Introducción
Actualmente, parece claro que los sectores cultural y creativo asumen un papel clave en el desarrollo de la economía de las ciudades y las ciudades-región (Unesco-PNUD, 2013). En esta economía, los factores clave para el éxito económico son la creatividad y la innovación que, al adquirir una importante dimensión territorial, requieren de una alta concentración de recursos humanos cualificados. Por ello, las ciudades deben orientar su actividad a la producción y atracción de capital humano. Sassen (1994) denomina ciudades globales a las áreas o nodos en las que se acumula, junto al capital económico, el capital humano. De este modo, estas ciudades se configuran como entidades competitivas inmersas en un espacio global y que además constituyen enclaves globalizadores. Ciudades dominantes en la economía del conocimiento posfordista, denominadas por los posobreristas italianos como capitalismo cognitivo (Fumagalli, 2010) y capitalismo creativo, por Florida (2002a) y, capitalismo cultural, por Riftin (2000). Un capitalismo en el que el desarrollo es sobre todo inmaterial, y donde el desarrollo territorial deriva de la relación entre producción y sistema socioinstitucional y, específicamente, de los “valores y expectativas derivadas de la ‘nueva clase creativa’ cuyos fundamentos son el conocimiento y la innovación” (Pont-Vidal, 2017: 177). Esta clase tiene un impacto fuerte, tanto en el tejido productivo de la ciudad como en la organización del trabajo. Ciudades que constituyen, a priori, un “orden aparente”, a pesar de estar rodeadas de “océanos de desorden” crecientes (Fernández-Durán, 2011).
Bajo este orden aparente, el conocimiento y la innovación constituyen el síntoma de una cesura epocal que ya marca decisivamente las sociedades urbanas y las economías del siglo XXI. Sociedades en las que emergen continuamente redefiniciones de capitalismo (Boltanski y Chiapello, 2002), que se han ido generando bajo el manto del programa económico de la economía de la oferta. Bajo este programa, desde la década de 1980, se ha ido implementando planetariamente lo que Fukuyama (1992) denominó el modelo capitalista democrático y que, para Sassen (2015: 23), “no es más que una nueva fase del capitalismo avanzado, una fase que reinventó los mecanismos de la acumulación originaria”. A esta fase, Harvey (2007) la denomina acumulación por desposesión. Definiciones de los procesos sociales, económicos, políticos, culturales en curso, de lo que los anglosajones llaman crony capitalism/capitalismo clientelar (Velázquez-Gaztelu, 2015). Un capitalismo de élites globales que sitúa su epicentro en las ciudades y que muestra que pueden ser el motor del desarrollo económico (Pont-Vidal, 2017).
Por otra parte, el factor creativo explica los análisis que desde la perspectiva sobre los Sistemas de Innovación (SI) se han realizado y efectuado en diferentes niveles (nacional, local-regional y sectorial). Perspectiva que destaca que la economía no existe en el vacío, sino que hay un vínculo entre un determinado tejido institucional-territorial y la competitividad económica. Por ello, Florida (2008) resalta los aspectos especiales de la creatividad y la innovación, destacando el papel del talento de una nueva clase creativa constituida por profesionales. Y otros autores como Aglietta y Brand (2014) afirman que en los países desarrollados, la competitividad es una cuestión de eficacia en la gestión de las empresas en un entorno socioinstitucional propicio y que tiene que ver con el papel de las instituciones.
En torno a los aspectos espaciales de la creatividad y la innovación en la configuración de las ciudades se han planteado tres objetivos, el primero es exponer el contexto histórico en el que emerge el concepto de ciudades creativas; el segundo implica centrarnos en describir el impacto de las ciudades creativas en el fortalecimiento del elemento financiero en la denominada economía posfordista; y el tercero conlleva a situar el papel de las ciudades creativas en el capitalismo global, un capitalismo creativo, según Florida (2008).
1. Revoluciones industriales y gentrificación
El capitalismo está marcado por ciclos caracterizados por distintos regímenes tecnológicos, por lo que dentro del sistema técnico capitalista se debe hacer referencia a varias revoluciones industriales y no a una sola. La primera inició a finales del siglo XVII y la segunda comenzó en la segunda mitad del siglo XIX; la consecuencia ciertamente más importante de esta revolución “fue la necesidad de contar con grandes capitales para empresas que ya nacían con unas dimensiones mayores que las de la primera revolución industrial, debido a la elevada estandarización del producto, y que tendían a ser cada vez más grandes” (Zamagni, 2016: 108). La emergencia de la gran empresa llevó al desarrollo de la producción de masas, al surgimiento de la mercadotecnia de masas (Lipovetsky, 2007). Asimismo, Noble (1997) hace referencia con la emergencia de la figura ingenieril en la cultura norteamericana de principios del siglo XX.
Las dos primeras revoluciones industriales, las sitúa Sloterdijk (2010:26) en la denominada era de la expansión europea o globalización terrestre, que acaece entre 1492 y 1945, y definida como “un complejo cerrado de acontecimientos: se trata de la era en que se perfiló el actual sistema de mundo”. A esta era le sigue la tercera revolución industrial, la de los ordenadores, internet y big data, que se organizan a nivel mundial, afectando también a las sociedades y territorios. En el marco de esta última revolución, los cultural patterns, los entornos socioinstitucionales y el aprendizaje colectivo hacen distintivos los Sistemas de Innovación (SI), en el sentido de que “el nivel y el patrón de innovación son una prestación no de un agente o de un canal específico, sino del conjunto de agentes y de sus múltiples interacciones” (Alonso-Domínguez et al., 2016: 345). Este aspecto explica que la ventaja competitiva se crea y se mantiene mediante un proceso altamente localizado y colaborativo. De aquí que se asuma que las variaciones locales y nacionales en las circunstancias socio-institucionales, frecuentemente conducen a diferentes trayectorias de desarrollo y a una creciente diversidad, en oposición a una estandarización y convergencia. Por esto, para Lipovestky (2007: 321), “150 millones de personas, pertenecientes a la clase creativa, tienden a residir y juntarse en torno a los lugares generadores de innovación y de riqueza”. Esta sigue un patrón histórico de alta concentración en pocas manos, caricaturizado como un mundo puntiagudo (Florida, 2008). Una concentración geográfica de los nuevos factores de producción como el talento, las ideas, la creatividad y la innovación.
Esta alta concentración se explica en tanto que las perspectivas sobre el desarrollo destacan una nueva lógica espacial que ha cambiado el carácter social de las ciudades/regiones y, específicamente, de sus centros urbanos (Harvey, 1989). Cambio denominado gentrificación, condicionado por el desplazamiento de población de bajos recursos y el cambio en las actividades comerciales. Se ha dado lugar al desplazamiento de la población original en un sector de la ciudad y se ha substituido por otros ciudadanos de clases socioeconómicas más altas y no originarias del lugar (Glass, 1964), modificando así las identidades locales. La definición original de Glass (1964) se refería, específicamente, a la mejora de las viviendas, ahora bien, actualmente, esta definición se ha ampliado a la renovación comercial e institucional. Devienen espacios centrales de las ciudades que en muchos casos se han transformado a favor de una instrumentalización económica y social de la cultura (Rius-Ulldemolins y Posso-Jiménez, 2016), entrando en procesos de elitización, como consecuencia, aumento de la demanda urbanística generando un boom en la construcción (Parnreiter, 2011). En este escenario de gentrificación, las ciudades se han convertido en centros de gestión de la economía global, transnacionalización de espacios urbanos. A nivel mundial hay numerosos estudios de casos de gentrificación, por ejemplo, el caso de Barcelona (Rius-Ulldemolis y Posso-Jiménez, 2016), Nueva York y Londres (Fainstein, 2001) u otro caso extensamente estudiado es la Ciudad de México (Parnreiter, 2011; Díaz, 2016). Todos estos estudios han observado como a través de políticas neoliberales el patrimonio arquitectónico se centra en el turismo y en las élites.
Es decir, la gentrificación hace referencia a la expulsión de los habitantes tradicionales y la estandarización de los nuevos habitantes en el espacio urbano correspondiente, al mismo tiempo que la distribución del suelo en la ciudad capitalista genera segregación socioespacial. Los procesos masivos de gentrificación han realizado un contexto de gobernanza neoliberal basada en la reestructuración agresiva del espacio urbano en favor de los intereses privados.
1.1. Financiarización y territorio
En el marco histórico del posfordismo, lo que cuenta es la aceleración de los movimientos de capitales a nivel mundial y la evaluación de la actividad empresarial y de los centros de producción nacional que efectúan los mercados financieros organizados en una red a escala mundial (Crouch, 2004). Este hecho explica la afirmación de Luhmann (1998) cuando insiste en que, en realidad, la sociedad posindustrial del conocimiento ha pasado a ser realmente una sociedad financiera, ya que el verdadero centro en la economía mundializada no es ya geográfico o en relación con un Estado, sino que se trata de los mercados financieros globales. Esto muestra que es suficiente para dejar de identificar el capitalismo con el capitalismo industrial, y de hablar de una transformación del proceso de producción.
Marx (1997) ya definió el capitalismo como un sistema económico cuya fuerza motriz y objetivo final estaban determinados por la acumulación indefinida de capital financiero. Esto es, por la valoración monetaria, puro instrumento de creación de beneficios a través de la circulación inmaterial de flujos de capital -compra de acciones, divisas y otros productos financieros-. Marx añadía que el carácter competitivo de la estructura dinámica del mercado capitalista (capitalismo industrial) era de tal orden que cada capitalista si no quería ser superado y eliminado por sus rivales tenía que aumentar constantemente su propio capital y poder financiero. Consecuentemente, “la competencia entre capitales y la circulación de mercancías en busca de la maximización de los beneficios provocaba, a la vez, el crecimiento rápido y desequilibrado, la inestabilidad permanente y la conflictividad social generalizada en las sociedades capitalistas” (Astarita, 2009: 69). Esta competencia no afecta únicamente a los capitalistas, sino que se extrapola a todos los grupos sociales, ya que todos los individuos se encuentran obligados a competir tanto por su beneficio como por su salario. Por ello, la financiarización es entonces la estrategia hegemónica de la agenda de la globalización. La financiarización ha promovido la transnacionalización de la economía, alentando un proceso de libre movimiento de capitales y ha puesto a los trabajadores en una situación de competencia global, a través de redes de producción.
En la era de la globalización digital, señala Ortega (2016: 174), “lo digital y lo tecnológico tienen una base geográfica y una base territorial”. En este ámbito digital, las ciudades tienen más relevancia en las relaciones económicas y en las cadenas globales de valor que los propios Estados. A medida que avanza la actual fase de globalización la tensión entre localidad y globalidad es creciente.
2. Sistemas de innovación
El enfoque de los SI plantea que los mercados son sólo una de las instituciones con base en las cuales se organiza el sistema capitalista, y éste está “arraigado” o “encastrado” en cada sistema social particular. Planteamiento que ha generado una literatura sobre las variantes de capitalismo, que constituye un programa de investigación denominado capitalismo comparado o variedades del capitalismo (Crouch, 2004). Importantes estudios empíricos y de caso cuestionan la hipótesis de que el funcionamiento del sistema económico capitalista siga leyes generales que no varían mayoritariamente en el tiempo y en el espacio. Hay varias formas de organización institucional de los sistemas capitalistas, que son el resultado de diferentes trayectorias históricas y de diferentes acciones de los agentes sociales (Alonso-Domínguez et al., 2016). Por tanto, la literatura sobre “variedades del capitalismo” ha permitido reflexionar sobre la singularidad de los SI.
El enfoque de los SI tiene sus antecedentes en los trabajos de Marshall (1932) sobre los procesos de concentración de producción en una región determinada, lo que él describió como “distrito industrial” o “sistema productivo local”. Según Marshall, los efectos de los distritos industriales, y que varían de un distrito a otro, dependen de la cooperación, de una cultura de confianza y reciprocidad para crear conocimiento e innovación. La fuerza que conduce a los distritos industriales es la iniciativa industrial y la libre empresa, pero las aglomeraciones fomentan esta iniciativa al crear un ambiente de confianza más favorable para el éxito de las iniciativas individuales. En este sentido, el concepto de SI ha puesto el énfasis en las condiciones institucionales de confianza y reciprocidad existentes en el entorno de las empresas. La tesis de Florida (2005) expone que son las condiciones geográficas y socioinstitucionales las que sitúan a las ciudades-región creativas como la unidad económica de nuestro tiempo. Esto tiene que ver en que la racionalidad regional está cambiando con la globalización por su impacto geoeconómico y geopolítico. Impacto que ha obligado a pensar de nuevo la idea de región, lo que implica pensar en la idea de espacio, y en que la producción del espacio se lleva a cabo. De tal manera que el espacio socialmente producido no debe ser jamás un caos. En cada caso el espacio adquiere una forma distinta que obedece a una cultura diferente.
Según Cooke (2006) en una economía altamente globalizada y financiarizada, los diversos países, regiones o localidades cumplen distintas funciones dentro de los SI. Por ello, la aplicación a nivel regional ha recibido una atención cada vez mayor, en el sentido de configurar el subenfoque de los SRI, una herramienta clave para estudiar el desempeño económico e innovador de las regiones o ciudades-región y para la formulación de políticas industriales regionales. Es decir, hace referencia a un conjunto de organizaciones empresariales e institucionales dentro de un ámbito geográfico concreto. Siguiendo a Tödtling y Trippl (2005), se distinguen cinco elementos en un SRI: 1. el subsistema de generación y difusión del conocimiento; 2. el subsistema de aplicación y explotación del conocimiento; 3. el subsistema de política regional compuesto por las administraciones públicas y las agencias de desarrollo regional; 4. factores socio-institucionales, específicos de una región y, 5. los vínculos con otros SRI o con sistemas nacionales de innovación (SNI). Estos componentes de un SRI presentan características particulares en cada territorio y su relevancia y naturaleza dependerá del modo de innovación y aprendizaje que prevalezca en la región (OECD, 1999). Por esto, como apunta Cooke (2006), se debería considerar que un SRI fuerte es aquel que tiene todos estos componentes, aunque “la mayoría de las regiones no tienen estas características de innovación sistémica” (Alonso-Domínguez et al., 2016: 346). De aquí que en un sentido territorial, concluye Cooke (2006), el stock de conocimiento y la capacidad de aprendizaje en el entorno industrial regional son claves a efecto de potenciar la capacidad innovadora de las empresas. Desde la perspectiva de los distritos industriales se afirma que las pymes parecen depender de activos del entorno industrial regional cuando innovan, ya que éstas por definición disponen de escasos recursos internos. Por esto, las empresas pequeñas y medianas dependen fuertemente de los servicios locales, y por ello, para su crecimiento es esencial la articulación en red que favorece el crecimiento de la propia empresa.
Un SI remite entonces a la configuración en red, a nuevas formas de aglomeración con incentivos a la creación de conocimiento. Se recalca que en un mundo donde se realizan mayores esfuerzos para codificar el conocimiento y transformarlo, surgen “nuevos espacios industriales” y “nuevos espacios culturales”, espacios que potencian el conocimiento especializado y local, generando ventajas competitivas sostenibles. Estos nuevos espacios que potencian la economía creativa de las ciudades/regiones constituyen un SI, “una estructura productiva y una infraestructura institucional, y la interacción entre esas estructuras” (Asheim e Isaksen, 2006: 98).
En la perspectiva de los SRI, coexisten dos interpretaciones básicas de la región como SI: tanto como un subsistema a nivel nacional o sectorial, como una versión reducida de un SI, con sus propias dinámicas regionales. Cooke y Morgan (1998) plantean que el concepto de SRI se difundió a partir de 1992, y que su surgimiento se debe a que grandes estructuras corporativas fordistas trataron, desde la década de 1980, de reestructurarse a través de diferentes maneras de reformas administrativas. Entre ellas, la búsqueda de cooperación externa (outsourcing). Esta explicación da cuenta de que en un entorno globalizado la empresa tiene que ser competitiva para sobrevivir, por lo que necesita también ser innovadora y, por extensión, lo han de ser también los territorios en que están localizadas.
La anterior explicación está detrás del concepto de resolución espacial de Harvey (2007) que describe el impulso insaciable del capitalismo. Un impulso que resuelve las crisis internas mediante la expansión espacial y la restructuración geográfica. Las resoluciones espaciales permiten salir de las crisis, porque crean una estructura física para el desarrollo y para la expansión geográfica continuada (Florida, 2011). En este marco se desarrollan las ciudades creativas, en estas ciudades destacan la cultura del sitio y sus recursos integrados. Concretamente, la historia, la cultura, el emplazamiento físico y los condicionantes generales de funcionamiento son esenciales para determinar la capacidad creativa de una ciudad. La capacidad creativa de una ciudad, según Landry (2017), se determina por la reinvención y el favorecimiento del desarrollo.
3. Ciudades creativas
Las ciudades creativas nacen a finales de los años ochenta con el intento de provocar un impacto sobre la cultura organizacional de las ciudades (Landry, 2017). Concretamente, las ciudades creativas, contextualizadas por Florida (2008 , 2010), son el producto de la combinación de diversos factores que se encarnan en un particular estilo de vida y que generan, por la alta concentración de bohemios, neobohemios, artistas, intelectuales, científicos, la posibilidad de activar la creatividad y el pensamiento crítico (Bergua et al., 2016). La ciudad creativa de Florida (2002a, 2008, 2010) deriva de que, por un lado, en un clima de globalización, las regiones y localidades están expuestas a mayores presiones competitivas. Por otro, de que el éxito económico-empresarial en regiones y localidades exige lo que Mowery y Rosenberg (1998) han llamado institucionalización de la innovación. Es decir, la interacción, en un clima de confianza, de un elevado número de agentes e instituciones, del sector público, académico y empresarial.
El concepto de ciudad creativa, en sus diferentes definiciones, siempre comparte la idea de ser una ciudad dinámica. Por ejemplo, si nos centramos en la visión de la Unesco, 2017 y Unesco-PNUD, 2013 va enfocada a una ciudad con gran actividad cultural. En 2004, se creó la Red de Ciudades Creativas de la Unesco actualmente conformada por 180 ciudades. La red está pensada para promover la cooperación entre aquellas ciudades que identifiquen la creatividad como un factor estratégico de desarrollo urbano.
Ahora bien, en sus documentos destacan desarrollo urbano sostenible. La Red cubre siete ámbitos creativos: artesanía y artes populares, artes digitales, cine, diseño, gastronomía, literatura y música. El objetivo de la misma es concretar buenas prácticas que asocien el sector público y el privado. Esta iniciativa se enmarca en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, concretamente con el objetivo de crear ciudades que sean inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles. Es decir, desde esta perspectiva se aporta una visión de la ciudad creativa como herramienta para la inclusión. En el Informe Economía Creativa (Unesco-PNUD, 2013) se detallan diversos estudios de caso que ejemplifican ciudades que han generado desarrollo local a partir de la diversificación de su economía, como puede ser: la creación de emplazamientos para filmar películas en Ouarzazate (Marruecos), en 2008, se creó la Comisión de Cine de Ouarzazate y un fondo especial para promover la zona. Otro caso, es a través de la organización no gubernamental: Verde de Siberut (Indonesia), este proyecto se centra en implementar una microindustria audiovisual de base comunitaria, proporcionando formación empresarial y audiovisual, así como programas de orientación y tutoría para jóvenes de la población indígena local. Los casos expuestos de ciudades creativas se basan en la provisión de infraestructura cultural.
Ahora bien, desde la década de 1990 en la que la “cultura es desplazada por la creatividad” y en la que ésta es insertada en la economía de la información y del conocimiento. Las industrias creativas están influyendo en la dirección del desarrollo urbano, asimismo realizan una función catalizadora para la renovación urbana y la reurbanización, reformando así las zonas urbanas. La idea clave de las industrias creativas está en resaltar la necesidad que tienen las ciudades de atraer y retener capital humano, convertido en sujeto económico, en empresario o emprendedor. Este giro emprendedor del gobierno urbano (Harvey, 1989), mediante regulaciones políticas, elaboraciones discursivas y la intervención de un buen número de agentes externos al mercado (Franquesa, 2007), garantiza la creciente influencia de las empresas en la conformación del programa de la denominada economía creativa y de las políticas urbanas creativas. Al mismo tiempo, este giro fomenta un cambio en las prioridades de estas políticas a favor de la atracción de inversiones que estimulen la actividad económica creativa y de carácter privado. Ambos principios dan lugar a un tipo de políticas “que no se limitan a condicionar lo que ocurre en el medio urbano, sino que emplea el propio territorio de la ciudad como recurso y estrategia” (Sorando y Ardura, 2016: 82).
La ciudad creativa de Florida sería, así, un claro ejemplo del vínculo entre “lo social” y “lo económico”, y de que los centros urbanos se hayan convertido en conectores de lo local con lo global, y de que la presencia de sectores degradados en los centros urbanos suponía un elevado coste de oportunidad para la economía creativa de las ciudades. Economía con una preferencia clara por una aproximación privada en la renovación de los centros urbanos, y en contra de la opción social, cuyo objetivo principal sería la redistribución de los recursos públicos a favor de los habitantes de los barrios deteriorados. Los objetivos centrales de la aproximación privada, señala Sorando y Ardura (2016: 84), son tanto “la promoción de las oportunidades de negocio en los centros históricos como el estímulo de la llegada a su territorio de nuevos vecinos pertenecientes a las clases creativas”. Florida (2008, 2010, 2011) plantea que una economía creativa requiere que los territorios y, concretamente, las ciudades tengan un “índice de creatividad”, el cual tiene su origen en la tecnología, la tolerancia y el talento (3T).
La nueva economía del posfordismo, centrada en la innovación, ha generado posibilidades de producción y trabajo, sobre todo en las grandes regiones metropolitanas. Sin embargo, el tamaño de la ciudad no es determinante, ya que “ciudades con dimensiones relativamente pequeñas a menudo pueden encontrar nichos sostenibles para sí mismas en los mercados mundiales, siempre que puedan ofrecer bienes y servicios suficientemente distintivos” (Scott, 2006: 13). En esta línea, según Florida (2010, 2011), si los núcleos urbanos quieren crecer y competir con grandes regiones tienen que apostar por atraer a la denominada clase creativa. “Lo que otros autores habían denunciado anteriormente como puros procesos de gentrificación (Jacobs, 1969), se alumbraba de pronto con una luz positiva; se transformaba en el modelo de referencia para los gobiernos y administraciones locales” (Rowan, 2016: 34).
Al partir de la suposición de que la distribución del talento o capital humano es un importante factor en geografía económica, Florida (2002a) elabora la hipótesis de que la capacidad de atracción del talento de las ciudades está en la presencia de escasas barreras en la entrada de capital humano. Escasez de barreras en tanto que “la nueva razón gubernamental necesita libertad; es más, el nuevo arte de gobernar consume libertad: es decir, que está obligado a producirla” (Foucault, 2007: 84).
Es importante resaltar también la dinámica que se acentúa con la toma del poder del capital financiero, dentro de la clase dirigente y el modo de globalización neoliberal que esta clase impulsa (Napoleoni, 2008). Globalización en la que las regiones y ciudades creativas han resultado ser también lugares importantes de deflación salarial y precarización y de capital financiero, inversión y poder. Lugares que tienen un legado histórico significativo de mezcla cultural y social, de creatividad individual y social, pero que también son lugares rodeados de pobreza, precarización y privación social (De Nicola et al., 2008). Ahora bien, es importante la presencia de gobiernos locales y regionales proactivos y atentos a los desafíos y a las oportunidades del entorno, “capaces de favorecer la creación de un ambiente de confianza y estabilidad, así como favorables al surgimiento de iniciativas innovadoras y su traducción en proyectos concretos, tanto propios como del sector privado, actuando así como catalizadores o impulsores de la innovación”.
Para crear un lugar innovador, Florida (2010) insiste en que es necesario aprovechar los recursos socioculturales e institucionales y transformarlos en energía creadora, y que se acoja a profesionales capaces de generar de manera intencional ideas innovadoras. Profesionales que no se perciben como directivos o como personas de organización, sino como miembros de una amplia “fuerza creativa” y que precisamente requieren de los entornos innovadores. Por esto las ciudades/regiones para ser elegidas por las clases profesionales creativas deben proporcionar “un medio urbano atractivo para las preferencias recreativas y estéticas de estos jóvenes profesionales, que suelen valorar las comunidades abiertas, tolerantes y diversas en las que las actividades culturales se construyen como el eje de su vida cotidiana” (Sorando y Ardura, 2016: 80). Los profesionales no se organizan según la textura de los individuos, “sino según la textura de la empresa. Es preciso que la vida del individuo no se inscriba como individual dentro del marco de gran empresa que sería la compañía, o en última instancia, el Estado, sino que pueda inscribirse en el marco de una multiplicidad de empresas diversas encajadas unas en otras y entrelazadas” (Foucault, 2007: 277-278).
3.1. Críticas a la teoría de Florida
Las críticas efectuadas al concepto de clase creativa de Florida (2002a, 2005, 2010) han tenido la virtud de abrir un debate importante sobre el papel de las ciudades y de la planificación urbana en la economía, creando así impacto en políticas públicas. A continuación, se destacan aquellas más relevantes en relación con las ciudades creativas. Algunos críticos apuntan que las críticas se sitúan desde partidarios políticos de derechas, los cuales atacan a Florida por suponer una disculpa para que el gasto público vaya en aumento, con la excusa de crear un marco favorable a los intereses de los profesionales creativos. En este sentido, Florida (2002b) se defiende y expone que su equipo es muy variado, a la vez que trabaja con líderes políticos de todos los partidos políticos. La unión indiferentemente de las particularidades de cada persona es la voluntad común de identificar los factores clave que impulsan la innovación tecnológica, estimular el crecimiento y, en última instancia, lograr mejores niveles de vida. Ahora bien, autores como Malanga (2004) en City journal acusa a Florida de no aportar datos solventes y cuestiona, de hecho, desautoriza que la ciudades seguidoras de las políticas impulsadas por las teorías de Florida (2002a, 2008) sean ciudades con un mejor rendimiento. Malanga (2004) muestra alguna incongruencia, como es el caso de Nueva York, ciudad reconocida por Florida (2002a) como una de las más creativas, y se refiere a los estudios de National Commission on Entrepreneurship de 2001, donde se muestra que Nueva York está por debajo de la mediana en las empresas de rápido crecimiento. En contraposición, Las Vegas se situaba en segundo lugar en la creación de empresas/iniciativa empresarial; sin embargo, en el estudio de Florida (2002a) se situaba en los últimos lugares.
Una de las principales críticas a la tesis de Florida (2002a, 2008, 2010) es su visión sesgada de la ciudad. Argumentos como “vivimos en una sociedad muy móvil, podemos escoger dónde vivir” (Florida, 2008: 11), “no están dirigidos a los habitantes del mundo, sino a una reducida élite, no solo creativa, sino adinerada” (Herrera-Medina et al., 2013: 17). De hecho, Florida (2010: 14) alude a que “la sociedad fomenta el talento creativo de una minoría privilegiada, mientras desdeña las capacidades creativas de la mayoría”, es decir, sólo se incluye una élite creativa que es el motor de la ciudad, ignorando la mayor parte de sus habitantes y obviando la complejidad de la ciudad, y a lo que se ha denominado el nuevo municipalismo de ruptura (Barber, 2013). Un municipalismo que cambia la “relación de la ciudadanía no sólo con el gobierno de la ciudad, sino con la ciudad misma” (Zubero, 2015: 14), además expone que “el municipalismo cambia los imaginarios urbanos. Y de entre estos imaginarios posibles”, propone el de la ciudad como espacio común, “en el que nos realizamos como ciudadanos y ciudadanas, pero no en abstracto, individualmente, sino en la práctica social: como con-ciudadanos y con-ciudadanas” (Zubero, 2015: 15 y 20).
Otra crítica a Florida es que centra su atención en la concentración urbana, descuidándose el entorno rural. No obstante, “existen ciertas evidencias sobre la importancia de movilidad residencial de ciertos grupos ocupacionales cercanos a la definición de clase creativa hacia el medio rural a la búsqueda de un estilo de vida diferente al urbano” (Mateos y Navarro, 2014: 132). Juntamente a esta crítica se destaca otra respecto al descuido de cuestiones de desigualdad intraurbana y pobreza de los trabajadores. Esta crítica recae en la poca atención a
los desafíos de la escala de barrio y a la vida cotidiana, ciega ante las desigualdades (económicas, educacionales, tecnológicas, de género, culturales) propias de la nueva economía que se quiere propulsar y muda frente a las conflictos que surgen por las definiciones simplificadas que se hacen de cultura, patrimonio y creatividad (Sabaté y Tironi, 2008: 11).
Sin embargo, cabe destacar que el estudio entre la desigualdad y el auge de la economía creativa no es nuevo, autores previos a Florida como Glaeser et al. (1995) ya habían abordado el tema. Concretamente la tesis de Florida es que el incremento de la clase creativa aumenta la desigualdad, debido a que los hábitos de consumo fomentan el desarrollo de servicios en los que, por norma general, existen salarios bajos. Sassen (2007) analiza esta cuestión al estudiar la bifurcación que se ha producido en los mercados laborables urbanos, atribuible a la estructura salarial. Donegan y Lowe (2008) indagaron esta cuestión a través de un análisis estadístico, ya que se planteaban si la clase creativa era mejor predictor de la desigualdad que otros factores, como el cambio tecnológico, las diferencias educativas o la inmigración, su conclusión es que efectivamente existe una relación significativa entre desigualdad y clase creativa. Peck (2005) concreta que Florida en sus discursos y publicaciones se inclina a deleitarse con las libertades juveniles sin prestar atención a las divisiones del trabajo a las cuales están sometidos los jóvenes en el mundo laboral. También en esta línea, Scott (2005) manifiesta que en la ciudad posindustrial -que bien se puede llamar ciudad creativa- se incrementa de manera abrumadora la desigualdad, ya que se polariza la clase creativa, con altos ingresos frente la “clase no creativa” con salarios muy bajos.
Otro punto débil lo señala Glaeser (2005) cuando afirma que la teoría del capital creativo es sinónimo de la teoría del capital humano y en este sentido, concreta: “aquí, Florida es quizás más vulnerable” (Glaeser, 2005: 594), ya que la cualificación y el capital humano son factores explicativos del crecimiento. Es decir, el factor explicativo del crecimiento de las ciudades es el capital humano; de tal modo que no es necesario ni útil la operativización del índice de creatividad conocido como las 3T (Tecnología, Talento y Tolerancia) (Peck, 2005). De hecho, Glaeser y Saiz (2004) exponen como determinante del crecimiento de una ciudad: la seguridad en las calles, las buenas escuelas y los bajos impuestos. Peck (2005) puntualiza que la cantidad de personas con educación universitaria que tiene una área es lo que impulsa el crecimiento económico no el número de artistas, inmigrantes o los homosexuales. En la misma línea, Glaeser y Saiz (2004) señalan que no es sustancial ni recurrir al índice de tolerancia, ya que el factor explicativo de la creatividad es la educación de la fuerza de trabajo, en el sentido de que las ciudades con índices de educación más elevados son más productivas, más creativas y por eso crecen más.
Florida se refiere, pues, a la creatividad no a la jerarquía o mando. Como dice Florida (2008: 108), aunque “algunos puedan asumir que la clase creativa es fundamentalmente un grupo de población con un alto nivel de cualificación, no es así (…). La educación es solo un indicador potencial creativo de una persona”. En este sentido, Mateos y Navarro (2014: 130-131), apoyándose en Peck (2005) y Krätke (2010), señalan que “del término clase creativa tiene más valor analítico el adjetivo, porque aporta poca novedad en el análisis de las clases sociales en las sociedades contemporáneas”, ni aporta información alguna en torno al debate sobre el declive de las clases medias. Únicamente Florida (2010) nos dice que en relación al modo como los miembros de la clase creativa configuran su tiempo de trabajo y de ocio, es singular, pues parece que juegan cuando están trabajando y no se desconectan de sus ocupaciones en su tiempo libre.
Las críticas de Scott (2005) apuntan en varias direcciones, pero una aportación diferente a las anteriores es la aclaración del concepto clase, aclara que no es una “clase” la que genera el desarrollo económico de una ciudad, sino que “el motor primario de este proceso no es la migración unilateral e interna de tipos de trabajadores particulares, sino el complejo aparato del sistema de producción urbano”. Scott, señala que tanto en las ciudades fábrica de Inglaterra (siglo XIX) como en Silicon Valley (segunda mitad siglo XX) no fue la concentración de un tipo específico de trabajadores lo que las impulsó y desarrolló sino el sistema de producción propio.
Valdivia-López (2014) señala otra crítica importante a la teoría de Florida, que tiene que ver con el descuido de los aspectos dinámicos de la geografía como la producción y el trabajo en el crecimiento urbano. En esta línea, Pratt (2008: 18) aporta que “la producción cultural se basa en un modelo de moda -una rápida rotación de producto y un ganador toma todo el mercado- sólo algunos lugares se beneficiarán de la actividad económica y los beneficios sociales y culturales”. Por todo ello, podemos afirmar que Florida ha realizado una tesis arriesgada, donde las críticas han cuestionado profundamente el papel que puede desempeñar el concepto de ciudad creativa y el de clase creativa en la regeneración urbana.
Conclusión
Con base en los objetivos propuestos, hemos expuesto como las ciudades, y más ampliamente los territorios, devienen un emisor relevante de respuestas a los retos del capitalismo global que, a partir de la década de 1980, sitúa a la creatividad y la innovación como motor del desarrollo económico. Ambos aspectos refuerzan el elemento financiero del actual capitalismo y que explica la multiplicación de las deslocalizaciones y las relocalizaciones de las actividades económicas. Capitalismo, en el que emerge el paradigma de las ciudades creativas, y que constituyen los nodos del capitalismo creativo de Florida, y que aúnan la lógica del negocio (competitividad) y la lógica de la creatividad (innovación). La competitividad y la innovación han transformado y conformado la realidad social y económica de las regiones y ciudades en las últimas décadas, desestabilizando las seguridades jurídicas e institucionales que constituían el marco de convivencia de la ciudadanía moderna, de la ciudadanía nacional (Alonso y Fernández-Rodríguez, 2013). Desestabilización que es resultado, como señala Sassen (2015), del enorme poder de los mercados y de las empresas globales, de lo que se ha denominado capitalismo global corporativo.
De acuerdo con el análisis histórico realizado se observa que el concepto de ciudades creativas de Florida no puede ser contemplado al margen de los procesos de gentrificación; asimismo, las ciudades creativas tienen que ver con las políticas de regeneración urbana, las cuales han convertido la creatividad de los profesionales en el emblema central de la economía posfordista. Una economía que no se apoya exclusivamente en recursos naturales ni en habilidades y destrezas tayloristas-fordistas, sino que los resultados económicos de las ciudades y de las regiones está más influido por procesos donde la economía de lo inmaterial fortalece las políticas de las élites urbanas globales y reducen las políticas sociales. Este giro se resumiría “por el debilitamiento de los políticas dirigidas al bienestar de quienes habitan las ciudades y el fortalecimiento de las políticas de posicionamiento internacional de las ciudades en un mercado altamente competitivo” (Sánchez, 2015: 128). Pues bien, en este giro se ampara una de las mayores críticas a Florida, la carencia de respuestas frente la desigualdad social. Esto constituye por un lado, un escenario de radical ilimitación de la libertad del capital (Žižek, 2016) y en el que el Estado es gestionado como si se tratase de una empresa. Y por otro lado, explica el papel de las ciudades creativas o globales que impone el actual capitalismo global, en el que la progresiva intangibilización de la competitividad depende de cómo se gestiona la dimensión simbólica de las ciudades.
Como hemos desarrollado en este artículo, es importante un análisis crítico de la teoría de las ciudades creativas de Florida, ya que también son lugares donde se legitiman, los procesos de expulsión de las clases populares (Sassen, 2015). Por tando, a consecuencia de la gentrificación se agudizan las desigualdades sociales, culturales y económicas. En el marco de este capitalismo, cognitivo, creativo o fordista, las ciudades crecen de manera desigual, y no han superado con éxito los retos del 1. desarrollo global equitativo; 2. de la cohesión social, y 3. la sostenibilidad ambiental. Estamos entonces ante una fractura social con un fuerte crecimiento de la disparidad de ingresos, donde la clase de escalones más elevados se denomina clase creativa. Como nos anuncian las críticas a Florida, deviene complicado ser al mismo tiempo una ciudad inclusiva y creativa, emprendedora y global.
Sin embargo, nuestro análisis nos lleva a pensar que a pesar de las carencias, la teoría de Florida es un análisis a tener en cuenta desde un punto de vista de las actuales políticas urbanas. Teoría que no es una base sólida para la formulación de políticas por sí sola, pero nos puede ayudar a comprender la estructura de las ciudades y regiones actuales. A la vez que nos sirve para recapacitar profundamente hacía la organización del territorio que estamos potenciando, es decir, para repensar como estamos reformando y construyendo las ciudades actuales y futuras. Como se ha manifestado, la creatividad y el crecimiento económico son un tándem difícil de separar. Ahora bien, los análisis presentados han abandonado la participación ciudadana como proceso creativo de las ciudades. Por ello, para futuras investigaciones es de interés aunar la participación ciudadana a fin de crear una ciudad creativa para todos los ciudadanos y ciudadanas.