Las iniciativas del Segundo Imperio Mexicano presentan un amplio campo de interrogantes para los investigadores. Uno de estos cuestionamientos más actuales es, en mi opinión, las formas en las cuales Maximiliano fue representado como una autoridad justiciera que retribuyó, con liberalidad, a sus colaboradores y que, al recompensar la lealtad y el servicio, promovió valores especiales entre los ciudadanos del Imperio. En otros términos, si la ciudadanía se entiende como la suma de acciones, comportamientos e ideas que determinan el desenvolvimiento político de un individuo, en nada extraña que ciertos gobiernos organicen campañas propagandísticas y programas educativos, con el objeto de modificar este entramado de nociones y formar así un tipo especial de ciudadano cuyo desarrollo consolide la hegemonía del poder público.1
En este orden de ideas, uno de los medios que empleó el Emperador para consolidar su trono fue la creación, por la vía de ciertas recompensas, de un atractivo ideal de súbdito cuyos valores vitales fueran la eficiencia, la fidelidad, el heroísmo y el saber; es decir, Maximiliano aspiró a una ciudadanía mexicana basada en el mérito personal. Así pensaba, en 1866, José G. Pren, redactor del Periódico Oficial del Departamento de Yucatán, al asegurar que, en el Imperio, tan sólo pervivía la aristocracia “que establece el propio mérito, y en esta ancha esfera pueden caber todos los mejicanos [sic] que, por sus servicios, saber o fortuna están en aptitud de formarse una alta posición social”.2 Con estas palabras, el periodista elogió a los individuos que, por aquel entonces, destacaban como funcionarios, simpatizantes y soldados del régimen monárquico. A su vez, el editorialista insistió en que Maximiliano recompensaría a los individuos que lo ameritaran, sin distinción alguna, y que la adhesión al Imperio significaba una oportunidad de ascenso social para sus partidarios. Las reflexiones de Pren pertenecen a un rico entramado de representaciones sobre lo que creía que debía llegar a ser el país y la manera en la cual debían comportarse sus habitantes para conseguirlo; estas imágenes, que han analizado historiadores como Enrique Florescano y Elías José Palti, revelan las concepciones de la Nación y sus pobladores, expresadas en las ceremonias, obras de arte y discursos del siglo XIX.3
Ahora bien, con posterioridad a la caída de la monarquía, ciertos testimonios sugirieron que, durante el reinado de Maximiliano, el elogio público a comportamientos notables registró tanto éxito que hubo quienes defeccionaron del republicanismo a cambio de “una condecoración” o de “un agasajo de la llamada emperatriz de México”.4 Sin embargo, a pesar de estos indicios, poco se sabe acerca de la función que tuvo el reconocimiento honorífico al mérito en el Comisariato Imperial de Yucatán; si bien se cuenta con un estudio acerca de las medallas militares otorgadas a los soldados y veteranos de la Guerra de Castas, a comienzos del siglo XX, se desconoce todavía la dinámica de las condecoraciones que se entregaron durante la Intervención francesa en Yucatán.5
Hasta el día de hoy, han predominado las historias generales sobre las órdenes honoríficas y militares en México, desde una perspectiva nacional, sin concentrarse en los ámbitos regionales y mucho menos en la promoción del mencionado proyecto para forjar una ciudadanía monárquica. Este artículo expone la relevancia que cobró la imposición de condecoraciones en la península de Yucatán, debido a la urgencia de legitimar al sistema imperial, ganar adeptos y promover un modelo de súbdito diligente, leal, talentoso y trabajador.
Órdenes y condecoraciones en tiempos de Maximiliano
A su arribo a México, el archiduque Maximiliano se propuso demostrar que, en más de un sentido, su reinado retomaría proyectos truncados por la anarquía política. Dentro de esta lógica, desde la llegada del soberano, se trazaron paralelismos con el Primer Imperio, los cuales otorgaron al monarca recién entronizado una legitimidad en el plano de lo simbólico.
La idea de recompensar el mérito personal surgió tempranamente, durante el reinado de Agustín de Iturbide. Este monarca creó la Orden de Guadalupe, organización honorífica que extendió nombramientos que “cumplieran el papel de la concesión de títulos nobiliarios” a aquellos que gozaban de prestigio público, sin poseer enraizados árboles genealógicos.6 Con esto, Iturbide quiso aglutinar a los militares que habían logrado la Independencia; sin embargo, al registrarse la abdicación del soberano, la Orden dejó de existir, para resurgir brevemente durante el último gobierno de Antonio López de Santa Anna.
Al registrarse la salida de Benito Juárez de la capital del país, la Suprema Regencia restableció, el 30 de julio de 1863, la Orden de Guadalupe, con el objeto de premiar a los militares que habían colaborado con la Intervención francesa.7 Pese a las intenciones originales de la Regencia, al llegar a México, el emperador Maximiliano comprobó que esta Orden había “suscitado muchas caricaturas, y ninguno de sus miembros se atre[vía] a mostrarse en público con sus medallas”.8 Debido a esto, el soberano decretó la instauración de una nueva orden: la Orden Imperial del Águila Mexicana. Esta distinción extraordinaria se daría a los mexicanos que “por sus virtudes cívicas o servicios distinguidos hayan contribuido de una manera señalada á la prosperidad y á la gloria del país”, y con ella se buscó “recompensar el mérito de cada especie”.9 Asimismo, fue creada la Orden de San Carlos, primera condecoración femenina en México, la cual se concibió con el objeto de honrar a Carlota y para galardonar “la virtud y la piedad femenina, y hacer brillar los méritos que contrae la mujer en el vasto campo de la instrucción, en las obras de caridad cristiana y en las pruebas de generosidad y de abnegación que da á los desgraciados”.10
Cabe destacar que la instauración de la Orden de San Carlos resultó de la intervención directa que la Emperatriz ejerció en los más vitales asuntos del reinado de su cónyuge. A tal punto los monarcas consideraron que las mujeres desempeñarían una labor auxiliar para las tareas de beneficencia y educación pública, que la soberana firmó unas “Instrucciones” -impresas en la Ciudad de México- para encaminar el comportamiento de las “señoras de los comisarios imperiales”.11
Además de las órdenes antedichas, Maximiliano promovió el surgimiento de otras distinciones, para condecorar a un espectro mayor de ciudadanos que practicaban conductas consideradas necesarias para la consolidación del Imperio. Por ello, se acuñaron medallas al mérito militar y civil: las primeras se concedieron a jefes y soldados que efectuaban actos de valentía y heroísmo, mientras que las segundas se impusieron “según la naturaleza é importancia de los servicios hechos en las ciencias, la industria, el comercio, la agricultura y las artes o á consecuencia de actos de valor, denuedo y desprendimiento dignos de ser recompensados”.12 Las medallas al mérito civil distinguieron a aquellas personas del común, tales como artesanos, pintores y fabricantes de vidrio, con el deseo de que, al volverse la recompensa de las cualidades personales un escalón para el ascenso, mejoramiento y reconocimiento, se promovieran ciertos comportamientos y valores deseados por la monarquía.
Con el objeto de que estas muestras de distinción se extendieran por todo el Imperio, los viajes de Maximiliano y Carlota se convirtieron en actos propagandísticos de gran importancia para la causa monárquica, pues el ceremonial, la condecoración, así como la repartición de medallas y diplomas perturbaban, de manera profunda, la rutina de sitios que nunca habían recibido a un jefe de Estado, lo que proyectaba la imagen de unos soberanos carismáticos, benefactores y justos.13
Premiar y distinguir: la recompensa al mérito durante el Segundo Imperio
Desde la proclamación del Segundo Imperio hasta la Restauración republicana (1864-1867), se registraron alrededor de 200 condecoraciones honoríficas a los monárquicos en la península de Yucatán, cifra inédita para aquel entonces y que, en un futuro, convendría comparar con el número otorgado en otras latitudes durante el mismo lapso (véase Tabla 1).
Orden Imperial Guadalupe Gran Cruz | |
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Salazar Ilarregui, José (ingeniero) | Comisario imperial de Yucatán |
Grandes oficiales | |
Castillo, Severo del (general) | Comandante de la Séptima División Militar |
Méndez Ibarra, Santiago | Presidente del Supremo Tribunal de Cuentas |
Salazar Ilarregui, José (ingeniero) | Comisario imperial de Yucatán |
Comendadores | |
Martín y Zabalza, Tomás (general) | Comandante militar del Carmen |
O’Horán y Escudero, Tomás (general) | Prefecto del Valle de México |
Oficiales | |
Barrera, Pantaleón | Prefecto político de Yucatán |
Cantón Rosado, Francisco | Coronel de rurales |
Delgado, Manuel José | Dignidad de la Catedral de Mérida |
García Morales, José | Prefecto político de Yucatán |
Maldonado, Andrés Demetrio | Coronel |
Mediz, Antonio (doctor en Leyes) | Presidente del Tribunal de Justicia de Yucatán |
Méndez, Vicente | Canónigo de Campeche |
Neubert, Hermann | Capitán médico en el cuerpo de voluntarios austriacos en Campeche |
Peón, Alonso | Prefecto político de Orizaba |
Ramos Hernández, Manuel | Prefecto político de Campeche |
Regil y Peón, Pedro de | Chambelán del Emperador |
Regil, José María (doctor en Leyes) | Rector del Instituto Campechano de San Miguel de Estrada |
Sandoval Cámara, Anacleto | Coronel de rurales |
Sandoval, Manuel María | Prefecto político del Carmen |
Traconis, Daniel | Teniente coronel de infantería |
Caballeros | |
Albert, Buenaventura | Cura de Palizada |
Bacelis, José A. | Teniente |
Campos, Manuel (médico) | Médico del Hospital de Campeche |
Carbajal, Sabas | Capitán del batallón ligero de Mérida |
Carrillo, Serapio (licenciado) | Juez de primera instancia en el ramo criminal |
Castillo Peraza, Joaquín | Escritor |
Castillo Peraza, Juan | Periodista |
Castillo, Carlos C. | Capitán ayudante mayor |
Contreras, Juan G. | Subprefecto de Izamal |
Cupull, Antonio | Teniente |
Díaz, Manuel Antonio | Capitán, defensor de Cenotillo |
Domínguez Elizalde, Norberto | Vicerrector del Seminario de San Ildefonso |
Dorantes y Ávila, Nicolás (licenciado) | Redactor del Periódico Oficial de Campeche |
Espejo, Juan B. | Coronel de artillería |
Esquivel, Juan Antonio (licenciado) | Miembro del Consejo departamental |
Fernández, Bruno | Teniente |
Gómez Pérez, Francisco | Tesorero del Hospital de Mérida |
González, Pablo Antonio | Coronel |
Hidalgo, Claro | Capitán del batallón ligero de Mérida |
Ibarra Ortoll, Felipe | Vicecónsul de Francia en Yucatán |
Lanz Pimentel, Antonio (licenciado) | Secretario de la Subprefectura Política de Campeche |
Lavalle, José Jesús | Alcalde de Campeche |
López Escalante, Felipe | Comandante militar del Departamento de Campeche |
Macgregor, Eduardo | Empleado de la aduana marítima de Campeche |
Manzo, Tiburcio | Comandante de batallón |
Molina, Manuel | Coronel de artillería |
Navarrete, Felipe (general) | Prefecto político de Yucatán |
Nieves, Victoriano | Benefactor del Carmen |
O’Horán, Pedro | Capitán |
Osorio, Francisco (coronel) | Jefe militar del Carmen |
Palafox, Jesús | General, coronel de ingenieros en servicio en Yucatán |
Peón, Manuel José | Comerciante de Mérida |
Peraza, Martín F. | General, coronel de infantería |
Pérez de Acal, Francisco | Secretario de la Prefectura del Carmen |
Peréz, Miguel | Teniente |
Prieto, Macario | General, coronel de infantería en servicio en Yucatán |
Regil, José María de | Rector del Instituto Campechano de San Miguel de Estrada |
Regil, Perfecto | Presbítero |
Rendón, Nicanor | Secretario de la Prefectura de Yucatán |
Requena y Estrada, Pedro | Cónsul de Bélgica en Tabasco e Isla del Carmen |
Rivas Méndez, Pedro | Administrador de Correos de Yucatán |
Salazar, Nicanor | Cura de Campeche |
Sánchez, Manuel Secundino | Cura del Sagrario de Mérida |
Solís, José Estebán | Inventor de una máquina raspadora de henequén |
Toledo, Miguel Ángel | Alcalde de Mérida |
Traconis, Francisco | Subteniente de batallón en línea |
Traconis, Luis | Subteniente de batallón en línea |
Valencia, Dionisio | Teniente coronel de rurales |
Valladares, Ramón | Subteniente de batallón en línea |
Orden Imperial del Águila Mexicana Gran Cruz |
|
Gutiérrez de Estrada, José María | Miembro de la Comisión Mexicana que ofreció el trono de México al archiduque Fernando Maximiliano |
Gran oficial | |
Escudero y Echánove, Pedro (licenciado) | Ministro honorario |
Orden de San Carlos Cruces | |
Alomía de Rodríguez, Mercedes Campillo de Salazar Ilarregui, Julia Echánove de Escudero, Vicenta Estrada de Gutiérrez, Faustina Gutiérrez de Juanes, Manuela Montalvo de Baranda, Rafaela Pinto, María del Carmen Troncoso de Duarte, Concepción |
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Medalla del mérito civil Oro |
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Chiquini, Nicolás | Patrón de lancha en Campeche por comportamiento heroico |
Solís, José Esteban | Inventor de una máquina de raspar henequén |
Plata | |
Basulto, Enrique | Platero de Mérida |
Batún, José | Cacique de Tixhualantún |
Cab, José | Cacique de Izamal |
Camal, Hermenegildo | Cacique de Santiago |
Canché, Jacinto | Cacique de Tihosuco |
Conique, Antonio | Barquero de Campeche por comportamiento heroico |
Cordero, Francisco | Barquero de Campeche por comportamiento heroico |
Correa, Mariano | Secretario del Ayuntamiento de Mérida |
Espinosa Rendón, José | Litógrafo de Mérida |
Hernández, Gerónimo | Barquero de Campeche por comportamiento heroico |
Miyaya, Francisco | Administrador del hospital municipal del Carmen |
Palma, José Antonio | Correo por comportamiento heroico |
Pérez Espínola, Antonio | Maestro Mayor de carpintería de rivera de Campeche |
Quijano, Rafael | Profesor de primeras letras en Mérida |
Uc, José Anastasio | Cacique de La Mejorada |
Bronce | |
Palma, José Antonio | Correo |
Medalla del mérito militar Plata |
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Alamilla, Juan José | Comandante de batallón |
Cabrera, José | Sargento defensor de Cenotillo |
Castro, Pablo | Sargento del batallón ligero permanente |
Cervián, Pablo | Sargento segundo |
Durán, Pablo | Sargento defensor de Cenotillo |
Frío, Juan | Soldado del noveno batallón de línea |
García, Ambrosio | Sargento primero |
León, F. | Sargento segundo |
Martínez, Domingo | Soldado del noveno batallón de línea |
Parras, Andrés | Cabo |
Puga, M. | Cabo |
Ramírez, N. | Soldado del noveno batallón de línea |
Saldívar, Manuel | Cabo del escuadrón Castillo |
Samos, N. | Cabo |
Saravia, Florentino | Cabo defensor de Cenotillo |
Villasis, N. | Sargento primero |
Bronce | |
Arias, Candelario | Soldado defensor de Cenotillo |
Ayala, Marciso | Soldado defensor de Cenotillo |
Bojórquez, Pablo | Soldado defensor de Cenotillo |
Burgos, Florentino | Soldado defensor de Cenotillo |
Carrillo, Diego | Soldado defensor de Cenotillo |
Carrillo, Juan | Soldado defensor de Cenotillo |
Concha, Jacinto | Soldado con buenos servicios y herido |
Contreras, Isidro | Soldado defensor de Cenotillo |
Díaz, Emeterio | Soldado con buenos servicios y herido |
Fernández, Trinidad | Soldado defensor de Cenotillo |
Garrido, Tomás | Corneta de milicia herido e inútil |
Gómez, Andrés | Soldado defensor de Cenotillo |
Herrera, José | Soldado defensor de Cenotillo |
Herrera, Marcelino | Soldado defensor de Cenotillo |
Majún, Clemente | Soldado defensor de Cenotillo |
Salazar, Silvestre | Cabo herido e inútil |
Sánchez, Julián | Soldado defensor de Cenotillo |
Traconis, Daniel | Coronel del noveno batallón de línea |
Vázquez, Encarnación | Soldado defensor de Cenotillo |
Cruz de la constancia 2a clase |
|
Casillo, Severo del (general de brigada) | |
Guardias imperiales de honor | |
Casares, David Cupull, Antonio Duarte, Eulogio Escalante, Claudio Espinosa, Miguel Gamboa, Pedro Gómez, Nicolás Gutiérrez González, Luis Juanes y Patrulló, Ramón Martínez, Miguel Mediz O’Horán, Antonio Medrano, Dimas Novelo, Pedro Osorno, José M. Peón, Ignacio Peón, Lorenzo Peón, Miguel Regil y Pren, Alonso de Vallado, Nemesio |
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Damas de Palacio | |
Campillo de Salazar, Julia Cárdenas de Dondé, Josefa Estrada de Macgregor, Jacinta Fajardo de Regil, Julia Lavalle de Ibarra, Dolores Peón de Pérez Hermida, Eduvige Quintana de Méndez, Nazaria |
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Chambelanes | |
Gonzáles y Gutiérrez, Joaquín Lavalle, José Hilario Peón, Arturo Trueba de Regil, Gaspar |
Fuente: Elaboración propia con base en Boletín Oficial del Departamento de Campeche, 1866-1867; Boletín Oficial del Departamento de Yucatán, 1866-1867; Diario Oficial del Imperio, 1866; La Nueva Época, 1863-1864; La Restauración, 1864-1867; Periódico Oficial del Imperio Mexicano, 1863; Periódico Oficial del Departamento de Yucatán, 1864-1867; Periódico Oficial del Departamento de Campeche, 1864-1866 y Weckmann, Carlota.
En cuanto a la condición social de los agraciados por el Imperio, estas personas pertenecieron a los orígenes más variopintos, desde altos funcionarios y mujeres de la élite hasta preceptores y artesanos del interior de la Península. Ante este complejo contingente humano, al momento de analizar las razones por las cuales se les distinguió por el régimen imperial, se ha clasificado a los condecorados en tres grupos: civiles, funcionarios públicos y militares.
“Estas eminentes virtudes os han granjeado Nuestra simpática estimación”: el súbdito ideal de la península yucateca
El Segundo Imperio ensalzó, mediante distinciones honoríficas, cuatro virtudes cívicas fundamentales: el saber, el heroísmo, la caridad y la laboriosidad. El primero de estos atributos representó una oportunidad para elogiar el trabajo de algunos de los maestros más distinguidos de la península yucateca, así como para promover la adhesión de intelectuales cuyos conocimientos permitían al régimen monárquico ejercer cierta autoridad sobre el resto de la sociedad.
Un caso representativo de esta estrategia fue el del campechano José María Regil, quien en 1865 asumió el cargo de rector del Instituto Campechano de San Miguel de Estrada y recibió, pocos días después de su nombramiento, el título de caballero de la Orden de Guadalupe, por su “intachable conducta”.14 A decir del redactor de La Restauración, Regil se había hecho acreedor a la condecoración por su larga carrera como docente de la materia de Derecho, cátedra que impartía desde 1833; además, por aquellos años, era fama que el Rector pasaba por ser “el primer orador de la península”.15 En virtud de este argumento, se puede afirmar que, cuando se nombró caballero de Guadalupe a José María Regil, el régimen buscó tanto la adhesión del ilustre campechano, como la de sus pupilos, exalumnos y togados de este puerto.
Otro docente condecorado, de esfera más modesta que el Rector, fue el profesor de primeras letras Rafael Quijano. Este ciudadano, radicado en Mérida y cuya escuela se consideraba una de las mejores de esta ciudad, fue propuesto por Pedro de Regil y Peón a Maximiliano, como candidato a la medalla al mérito civil de segunda clase, puesto que, en sus palabras, este maestro era “de raza negra pura y condecorándole daría Su Majestad un público testimonio de que para los servicios positivos no hay distinción, ante la benevolencia y justicia soberana”.16 Quijano recibió la condecoración propuesta, el 2 de diciembre de 1865, durante la visita de Carlota a Yucatán.
En cuanto a las condecoraciones al heroísmo, virtud extraordinaria que permitió al régimen monárquico recompensar a sujetos de origen humilde, se encuentra la que el Imperio otorgó a algunos barqueros a causa de la ayuda que brindaron, en abril de 1865, a los señores Potestas (comandante del buque Forfait), McGregor y Gervozon (inspector de la Hacienda en Campeche), cuya lancha que los transportaba hacia un navío en el puerto de Campeche fue hundida por una ola. Como ninguno de los funcionarios sabía nadar, el jefe de la lancha, Nicolás Chequini, y sus tres bogas, Antonio Conique, Gerónimo Hernández y Francisco Cordero, los conservaron a flote y mantuvieron despiertos, para prevenir el peligro de la hipotermia. Pasadas las horas, se encontró a los náufragos, pero el bote salvavidas era demasiado pequeño para llevar, simultáneamente, a los seis individuos, por lo que Chequini mandó a sus hombres a que ayudaran a los servidores públicos a embarcarse, de manera que estos héroes esperaron mucho más tiempo, en las frías aguas, a ser rescatados. Este acto de valor representaba un caso ejemplar de desprendimiento, motivo por el cual, el 23 de abril de 1865, Maximiliano agració con la medalla de oro al mérito civil a Chequini y con la de plata a sus barqueros; además de las medallas, mandó 600 pesos de recompensa y una carta-diploma firmada por Juan N. Almonte.17
La tercera virtud cívica recompensada por Maximiliano fue la caridad, en especial la de las mujeres que atendían a los pobres y desvalidos. En la península de Yucatán, esta cualidad femenina fue distinguida en algunas damas campechanas. En agosto de 1865, la fiebre amarilla asoló a una compañía de austriacos apostada en Campeche, y los soldados convalecientes fueron trasladados al Hospital de San Juan de Dios.18 En este nosocomio, Mercedes Alomía de Rodríguez, Mercedes Guerra y Martina Mendoza ofrecieron su ayuda voluntaria y, como “asistentas” improvisadas, cuidaron con “afabilidad y completa dedicación” a los enfermos.19 Al auxiliar a los austriacos, estas señoras demostraron su simpatía hacia las fuerzas de la intervención extranjera y hacia el Emperador. Por su comportamiento caritativo, Alomía recibió el diploma de la Orden de San Carlos, una cruz doble de esmalte verde y blanco, y una carta de la emperatriz Carlota, distinciones que, en palabras del editorialista del Periódico Oficial, servirían “para estimular a otras personas”.20
La laboriosidad fue la cuarta virtud cívica que premiaron los soberanos; en especial, reconocieron a quienes habían vencido las adversidades del suelo y del clima yucatecos y habían logrado mejorar su aflictiva situación mediante un trabajo constante. Desafortunadamente, las dificultades económicas de la península de Yucatán motivaron que en 1865 no se entregara condecoración a algún individuo que se distinguiera por su amor al trabajo. Debido a esto, a principios de 1866, el subsecretario del ministerio de Gobernación, Francisco J. Villalobos, escribió al prefecto político del Departamento de Yucatán, José García Morales,21 para comunicarle las órdenes “terminantes” del Emperador, de que en sus informes oficiales se hiciera “expresa mención de las personas que por su ejemplar conducta y acciones distinguidas se hagan dignas de la estimación del Soberano y de las recompensas que Su Majestad complace en acordar el mérito”.22
Esta reconvención parece haberse extendido al prefecto político de Campeche, Manuel Ramos, ya que también por esas fechas este funcionario publicó un aviso en el cual -en cumplimiento del decreto de creación del Banco de Avío de la península de Yucatán-23 anunció que la próxima Navidad repartiría, “en representación de Su Majestad”, 1 200 pesos a quien cosechara el mejor algodón, 800 pesos a quien cultivara la mayor cantidad, 400 pesos “al padre de familia que más hijos presenta[ra] aprovechados en instrucción escolar y artística”, y 300 pesos “a los aprendices más aprovechados de los talleres de carpintería, herrería, etc.”.24
Por su parte, el prefecto político del Departamento de Yucatán, José García Morales, escribió un informe acerca de una visita oficial a Cozumel e Isla Mujeres.25 En este documento, identificó a una personalidad que cubría con los requisitos exigidos para granjearse la recompensa al mérito de laboriosidad: Fermín Mundaca.
Como una cosa notable y digna de referirse por las lecciones que encierra, es la laboriosidad desplegada en una finca de campo establecida a inmediaciones de la población de Isla Mujeres por un vizcaíno llamado don Fermín Antonio Mundaca. Este hombre infatigable y consagrado a un trabajo asiduo, está fomentando [desde] hace seis años una posesión que hoy se halla en un estado próspero y en la que no se han empleado más brazos que los suyos. Él ha elevado los cercos de su finca, él cuida de más de doscientas reses, él ha abierto los pozos para darles agua y él, por último, solo y sin ayuda de otra persona, ha construido una pequeña casa que le sirve de abrigo en donde se pasa la mayor parte de su tiempo grabando y tallando en piedra varias figuras caprichosas con que quiere adornar su posesión. Una de estas piedras, con que obsequió al señor Prefecto Político, ha sido destinada al Museo Yucateco.
Hacemos esta honrosa mención del señor Mundaca como una muestra de satisfacción con que el gobierno ha visto su afán y su inquebrantable constancia en el trabajo, dignos de ser imitados por nuestros conciudadanos. Por esta conducta distinguida, la Prefectura ha solicitado de Su Majestad Imperial la medalla del mérito civil para el señor Mundaca.26
Esta propuesta del prefecto García Morales revela, con elocuencia, las cualidades que debían cumplir los colonos extranjeros para hacerse partícipes de las distinciones imperiales, a saber: disciplina, iniciativa y laboriosidad.
“Sé apreciar sus servicios”: pugnas entre los funcionarios de la monarquía
A lo largo del reinado de Maximiliano, se desempeñaron en el Comisariato de Yucatán dos tipos de servidores imperiales: los venidos del centro y los peninsulares. Durante la convivencia entre éstos, se presentaron conflictos provocados por el enfrentamiento entre los intereses de la élite regional y los ensayos de Maximiliano para centralizar el poder político. Otro motivo de discordia fue que los cargos más elevados del Comisariato Imperial de Yucatán recayeron en individuos completamente ajenos a la vida peninsular.27
Debido a estas tensiones internas, el régimen imperial promovió entre sus funcionarios las cualidades de eficiencia y lealtad, tanto en los empleados locales como en los recién llegados al Comisariato. Dentro del discurso gubernamental, un empleado competente era una persona que cumplía con sus obligaciones y ofrecía resultados favorables para el régimen. También, se consideró que un funcionario leal era aquel que anteponía los intereses de la monarquía a los suyos, reconocía la autoridad del soberano y proclamaba constantemente su adhesión al Imperio.28
La forma en la cual se repartieron las condecoraciones a los funcionarios monárquicos en el Comisariato Imperial de Yucatán reflejó las pugnas entre los foráneos y los peninsulares, puesto que, si bien se entregó más premios a los oriundos que a los del centro, fueron los recién llegados quienes cosecharon los más altos honores. En este tenor, los únicos en recibir el cargo de gran oficial de la Orden de Guadalupe fueron el general Severo del Castillo (comandante de la Séptima División Militar), el exgobernador de Yucatán Santiago Méndez (quien durante el Segundo Imperio presidió el Tribunal de Cuentas en la Ciudad de México) y el comisario José Salazar Ilarregui, y a ningún yucateco radicado en la península se le concedió rango similar.
En cuanto a la Orden del Águila Mexicana, los únicos yucatecos que ingresaron a ella fueron dos individuos que habían pasado la mayor parte de su vida en otras latitudes: el gran oficial Pedro Escudero Echánove y la gran cruz José María Gutiérrez Estrada, miembro de la comisión que ofreció el trono de México al archiduque austriaco. En contraparte, entre los peninsulares destacaron los prefectos políticos de Isla del Carmen y de Campeche, los abogados y jueces de los tribunales de justicia, los alcaldes de Mérida y Campeche, y, por último, los secretarios y empleados de las aduanas marítimas. La mayor parte de estos nombramientos acontecieron durante la visita de la emperatriz Carlota a la región, a finales de 1865, quien, por instrucciones de Maximiliano, entregó a manos llenas recompensas al mérito, con tal de cosechar las simpatías de sus súbditos.
Para ilustrar lo anterior, basta con citar el caso de Nicolás Dorantes y Ávila. Este abogado fue un emotivo propagandista de la monarquía que, desde la redacción del Periódico Oficial del Departamento de Campeche, saludó a la Emperatriz a su llegada a Campeche:
Señora:
Si en estos momentos nunca más solemnes ni más gratos, ni más honoríficos para este pueblo á quien honráis con vuestra visita, pudiera abrirme el pecho y presentaroos mi corazón, lo veriais latir y saltar de gozo impulsado por la intensa gratitud de que está poseído […] Preguntad á todos, si aun antes de que en los hechos que estás pasando fuerais para México lo que yo sabía eras vos y vuestro I. Esposo, mi bello ideal, o sea, completa regeneración y felicidad de nuestra patria querida.29
Luego de esta recepción, Dorantes recibió el título de caballero de la Orden de Guadalupe, motivo por el cual, nuevamente, el escritor dedicó otras enternecedoras palabras a quien llamó su “benefactora”.
Otro caso representativo es el de Pedro de Regil y Peón, cuya condecoración comprueba que la recompensa al mérito trató de apaciguar los enfrentamientos entre los monárquicos yucatecos y los foráneos. Este gran propietario, oficial de la Orden de Guadalupe, conspiró para sustituir al comisario José Salazar Ilarregui, por lo que puso en manos de Carlota un informe sobre la situación de la península de Yucatán.30 La Emperatriz, impresionada de este documento detallado, le escribió a Maximiliano que su autor: “por sus conocimientos, energía y cierta audacia de carácter puede considerarse como la cabeza de la aristocracia yucateca, cuyas posiciones y calidades personifica a la vez”.31 Por lo mismo, Carlota sugirió alejar a Regil de Yucatán,32 motivo por el cual Maximiliano le otorgó a este personaje el cargo de gran chambelán y se le requirió en Chapultepec, donde se neutralizó la oposición del comisario.
José Salazar Ilarregui, delegado imperial al que “debían obediencia ciega” desde “el prefecto hasta el más humilde empleado”,33 protagonizó las recompensas al mérito en el Comisariato de Yucatán, puesto que alcanzó el más alto título en toda la Península: la gran cruz de la Orden de Guadalupe, con la cual se premió su lealtad al Emperador, sobre todo por el férreo cumplimiento que impuso de las disposiciones venidas del centro.34 Cuando recibió esta distinción, Salazar Ilarregui fue visitado en Mérida por las “corporaciones, autoridades y empleados”, para felicitarlo, y el comisario, en señal de agradecimiento, les dijo: “más bien que premiar sus servicios se había propuesto Su Majestad al condecorarlo dar una prueba de singular aprecio á los habitantes de la Península cuyo gobierno le estaba encomendado”.35 Sin embargo, es necesario destacar que el ascenso de categoría de Salazar Ilarregui preocupó a Carlota, pues, como escribió el 22 de diciembre de 1865 a Maximiliano, esta condecoración tan repentina seguramente causaría el recelo del ministro José López Uraga, quien había trabajado en contra del comisario durante su estadía en Yucatán.36
“Pueda esta estrella que lucirá en su valiente pecho, servir de ejemplo a sus conciudadanos”: la crisis y derrota del Imperio
Cuando comenzaron a circular los rumores acerca del retiro de las fuerzas expedicionarias francesas, Maximiliano condecoró con mayor ahínco a los militares mexicanos que se mantuvieron fieles a su causa. A tal punto llegó esta estrategia que, a principios de 1866, el Emperador ordenó a su ayudante López Uraga la redacción de un reglamento pormenorizado para la concesión de honores entre los militares.37
Para facilitar la labor de López Uraga, Maximiliano le entregó un bosquejo en el que el soberano reconocía cuatro recompensas al mérito: la mención honorífica, la medalla al mérito militar y las cruces de Guadalupe y del Águila Mexicana. Para merecer la primera, se necesitaría comprobar por medio de testigos una acción distinguida: salvar la vida de un general, secuestrar una bandera o cañón del enemigo o ser herido gravemente en combate. La medalla al mérito se recibiría al cumplir cierto número de años en el servicio, sin llamada alguna de atención. En cuanto a las cruces de Guadalupe y del Águila Mexicana, se obtendrían por un número mayor de años, siguiendo una conducta intachable, prestando servicio bajo situaciones penosas y señalándose por su valor. Para alcanzar la Cruz del Águila Mexicana, se debería poseer con anterioridad la de Guadalupe o, al menos, tres veces la mención honorífica en la Orden General del Ejército.38
Con este nuevo reglamento, se transformó la estrategia inicial con la que se planeó adherir al mayor número de civiles al Imperio, ya que ahora las recompensas honoríficas se dirigieron hacia los militares. Originalmente, se intentó honrar a los caídos en los conflictos del país y exhibir el culto a su memoria como una retribución post mortem a sus servicios y actos heroicos. En este rubro, destacó el proyecto que a finales de 1865 propuso Pedro de Regil y Peón a Maximiliano para erigir, en Mérida, una Columna de Honor a los soldados muertos en el conflicto social conocido como Guerra de Castas. A decir de su autor, era imprescindible construir este monumento, puesto que evitaría que las futuras generaciones se olvidaran de “los esfuerzos de los que salvaron a Yucatán de la barbarie”. En cuanto a su ejecución, la columna sería sencilla, se ubicaría en el centro de la Plazuela del Jesús y, en su zócalo, se leería con letras de oro: “A memoria, siempre gloriosa para la patria, de los jefes, oficiales y soldados que, en defensa de la Patria, la civilización, han sucumbido desde 1847 contra los indios rebeldes. Maximiliano, Emperador. 1865”.39
Si bien la Columna de Honor no pasó de ser un proyecto, la monarquía se esforzó en homenajear a la clase militar que cumplía sus labores en la Península. En el Comisariato de Yucatán, al darse la retirada del cuerpo expedicionario francés, los periódicos oficiales de Mérida y Campeche menospreciaron a las fuerzas republicanas y calificaron como escaramuzas a los intentos por cortar las comunicaciones entre la península de Yucatán y la capital. Fue tal el silencio mediático que, en el momento más crítico de la lucha en el centro del país, El Periódico Oficial del Departamento de Campeche dedicó toda una plana a la descripción de los festejos del santo del comisario.40 La verdadera amenaza, según los editorialistas oficiales de Yucatán, era la Guerra de Castas, conflicto al cual se apeló para unir tanto a imperiales como republicanos bajo una égida común: el combate a los mayas rebeldes.41
Siguiendo el discurso periodístico oficial, las condecoraciones otorgadas a los militares yucatecos se destinaron principalmente a los jefes, subalternos y soldados que participaron de manera activa en la campaña contra los indígenas sublevados en el oriente peninsular, y también se concedieron a aquellos que combatieron a los republicanos de Tabasco. Así, en septiembre de 1865, Maximiliano nombró caballeros de la Orden de Guadalupe a un par de capitanes del batallón ligero de Mérida: Sabas Carvajal y Claro Hidalgo,42 militares que se habían movilizado desde el Departamento de Yucatán hasta el de Isla del Carmen, donde lanzaron una ofensiva contra los republicanos de Tabasco.43 Esta invasión fracasó y, por ello, se buscó levantar los ánimos de las tropas destinadas a reintentar la conquista de Tabasco, premiando la valerosidad de Carvajal e Hidalgo -muerto, este último, a causa de sus heridas.
En la misma lógica, las condecoraciones a los militares del Comisariato se destinaron a aquellos que formaban la línea ofensiva y trataban de expandir con su avance el orden imperial. Igualmente, con el afán de mantener vivo el espíritu de combate de los soldados, se alentó a aquellos militares que, pese a la derrota, se mantenían fieles o sacrificaban su vida en pos de la monarquía. Tal fue el caso del coronel Francisco Osorio, jefe militar de Isla del Carmen, quien, en 1866, pese a haber emprendido la retirada, recibió el título de caballero de la Orden de Guadalupe en retribución a su esfuerzo.44
Otro caso emblemático de una condecoración hecha a un militar monárquico lo hallamos en las campañas del teniente coronel Daniel Traconis. En septiembre de 1866, Traconis rompió un asedio en Tihosuco, localidad sitiada desde hacía más de 50 días por los indígenas rebeldes. La celebración de este triunfo fue apoteósica. Cuando el teniente coronel hizo su entrada a Mérida, recibió una ovación compuesta de ramilletes, poemas, discursos y aplausos. Se les entregó una medalla a los “héroes de Tihosuco”, así como ofrendas florales y varios banquetes en su honor. En uno de estos festines, el hermano del poeta José Peón Contreras, Juan, declamó una loa compuesta por Ramón Aldana del Puerto:
Para todos habrá premios y gloria,
Para todos las bellas meridanas
Tejerán con sus manos primorosas,
De siempreviva y de laurel, guirnaldas.45
Traconis, quien ya gozaba del título de oficial de la Orden Imperial de Guadalupe, recibió la medalla de bronce al mérito militar, ascendió al grado de coronel y obtuvo el nombramiento de comandante militar del Departamento de Yucatán.46 Meses después de la ovación a Traconis, la situación reinante en el Comisariato Imperial de Yucatán era desalentadora. José Salazar Ilarregui lidiaba contra las incursiones republicanas en Isla del Carmen, Campeche y Yucatán,47 motivo por el cual la prensa transformó al entonces popular coronel Daniel Traconis en una figura emblemática de la causa imperial, encargándole la misión de defender a Campeche y a Mérida de los republicanos.48
En este punto, cabe destacar que, pasada la experiencia imperial, los militares que recibieron condecoraciones del régimen monárquico se reintegraron paulatinamente a la vida política y alcanzaron los más altos escaños del gobierno en la entidad. Es el caso del comandante Daniel Traconis, pues ocupó la gobernatura entre 1890 y 1894; similar fue el caso del coronel Francisco Cantón, quien recibió el diploma y medalla de caballero de la Orden de Guadalupe el 18 de julio de 1865 -condecoración que conservó toda su vida- y gobernó Yucatán de 1898 a 1902.49
Otra estrategia propagandística que se utilizó durante la fase terminal del régimen consistió en celebrar los triunfos imperiales, mediante la publicación de entusiastas alcances en los periódicos locales. Uno de estos documentos, impreso en un pliego verde, proclamó luego de una victoria imperial: “¡Bendita sea la Providencia! ¡Gloria al Mérito! ¡Honor a los leales! Victoria por los valientes”.50
Cuando las tropas republicanas rodearon Mérida, el comisario José Salazar Ilarregui hizo un llamado a los habitantes, recordándoles que el Emperador recompensaría a aquellos que se distinguieran por su “noble y patriótica” defensa del Imperio.51 Tal vez incitados por esta proclama, se armó una tropa de voluntarios compuesta de artesanos que rechazó exitosamente a los republicanos, cuando se disponían a apoderarse del edificio del Comisariato.52 Entonces, Salazar Ilarregui felicitó y agradeció a estos “leales”.53 Poco después, el comisario decretó que, además de las condecoraciones a las que se habían hecho acreedores “los leales defensores del Imperio”, se concedería “á cada uno un cuarto de legua cuadrada de labranza correspondiente a los baldíos que posee el Estado en los Departamentos de Yucatán, Campeche y La Laguna”.54 Esta disposición se hizo extensiva a los que a partir de ese momento se alistaran en los cuerpos armados imperiales.
Luego de esta promesa, más artesanos y varios colonos alemanes que habían llegado a Yucatán, en 1865 y 1866, se enfrentaron a las tropas republicanas. Sin embargo, en plena decadencia del plan monárquico, las promesas de honores y distinciones no aplazaron lo inevitable, y, aunque el coronel Daniel Traconis juró públicamente pagar con la última gota de su sangre los honores que le había otorgado el gobierno imperial,55 en junio de 1867 concluyó este episodio coyuntural de la historia política de la península yucateca.
A manera de conclusión
Uno de los ceremoniales más conocidos del reinado de Maximiliano fue el relativo a la concesión de condecoraciones honoríficas y medallas al mérito. Estas distinciones se crearon para proyectar un retrato benefactor del Emperador, promover la adhesión al régimen monárquico entre la población civil, y premiar a los empleados y militares imperiales.
En el Comisariato Imperial de Yucatán, se entregaron alrededor de 200 condecoraciones a civiles, funcionarios y militares. Luego de analizar los motivos y circunstancias en las cuales se distinguió a dichos individuos, es posible comprender las diversas funciones que tuvo esta práctica en la región, así como vislumbrar al ciudadano ideal que la monarquía intentó promover de 1864 a 1867. A este respecto, aún queda mucho por investigar tanto en la península yucateca como en las demás jurisdicciones del Imperio, con el objeto de efectuar comparaciones y establecer tendencias regionales.
A pesar de lo anterior, se puede afirmar que, en cuanto a los civiles, el ciudadano ideal del Imperio debía reconocer a la autoridad monárquica y distinguirse por su elevada cultura, desprendimiento, caridad y laboriosidad. Con respecto a los funcionarios de la monarquía, mediante las condecoraciones y el otorgamiento de títulos honoríficos, se buscó fomentar su lealtad y eficiencia; igualmente, se trató de mantener la concordia entre los funcionarios peninsulares y los nombrados desde el centro. En cuanto al mérito militar, las medallas, regalos imperiales y ascensos en la escala del ejército se propusieron, en un principio, conmemorar los triunfos bélicos de la Intervención y ganarse la adhesión de los militares mexicanos. Posteriormente, durante la crisis final del Imperio, se honró casi exclusivamente a los soldados que combatieron a los republicanos, aun a costa de su vida.
Cabría preguntarse qué impacto tuvieron las distinciones otorgadas por Maximiliano y Carlota en Yucatán. La trascendencia de este episodio se reflejó principalmente en la memoria colectiva de los yucatecos y en la literatura, pues autores como José Esquivel Pren, Ermilo Abreu Gómez, Antonio Médiz Bolio y Gustavo Martínez Alomía recuerdan continuamente el orgullo que sus ancestros sintieron, hasta el último día de sus vidas, por aquel diploma y aquella medalla recibida de manos de Carlota. Asimismo, resulta conmovedor el testimonio del poeta Alfredo Aguilar Alfaro, quien, durante su infancia en Valladolid, vio a un veterano de la Guerra de Castas andrajoso y privado de sus facultades mentales, pero que guardaba celosamente, en una bolsita de terciopelo, una medalla reluciente con el rostro de Maximiliano, única recompensa de una larga vida de privación y pobreza.56
Por último, cabe anotar que este artículo contribuye al debate en torno a las formas en que se representó al ciudadano durante el siglo xix, puesto que invita a otros estudiosos a interpretar los rituales monárquicos como estrategias de la lucha simbólica por el poder, en las múltiples regiones periféricas de México.
Agradecimientos
Agradezco a los maestros David Olvera, Luz Martínez Rivera y José Serrano Catzín y a las doctoras Erika Pani, Laura Machuca y Marisa Pérez de Sarmiento, cuyas sugerencias y comentarios fueron imprescindibles para que este artículo llegara a buen puerto. Igualmente, reconozco la importancia de los comentarios emitidos por los especialistas que dictaminaron, de manera anónima, este trabajo.
Archivos
Archivo General de la Nación (AGN)
Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY)
Centro de Apoyo a la Investigación Histórica y Literaria de Yucatán (CAIHLY) Fondo Reservado
Hemerografía
Boletín Oficial del Departamento de Campeche, Campeche, 1866-1867
Boletín Oficial del Departamento de Yucatán, Mérida, 1866-1867
Diario Oficial del Imperio, México, 1865-1866
La Nueva Época, Mérida, 1863-1864
La Píldora, Mérida, 1866
La Restauración, Campeche, 1864-1867
Periódico Oficial del Departamento de Campeche, Campeche, 1864-1867
Periódico Oficial del Departamento de Yucatán, Mérida, 1864-1867
Periódico Oficial del Imperio Mexicano, México, 1863