Introducción
Salomón de la Selva conoció a don Pedro Henríquez Ureña en 1915, cuando el escritor dominicano se mudó de Washington a Nueva York para trabajar como redactor del semanario newyorkino hispano, de larga tradición, Las Novedades. En ese momento, De la Selva era una figura conocida en el escenario de las letras de Estados Unidos: había colaborado en una de las revistas literarias más selectas del momento, The Forum, y estaba próximo a publicar su poemario Tropical Town and other Poems (1918); en cambio, era casi un desconocido en el contexto de las letras hispánicas. Su primer poemario en español, El soldado desconocido, lo publicó hasta 1922 en México, bajo el sello de la editorial Cultura; con esa obra se posicionó en el escenario literario mexicano y, a decir de José Emilio Pacheco, inauguró “otra” vanguardia en nuestro país (Pacheco 1979: 327-334).
Aunque Salomón de la Selva fue un intelectual relevante en el escenario literario y político de Estados Unidos y de Hispanoamérica en la primera mitad del siglo XX, su obra no ha recibido mucha atención de la crítica. Ni siquiera El soldado desconocido, su poemario más reconocido, cuenta aún con suficiente bibliografía crítica. Para entender los orígenes de la singularidad de la obra de Salomón de la Selva en el contexto hispanoamericano, resulta indispensable desentrañar cuáles fueron las influencias intelectuales y literarias que forjaron su temperamento poético y su ideología social y política, que son indisociables.
Pedro Henríquez Ureña fue crítico, tutor y amigo de Salomón de la Selva; gracias a su amistad, el joven poeta nicaragüense se dio a conocer en el ámbito de la literatura hispánica, y en particular en el escenario de las letras mexicanas. Este artículo pretende exponer las afinidades ideológicas, literarias y políticas entre estos dos escritores e intelectuales latinoamericanos que tuvieron en México un papel central, aunque poco reconocido, en la consolidación del proyecto cultural y educativo impulsado por los ateneístas mexicanos en las primeras décadas del siglo XX. A través de la investigación documental en archivos y acervos se recuperan documentos (cartas, postales, mecanuscritos, y artículos periodísticos), algunos inéditos, que dan cuenta no solo de la profunda amistad que los unía, también echan luz sobre los posibles motivos de la falta de atención y estudios respecto de la obra literaria y política de Salomón del Selva en México. Entre las afinidades de pensamiento que unieron a los dos intelectuales latinoamericanos, en este trabajo se alude en especial al panamericanismo, postura ideológica de implicaciones políticas que fue definitiva en la vida y obra de Salomón de la Selva.
Don Pedro y don Alfonso sobre don Sal: primeras impresiones
Una de las semblanzas más fieles y emotivas del encuentro de estos dos hombres de letras hispanoamericanos en Nueva York la ofrece el mismo Henríquez Ureña en una carta a Alfonso Reyes desde esa ciudad de Estados Unidos, con fecha del 3 de julio de 1915, apenas unos días después de conocer a De la Selva. En esa misiva, don Pedro expresa su entusiasmo por “descubrir” al poeta que con el tiempo se convertiría en su discípulo y amigo entrañable:1
Pero conocí personalmente a De la Selva, y, comiendo juntos con Manuel Cestero (¡el pobre insistiendo todavía en publicar libros de cuentos!) y con Mariano Brull, el de Cuba, que está aquí (¿te lo dije ya?), habló que The Forum le iba a publicar una poesía. El Forum es una de las revistas más exigentes, y ya me pareció una consagración; sobre todo, la poesía era larga, de cinco páginas -mayor consagración. Entonces recitó, en castellano, el contenido de la poesía, y me convencí de que se trataba de un poeta excelente en inglés (aprendió el idioma, aquí, desde los doce años). Ya apareció la poesía: te la enviaré. De la Selva tiene veintiún años; es un muchacho de menos estatura que yo, rubio, de cara aplastada y pomulosa. De un entusiasmo grande; pero no precisamente magnético. Ha leído mucho, como todo poeta inglés. Tiene ya amistad con medio mundo literario [...]. Creo que De la Selva será un magnífico poeta, y que desde luego hará buen papel entre los nuevos, como Kilmer, como Shaemas O’Sheel, y otros que están de moda, superiores a él en forma, pero (quizá exceptuando O’Sheel) no en ideas. Hoy le hicimos conocer tus versos, y opina que la Salutación al Romero es digna de los mejores tiempos de Darío, a quien venera (Henríquez Ureña y Reyes 1981, t. II: 171-172).
En contraste, las cartas de esa época que Alfonso Reyes dirige a Henríquez Ureña no revelan gran interés por el joven nicaragüense. Por ejemplo, en una carta fechada el 22 de julio de 1915, en respuesta a la citada arriba, Reyes menciona a Salomón de la Selva solo con el propósito de gastar una broma a expensas de su nombre llamándolo “Hipólito de las Selvas” (Reyes y Henríquez Ureña 1981, t. II: 177); en cartas posteriores continúa la burla, refiriéndose a él como “Dionisio” o “Atenógenes”. Es hasta la carta del 18 de agosto de 1915 que el escritor mexicano ofrece una primera, aunque muy parca, valoración de algunos poemas de Salomón de la Selva que don Pedro le hizo llegar: “Bellos —algo flojos, pero no mal hechos— los versos de Dionisio Hipólito de las Selvas ¿por qué ciertos arcaísmos excesivos?” (Henríquez Ureña y Reyes 1981, t. II: 181).
Si se piensa en la difícil situación económica que atravesaba don Alfonso en esos años de exilio madrileño, resulta entendible que en sus misivas prefiriera desahogar sus penurias que corresponder al entusiasmo que mostraba su amigo dominicano por Salomón de la Selva. En sus cartas a Reyes, don Pedro no tiene reparos en mostrar su preferencia por “don Sal” —así lo nombraba— y alude con frecuencia al gran aprecio que este se había granjeado en los círculos intelectuales neoyorkinos; le refiere varias veces, con evidente emoción, los proyectos que habían emprendido juntos en Nueva York, y se muestra un tanto deslumbrado por el círculo de amistades del joven. Por ejemplo, en una de esas cartas se lee: “Hace pocos días estuve a comer con unos amigos ricos de Salomón de la Selva, -gente que vive muy cerca de la Quinta Avenida” (Henríquez Ureña y Reyes 1981, t. II: 187). Y en otra, del 4 de mayo de 1916, don Pedro reprocha a Reyes el que elogiara el libro Disciplina y rebeldía, de Federico de Onís, sin darse cuenta de que es “una mediana imitación del Ariel y del Proteo de Rodó” y, por si esto fuera poco, al mismo tiempo se ufana de que Salomón de la Selva, al leer la obra de Onís, “reconoció a Rodó a las TRES LÍNEAS Y MEDIA [sic]”, lo que no pudieron hacer ni Reyes ni Martín Luis Guzmán (1981, t. II: 234 y 235). Al escritor mexicano, decepcionado como estaba del ambiente intelectual madrileño en el que se movía, no deben haberle caído en gracia esas alusiones a la opulencia de los neoyorkinos y la franca predilección de Henríquez Ureña por un joven poeta todavía en ciernes.
Dos migrantes latinoamericanos, de Nueva York a México
Poco después de conocer al joven poeta de veintiún años, Pedro Henríquez Ureña, quien tenía treinta y uno, publicó en Las Novedades de Nueva York, en el número de julio de 1915, una breve pero sugerente reseña del poema “A Tale from Fairyland”, de Salomón. Ese artículo, titulado “Salomón de la Selva”, representa el primer acercamiento crítico del maestro dominicano a la obra de quien, desde ese momento, se convirtió en su discípulo y protegido. La breve reseña no solo encomia el poema “de exquisito corte prerrafaelita”, sino que incluye también la traducción al español de algunos de sus versos:
Las Novedades desea no dejar sin mención el reciente triunfo del poeta Salomón de la Selva. Aunque nació en Nicaragua (hace apenas veintiún años) y aunque maneja con elegancia el castellano, su verdadera lengua literaria es el inglés. Se le conocía ya y se le estimaba en los círculos literarios de Estados Unidos; pero el triunfo que lo coloca en la primera fila de los poetas norteamericanos es el que acaba de obtener con la publicación, en la aristocrática revista The Forum, de su poema A Tale from Fairyland [Cuento del país de las hadas] (Henríquez Ureña 1977, t. 3: 205 y 206) .
En octubre de 1915, pocos meses después de la publicación de la reseña citada, apareció en la revista El Fígaro, de La Habana, otro artículo del crítico dominicano con el título “Poetas de los Estados Unidos”, en el que reafirma su entusiasmo por la obra de su cofrade nicaragüense. Se trata de una crónica, a manera de diálogo entre dos personajes, “El recién llegado” a Estados Unidos y “El residente”, quienes discuten en torno al tema de la poesía contemporánea estadounidense. Es muy probable que, en efecto, el artículo esté inspirado en las conversaciones que solía entablar Henríquez Ureña con Salomón de la Selva durante su convivencia en Nueva York. A partir de la siguiente pregunta de “El recién llegado” a “El residente”: “¿Hay realmente orientaciones nuevas en la literatura de Estados Unidos?”, el diálogo se convierte en una radiografía crítica de las tendencias literarias y de los poetas del momento en Estados Unidos; valoración en la que se trasluce la postura de ambos intelectuales latinoamericanos frente a ese medio artístico.
Entre los poetas que se mencionan figuran Vachel Lindsay, Joyce Kilmer y William Rose Benét. Este último fue gran amigo de Salomón de la Selva; el poeta nicaragüense le tradujo al español su poema “El halconero de Dios”, versión que don Pedro transcribe en ese mismo artículo. Pero, más que ofrecer el panorama general del estado de la poesía estadounidense de su época, Henríquez Ureña parece tener la intención de dar a conocer a Salomón de la Selva ante los lectores hispanoamericanos, como uno de los poetas en lengua inglesa más importantes y prometedores. La mención del poema de Rose Benét, “El halconero de Dios”, traducido por De la Selva, da pie al “residente” para elogiar al vate nicaragüense y comentar, de nuevo, su poema “A Tale from Fairyland”:
El recién llegado: ¿Quién es Salomón de la Selva?
El residente: Uno de los poetas de mayor promesa en los Estados Unidos.
El recién llegado: ¿Cómo? ¿No es español? ¿No traduce al castellano?
El residente: No es español: es de la patria de Rubén Darío. Escribe en castellano, pero escribe mucho mejor en inglés.
El recién llegado: Y... ¿se le estima?
El residente: Sólo te diré que su poema corto, “Cuento del País de las Hadas”, publicado este año en The Forum, es una de las composiciones que más se han comentado aquí en los cenáculos, en los últimos años (Henríquez Ureña 1977: 278-279).
Prosigue el diálogo con la cita de algunos fragmentos del poema traducidos al español por el mismo Henríquez Ureña, en una versión en prosa que evoca la sutileza y exquisitez de la poesía dariana modernista: “Y había palabras como rosas, y palabras resonantes como el vuelo súbito de multitud de pájaros. Y palabras de selvas, como hojas, que, siempre trémulas, hacían murmurantes los versos. Y una palabra era luna; una sílaba argentada, y casta, y plena de conjuros. Y una palabra era sol; y era redonda, y era cálida, y tenía sonido de oro” (Henríquez Ureña 1977: 279). Para finalizar el diálogo en torno a los “poetas de Estados Unidos”, el crítico se refiere a Edna St. Vincent Millay —amiga entrañable de Salomón de la Selva— y cita su poema “La novia encantada”, en la versión al español del poeta nicaragüense.
Entre Horacio y Catulo: afinidades y contrastes literarios
En 1946, a la muerte de Pedro Henríquez Ureña, Salomón publica en El Universal una serie de crónicas bajo el título “In memoriam Pedro Henríquez Ureña”. En una de las entregas advierte del talento que tenía su maestro y amigo para descubrir en un poeta lo esencial de su obra, y da testimonio de la generosidad con que le ayudó a aprovechar su propio potencial artístico. Aunque Salomón habla de manera general sobre la pasión y el desinterés con que don Pedro solía ofrecer orientación a algunos jóvenes poetas, resulta evidente que relata, sobre todo, su experiencia personal:
Y cuando Pedro descubría a un poeta inédito, quería darlo al mundo, y darse él mismo con su hallazgo, en edición con prólogo, introducción, índice y todo el demás aparato erudito. Su trato con los poetas era un ponerles, con su menuda letra clara, notas marginales que señalaban reminiscencias, que apuntaban derivaciones, que auguraban tendencias: aclaraciones del texto vivo de modo que, al separarse de él, se quedaba uno como conociéndose de nuevo, o empezándose a conocer, a veces un poco aterrado de que, por original que uno se sintiese, no era sino eco de voces antiguas o distantes, o una nota en determinado acorde de determinada música del mundo (De la Selva 2010: 101).
Si bien las diferencias de carácter entre los dos intelectuales latinoamericanos eran notables, sus afinidades ideológicas y artísticas fueron más decisivas y fortalecieron su vínculo. En “In memoriam Pedro Henríquez Ureña” Salomón de la Selva reconoce, no sin humor, sus discrepancias: “Cuando nos conocimos y empezamos a contarnos nuestras preferencias (a él le encantaban las fresas con crema que a mí me daban urticarias), yo postulé a Catulo, Pedro a Horacio. ¡Qué inquieto se puso! Pedro quiso hacerme horaciano” (De la Selva 2010: 105). Para don Sal, don Pedro semejaba un “Horacio redivivo”, entre otras virtudes, por su “sentido del orden, de la pulcritud, del decoro, del ocio ocupadísimo” (105); porque insistía en que el “áureo medio [es] el camino de la sabiduría, y el bienestar una meta urgente, y la perfección de la forma un amor indefectible, y la improvisación una constante atracción peligrosa, tentación y pecado” (2010: 105 y 106). Y frente a esa personalidad austera y magistral, Salomón se definía a sí mismo como su opuesto, a la vez que su complemento, a partir de su gusto por Catulo, “el impróvido, el irresponsable, el abandonado a una pasión”, de alma bohemia y rebelde (De la Selva 2010: 106).
Ese último comentario de Salomón de la Selva sobre el contraste entre su temperamento y el del maestro apunta, de manera paradójica, hacia otra de sus afinidades artísticas: la marcada predilección por la cultura clásica grecolatina. Grecia y Roma fueron venero de su inspiración; el ejemplo de esas culturas de la antigüedad clásica fundamentó gran parte de su obra y de su activismo político y social. La poesía de Salomón de la Selva tiene fuerte arraigo en la tradición grecolatina. Y si esta influencia es notable ya en su poemario El soldado desconocido (1922), en sus obras literarias posteriores se convertirá en un rasgo más acentuado y explícito.
El mismo año de la muerte de don Pedro, 1946, Salomón de la Selva resultó ganador de los Juegos Florales Conmemorativos del IV Centenario de la Fundación de Mérida, Yucatán, por su poema Evocación de Horacio, que publicó en 1949 con el subtítulo Canto a Mérida Yucatán.2 Ese poema es claramente un homenaje a su admirado maestro recién fallecido; ahí De la Selva da cauce poético al fervor grecolatino que compartió con su entrañable amigo. A través de esos versos que relatan y enaltecen la vida y obra del poeta romano se asoma el rostro de Henríquez Ureña. El “Primer movimiento”, en particular, podría leerse como un espléndido retrato de don Pedro:
Horacio no era sentimental. Horacio
ardía y esplendía en intelecto:
A flor de labio el rictus de ironía,
donaire contenido en el instante
de convertirse en burla
o de soltarse en llanto:
Concisión al servicio
de no decirlo todo mas todo sugerirlo:
Parquedad en palabras, pero cada palabra
áurea moneda
valiosa más que puñados de morralla.
Y hondo —entre líneas
como entre los pliegues de la sonrisa—,
en orgullo y pudor oculto, el sentimiento
como bajo un montón de rosas y de lirios,
igual a si durmiera, un niño muerto
En otros versos, el autor expone la concepción horaciana del quehacer poético como la búsqueda de la perfecta armonía entre fondo y forma; precepto que, como se ha mencionado, Henríquez Ureña inculcó a Salomón:
Pero en lo de hacer versos,
para que el metro fuera numeroso
las asonantes discretas,
las aliteraciones elegantes,
lustrosas las anáforas
como el brillo de plata tres veces repetido
de las hojas del álamo,
y el tema noble,
y el sustantivo único,
el adjetivo insustituible
y el verbo clave y corona de la frase,
y nítida la imagen al sentido
[...]
Horacio laboraba los días y las noches,
él el primero que unció voces latinas
al ondulado yugo de los ritmos griegos
más allá del primor alejandrino
para pedir corona de Melpómene...
En sus crónicas periodísticas “In Memoriam Pedro Henríquez Ureña” (1946), Salomón alude también a los atributos “horacianos” de don Pedro. De hecho, en las crónicas se leen varias expresiones que aparecen casi de manera literal, pero versificadas, en el poema “Evocación de Horacio” (1949); es decir, que podría afirmarse que las crónicas son un posible ante-texto del poema. Como ejemplo, el fragmento siguiente de evidente semejanza con los versos del poema arriba citados: “A Pedro le han atribuido calidad de griego. [...] Y quizás él mismo se sintiera helénico; ático para ser riguroso. ¡Hasta en eso era horaciano!, que de lo que más Horacio se preciaba era de ser el primero en imponer al verso latino el ondulado yugo de los metros griegos para pedir corona de Melpómene” (De la Selva 2010: 106). Las cursivas son mías.
El fervor de ambos escritores por la cultura grecolatina se relaciona también con otra de sus coincidencias estéticas: su admiración por la obra de Rubén Darío. Los dos intelectuales se educaron en Darío y, como era de esperarse, esta circunstancia dispuso, en gran medida, que confluyeran sus ideales. Henríquez Ureña era horaciano, pero también dariano; Salomón consideraba a Pedro como fiel heredero del gran vate nicaragüense. Su literatura, lo mismo que sus convicciones ideológicas y políticas, se apoyaron, en buena parte, en el ejemplo de Rubén Darío. No es gratuito que Alfonso Reyes, a la muerte de Henríquez Ureña, haya equiparado la importancia del maestro dominicano para la historia de las letras hispánicas y universales con la trascendencia de Rubén Darío:
Dos países de América, los dos pequeños, han tenido el privilegio de ofrecer la cuna, en la segunda mitad del siglo pasado, a dos hombres universales en las letras y en el pensamiento, ambos fueron interlocutores de talla para sostener, cada uno en su esfera, el diálogo entre el Nuevo Mundo y el Antiguo. Después del nicaragüense Rubén Darío, titán comparable a los más altos, junto a cuyo ingente y boscoso territorio los demás dominios contemporáneos -excelsos algunos- resultan cotos apacibles, nadie, en nuestros días, habrá cubierto con los crespones de su luto mayor número de repúblicas que el dominicano Pedro Henríquez Ureña, quien, sin exceptuar a los Estados Unidos, por todas ellas esparció la siembra de sus enseñanzas y paseó el carro de Triptólemo (Reyes 1997: 163).
Si bien el helenismo de Henríquez Ureña proviene en gran medida de su temprana educación dariana, el estímulo determinante en ese sentido lo recibió del grupo de ateneístas mexicanos con que entabló amistad durante su primera estancia en México; todos ellos fervientes lectores y admiradores de la cultura grecolatina. Al advertir el profundo interés del joven Salomón de la Selva por la tradición clásica grecolatina, don Pedro no dudó en iniciarlo en la lectura de Alfonso Reyes, Antonio Caso y José Vasconcelos, ya que concebía la obra de los intelectuales mexicanos —de marcada inspiración helenista y con bases cimentadas en el humanismo clásico— como directrices fundacionales del rumbo que debían tomar las letras y la filosofía en Hispanoamérica.
Salomón recuerda esa devoción de su maestro por los tres intelectuales mexicanos: “Porque la vida de Pedro se iba en la de ellos [Alfonso Reyes, Antonio Caso, José Vasconcelos], como gran río que se hace delta para entregarse al mar. Ellos eran los cauces de su desbordamiento. En ellos tenía Pedro sus crecientes” (De la Selva 2010: 116). El descubrimiento de los ateneístas mexicanos, a través de la tutela de don Pedro, fue decisivo en el rumbo que adoptó la obra y la vida misma de Salomón de la Selva, después de su salida de Estados Unidos en 1922. Al darle a conocer la obra de sus cofrades mexicanos, lo incitó, a la vez, al estudio de los poetas y filósofos clásicos y contemporáneos que formaron el pensamiento de la generación ateneísta. Por esa misma afición clasicista también exhortó a su amigo nicaragüense a volver siempre “a las fuentes, a los orígenes, a los principios”. De la Selva recuerda:
Jamás me dijo Pedro cómo había sido su infancia, cómo su adolescencia. No importaba. No era necesario. Lo necesario e importante era que yo supiese cómo era Antonio Caso, cómo Vasconcelos, cómo su predilecto Alfonso Reyes: sus tres fases. Cuando conocí a Pedro, por Caso se anegaba en Kant, por Caso sacó de la biblioteca pública las obras de Bergson y me las hizo leer; por Vasconcelos leímos los Vedas; por Alfonso Reyes, en fin, recitaba él a todas horas versos de Góngora (De la Selva 2010: 117).
Desde su residencia en Nueva York, por mediación de Henríquez Ureña, Salomón entabló relaciones con algunos de los ateneístas mexicanos. Durante su estancia en el país norteamericano, en 1916, Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos frecuentaron el departamento que compartían los Henríquez y De la Selva. En una carta a Alfonso Reyes, Guzmán refiere su primer encuentro con Salomón, y esboza un sutil y sensible retrato del joven poeta nicaragüense, quien, al parecer, logró impresionarlo:
Salomón de la Selva; joven, pálido, entusiasta, enamorado, se me presentó en casa el día mismo de mi llegada y conversamos largamente. Parece bastante enterado de su arte, y dispuesto a simpatizar con todos los demás. Tiene una novia violinista, de la cual le habla a uno apasionadamente y sin parpadear. Es un muchacho de temperamento fino y de agilidad y sensibilidad de verdadero poeta (Guzmán y Reyes 1991: 86).
Fervor y desencanto del ateneísmo mexicano
Salomón de la Selva llega a México en 1921, acompañado de sus hermanos, y se alojan un tiempo en la casa donde vivía Henríquez Ureña, sita en calle Rosas Moreno 27 (Henríquez Ureña, 1993: 86). En la revista El Maestro (1921-1923) Salomón colabora como traductor y articulista. Bajo el seudónimo J. Glenton (apellido de su abuela paterna, de origen británico) publica una traducción de un “Soneto” de su admirada y cercana amiga Edna Sant Vincent Millay (octubre 1921: 103), precedida de otra traducción firmada por José Gorostiza del poema “Lamentación” de la misma autora. En todos los números de la revista solo aparece firmado con su nombre un artículo titulado “Santo Domingo”, que apareció en la sección de “Conocimientos prácticos” (diciembre 1921: 307-310).3
No fue difícil para Salomón establecer relaciones literarias con los artistas e intelectuales más importantes de México. Como se ha comentado, a través de Henríquez Ureña se había informado previamente de las inquietudes filosóficas y literarias del grupo de los llamados ateneístas mexicanos. Además de los tres amigos entrañables de Henríquez Ureña -a saber: Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Antonio Caso-, durante su primera estancia en México Salomón entabló amistad con Julio Torri, Diego Rivera (quien ilustró la portada de la primera edición de su libro El soldado desconocido), y José Clemente Orozco. También se relacionó con algunos de los jóvenes que formarían más tarde el grupo de los Contemporáneos: Salvador Novo, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, a quienes influenció mediante su profundo conocimiento de la tradición poética anglosajona.4
Para documentar el papel fundamental que ejerció Pedro Henríquez Ureña como promotor de Salomón en el escenario de la intelectualidad mexicana, son de especial interés ciertas cartas que le dirigió a Alfonso Reyes. En una carta fechada el 14 de febrero de 1922, Henríquez Ureña alude a la reciente publicación de El soldado desconocido en México, a la vez que le envía al escritor mexicano —quien estaba aún en su exilio madrileño— otras composiciones poéticas del joven autor nicaragüense, al parecer de tono humorístico o paródico. Henríquez Ureña comenta a Reyes que cree que El soldado desconocido causará revuelo en el ambiente literario del momento: “Te mandaré cosas de Salomón de la Selva; está publicando su libro de poesía El soldado desconocido y escribiendo el Cancionero de Diego Rivera, del cual te enviaré el precioso diálogo sobre la muerte de ‘Rosita la del Trueno’” (Henríquez Ureña y Reyes 1983, t. III: 208). En otra carta del mismo mes, del 25 de febrero de 1922, don Pedro insiste en mencionar a Alfonso Reyes la publicación de El soldado desconocido, y en esta ocasión añade un brevísimo pero significativo juicio sobre la obra: “En Cultura ha salido el primer libro de Salomón de la Selva, con deliberadas exageraciones de fealdad; puede que haga ruido. Digo, su primer libro en verso español” (Henríquez Ureña y Reyes 1983, t. III: 209). En la respuesta a esas cartas, Alfonso Reyes no expresa opinión alguna sobre El soldado desconocido, y se limita a tachar de “impublicable” la poesía humorística de Salomón de la Selva que Henríquez Ureña había encomiado, porque le parecen “guasas entre amigos, que de acá no se entienden” (Henríquez Ureña y Reyes 1983, t. III: 228). Esta respuesta de Alfonso Reyes y la escasez de reseñas contemporáneas a la publicación del poemario hacen pensar que El soldado desconocido no despertó el entusiasmo que Pedro Henríquez Ureña creía inminente.
Entre los muchos testimonios que se conservan del cariño, casi paternal, que Henríquez Ureña profesaba a Salomón de la Selva, se encuentra una tarjeta postal que, al parecer, don Pedro dirigió al joven poeta desde el canal de Panamá —aunque probablemente no le entregó—.5 La nota postal, fechada el “6 de agosto de 1922” —año en que se publicó en México El soldado desconocido—, además de ser prueba de la gran estima que sentía el intelectual dominicano por Salomón, revela cierta inquietud paternal por el futuro literario del joven poeta en el escenario de las letras hispánicas. Transcribo el texto completo de la postal que está escrito en inglés:
Sr. Salomón de la Selva
Rosas Moreno 27.
México D.F.
August 6, 1922.
We have been in the canal zone three days already; may be sailing tomorrow for Trinidad. The “Bravo” was averiado.
I hope you are being discreet about what you know; sometimes I think you ought not to know. At any rate, be discreet in this as in all others matters —I hope you are working hard and regularly. Don’t fail to learn Spanish: work at that one hour, at least, everyday; read books. If you had patience and persistence to learn literary English, you should also have it for Spanish. Take your language and your work —as well as yourself— seriously. Don’t be a bohemian! If you go on your present way, you will be classed as a clever bohemian(Henríquez Ureña, “Postal a Salomón desde Panamá” Ms., 6 de agosto de 1922).6
Resulta reveladora esta nota postal que data del mismo año de la aparición de El soldado desconocido (1922). Llama la atención la insistencia con que don Pedro incita a su discípulo a perseverar en el estudio del español, así como su preocupación por que la bohemia no lo desvíe de su camino como escritor; parecía temer que la influencia artística de los poetas sajones pesara demasiado, todavía en 1922, sobre el espíritu de su joven amigo, y minara su expresión poética en español.
¿Por qué la insistencia de Henríquez Ureña a Salomón para que afianzara sus estudios de la lengua española y de la literatura hispánica? ¿No le parecía que su recién publicado poemario era muestra clara de su excelente dominio del idioma y de la tradición poética hispana? Difícil de entender esta reconvención de don Pedro a su amigo en el mismo año que publica una de las obras que serán juzgadas, por poetas y críticos hispanos, como uno de los poemas de mayor altura estética de su tiempo —así lo consideró Octavio Paz al incluirlo en su selecta antología Laurel, donde reunió poemas que, a su juicio, constituían la muestra más representativa de la poesía en lengua española—. Quizá, también, estas reprimendas de Henríquez Ureña, cuya opinión pesaba sobremanera en el ánimo y actuar de Salomón de la Selva, puedan sugerir las posibles causas del retorno decisivo del poeta nicaragüense a una poética de corte más clásico, o bien de su regreso al modernismo, estética a la que cuestionó y llevó a sus límites en los versos de El soldado desconocido. Lo cierto es que esa breve misiva de Henríquez Ureña, de tono íntimo y paternal, corrobora la estrecha cercanía de los dos intelectuales, y la marcada determinación del escritor dominicano en dar cauce, de acuerdo con sus ideales, a la trayectoria artística de Salomón de la Selva en el ámbito de las letras hispanoamericanas.
El apadrinamiento de don Pedro también trajo algunos contratiempos a Salomón de la Selva. En México, como es bien sabido, al principio se acogió con gran estima a Pedro Henríquez Ureña, pero más tarde, por diferencias ideológicas con José Vasconcelos, se le excluyó del círculo intelectual que se situaba entonces en el poder. A raíz de este mismo conflicto, su protegido Salomón de la Selva también sufrió agresiones injustas. Al desatarse la disputa, el nicaragüense tuvo que renunciar a su trabajo como catedrático en la Escuela Nacional Preparatoria, donde también dictaba cátedra Henríquez Ureña. El conflicto alcanzó a afectar a dos de sus hermanos, Rogerio (abogado) y Roberto (escultor), a quienes don Pedro había conseguido trabajo en México. Así lo recuerda en la “Acróasis explicativa y apologética” que sirve de prólogo a su Canto a la Independencia Nacional de México(1955):
A Pedro se le hizo la guerra de lo más hiriente imaginable, atacándolo en su sangre, en su raza, y como nadie lo defendiera —¡era extranjero!— se fue con su linda esposa mexicana a Buenos Aires... Mi hermano don Rogerio estudiaba abogacía, corriendo la suerte del estudiante pobre ya sin la beca de sesenta pesos mensuales que Vasconcelos le había dado [...] Mi hermano don Roberto, el escultor, trabajaba en una fábrica de municiones, y de su salario medianísimo nos ayudaba (De la Selva 1955: IX).
Otro testimonio de la campaña de desprestigio contra Pedro Henríquez Ureña y Salomón de la Selva lo ofrece una carta de Julio Torri a Alfonso Reyes, fechada el 9 de abril de 1923. Se trata de una breve nota en la que Torri acusa y denosta a Henríquez Ureña, y de paso a Salomón de la Selva:
Caro Alfonso: No te escribo ha mucho. Pero sólo cosas desagradables tendría que contarte. Por ejemplo, de Pedro me he distanciado completamente. Se ha rodeado de un grupo de muchachos petulantes y ambiguos como Salomón de la Selva, y todo el mundo le llama a su oficina “el taller de fotografía”. Avaro, sucio, egoísta, mata-entusiasmos, lamentablemente viejo de espíritu y cursi de gustos, y de un snobismo ridículo. Vasconcelos mismo no lo soporta ya. Te cuento todo esto para que estés enterado de todo. Fue a la Argentina, por ver si allá lo contrataban con más sueldo que aquí; en el viaje de ida fue hablando pestes de México. No va al regreso forzoso. Rompe ésta y escríbeme pronto (Torri 1995: 159).
El tono de esta misiva de 1923 contrasta con el de otras cartas que el mismo Torri enviaba a Pedro por las fechas en que este último radicaba en Nueva York, en las que se dirige a él con aprecio y se refería a Salomón de la Selva con interés y respeto. Pero una vez que don Pedro y Salomón llegaron a México, Torri trasformó su estima en desprecio y resentimiento. Paradójicamente, años después, sus cartas revelan, de nuevo, respeto y admiración por el maestro dominicano, a quien, como él mismo alguna vez lo reconoció, le debió gran parte de su formación literaria (Torri 1995).
Panamericanos y educadores errantes de las Américas
Mediante su actividad intelectual y educativa, Salomón de la Selva lo mismo que Pedro Henríquez Ureña defendieron una noción de panamericanismo que suponía una relación justa entre los Estados Unidos y la América hispana. Las ideas panamericanistas de ambos escritores parecen haber tenido bastante en común con las de Francisco García Calderón, célebre politólogo e historiador peruano que creía posible, mediante la cultura y la educación, cumplir la gran empresa de unir a los pueblos de América. Opinaba García Calderón, en un ensayo de 1913, que la educación era “un agente de panamericanismo eficaz”:
la cultura nivelará a los pueblos de ultramar, la cultura y la riqueza podrá decirse, como fuerzas solidarias. Se formaría así una confederación ideal en la que ingresarían sucesivamente los pueblos en progreso, los primeros Estados de esta liga continental, la Argentina y el Brasil, se unirían a la República norteamericana, para una alta misión pedagógica: impedirían las guerras aniquiladoras, fecundarían con el oro nacional los vecinos territorios, enviarían maestros a sus escuelas e instructores a sus ejércitos (García Calderón 2003: 131).
Desde su estancia en Estados Unidos, y sobre todo durante su convivencia en Nueva York, los dos escritores latinoamericanos unieron esfuerzos para rescatar lo que para ellos era lo esencial de la doctrina panamericana, a la vez que denunciaron los abusos que Estados Unidos había cometido contra algunas de las naciones más débiles de América, en especial, contra sus respectivos países de origen, la República Dominicana y Nicaragua. Desde la misma palestra estadounidense, a través de publicaciones periódicas, discursos y discusiones públicas, defendieron el ideal bolivariano de una América unida por lazos de cooperación y de ayuda de los países más adelantados para los más pobres. Por lo mismo, condenaron la “intervención” —armada— de Estados Unidos en los asuntos internos de los países hispanoamericanos.
Si bien en un principio, el ideal del panamericanismo se fundamentaba en la doctrina Monroe, que sustentaba el reconocimiento de la independencia de todos los países americanos, el presidente Theodore Roosevelt añadió un corolario a la filosofía panamericanista que permitía la intervención de Estados Unidos en los países más pobres con el propósito de “salvarlos” de los desórdenes políticos internos que los afectaban (y que, claro, también perjudicaban las inversiones económicas de los estadounidenses).
Los dos intelectuales supieron lo que era vivir en un país que, por un lado les ofrecía oportunidades de trabajo y de desarrollo intelectual inigualables, mientras que por otro invadía sin justificación sus naciones de procedencia. En las crónicas y artículos que Henríquez Ureña escribió durante su estancia en Estados Unidos —primero como colaborador desde Washington para El Heraldo de Cuba y, después, como redactor en Nueva York de Las Novedades— está presente el tema del panamericanismo. Como ejemplo, se puede citar su artículo “La neutralidad panamericana” de 1914, o bien, su crónica de la “Apertura de la Conferencia Panamericana”, de 1915, aunque en ambos textos el autor se limita a comentar aspectos de los congresos panamericanistas en Estados Unidos. Mejor ejemplo de su postura crítica es el artículo titulado “La República Dominicana”, aparecido en 1917, en donde el autor es contundente al denunciar la injusta intervención de Estados Unidos en su país natal. Ahí escribe:
Al comenzar el siglo XX, cuando la nación parecía salir a flote hacia mares tranquilos, la fatalidad trastornó su fortuna. Nuevas complicaciones, políticas y económicas, se atravesaron en la ruta; y de ahí nació, en 1907, la oficiosa injerencia de Estados Unidos. De esta injerencia oficiosa, complicada más tarde con intrigas y connivencias, había de surgir la presente intervención, que parece haber aniquilado, con su injusticia esencial y sus injusticias diarias, el espíritu del pueblo dominicano. Parece, he dicho (Henríquez Ureña 1977: 334).
Del activismo de Salomón de la Selva contra los abusos de Estados Unidos en la política panamericanista dejó constancia el mismo Pedro Henríquez en un artículo titulado “Salomón de la Selva” (1919), en el que refiere un “episodio memorable” sucedido en 1917, cuando en una reunión del Club Nacional de Nueva York el nicaragüense pronunció un discurso incendiario en presencia de Theodore Roosevelt y de otros miembros del ámbito intelectual y político de los Estados Unidos. Don Pedro confiesa no haber estado presente en el acto, pero, a partir de información proporcionada por amigos y por la prensa del momento, describe el célebre episodio en detalle. Transcribe así parte del discurso de Salomón que provocó la furia de Roosevelt:
Nicaragua es pequeña en extensión —dijo Selva según The New York Tribune—, pero es poderosa en su orgullo. Mi tierra es tan grande como sus pensamientos; tan grande como sus esperanzas y sus aspiraciones... Amar a los Estados Unidos —como yo los amo— cuesta gran esfuerzo cuando mi propio país es ultrajado por la nación del Norte. No puede existir el verdadero panamericanismo sino cuando se haga plena justicia a las naciones débiles (Henríquez Ureña 1977: 356).
Como don Pedro, Salomón de la Selva estaba convencido de que las deficiencias en el sector educativo, en el progreso intelectual, eran causas determinantes del estancamiento social y económico de los países de Hispanoamérica.
La gestión educativa de Salomón de la Selva en Panamá y en México; noticias rescatadas
Después de marcharse de Estados Unidos en 1921, Salomón de la Selva inició un largo peregrinaje, de idas y vueltas por varios países de Hispanoamérica —México, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Cuba—, siempre involucrado en proyectos políticos y educativos que tenían como ideal la unión de los países de América en una relación de equidad y justicia. Al volver a Nicaragua en 1924, se involucró de lleno en la vida política de la nación, oponiéndose de manera terminante a la intervención estadounidense; como consecuencia, en 1929 es expulsado de su país por el gobierno de José María Moncada.
Pasa un periodo de exilio en Costa Rica, donde se sostiene medianamente como redactor del Diario de Costa Rica y como profesor de latín y de inglés. En 1935 se traslada a Panamá, donde funda y dirige el Centro de Estudios Pedagógicos e Hispanoamericanos (CEPH). Desde ese cargo educativo se da a la tarea de promover con intensidad la convivencia intelectual entre diversas personalidades de Estados Unidos y de Hispanoamérica.7 En una carta de invitación a Diego Rivera para impartir cátedra en dicho instituto, fechada en marzo de 1935, el mismo Salomón alude a su nombramiento, y deja constancia de su intensa labor como gestor educativo:
El presidente de Panamá ha creado un Centro de Estudios Pedagógicos e Hispanoamericanos, y he sido nombrado secretario ejecutivo de esta institución. Durante los meses de julio y agosto vendrán estudiantes yanquis, como a la escuela de verano de la Universidad Nacional de México […]. Quiero que dictes un curso de arte mexicano en la segunda y tercera semana de julio, diez conferencias, cinco cada semana […] A este curso tuyo seguirá otro semejante, de José Gabriel Navarro, sobre arte ecuatoriano, y a éste un curso final, sobre arte peruano, de José Sabogal. El curso completo será de Arte Hispanoamericano. […] Del Perú y del ecuador nos enviarán exposiciones de arte. Quiero otro tanto de México (“Carta a Diego Rivera” Ms., 23 de marzo de 1935, fols. 1-2).8
También invitó a la intelectual mexicana Palma Guillén —quien fungía como ministra de México en Colombia en 1935— a impartir los cursos que ella quisiera, aunque le sugiere uno con el título “La mujer en la literatura hispanoamericana” (“Carta a Palma Guillén” Ms., 20 de abril de 1935, fol. 1). Y a su coterráneo, el escritor nicaragüense Azarías H. Pallais, lo invita a impartir cursos de francés y literatura (“Carta al Pbro. Azarías H. Pallais” Ms., 12 de abril 1935, fol. 1). En otra invitación, esta dirigida al general Jorge Ubico, presidente de Guatemala, Salomón expone la misión y visión de su proyecto educativo en Panamá, con el que ambicionaba estrechar los lazos entre las Américas:
Este centro ha de funcionar permanentemente como oficina de intercambio intelectual al servicio de profesores y estudiantes de ambas Américas, para poner en contacto a todos aquellos que se interesan en los mismos temas de enseñanza y aprendizaje y para acrisolar la contribución hispanoamericana a la cultura universal.
Hacía una buena falta un instituto de esta naturaleza en nuestra América (“Carta al Gral. Jorge Ubico” Ms., 10 de abril 1935, fol 1).
En esa misma carta, Salomón vuelve a lamentar la falta de desarrollo e intercambio intelectual y educativo entre los países de Hispanoamérica, y señala la urgencia de trascender los regionalismos o localismos en materia educativa, principalmente en temas de historia y de literatura, aspiración que en gran medida evoca los ideales educativos de los ateneístas mexicanos y, por supuesto, los de Henríquez Ureña:
Hemos llegado a un punto de abandono cuando quien desea enterarse de lo nuestro tiene, en cada uno de los países hispanoamericanos, que recurrir a fuentes de informaciones situadas y controladas fuera de nuestra esfera. Es asombroso ver como cada año las universidades norteamericanas aumentan sus cursos de historia y literatura de Hispanoamérica y aun cursos especiales sobre la Doctrina Monroe, el Imperialismo actual, Legislación hispanoamericana, etc. Nosotros abundamos en obras de historia y de literatura locales. Nos gusta lo menudo; con el fatal resultado de que hasta nuestra historia nos la están escribiendo los extraños (“Carta al Gral. Jorge Ubico” Ms., 10 de abril de 1935, fol 1).
De acuerdo con esa visión educativa de intercambio intelectual entre las Américas, De la Selva también estableció contacto con personalidades de la sociedad norteamericana para solicitarles que dictaran algunos cursos; así lo hizo con su querida amiga, la poeta Edna Saint Vincent Millay. Son de especial interés las invitaciones que dirigió al filósofo y pedagogo John Dewey, catedrático de la Universidad de Columbia, en Nueva York, y a Eleanor Roosevelt, esposa del entonces presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt. En sus misivas a estos personajes norteamericanos se ocupa también de enfatizar su propósito de enlazar a la intelectualidad de Latinoamérica con la de Norteamérica a través de su misión educativa en el Centro de Estudios. Al inicio de su carta-invitación al doctor Dewey, Salomón da noticia de sus encuentros en Panamá con el historiador y sociólogo Frank Tannenbaum, entusiasta activista, quien apostó al resurgimiento cultural y educativo de Latinoamérica,9 y cercano a las ideas filosóficas y educativas de Dewey: “Frank Tannenbaum who is some where around the jungles of El Chaco passes through here about a year ago and it was refreshing during his visit wiht me to talk with him from evenings to dawns mainly on the subject of John Dewey” (“Carta al Dr. John Dewey” Ms., april 5 1935, fol. 1).10 Y asegura a Dewey que el CEPH es el proyecto que Tannenbaum ha deseado, de acuerdo con sus ideas expresadas en su libro Whither Latin America (1934):
Frank has also the idea expressed in his late book “Whither Latin America” of establishing a sort of central office for the collection and ordination of data for a complete study leading to the solutions of some of the most vital problems of Latin America. In particular this Centro de Estudios is what Frank has wished. Education naturally comes first as we must prepare the men who are to deal with this work(“Carta al Dr. John Dewey” Ms., april 5 1935, fol. 1).11
En la carta que dirige a “Mrs. Franklin D. Roosevelt” [sic], Salomón revela que su amigo y mentor Pedro Henríquez Ureña, entre otros intelectuales de países latinoamericanos, estaba involucrado en su proyecto educativo en Panamá, desde su posición como profesor adscrito a la Universidad de la Plata en Argentina.12 De la Selva expone su interés en que intelectuales latinoamericanos de la talla de Henríquez Ureña se relacionen con sus pares norteamericanos a través del CEPH:
This institution is a study center, the regular members of wich are scholars and college teachers of History and Sociological problems throughout Latin America, men of the type of Dr. Luis Alberto Sánchez of the University of San Marcos, Lima, Peru, Dr. Pedro Henríquez Ureña of the University of La Plata, Argentina, Agustín Nieto Caballero, who is now Director General of Education of Colombia, etc.
Our purpose is to bring these men closer together and to link them in friendly relations with men engaged in similar pursuits in American colleges and universities (“Carta a Mrs. Franklin D. Roosvelt” Ms., april 4 1935, fol. 1).13
Los grandes esfuerzos de Salomón de la Selva por poner en marcha el ambicioso proyecto educativo en Panamá se toparon con la amarga desilusión de la falta de recursos, con la renuencia de las autoridades a financiar sus gestiones para cumplir con los elevados propósitos de enseñanza que se había propuesto para la institución. En 1935, presenta su renuncia al Centro de Estudios por considerar insostenible económicamente el proyecto (Arellano 2003: 72-73).
En 1936 se puede ubicar a Salomón de la Selva de nuevo en México; en 1937, con el apoyo del presidente Lázaro Cárdenas funda el Centro de Estudios Pedagógicos e Hispanoamericanos de México, émulo del que dirigió en Panamá, otra vez siguiendo el ideal educativo de unión cultural panamericana, tan caro a Pedro Henríquez Ureña. De nuevo, entre las líneas de algunas cartas y oficios que testimonian su ardua y hábil gestión educativa para echar a andar el Centro de Estudios ahora en México, aparecen los nombres de Henríquez Ureña y de Frank Tannembaum como intelectuales cuyas ideas fundamentan las aspiraciones de su proyecto educativo;14 cabe recordar que Tannembaum fue amigo muy cercano, como lo sería Salomón de la Selva, del presidente Lázaro Cárdenas (Krauze 2010).15 En un extenso “memorial” dirigido al presidente Lázaro Cárdenas, con fecha del 25 de octubre de 1937, que al parecer tiene como objetivo la solicitud de recursos financieros para sostener el Centro de Estudios, Salomón de la Selva enfatiza la relevancia de la institución que fundó y dirige; explica que entre sus propósitos se encuentra el desarrollar el estudio y reflexión sobre la propia realidad histórica y cultural hispanoamericana, como una vía hacia el progreso social y económico:
Si en inglés abundan las obras más o menos eruditas y de diversidad de tendencias, sobre Latinoamérica en general y sobre cada uno de nuestros países, en cambio no hay, en español, dónde estudiar la actualidad de nuestros países, ni dónde estudiar la historia de Hispanoamérica […]. En un esfuerzo por recuperar de manos extranjeras, así como del dominio de la Reacción, nuestra historia continental, se ha fundado el “Centro de Estudios Pedagógicos e Hispanoamericanos de México”, que se inauguró modestamente el 6 de septiembre de este año [1937]. Ya fundada esta institución colocamos su porvenir en las dignas manos de usted (“Memorial que el Dr. Salomón de la Selva…” Ms. 25 de octubre 1937, fol. 2).
En una nota personal a “Robert” (su hermano Roberto de la Selva), sin fecha —aunque con certeza data de 1937— Salomón anuncia el inminente inicio de clases formales en el “Centro”, gracias al apoyo del presidente Lázaro Cárdenas. La nota puede resultar reveladora respecto del ambiente de animadversión contra Salomón que aún prevalecía en esa época entre el círculo intelectual mexicano, sobre todo de parte de algunos ateneístas -—acaso, como se ha comentado, como consecuencia de la gran cercanía de Salomón con Henríquez Ureña—: “Estoy queriendo conservar yo la Dirección de Estudios y darle a Alfonso Reyes el decanato de la facultad, o viceversa, con el único fin de que Alfonso detenga [sus] golpes contra el Centro. La lucha ha sido tremenda, como sabes, pero la hemos ganado” (“Nota a Robert” Ms., s/f).
Conclusiones
Las enseñanzas de Pedro Henríquez Ureña, afianzadas en la cultura humanista, fueron determinantes del rumbo que tomó la vida y la obra del poeta nicaragüense, tanto en el terreno de la literatura como en el ámbito social y educativo. Henríquez Ureña fue su primer crítico, además de su maestro y amigo entrañable; como se ha expuesto, fue gracias a su amistad que Salomón de la Selva se dio a conocer en el escenario intelectual hispanoamericano, en particular, en el ámbito mexicano. Y acaso fue por esa fidelidad a don Pedro que sufrió también los recelos y embestidas que los intelectuales mexicanos apuntalaron en algún momento contra el pensador dominicano.
La trayectoria intelectual, literaria y educativa de Pedro Henríquez Ureña ha concitado cumplidamente la atención de los estudiosos, pero la de Salomón de la Selva aún está plagada de vacíos, de imprecisiones que no permiten apreciar de manera íntegra sus excelentes aportes en todos los ámbitos en los que desarrolló su vasta obra, de inalterable calidad literaria, educativa, política, social. La poeta y educadora Gabriela Mistral, en una carta dirigida a una autoridad educativa de su país, Chile, en 1931, cuando Salomón se encontraba exiliado en Costa Rica, dejó un esbozo entrañable del perfil intelectual del vate nicaragüense:
Hoy tengo que conversarle de otro desterrado, de Salomón de la Selva (no es seudónimo), poeta, escritor y profesor, nicaragüense. Me lo encontré hace años en México. Era del grupo de gente sabia, disciplinada y provechosa de Pedro Henríquez Ureña, no bohemios, no improvisados, no logreros, trabajadores intelectuales de primer orden, mi amigo. Volvió a su tierra, encabezó un movimiento contra la ocupación de Nicaragua por los yanquis; estuvo preso y al fin salió por el camino que usted sabe, del destierro. […] S. de la S. es un caso muy especial. Educado en EE. UU. sabe el inglés tanto como el español y lo escribe admirablemente. Tiene una grande y verdadera cultura literaria, clásica y grecolatina, y escribe una de las mejores prosas de la América. […] S. de la S. es un escritor del orden de Alfonso Reyes, de esos que pueden nutrir y salar un ambiente entero (Mistral 1989: 142-144).
Mistral situó a Salomón de la Selva a la altura intelectual de Henríquez Ureña y de Alfonso Reyes. Para corroborar lo justa de esta apreciación de la escritora Nobel de Literatura, basta con acercarse a la extensa obra del poeta nicaragüense que aún se encuentra dispersa en periódicos, bibliotecas, archivos y acervos de los distintos países de América en los que prodigó sus ideales culturales, educativos y estéticos. Sirva este artículo para expresar la necesidad de su rescate y estudio, que contribuya a una mejor comprensión de la historia de la cultura en Latinoamérica.