Introducción
En diversos foros económicos y políticos suele colocarse a Chile y su modelo económico como un ejemplo a seguir, especialmente por los aparentes logros que ha alcanzado en materia de crecimiento económico y abatimiento de la pobreza (Contreras et al., 2001). Sin embargo, estos continuos elogios invisibilizan diversos aspectos y dimensiones en donde el modelo chileno mantiene una gran deuda y manifiesta debilidades estructurales (Moulián, 1997; Fazio y Parada, 2010). Sin duda, la de mayor relevancia es la persistencia y ahondamiento de los niveles de desigualdad social que son parte consustancial del mismo modelo (Ruiz y Boccardo, 2014; Atria; 2012; Mayol, 2012; Lenderts, 2012). En nuestro caso, nos interesa presentar y analizar un aspecto que tampoco ha concitado mayor interés, aun cuando se deriva de uno de los aspectos que más comúnmente se presume como de sus mayores éxitos. En concreto, nos referimos a los nuevos patrones de configuración territorial de la dinámica demográfica y económica que resulta de la reconversión productiva de la economía chilena y de su temprana inserción en la globalización económica a partir de la modernización del agro y el desarrollo minero.
La particular forma que adopta la matriz productiva del modelo económico chileno conlleva una configuración territorial muy particular, caracterizada por patrones de especialización económica muy básicas a nivel regional. Contrario a lo que pudiera pensarse, la base económica de los territorios en Chile es muy simple, en donde las actividades primario-extractivas adquieren un rol fundamental.
Con excepción de algunas comunas del Gran Santiago, Gran Valparaíso y Gran Concepción, la gran mayoría del territorio chileno se organiza a partir de la preeminencia de sólo dos actividades económicas: la minería, en el caso de los territorios del norte, y la agricultura y agroindustria en el caso de los territorios del centro y sur del país.
En el primer caso, aun cuando las cuatro regiones del norte de Chile corresponden a una gran extensión de terreno, 34 por ciento del territorio nacional, en ellas sólo residen 1.4 millones de personas, menos de ocho por ciento del total de la población chilena, que se concentra en algunos cuantos centros urbanos en la costa, y en menor medida, en los campamentos de las zonas mineras de la cordillera.
En el segundo caso, se trata de regiones y comarcas que abarcan casi dos tercios del territorio nacional y que, en el caso de las regiones del centro del país, históricamente han sido la base del poblamiento chileno. Actualmente, y sin incluir la población de las áreas metropolitanas de Santiago, Valparaíso y Concepción, en estas regiones reside más de 50 por ciento de la población chilena, cuyo poblamiento se organiza en una amplia variedad de comarcas intercomunales en las cuales se da un predominio de las actividades silvoagropecuarias y agroindustriales, las que constituyen el centro y motor de la economía local y regional, y en torno a las cuales se organizan las demás actividades económicas y productivas. Corresponden así, a lo que podemos denominar como Territorios Agrarios (Canales y Canales, 2012).
Los Territorios Agrarios son las zonas que han vivido procesos de cambio más notables y hasta dramáticos en los últimos cincuenta años (PNUD, 2008). En Chile, a diferencia de lo que ocurrió en otros países latinoamericanos, el latifundio heredado de la época de la Colonia persistió hasta bien avanzado el siglo XX (Bengoa, 1990). No es sino hasta mediados de los años sesenta cuando se da impulso a un proceso de Reforma Agraria, el cual se intensificó en los años de la Unidad Popular y que llevó a que en tan sólo ocho años (1965-1973) se desmantelara desde sus raíces el tradicional latifundio chileno (Garrido et al., 1983). A partir de entonces se experimenta una transformación igualmente radical pero de signo inverso, que lleva a la refundación capitalista del agro chileno, y su temprana inserción en la globalización económica (Kay, 2002). Se trata de un vertiginoso y profundo proceso de transformaciones estructurales que tiene un impacto directo en las formas y dinámicas espaciales que van adoptando progresivamente los territorios agrarios, dando lugar a formas espaciales inéditas hasta entonces.
Asimismo, la transformación productiva del agro ha impulsado una importante dinámica demográfica de sus territorios, de tal forma que no sólo ha revertido la tradicional emigración hacia las grandes ciudades, sino que además ha hecho que en estos territorios se den las mayores tasas de crecimiento de la población (Canales y Canales, 2013). El tradicional flujo a las zonas metropolitanas tiende a ser sustituido por el flujo de los campos hacia los pueblos y las ciudades agrarias que conforman la cara urbana de los territorios agrarios (Canales y Hernández, 2011). Especial relevancia adquiere el gran dinamismo de pueblos y ciudades pequeñas, que tienden a ser los espacios de residencia de importantes contingentes de trabajadores y pobladores agrarios.
No obstante este dinamismo que caracteriza a los Territorios Agrarios, ellos hasta ahora no han sido estudiados como tales, predominando por el contrario, enfoques parciales, ya sea desde una perspectiva económica, agronómica, social, o demográfica. En no pocos casos, el dinamismo demográfico, por ejemplo, se analiza a partir de enfoques urbano-regionales, que al poner el acento en la dinámica de las ciudades y su articulación como sistemas urbanos y productivos, no permite integrar e incorporar al análisis el importante papel de lo agrario y sus transformaciones en la dinámica misma de las ciudades provinciales (Berdegué, et al., 2011). La ausencia de un enfoque territorial (local o regional), esto es de las articulaciones y dinámicas tanto urbanas como rurales, de las actividades económicas tanto agrarias como industriales y terciarias, de la particular forma de configuración del campo y la ciudad en espacios locales y regionales, entre otros aspectos, no ha permitido transitar a una visión de conjunto, que articule e integre las diferentes dimensiones económicas y productivas, demográficas y sociales, que componen cada territorio.1
Tomando en cuenta estas reflexiones, en esta ocasión queremos ofrecer un análisis de la dinámica económica y demográfica para el caso del territorio agrario formado por las provincias de Los Andes y San Felipe, que se ubican en el sector oriental de la región de Valparaíso y conforman la cuenca superior del río Aconcagua. Esta comarca constituye uno de los territorios agrarios con mayor impulso de la modernización y transformación productiva del agro, así como del desarrollo agroindustrial que le ha acompañado (Razeto y Suckel, 2011; Rodríguez y Venegas, 1989).
Asimismo, en la Comarca del Aconcagua también se da la presencia de un importante enclave minero conformado por la División Andina de la Corporación Nacional del Cobre (CODELCO),2 lo que nos permitirá además, ilustrar los contrastes entre las actividades agrarias y mineras en la configuración de territorios. En concreto, en el caso de la minería su carácter de enclave productivo provoca importantes distorsiones y desequilibrios estructurales en la matriz económica regional. Esto deriva en diversas formas de desigualdad social y territorial, así como en la segmentación y diferenciación de mercados de trabajo y sus dinámicas. Por el contrario, las actividades agrarias aun cuando menos dinámicas, muestran en cambio mayor capacidad para su integración y articulación territorial con otras actividades productivas, convirtiéndose en el motor de la economía de estos territorios y en el centro de su organización espacial.
Iniciamos con un análisis de la particular configuración territorial que se deriva de la matriz productiva del modelo económico en Chile, poniendo énfasis en la desigual y polarizada forma de su geografía económica. Posteriormente analizamos esta polarización territorial a partir de las formas que asume en el caso concreto de la Comarca del Aconcagua. En particular, ilustramos cómo esta forma territorial que asume la matriz productiva de la Comarca es también una forma de desigualdad económica y productiva intercomunal, que a través de la segmentación de los mercados de trabajo, afecta directamente a la población constituyéndose en un mecanismo de producción y reproducción de la desigualdad social.
El modelo Económico chileno y sus territorios
A partir del golpe militar de 1973 se implantó en Chile un nuevo modelo de desarrollo económico, que tenía como objetivo central la inserción temprana del país a los procesos de globalización económica. Para ello, se impulsó una profunda reestructuración del sistema económico productivo en el cual el centro de la acumulación y el crecimiento se trasladaron desde el sector urbano-industrial hacia aquellas regiones y sectores productivos que gozaran de ciertas ventajas comparativas en el comercio internacional: el sector minero en el norte, y los territorios de agroexportación en el centro y sur del país (De Mattos, 1998).
En este contexto, la política económica iniciada por el gobierno militar, y que en lo esencial fuera continuada por los gobiernos democráticos que le sucedieron (Ruiz y Bocardo, 2014; Muñoz, 2007; Garretón, 2012), derivó en la transformación de la matriz productiva, haciendo que las actividades primario-exportadoras volvieran a ser el centro y motor de la economía, como tradicionalmente lo había sido hasta la primera mitad del siglo XX (Cypher, 2009). La gran diferencia con el modelo de ese entonces, es que el actual se basa en la modernización productiva y tecnológica de estas actividades y en su temprana incorporación a los procesos de globalización de la economía y el capital (Fazio y Parada, 2010). Este nuevo modelo reconfiguró no sólo la base económico-productiva, sino también sus formas territoriales y espaciales (Boisier, 1990).
Al respecto, los datos son elocuentes. Como se observa en la Gráfica 1, es claramente identificable el diferente y hasta contrapuesto dinamismo que han experimentado los distintos sectores y actividades económicas en Chile en los últimos 50 años.
Hasta mediados de los años setenta, la estructura productiva era fiel reflejo del modelo de desarrollo de la época, basado en la industrialización sustitutiva de importaciones y un rol activo del Estado en la economía y la sociedad, proveyendo diversos servicios básicos para la población (salud, educación, vivienda, principalmente) (Gárate, 2012). En esos años, y a pesar de que la minería desde siempre ha sido un sustento de la economía chilena, más de 52 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) era generado por la industria manufacturera, junto a los servicios sociales y personales.
A partir de la segunda mitad de los años setenta, inicia un proceso de reconversión y transformación productiva que, en los hechos, implicó la sustitución de los sectores y actividades productivas que sustentan el dinamismo y crecimiento de la economía chilena (Castells, 2005). Resulta sintomático que los tres sectores más importantes hasta mediados de los años setenta, inicien desde entonces una gran y sostenida caída en cuanto a su aporte global al PIB y el crecimiento económico, dejando su papel a la actividad minera y al emergente sector de actividades financieras y de servicios profesionales y productivos para las empresas,3 los que en conjunto aportan casi 40 por ciento del PIB.
Resulta particularmente relevante el dinamismo de este último sector. Si en los años sesenta y setenta los servicios financieros y empresariales aportaban menos de tres por ciento del PIB, actualmente es junto a la minería la actividad con mayor dinamismo, aportando 18 por ciento del PIB.4
Por su parte la minería, aunque siempre ha tenido un rol destacado en la economía chilena, éste se dispara en los años ochenta y noventa, alcanzando 20 por ciento del PIB. Esto es, prácticamente uno de cada cinco dólares generado por la economía chilena, proviene de actividades mineras, reforzando el carácter extractivista del modelo chileno.
Este modelo económico y su matriz productiva subyacente, tiene implicaciones y consecuencias de diversos tipos. En esta ocasión quisiéramos centrarnos en sus formas territoriales. En concreto, nos interesa ilustrar las diferencias en la especialización productiva de los territorios y las regiones, lo cual junto con manifestar una peculiar forma de su geografía económica, tiene además importantes implicaciones sociales y económicas.
Un primer aspecto que resalta es la polarización territorial de las actividades económicas, y en particular la alta concentración de aquéllas más dinámicas y que generan un mayor aporte al PIB y al crecimiento económico de las últimas décadas. Como se observa en la Gráfica 2, la forma de la distribución del PIB por municipios es muy diferente según sea la actividad económica que contemplemos. Por un lado, la actividad minera y los servicios financieros y a empresas muestran una clara concentración en muy pocos municipios, lo cual se refleja en la peculiar forma de la curva de dispersión municipal, que muestra una gran distancia respecto a la diagonal, que correspondería al caso hipotético de perfecta e igual distribución del PIB en cada municipio. En el caso de la minería tan sólo cinco municipios (1.5 por ciento del total) concentran 60 por ciento del PIB. Similar situación se da en el caso de los servicios financieros y a empresas, en donde también cinco municipios concentran 60 por ciento del PIB generado en este sector económico (obviamente, no se trata de los mismos municipios).
La actividad silvoagropecuaria, por el contrario, muestra la situación inversa, y es el sector económico que muestra la mayor dispersión entre los municipios, extendiendo su actividad y producción a lo largo y ancho del territorio nacional. Como se observa en la Gráfica 2, su curva de dispersión no es sólo la más aplanada, sino además está cercana a la diagonal, lo que indica que es el sector productivo cuya actividad económica está más uniforme y homogéneamente distribuida en el territorio nacional. En este caso 60 por ciento del PIB silvoagropecuario se dispersa en más de 80 municipios, que representan 25 por ciento del total del país.
Por su parte, las demás actividades económicas se ubican en una situación intermedia, en donde algunas de ellas, como la industria no agraria y el comercio, tienden a reproducir el patrón de concentración municipal observado en la minería y los servicios financieros, mientras que otras, como la agroindustria, muestra una dispersión que se asemeja más a la actividad silvoagropecuaria, reproduciendo en cierta medida su patrón de dispersión municipal. Finalmente, los servicios sociales y personales, así como la industria de la construcción muestra un patrón de concentración/dispersión municipal que equivale en gran medida al promedio nacional.
Esta evidente contraposición entre la concentración de las actividades más dinámicas en pocos municipios, y la mayor dispersión de las actividades agrarias, expresa la diferente forma y potencialidad de cada actividad en la configuración territorial. Para ilustrar esta idea, en el Mapa 1 indicamos la especialización económica principal de los municipios de Chile.
Fuente: elaboración propia con base en estimaciones y cálculos del PIB comunal tomados de Canales, 2015.
Este mapa económico-productivo muestra dos dinámicas muy distintas entre sí, que corresponden a las dos grandes formas territoriales que configuran la actual geografía económica de Chile. Por un lado, el norte minero, y por otro lado, el centro y sur agrario. A ello, habría que agregar la configuración de un virtual distrito financiero y empresarial (aunque no productivo ni tecnológico) que conformarían un reducido número de comunas del sector oriente del Gran Santiago.5 Sin embargo, más allá de sus evidentes diferencias productivas se trata también de formas territoriales muy diferentes en uno y otro caso, y las cuales, además, no parecen mostrar vínculos y encadenamientos productivos entre ambas regiones económicas del país.
En primer lugar, ni la minería ni los servicios financieros y las empresas tienen capacidad para la construcción de territorios económicos. Se trata de actividades con un alto grado de concentración geográfica que se focaliza en determinadas zonas del país y que deriva en la conformación de territorios con una alta especialización productiva. Este no es un detalle menor, pues se trata de las dos principales actividades económicas del modelo económico chileno que en conjunto aportan casi 40 por ciento del PIB nacional.
El caso más extremo es sin duda el de los servicios financieros y a empresas, en donde su elevada concentración geográfica, hace que, a pesar de aportar casi 20 por ciento del PIB nacional, esta actividad sea prácticamente marginal e inexistente en casi todo el territorio nacional.
Más allá de una particular zona del Gran Santiago, prácticamente no existen municipios ni territorios en donde la actividad financiera y los servicios profesionales sean relevantes o significativos en comparación a otras actividades económicas, no alterando ni modificando su tradicional especialización productiva en actividades menos dinámicas (agricultura, agroindustria, comercio, manufactura, servicios sociales y personales, entre otros). De hecho, en tan sólo seis comunas del Gran Santiago6 se genera casi 67 por ciento del PIB de este sector económico, reflejando con ello, la virtual incapacidad de este tipo de actividad para expandirse geográficamente, y de ese modo dinamizar los diferentes territorios productivos del país.
Por su parte, aunque la actividad minera muestra una mayor irradiación, no deja de reproducir su tradicional forma territorial de enclave económico. En particular, sólo las comunas del norte del país están especializadas en este tipo de actividad económica, algo de esperarse dada la gran riqueza y ventajas naturales e históricas que ofrece este territorio para la actividad minera. En todo caso, lo relevante es que el actual modelo económico no sólo no ha modificado esta tradicional especialización productiva del norte del país, sino que la ha profundizado y potenciado como uno de los pilares sobre los cuales se sustenta el dinamismo de la economía chilena. En estos territorios mineros del norte del país, se genera casi 20 por ciento del PIB nacional,7 aunque en ellos sólo reside seis por ciento de la población chilena.
De esta forma ni territorialmente ni demográficamente, la minería ni los servicios financieros y a empresas conforman actividades generadoras de territorios productivos, más allá de los estrechos ámbitos que requieren para su funcionamiento. Asimismo, su alta concentración geográfica termina distorsionando la base económica de las regiones en donde se concentran, generando una matriz productiva altamente especializada y por tanto, también altamente dependiente del dinamismo de una única actividad económica. A pesar de su alto crecimiento, se tata en el fondo de una base económica débil y altamente expuesta a los vaivenes extra-regionales e internacionales, con casi nula capacidad para irradiar su dinamismo hacia otras actividades productivas ni al interior de las regiones, ni menos aún, hacia el resto del país.
Los casos anteriores contrastan con la configuración territorial de las actividades agrarias, tanto agrícolas como agroindustriales. Como podemos observar, la mayor dispersión de este tipo de actividad permite no sólo su irradiación y asentamiento en un mayor número de municipios, sino que además se extiende a lo largo y ancho de gran parte del territorio nacional. De hecho, mientras sólo seis municipios del país tienen una especialización financiera y de servicios empresariales, y otros 36 tienen una especialización minera, en el caso de las actividades agrícolas y agroindustriales son 238 las comunas especializadas en este tipo de actividades productivas, las que representan casi 70 por ciento de las comunas de Chile. Esto se refleja en el hecho que prácticamente casi todas las comunas del centro y sur del país muestran una alta especialización productiva de tipo agrario, la cual predomina por sobre otras actividades económicas. Se trata sin duda, de la conformación de territorios agrarios que a la vez que se extienden y dan forma a la geografía económica de vastas regiones del país, constituyen la base productiva para su dinamismo y crecimiento económico (Canales y Canales, 2012).
Sin embargo, aquí nuevamente el modelo económico chileno muestra sus debilidades estructurales en cuanto a su configuración territorial. Por un lado, vemos una gran homogeneidad territorial, en donde predomina la actividad agraria. Esto conlleva nuevamente, una base económica altamente especializada y dependiente, con poca capacidad de generación de encadenamientos productivos más allá de los procesamientos de productos agrícolas, muchos de los cuales se reducen básicamente al empacamiento y preparación de productos agrícolas para su exportación (frutas y hortalizas, principalmente).
Por otro lado, esta misma especialización productiva en un sector económico de tipo tradicional, y aun a pesar de la modernización productiva de las últimas décadas, conlleva una importante limitación en cuanto al dinamismo económico que pueda generar. De hecho, en estos territorios agrarios que se extienden por el centro y sur del país, y en donde reside más de 37 por ciento de la población chilena, sólo se genera 23 por ciento del PIB nacional. Esto se debe a que, a pesar de la gran modernización productiva del agro, y su temprana inserción en la globalización económica a través de la agroexportación, la actividad silvoagropecuaria y la agroindustrial generan en conjunto sólo 11 por ciento del PIB nacional.
Aconcagua: población y economía en un territorio agro-minero
La comarca del Aconcagua pertenece a la región de Valparaíso, y está formada por las provincias de San Felipe y Los Andes. Se ubica a 90 kilómetros al norte de Santiago, y 100 al oriente de Valparaíso (ver Mapa 2). Geográficamente está delimitada por cadenas montañosas que a la vez que dificultaron su vinculación con Santiago y Valparaíso, permitieron, sin embargo, su desarrollo como territorio intensificando las relaciones intracomarcales. La atraviesa el Río Aconcagua, que da nombre a todo el valle, y alimenta los campos que lo circundan, elemento fundamental para la economía del mismo, que en su mayoría depende de la agricultura y la agroindustria, con excepción de los enclaves mineros en la zona cordillerana de la comuna de Los Andes.
Aunque forma parte de la región de Valparaíso, la comarca del Aconcagua muestra cierta autonomía respecto a sus interrelaciones con los demás territorios de la región. A diferencia de las demás provincias y comunas, que suelen mantener estrechos vínculos cotidianos con la capital regional, en el caso de las comunas que conforman la comarca del Aconcagua se da, por el contrario, un virtual distanciamiento y ausencia de este tipo de relaciones con la ciudad de Valparaíso, así como en el resto de las comunas de la región, tendiendo más bien, a conformar una microrregión en sí misma.
Esto se aprecia en el Mapa 3, que ilustra la intensidad de los flujos demográficos cotidianos intercomunales, medidos como la proporción de la población que cotidianamente se desplaza de una comuna a otra dentro de la región por motivos laborales o escolares. Como puede observarse, en general, la metrópolis de Valparaíso ejerce una importante gravitación sobre prácticamente todas las comunas de la región, con excepción de las que conforman la comarca del Aconcagua, las que a la vez que se mantienen distantes de esa influencia metropolitana, refuerzan los vínculos y flujos cotidianos intracomarcales contribuyendo a su constitución como un territorio en sí mismo.
La población de la comarca del Aconcagua, ascendía en 2012, a casi 170 mil personas, de las cuales 58 por ciento correspondía a la provincia de San Felipe, y 42 por ciento a la de Los Andes, y representa actualmente 15 por ciento de la población de toda la Región de Valparaíso (Gráfica 3). En cuanto a su dinámica de crecimiento, podemos distinguir dos grandes etapas.
Por un lado, hasta mediados de los años sesenta cuando se experimentaban bajas tasas de crecimiento demográfico, incluso por debajo del promedio regional. En los años setenta sin embargo, inicia una fase de mayor crecimiento, que la sitúan por encima del promedio regional, y que a pesar de sus vaivenes, se ubica por encima de 1.5 por ciento anual, superando incluso el promedio nacional.
Este impulso demográfico de las últimas décadas se vincula directamente con las transformaciones económicas y productivas que ha experimentado la región, especialmente en la minería y la agricultura. En el primer caso, en 1970 se dio inicio a las actividades de la actual División Andina de CODELCO en la zona cordillerana de la comuna de Los Andes. Por su parte, a partir de los ochenta inicia la reconversión agroexportadora que implicó el desarrollo y sustitución de cultivos, modernización productiva, y el desarrollo y fomento de la agroindustria que permitió el procesamiento de frutas y hortalizas y su exportación a mercados internacionales.
Al igual que ha ocurrido en el resto del país, el crecimiento demográfico de las últimas décadas ha estado acompañado de un cambio no menos importante en la composición urbano-rural de la población, y de su distribución espacial según el tipo de localidades. Mientras la población rural se ha mantenido estable en los últimos 100 años, la población urbana presenta un sostenido incremento, especialmente a partir de los años cuarenta. Sin embargo, si en un comienzo este crecimiento urbano se sustentó en el auge de las ciudades locales, en especial de San Felipe y Los Andes, capitales de sus respectivas provincias, a partir de los años ochenta destaca también el auge de diversos pueblos y localidades urbanas que aunque de menor volumen, muestran un gran dinamismo demográfico (ver Gráfica 4).
Este cambio en el patrón de asentamiento y distribución espacial de la población está directamente vinculado a la transformación agroproductiva, y en especial la sustitución de los cultivos tradicionales por cultivos de exportación (frutas, hortalizas, viñedos, entre otros), los que a la vez que expulsaron a los campesinos para reconvertir sus tierras al modelo agroexportador, también requieren de importantes contingentes de mano de obra, especialmente en las temporadas de siembra y cosecha. Esto ha derivado en un proceso de relocalización de la población y fuerza de trabajo desde sus asentamientos rurales hacia los pueblos y ciudades locales, reconfigurando de ese modo los vínculos y relaciones urbano-rural de los territorios agrarios, así como el papel y dinamismo demográfico de los pueblos y ciudades.
Economía y territorio: especialización productiva de las comunas del Aconcagua
La base económica de la Comarca de Aconcagua es fiel reflejo del modelo chileno, e ilustra a través de sus formas territoriales, sus desigualdades subyacentes, tanto como polarización de la estructura económica, como de la diferenciación de los mercados de trabajo y las condiciones salariales y laborales.
Como se observa en la Gráfica 5, es indudable el gran peso de la actividad minera en la dinámica económica de la región, con las consecuentes distorsiones que ello genera en la estructura productiva de la Comarca en su conjunto. En 2009, 51 por ciento del PIB era generado por la minería. Sin embargo, prácticamente toda la producción minera se concentra en la División Andina de Codelco, ubicada en la zona cordillerana de la comuna de Los Andes, la que para el periodo 2009-2013, generó casi 240 mil toneladas de cobre, equivalente a 15 por ciento de la producción total de Codelco (CODELCO, 2013).8 A ello, cabe agregar la actividad de la Fundición Chagres perteneciente a la empresa transnacional Anglo American, y que se ubica en la comuna de Catemu.
Se trata de una actividad típica de enclave que genera una gran distorsión en la medición y composición de la actividad económica. Generalmente son empresas y actividades que operan con base en una lógica global y cuyo impacto se deja sentir a escala mundial. Frente al peso de esta actividad minera no es extraño que las demás actividades económicas se vean minimizadas, aun cuando algunas de ellas, como las vinculadas a la agricultura y agroindustria, también formen parte de la matriz productiva nacional y participen igualmente de la globalización de la economía chilena. Sin embargo, las escalas en las que una y otra actividad operan son claramente diferentes y desiguales en magnitud, impacto y consecuencias.
Haciendo abstracción de la distorsión que genera el peso de la minería, vemos que entre las actividades predominantes figuran la agricultura y la agroindustria, las que en conjunto, aportan 23 por ciento del PIB no minero de la Comarca del Aconcagua. Asimismo, destaca el peso de los transportes, sin duda derivado del impulso que recibe de las actividades mineras y agrarias, las cuales generan una importante demanda para la movilidad de insumos y productos, en la medida que gran parte de la producción minera y agraria es para mercados nacionales e internacionales.
También destaca el peso de los servicios sociales, particularmente el aporte de la educación y la salud. Se trata sin embargo, de actividades que no generan un mayor dinamismo directo de la economía. Los demás sectores prácticamente no tienen un mayor peso en la dinámica económica de la Comarca.
En este sentido, no podemos pasar por alto el aporte marginal de los servicios financieros y a empresas, pues a pesar de la presencia de un verdadero gigante minero y del auge de las empresas agroexportadoras, la demanda por servicios productivos y financieros que estas actividades generan suele trasladarse hacia las ciudades de Santiago y en menor medida a la ciudad de Valparaíso, más aún dada la cercanía con estas dos metrópolis.
Esta polarización de la matriz productiva de la Comarca del Aconcagua, se reproduce territorialmente y la podemos observar a partir de la especialización productiva de las comunas que componen este territorio agro-minero. Como se observa en el Mapa 4, existe una clara polarización económico-productiva de las comunas, en función de la actividad económica predominante que define su especialización productiva.
Fuente: estimaciones propias con base en estimaciones y cálculo del PIB comunal tomados de Canales, 2015.
Por un lado, vemos que sólo la comuna de Los Andes muestra una alta especialización productiva en la minería, lo cual ilustra el gran efecto e impacto que genera la presencia de la División Andina de Codelco. De hecho, y a pesar de que en esta comuna se da también una importante actividad agropecuaria y agroindustrial, así como del comercio y los servicios, todas ellas quedan completamente minimizadas al compararse su aporte al PIB comunal con respecto a lo que genera la gran minería del cobre.
Por su parte, en la comuna de Catemu se ubica la fundición Chagres, perteneciente a la compañía transnacional Anglo American, lo cual también genera cierto nivel de especialización minera, aunque en menor medida producto del gran peso que en esta comuna también tiene la actividad agropecuaria. De hecho, como vemos en el mapa adjunto, esta comuna también muestra una especialización relativa en este tipo de actividad, lo cual la convierte en la única que tiene una doble especialización productiva.
En todos los demás casos, la producción agropecuaria junto a la agroindustrial son las actividades económicas predominantes y definen la especialización productiva de cada comuna. Destaca el hecho que en siete comunas se de una muy alta especialización productiva en actividades agrarias, esto es, donde el aporte de la producción agropecuaria y agroindustrial al PIB comunal supera con mucho el promedio comarcal.
Ocupación y territorio: de la especialización productiva a la desigualdad social
El gran predominio de las actividades mineras y agrarias (agrícola o agroindustrial) tiene consecuencias directas en la estructura y dinámica de la fuerza de trabajo y la población ocupada, tanto si los consideramos en términos sectoriales, como en sus formas territoriales. Al respecto, un primer aspecto que destaca, es el acentuado peso de las actividades productivas propiamente tales, tanto en la generación del PIB como en la dinámica y estructura de los mercados laborales en la región. Mientras a nivel nacional la estructura laboral muestra una evidente tercerización con predominio de las ocupaciones en el sector servicios, en la comarca del Aconcagua en cambio, aún se mantiene un importante peso de las ocupaciones en sectores directamente productivos.
Como se observa en la Gráfica 6, a nivel nacional, 37 por ciento de la fuerza de trabajo está ocupada en los servicios (sociales, personales, y financieros y a empresas), y sólo 34 por ciento está ocupada en actividades directamente productivas (agricultura, minería, manufactura y construcción). En la Comarca del Aconcagua, en cambio, se da la situación inversa, con un claro predominio de las actividades productivas las que en conjunto concentran 43 por ciento del empleo, que contrasta con 27 por ciento que corresponde al sector de los servicios.
Cabe señalar además, que dentro de las actividades productivas el ritmo de crecimiento del empleo en la comarca del Aconcagua es en todos los sectores y ramas muy superior al promedio nacional. Destaca en primer lugar el caso de la minería, rama que muestra no sólo la mayor tasa de crecimiento del empleo en las últimas décadas, sino también, la mayor diferencia respecto al promedio nacional (Gráfica 7).
En segundo lugar, y aunque las tasas de crecimiento son menores que las observadas en la minería, también destaca el caso del empleo en las actividades agrarias (agricultura y agroindustria) lo que nos indica que esta comarca es una de las que más crecimiento y desarrollo ha experimentado en estas actividades en las últimas décadas.
Un segundo aspecto a considerar, es la gran contraposición entre los sectores económicos, en cuanto a su aporte a la generación del PIB versus su contribución a la generación de empleo. Los datos indican que los sectores más dinámicos y con mayor aporte a la generación del PIB, tienen sin embargo, un aporte marginal en la generación de empleo. Tal es el caso particular de la minería que aunque genera 51 por ciento del PIB, apenas da empleo a 5.5 por ciento de la fuerza de trabajo. Por el contrario, la agricultura, junto al comercio y los servicios sociales y personales, en conjunto no logran aportar ni 25 por ciento del PIB, sin embargo, emplean casi 70 por ciento de la fuerza de trabajo (Gráfica 8). En los demás sectores económicos, se da una relación mucho más equitativa en cuanto al aporte al PIB y el aporte al empleo, misma que bordea 25 por ciento en ambos casos.
Fuente: estimaciones propias con base en CASEN, 2009, y estimaciones y cálculo del PIB comunal tomados de Canales, 2015.
Las consecuencias más importantes de esta contraposición en cuanto a la dinámica del empleo y del PIB por sectores de actividad, son dos:
Por un lado, se constata una vez más, el carácter de enclave que tiene la minería. En este caso, su irradiación a la economía y sociedad de la Comarca del Aconcagua es minimizada y se reduce a un escaso nivel de generación de empleo. Sin embargo, se trata de trabajos con alta productividad y que por lo mismo, permiten altos niveles de remuneraciones así como mejores condiciones de empleo, prestaciones laborales, y otros beneficios contractuales, junto a un rol activo y preponderante de los sindicatos.
Por otro lado, se constata una gran debilidad estructural de esta matriz productiva, en la medida que casi 70 por ciento de la fuerza de trabajo está relegada a empleos de muy baja productividad, lo cual establece límites estructurales difíciles de superar, para el mejoramiento de las condiciones laborales y contractuales, que derivan en empleos caracterizados por su precariedad, inestabilidad, flexibilidad y por sobre todo, los bajos salarios y remuneraciones que se pagan en estas actividades.
Un indicador de lo anterior es, precisamente, la diferente y contrapuesta composición y distribución de los trabajadores según sus remuneraciones, que prevalece en cada sector económico en el cual estén empelados. En el caso de la agricultura, la agroindustria así como del sector comercio, se observa que en general los trabajadores tienen ingresos salariales que los sitúan preferentemente en los quintiles de menores remuneraciones.
En el primer caso, se tiene que casi 60 por ciento de los trabajadores gana ingresos por debajo de 40 por ciento de la fuerza de trabajo, a la vez que sólo seis por ciento tiene remuneraciones equivalentes a 20 por ciento de los trabajadores mejor pagados. En el caso de los trabajadores en el sector comercio, se da una situación similar, aunque menos intensa en cuanto a sus contrastes (Gráfica 9).
La situación opuesta se da en el caso de la minería. En este sector productivo casi 50 por ciento de los trabajadores percibe ingresos salariales que los sitúan en el quintil de más altos remuneraciones, a la vez que otro 34 por ciento se ubica en el segundo quintil de mayores remuneraciones.
Asimismo, el caso de los trabajadores en servicios sociales (administración pública, salud y educación, principalmente), presenta una situación similar. En este caso, 32 por ciento de los trabajadores se ubica en el quintil de mayores remuneraciones, a la vez que otro 23 por ciento se ubica en el siguiente quintil de ingresos. Sin embargo, a diferencia de la actividad minera, en este caso las mejores remuneraciones no se originan en la mayor productividad del sector económico, sino en el hecho que los trabajadores en este tipo de servicios sociales suelen ser los de mayor escolaridad y por tanto, con mayor formación en capital humano.
Esta polarización de las remuneraciones según sector de actividad es de tal magnitud, que también llega a manifestarse a nivel territorial como una desigualdad en los niveles de ingreso de la población. La alta concentración de la actividad minera en la comuna de Los Andes hace que los elevados salarios y remuneraciones que perciben los trabajadores mineros permitan incrementar sustancialmente el ingreso per cápita en esta comuna, situándola muy por encima del ingreso per cápita que prevalece en las demás comunas, en las cuales predominan actividades con niveles muy inferiores de productividad media. Como se observa en la Gráfica 10, en la comuna de Los Andes el ingreso per cápita es casi el doble del que en promedio prevalece en las demás comunas del Aconcagua, variando entre 50 por ciento superior en el caso de la comuna Rinconada, y 140 por ciento superior en el caso de las comunas de Catemu y Llayllay.
Esta desigualdad en la distribución de los ingresos por comuna, se expresa también en una importante diferencia en la prevalencia de la pobreza entre ambas provincias que conforman la Comarca del Aconcagua.
De acuerdo a datos de la CASEN,9 en 2009 en la provincia de Los Andes, donde se sitúa la comuna del mismo nombre y que es la sede de la División Andina de Codelco, la incidencia de la pobreza es de sólo 7.4 por ciento, muy inferior a la que prevalece en la Provincia de San Felipe, donde alcanza 12.4 por ciento.
Conclusiones
El modelo económico chileno es tal vez uno de los que mejor ilustra las contradicciones y limitaciones de la política neoliberal. Los logros alcanzados en materia de inserción en el comercio mundial y la globalización económica tiene como contracara una base económica sustentada en actividades rentistas y primario-exportadoras, con bajo potencial de generación de valor agregado y una débil capacidad para arrastrar tras de sí al resto de los sectores económicos, y por ese medio, de irradiar hacia la sociedad en su conjunto. En efecto, el modelo económico se sustenta en dos grandes pilares, a saber:
El desarrollo y modernización de la gran minería del cobre, especialmente en el norte del país, para lo cual se abrió el espacio para la participación del capital privado y de la inversión extranjera.
La modernización del agro, para lo cual se dio un doble proceso, de desmantelamiento de la estructura económica y modos productivos de la Reforma Agraria heredadas de gobiernos anteriores, y el impulso de una refundación capitalista del agro sobre la cual sustentar un modelo agroexportador.
Asimismo, el desmantelamiento del aparato industrial que se había forjado durante décadas al alero de la protección del Estado y de una política de sustitución de importaciones, no estuvo acompañado, sin embargo, del fomento de otros y nuevos sectores productivos que sustentados en las nuevas tecnologías de la información y aplicación del conocimiento al proceso de trabajo, pudieran ser la base para la generación de empleos de alta productividad y con alto nivel de generación de valor agregado, que contrarrestaran los efectos negativos que en estos puntos tuvo la política de desindustrialización.
De esta forma, el modelo chileno ha derivado en la conformación de una matriz productiva altamente desigual y polarizada, en la cual la generación del PIB descansa básicamente en sectores económicos con muy baja capacidad de generación de empleos, y territorialmente concentrados en algunas regiones y comunas del país. Las consecuencias de esta estructura económico-productiva, son entre otras, los altos niveles de desigualdad social y polarización productiva que prevalecen en la economía chilena. La segregación social, la desigualdad económica, la polarización de su geografía, entre otros aspectos, parecen constituir el signo preponderante del modelo chileno, y constituyen una expresión directa de su particular matriz productiva.
Los datos que hemos expuesto en este texto indican que los sectores más dinámicos y con mayor aporte a la generación del PIB, son sin embargo los que tienen menor potencial en la generación del empleo. Tal es el caso de la minería, sector que si bien genera casi 20 por ciento del PIB, da empleo a menos de tres por ciento de la fuerza de trabajo. Se trata sin duda de un sector económico con altos niveles de productividad, pero que sin embargo, esta productividad del trabajo no es resultado de factores tecnológicos, sino de la potencialidad que proviene de una actividad sustentada en el extractivismo y las rentas que genera la riqueza natural de la cordillera chilena.
Por su parte, las actividades con mayor capacidad en la generación de empleo, son sin embargo, donde prevalecen los más bajos niveles de productividad del trabajo. Tal es el caso de las actividades agrarias (silvoagropecuarias y agroindustriales), que paradójicamente, constituyen otro de los grandes íconos del modelo chileno, especialmente en relación a su exitosa y temprana inserción en la globalización económica. Aquí es evidente que el desarrollo y las ganancias de las empresas agrícolas y agroindustriales no se sustentan en la productividad del trabajo, la que es de las más bajas de la economía chilena, sino nuevamente, en la capacidad de extraer rentas de la tierra y del clima, a través de la producción y exportación de frutas, hortalizas, vino, y otros productos agrarios.
Esta desigualdad se expresa también a nivel territorial en donde la segmentación de la matriz productiva da lugar a una geografía económica altamente polarizada y diferenciada. La ausencia de actividades económicas generadoras de valor agregado, impulsoras de innovación tecnológica, de servicios tecnológicos y de una real economía de la información, esto es, de sectores productivos en donde el conocimiento y la reflexividad sean la base de la organización de la producción y los procesos de trabajo, se reflejan también en la simplicidad de la geografía económica, en donde es evidente el predominio de sólo dos grandes formas territoriales, que corresponden, por un lado, al Norte minero, y por otro lado, al Centro y Sur agrario.
En este contexto, en el caso de Chile, sólo la minería y el agro parecen tener la capacidad para la construcción y configuración de los territorios, aunque con dinámicas muy diferentes, en términos del poblamiento y su demografía. La primera es la típica configuración de enclaves económicos, con poco dinamismo demográfico, y poblamientos cuya temporalidad dependen directamente de los ciclos de la actividad minera. La segunda, por el contrario, establece poblamientos extensos y sustentados en diversas formas de arraigo a los territorios. Se trata de territorios no sólo más extensos, sino también más llenos de relaciones sociales y económicas que van más allá de la actividad agro-productiva. Lo relevante en todo caso, es que en cuanto a la configuración de sus territorios productivos, Chile sigue siendo una economía esencialmente agro-minera en donde la construcción de territorialidad está directamente vinculada con las posibilidades y capacidades de extracción de rentas de la tierra, el clima y la cordillera.
La comarca del valle del Aconcagua ilustra esta situación que caracteriza al modelo chileno. Y no es raro que así sea, pues la dinámica económica en esta región se sustenta precisamente en los dos pilares de la nueva economía chilena: el auge agroexportador, y la gran minería del cobre, y que dan origen a una matriz productiva esencialmente extractivista, diferenciadora de los territorios y base de la desigualdad social y económica de la población. En efecto, hemos visto cómo esta forma de la matriz productiva se traslada a los territorios bajo las formas de una diferenciación geográfica, y de una profunda desigualdad social.
En el primer caso, la especialización productiva de las comunas de esta comarca presenta dos grandes características. Por un lado, el claro y evidente predominio de las actividades extractivas, tanto agrarias como mineras. Por otro lado, una igualmente clara y evidente polarización geográfica, en donde la concentración de la actividad minera en la comuna de Los Andes, y sede de la División Andina de Codelco, se complementa con el predominio de la actividad agraria en las demás comunas de la comarca.
En el segundo caso, los datos ilustran cómo la polarización productiva deriva en una desigualdad social, al menos en lo que se refiere a la distribución del ingreso y las remuneraciones de la población. Los menores ingresos que prevalecen en la mayoría de las comunas de la comarca, es consecuencia directa del tipo de actividad económica y productiva predominante en ellas y que corresponden principalmente a la agricultura, agroindustria y el comercio. Como hemos visto, se trata de actividades que aunque generan una gran demanda de mano de obra, se caracterizan por sus bajos niveles de productividad. Sin embargo, en la minería se da justamente la situación inversa, esto es, mayores niveles de ingresos derivados de la mayor productividad de la actividad predominante, pero que sin embargo, muestra muy bajos niveles de demanda de mano de obra, y por tanto, la baja posibilidad de irradiar esos mejores ingresos y remuneraciones hacia el resto de la población.
De esta forma, el enclave minero en la comuna de Los Andes, además de generar una gran distorsión en la base económica de la comarca del Aconcagua, no parece tener impactos sociales y económicos que irradien y extiendan sus potenciales beneficios hacia el resto de las comunas. Por el contrario, todo indica que prevalece una virtual desconexión entre la producción minera y la actividad económica que predomina en el resto de la comarca. Esta desconexión se refleja en la polarización productiva y desigualdad social que prevalece entre las distintas comunas que componen esta comarca, y que dan cuenta de la particular forma en que se configuran territorialmente de estas desigualdades productivas, laborales, económicas y sociales al interior de la comarca.