Un movimiento a través del tiempo
Un mar de gente se apiña sobre la avenida Callao, en las cercanías del Congreso de la Nación, en la ciudad de Buenos Aires. A las 17 hrs las calles ya están pobladas de personas que van de un lado al otro, de gazebos de organizaciones y grupos que los usan para protegerse del sol de diciembre, que rebota contra el asfalto y quema la piel. A pesar del calor, y también a pesar de la nueva ola de casos de Covid-19 que explotó hace algunos días, las calles están intransitables por la cantidad de personas que, con los distintivos pañuelos verdes de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito decorando alguna parte del cuerpo, se reúnen nuevamente en las calles del centro. Es diciembre del 2020 y el Congreso Nacional vota, una vez más, la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo en Argentina, como se había hecho en la experiencia trunca del 2018.
Adultas y adolescentes llegamos hace aproximadamente una hora, y pasamos un rato sentadas en una ronda, bajo la sombra de un gazebo, merendando y tomando jugo frio, charlando de nada en particular, jugando a mojarnos con unos sprays con agua, pero ahora las adolescentes quieren ir a pasear y mirar. Así que cuatro de las adultas van con ellas a dar vueltas por las calles. Somos 10 personas entre adolescentes y adultas y se hace difícil estar todas juntas porque mientras avanzamos hacia el Congreso hay cada vez más gente. Hacemos una filita y nos agarramos de las manos para poder atravesar los cuerpos amontonados sin perdernos, las adultas con mirada atenta a las adolescentes, que frenan en cada gazebo para mirar qué hay: pañuelos de la Campaña, serigrafías, cerámicas, remeras, comida, libros. Cada tanto nos llega una oleada de humo de bengala verde, que en algún lado alguien prende. Hay permanentemente algún cántico: “ya se acerca noche buena, ya se acerca navidad, para toda la Argentina, que el aborto sea legal” o “Aleeeeerta! Aleeeeerta! Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina”. La euforia colectiva es total y, sin embargo, se viven con calma esas horas callejeras, quizás por la certeza de que esta vez la ley será aprobada.
(Registro de campo AulaVereda, Buenos Aires, diciembre 2020)
Efectivamente, la ley por la Interrupción Legal del Embarazo se aprobó aquella vez, luego de décadas de lucha por parte de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, cambiándole la vida a muchas personas y, en particular, a muchas adolescentes que han decidido, desde entonces, sobre sus cuerpos y sus trayectos de vida con mayor libertad. El triunfo de esta disputa política también fue de esas adolescentes, así como de las adultas y las viejas, no sólo porque ampliaron los límites de lo posible, sino porque para lograrlo se aliaron todas las generaciones en un gesto de profunda subversión contra las normas etarias. Esto quiere decir que el sistema opresivo patriarcal funciona en su yuxtaposición con aquellas desigualdades vinculadas con la edad (Magistris, 2022), como el adultocentrismo y el viejismo, que los feminismos también han puesto en cuestión desde su accionar. Así, mientras que el sistema reproduce las jerarquías adultez/niñez-adolescencia y adultez/vejez, la lucha por el aborto y otros derechos identitarios ofreció un escenario de encuentros intergeneracionales que son posibles de analizar en su potencia creativa y su apuesta por una democracia radical en términos etarios.
Hacia ese punto se dirige el presente artículo, que tiene por objetivo estudiar las formas vinculares que se desplegaron entre las adultas y las adolescentes de la organización social AulaVereda en el marco de la masificación del movimiento feminista, en la Ciudad de Buenos Aires (Argentina) durante los años 2018-2021. Desde un abordaje etnográfico y del análisis denso de registros de campo, procuraremos otorgarle espesor conceptual a las relaciones sociales intergeneracionales que tuvieron lugar en dicho colectivo, que circuló entre el espacio comunitario que compartían todos los sábados, las manifestaciones por la legalización del aborto, en el 2018 y el 2020, y el Encuentro Plurinacional Feminista3 en adelante, EPF de 2019, y así reflexionar sobre los efectos del feminismo en la producción de lazos sociales que rompan la lógica de las jerarquías generacionales.
Partimos, entonces, de una crítica a lo que la teoría queer/cuir ha denominado crononormatividad (Halberstam, 2005), entendida como la naturalización de una única manera de percibir el tiempo -lineal, progresivo, acumulativo-, estableciendo etapas fijas y sucesivas en el ciclo vital que indican tanto lo que es correcto y prohibido en cada momento, así como imponen modelos vinculares específicos entre ellos -las personas adultas cuidan y educan a las demás que deben obedecerles o declararlas enemigas y oponerse a ellas (Owen, 2020). Junto a estxs autorxs, así como otras que, desde las teorías de los afectos, se ocuparon de los vínculos pedagógicos (Ahmed, 2015; Abramowski, 2016; Flores, 2017), ofrecemos un análisis sobre las formas de la proximidad entre niñas y adultas en la particularidad de una organización social participando del feminismo local. Para abordar este contexto, asimismo, nos referimos a otras autoras que analizan la acción política de sentir y hacer el mundo con otrxs en una apuesta por hacer florecer vínculos inesperados (Haraway, 2020) desde un espacio público que invite a todxs a ser parte de él (Butler, 2017; Pascual y Bianchi, 2018). Nos situamos, a su vez, junto con las propuestas del feminismo interseccional, los feminismos negros y decoloniales (Lugones, 2011; Viveros Vigoya, 2016), corrientes que vienen a dar cuenta de la complejidad de las relaciones de desigualdad que se entrecruzan y hacen carne en los cuerpos. Entrelazamos esto con problemáticas etarias específicas entre la infancia y la adultez para dar el debate sobre la participación de las diferentes generaciones en la producción de su propia realidad desde el campo de la antropología de la infancia y de las edades (Kropff, 2010; Szulc et al., 2023; Shabel, 2022; Montenegro, 2022; Shabel y Montenegro, 2023) desde una posición anti-edadista, o sea por una igualdad etaria (James, 2005).
Haremos, en primer lugar, un repaso por la organización social desde la etnografía, para dar cuenta de las dinámicas cotidianas que las adultas (de entre 25 y 35 años) y las niñas-adolescentes (de entre 12 y 17 años) llevan gestando durante años en los marcos de AulaVereda, donde se distinguen los roles de las educadoras que organizan las actividades y las más jóvenes que asisten a ellas. Luego, para realizar el análisis de las diferentes formas vinculares que se desplegaron en el contexto de movilización feminista, jugaremos con el gesto de la ocupación: ocupar el conocimiento desde la producción de un vínculo pedagógico y ocupar la calle desde la producción de un vínculo de compañeras. A partir de esta mutación relacional, ofrecemos unas conclusiones que debaten en torno a la intergeneracionalidad del feminismo, en tanto movimiento que empuja hacia la radicalización democrática también en términos etarios.
Niñas y adultas en una etnografía
Aquella tarde del 29 de diciembre del 2020, con un calor asfixiante que emanaba del cemento que recubre Buenos Aires, a las 14 hrs, las adultas de AulaVereda empezaron a llegar, una a una, al local donde funciona cotidianamente la organización. El acuerdo con las adolescentes era que a las 15 hrs saldrían con dirección al Congreso de la Nación, donde se estaba desarrollando la sesión especial para aprobar o rechazar el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Eran 6 las adultas que se habían dado cita en el barrio, mientras que el resto iría llegando al Congreso más tarde. También habían confirmado 5 niñas: Bru, Gabi, Lila, Esme y Lucy, que llegaron puntuales y entraron en fila exigiendo glitter para maquillarse. “¿Tienen pañuelos?” pregunta Bru. “Tenemos algunos, y si no allá compramos si quieren, que seguro van a vender”, responde Ana, “bancame que busco los que tenemos”, y se va. Mientras tanto, Valeria les da glitter verde a las adolescentes, que se encierran en el baño a pintarse. Ana vuelve con 2 pañuelos verdes. “Andrea está viniendo con un par más. ¡Llegaron re temprano!” le dice sorprendida a Valeria. “Sí”, responde ella, “re raro. Están emocionadas”. Las adolescentes salen del baño y van hacia donde están las adultas. “¿Cuándo salimos?” pregunta Lucy. “Ahora en un rato, cuando lleguemos todas, ¡es que llegaron re temprano ustedes!” responde Ana, “no se pintaron, ¿no quieren?” “No, al final no” dice Esme. “Bueno, de una. Igual llevamos por si allá les da ganas. Acá hay pañuelos, en un rato llegan más”. Bru agarra uno y le pide a Ana que la ayude a ponérselo en la muñeca, Gabi también se lo quiere poner ahí, y cuando llega Andrea con los otros, todas se lo ponen en el mismo lugar.
(Registro de campo AulaVereda, Buenos Aires, diciembre 2020)
AulaVereda es una organización que nació en el barrio porteño de Almagro en el año 2008, al calor del ascenso de la derecha neoliberal que hasta el día de hoy gobierna la Ciudad de Buenos Aires, haciéndola cada día un lugar más amigable para los desarrolladores inmobiliarios y más hostil para quienes están en situación de precariedad habitacional. Todas las niñas que participan de AulaVereda se encuentran en dicha situación, siendo que muchas viven en una casa ocupada por un movimiento social y otras bajo regímenes informales de inquilinato y alquiler, siempre cerca del centro comunitario donde AulaVereda realiza sus actividades. Hace muchos años que todas participan de la organización y forman un grupo más o menos estable, al igual que las adultas, que son nombradas como profes por parte de las adolescentes (y también por las adultas mismas), en tanto la propuesta inicial del espacio fue la de acompañamiento escolar, actividad que se sostiene dos veces por semana pero a la que no asisten las adolescentes del grupo de los sábados en el que se basa esta etnografía.
Hoy AulaVereda se nombra como “una propuesta de educación popular para niñxs”, “una organización por la participación política de la infancia” y “un espacio feminista”, según se lee en los materiales de circulación interna a los que tuvimos acceso. Además de la tarea escolar, tienen actividades de recreación todos los sábados para grupos separados por edad entre los 1 y 3 años, los 3 y 5 años, los 6 y 11 años, y los 12 y 17 años, que es el grupo con el que aquí trabajamos, autonombrado como los grandes, más específicamente con las 10 adolescentes que lo componen. Son muchas las actividades que ellas realizan en compañía de las 4 adultas que son parte de este grupo: van a las marchas, hacen pijamadas y campamentos, hacen salidas por la ciudad, se acompañan al médico y a hacer trámites, conversan por teléfono, se cuentan chismes y se piden favores. Es esta multiplicidad la que llamó nuestra atención en el transcurso de la investigación, pues desborda los roles pedagógicos, excede los familiaristas y hace eco en otros modos del compañerismo que nos proponemos estudiar.
Es por ello por lo que en este trabajo nos focalizamos en los modos de vincularse entre las adolescentes del grupo de grandes y las profes de AulaVereda, todas mujeres en distintos momentos de su ciclo vital encontradas en el marco de una organización comunitaria de la que eligen participar sostenidamente en el tiempo, con roles divergentes en su interior. Tal como analizaremos en los apartados siguientes, esos roles se ven interpelados en sus libretos de educadoras populares y educandas, o profes y estudiantes, por el modo de hacer lazo que propone el feminismo en tanto movimiento político que pone nuevamente en el centro el cuestionamiento hacia las relaciones sociales. A partir del estudio longitudinal que venimos realizando en esta organización (Shabel, 2018) nos es posible establecer el 2018 como un año clave en el acercamiento de AulaVereda a este movimiento, con una asistencia constante a sus manifestaciones y un incremento en las planificaciones de actividades vinculadas a la temática, de modo que allí iniciamos este trabajo que llega hasta diciembre del 2021 en su recolección de datos.
El año 2019 trajo un hito en esta experiencia debido a que niñas y adultas lograron viajar juntas al 35° Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans en la ciudad de La Plata para lo cual trabajaron durante meses cocinando pizzas como actividad del grupo de los grandes y vendiéndolas en otras actividades que se realizaban en el centro comunitario, como obras de teatro y peñas folklóricas. A principios del año 2020, cuando la pandemia era aún una noticia lejana de otros continentes, las profes les propusieron un nuevo formato de encuentro a las adolescentes: la “Asamblea de Niñas”, un espacio cuyo objetivo principal era fomentar el encuentro entre ellas para charlar de diversas cuestiones vinculadas a la educación sexual, a los vínculos sexo-afectivos, y a los modos en los que el patriarcado y las desigualdades de género se corporizan en los distintos momentos del ciclo vital.
Sin embargo, esa iniciativa de encuentros presenciales una vez por semana quedó trunca con el arribo del Covid-19 a la Argentina, situación que obligó a la organización a repensar los modos en los cuales se vinculaban con lxs niñxs y sus familias, y especialmente, con las niñas. La Asamblea de Niñas, en ese contexto, se reformuló para transformarse en un intercambio epistolar entre adolescentes y adultas, quienes irían periódicamente a dejarles las cartas a las adolescentes y luego a buscarlas para continuar la comunicación. Fue una forma de establecer contacto a pesar de las restricciones del aislamiento, un artilugio de proximidad que nos interesa estudiar en su especificidad intergeneracional.
A continuación, entonces, nos movemos entre el 2018 y el 2021, inmersas en los registros etnográficos que hicimos de aquellos intensos años de fuertes movilizaciones por la legalización del aborto y, luego, un estricto confinamiento por la pandemia, que también presentó desafíos para el trabajo antropológico. Este abordaje, que es una forma de mirar lo social dando cuenta de la espesura y profundidad de los procesos cotidianos (Rockwell, 2009; Guber, 2008), resulta especialmente sugerente para abordar los vínculos intergeneracionales como objeto de estudio en tanto estos se despliegan a lo largo de todas las actividades de dicha organización, incluso más allá de los momentos específicos en que las actividades tienen lugar y, por supuesto, más allá de la voluntad o el control de las niñas y adultas que participan de AulaVereda. Como la etnografía nos permite registrar aquello que los sujetos hacen, lo que dicen, lo que dicen sobre lo que hacen y lo que sienten al hacerlo, la convocamos para nuestra investigación.
Este abordaje metodológico, apoyado principalmente en la observación participante, resultó especialmente pertinente para estudiar la cotidianeidad de esta organización social en su dimensión pedagógica y en su corrimiento más allá de ella (Santillán, 2012; Batallan et al., 2021), a la vez que demostró ser una herramienta que puede describir con precisión las interacciones entre las generaciones que hacen a la dinámica social general del grupo (Kropff, 2010). Asimismo, demostró ser portadora de la flexibilidad necesaria como para adaptarse a las condiciones de trabajo de la pandemia, fortaleciendo las herramientas digitales (Hine, 2004) -como los chats individuales y grupales, las videollamadas, las fotos y videos producidos por las protagonistas- y registrando cada movimiento de las escasas escenas presenciales que AulaVereda sostuvo a partir de las medidas de aislamiento.
Con este andamiaje metodológico nos adentramos, a continuación, en la cotidianeidad de AulaVereda a partir de dos matrices vinculares intergeneracionales construidas por medio del análisis de datos de campo, escapando de la división temporal antes-después de la pandemia y procurando ensanchar el poco explorado campo de las relaciones entre grupos de edades en los marcos del feminismo. Este gesto no es para crear nuevos mandatos de lo que debería ser o hacer dicho movimiento político, sino para abrir la curiosidad sobre este punto y darle lugar a aquello que florece a la sombra del canon, porque, como dice Haraway “importan qué pensamientos piensan pensamientos” (2020, p. 62) en este camino de hacernos un mundo más amable donde vivir y morir junto a otrxs.
El asombro pedagógico o la ocupación del conocimiento
El salón del centro comunitario donde hace actividades el grupo de adolescentes tiene unos 15 metros por 10 metros, pero hoy luce más pequeño porque las adolescentes son muchas y van apretadas caminando de un lugar a otro. El cuarto rectangular donde funciona AulaVereda está dividido en cuatro sectores bien diferenciados, cada uno con una mesa y mantel de color diferente y, sobre cada uno, una serie de objetos que aluden a temas diversos. En el primer sector hay un escritorio lleno de fotos de movilizaciones, con un cartel grande que dice “Historia del movimiento feminista”. En el de al lado hay elementos relacionados con la legalización del aborto: pañuelos verdes y también celestes, un libro titulado Será Ley, un juego de mesa llamado “Que Sea Ley”, ambos en relación con el aborto. En frente, en una pared, está escrita la palabra “estereotipos”, y hay un afiche pegado con siluetas humanas dibujadas y marcadores invitando a intervenir sobre ellas. Por último, en otro sector, hay un cartel que dice “niñez trans” y lo acompañan libros con historias de transiciones de género -hay cuentos, historietas, poemas- y algunas imágenes de organizaciones de niñxs trans y sus familias en movilizaciones por sus derechos. En cada sector hay un grupo de niñas explorando, con una adulta que las invita a recoger el material disponible y conversar sobre cada uno de los elementos.
(Registro de campo AulaVereda, Buenos Aires,agosto 2019)
Esta actividad no fue la primera que las adultas le propusieron a las niñas para abordar temáticas vinculadas al movimiento feminista, pero resultó significativa porque ese día habían invitado a otras organizaciones que trabajaban con niñxs y las presencias coetáneas desconocidas resultaron excitantes. Al principio, los distintos grupos de niñas no se animaban a conversar entre sí, pero una vez comenzada la dinámica fluyeron los comentarios sobre las violencias sufridas, las anécdotas en las marchas por el aborto y las ganas de ir al EPF y reencontrarse todas allá. Las adultas ya habían comentado la posibilidad del viaje, siendo que este año se realizaba en una ciudad cercana y el costo no sería imposible para las precarias economías populares. Las actividades se sostuvieron en esa línea los meses siguientes, produciendo materiales como el siguiente:
En estas escenas de campo, como en muchas otras, el feminismo se presenta como un contenido a ser enseñado, trasmitido y compartido en el marco de AulaVereda. Es una invitación que las adultas le hacen a las niñas para entusiasmarse con aquello que las entusiasma a ellas y, a través de las actividades, buscan generar atención sobre el tema. En este sentido, proponemos estudiar este proceso a la luz de la categoría de pedagogía feminista que describe Ahmed como una “apertura afectiva del mundo a través del acto de asombro, no como un acto privado, sino como una apertura posible mediante el trabajo conjunto” (2015, p. 274). Nombramos el asombro, entonces, como un afecto central en la apuesta pedagógica de AulaVereda, cuya intención es enseñar algo que las niñas no saben para forjar desde allí una apertura hacia el mundo, un nuevo lazo con él, una posibilidad de engancharse a él como todavía no sabían que se podía.
Como dice Ahmed el asombro es “la precondición para la exposición del sujeto ante el mundo: nos asombramos cuando nos mueve aquello que observamos” (2015, p. 272) y, en este sentido, podemos designarlo como una forma de extrañamiento, de mirar de otros modos la realidad cotidiana y así desnaturalizarla para asociarla a otras cosas, aproximarla a aquello que parecía lejano y quizás poder alejar algo de lo que daña y parecía inevitable, pero no lo es. Este afecto, llevado al campo educativo, encuentra ecos en lo que Hooks denomina como la erótica de los procesos de enseñanza y aprendizaje, ubicando al deseo como ingrediente fundamental a la hora de producir conocimiento encarnado: “Eros estaba presente en nuestras aulas como fuerza motivadora. Como pedagogas críticas, estábamos enseñando a nuestras estudiantes maneras diferentes de pensar el género, plenamente conscientes de que ese conocimiento las llevaría también a vivir de manera diferente” (2021, p. 251). La autora reflexiona sobre su práctica docente participando de una pedagogía feminista que traemos como pregunta a nuestro campo.
Pero, para elaborar una respuesta en el caso etnográfico que aquí analizamos, es necesario apuntar que el convite hacia el asombro no puede circunscribirse a las adultas de la organización, sino que era el contexto de intensa acción política feminista de esos años 2018-2021 el que se volvía hacia las adolescentes para convocarlas, desbordando los momentos pedagógicos en varios sentidos, desde los cánticos que se escuchaban durante los EPF, como: “¡Niña, escucha, únete a la lucha!”, hasta la materialidad de los elementos distintivos como los brillos y los colores posibles de ser apropiados por los cuerpos más diversos -a diferencia de muchas otras expresiones políticas circunscriptas a cuerpos adultos-. Haciéndose eco de esa estética, a comienzos del 2020 las adultas les enviaron por Whatsapp a las niñas de AulaVereda la siguiente imagen para convocarlas a la Asamblea de Niñas:
La Asamblea se llevó a cabo un par de veces en el centro comunitario y luego llegó la pandemia y el aislamiento, motivo por el cual las actividades pedagógicas se transformaron y espaciaron, pero continuaron, incluso a pesar de las extraordinarias circunstancias porque, entendemos, el efecto de enganche ya se había producido en las adolescentes y adultas, ya todas tenían ahí puesto algo de deseo. Nos referimos al hecho de que, bajo las reglas de confinamiento, ambos grupos etarios elaboraron estrategias de encuentro y conversación que consistieron en salir juntas a hacer las compras, chatear y aprovechar los momentos de entrega de bolsones en las casas tomadas para pasar un rato juntas acomodando verduras y discutiendo temas que las convocaban desde las consignas feministas, además de sostener un intercambio epistolar dentro del encuadre pedagógico de AulaVereda en el que también se retomaban problemáticas en la intersección entre patriarcado y adultocentrismo:
El domingo pasado fue el Día de las Niñeces, y como no pudimos vernos, nos gustaría saber qué piensan ustedes sobre la niñez, así que les preguntamos: ¿qué tres cosas son las más importantes para una niña? Les dejamos acá un cuadrito para que adentro escriban o dibujen su respuesta. (Fragmento de la carta no. 3, enviada el 25 de agosto de 2020)
Desde la perspectiva que comparten Hooks y Ahmed -heredada en ambas de la epistemología feminista y también de la educación popular en Hooks-, conocer es sinónimo de involucrarse, de ligarse con algunos aspectos de la realidad, ya sea para tomarlos como propios o enojarse: “El asombro se trata de aprender a ver el mundo como algo que no necesariamente tiene que ser y como algo que llegó a ser, con el tiempo y con trabajo” (Ahmed, 2015, p. 273). En este sentido, el vínculo pedagógico es una invitación a hacer con el saber y no a conocer desde lejos, es una invocación a la proximidad con el mundo y con otrxs que lo componen para generar más de lo que hace bien y espantar lo que daña. Por eso, entendemos al asombro feminista como una acción de ocupar el conocimiento, en tanto extenderlo hacia quienes aún no lo han sentido y en tanto saber que invita a quienes lo aprenden desde su propio protagonismo como actuantes de su propia realidad. Es una invitación lanzada al vacío, hablada hacia las niñas, mirándolas a los ojos pero sin esperar una respuesta, pues los tiempos de una pedagogía respetuosa atentan contra la inmediatez y la obviedad (Abramowski, 2016). Muchas veces, de hecho, esas propuestas no tuvieron el impacto esperado en las adolescentes, y se trató de un proceso de convite y reformulación también de las invitaciones para que convoquen a las niñas, como un posicionamiento corrosivo que permita habitar los desacuerdos y producir preguntas (Trebisacce, 2018). Parte también de las propuestas del feminismo fue poder ser habitado por múltiples subjetividades, con contradicciones y tensiones que no impliquen su desintegración, si no su permanente puesta en movimiento.
O sea, un conocimiento que se convida para ser usado, amasado, saboreado, escupido y enchastrado, en un gesto queer/cuir que, como explica Flores (2017) escapa de las verdades absolutas y los conceptos puros, para (re)volver en forma de pregunta hacia quienes lo convocan. De este modo, esa invitación a conocer también podría conceptualizarse como una ocupación del mundo de las ideas, al tomarlo por asalto y compartirlo entre quienes, hasta el momento, no habían accedido a él, porque los mandatos adultocéntricos mantienen a las infancias alejadas del campo de la política. Así, conocer como gesto de ocupar se vuelve metáfora espacial de cuerpos infantiles y adultos haciéndose un lugar en los feminismos y en las disputas de poder, a la vez que se significa como metáfora temporal de pasar el tiempo intergeneracionalmente prestándole atención a este objeto de conocimiento novedoso, que en su comprensión modifica a los sujetos que lo conocen. Como dice Hooks, enseñar feminismo puede significar hacerlo, lo cual encarnado en cuerpos de diferentes edades puede ser también una ocupación de las jerarquías etarias, una forma de gestar un feminismo intergeneracional.
Traemos la metáfora del ocupar, entonces, porque la acción pedagógica en AulaVereda admite su estudio en tanto apropiación de saberes a través de los grupos etarios y en tanto democratización generacional de temas que han sido históricamente monopolizados por la adultez -como la política y la crítica, como el placer y la sexualidad-. Queremos llamar la atención, entonces, hacia los modos en que los feminismos cuestionan las jerarquías sociales, permeando en preguntas más allá de los géneros y las identidades, alcanzando en este caso las divisiones generacionales, pero no porque ellas dejen de existir, sino porque abre a la posibilidad de ligar las partes de modos inesperados. En este sentido, el propio vínculo pedagógico se recrea en términos novedosos, salteando ciertas imposiciones estandarizadas en la práctica educativa, como el amor maternal y la vocación desinteresada (Abramowski, 2016), para insistir en la pregunta sobre qué formas relacionales son posibles a través de las edades.
Otra vez es Ahmed quien nos convida algunas pistas para su respuesta desde el caso etnográfico. La autora dice sobre los vínculos feministas que: “una se mueve hacia las otras, otras que están vinculadas con el feminismo, como un movimiento de alejamiento de aquello contra lo cual estamos. Estos movimientos crean la superficie de una comunidad feminista” (2015, p. 285) que, entendemos, comenzó a formarse en AulaVereda más allá de las intenciones pedagógicas de sus integrantes, que no habían manifestado un especial interés en abordar o reformular los vínculos intergeneracionales. Sin embargo, la participación conjunta de los grupos etarios en las calles produjo un movimiento hacia adentro de la organización, en sus planes de acción y formas de estar juntas, lo que pasamos a analizar en el siguiente apartado.
Las compañeras multiedades o la ocupación de la calle
La cantidad de gente que hay en todas partes es impresionante, el micro no puede avanzar demasiado y las adultas deciden bajar para seguir a pie. La marea de cuerpos se precipita en las calles y todo es profundamente llamativo: las veredas adornadas con pañuelos violetas y banderas LGTTBIQ+, las personas que andan llenas de brillos, las drag en majestuosos trajes, la música en cada rincón. Llegando a la plaza donde está la feria casi no se puede andar y la fascinación de todas aumenta en sus expresiones faciales. Hay puestos a ambos lados de la calle y en el medio, de modo que la gente circula en dos corredores de un lado a otro. Las adultas y niñas de AulaVereda se miran entre la gente y aceptan que no podrán hacer el recorrido juntas, de modo que una de las adultas grita “de vuelta en esta esquina a las 19:30 hrs” y queda habilitada la dispersión. En la vorágine multitudinaria se arman 4 grupitos de niñas y adultas que conversan sobre lo que ven. “¡Mira esto qué lindo!” dice Ailu (11) a nadie en particular y señalando unos collares con los colores del orgullo que hay en uno de los puestos, “¡sí es, está re lindo! Y esto también” le responde Emilia (32), agarrando unos pines con iconografía feminista. “¿Seguimos?” dice Pepi (12) y avanzan comentando cada cosa que ven.
(Registro de campo Encuentro Plurinacional, La Plata, octubre 2019)
En el Encuentro Plurinacional Feminista, como relatamos antes, participan miles de personas. Si bien su eje vertebral son una serie de talleres de debate en comisiones (trabajo, sexualidades, punitivismo, educación, salud, etc.), es también en sus intersticios que se forja una identidad colectiva de movimiento feminista y plurinacional al que, tanto adultas como niñas de AulaVereda, se vieron convocadas en un asombro energizante que se les plasmaba en los rostros y los tonos de entusiasmo para cada cosa. Aquellos talleres no resultaron cautivadores para las adolescentes, que le rehuían a la idea de estar sentadas durante varias horas escuchando hablar a otras adultas sobre un tema puntual, de modo que su experiencia en el evento tuvo como escenario privilegiado las ferias montadas en las plazas, las caminatas por las calles, las salidas nocturnas a escuchar bandas y la manifestación central del Encuentro, que reúne cada año a todxs lxs participantes en un recorrido masivo por ciertos puntos centrales de la ciudad, una movilización que dura horas y recorre largos kilómetros.
Vale decir que son muchas las personas adultas que también optan por esta forma de habitar el Encuentro, por fuera de las comisiones de debate, aunque dialogando con ellas desde los márgenes, en conversaciones informales que resuenan coralmente a lo largo del territorio ocupado por el acontecimiento. La propia dinámica de los EPF invita a esta multiplicidad, en tanto es esa marea de gente ocupando la calle y tomando la ciudad la que hace comunidad feminista, es allí donde se hace cuerpo, donde fue posible para las más jóvenes ser las protagonistas junto a las adultas, de un modo que ubicó a todas en posiciones nuevas en relación con las demás.
Este énfasis en el eje espacial-vincular es algo que también han encontrado Pascual y Bianchi en su análisis sobre los EPF, donde nombran: “el espacio en tanto articulador del locus de movilización de los feminismos en la Argentina” (2018, p. 2), y estudian la particularidad del espacio público como aquella materialidad que se impregnó en los modos de hacer política de este movimiento, concluyendo que no puede considerarse a la calle como un mero escenario donde la disputa de poder ocurre, sino que ella misma tiene efectos en los modos vinculares que se engendraron en su accionar. Si bien las autoras no trabajan sobre la dimensión intergeneracional, su recuperación herética de Foucault en la categoría de “heterotopía feminista” nos permite a nosotras nombrar el modo en que ciertas disposiciones de los cuerpos en el espacio producen fugas de la norma patriarcal, que es también una norma adultocéntrica que ha capturado los vínculos entre niñas y adultas en libretos estandarizados y jerarquizados (como madre-hija o docente-alumna).
Lo que queremos decir es que el proceso de ocupación de un territorio tan vasto como es el centro de una ciudad abrió la posibilidad de que los cuerpos históricamente privatizados de mujeres y niñas aparezcan a plena luz y sean las protagonistas públicas del evento, lo que produce a su vez efectos sobre los modos de relaciones que estos dos grupos etarios tienen, o al menos los que tenían en AulaVereda en tanto propuesta pedagógica. Sostenemos, entonces, que ese encuentro multitudinario de los cuerpos en el espacio público produce una experiencia de participación diferente a lo analizado en el apartado anterior porque
enfatiza el papel del estar siendo y creando un espacio de despliegue de la contiguidad corporal que resignifica los modos normativos en que el espacio dispone nuestra corporalidad y subjetividades cotidianamente, desde la reivindicación de los feminismos del derecho a habitar una vida vivible. (Pascual y Bianchi, 2018, p. 6)
por ello entendemos que ocupar, aquí, es también dejarse ocupar por la política feminista. Lo que nos toca estudiar en este apartado es la significación precisa de esta ocupación para las niñas y adultas de AulaVereda para luego reflexionar qué de esta particularidad a su vez interpela a los feminismos para seguir rompiendo los límites de lo posible.
Muchas cosas se han dicho ya sobre cómo este movimiento ha transformado la arena y acción política local (Tarducci et al., 2019; Nijensohn, 2019), incluso aquello relacionado con las infancias (Magistris, 2022; Shabel et al., 2023), pero entendemos que, en el contexto de esta organización, la ocupación del espacio produjo un enlace entre aquello que parecía no tener relación o una deformación de un lazo -intergeneracional- que parecía tener una sola dirección pedagógica. Este gesto de deformación de la norma vincular a partir de un habitar disidente del espacio público, hicieron de la calle un componente fundamental en la transformación, yendo desde lo conocido hacia lo incierto e inesperado en un acontecer imposible de planificar, en sintonía con aquello que plantea Butler (2017) en su análisis performático sobre los cuerpos posicionados en situación de asamblea. Para nuestro campo, esto significa que la publicidad de los cuerpos infantiles participando de la agitación es una forma de torcer los mandatos de lo que la infancia debería ser y de lo que la política debería hacer y en esa torcedura los cuerpos de todas las edades se encuentran y se ensanchan para ocupar el espacio que les ha sido históricamente negado.
La propuesta de los EPF, en la habilitación de esas variadas formas de estar en el evento que comentamos con anterioridad, produce una situación de democracia posicional en la que todas las asistentes son protagonistas anónimas de un movimiento tan horizontal como heterogéneo, en la que no es más ni mejor feminista la que hace una cosa u otra. O sea, que hablamos de una acción política que fuga hacia la desjerarquización etaria, en tanto no mide lo que los cuerpos pueden para invitar a su participación, de modo que están todas invitadas, las que asisten o no a las comisiones de debate, las que disfrutan de articular discursos complejos sobre sus experiencias y las que prefieren escuchar en silencio o irse a pasear a la feria.
Es aquí donde nombramos la emergencia de una vincularidad de compañeras en yuxtaposición con lo pedagógico, una nueva forma de estar con las otras generaciones, de aproximarse entre las alteridades etarias que suelen tener libretos de encuentro profundamente estandarizados y jerarquizados (Owen, 2020). Para estudiar esta torcedura, esta desviación de lo esperado/esperable nos valemos del trabajo de Haraway quien, en Seguir con el problema (2020), escribe sobre las alianzas multiespecies como una nueva posibilidad de acercamiento con la diferencia y de entendimiento con la alteridad. En su libro palomas, arañas, comunidades indígenas del oeste canadiense y niñxs afrodescendientes del Bronx se encuentran desde la singularidad de cada grupo, desde aquello que saben, desean y necesitan para sobrevivir y hacerse refugios compartidos.
Nos hacemos eco de esas ideas para pensar en las alianzas multiedades que se generaron mientras adultas y adolescentes de AulaVereda andaban por la calle compartiendo el asombro como un afecto mutuo que circulaba entre ellas para con el acontecimiento, y ya no desde unas hacia otras como antes era la invitación pedagógica. Y compartiendo también los cuartos para dormir, el cansancio, la emoción y los desayunos, de allí la etimología de cum-panis, repartir el pan con otrxs que están allí como acto más de confianza que de generosidad, según explica la propia Haraway. Hablamos, entonces, de un novedoso compañerismo intergeneracional en la práctica política, en la que se forja un horizonte común desde esa diferencia etaria que afecta a cada una de las partes y crea un devenir-con las demás. En palabras de la autora, podríamos decir que se forman parentescos raros entre las edades, familiaridades inesperadas en las que es posible volver a mirarnos a través del tiempo, más allá de lo preestablecido para cada generación y para las conexiones entre ellas:
Son las 8 de la mañana, y a Helena (26) le suena la alarma. Hay 9 personas durmiendo en el aula, en la escuela en la que se están quedando por el fin de semana que dura el EPF. Son más adultas que niñas, pero a simple vista no se distinguen porque están tapadas en sus bolsas de dormir. Otras más duermen en otra aula, y otras duermen en el pasillo. Maitena (16) hace un ruido de queja y se esconde más adentro de la bolsa.
“¡Arrrriiiibaaaaaa!” dice Helena, y se levanta y una por una va despertando a las adultas y a las niñas, moviéndolas despacito con la mano. “Vamos, delen, nos tenemos que levantar así llegamos a desayunar y no perdemos el micro”. Lorena (28) desde su bolsa de dormir pregunta “¿Qué hay para desayunar?”, a lo que una adolescente le responde desde afuera del cuarto “Te vas a tener que levantar para ver” y se ríe.
(Registro AulaVereda, Encuentro Plurinacional Feminista de La Plata, octubre 2019)
Sin embargo, queremos desbordar a Haraway para traer la categoría de compañeras al sur desde el que escribimos y hacer resonar en esa palabra la politicidad propia latinoamericana porque, desde acá, al decir compañera se nombra un trayecto común en el compromiso por un mundo más justo, una proximidad con el mundo de la política y con las partes que se identifican de ese modo. Es por esto mismo que la designación de compañeras se ha utilizado exclusivamente por el mundo adulto y es por ello por lo que insistimos en estudiar este caso como un desacato de las normas generacionales posible en los marcos de la acción feminista. Tanto Gentile (2011) como Morales (2020) problematizan esta misma noción de compañerxs políticxs en relación con las infancias y vuelven, como lo hacemos nosotras, a repensar la participación como hecho intergeneracional y así abrir la posibilidad a que seamos cada vez más lxs que nos aliamos contra el daño, incluso si eso significa sumar personas no-adultas o sumar no-personas. Lo que esta investigación indica es que, en los marcos del feminismo, todas estas opciones son posibles.
Discusiones vinculares para un feminismo intergeneracional
Una de las preguntas fundamentales que instaló el feminismo en el escenario local fue por los modos en que desplegamos e imaginamos nuestras relaciones sociales, algo que Marx apuntó hace unos ciento cincuenta años como eje de toda práctica política. Esto quiere decir que, no solamente las relaciones entre los géneros se pusieron en tela de juicio, sino que entraron en cuestionamiento también las construcciones occidentales sobre los vínculos sexo-afectivos y los ideales de amor romántico, los mandatos de familia nuclear y reproducción filial y muchos otros formatos que parecían naturales, pero no lo eran. La investigación etnográfica que aquí presentamos se inscribe en esta línea, inclinando los interrogantes hacia las edades y generaciones.
En ese camino, hemos abordado las relaciones que se desplegaron entre adultas y niñas en el contexto de AulaVereda, comenzando por la caracterización del vínculo pedagógico en tanto invitación al entusiasmo desde el asombro producido por un redescubrir del mundo desde una nueva perspectiva: la feminista. Entendemos este convite de conocimiento como una ocupación conceptual al hacerle lugar a las infancias en un mundo que ha sido históricamente reservado para la adultez, subsumiendo al resto de las edades a su criterio, sin considerar ni los deseos ni las necesidades específicas de las otras edades porque las presupone sin escuchar, desde la norma temporal que se impone en todo el ciclo vital (Halberstam, 2005). Así, el asombro se vuelve instrumento contra la norma etaria, abriendo preguntas que vuelven sobre todas las partes involucradas, o sea, tanto las adultas como las niñas quedan expuestas a la desnaturalización y es, quizás, esto mismo lo que permite la transformación del vínculo.
Entonces, pudimos registrar cómo el proceso en AulaVereda se movió del vínculo pedagógico hacia el vínculo de compañeras políticas, movilizadas conjuntamente en el espacio público, movilizando a su vez ellas mismas nuevas preguntas hacia los feminismos en su ocupación del espacio desde los cuerpos infantiles. Esta multiplicidad de modos de habitar el feminismo nos permite hablar de la ocupación de las calles entre generaciones como una forma de ocupar el propio movimiento para que no pueda ser propiedad de nadie y, a la vez, para dejarse ocupar por él de modo que se abran inesperados puntos de fuga en el accionar cotidiano de sus participantes. No obstante, si bien separamos los dos momentos relacionales como operatoria analítica, creemos que ambas formas vinculares están yuxtapuestas en la relación entre las adultas y las niñas de AulaVereda en sus prácticas. Es decir, no se trata de una evolución cualitativa de pasaje de un modelo vincular a otro, sino de una convivencia entre diferentes formas que toman esos vínculos en una cotidianeidad donde suceden cosas diferentes. La mutación irrumpe como operatoria primordial para no obturar la transformación en una dinámica propia de los feminismos que trabajan contra sí mismos, contra las capturas estancas de cualquier identidad (Flores, 2017) y de cualquier forma de vínculo.
Para cerrar, hacemos resonar este análisis en aquello que Ahmed invoca como horizonte político queer/cuir de unir cosas que la norma separa: “La esperanza de la política queer es que acercarnos más a otros y otras, a quienes se nos ha prohibido acercarnos, también podría daros maneras distintas de vivir con otras personas” (2015, p. 254), que, si bien no se refiere específicamente a las proximidades intergeneracionales inesperadas, nos deja ir en ese camino. Mientras Haraway (2020) nos invita a contar cuentos multiespecies para hacer refugios en un mundo en estado de destrucción permanente, aquí apostamos por contar historias multiedades para ocupar los relatos y la imaginación con figuras que se enlacen entre los grupos etarios. Sabemos que la pregunta por lo intergeneracional es aún incipiente en los estudios feministas y por eso creemos que investigaciones sobre experiencias como la de AulaVereda pueden darnos unas pistas para crear nuevas estrategias de participación que rompan con las lógicas adultistas y patriarcales, porque el Feminismo para el 99% -que invocan Arruzza, Bhattacharya y Fraser en su Manifiesto (2019) -es con todas las generaciones.