Introducción1
En la actualidad, la soberanía alimentaria ha cobrado relevancia en la agenda política mundial como un elemento que posibilita impactar en distintas dimensiones del Desarrollo Sostenible; este enfoque promovido desde la sociedad civil organizada es, a su vez, una forma de resistencia frente al modelo económico neoliberal. Mientras que este último prioriza la producción industrializada de alimentos y los mercados globales a gran escala que maximicen eficiencia y rentabilidad, las iniciativas desde la soberanía alimentaria apuestan por la producción, distribución y consumo de alimentos en lo local-regional. Así, se garantiza no sólo la seguridad nutricional, sino también el fortalecimiento de la autonomía y libre determinación de los pueblos sobre su propio desarrollo y sus sistemas agroalimentarios, con miras a la preservación de prácticas de consumo y producción acordes con los elementos culturales de las comunidades y enfatizando en procesos de autogestión que sean ambiental y económicamente sostenibles.
Este suele ser un tema que mayoritariamente nos remite a las comunidades campesinas, los pueblos indígenas y grupos étnicos, considerando que son poblaciones especialmente afectadas por las políticas económicas de libre mercado e industrialización de la producción; sin embargo, las ciudades también han ido participando de muchas de estas apuestas de soberanía alimentaria (Ruiz Serrano, 2018) en la búsqueda de alternativas que permitan transitar hacia sistemas agroalimentarios más justos que hagan contrapeso a los efectos del acelerado crecimiento demográfico, la profundización de las desigualdades e inseguridad alimentaria que es evidente en las urbes, sumado a los efectos nocivos a nivel medioambiental.
En este marco, surgen las iniciativas de agricultura urbana comunitaria, o también conocidas como las huertas urbanas comunitarias, que hoy en día se perfilan como estrategias potenciales de gestión integral del ambiente urbano y como plataformas de desarrollo local y comunitario, que producen:
sinergias y complementariedad entre la conservación y reciclaje de los recursos naturales del suelo y el agua, la recuperación paisajística y ecológica de territorios degradados, la provisión de alimentos y generación de empleo, y el fomento de la interacción social de diversos actores urbanos mediante la habilitación de espacios recreativos, educativos y productivos en torno a la actividad agro-cultural en la ciudad (Moreno Flores, 2007: 4) .
Alrededor de este asunto, estudios como los desarrollados por Solari-Pérez et al. (2019) en Perú y Moreno-Gaytán et al. (2019) en México, convergen en analizar la forma en que estas iniciativas, además de ser estrategias para establecer territorios urbanos sustentables, contribuyen a una apropiación positiva del espacio público, fortalecen el sentido comunitario, se convierten en apuestas que trascienden la lógica del crecimiento económico, y se vinculan a la reproducción ampliada de la vida, coadyuvando a mejorar el medio ambiente a partir del desarrollo de técnicas agroecológicas.
Cuando hablamos del papel de las mujeres en estas apuestas, informes de organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, 2011), la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2019) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL (2011 y 2016) han indicado que las mujeres son una buena parte de la fuerza laboral agrícola y realizan importantes contribuciones. Sin embargo, su trabajo suele ser invisibilizado, no remunerado y se señalan diversas brechas respecto a la propiedad de la tierra, el acceso a recursos productivos e insumos, el acceso a créditos y financiación, educación, tecnología e innovación, así como la inequidad en la distribución de tiempos dedicados a lo productivo/reproductivo que limitan su participación en igualdad de condiciones. Esto no sólo acontece para las mujeres rurales, pues también algunos estudios sobre mujeres y agricultura urbana comunitaria como los realizados en Sudán por Daoud (2020) y Daoud y Behari (2021) han arribado a conclusiones bastantes similares en cuanto a dichas brechas. Adicional a estas barreras, Martins de Carvalho y Bógus (2020) señalan como limitaciones el bajo nivel educativo, la distribución desigual del trabajo doméstico y la falta de reconocimiento por parte de las autoridades públicas.
Una amplia variedad de estudios ha profundizado en el papel de las mujeres campesinas e indígenas en las cadenas de producción y comercialización de los productos agrícolas y la manera en que estas prácticas se convierten en formas de resistencia al modelo económico hegemónico, en especial en Latinoamérica. Tal es el caso de los estudios realizados por García Roces y Soler Montiel (2010) , García Roces et al. (2014) en la región amazónica de Brasil, Ortega et al. (2017) , Rincón et al. (2017) en México, Rodríguez-Avalos y Cabascango (2017) en Ecuador, Bonilla Leiva (2018) en Costa Rica y Vásquez et al. (2020) en México. Todas estas investigaciones convergen en señalar que las mujeres juegan un papel clave en las economías familiares y comunitarias de subsistencia, participando en todo el ciclo de la producción, circulación, intercambio y conservación de semillas locales, la preservación de diversas prácticas agrícolas que protegen la biodiversidad y que contribuyen también a la reconstrucción de identidad y reproducción de su cultura. Se resalta en todas estas investigaciones que muchas de ellas han debido enfrentar procesos de ocupación de territorios por parte de transnacionales, los nuevos procesos de concentración de tierra y de recursos productivos, así como los procesos de aculturación.
Algunas investigaciones también han enfatizado en la relación entre procesos agroecológicos comunitarios y la transformación de las inequidades de género. En esta línea, los estudios de García Roces y Soler Montiel (2010) y García Roces et al. (2014), Delgado (2017) y Bonilla Leiva (2018) rescatan que la apropiación de bienes productivos y de recursos alimentarios por parte de las mujeres para el consumo, intercambio o venta, se convierten en una forma de lograr autonomía, mayor visibilidad y valoración social de su trabajo. Dichos estudios, junto con los realizados por Arias Guevara (2014) , Díaz Pérez y Silva Niño (2019) y Martins de Carvalho y Bógus (2020) resaltan también los procesos intergeneracionales, las redes sociales que se potencian y los escenarios de cohesión, diálogo e intercambio entre mujeres que ocurren en estos espacios agroecológicos comunitarios, y que posibilitan la concientización sobre las relaciones asimétricas de poder al interior de su comunidad. Adicionalmente, se señala que les permiten desnaturalizar violencias de las que han sido sobrevivientes y aportan a la ruptura de las estructuras tradicionales de género. De igual manera, se señala que estas redes contribuyen a su fortalecimiento como sujetos políticos, desplegando su participación en escenarios más amplios de incidencia en los gobiernos municipales. Para complementar los hallazgos anteriores, los estudios de Slater (2001) y Olivier y Heinecken (2017) en Cape Town, Sudáfrica, plantean similares conclusiones señalando que, además de contribuir a la seguridad alimentaria, la participación de las mujeres en la agricultura urbana comunitaria adquiere otros significados relacionados con la seguridad, el desarrollo comunitario, y posibilita establecer redes de apoyo que amplían su espectro social y económico.
En la contextualización anterior se sustenta el propósito de este artículo, encaminado a profundizar en torno al lugar de las mujeres dentro de las iniciativas de agricultura urbana comunitaria, a partir del acercamiento a siete experiencias colectivas desarrolladas al noroccidente de la ciudad de Bogotá, Colombia. Interesa reconocer y visibilizar las acciones de resistencia que ponen en marcha los colectivos y especialmente las mujeres, para posicionar los procesos de soberanía alimentaria desde lo urbano; pero también es de nuestro interés conocer si estas acciones y formas de participación tienen algún impacto en la transformación de las inequidades de género, desde la experiencia y mirada de las mujeres participantes.
Para ello, en la investigación que sustenta este artículo, se plantearon tres objetivos específicos: 1) Delimitar las apuestas colectivas que están en la base de las iniciativas de agricultura comunitaria de las siete iniciativas participantes; 2) conocer las acciones de resistencia de las mujeres al interior de estas iniciativas; y 3) comprender las contribuciones de estas formas de participación en la transformación de relaciones de género inequitativas.
El escrito parte por delimitar algunas precisiones teórico-conceptuales desde las categorías analíticas de género, prácticas de resistencia y huertas comunitarias, para luego presentar los aspectos metodológicos, la caracterización muestral de las iniciativas y de las mujeres participantes en la investigación. Posteriormente, en el apartado de resultados, se desglosan los principales hallazgos organizados en cinco ejes: 1) la soberanía alimentaria como práctica de resistencia colectiva, 2) las prácticas y saberes para el cuidado medioambiental de cara a la consolidación de una conciencia agroecológica, 3) la resignificación del territorio, apropiación social del espacio y construcción del tejido social, 4) la autogestión, economía solidaria y articulación de redes como forma de resistencia y 5) autonomía, autocuidado y construcción de relaciones más solidarias y equitativas. En el último acápite del artículo, se presenta la discusión y conclusiones, que a su vez se organizan en cuatro ejes en concordancia con los objetivos específicos planteados: 1) sobre el lugar de las mujeres en las huertas urbanas comunitarias, 2) sobre las prácticas de resistencia colectiva, 3) sobre las huertas urbanas comunitarias como un medio para la transformación de las relaciones de género y 4) sobre la necesidad de una lectura interseccional en la participación de las mujeres.
Precisiones teórico-conceptuales
A nivel teórico, la investigación se sitúa desde la conceptualización de las prácticas de resistencia, el entendimiento de las huertas comunitarias desde su carácter político, así como desde los estudios de género y la ecofeminismo que problematizan y relacionan las experiencias de opresión de las mujeres y la naturaleza.
Respecto a las prácticas de resistencia, se retoman los postulados de Linsalata (2014) que ubica la resistencia social desde su carácter emancipatorio, el cual, a partir de un proceso crítico y reflexivo, permite al sujeto convertir un deseo de cambio en fines concretos y prácticas colectivas de transformación de la realidad. En este sentido, la autora señala que la resistencia está dotada de un sentido anti-individualista e incluso anticapitalista:
La resistencia a la acción deformante y homogeneizadora del capital ocurre de manera múltiple, contradictoria y ambigua en la sociedad. Se produce en aquellas regiones de la vida social en las que el trabajo concreto (la actividad humana dirigida a un fin), en sus distintas expresiones históricas y sociales, no ha sido totalmente subsumido y refuncionalizado por el capital; en aquellas experiencias culturales, políticas e imaginarias en las que el sujeto social conserva o recupera la capacidad de dar una forma y un sentido propio a la realidad (Linsalata, 2014: 339).
En cuanto a la delimitación de la Agricultura Urbana, ésta será entendida desde su carácter político más que espacial o productivo (Ernwein, 2014), lo cual implica considerarla una herramienta que posibilita la construcción comunitaria, la integración social y la re-creación de los espacios públicos. Ernwein (2014) señala que las huertas no pueden considerarse por fuera del marco social, porque están incrustadas en la micropolítica de la ciudad y deben analizarse desde sus dinámicas relacionales, desde sus efectos transformadores, cohesivos o quizá divisivos de estas relaciones, por ejemplo, la forma como tejen nuevas solidaridades, nuevos experimentos en ciudadanía y gobernanza, nuevos grupos y comunidades que pueden emerger y construirse.
Por último, para problematizar el lugar de las mujeres en las apuestas de agricultura urbana, partimos por situar el género como una categoría social clave en el análisis de las relaciones sociales y acudimos al concepto de sistema sexo-género (Rubin, 1975) como un conjunto de arreglos por los cuales una sociedad toma como realidades biológicas lo que son productos de la actividad humana y que permiten problematizar las relaciones de poder que subyacen a las diferenciaciones y jerarquías que derivan en desigualdad social entre hombres y mujeres. Ello conlleva a pensar que la opresión no es inevitable, sino el producto de las relaciones sociales específicas (Osborne y Molina, 2008: 153).
Desde una perspectiva ecofeminista, es posible analizar las opresiones de género en interrelación con las opresiones medioambientales, articulando de esta manera el sistema sexo-género con el capitalismo. Para ello, retomamos a Puleo (2013), quien plantea que la dominación del hombre sobre la naturaleza y la dominación del hombre sobre la mujer son dos caras de la misma moneda, y, por tanto, todo intento de transformación social debe abordar ambos problemas conjuntamente. Para eso, se requiere transformar el modelo androcéntrico de desarrollo, conquista y explotación.
Metodología
La investigación se realizó en 2022, en Bogotá, Colombia, con siete iniciativas de agricultura urbana comunitaria ubicadas al noroccidente del Distrito Capital. Se desarrolló desde un enfoque cualitativo, a través del método de estudio de caso múltiple y las técnicas utilizadas fueron observación participante, entrevistas a profundidad y grupos de discusión. Se comprende como estudio de caso múltiple toda vez que se buscaba estudiar conjuntamente un determinado número de casos para analizar las características comunes, similares o distantes, desde la voz de los actores sociales (Galeano, 2012: 71).
En cuanto a las técnicas, la observación participante se dio alrededor de distintas actividades desarrolladas desde los colectivos, y se escogió por cuanto posibilitaba acceder al campo de prácticas sociales que nos interesaba conocer en profundidad; en este sentido, dar cuenta de las apuestas colectivas en la práctica concreta, las interacciones y las dinámicas de trabajo colectivo, así como las formas de apropiar el espacio social. Por su parte, las entrevistas semiestructuradas a profundidad y los grupos de discusión, como técnicas narrativas, posibilitaron el conocimiento detallado y contextualizado de las experiencias de cada mujer respecto a su proceso de vinculación a los espacios comunitarios de las huertas, los impactos que ellas perciben de su participación, la valoración subjetiva de los lugares que ocupan dentro de las iniciativas. En general, el uso de estas tres técnicas permitió triangular los datos con la información obtenida para a partir de ellas construir el análisis que se presenta más adelante.
La articulación de estas estrategias metodológicas y técnicas se aproxima al diálogo con la investigación cualitativa feminista, comprendida desde Olesen (2012) :
Remite a los estudios de problemáticas, a marcos teóricos, políticos o de acción, a fin de lograr la justicia para las mujeres, en contextos específicos [con el ánimo] de generar nuevas ideas para producir conocimiento acerca de situaciones opresivas para las mujeres, con el fin de que se tomen medidas o se continue la investigación (Olesen, 2012:113) .
En este sentido, las mujeres participantes en el proceso de huertas urbanas son consideradas como sujetas activas en el desarrollo de la investigación, sujetas de saber y conocimiento.
Dentro de las consideraciones éticas, la investigación solicitó a las participantes consentimiento informado, se entregó información clara y veraz sobre los objetivos y alcances del estudio, se respetó el carácter de voluntariedad para la participación, el uso adecuado, seguro y confidencial de los datos obtenidos, y el mantenimiento del anonimato para fines de divulgación de los resultados conseguidos.
Los datos fueron sistematizados y analizados utilizando el software Atlas-Ti, codificados a partir de dos categorías preestablecidas, que fueron “prácticas de resistencia” y “apuestas colectivas”; otras categorías emergieron en el análisis, especialmente las relacionadas al significado que tiene para las mujeres su participación en este escenario comunitario y el impacto en las relaciones de género. En torno a dichas categorías se organiza el análisis de resultados que se presenta más adelante.
Población participante: una lectura interseccional de las mujeres al interior de las huertas urbanas
Las siete huertas urbanas fueron seleccionadas a través de un muestreo intencionado, no probabilístico, a partir de un rastreo de iniciativas de agricultura urbana comunitaria activas, con las cuales se llevó a cabo un acercamiento preliminar y finalmente, a partir del diálogo con sus líderes, se concretó la posibilidad de realizar el trabajo de campo. Se considera importante situar que una integrante del semillero de Estudios de Género que formuló el proyecto de investigación, es participante activa de una de las huertas urbanas; a través de esta integrante, se inició el proceso de contacto con varias de las otras iniciativas por medio de la técnica de bola de nieve, ya que entre las distintas huertas existe un trabajo y comunicación en red que fue posibilitando la identificación de liderazgos y acercamiento a actores claves en el proceso.
Se estimaron dos visitas a cada huerta, participación en algunas actividades de impacto comunitario y se realizaron entre dos y tres entrevistas a profundidad por cada iniciativa;2 en dos de ellas se desarrollaron grupos de discusión con un promedio de cuatro participantes en cada grupo. En la tabla 1 3 se presentan las características generales de cada una de las huertas participantes.
Interesa para este estudio visibilizar la participación de mujeres muy heterogéneas en cuanto a características de etapa de ciclo vital, procedencia urbano-rural, pertenencia étnica, nivel educativo formal y la vivencia de diferentes violencias basadas en género, lo cual pone en evidencia la necesidad de un abordaje interseccional para examinar los distintos lugares desde los que se sitúa la experiencia de las mujeres en las iniciativas de agricultura urbana comunitaria. En la Tabla 2 se presenta en detalle la caracterización sociodemográfica de las mujeres participantes en la investigación.
Como aspecto común entre todas, puede observarse que aparece un interés y cuestionamiento por el tema medioambiental, y también en varios casos una experiencia previa o simultánea en otros procesos comunitarios o de acción colectiva que se articulan con su posterior vinculación a la agricultura urbana.
Frente a los diversos ejes de la diferencia, en ciclo vital o curso de vida, participan mujeres jóvenes, adultas y adultas mayores. Este eje, a su vez, se relaciona con el lugar de origen o procedencia; generalmente las adultas mayores de 40 años refieren procedencia rural campesina y se encuentran radicadas en la ciudad hace varios años a causa de las migraciones laborales o por razones de migración forzada en el marco del conflicto armado.
Este origen rural les lleva a vincularse a estas apuestas en el contexto urbano como una forma de reconectar con saberes ancestrales o dar continuidad a prácticas agrícolas que les acompañaron en su infancia y/o juventud. Por otro lado, encontramos también mujeres jóvenes, nacidas en un contexto urbano y con pocos conocimientos sobre las formas de consumo y producción agrícola, pero que resultan vinculadas a estos escenarios a partir de su cuestionamiento, como nuevas generaciones, del deterioro medioambiental y los efectos nocivos del consumo y producción masiva de alimentos, que han tenido oportunidad de reflexionar sobre la importancia del trabajo colectivo para la defensa del territorio, el desarrollo de prácticas responsables con el medio ambiente y la integración de las infancias en este proceso.
Frente a los niveles de formación, se hallan mujeres que han alcanzado la primaria, que cruzan con los ejes del ciclo vital —mayores de 40 años— y de procedencia rural; pero también participan mujeres jóvenes con formación de pregrado y niveles de formación en maestría y posgrado que se encuentran vinculadas al ejercicio comunitario, que marca experiencias muy diversas en cuanto a su vinculación con la acción colectiva. En su mayoría quienes han alcanzado un nivel educativo universitario, están vinculadas con profesiones de las Ciencias Sociales, Ciencias Agropecuarias, aunque también se encuentran profesionales desde la Comunicación y el Derecho que procuran asociar o articular con su apuesta política en la huerta comunitaria.
Nos encontramos con mujeres con historias atravesadas por múltiples violencias basadas en género, en la infancia desde sus contextos intrafamiliares, pero también en la juventud y adultez con sus parejas o en sus contextos laborales; no todas reconocen experiencias de violencia y no en todos los casos se han problematizado desde una perspectiva de género; sin embargo, quienes nos compartieron estas vivencias subrayaron la manera en que el escenario comunitario y las redes de afecto aquí producidas les han ayudado a entenderlas y resignificarlas.
En varias de las apuestas colectivas con las que realizamos acercamiento, fue interesante observar que el tejido colectivo entre mujeres posibilita intercambios intergeneracionales, dentro de los cuales las generaciones más jóvenes de mujeres aportan nuevas perspectivas sobre las relaciones de género frente a las visiones tradicionales de género que prevalecen en las mujeres mayores de 40 años.
Análisis de resultados
La soberanía alimentaria como práctica de resistencia colectiva
Para la mayoría de las huertas comunitarias participantes, la soberanía alimentaria aparece como un eje importante dentro de sus acciones. Esto implica que además de contribuir a la seguridad alimentaria de los integrantes de la iniciativa y en algunos casos de la comunidad barrial, existe una apuesta más amplia por la defensa del derecho a la alimentación, un acercamiento a la producción y el consumo de alimentos desde economías alternativas y solidarias, dando prioridad a la libertad de escogencia sobre los alimentos que se consumen, mayor conciencia sobre cómo se producen, de dónde provienen y la calidad de estos:
Algo que nosotros queremos rescatar desde la huerta, también es la libertad de alimentación, estamos respaldando el derecho a la soberanía y al escoger qué yo quiero comer, y cómo quiero que ese alimento sea producido […] la cadena de producción del alimento, y empezar también a recuperar saberes en donde no usamos ningún tipo de agrotóxicos, ni tampoco abonos químicos, pues que terminan devastando la vida de la tierra de los suelos y también de todos seres que hay ahí; empezamos a entender que la misma naturaleza pues tiene un equilibrio (Diana Marcela, E4-Huerta Siembra Mundos; comunicación personal, 2022).
La conservación, intercambio y libre circulación de semillas y plantas nativas, la preservación de la fauna y flora en los territorios de la huerta y aledaños, así como el rescate de prácticas y saberes ancestrales en torno al cuidado de la naturaleza y la producción de alimentos, son también parte de esta apuesta política y buscan distanciarse del modelo agroindustrial, de la privatización y comercialización de semillas genéticamente modificadas, las restricciones frente al intercambio de las mismas y la privatización de la tierra. Esta mirada tiene un sentido no solamente económico y nutricional sino también cultural, pues se apuesta por el reconocimiento y rescate de la identidad y la tradición, de los saberes ancestrales y su transmisión intergeneracional dentro de los territorios que habitan:
Cuando hablamos de soberanía alimentaria, hablamos, primero, de qué tipos de alimentos como comunidad queremos sembrar y queremos consumir, es una de las principales apuestas que tiene la huerta, aunque le falta muchísimo […] creo que nosotros hemos luchado mucho, por ejemplo, por rescatar semillas nativas, hemos sembrado muchas plantas que son nativas […] nosotros tenemos acelga roja, acelga morada amarilla y acelga anaranjada, y son nativas, son de nuestra tierra, por ejemplo, querer rescatar semillas como la quinoa, el amaranto, la chía (Eliana Sofía, E3-Huerta Angelita; comunicación personal, 2022).
Esa lucha ¿no? de resistencia que se hace frente a los cultivos, eh pues como los cubios, las habas, el amaranto mismo, la quinoa, los cultivos que han sido muy ancestrales de nuestros indígenas, de nuestros padres que se van olvidando y que hoy día de mucha variedad que hubo en un pasado y que nos alimentó y fue nuestra fuente de alimentación, hoy día se puede decir que están en vía de extinción y que ya muchas veces los jóvenes no lo han probado, no saben qué es eso, entonces también esa apuesta política, es como, el reconocimiento por nuestra identidad, nuestra cultura, apropiarnos de ella y hacerla patente y vivenciarla en el territorio (Gloria Elena, E2-Huerta Angelita, comunicación personal, 2022).
Conciencia Agroecológica: prácticas y saberes para el cuidado medioambiental
Otro eje fundamental se orienta a incentivar prácticas agroecológicas que contribuyan a la conservación y protección del medioambiente. Estas prácticas son parte de la vida cotidiana de los y las participantes activos de las huertas, pero además se procuran espacios para la construcción de saber popular al interior del colectivo y con la comunidad habitante del territorio:
La huerta es un espacio de diálogo de saberes, entonces en la huerta nos reunimos personas que sabemos unas cosas sobre agricultura urbana, sobre aprovechamiento de residuos orgánicos, sobre biopreparados, bueno muchas cosas y entre todos vamos tejiendo, primero para entender la huerta como un ejercicio de soberanía alimentaria, que es una de nuestras apuestas, pero también como aprendiendo a cómo nos relacionamos con la naturaleza, porque es un lazo el que hemos estado históricamente desligados desde la ciudad […] Dentro de las apuestas también está el tema de cero uso de fertilizantes, de insecticidas, fungicidas, o sea es todo un proceso orgánico, nosotros nos encargamos de preparar, de hacer biopreparados y buscamos las mejores alternativas para el cuidado de los insectos, como de nuestras plantas (Andrea Carolina, E6-Huerta Colibrí Dorado; comunicación personal, 2022).
Las acciones desde la educación popular se orientan a generar mayor conciencia frente al impacto ecológico de nuestras prácticas de consumo, el manejo de residuos y de forma más amplia los modelos hegemónicos de desarrollo que acentúan el deterioro ambiental. Frente al reciclaje y el aprovechamiento de recursos orgánicos para el compostaje, varias entrevistadas señalan que todavía falta crear mayor conciencia en la comunidad, pues aún siendo una apuesta importante dentro de los colectivos no siempre resulta acogida en el contexto barrial, que no entiende las lógicas de este trabajo comunitario:
Cuando comenzamos hacíamos todos los fines de semana actividades de compostaje y de educación a través de eso, entonces, vamos a sembrar ¿sí?, ¿cuáles son las propiedades de esta planta, para qué la utilizamos, por qué la utilizamos?, ¿sí?, vamos a hacer el compostaje, ¿cómo se abre el hueco, cómo se echa la materia, por qué se hace así, ¿cuál es el proceso que transforma esa materia orgánica para volverse un abono?, ese tipo de cosas (Carmen Eugenia, E5-Huerta Angelita, comunicación personal, 2022).
Queremos que las personas entiendan la necesidad de cultivar esas relaciones con el ambiente a través de la huerta, entonces ahí hay siembra de árboles, hay aprovechamiento de residuos orgánicos, creo que esa también es una de nuestras mayores apuestas: cómo nosotros desde la huerta le contribuimos a disminuir el impacto de nuestros residuos, porque pues el 60% de los residuos que nosotros echamos al relleno Doña Juana son restos orgánicos, que tienen un potencial grandísimo y creemos que también es una labor de respeto con todas las personas que están cercanas al relleno y que realmente nosotros tenemos una responsabilidad también frente a ellos que sufren las consecuencias de todo lo que nosotros botamos (Lucero, E16-Huerta Polinizadores; comunicación personal, 2022).
La educación intergeneracional también es una apuesta importante, y se materializa en el trabajo con niñas, niños, adolescentes y jóvenes; de allí que muchas de las actividades se orienten a promover espacios de participación de estos grupos etarios. Para algunas de las huertas, una apuesta importante es transformar las relaciones de los seres humanos con la naturaleza, cambiando la visión antropocentrista del desarrollo, por una más ecocéntrica, centrada en la preservación de la naturaleza y la vida:
Desde mi perspectiva, una de las apuestas es empezar a comprender que la vida es una matriz de relaciones, es como un telar de relaciones con muchísimos puntos que se interceptan, con muchísimos puntos que se conectan, entonces es empezar a entender que los seres humanos no somos el centro, sino que, somos un pedacito nomás chiquitito de un montón de relaciones que hay. En ese sentido creo que una de las apuestas políticas es descentralizar ese protagonismo del humano, que finalmente es lo que hace que se tomen decisiones devastadoras como: “Es que no me gusta cómo se ve todos esos árboles, los vamos a quitar y vamos a sembrar y vamos a poner una ciclorruta”. Es como también empezar a tumbar como esos ideales de desarrollo, de progreso, que son supremamente destructivos (Diana Marcela, E4-Huerta Siembra mundos, comunicación personal, 2022).
Como ha podido evidenciarse a lo largo de este apartado, las huertas urbanas se han constituido en escenarios en donde las acciones colectivas desarrolladas contribuyen a la generación de procesos de conciencia agroecológica, no sólo entre sus miembros sino en instituciones como jardines, colegios, pero sobre todo han permitido interlocución con vecinos y vecinas. Estas contribuciones se materializan mediante procesos como aulas ambientales, visitas a las huertas, elaboración de pacas biodigestoras, procesos colectivos de compostaje y de siembra, contribuyendo así al desarrollo de acciones pedagógicas de corte agroecológico entre las participantes y demás personas en sus territorios.
Resignificación del territorio, apropiación social del espacio y construcción de tejido social
Una tercera apuesta guarda relación con la resignificación de los territorios urbanos en los cuales se instala la iniciativa de agricultura comunitaria. En varios de los casos, constituyen espacios que se encuentran abandonados, privatizados, son utilizados para el desecho de basuras, el consumo de sustancias psicoactivas, o simplemente no se encuentran apropiados por la comunidad. La actividad comunitaria de la huerta permite entonces dar un nuevo sentido a estos escenarios para construir tejido social, fortalecer las redes de apoyo y favorecer escenarios de encuentro. La apropiación del territorio y del espacio público se articula con las acciones señaladas en los puntos anteriores, junto con otras como la arborización, protección de los humedales y la lombricultura:
Le apostamos a resignificar el territorio, porque ese espacio es un espacio público, e incluso estamos expandiéndola a una parte de un mal llamado potrero que está destinado para una vía, nosotros estamos dando a entender a la comunidad que esos espacios están muy cercanos al humedal y tienen unas características en el suelo especiales […]. Tenemos problemas un poco a veces con habitantes de calle que también hacen parte de la comunidad, y todavía algunos están en estas lógicas de microtráfico, nos dejan estos elementos en la huerta o van hacer sus necesidades en ese espacio; también tuvimos un conflicto con una persona que estaba sacando a sus vaquitas a pastoreo, y las vacas se nos comen los árboles y la siembra de árboles también hace parte de este proceso de reforestar ¿sí?, eso ha sido también una dificultad (Ana Camila, E9-Huerta Colibrí Dorado; comunicación personal, 2022).
Quiénes estamos ahí cuidando y manteniendo plantas vivas, el hecho de que la misma comunidad no somos sólo los 10 o 20 que vamos y trabajamos en la huerta cada 8 días, si no es la misma comunidad que ya se está empoderando; yo siempre le recalco a la gente, esta huerta no es de nosotros, es de todo el mundo, de la comunidad, y usted también puede venir y ayudar y cuidar; el hecho de que la gente ya esté pendiente de que no se roben los productos, que no dañen las plantas, eso ya para nosotros es ganancia porque estamos empoderando a la gente de la comunidad a cuidar y a proteger ese espacio (Eliana Sofía, E1-Huerta Angelita; comunicación personal, 2022).
Esta apuesta no está exenta de conflictividades, dado que no son tomadas siempre de forma receptiva por los habitantes del sector o son leídas como ajenas a sus intereses. De allí que varias de las iniciativas de agricultura urbana refieran tensiones con las juntas de acción comunal, con vecinos e incluso con representantes de las entidades públicas y privadas que hacen presencia en el sector, que se acercan durante el desarrollo de sus actividades a cuestionar lo que allí realizan, manifestando por ejemplo que están incrementando el problema de basuras y contaminación, deslegitimando la acción comunitaria, amenazando con emprender acciones legales en su contra, e incluso tomando medidas de hecho como la destrucción de las plantas o la propagación de incendios, para detener la labor de los colectivos de base que lideran las iniciativas de agricultura urbana.
Por ello, constantemente se deben llevar a cabo ejercicios de negociación y concertación con dichos actores, y fortalecer los escenarios de educación popular, así como de vinculación de los vecinos en los procesos colectivos muchas veces desgastados por la lógica individualista neoliberal orientada más bien hacia la defensa de la propiedad privada.
Autogestión, economía solidaria y articulación de redes como forma de resistencia
Se encuentra que las formas de organización del trabajo colectivo se convierten en sí mismas en una apuesta de resistencia; aquí se resalta la autogestión comunitaria y la implementación de economías solidarias como estrategias claves. A nivel financiero, también es una forma de gestionar recursos para el sostenimiento de la iniciativa y de esta forma no depender o disminuir la dependencia de los organismos gubernamentales o externos a la iniciativa; estas estrategias van desde los fondos solidarios que se construyen con aportes voluntarios, hasta la comercialización de productos o servicios para generar ingresos:
Hemos hecho ferias, o también sacamos plantas para vender comprar las herramientas o cosas así, y pues la verdad, también es como del bolsillo de quien pueda, digamos que hay una financiación más constante que es para lo que comemos, algunas cositas salen de acá, pero hay otras cosas que sí salen de nuestro bolsillo (Sara Valentina, E10-Huerta Hishasue; comunicación personal, 2022).
Acá el objetivo de todas es cultivar, continuar con lo orgánico, llevar para la comida también e intercambiar, cuando uno no tiene el cilantro la otra sí lo tiene; y bueno, cuando comenzó la huerta, nosotras no comercializábamos en ese entonces, todo era como más para el gasto del hogar, de la casa, ya ahorita como hay más terreno, nuevos integrantes, ya se puede comercializar más porque es más extenso, de alguna u otra manera ha sido un trabajo en equipo para que la huerta esté así de bonita (María Cecilia, E12-Huerta Guerreros y Guerreras; comunicación personal, 2022).
La comercialización de los productos (abono, semillas, pomadas y otros productos derivados de origen vegetal, alimentos preparados, venta de plantas) en las huertas hace parte de una de las formas de autogestión, aunque no todas las huertas participantes han llegado a este nivel de producción para la comercialización.
Es así como la mayoría de las iniciativas producen para el autoconsumo de los integrantes y algunas logran producción de un excedente para la comercialización o trueque de plántulas o semillas con otras huertas; esto es una forma importante de resistencia, que además de reducir los costos del consumo, les permite generar una fuente de ingresos para los integrantes:
También muy ligada a la seguridad alimentaria, y es que tenemos que garantizarnos ese alimento y digamos es una de las apuestas también de la huerta; ustedes saben que la huerta es un proceso bien largo para poder garantizar la alimentación, pero ahí vamos lográndolo poco a poco (Ana Camila, E9-Colibrí Dorado; comunicación personal, 2022).
Es lo primero, el requisito primero es nosotros consumir nuestros productos, en la pandemia Dios nos bendijo y pudimos compartir muchas canastas de amor con mucha gente que necesitaba [...] de lo que cultivábamos teníamos cosecha en esa época, aquí la huerta tiene que ser autosostenible (Josefina, E11-Huerta Guerreros y Guerreras; comunicación personal, 2022).
Las visitas guiadas y procesos pedagógicos ofrecidos a instituciones educativas y a la ciudadanía en general también suelen ser fuentes de financiación en las iniciativas que llevan más tiempo y están más estructuradas. También la autogestión comunitaria se caracteriza por prácticas de contribución voluntaria en trabajo, en saberes o en especie por parte de cada participante, con el fin de dar solución a necesidades de los integrantes o del sector y para poder dar cumplimiento a las actividades programadas; a partir del intercambio de recursos y la articulación de voluntades, se posibilita el sostenimiento o ampliación del rango de influencia de la huerta en el territorio:
Tenemos un fondo solidario, siempre tienes que dar, y ese ahorro, como a final de año, uno puede para la huerta comprar plántulas, o una rifa, o generar una feria; también que el dinero rote, eso no lo hemos estipulado todavía pero también hay como un proceso, generar un sueño a largo plazo con ese ahorro, no sé, comprar una parte de tierra, irnos a conocer un páramo entre todos, sí es como eso (Mónica Yulieth, E7-Huerta Resiliencia; comunicación personal, 2022).
No nos gusta como tener esas jerarquías, más bien nos dividimos el trabajo e intentamos que esa división del trabajo rote; si hay tareas más especializadas, por ejemplo, manejar las redes sociales, la fotografía, pues hay alguien que sabe más de eso, o si hay alguien que sabe más de las prácticas agroecológicas, o plantas medicinales, esa persona nos explica y todos escuchamos [...] hay muchos saberes y así nos dividimos el trabajo (Diana Marcela, E4-Huerta Siembra Mundos; comunicación personal, 2022).
El establecimiento y fortalecimiento de redes se convierte en una estrategia importante; estas redes se dan entre colectivos y organizaciones sociales de base que tienen misiones similares en torno a la agricultura urbana, como también con organizaciones que persiguen otros fines, tales como organizaciones juveniles, de género, entre otras, que operan dentro de la localidad o en otras zonas del Distrito Capital:
Muchas veces, por ejemplo, las semillas, y muchas de las cosas a veces que adquirimos también son por trueque, ahí también estamos retomando a esas tradiciones ancestrales como el trueque, entonces uno dice: “Ay! yo tengo tantas semillas de x alimento” y nos encontramos con otra huerta y ellos tienen otras semillas, entonces intercambiamos; con algunas organizaciones, por ejemplo, hay un evento y no tenemos sonido, nos acercamos para que nos lo preste y en algún momento ellos van a necesitar de nosotros el azadón, la pala, entonces nosotros prestamos unas cosas cuando ellos necesitan y viceversa cuando nosotros necesitamos algo (Gloria Elena, E2-Huerta Angelita; comunicación personal, 2022).
Respecto al establecimiento de redes con la institucionalidad pública, existen posturas diversas e incluso contrapuestas frente a este asunto. Dos de las huertas comunitarias manifiestan una alianza importante con la administración distrital con la cual trabajan de forma articulada y reconocen incidencias positivas en temas de asistencia técnica y consecución de recursos, capacitación, asesoría por parte de expertos medioambientales que han fortalecido la organización de base.
Otra parte importante de los colectivos visitados, manifiestan una reticencia a la articulación con las entidades distritales, enunciando que éstas restringen y normativizan el accionar colectivo y los procesos comunitarios, incluso al considerar que las mismas instituciones pueden incidir negativamente o profundizar condiciones de injusticia social; esto lleva a que prefieran mantener independencia de la institucionalidad, para poder tener mayor autonomía en sus formas de organización y gestión. Por último, algunas de las organizaciones perciben que la institucionalidad instrumentaliza el trabajo comunitario y que sólo persigue un fin de levantar datos y caracterizar las iniciativas, para homogeneizar las prácticas de agricultura urbana en el territorio.
Autonomía, autocuidado y construcción de relaciones más solidarias y equitativas
Para las mujeres que participan de las apuestas de agricultura urbana comunitaria, este espacio cobra diversos significados, muchos de los cuales guardan relación con la apuesta ecofeminista y que se desglosan a continuación.
Por una parte, uno de los significados que aparece de forma reiterada en sus narrativas es su concepción como un espacio para el cuidado de la vida y de conexión con la naturaleza:
Creo que también es como una forma de maternidad, porque es de cuidado, es de sí cuidar la vida, también como un poco entender a otros seres, dialogar es una cosa bien bonita que es como conectarme con un poco con los orígenes de la vida y también con los procesos de la vida (Diana Marcela, E4-Huerta Siembra Mundos; comunicación personal, 2022).
Yo creo que ahora soy más consiente con lo que hago, por ejemplo, cuidar el agua o la misma tierra, los animales, el ecosistema. Uno aprende y entiende que no son un ente del que uno puede obtener para su beneficio, sino que son igual a ti, yo me siento identificada con eso y ahora como que lo tengo presente, que realmente la naturaleza es la que nos da a nosotros todo y se debe respetar desde ahí (Ana Camila, E9-Huerta Colibrí Dorado; comunicación personal, 2022).
Al respecto, es importante señalar que algunas de las entrevistadas tienen un origen rural y, por lo tanto, su vinculación con la agricultura urbana comunitaria se convierte en una extensión de prácticas y saberes aprendidos en sus lugares de origen, y que habían dejado atrás por procesos de migración laboral o migración forzada interna. Sin embargo, varias participantes, especialmente las más jóvenes, son mujeres de origen urbano, que señalan no haber tenido ningún antecedente previo con estas tradiciones agrícolas y rurales, y que su vinculación a la huerta las llevó a explorar nuevas formas de entender y conectar con lo natural y lo medioambiental.
Para varias de las integrantes entrevistadas, el escenario de la huerta comunitaria además de cumplir con una apuesta política colectiva es un espacio para la construcción de lazos afectivos entre sus integrantes; varias de ellas lo refieren como “una familia”, en la cual, si bien se presentan desacuerdos y conflictos, priman los vínculos de apoyo y solidaridad como una forma de resistencia a la sociedad de consumo que ha venido diluyendo los lazos comunitarios y situando el individualismo en el centro de las relaciones:
Aquí encontré una familia; no es la que a uno le toca por nacimiento, sino una familia que yo he escogido, y la gente que está en la huerta ha escogido estar allá, y ha escogido quedarse a pesar de que hemos tenido subidas y bajadas, obviamente como en todos lados hay a veces momentos como de disgusto, de discusión, pero seguimos ahí porque más allá de ser desconocidos que nos reunimos por algo en común creamos esos lazos como de afectividad, y me siento mucho más unida a estas personas, mucho más cercana que a mi familia de nacimiento (Gloria Elena, E2-Huerta Angelita; comunicación personal, 2022).
Por otra parte, la mayoría de las entrevistadas hacen hincapié en reconocer este espacio participativo como un escenario que se ha convertido en una fuente importante para desarrollo personal, un espacio para reencontrarse consigo mismas con un impacto positivo en su salud mental, la descarga y tramitación de emociones; también señalan que este espacio propicia el reconocimiento de su autonomía femenina y les permite retomar prácticas de autocuidado:
Para mí la huerta es como un espacio de sanación. En el que tú te encuentras con los procesos de la tierra y los ciclos de la tierra; yo me vine a la huerta precisamente porque estaba en un proceso de sanación fuerte en mi vida […] y en ese proceso decidí unirme a la huerta [porque] es un espacio donde me puedo sentir segura, donde sé que puedo llegar y me van a recibir bien, que puedo tener algún problema familiar o algún problema de cualquier tipo y puedo venir acá a hablar con gente que tengo confianza y digamos que también como que me libera un poco de pronto de esa realidad a veces como tan colapsada que uno tiene, siento que este espacio me genera eso (Ana Lucía, E1-Huerta Resiliencia; comunicación personal, 2022)
Este desarrollo de autonomía femenina se relaciona entonces con una mirada de empoderamiento desde la perspectiva de género que es propiciada en estos espacios colectivos. Es así como para muchas de ellas se ha posibilitado la exploración de nuevas capacidades, al igual que poner a prueba sus habilidades y autoconfianza para asumir retos, liderar procesos y auto-reconocerse como lideresas, desarrollar una mayor capacidad propositiva, tomar la palabra y hablar desde sus propios saberes, materializando en procesos concretos su autonomía e individualidad, reconociendo su existencia más allá de dependencia de otros o para otros:
Acá ha sido eso, ese auto-reconocimiento de qué es lo que puedo hacer y qué es lo que no que quiero hacer; también empezar a entender que yo puedo con muchas cosas, pero todavía estoy trabajando en la seguridad de decir “yo puedo hacer esto” aunque a veces digo: ¡Ay no puedo!, entonces es un trabajo de: inténtalo, hazlo, persistir, resistir y no desistir (Mónica Yulieth, E7-Huerta Resiliencia; comunicación personal, 2022).
Diariamente se ve eso, el reconocimiento a la sabiduría, al conocimiento de las integrantes, se vuelven referentes muy importantes en la huerta y ese reconocimiento es valioso ¿sí?, ver por ejemplo mujeres que tienen tanto liderazgo en esto, hasta yo misma; nosotras sin proponérnoslo nos hemos ido abriendo espacio y ya nos ven a todas como figuras de poder, entonces eso es un trabajo que se hace todos los días, todos los días (Carmen Eugenia, E5-Huerta Angelita; comunicación personal, 2022).
Algunas de las participantes señalan que esto se logra también gracias al reconocimiento del valor asociado a las distintas labores que realizan las mujeres dentro de la huerta y fuera de ella, por ejemplo, el reconocimiento de sus saberes ancestrales y campesinos, sentirse reconocidas en su liderazgo por parte de sus pares y, por ende, un afianzamiento de su participación social y política no sólo en el contexto de la huerta comunitaria, sino también en otros escenarios de lo público:
Esto lo ayuda a uno como a ir creando bases de autoestima, entonces usted dice, bueno, si yo pude sembrar no sé cuántas lechugas y las puedo vender, y también le van creando a uno esa mentalidad de líder, que le sirve a uno no sólo para acá sino para su vida, acá he aprendido a ser líder, a tener liderazgo, y también le ha pasado a otras compañeras (Luz Estela, E8-Huerta Guerreros y Guerreras; comunicación personal, 2022).
De forma más colectiva, en varias de las huertas se encuentra una apuesta por incluir el enfoque de género en las acciones desarrolladas, aunque hay que señalar que en la mayoría de ellas no es una apuesta formalmente instalada, y en otras, la minoría, no se tiene conocimiento sobre este enfoque o su incorporación. Para las apuestas que sí lo incluyen, se plantean estrategias como círculos de la palabra donde las mujeres comparten experiencias en torno a la violencia basada en género, encuentros y actividades en fechas conmemorativas y participación en acciones de movilización social realizadas en el distrito en las cuales se problematizan las inequidades y violencias de género presentes en los territorios urbanos, pero también visibilizando lo que ocurre en el país en regiones rurales, comunidades campesinas, grupos étnicos afros e indígenas, entre otras diversidades.
Discusión y conclusiones
Sobre el lugar de las mujeres en las huertas urbanas comunitarias
En lo referido al rol que desempeñan las mujeres al interior de su participación en los procesos de agricultura urbana, el presente estudio arriba a un hallazgo fundamental: independientemente de su lugar de origen o sus conocimientos previos frente a la agroecología y la soberanía alimentaria, la mayoría de ellas ejercen un rol de liderazgo al interior de las huertas, tanto en el inicio de la apuesta colectiva, como en su desarrollo y consolidación. Las mujeres participan de manera activa en las actividades de cultivo y cuidado de las plantas, las actividades de autogestión, actividades pedagógicas con la comunidad, de recuperación del espacio público, el manejo de residuos, elaboración de pacas biogestoras y la visibilización de las apuestas a nivel comunitario.
A la par, muchas de ellas desarrollan actividades de trabajo productivo, y también trabajo del cuidado, especialmente aquellas que ejercen la maternidad. Este hallazgo es similar a lo encontrado en las investigaciones de Ortega et al. (2017) , Rodríguez-Avalos y Cabascango (2017) en Ecuador, Delgado (2017) en Portugal, Vásquez et al. (2020) en México y Daoud (2020) en Sudán, así como la FAO (2014) lo ha concluido en los estudios a lo largo de Latinoamérica.
En esta misma línea, varios estudios (FAO, 2011; CEPAL, 2016; Delgado, 2017; Bonilla Leiva, 2018; Daoud, 2020) problematizan la necesidad de impulsar la autonomía económica de las mujeres, a través de la ampliación de oportunidades para acceder a financiación y crédito, a insumos agrícolas y procesos de formación, la apropiación de los bienes productivos, como forma de disminuir las brechas de género; esta investigación encontró que el acceso de las iniciativas comunitarias a financiación, tecnología e innovación son escasas. Sin embargo, esto no sólo incorpora un factor de género, sino que habría que analizarse en perspectiva interseccional, pues la mayoría de las apuestas a las que se realizó acercamiento son de base popular y, por tanto, las restricciones de acceso a estos factores que posibilitarían el crecimiento y consolidación de la huerta comunitaria deben ser analizadas desde la clase social en intersección con el género como ejes de desigualdad. La propiedad sobre la tierra para el desarrollo de la iniciativa de agricultura urbana comunitaria no suele ser una prioridad, dado que se desarrolla en espacios públicos y comunitarios.
Sobre las prácticas de resistencia colectiva
Los resultados de esta investigación permiten visibilizar las iniciativas de agricultura urbana desde su carácter político más que espacial o productivo (Ernwein, 2014); esto implica considerarlas herramientas que posibilitan la construcción comunitaria, la integración social y la re-creación de los espacios públicos. En el presente estudio se pone de relieve que en el contexto urbano los fines que se persiguen en las huertas urbanas no son únicamente de producción para el consumo y que la comercialización de los productos agrícolas no se constituye siempre en la fortaleza de las huertas, debido a que los espacios para el cultivo son generalmente reducidos y a que la iniciativa comunitaria no se constituye en el principal medio de subsistencia para sus participantes. En contraposición, los hallazgos evidencian cómo las huertas urbanas comunitarias toman como un fin central promover iniciativas orientadas al reconocimiento y la construcción de saber popular, prácticas de trabajo colectivo y la forma en que se comparten productos derivados de dicho trabajo, así como la recuperación e intercambio de semillas nativas, el trueque, entre otras prácticas comunitarias que han sido debilitadas e incluso olvidadas en los procesos de urbanización e individuación.
Estos hallazgos también se recogen en los análisis realizados por Rincón et al. (2017) y Bonilla Leiva (2018) en lo referido al impacto de estas iniciativas en la reconstrucción de identidad y reproducción de la cultura; de lo anterior deriva un importante énfasis en los procesos de educación popular con niños, niñas y adolescentes, y en general con toda la comunidad circundante, así como el establecimiento de redes e intercambio. También se encuentran coincidencias con los estudios de García Roces et al. (2014), García Roces y Soler Montiel (2010) y Moreno-Gaytán et al. (2019) en cuanto a que estas apuestas persiguen fines de fortalecer el sentido comunitario en zonas vulnerables, y en los cuales las mujeres, además de obtener el autoabasto familiar de alimentos, aprenden y replican prácticas agroecológicas orientadas a la protección medioambiental, nuevos modelos de manejo de recursos naturales y el desarrollo de iniciativas de soberanía alimentaria alternativas al modelo agroindustrial.
Desde la perspectiva de la resistencia social, los hallazgos dan sentido a los planteamientos de Linsalata (2014) en cuanto a considerar los escenarios de agricultura urbana comunitaria como espacios de la vida social en los cuales sus participantes, a partir de sus actividades buscan dar forma y sentido a las expresiones de la vida social aún no subsumidas por la lógica del capital, y actúan como escenarios en donde los sujetos sociales conservan y recuperan la capacidad de dar un propio sentido a su realidad, y desde un ejercicio crítico y reflexivo convierten estos fines concretos en prácticas colectivas de transformación de la realidad.
Es así que las huertas comunitarias realizan un esfuerzo organizado y sostenido que busca visibilizar temas medioambientales y de soberanía alimentaria que son de interés público. Su acción colectiva se encuentra asociada a la identificación de conflictos sociales, problemas o sensaciones de insatisfacción compartidas, que a su vez posibilitan el trabajo colectivo de todas las personas integrantes, quienes se convierten en agentes sociales buscando incidir en la toma de decisiones, la obtención de recursos y trabajo de base, resistiendo así a lo que les parece injusto.
Si bien las huertas tienen elementos comunes, algunas ubican sus esfuerzos en los procesos de manejo de residuos, otras le dan fuerza al tema de siembra y autoconsumo, mientras que otras le dan mayor relevancia al rescate de semillas nativas. Si bien se hallan posturas diferenciadas frente al relacionamiento institucional, por ejemplo, así como a algunas prácticas colectivas sobre otras, es importante reconocer que en esta diversidad las acompaña un elemento articulador, el pensamiento agroecológico y las formas autónomas de alimentación.
Sobre las huertas urbanas comunitarias como un medio para la transformación de las relaciones de género
Ernwein (2014) señala que las huertas deben analizarse desde sus dinámicas relacionales, desde sus efectos transformadores de estas relaciones, por ejemplo, la forma como tejen nuevas solidaridades, nuevos experimentos en ciudadanía y gobernanza, nuevos grupos y comunidades que pueden emerger y construirse. De allí cabe pensarse estos escenarios como posibles vías para transformar las relaciones de género tradicionales que ha venido determinando jerarquías entre lo femenino y lo masculino, y que en términos materiales se traducen en desigualdad social.
Los hallazgos de esta investigación dan cuenta de cómo estos escenarios de participación comunitaria y acción colectiva posibilitan transformar relaciones de género desiguales, en al menos cuatro vías: 1) la revalorización de las labores del cuidado de la vida, más allá del plano doméstico; 2) el desarrollo de la autonomía femenina fortalecida por la construcción de redes de afectividad y apoyo entre mujeres; 3) la transmisión intergeneracional de nuevas formas de entender las relaciones de género y la relación con la naturaleza desde miradas contrahegemónicas al capitalismo y el androcentrismo; y 4) la necesidad de incorporar una mirada interseccional para analizar las formas de participación de las mujeres, los impactos de estos escenarios en la transformación de sus relaciones, y como perspectiva clave para analizar las opresiones y privilegios que atraviesan sus experiencias de vinculación a estos escenarios.
En cuanto al primer punto, se halló que las acciones desarrolladas por las mujeres cuentan con alto reconocimiento al menos en lo referido a la valoración social de sus saberes y quehaceres. Ello encuentra convergencia con varios estudios (García Roces y Soler Montiel, 2010; García-Roces et al., 2014; Ortega et al., 2017; Rodríguez-Avalos y Cabascango; 2017; Vásquez et al., 2020) en cuanto a que estos espacios comunitarios posibilitan cambios en las relaciones de género porque visibilizan y producen una revaloración social del trabajo femenino, de las labores del cuidado de la vida, más allá del plano doméstico y a su vez son espacios de empoderamiento. Se encuentra, sin embargo, que en muchas ocasiones las actividades desarrolladas por las mujeres en la agricultura familiar y comunitaria resultan siendo no reconocidas como trabajo productivo (CEPAL, 2016; Daoud; 2020) y por lo tanto se convierten en una extensión del trabajo de cuidado no remunerado, muchas veces trabajo informal que resulta invisibilizado ahora no sólo en el plano doméstico sino también en el comunitario.
Frente al desarrollo de la autonomía, la autoconfianza y el liderazgo de las mujeres, Lagarde (2005) señala que la identidad femenina ha venido históricamente anudada al cuidado de otros, por sobre el cuidado de ellas mismas; ello deriva en que los demás aparecen siempre en el centro de su afecto, pensamiento y actividades, y por tanto resulta antagónico al desarrollo de la autonomía femenina y el autocuidado. Al llevar este postulado a lo hallado en este estudio, es posible afirmar que este espacio colectivo permite a las mujeres situarse desde otra perspectiva que da un vuelco hacia el autocuidado, espacio que varias de las participantes definen como un espacio personal que les permite distanciarse, al menos temporalmente de sus roles reproductivos y de cuidado asignados en el ámbito de lo privado. Sin embargo, no podríamos afirmar tajantemente que la identidad femenina aquí construida sea una identidad no anudada al ser-para-otros, puesto que para muchas de ellas el escenario de lo colectivo se sigue situando desde el lugar de “lo familiar”, la construcción de un tejido social basado en la afectividad, y en varias de sus narrativas, una prolongación del cuidar la vida a otros niveles.
El espacio de trabajo colectivo entre mujeres trasciende a otros escenarios de participación social y política; al respecto, traemos a colación lo señalado por Slater (2001) , Arias Guevara (2014) , Olivier y Heinecken (2017) y Díaz Pérez y Silva Niño (2019) respecto a los otros significados que adquiere para las mujeres, más relacionados con procesos de empoderamiento, para establecer redes de apoyo y consolidar vínculos afectivos que amplían su espectro social y económico, y les permiten simbolizar un sentido de seguridad y para fomentar el desarrollo comunitario e incluso facilitar el intercambio de experiencias vitales, el diálogo intergeneracional, la tramitación de diversas violencias basadas en género y el aprendizaje en torno a sus derechos humanos. Esto también es problematizado por Martins de Carvalho y Bógus (2020) , quien refiere a cómo estos escenarios posibilitan la ampliación de la participación política de las mujeres y la problematización de las múltiples opresiones de las cuales las mujeres participantes son sujetas.
En cuanto a las nuevas formas de entender y vivir las relaciones de género propiciadas por los espacios de encuentro en las huertas urbanas comunitarias, hallamos coincidencia con lo planteado con las posturas ecofeministas críticas, inspirándonos en Puleo (2013) ; esta forma de concebir el escenario de la huerta se sitúa en la posibilidad de conjugar en la educación agroecológica y la soberanía alimentaria “razón y pasión, justicia y cuidado, metas pedagógicas y afectivas” (Puleo, 2013: 314). Una educación ambiental que despierte empatía, conexión con el otro y retome la importancia de la afectividad:
Para educar ecológicamente, no basta la razón instrumental constituida a partir de la exclusión de la afectividad que nos une al otro. Han de sumarse y ponerse en relación los conocimientos científicos, la solidaridad, la empatía y la compasión (Puleo, 2013: 311).
De ello también se desprende que, para muchas de las entrevistadas, una de las transformaciones muy profundas se produce en cuanto a sus sentires y formas de relacionamiento con la naturaleza y la vida en todas sus formas. Sus relatos nos acercan a lo que, en otros lugares, autoras han señalado como una “ética ecofeminista” que se orienta a conectarnos, comprometernos y reaprender nuevas formas de conectar con la Naturaleza (Wozna, 2021).
Sobre la necesidad de una lectura interseccional en la participación de las mujeres
Tal como se señaló en los resultados, y en concordancia con lo enunciado en varios de los estudios citados en este documento (Delgado, 2017; Ortega et al., 2017; Rodríguez-Avalos y Cabascango, 2017; Martins de Carvalho y Bógus, 2020; Vásquez et al., 2020) , la interseccionalidad como foco de análisis permite identificar ejes de opresión comunes, pero a su vez identificar también ejes que atraviesan de forma diferente las experiencias de las mujeres. Para esta investigación, se señaló que dimensiones relacionadas con el ciclo vital, el origen rural-urbano, la pertenencia étnica, el nivel educativo y la estratificación socioeconómica, el trabajo de cuidado, la maternidad, la experimentación de violencias basadas en género, más o menos permanentes, más o menos naturalizadas, entre otros, marca experiencias diferenciadas al interior de las huertas.
Esta investigación permite poner en el centro la necesaria discusión sobre la revaloración del trabajo de reproducción social desarrollado por las mujeres en estos escenarios agroecológicos comunitarios, en los cuales se perciben fracturas de las divisiones tradicionales del trabajo por género, pero aún se replica una invisibilización y subvaloración de sus aportes en los planos más institucionales y sociales externos a las huertas. De allí también la necesidad, retomando a Sachs (2013) , de propender por una perspectiva interseccional que permita reconocer y abordar esas dinámicas superpuestas y conflictivas de raza, género, clase, sexualidad y origen urbano-rural, y emplear enfoques de ecología política feminista para crear una agricultura más sostenible desde el punto de vista ambiental. Así pues, la necesidad de que la política pública considere estas interseccionalidades en su diseño, planeación e implementación, incorporando estos ejes de desigualdad social.
Para finalizar, se concluye señalando que todas las prácticas de resistencia esbozadas en este documento dan cuenta de nuevas miradas frente al territorio urbano y un cuestionamiento a las lógicas de desarrollo territoriales; ello se anuda también a propuestas alternativas de protección medioambiental y a una transformación de las perspectivas individualistas, antropocéntricas del desarrollo, que apuestan por una reconfiguración de nuestros saberes y valores en torno a prácticas de consumo/comercialización responsable, cuidado de la vida y preocupación por las generaciones futuras, gestando entonces una mirada más ecocéntrica y ampliada de la vida.
Podríamos concluir que estas apuestas de agricultura urbana, construidas desde el saber popular, y el rescate del tejido social desde redes de afectividad, son también apuestas contrahegemónicas al modelo androcéntrico de desarrollo y por tanto generan rupturas o al menos cuestionan las relaciones de opresión en torno al género y al medio ambiente, en el cual converge la perspectiva ecofeminista.
Dentro de las limitaciones del estudio y recomendaciones para investigaciones futuras, se resalta que no existen datos cualitativos o cuantitativos concretos con perspectiva de género respecto a las iniciativas de agricultura urbana en la ciudad y en el país. Una de las principales recomendaciones sería orientar estudios de amplia cobertura que permitan conocer si efectivamente las mujeres tienen una mayor representación numérica en estos escenarios. Desde una perspectiva interseccional, también es importante reconocer la limitación de este estudio por cuanto las huertas urbanas con las cuales se desarrolló la investigación pertenecen a localidades del noroccidente de la ciudad, ubicadas en barrios de estratificación media y media-baja, por lo cual la composición de mujeres participantes puede llegar a ser muy distinta a la de huertas urbanas del sur y suroccidente de la ciudad, en barrios periféricos con mayores niveles de marginación y pobreza, en donde quizá los énfasis en la producción para el autoconsumo y comercialización sean más evidentes, donde también cursan procesos de organización comunitaria y educación popular con carácter histórico y gran reconocimiento en los territorios y a nivel distrital.
Ello requiere entonces, desde la política pública, un abordaje de las huertas comunitarias más amplio y a largo plazo que permita capturar la complejidad del fenómeno y que desde una perspectiva interseccional permita analizar la superposición de distintos ejes de desigualdad y opresión/discriminación que marcan diferencias en las experiencias participativas de las mujeres.