esta mediación digital al geolocalizar y geosemantizar el recuerdo lo estabiliza provisionalmente facilitando su acceso en la red. Hay que decir que este tipo de tecnología produce inexorablemente un panorama fragmentado del recuerdo del exilio. Se genera, en consecuencia, una memoria mediada, moldeada por la tecnología digital, lo que tiene como consecuencia un tipo de recuerdo descontextualizado, aislado, ajeno a una narración más integrada.
Aunque el tema de esta exposición no es precisamente el de la mediación, vale la pena retomar a Jose Va Dijck cuando se pregunta si las tecnologías digitales seleccionan y resaltan ciertos aspectos sensoriales destacables de un hecho (en este caso el exilio) inscritos en nuestra memoria, otorgándoles visibilidad y materializándolos. Sin embargo, casi siempre queda excluida la otra parte de la ecuación que resulta desafiante para contemplar otras dificultades no previstas en las representaciones de la memoria en modo digital. En materia de mediación, ¿cuál es el papel que juegan las memorias afectivas y la propia historicidad del recuerdo en la elección de los recursos, en este caso digitales y de realidad aumentada para dar forma, moldear y comunicar los recuerdos sobre el exilio? ¿En qué medida este acervo de recuerdos y sus agencias tienen algún impacto en la selección de los medios elegidos para fijar los recuerdos de la experiencia vivida? En otras palabras, cabría preguntarse no solo cómo la mediación digital moldea el recuerdo del exilio, sino cómo esa memoria afectiva impulsa la selección de nuevas rutas de comunicación del recuerdo.
Con sus códigos comunicativos y lenguajes que convirtieron los testimonios y recuerdos del exilio en un hipertexto, en un hashtag y en una experiencia de realidad aumentada, los alcances de estas mediaciones radican en que las memorias culturales y comunicadas son inscritas en el mapa digital moldeando sus alcances y contenidos en un panorama quizá fragmentado, pero potencialmente más accesible para las nuevas generaciones. Dirigido desde los antecesores y algunos contemporáneos hacia los sucesores generacionales, el efecto en conjunto no es menor, pues nos coloca en un escenario no solo de memoria como representación del pasado de la generación protagonista de los acontecimientos, sino de posmemoria en la medida en que un conjunto de instituciones emprende el proyecto en el marco del Laboratorio de Ciudadanía Digital del CCEMx y construye narraciones sobre el exilio español en México. La memorialización del exilio en este proyecto es entonces un emprendimiento de posmemoria.
El efecto de sentido del MCEEMx ya no está solo centrado en la narración (ahora digital) del recuerdo de la memoria comunicada en dispositivos de memoria cultural, sino que entre y a través de ellos se genera un tipo de posmemoria que nos habla del relevo generacional que adapta los testimonios y documentos a un nuevo formato. Lo que estamos observando aquí es probablemente un tipo de apropiación de memorias culturales y comunicadas por parte de los sucesores del exilio y de los propios agentes del Laboratorio de Ciudadanía Digital. No estamos hablando, en consecuencia, de una nueva producción de recuerdos, sino de una secuela de las memorias de Assman, una apropiación de las mismas con fines conmemorativos e identitarios por parte de la generación del relevo.
Con el término de posmemoria Marianne Hirsch delimitó un conjunto de estructuras de repetición que ya no están ligadas a la memoria viva y la experiencia vivida, en este caso la de los protagonistas y testigos del exilio español en México, sino que se remite a un tipo de recuerdo transmitido hacia la generación de sucesores mediante relatos, silencios, historias, incorporaciones, ritualizaciones y hábitos. Este acervo de recuerdos marca la interpretación del pasado de los sucesores que se caracteriza por su discontinuidad, por las apropiaciones diferenciadas y los vacíos narrativos que se integran en la biografía de la generación sucesora. La posmemoria no es entonces una memoria en sí, sino lo que ocurre con ella cuando la comunicación de la misma acontece.
Ya no existe una continuidad entre la experiencia vivida que puede traducirse en recuerdo como ocurre con el protagonista o el testigo de los acontecimientos. Sin embargo, en la postmemoria hay una oscilación entre la continuidad y la ruptura del recuerdo del trauma de las víctimas, sus secuelas y las formas de recreación y proyección de ese recuerdo recreado por sus herederos. Hay, dice Hirsch, una continuidad conflictiva entre la memoria comunicada y las apropiaciones diferenciadas que la generación siguiente realiza de esos relatos, prácticas, socializaciones con las que crecieron.26
La postmemoria describe entonces la relación que la generación sucesora en los núcleos familiares, establece con el relato del trauma personal colectivo y cultural de la generación antecesora, y donde lo narrado sobre ese trauma se realiza a través dispositivos como las fotografías, imágenes y relatos con los que fueron socializados. Estas experiencias fueron transmitidas con tal fuerza afectiva y profundidad que llegan a parecer recuerdos por derecho propio, aunque el trauma en sí es intransferible, afirma Hirsch.27
En el Mapa Colaborativo es posible identificar procesos de posmemoria que dan cuenta de nuevas narraciones sobre de la memoria del exilio español en México. Se trata de los hijos y nietos de exiliados que literalmente “incorporan” a su biografía esa memoria transmitida e intentan repararla. Se reproduce en el núcleo familiar por lo que tiene una implicación afectiva y procesa ese contenido bajo nuevas formas de representación. Frente a la crisis de lo metarrelatos históricos, proliferan los registros distintivos de posmemoria que se han multiplicado en nuestros días a través de nuevas narraciones más íntimas, acotadas, individuales, microhistóricas en la producción de pasados presentes. Lo anterior explica la multiplicación de diarios, documentales, blogs, plataformas de fotografía, álbumes y genealogías familiares del exilio, relatos colmados de vida cotidiana y emociones.28
En el Mapa hay pequeños relatos de posmemoria de una generación posterior a la de las víctimas cuyas presencias y testimonios corren el riesgo de desvanecerse. Los registros de posmemoria no dejan de tener el tono, la reparación y preservación cuando enfatizan que pretenden resguardar las experiencias de los exiliados anónimos que entretejieron su biografía con la de la CDMX. Son expresiones de memoria afectiva que buscan recrear una atmósfera y producir un acercamiento con los lugares de reunión, usos, costumbres de los exiliados, lo cual fue visible, por ejemplo, en una app que guiaba una bicirruta con tal propósito en el Centro Histórico. Frente al fallecimiento de la mayoría de los exiliados y la condición inexorable del relevo generacional, la generación de la posmemoria recrea un sentir e integra a su identidad una franja del relato transmitido sobre sus orígenes. Los relatos recreados por los hijos y nietos en el Mapa Colaborativo no se refieren al trauma de las víctimas, sino en algunos casos a los vacíos, silencios, afectos, hábitos, núcleos de apoyo y socialización, así como la reproducción de la vida cotidiana que aún resguardan en la memoria emotiva: el agradecimiento a México por salvarles la vida y por haberles dado un país de destino a sus abuelos. Hirsch señala que la posmemoria se produce como resultado de una transferencia cognitivo afectiva que no es idéntica a la memoria ni al trauma, pero que se aproxima a aquellos en su condición afectiva y en su potencial en la conformación identitaria de la segunda y tercera generación. Justo esa distancia entre la experiencia vivida, el recuerdo narrado y transmitido, posibilita una nueva fijación de los orígenes, adscripciones y renueva lazos afectivos que en muchos casos posibilitan la reparación, así sea simbólica, del trauma.29
Otra franja de posmemoria está dada por la propia mediación y producción del MCEEMx por parte del Centro Cultural de España en México y su Laboratorio de Ciudadanía Digital, que, como hemos señalado, es una plataforma multidisciplinar que promueve programas de intervención sociocultural en el ámbito local y que se vale de la mezcla de las TICS, las artes, cultura y ciencia “para la formación de ciudadanas y ciudadanos críticos”. Además, genera espacios para la construcción de Comunidad que favorece aprendizajes y la adquisición de competencias digitales. Uno de sus proyectos fue la conformación de la plataforma y aplicación del Mapa Colaborativo, en sus dos versiones (2015 y 2019), para visualizar la memoria del exilio republicano a través de sus nodos, entrevistas, documentos e imágenes. La premisa del proyecto ha sido mediar los recuerdos de esta generación gracias a la geolocalización y los locative media. El ejercicio es interesante no solo por los efectos del propio dispositivo elegido para moldear comunicar, reenunciar y apropiarse de los recuerdos de la generación antecesora, sino porque es justo la generación de la posmemoria quien, desde su agencia y configuración identitaria, moldea la fisonomía del mapa. Se desplaza así el resguardo de las memoria familiar intergeneracional y comunicada hacia la conformación de un acervo de memoria cultural, transgeneracional la cual, distanciada del trauma original, va conformando un archivo de memoria cultural en el marco de una institución y fondeada por el gobierno español. En este ejercicio de posmemoria, hay procesos de institucionalización y reparación simbólica del trauma que solo son posibles en el marco de un presente pasado libre de la experiencia directa de la víctima y con un relevo generacional que expresa y moldea este legado con nuevos lenguajes.30
Conclusiones
Algunas ideas para seguir la reflexión
Es importante enfatizar cómo entre los conceptos de memoria comunicada y memoria cultural resulta necesario profundizar en la posmemoria como fenómeno mnemónico que encapsula nuevos registros de recuerdos. Queda pendiente preguntarse por la condición intersubjetiva de esos recuerdos y la forma en que son constituidos y a la vez constituyen identidades más fluidas y diversas. Son reacomodos que la generación de los sucesores produce en el marco de una experiencia de la temporalidad de presente continuo que integra pasados más fragmentados como los producidos por el MCEEMx. Entre el mapa digital y el rizoma se pueden analizar experiencias de transmisión intergeneracional de memoria cuya narración da lugar a paisajes invisibles.
Uno puede desplazarse en el Mapa Colaborativo del Exilio existente en la Web, conocer los testimonios, navegar por los lugares señalados, remitirse a los enlaces y realizar una multiplicidad de lecturas. No hay jerarquía ni una lógica interna en el listado de lugares. Tampoco existe un antes y un después entre los sitios y los personajes. Dada las características de la comunicación participativa en plataformas, el contenido parece fragmentado, si uno busca una racionalidad al conjunto de nodos. Algunos contenidos del Mapa se desvanecen y luego vuelven a aparecer, igual que los colectivos que los produjeron. Ese fue el caso de algunos archivos sonoros asociados a lugares de los cuales ya no encontramos su registro original.
Finalmente, podría señalarse que un Mapa Colaborativo como el del exilio español es un archivo en el que se multiplican las posibilidades de lectura. Pero estas lecturas, así como la formación del propio mapa, el trabajo del colectivo y sus contenidos, se comprenden a la luz de la articulación particular entre el cronotropo del tiempo y la narración del espacio del régimen de historicidad presentista en el que vivimos. De ahí que, en este caso, no exista consistencia ni continuidad de significados, contenidos ni grafías. El Mapa es un panorama fragmentado que carece de un relato integrador sobre esta forma de ver el exilio. Y no existe porque no pretende hacerlo: ese es a la vez su potencial y su gran limitante. La experiencia de navegar en el Mapa es de simultaneidad, como diría Gumbrecht, de tener amontonados retazos de historias, fragmentos de testimonios y recuerdos, hipertextos de ayer y de hoy, todos comprimidos en el mapa digital. En este sentido, sus palabras son perfectas: “Se llena el presente con muchos, muchos pasados” y el futuro está desplazado a pesar de que hay un ejercicio predominante de posmemoria donde no hay mucho sentido de legado ni de transmisión intergeneracional de recuerdo o de perdurabilidad. Su condición hasta hoy es evanescente, pero encierra un enorme potencial para la generación de la posmemoria que tiene la capacidad de reparar y recolocar los pasados y reivindicar identidades, derechos y ciudadanías.
El 13 de junio de 2019 presentaron nuevamente el Mapa Colaborativo del exilio español como una novedad: no se mecionaron los antecedentes ni el contexto de su origen ni el de sus discontinuidades, tampoco hubo una introducción sobre la corta historia que ya tiene. Hay unos cuantos nodos nuevos y el mapa ha permanecido en la red, pero sin retroalimentación por lo menos en 3 años. Sabemos que estos mapas son evanescentes a la par de otros contenidos en la red. Requieren fondeo tecnológico y económico, pero en este caso, necesitan de algo más: una voluntad de memoria más allá de la condición efímera de la conmemoración. El Mapa Colaborativo tiene el potencial de archivo y resguardo de memoria ante la paulatina e implacable desaparición de la generación sobreviviente de la Guerra Civil española y el exilio. Ya está aquí la generación de la posmemoria con sus dispositivos y con girones de relatos, pertenencias y adscripciones que buscan su lugar y conformación identitaria ante la huella transmitida del exilio español en México.