Introducción
Durante la segunda mitad del siglo XX, Chile comenzó a experimentar importantes transformaciones en lo que respecta a los procesos de movilización social y, junto con ello, al carácter que fueron construyendo los movimientos sociales. Estas transformaciones van de la mano con los cambios políticos, económicos, sociales y culturales que, desde esta segunda mitad de siglo, experimentó Chile y el mundo en general. A juicio de historiadores como Vitale (2012) y Torres (2014) el triunfo de la revolución cubana en el año 1959 inaugura una época marcada por el fortalecimiento y radicalización de las izquierdas, incluyendo las chilenas, que ven al socialismo como una realidad posible (Vitale, 2012; Torres, 2014). Al mismo tiempo, dicho proceso histórico agudizó la preocupación de Estados Unidos por una eventual izquierdización de América Latina, decantando en la llamada “Alianza Para el Progreso”, política de apoyo económico a los estados latinoamericanos con el fin de evitar nuevos estallidos revolucionarios (Torres, 2014).
Entre las medidas impulsadas por dicha alianza, estuvo la generación de procesos de reforma agraria. En Chile, ésta comenzó con el gobierno de Jorge Alessandri (1958-1964) y se desarrolló mayormente en el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970) para, finalmente, profundizarse y radicalizarse durante el gobierno de la Unidad Popular, presidido por Salvador Allende (1970-1973). En estos dos últimos períodos se articularon organizaciones de campesinos y campesinas, que realizaron tomas de predios y fundos.
No es sólo la y el campesino quienes se erigen como actor/actriz social relevante en la década de los sesenta, también lo hace el y la poblador/a,1 quien adquiere protagonismo a partir del desarrollo y profundización de tomas de terreno urbano, donde se busca un suelo para vivir. Estos procesos de toma, fuertemente reprimidos por parte de las autoridades, pasaron de ser inicialmente tomas individuales o familiares a ser tomas colectivas planificadas (Salazar, 2012). Se instala, con ello, la idea del poder popular y el concomitante aumento de la movilización social.
El aumento de los procesos de movilización social, acelerados en la década de 1960, fueron abruptamente interrumpidos tras el último golpe de Estado ocurrido en Chile en septiembre de 1973, y que instaló una cruda dictadura cívico-militar que se prolongó durante 17 años. Durante este período, se desplegó una fuerte acción represiva estatal que se orientó a desarticular las organizaciones y movimientos sociales. Es por ello que, durante el período dictatorial, la movilización política y social cambió de carácter. Tal como lo señala Gabriel Salazar (2012), la movilización social vivió una fase introvertida, desarrollándose principalmente en los entornos locales, buscando cambiar la realidad comunitaria; del mismo modo, se organizaron grupos políticos que comenzaron a desarrollar actividad política desde la clandestinidad, llevándose a cabo una movilización social subterránea.
Durante la dictadura cívico-militar, el país comenzó a experimentar grandes transformaciones, que fueron posibles gracias a la represión e instalación del terror por parte del Estado. A partir de la década de los ochenta se realizaron profundas transformaciones en materia económica y política. Se implementó, en primer lugar, una reforma económica radical que impuso un modelo liberal, el cual produjo la apertura a capitales internacionales, la irrupción de las leyes de mercado en ámbitos que, hasta décadas anteriores, eran manejadas por el Estado. Dicho modelo fue sostenido y profundizado por los gobiernos post dictatoriales, que mantuvieron un contexto adverso para la movilización social. Sin embargo, y a pesar de las dificultades enfrentadas por los movimientos sociales, estos no desaparecieron. Hacia fines de la década de 1990, el historiador chileno Gabriel Salazar escribía al respecto:
La descentralización neoliberal, vigente hoy, puede tener una sola definición legal y una sola definición política oficial, pero no cabe duda que los actores históricos que la mueven y la transforman en hecho son varios, distintos y no necesariamente convergentes. Por ello, si puede no haber -aún- una sospecha sistemática, de todas formas, hay un proceso diverso, soterrado y crecientemente conflictual. El fantasma de la ‘participación’ recorre, de abajo hacia arriba, todo el edificio del mundo neoliberal (Salazar, 1998, p. 64).
Este “fantasma de la participación” que señaló Salazar en su momento, adquirió mayor expresión y visibilidad a contar del año 2011, con el auge del movimiento estudiantil y la emergencia de conflictos y disputas territoriales. En relación con aquello, el historiador Mario Garcés escribía: “Algo pasó en Chile este año 2011 que vino a poner en duda los niveles de logros proclamados por su clase política y a interrogar en muchos sentidos la convivencia de los chilenos […] comenzamos a vivir algo así como una rebelión en coro” (Garcés, 2012, p. 7).
El historiador alude a un aumento de los niveles de movilización social, donde aparecieron en el espacio público sujetos articulados en movimientos y organizaciones que coparon la agenda pública en esos años. Aparentemente, el estado silencioso de la acción social estaba por resquebrajarse, reapareciendo actorías sociales de larga data -los estudiantes- y reactualizándose otras -las mujeres-, pobladores/as y jóvenes.
Es en ese escenario en el que se produce una reorganización de las comunidades en asambleas de base, en las cuales se articulan diversos grupos vinculados a territorios determinados, dando origen a movimientos y asambleas locales. Del mismo modo, muchas de estas asambleas se organizan territorialmente sobre la base de problemáticas locales, generalmente asociadas a temas socioambientales.2 (Salazar, 2012).
Entre ellas destaca el Movimiento Regional de Magallanes durante el 2011, el Movimiento Regional de Aysén del 2012 y la creación en el año 2013 del espacio llamado “Todos somos Asamblea”, que se autodefinió como “asambleas y organizaciones territoriales con trabajo de base a nivel nacional”.3 Se trata de articulaciones de grupos que tienen varios elementos en común: identificación con un territorio definido, lo cual se visibiliza en el modo en el que se nombran a sí mismos; fuerte utilización de las redes sociales virtuales para difundir sus posturas y acciones locales; articulación inicial a partir de demandas locales vinculadas al territorio; resistencia frente a las lógicas neoliberales desplegadas en los territorios, por ejemplo, el extractivismo. Se trata, en otras palabras, de espacios comunes y territorios sentidos donde recaen historias en común, donde se producen experiencias que conllevan a apropiaciones del espacio.
Este artículo aborda el campo de las movilizaciones sociales actuales en Chile, específicamente bajo la forma de asambleas territoriales que, por su carácter reciente, ha sido escasamente estudiado. En él analizamos las memorias que vecinas y vecinos del valle del Huasco, que se encuentran actualmente organizados/as y movilizados/as, construyen respecto de sus procesos de conflicto y lucha. El presente artículo deriva de la investigación “Construyendo territorio: memorias de conflictos y luchas en el espacio local que construyen vecinos y pobladores organizados de la comuna de Conchalí y del Valle del Huasco (1973-2015)”, realizada entre los años 2015 a 2016, en la cual se preguntó sobre las memorias que construyen personas que forman parte de organizaciones territoriales chilenas que se encuentran en proceso de lucha en el presente.
Siguiendo a autores/as como Vázquez, 2001; Calveiro, 2006; y Piper, Fernández e Íñiguez, 2013, sostenemos que la memoria colectiva constituye una acción social que se realiza desde el presente, es decir, que es desde las condiciones y las urgencias actuales que se interroga y se construye el pasado. Hablamos de memorias políticas para hacer referencia a la interpretación y reconstrucción de sentidos y prácticas que se hacen a la luz de las acciones políticas del presente. Es desde esas nociones que analizamos las experiencias de constitución y desarrollo de las luchas en el Valle del Huasco. El hacer memoria de esas experiencias contribuye, entre otras cosas, a comprender el impacto que las grandes transformaciones que ha vivido Chile en las últimas décadas han tenido sobre algunas comunidades, y el poder que éstas tienen para resistir a los procesos de dominación.
Aunque la investigación original abordó más de un territorio y sus respectivos conflictos y luchas, en este artículo se profundiza en la experiencia del Valle del Huasco. Emplazado en el norte de Chile, dicho territorio ha sido foco por décadas de una serie de conflictos socioambientales que han involucrado tanto al Estado chileno como a empresas nacionales y transnacionales. Se realizaron 14 entrevistas en profundidad (Gaínza, 2006) a mujeres y hombres que viven en distintas localidades del Valle del Huasco y que participan o participaron activamente en procesos de disputa territorial. En ellas se indagó en las maneras de pensar y sentir de los sujetos entrevistados, profundizando en las valoraciones, motivaciones, deseos, creencias y esquemas de interpretación con los cuales se reconstruye el pasado, es decir, se hace memoria.
Se realizó un análisis de discurso del conjunto de las entrevistas, desde una comprensión del método que entiende al discurso como un conjunto de prácticas que “mantienen y promueven ciertas relaciones sociales” (Íñiguez y Antaki, 1998, p. 63), y el análisis del mismo como el estudio de las formas en que “estas prácticas actúan en el presente manteniendo y promoviendo estas relaciones” (Íñiguez y Antaki, 1998, p. 63). Se trata de reconocer el carácter performativo y productor de la realidad social del lenguaje (Garay, Íñiguez y Antaki, 2003), sacando a la luz su poder en tanto una práctica constituyente y regulativa. En ese sentido, el discurso se caracteriza por: uno, ser una forma de acción social; dos, estar condicionado a ciertos contextos de producción; y tres, tener efectos decisivos en los modos en que se configura el mundo social (Pujal y Pujol, 1995).
Este artículo se estructura del siguiente modo: en una primera parte se realiza una contextualización acerca de las conflictividades presentes en el Valle del Huasco; el apartado siguiente trata acerca de la construcción de memorias respecto de dichos procesos de conflicto y lucha territorial, abordándose también aspectos como la dialogicidad de las experiencias articuladas desde la memoria y la producción de nuevas identidades colectivas a partir del proceso de lucha; finalmente, cerramos reflexionando respecto de los usos de la memoria y su vínculo con procesos de resistencia.
El Valle del Huasco y sus conflictividades
El Valle del Huasco se encuentra ubicado en el Norte de Chile, específicamente en la provincia del Huasco, III Región de Atacama. Se trata de un valle alimentado principalmente por el río Huasco y sus afluentes, constituyéndose así en una provincia conformada por cuatro comunas: Huasco, Freirina, Vallenar y Alto del Carmen. Es un territorio rico en recursos naturales, siendo la minería y la agricultura las principales actividades económicas. A nivel regional, la minería constituye la principal actividad económica, apreciándose desde la pequeña minería y la pirquinearía hasta la megaminería. Esta última ha sido, en gran medida, la responsable de los últimos conflictos socioambientales del Valle. En un mapeo que el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) realizó sobre los conflictos ambientales en Chile en el período 2010-2012, se muestran 14 conflictos en la Región de Atacama, de los cuales seis se ubican en el Valle del Huasco (INDH, 2012).
Para comprender las distintas conflictividades que existen en el Valle del Huasco es importante conocer los procesos históricos que se comenzaron a producir cerca de la década de 1990 en materia medioambiental. Tal como señala Eduardo Gudynas (2012), en los años noventa las reformas de mercado que se llevaron a cabo en América Latina estuvieron marcadas por un economicismo reduccionista que conserva las ideas clásicas acerca del desarrollo, las cuales devienen en la emergencia del extractivismo como ejercicio de la economía. Gudynas define el extractivismo como “la extracción de grandes volúmenes de recursos naturales que no son procesados, o procesados en forma limitada, para ser exportados al exterior” (2012, p. 4). Conforme a los distintos procesos políticos vividos en Latinoamérica, el extractivismo se ha ido transformando y ha ido adquiriendo distintas expresiones: desde un extractivismo clásico que viene de la mano de grandes empresas trasnacionales que generan pocas relaciones económicas a nivel global o regional, hasta lo que Gudynas reconoce como el neo-extractivismo progresista, ejercido por los gobiernos de izquierda progresistas que apelan al rol protagónico de los Estados en la extracción de recursos para implementar las grandes reformas sociales. En el caso chileno, el tipo de extractivismo que se despliega es, más bien, clásico, con fuerte presencia de corporaciones privadas y grandes empresas trasnacionales. La explotación del Valle del Huasco, por lo mismo, no es la excepción.
A continuación, describiremos tres de los conflictos socioambientales acontecidos en el Valle del Huasco, sobre los cuales se centra la investigación realizada. Ellos se desarrollan en distintas zonas del valle: Huasco, Alto del Carmen-Vallenar y Freirina.
Huasco: entre la minería del hierro y la termoeléctrica
La localidad de Huasco se emplaza en el borde costero del Valle, y en ella se encuentra el puerto que ha permitido el tránsito de la minería constituyendo el vaso comunicante de gran parte de la actividad económica de la región. Desde 1950 la ciudad de Huasco ha participado de la minería del hierro a través del puerto, de sus plantas eléctricas y, actualmente, también de una planta peletizadora de hierro y la central termoeléctrica Guacolda. La minería del hierro y la construcción de plantas termoeléctricas constituyen las dos fuentes principales de los conflictos socioambientales de Huasco, pues han producido una irreparable contaminación ambiental.
Huasco Alto y la megaminera Pascua Lama
Desde la ciudad de Vallenar hasta la cordillera existen una serie de pueblos y localidades a las que, en tanto zona, se les llama “Huasco Alto”. En términos de la conflictividad medioambiental, en Huasco Alto se emplaza uno de los proyectos megamineros que más atención ha suscitado en el último tiempo: Pascua Lama.
Pascua Lama es el primer proyecto minero de oro binacional del mundo, cuyo origen está en el Tratado Binacional de Integración Minera entre Chile y Argentina, suscrito en el año 1997 y cuyo objetivo es asegurar el aprovechamiento conjunto de los recursos mineros que se ubican en la frontera de ambos países. Este proyecto es liderado por la empresa transnacional Barrick Gold y empieza a funcionar desde la década del 2000.
Pascua Lama lleva a cabo aquella forma de extractivismo clásico al que Eduardo Gudynas entiende como un extractivismo depredador. En otras palabras, una forma de extractivismo “que es intensivo, que afecta grandes áreas geográficas, volcado a la exportación, con alto impacto social y ambiental, y dudosos beneficios para el desarrollo nacional” (Gudynas, 2012, p. 9).
Para las personas entrevistadas, el origen del conflicto con la megaminera se gestó debido al proyecto de remover dos glaciares para emplazar la mina a rajo abierto. Estos dos glaciares, desde los relatos de las vecinas y vecinos, constituyen aquellas fuentes que alimentan el río Huasco, principal afluente del Valle, el cual, en definitiva, permite la vida en él.
Cuando la empresa dijo que iba a mover los glaciares, cuando dijeron… Ya, y ahí, ahí paramos las antenas, nosotros como pobladores, no todos, pero algunos, paramos las antenas. Y el cura que había acá hizo una gestión y vinieron unos de glaciología que se fueron a especializar a Alaska, para hacer este informe, y subieron. Y yo creo que han sido los únicos que han podido subir. Subieron e hicieron un informe que decía que si la empresa minera hacia esto, las consecuencias iban a ser que todo el sistema, que ahora nosotros sabemos que se llama ecosistema glaciar o glaciosistema, que funciona en comunidad, en unión. No es que el glaciar está ahí solito y si se lo echan lo demás sigue igual, o sea: si mueven lo de acá abajo, si mueven los humedales, si mueven esto, si mueven cualquier cosa, altera todo el sistema. Y eso no nos quedó, como que no todos entendíamos mucho eso, pero algo entendíamos y supimos […] Entonces, ahí entendimos que era un insulto a la razón decirnos que iban a mover los glaciares, porque aquí por siempre hemos sabido por los abuelos que le llamaban los bancos perpetuos a los glaciares. Entonces ahí empezamos a parar las orejas, y el cura empezó a informar y empezó a hablarnos en la misa, y el cura hacía mucha visita. Visitaba las casas, hizo una buena labor ahí. […] Y ahí empezó el movimiento así hace como 15 años más o menos. Y se hizo la primera marcha por el agua acá en Vallenar y éramos como 50 viejos, éramos súper pocos 50 o 80 (vecina de Alto Huasco, entrevista realizada en mayo de 2016).
El levantamiento de las comunidades se dio en dos territorios. En el primero -y es el que alude la entrevistada- es en la comuna de Alto del Carmen (Alto Huasco), la cual comprende los valles interiores de El Tránsito y El Carmen. Asimismo, como producto de la amenaza de los glaciares, se conforma otra organización llamada Consejo de Defensa del Valle del Huasco. Desde ahí en adelante, tanto ésta como otras organizaciones sociales del Valle han generado una activa resistencia contra el avance y desarrollo del proyecto Pascua Lama, el cual se encuentra suspendido en la actualidad.
Freirina y Agrosuper
Freirina es una localidad que se emplaza entre Huasco y Vallenar y que se hizo conocida a raíz de un conflicto socioambiental que involucró al Holding Agroalimentario Agrosuper en el año 2012. La historia de este conflicto data desde el año 2005, fecha en la que Agrosuper lanza oficialmente un mega proyecto que se emplazaría en las afueras de la localidad de Freirina y que contemplaba la construcción de 15 planteles de reproducción para 10 mil cerdos hembras, 24 plantas para el sector de crianza, una fábrica de alimentos, una planta faenadora y un puerto para importar insumos para el alimento y exportar la carne. Finalmente, este megaproyecto se inaugura en el año 2010.
Los conflictos entre las y los vecinos de Freirina y este megaproyecto surgen desde temprano a raíz, primero, de la erradicación de los crianceros4 de cerdos de la zona y, posteriormente, la cesión de los derechos de agua a la empresa Agrosuper5. Sin embargo, el conflicto entre la comunidad y la empresa como tal estalla en el año 2012 a raíz de los malos olores que emanan desde los planteles de cerdos. Desde ahí en adelante se inició un fuerte proceso de movilización de la localidad de Freirina contra Agrosuper, que involucró cortes de calle, enfrentamientos con la policía chilena, marchas y carnavales. Al mismo tiempo, configuró una forma de organización de las vecinas y vecinos, quienes conformaron la Asamblea de Freirina y organizaron, desde allí, los distintos hitos de movilización. El proceso de movilización duró algunos meses y finaliza con el cierre temporal de la planta Agrosuper. La comunidad, de esta forma, triunfa sobre la megaempresa.
Es importante señalar que, para pensar el problema del territorio, hemos usado las conceptualizaciones que el geógrafo social Bernardo Fernández realizó en torno a la noción de territorio y espacio. Este autor señala, en primer lugar, que el espacio es una composicionalidad que sólo puede ser comprendido desde las dimensiones que lo componen. En esa línea, cuando habla acerca del espacio geográfico, Fernández lo comprende como una construcción dada a partir de los elementos de la naturaleza y las dimensiones sociales que se producen a partir de las relaciones sociales entre las personas y de ellos con la naturaleza. En otras palabras, las relaciones sociales construyen espacios fragmentados, divididos y también conflictivos; en esta representación fragmentada del espacio, la que lo constituye como tal es la intencionalidad, la que consiste en los modos en que determinados grupos, etnias, naciones o clases sociales comprenden, utilizan, se realizan y materializan en el espacio. Se trata de una visión de mundo que implica un modo de ser, de existir y de habitar. Son estas relaciones sociales marcadas por la intencionalidad las que producen lo que se entenderá por territorio. En otras palabras, el territorio es “el espacio apropiado por una determinada relación social que lo produce y lo mantiene a partir de una forma de poder” (Fernández, 2005, p. 3).
La memoria como urdimbre de resistencias
Diversos autores/as han señalado que la memoria colectiva es una acción social que se desarrolla y despliega en el presente (Halbwachs, 1950; Piper, 2005; Vásquez, 2001; Barría, Gómez y Piper, 2005; Sarlo, 2012) pues son las condiciones y dilemas del presente los que nos llevan a mirar hacia otras experiencias y reconstruir el pasado. Siguiendo la misma perspectiva, Pilar Calveiro (2005, 2006) habla de memoria política, haciendo referencia al acto en el que, desde las urgencias del presente, se interroga el pasado generando con ello una reinterpretación de las prácticas y sentidos de aquel momento pasado. En tal sentido, la memoria deja de entenderse como una suerte de biblioteca que acumula experiencias del pasado, sino más bien constituye un proceso activo donde la acción política constituye el eje articulador de sentidos.
Proponemos entender las memorias construidas por las y los habitantes del Valle del Huasco como memorias políticas, producidas a partir de sus procesos de conflicto y luchas medioambientales, y enmarcadas en un abanico más amplio de recuerdos a los que los y las entrevistados/as llaman memorias de la usurpación. La idea de la usurpación, entendida como un acto desplegado por otro/a ajeno/a que quita o sustrae algo que es propio, opera como una suerte de eje argumentativo que cruza y articula todos los relatos, construyéndose desde allí una imagen de valle, de comunidades, de conflictos y luchas.
En otras palabras, las memorias que construyen vecinas y vecinos del valle en relación con sus procesos de conflictos y luchas del presente se sustentan o argumentan desde la lógica de la usurpación territorial, haciendo referencia a la irrupción de otro/a que está arrebatando los modos de ser y estar propios de los habitantes. Esta idea aparece presente en el siguiente fragmento de una vecina del Valle del Huasco:
Ha ido cambiando [su territorio], fui viendo, lo fui cambiando y una cosa que la gente piensa… estos proyectos, que se vienen a instalar acá, que se vienen a instalar, a imponer acá tu hogar, primero te… es el shock, ven, porque te venden la pomada, que es lo más bonito, que las lucas,6 te cuentan un mundo de bilz y pap, maravilloso…y…y hay una cosa que no tiene precio, hay algo que la gente no entiende, piensan que dicen ‘ah, no, hay que cambiarle la calidad de vida de esta gente’ y ¡chucha! ¿Ellos me han preguntado si yo quiero cambiar? Yo te digo, yo me crie, cocinamos a leña, en brasero y a lo mejor. Y eso era lo que me gustaba y a lo mejor lo que me sigue gustando, ¿me entendí? Y a lo mejor no necesito un tremendo plasma en mi casa (vecina de Vallenar, entrevista realizada en mayo de 2016).
En el fragmento anterior, la entrevistada se refiere al momento en que las grandes empresas intentan convencer a la comunidad respecto de lo beneficioso que resultaría su instalación en el territorio. La entrevistada grafica ese momento justamente como el choque entre dos visiones de mundo distintas, donde una -la que representa la empresa- busca imponerse sobre la otra -las de la comunidad-; eso queda expresado cuando la entrevistada se pregunta “¿Ellos me han preguntado si yo quiero cambiar?”, delineando con esto el carácter impositivo del cambio. Asimismo, la entrevistada representa la visión propia y la de la empresa como contrapuestas, utilizando la metáfora de lo material: “Yo me crie, cocinamos a leña, en brasero […] y a lo mejor no necesito un tremendo plasma en mi casa”. La metáfora de la leña y el brasero representan la intencionalidad de la hablante, es decir, su visión de mundo, su modo de vivir, sus recuerdos y sus tradiciones; por otra parte, el “plasma” viene a representar esa visión de mundo de lo foráneo, del progreso, del modelo neoliberal. La idea de la usurpación en tanto imposición de relaciones sociales con otra intencionalidad es lo que tiñe los relatos de todas y todos los entrevistados, configurándose así en la retórica que le da sentido a los recuerdos que construyen de las distintas luchas que han dado en el territorio.
En función de lo anterior es que, en el acto de hacer memoria sobre los conflictos en el territorio, una primera distinción que se realiza desde los relatos es la construcción discursiva de un/a otro/a que es diferente, es decir, que se produce desde la idea de lo ajeno; ahora bien, para darle características y cuerpo a ese/a otro/a, necesariamente se tiene que construir otra posición que opere como lugar de enunciación de aquello que es diferente: un nosotros/as. En este caso, aquel nosotros/as que se construye está estrechamente ligado al espacio físico como escenario de procesos de identificación: el sujeto del valle es quien nació y se crio en el Valle, aquel que lucha por amor a su tierra y sus tradiciones. De esta manera, las memorias del conflicto y la lucha contribuyen a construir un sujeto fuerte cuya identidad está fuertemente vinculada al territorio.
La dialogicidad de las experiencias: contra el tiempo y las fronteras
Al inicio de este artículo se señaló que entendemos la memoria política como aquel ejercicio en que se reinterpretan los sentidos y prácticas del pasado en función de las urgencias políticas del presente. En esa línea, el historiador chileno Gabriel Salazar señala que es la experiencia lo que nutre a la memoria de material para su ensanchamiento y densificación; al mismo tiempo, esta memoria en permanente proceso de producción es la que promueve la construcción de nuevas experiencias. De lo que se trata es de un movimiento incesante:
La conversación, el diálogo, la dialéctica incesante, que han fluido a lo largo de los siglos, han dado pues, sustancia, forma y consistencia a la memoria social. Y ésta no ha sido ni es sino el espejo reflexivo de nosotros mismos, que da cuenta de todo: de lo que se ha intentado, de lo que se ha perdido, de las victorias parciales, de la camaradería que ronda y ronda y lucha y se queda […] y de cómo el perfil de todos va cambiando, volviéndose más nítido, de cómo las palabras se vuelven certeras y el proyecto colectivo más preciso […] Lo cierto es que la memoria local, organizada como cultura viva y cotidiana, es y será la que da y dará certezas para la acción (Salazar, 2012, p. 396).
Desde este movimiento incesante de las memorias, un elemento que resulta interesante de abordar es la dialogicidad de distintas experiencias que, urdidas desde el ejercicio mismo de la memoria, reconfiguran la experiencia misma de la resistencia. Desde la mirada de las vecinas y los vecinos, los tres conflictos socioambientales abordados en el presente artículo se pueden ubicar en una secuencia temporal, estando íntimamente relacionados entre sí y no solamente en lo referente al compartir un espacio físico común, sino que más bien en la configuración de un relato-valle común.
En relación con lo anterior, resulta interesante dar cuenta de las memorias que vecinas y vecinos construyen sobre el proceso de lucha de la comuna de Freirina contra Agrosuper, memorias que dan cuenta, justamente, de la consolidación del relato-valle a partir de la dialogicidad de las experiencias previas de lucha. Estas memorias se caracterizan, principalmente, por hacer una reinterpretación de los últimos veinte años de la historia del Valle del Huasco en su conjunto. Para explicar el estallido social que se vivió en el año 2012, las y los hablantes incorporan en sus relatos los procesos que se vivieron en el territorio con la Compañía de Aceros del Pacífico, la central termoeléctrica Guacolda y Pascua Lama. De esta forma, se inscribe la irrupción de Agrosuper en la trama de sentido de las nuevas relaciones entre el Estado/Empresa y las comunidades.
Ahora bien, pese a que muchos de los y las entrevistados/as se refieren al carácter inédito de la explosión social de Freirina -inédito en cuanto no existían precedentes de alzamientos sociales en dicha localidad-, el curso de esta explosión social se articula en una suerte de intertextualidad con otras experiencias. En este punto, se apela a la memoria como aquel tejido que agrupa y le da sentido a las experiencias. Ahora bien, estas memorias de experiencias de lucha previas no necesariamente se corresponden a las vividas en el territorio -como las luchas contra Pascua Lama o contra las termoeléctricas o contra CMP- sino que se articulan con acontecimientos ocurridos a lo largo del país. Ello se puede observar en las siguientes citas:
Nosotros siempre intentamos aprender, nosotros siempre intentábamos aprender de otros procesos, de estudiantes, por ejemplo. Miramos muy de cerca Aysén, porque Aysén fue antes que nosotros ¿cierto? […] Miramos como Aysén lo sacaron de su cancha, en términos bien simple los plantea, como se discutía en asamblea. Como Aysén le llevaron a la cancha de los otros po, como los llevaron, como ellos entregaron ¿cierto? ese proceso en ciertos dirigentes […] Que fueron sacados de su territorio, que fueron llevados a la Moneda en donde llegaron y por su puesto en la Moneda no hay posibilidades. Te sacan donde tienen poder, donde está el poder de ellos, donde están las mesas largas, donde te ofrecen muchas cosas. Y aprendimos mucho de ellos, de que no teníamos que llegar a ese punto, de que nunca tenemos que salir de acá. (vecino de Freirina, entrevista realizada en agosto de 2015)
Y por otra parte, como un antecedente más concreto de la historia de Chile, que a nosotros también, a través de la recopilación que hemos estado haciendo, nos está haciendo bastante sentido. Que es también la irrupción del movimiento secundario, del movimiento estudiantil desde lógica asamblea en los últimos 15 años en Chile, desde el 2001 en adelante. Ahí se crea la ACES y se da toda una lógica de trabajo en asamblea. Entonces ¿a qué voy con esto? de que este tronco de trabajo, de memoria en el fondo, de estudiantes secundarios que también yo fui y que de alguna manera, que yo trabajo en territorio, también aplico esa misma lógica de trabajo en asamblea (vecino de Freirina, entrevista realizada en agosto de 2015).
En el fragmento, el entrevistado menciona algunos de los referentes que, como asamblea de Freirina, miraron a la hora de plantearse como vecinas y vecinos resistiendo a la empresa. Algunos de estos referentes tienen que ver con las propias experiencias de lucha en otros períodos: la propia experiencia como estudiante durante el movimiento estudiantil del 2006, quienes lucharon (y luchan) contra Pacua Lama. Sin embargo, el entrevistado menciona otros referentes que ya no tienen que ver con la propia experiencia: el estallido social de Aysén ocurrido en el año 20127 y el corte de ruta que se produjo en Pelequén.8 Lo interesante de esto es que, si bien constituyen acontecimientos alejados territorialmente, los sienten como propios, los miran y extraen aprendizajes de ellos. Así, de la puesta en diálogo de estas múltiples experiencias, la asamblea de Freirina va articulándose como organización en proceso de resistencia y va definiendo sus cursos de acción. En otras palabras, esos referentes operan, para las vecinas y vecinos, como recuerdos de una memoria social que trasciende las fronteras de su territorio y que tiene que ver, más bien, con procesos de identificación con otras comunidades. En ese sentido, desde la memoria se van produciendo identificaciones con los otros, entendiéndose como sujetos históricos que combaten problemáticas puntuales, pero que también se resisten ante las lógicas actuales de la relación Estado/Empresa y territorios.
De esta forma, las vecinas y vecinos, haciendo memoria sobre experiencias previas de lucha, fueron tomando decisiones respecto del curso de sus acciones. En tal sentido, si bien Freirina es un territorio que no había vivido importantes experiencias de movilización en el pasado, tampoco articula sus cursos de acción de manera azarosa. Haciendo memorias que trascienden fronteras, fueron extrayendo aprendizajes que les permitieron actuar en sus propios contextos en el presente. Tal y como dice Pilar Calveiro (2006), por medio del ejercicio de la memoria el pasado se recrea e interroga en función de las urgencias actuales, recuperando sentidos sobre las prácticas mismas. Es así como, desde ese acto de hacer memoria, se fueron tomando algunas decisiones en el camino respecto del propio proceso de lucha. Algunas de estas decisiones fueron: uno, no salir del propio territorio, tomando como referente lo ocurrido con Aysén; dos, no aceptar las “reglas del juego” del otro; y tres, no aceptar la intromisión de partidos políticos.
La memoria política, de esta forma, opera como una suerte de radar o brújula que orienta las prácticas de resistencia y, en definitiva, conlleva al triunfo de la comunidad por sobre la empresa. Agrosuper, finalmente, deja el territorio tras meses de intensa resistencia por parte de la comunidad.
Freirina: La memoria del triunfo como productora de nuevas identidades
Cuando se estudia y trabaja con movimientos sociales, uno de los conceptos que, en general, no puede faltar es el de identidad colectiva. Manuel Castells la entiende como “el proceso de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido” (1999, p. 23). En línea con lo anterior, Avtar Brah (1996) señala que la identidad colectiva no puede entenderse como una dimensión reificada, monolítica y absoluta, sino más bien constituye un proceso de significación por medio del cual la multiplicidad, la contradicción y la inestabilidad de la subjetividad es significada como dotada de coherencia, continuidad y estabilidad. Asimismo, en ese proceso de significación, la experiencia en torno a un eje específico de diferenciación se inviste de sentido. En el caso general de las memorias construidas por vecinas y vecinos del Valle del Huasco, el eje diferenciador constituye el territorio en tanto experiencia.
Ahora bien, tal como se señala, las identidades colectivas están en permanente proceso de transformación y las experiencias de lucha forman parte de dicho proceso (el caso de Freirina es iluminador a este respecto). Tal y como se mencionó al comienzo de este artículo, el proceso de lucha desplegado y desarrollado en la localidad de Freirina se fue nutriendo de manera sistemática de las memorias de otras experiencias de lucha tanto del propio Valle del Huasco -los conflictos en Huasco y la lucha contra Pascua Lama- como de otros territorios y momentos. A partir del despliegue de esa forma de memoria política, la comunidad se enfrentó a la empresa y al Estado, logrando finalmente sacar a Agrosuper del territorio. Se trata, en ese sentido, de un proceso de lucha que se interpreta como victorioso, generándose con ello la construcción y articulación de memorias de triunfo.
Un efecto de la construcción de estas memorias triunfales, producto de los procesos de lucha, es la resignificación de las propias identidades. En otras palabras, el propio proceso de lucha genera como efecto la transformación del sujeto y, junto con ello, la producción de nuevas formas de asociatividad. Como modo de introducir este efecto del proceso de asociatividad y lucha, se presentarán las siguientes citas:
Yo antes era callada, tímida, no me sabía defender, no sabía pelear, no sabía discutir […] entonces yo…para mí fue como una liberación, una liberación que más tarde, con el tiempo, me sirvió, me sirvió para independizarme, me sirvió para defenderme, me sirvió para subir mi autoestima, me sirvió, no sé po, que hasta el día de hoy no me dejo pisotear…yo no le tengo miedo a nadie. (vecina de Freirina, entrevistada en mayo de 2016)
Un antes y un después, podría decirse la gente. La gente era callada, era sumisa, la gente acá se revolucionó, gente luchadora, gente que ya no aguanta que la pisotee, gente que da su punto de opinión, gente que da su postura, ah, que incluso llega a extremos, no sé po, de repente gente que se va a trabajar afuera […] y que si reclama le dicen ‘ah, usted es freirinense’. Así quedamos […] con ese nombre […] la gente aquí aprendió a luchar, aprendió a luchar por sus derechos, sabe lo que quiere, ya sabe lo que quiere (vecina de Freirina, entrevistada en mayo de 2016).
Los dos fragmentos anteriores corresponden al testimonio de una vecina de Freirina que participó activamente en el proceso de movilización territorial. En el primer fragmento realiza la operación de establecer un momento anterior y posterior respecto de sí misma. En ese sentido, reconoce un momento anterior en la que se caracteriza como una mujer callada, tímida e incapaz de defenderse a sí misma; luego, tras su participación en la lucha contra Agrosuper, la entrevistada señala que, como persona, tuvo un cambio: “me sirvió para independizarme, me sirvió para defenderme, me sirvió para subir mi autoestima”. En otras palabras, el rebelarse contra la situación de Agrosuper operó también como una revelación de su propio ser, volviéndose con ello agente de su propio devenir.
Esta misma idea se refuerza en el segundo fragmento, en la que la entrevistada se refiere a la comunidad a la que pertenece, reconociendo nuevamente un antes y un después. Este antes y después es similar al modo en que la entrevistada se caracteriza a sí misma: una comunidad que antes era callada y sumisa, para luego transformarse en una que lucha por sus derechos y se defiende frente a los ataques de otro.
Interesa ubicar los dos fragmentos juntos en tanto develan el carácter interrelacional que tiene el proceso de agencia. Tal y como señala Montenegro y Pujol (2014), la agencia no debe buscarse en el sujeto, sino más bien en las interrelaciones que se construyen y que configuran la potencia del sujeto: “transformar nuestra agencia, implica, de esta forma, la transformación de las redes que nos permiten, posibilitan y definen nuestras posibilidades de actuar en un contexto determinado” (Montenegro y Pujol, 2014, p. 31). En ese sentido, la transformación que señala la entrevistada, con respecto a su propio modo de ser y actuar frente al mundo, es posibilitada a partir de su participación en la lucha contra Agrosuper. Así, construye y reinterpreta los vínculos con sus propios vecinos y vecinas, quienes en la acción de oponerse a la empresa transforman aquellas relaciones asociativas en relaciones de agencia y resistencia. Y, junto con ello, terminan por transformarse a sí mismos. Así, la producción de esta nueva identidad colectiva viene dada por la acción, donde el ser agente “supone tener la capacidad de transformar, de ejercer un poder en el contexto en que nuestra agente está situada” (Montenegro y Pujol, 2014, p. 31).
Con base en lo anterior, el haber logrado sacar a Agrosuper del territorio es el acto que termina por consolidar la transformación de la comunidad en tanto red de relaciones, y, a partir de ello, poderse construir estas nuevas identidades configuradas desde la agencia. Asimismo, este acto de haber echado a la empresa del territorio tiene efecto en las vecinas y vecinos pertenecientes a otras organizaciones territoriales:
Recuerdo que el tema de Freirina fue fundamental para que nosotros tomáramos fuerza, para que decidiéramos ‘sí podemos’, ‘sí, tenemos que seguir adelante’, no estamos equivocados. Y se sumó harta gente ahí, se sumó harta gente. Sí, el tema de Agrosuper fue fundamental. Pa mi ver, pa mi forma de ver fue fundamental porque nos demostró que una comunidad sí puede (vecina de Vallenar, entrevistada en mayo de 2016).
El fragmento anterior podría resumirse en la idea que el triunfo de la comunidad de Freirina significó una suerte de inyección energética para las y los otros vecinos movilizados, quienes vieron en aquel triunfo una posibilidad real de las comunidades de imponerse frente a las lógicas usurpadoras del otro. En tal sentido, la acción genera procesos de reinterpretación de las asociatividades que trascienden el propio territorio, construyéndose así una suerte de memorias del triunfo que promueven procesos de agenciamiento en otros territorios a partir de la identificación de los unos con los otros.
Conclusiones
La memoria política es una forma de acción social que se lleva a cabo en el presente. A través de ella, el pasado es reconstruido y se resignifican las prácticas que le dan sentido y densidad a las acciones del presente. Como hemos mostrado en este artículo, los procesos de memorias políticas constituyen una urdimbre desde donde se construyen tramas de sentido, articulaciones e identidades.
Los procesos de lucha en el Valle del Huasco, recordados por sus protagonistas, constituyen memorias articuladas en torno a la experiencia de un/a otro/a que irrumpió en el territorio arrebatando los modos de ser y estar de sus habitantes, es decir: memorias organizadas en torno a una retórica de la usurpación. Tomando como eje el territorio en tanto espacio sentido, construido y habitado, la disputa que se reconstruye desde las memorias trasciende la mera lucha por recursos, involucrando también la disputa por los modos de ser y estar en el territorio.
En escenarios de transformaciones potenciadas por el modelo neoliberal, las comunidades se resisten desde, prácticamente, lo único que poseen: el territorio como espacio social, como escenario de construcción de asociatividades. Es en esta resistencia donde se juegan las memorias colectivas, en la medida en que sobre esas disputas -realizadas desde lo territorial- se pone en juego la experiencia acumulada de trabajo y transformación de realidad en los contextos locales. Las memorias de las luchas del propio territorio se articulan con las de territorios lejanos, permitiendo articulaciones que permiten ir más allá de lo local, construyendo asociaciones simbólicas entre grupos distantes en el tiempo y el espacio. Tras la última dictadura cívico-militar y con el repliegue y destrucción del movimiento social, los y las actrices/actores se volcaron hacia el propio territorio, trabajando en barrios, poblaciones, localidades. Esas experiencias de trabajo se desarrollaron y profundizaron durante décadas, operando desde los silencios del propio territorio. Sus memorias permiten que hoy en día sean fuente de aprendizaje y motor afectivo de nuevas experiencias de lucha.
Al actualizarse en los conflictos del presente, esas otras experiencias de lucha -acumuladas y resignificadas gracias a la memoria- se reorganizan y brotan con toda su fuerza en los actos de resistencia y en el surgimiento de comunidades agenciadas. Lo que se busca defender es aquella construcción histórica de décadas: el propio entorno local, el territorio, aquel espacio construido desde las relaciones sociales y que busca ser habitado a partir de las reglas del juego que la propia comunidad construye. Por ello, frente a un modelo que busca imponer sus propios modos de ser y estar y que se inmiscuye en el territorio construido históricamente, la reacción de las comunidades es la defensa férrea de éste, defensa que termina por transformar a la propia comunidad. De esta forma, es en ese accionar de las comunidades donde termina por fundirse el pasado (lo que se ha sido), el presente (lo que se es) y el futuro (lo que se apunta a ser), es decir: se hace memoria.
Por otra parte, las prácticas de memoria permiten que las comunidades se articulen como grupo. En la medida que las comunidades recuerdan o hacen memoria del propio territorio, los grupos construyen identidades colectivas con las que están en consonancia. Son las memorias colectivas las que vehiculizan la producción y transformación de las identidades colectivas, las cuales se vinculan fuertemente con la agencia y la fortaleza que estas comunidades tendrán para plantearse, desde esas posiciones, frente al mundo y para plantear sus propias luchas hacia adelante.
Asimismo, a través de las acciones de memoria, las identidades colectivas adquieren profundidad e historicidad. Cuando las comunidades construyen sus propias identidades, se valen de distintos repertorios disponibles en sus memorias. Buscan su origen en el territorio, en una clase, en un proceso de lucha, en una macroexperiencia. Esta búsqueda y articulación de distintos repertorios en la producción de las identidades es vehiculizada y permitida por el ejercicio mismo de la memoria. Ésta permite establecer conexiones entre pasado-presente y también promueve el establecimiento de conexiones con otros territorios, grupos o referentes, a partir del reconocimiento de elementos y experiencias en común. En el caso del Valle del Huasco, el identificarse territorialmente implicó un ejercicio de mirar hacia el pasado en búsqueda (reconstrucción) de esas tradiciones que marcan lo que era ser del valle, tradiciones que reactualizan desde el presente -esto es lo que se es- con miras hacia el futuro -esto es lo queremos seguir siendo-. Al mismo tiempo, el propio proceso de lucha implicó mirar hacia otros territorios, buscando aquello que los une, generando con ello articulaciones con otras experiencias que permitieron el diálogo y la transformación del propio proceso de lucha.
A modo de cierre, nos preguntamos cuál es el rol que ocupa la memoria colectiva en las luchas del presente. A nuestro juicio, ésta le otorga historicidad a la lucha, es decir: le entrega un marco de significación en la que emergen y se visibilizan aquellas condiciones que hacen posible ese proceso de lucha. La memoria permite formular y responder preguntas sobre aquellos/as que luchan, ¿quiénes son y de dónde provienen?; sobre el conflicto, ¿desde dónde surge, cómo se produce?; a aquel a quien se enfrenta, ¿quién es, qué posición ocupa, por qué ayuda a promover este conflicto? En otras palabras, darle sentido al presente brindándole una construcción de pasado y orientándolo hacia un futuro.
Además de lo anterior, la memoria colectiva es la que permite la emergencia de la comunidad como actor/actriz social del presente, como sujeto que está, actualmente, visibilizando las contradicciones y dilemas del modelo económico y político del presente, aquella que, en definitiva, puede constituirse como aquel actor/actriz que, en su lucha, busque subvertir esta realidad; o bien, como una de las vecinas del Valle del Huasco lo expresa:
Mi sueño, mi sueño, me gustaría...yo tengo un sueño…sueño que algún día se va a cambiar todo esto, sueño que...que va a ser Chile justo para todos, justo para todos: no solamente para los pobres, justo para pobres y ricos, si aquí deberíamos ser todos iguales. Y mi sueño es, ¿cómo se puede cambiar? Que se una todo Chile po, que se genere un movimiento tan grande, que se genere un movimiento social tan grande que todos estemos en la misma parada, que todos estemos con la misma postura y que todos salgamos a la calle y y digamos no más, basta ya de abusos, basta ya de corrupción (vecina de Freirina, entrevistada en mayo de 2016).