Introducción
Al consultar documentos sobre México en los acervos históricos que resguarda la Universidad de Texas en Austin, encontré cuatro textos de Lorenzo de Zavala (1788-1836) sobre arqueología maya, diferentes de todos aquellos que trataban cuestiones políticas y jurídicas.
Se trata de un texto manuscrito en francés y ese mismo manuscrito en inglés, muy posiblemente por la mano del mismo Zavala, y dos traslados mecanuscritos, al parecer de su nieta la historiadora Alina de Zavala, quien preparó los documentos de su abuelo para ser ingresados en los archivos históricos de la Universidad de Texas. En ambos idiomas los títulos tienen algunos cambios: en francés el texto es nombrado como “Notice sur les Monuments Antiques d’Uxmal. Dans la Province de Yucatán. Formé par M. Lorenzo de Zavala, Ambassadeur du Mexique en France”; y el segundo: “Article upon Ancient Monuments of Yucatan (Ushmal or Uxmal) written by Lorenzo de Zavala, Embassador from Mexico to France”. Ambos se encuentran en el Briscoe Center for American History de la Universidad de Texas. Están en la sección de Zavala’s Papers (1818-1936), File 5, Literary Production: (CAH-MS ZAVALA, LORENZO DE, 2N143).
El documento en inglés es un borrador con tachaduras y enmiendas, y el texto en francés está totalmente limpio, lo que manifiesta que fue un original entregado para su publicación. Ambos tienen los mismos rasgos grafológicos, por lo que parecen haber sido escritos por la misma mano. Debe aclararse que Zavala, entre muchas actividades académicas desarrolladas, fue traductor al español de obras en francés e inglés relacionadas con las instituciones y la legislación, especialmente de autores revolucionarios o de avanzada contemporáneos (González Ramírez, 1966).
Con relación a la historia de los documentos, se sabe que a la muerte de Zavala (1836) su legado quedó en manos de su viuda Emily West, quien tomó la decisión de irse a Nueva York con su familia. Para ello puso a la venta todas las pertenencias de su esposo y la compradora fue Jane Harris, madre de Mary H. Briscoe. Su esposo, Andrew Briscoe (1810-1849) fue un hombre rico que participó activamente en la independencia de Texas y desde entonces se ocupó en obtener documentos sobre la trayectoria histórica del estado, interés heredado por su hijo y por su nieto. Éste último, Dolph Briscoe, fue un decisivo patrocinador económico de la universidad de su estado natal, Texas, y donó los documentos históricos al archivo de la Historia de los Estados Unidos, que recibió su nombre desde el año 2000 (Teja, 1985, p.1).
Este trabajo intenta valorar la difusión cultural que, acerca de Uxmal, realizara Lorenzo de Zavala en los círculos intelectuales franceses en 1834, mientras se desempeñaba como encargado de negocios diplomáticos de México en la legación de ese país, y como representante personal de Santa Anna en la Santa Sede. Asimismo, quiero confirmar que fue la primera descripción moderna de Uxmal en el contexto de los viajeros del siglo XIX, antes que John Lloyd Stephen y Jean Frédéric Waldeck, cuyas obras fueron publicadas en 1841 y 1838, respectivamente (Schilz, 2016, p. 126).
Zavala (1833 -1834) dio a conocer los monumentos mayas en París, en su discurso de ingreso a la Real Sociedad Francesa, con la descripción del sitio de Uxmal que le había sido solicitada. En ese momento era un intelectual y político conocido en Europa por su defensa del federalismo y de las libertades a manera de la Revolución Francesa, y muy conocido en los círculos de los representantes de otros países. Desde muy joven se dedicó a la política y se posicionó del lado liberal, por lo que estuvo en prisión durante tres años, en los que se dedicó a estudiar medicina e inglés (González Ramírez, 1976, p. 229). Fue diputado a las Cortes de Cádiz, pero regresó a México al consumarse la Independencia, donde presidió la comisión que redactó la Constitución de 1824. Con la revolución centralista, se autoimpuso el exilio en Estados Unidos y Europa. Al regresar México al sistema federalista (1832), también regresó Zavala a tomar el puesto de gobernador del Estado de México. Su mandato dejó huellas profundas entre la población, como la de establecer la educación pública en el Estado, aunque esto solo duró un año (González Ramírez, 1976, p. 229). Fue nombrado diputado por Yucatán y al poco tiempo, en 1833, encargado de negocios de México durante el gobierno de Antonio López de Santa Anna en Francia (González Ramírez, 1976, pp. 226-227). En esa misma época, Europa, mientras auguraba el fracaso de las naciones americanas recién independizadas y se preparaba para influir en ellas, también volteaba la mirada hacia el continente con afanes científicos, si bien considero que primaba más su curiosidad por lo pintoresco, lo estético o vetusto decorado por la naturaleza, y aun lo exótico y lo desconocido.
Hay que recordar que esta pretensión de conocimiento sobre México desembocó en una invasión, la llamada la “Guerra de los Pasteles” de 1838, y después en la intervención de 1862 con Napoleón III imponiendo a Maximiliano, pues se apostaba a que los jóvenes países recién emancipados de América no pudieran sostener su independencia.
Esta etapa de encuentro de franceses y europeos con el conocimiento de las antiguas culturas americanas sucedía a una anterior ocurrida a fines del siglo XVIII, cuando los escépticos europeos del siglo de las “luces” habían menospreciado la cultura de los pueblos originarios americanos, sin haber conocido de primera mano sus testimonios, sus obras materiales, sus organizaciones sociopolíticas ni su pensamiento.
En su tiempo, la segunda mitad del siglo XVIII, Cornelius de Pauw, holandés que trabajó para Federico el Grande de Prusia, se volvió el especialista más relevante y popular sobre América, pero, como los demás, sin haber visitado el continente. Su obra Recherches philosophiques sur les Américains (1768-1769), junto con las de otros autores que desde antes seguían parte de su línea de pensamiento, caló hondo en ese período. La visión de Pauw acerca de los americanos se puede resumir en que acentúa la superioridad europea frente al americano. Por ejemplo, en su “Discurse Préliminaire” (1768) expresó:
No hay evento más memorable entre los hombres que el descubrimiento de América. Remontándonos de la época presente a los tiempos más remotos, no hay evento que se pueda comparar con aquél que es sin duda un gran espectáculo, pero es terrible ver a la mitad de este mundo de tan desgraciada naturaleza donde todo era o degenerado o monstruoso (Pauw en Kohut, 2008, p. 54).
Esta forma errónea de juzgar y descalificar las creencias y religiones de los pueblos prehispánicos mesoamericanos es una aberración ab initio, pero se encontraba profundamente arraigada en los europeos. Por mi parte, quiero mostrar a Zavala como un promotor de la cultura maya en Francia, en momentos en que todavía pululaban en Europa las ideas ejemplificadas arriba; y cuando además se creía que los pueblos americanos apenas independizados eran incapaces de autorregularse solos, lo que promovía anhelos intervencionistas. Las aportaciones de Lorenzo de Zavala (1788-1836) a México no han sido cabalmente comprendidas a causa de que pasó a la historia de México por su participación, al final de su vida, a favor de la independencia de Texas (1835-1836); por ello, se le conoce como traidor a la patria. Este hecho, no obstante, ha sido poco contrastado con sus luchas en la política mexicana en puestos de diputado, gobernador y aun como secretario de estado y representante nacional. Como ya se mencionó, Zavala fue defensor del federalismo e iniciador del constitucionalismo como presidente de la comisión que redactó la constitución de 1824, por lo que considero que lo que ocurrió después no demerita sus trabajos anteriores (González Ramírez, 1976; Schilz, 2016, p. 129).
Lorenzo de Zavala había viajado por Europa, primeramente, como diputado por las Cortes de Cádiz; más tarde, entre 1830 y 1832 se había autoexiliado y anduvo por Francia e Inglaterra, donde entró en los círculos intelectuales y diplomáticos. Ahí conoció la forma de pensar que los europeos tenían de México. Prueba de ello es su obra magna Ensayo Histórico de las Revoluciones de México, desde 1808 hasta 1830, con la que pretendía combatir la ignorancia con la que los europeos juzgaban nuestra república:
“…es tanta la ignorancia en que generalmente están en Europa, aun las personas más instruidas, y son de consiguiente tan equivocados sus cálculos sobre los sucesos de aquella república, que me ha parecido sumamente útil y aun urgente la publicación de este Ensayo histórico cuya lectura hará conocer los hombres y las cosas” (Zavala, 1845, p. 3).
Para colocar en su justo valor la descripción que Zavala hace de los edificios de Uxmal, primeramente, desautorizo el vilipendio que del texto expresó Ignacio Bernal en su clásico libro Historia de la arqueología en México (1979), muy posiblemente a causa de su desconocimiento de la obra intelectual de Zavala. Según Bernal, la descripción que de Uxmal hace Zavala es inferior a la que 250 años antes escribiera Antonio Ciudad Real, con su Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España: relación breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que sucedieron al padre fray Alonso Ponce en las provincias de la Nueva España (1586), de la que afirma que “tal vez se deba a su habitual desprecio de lo indígena” (Bernal, 1992, p. 92), actitud que nunca se revela en los escritos de Zavala.
Del análisis y comparación de los dos textos mencionados por Bernal, se desprenden sus diferencias. Ciertamente, la narración de Ciudad Real, al contar la visita que fray Alonso Ponce, Comisario General de los franciscanos en la Nueva España, hace a Yucatán, retrata también su paso por Uxmal. Destaca su descripción de la decoración de los edificios de “sierpes, ídolos y de escudos, y muchas celosías y enrejados y otras muchas labores muy vistosas y galanas…” (Ciudad Real, 1976, p. 359); mientras que Zavala, más de dos siglos después, ya no las pudo admirar por lo enmontado de las ruinas. Aunque Ciudad Real muestra la misma admiración de Zavala por la fábrica de los edificios, también censura a sus pobladores: “aun en esto daba entender aquella gente idolatra las tinieblas y obscuridad en que estaba metida…” (Ciudad Real, 1976, p. 359); por el contrario, el autor estudiado no tiene ninguna palabra de desprecio por los constructores. Es muy posible que Ignacio Bernal no conociera directamente el texto de Zavala, sino a partir del historiador y coleccionista Hubert Howe Bancroft, ya que en su libro The Native Races, de 1886, menciona el texto y lo califica como trivial y de poco valor (p. 647). Por ello, deduzco que Bernal nunca se acercó a la conferencia original, ni a su publicación, aun cuando estuvo como agregado cultural en la embajada de México en Francia.
La obra de Ciudad Real a la que alude Bernal no se conoció sino hasta 1872, fecha en que se comenzó a publicar parcialmente en Madrid, y cabe destacar que su publicación se completó apenas en 1976 por la Universidad Nacional Autónoma de México, con Josefina García Quintana y Víctor M. Castillo Farreras como editores (Ciudad Real, 1976, pp. 358-362).
Por tanto, como el sitio de Uxmal era desconocido en el ámbito de la cultura moderna, no hay que descontextualizar los legados de los grandes intelectuales mexicanos, aunque hayan muerto en otros países realizando sus propias metas y convicciones. Así, la de Zavala es la primera descripción que de esta ciudad se hace en la época moderna, antes de la difusión de los viajeros que llegaron poco después; y ese es su verdadero valor, sin tomar en cuenta, además, que se difunde en la voz de su propio autor ante un selecto grupo de intelectuales franceses de alto nivel (Louis Pasteur o Joseph Fourier, entre otros). Asimismo, hay que tomar en cuenta el objetivo del recorrido de Zavala por las ruinas: fue una visita curiosa, sí, pero sin anhelos inquisitivos ni de difusión de las antigüedades americanas, como lo hicieran las visitas de los viajeros del siglo XIX.
Ninguno de los documentos de Zavala sobre Uxmal se halla en los archivos mexicanos, aunque ha sido citado. En Estados Unidos, recientemente, Lisa Schilz, en un ensayo donde relaciona el afán por conocer las ruinas y las revoluciones del siglo XIX, le brinda el valor que tuvo en el entorno histórico y político del momento, y analiza el texto como la remembranza de una excursión adolescente (Schilz, 2016).
En París, una de las obras tempranas que difundió la existencia de las “ruinas” mexicanas fue Vues des cordillères et monumens des peuples indigènes de l’Amérique (1810), de Alejandro de Humboldt; pero esta no incluye Uxmal. Además, se conocía el informe sobre las ruinas de Palenque de Antonio del Río, impreso en 1822, ampliamente difundido junto con los dibujos de Castañeda publicados en Londres en 1823, pero que solo se refiere a ese sitio (Alcina Franch, 2002, pp. 18-23).
El año en que Lorenzo de Zavala llegó a París (1834) como ministro plenipotenciario de México fue publicada la obra de Guillermo Dupaix Antiquités mexicaines. Relation des trois expéditions du capitaine Dupaix, ordonnées en 1805, 1806, et 1807, pour la recherche des antiquités du pays, notamment celles de Mitla et de Palenque. Pero como Dupaix había muerto en México, sus documentos quedaron en el Museo Nacional y el abate francés Jean-Henri Baradère1 logró verlos ahí. De regreso a su país, Baradère buscó el apoyo económico del gobierno para regresar a México y negociar con las más altas autoridades la cesión de la obra de Dupaix en favor del Estado francés. En el propio libro de las Antiquités mexicaines se incluyen los documentos de cesión y entrega de esos materiales firmados, asombrosamente, por Ignacio Icaza, conservador del Museo Nacional, y José María Ortiz Monasterio, encargado del despacho del Ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores del Supremo Gobierno Mexicano encabezado por Santa Anna (Dupaix, 1834, pp. 2-4). Por lo que respecta a la edición de la obra, naturalmente, fue pagada por el gobierno francés y estuvo a cargo de Jules Didot. Y más sorprendente aún es que Santa Anna compró diez ejemplares.
Antiquités Mexicaines no solamente comprendió los relatos de Dupaix sino una serie de disertaciones que establecen paralelismos entre los restos arqueológicos mexicanos y los de las antiguas culturas de Egipto e Indostán, así como textos acerca del origen de los pueblos de América y relatos breves sobre viajes, cuya compilación fue obra de Jean- Henri Baradère. De este modo, precisamente Baradére incluye el documento de Zavala en la sección de “Notas y documentos diversos” de Antiquités Mexicaines (1834), y aquí queda asentado el nombre de Zavala como autor y como embajador de México en Francia, aun cuando sabemos que su nombramiento era de encargado de negocios, pues Francia todavía no reconocía la independencia de México.
De otra manera, el interés por las culturas prehispánicas de México en general, y en particular por los vestigios mayas, fue impulsado por la Sociedad de Geografía de París y por la Real Sociedad de Anticuarios de Francia. Pero el más vivo interés de la Sociedad de Geografía estaba en Palenque, en tal medida que cinco años después de fundada se convocó a un concurso cuyo tema era “vistas pintorescas de los monumentos con las plantas, los cortes y los principales pormenores de la escultura” (Dávila, 2007, p. 210)2; junto con otros: analizar las relaciones que hay entre Palenque y las ruinas de Guatemala y Yucatán; resolver si se trataba de un mismo arte y un mismo pueblo; describir las costumbres de los habitantes del entorno e, incluso, presentar un vocabulario del idioma que se hablaba en la región (Antigüedades Americanas, 1826; Dávila, 2007, 211). Cabe mencionar que el premio se declaró desierto, y sólo se otorgaron tres medallas de plata a François Corry, Jean Frédéric Waldeck y Juan Galindo (Dávila, 2007, p. 183).
A pesar de que Palenque era la zona arqueológica que principalmente ocupaba el interés de todos los americanistas connotados, el nombre de Uxmal sin embargo ya se conocía en los círculos intelectuales más selectos de la Europa de aquellos tiempos, por medio de la obra de Diego López de Cogolludo, Historia de Yucatán, publicada en España en 1688.
En ella se refieren someramente a los edificios de Uxmal y, de modo especial, uno que él clasifica como “convento de monjas”. La descripción de Cogolludo es muy parca, y en ella destaca la alta calidad de la fábrica, y teje además una historia sobre las vírgenes vestales que habitaban dicho edificio, que llama Las Monjas (López de Cogolludo, 1688, pp. 176-177). Por otro lado, Lorenzo de Zavala fue nombrado encargado de la legación de México en Francia en noviembre de 1833 (Zavala, 1833 -1834, AHD, .Leg. L-E-1267)3. Salió de México en diciembre de ese año, después de cubrir los protocolos para su permiso como diputado por Yucatán, y llegó a París en marzo de 1834. Iba con la encomienda de instalar la legación diplomática, y no sólo la estableció en brevísimo tiempo, sino que, como gran político que era, su amplia cultura le permitió difundir la civilización maya. No obstante su brillante gestión diplomática, entre la que se encontraba negociar el reconocimiento de España a la independencia de México, fue interrumpida cuando apenas la iniciaba, ya que el régimen de Antonio López de Santa Anna negociaba en agosto de 1834 la ruptura del Pacto Federal que Zavala había apoyado en 1824. Por este motivo, el diplomático renunció a su encargo al convocarse un nuevo congreso constituyente, debido al retroceso que significaba el sistema centralista en la política mexicana y que finalmente se consolidaría en 1835 (González Ramírez, 1966, p. X).
La fecha de la visita de Zavala a Uxmal es incierta, porque debió ser antes de su ingreso como estudiante (pensionista) al Seminario Conciliar de Nuestra Señora del Santísimo Rosario y de San Ildefonso, o Colegio Tridentino de Mérida, apenas adolescente (González Ramírez, 1976, pp. 191-192). Por ello, esa excursión debió realizarla antes de 1802, con apenas 14 años, o menos.
Comentario del texto
Ahora bien, toca revisar al texto.4 Por el título -“Notice sur les Monuments Antiques d’Ushmal, dans la Province de Yucatan”- se ve que el autor otorgó valor histórico y cultural a los vestigios arquitectónicos de Uxmal, pues en él incluye la palabra monumento, y el tema son las construcciones, con hincapié en la arquitectura.
Es obvio que el autor no confiaba sólo en sus recuerdos, sino que se basó, dice, en las notas escritas por un “joven”, hijo de la familia propietaria de los terrenos donde se levantaban los edificios, aunque en el documento no revela su identidad y puso solamente una “C”. Sin embargo, se sabe que pudo tratarse del hijo de Alonso Luis Peón y Cárdenas, porque este poseía esos terrenos desde finales del siglo XVIII (Valdés García, 2014, p. 86).
En el segundo párrafo se observa el distanciamiento étnico y cultural de Zavala de los constructores porque, explica, “deben de haber sido construidos por la antigua raza indígena que habitaba Yucatán”; por tanto, refleja una separación de los antiguos mayas de los actuales.
En la primera parte del texto se dice que los vestigios de Uxmal se ubican a “20 leguas” al sureste de la ciudad de Mérida, y a unos “sesenta metros” del camino real desde Campeche, de modo que, con esta mezcla de sistemas de medida, apenas si orienta al público de manera aproximada. Es muy posible que las medidas, compartidas con su audiencia, estuvieran tomadas de las notas en que se basó; difícil que Zavala las hubiera conservado en la memoria después de varias décadas. Como sea, advierte que desde esa distancia se observa un monumento que califica de “poca importancia”, sobre una colina de acceso muy difícil a causa de su escarpada cuesta, y que los propios lugareños la subían ayudados de los arbustos encontrados a su paso (párr.2).
Aunque, continúa diciendo, al llegar al pie -podría entenderse que llegó a la colina y la subió- “se ve una escalera de 180 pasos de 12 a 15 centímetros de alto y ancho, y a los lados solamente plantas silvestres y rocas”, lo cual para la época pudo haber sido útil por la advertencia del peligro. Creo que ascendió por el costado oeste porque dice que, para llegar a la cumbre de la colina, donde se encuentra el edificio, se vio obligado “a hacer una media vuelta para llegar a la puerta” (párr. 3) del templo hoy llamado Chenes.
Es claro que el monumento a que se refiere es la pirámide de El Adivino, y, de ser así, debo aclarar que hoy no se cuentan 180 escalones, sino apenas 117. El edificio completo, es decir, desde el primer escalón hasta la parte más alta, como se halla en la actualidad, mide 35 metros, y es la construcción más alta del sitio (Andrews, 1977, p. 83). Se llama El Adivino por una leyenda manejada comúnmente entre los mayas de la región. Se trata de una vieja y un enano. Hay que recordar que en la época en que se escribió el documento, los edificios todavía estaban cubiertos de maleza, y muchos bloques de la piedra tallada se hallaban fuera de su lugar a causa de todos los fenómenos naturales, por lo que su apariencia debió ser muy diferente de la que se puede apreciar ahora; es decir, aquellas ruinas no sólo se veían vetustas sino también pintorescas. Ese tipo de estética exótica y modificada por la vegetación les daba un toque romántico, y eso era lo que buscaban los europeos.
Al cruzar la puerta del hoy llamado templo Chenes, comenzó a describir lo que parece ser la bóveda maya. Los costados, según él, “tienen dos metros y medio de altura, de donde comienzan a unirse hasta encontrarse en un ángulo de sesenta a setenta grados”. Así la estructura inferior “formaría un paralelepípedo muy bien trazado”, repitiendo sus palabras, “con altura de dos metros y medio”, y finalizando con una bóveda en forma de prisma de tres caras (párr. 3). Frente a la puerta, Zavala descubrió un agujero “como de un metro”, y supuso que podía tratarse de una ventana, aunque basándose en la irregularidad y disposición de las piedras más bien concluyó que era desgaste (párr. 4). Yo supongo que ese hoyo habría sido un pozo de saqueo.
La decoración de la fachada, es decir, de la portada, tenía, según el texto, “piedras que se proyectaban” (párr.4); pero el autor, quizá por lo tupido de la crecida vegetación, no vio el gran mascarón que comúnmente ahora se llama “monstruo de la tierra”. Las paredes interiores estaban recubiertas de carbonato de calcio, y no así la fachada (párr. 4). Al salir de ese cuarto (8 m2), Zavala se sorprendió al ver que la forma externa no correspondía al interior, pues por fuera su diseño era enteramente “de un paralelepípedo”. Al concluir la descripción de lo que habría de llamarse El Adivino, el autor acaso dejó en los oyentes de su conferencia la idea de lo pintoresco y llamativo del edificio, porque consideró que tenía “la más perfecta uniformidad ... a lo largo de todo el edificio” (párr. 4), con lo que enfatiza el valor de la construcción.
Desde este monumento al más cercano, la distancia que el autor calculó “es de treinta o cuarenta metros” (párr.5). Ello significa que atravesó el conjunto hoy conocido como Cuadrángulo de Los Pájaros, y salió al de Las Monjas (párr. 5), aunque no es fácil saber por dónde entró a este conjunto arquitectónico. Las escaleras llegan, apenas, de cuatro a cinco escalones, de “veinte a veinticinco centímetros de ancho y de largo irregular entre medio metro y dos metros” (párr.6). El ingreso es semejante al que tiene el templo de El Adivino, es decir, su puerta parece igual a la otra, pero tiene “cuatro metros de alto por tres de ancho” (párr. 6). De ello se deduce que esta puerta tenía un arco muy grande, reconocible hoy en la estructura sur de Las Monjas, de donde se llega al frente de un edificio que está adelante. Se trata de un patio rodeado de apartamentos, que le fue difícil distinguir a simple vista porque “estaba lleno de árboles” (párr.6), pero de cerca descubrió que se trataba de un cuadrángulo. A los lados se sitúan las habitaciones de “perfecta uniformidad”, de las cuales el paseante entró a dos, “cuyas puertas se hallaban perforadas lateralmente y en forma rectangular” (párr. 7). Al parecer, las perforaciones a las que se refiere son las que los arqueólogos actuales interpretan como cortineros. El interior de estos cuartos “presenta el mismo aspecto que el edificio de El Adivino, pero es de dimensiones mayores” (párr.6).
Vio que los interiores estaban revestidos de estuco y que “el piso tenía varias capas de recubrimiento, con sobreposiciones de tres o cuatro centímetros” (párr.7).
Al exterior de los cuartos existen terrazas que forman la parte superior de esta construcción. En otro cuarto se advierten dinteles de “zapote” (es decir, de chicozapote), una madera muy dura que se usa en la construcción (párr. 7). Es de advertir que este es el segundo reporte moderno que se conoce de los dinteles hechos con chicozapote de Uxmal, ya que Ciudad Real hizo lo propio en el siglo XVI. Esta descripción de Zavala no parece superficial, porque incluso describe cómo entran los rayos solares al recinto; ello muestra cómo recordaba sus emociones. Al lado de este cuarto, se halla una crujía paralela muy obscura (párr. 7).
Hoy es posible ubicar este edificio del conjunto Las Monjas porque Zavala cuenta que, “en la pared externa de uno de los departamentos, a tres y medio metros o cuatro de altura desde el suelo” encontró la escultura de una cabeza y glifos tallados en relieve sobre piedra (párr. 9), y este hallazgo sin duda fue en el friso. Por esta descripción se reconoce que en aquel momento Zavala se ubicaba, probablemente, en el edificio oeste, el cual ostenta todavía en su parte central los vestigios de una talla que representa un dosel, un trono y los restos de una figura sedente, hoy sin cabeza. En las cuatro esquinas del edificio se proyectan piedras a tres o cuatro centímetros de la pared. “Incrustada en esa decoración del muro se distinguía una serpiente en piedra que rodeaba todo el monumento, y su cabeza se unía con la cola en el arco de la puerta”; aunque Zavala encontró esta escultura destruida y sin cabeza, los lugareños le informaron que ellos la habían visto (párr.9).
Ciertamente, en este edificio, para la decoración del friso, los mayas plasmaron un cuerpo de serpiente que se remete y entrelaza con otras formas de decoración en mosaico de piedra. Hacia el sur, desde lejos, se ve otro monumento, que los españoles llamaron “El Gobernador”, pero Zavala dice que ya no lo pudo visitar, aunque asegura que “su exterior no presentaba ninguna singularidad diferente del anterior” (párr. 10).
A manera de reflexión última, Zavala se refiere a varios de los monumentos, y comienza con las dimensiones de sus piedras cuyo tamaño era fácilmente medible, porque su exterior no tenía revestimiento. En general, “forman cubos perfectos”, colocados uno encima del otro, de entre 25 y 28 cm de largo y ancho, y unos pocos de entre 50 y 75 cm. Pero las piedras de la bóveda, prismática, “están talladas en tal forma que terminan en ángulo obtuso”. Zavala no supo cómo se tallaban las piedras, pero le parecieron “pulidas como el mármol y frágiles como el yeso”, y supuso que eran calcáreas porque “así son los suelos de Yucatán”, y que se extraían de las “salacaberas” (párr. 11); sin duda, lo que hoy se conoce como sascaberas en el español de Yucatán, palabra derivada de sascab, o tierra blanca, que todavía sirve de mortero para las construcciones. Asimismo, fundado en el testimonio de sus guías, afirma dos cosas: primeramente, que el monumento de la colina era el hogar de “Keh”, esto es, del oráculo; aunque en maya yucateco keh significa venado; y en segundo lugar, que la práctica de los sacrificios era vigente en la época de Zavala, pues uno de sus guías “había visto allí, en medio de una cueva, una mesa de piedra aún teñida de rojo, que indicaba el lugar de los sacrificios” (párr. 12). Leyendo a la ligera, se podría interpretar que Zavala habla de sacrificios humanos; pero él dice simplemente “sacrificios”. Además, los mayas decoraban sus esculturas con cinabrio (óxido de mercurio), el cual da color rojo oscuro, símbolo solar por excelencia. Así que el rojo del que habla Zavala puede no referirse ni siquiera a sacrificios, dado que varias de las piedras de los mayas estuvieron cubiertas de cinabrio. Siguiendo con el final de la descripción de Zavala, este agrega que unos creían que el monumento que se halla al pie de la colina era un “convento”; otros, que un “cuartel”, y que el monumento opuesto era el “palacio del cacique” (párr. 12). Pero cabe hacer notar que la interpretación de los edificios como conventos se remonta a 1688, con López de Cogolludo en su Historia de Yucatán, donde diserta acerca de la organización de estas comunidades (López de Cogolludo, 1688, pp.176-177).
Zavala concluye su texto lamentándose de que la gente que él conoció no tenía la menor idea ni recuerdo alguno sobre los primeros habitantes de estas ruinas, ni del origen de estas, convencido de que nunca sabríamos más sobre esta interesante “antigua civilización” (párr. 12).
Así la conferencia que su autor pronunciara en París, a propósito de que la invitación a la Real Sociedad Francesa se iría a convertir en la primera descripción moderna publicada de Uxmal.
En este texto descubrimos a un Zavala sensible y, aunque político, capaz de describir edificios, decoraciones y hasta los efectos luminosos originados por el desarrollo estructural de las construcciones de Uxmal. Pero también se aprecia su capacidad para escribir en francés y en inglés con conceptos propios de la arquitectura, de la historia del arte y de los materiales.