Introducción
La convergencia de avances, retrocesos y estancamientos en los procesos que marcan el desarrollo social, económico, cultural y tecnológico del mundo contemporáneo, impactan las relaciones inter e intragrupales y dan lugar a una intersubjetividad heterogénea y no exenta de conflictos y contradicciones a diferentes escalas. Como parte de ello, las diferentes construcciones individuales y grupales, y en particular las identidades, denotan mayor complejidad en su configuración y en los modos en que captan y devuelven las peculiaridades de las relaciones sociales que les acogen (Morales, 2017a).
En este contexto, el estudio de las identidades culturales, constituye un empeño permanente para las ciencias sociales. Su estructuración, en torno a culturas de distinto grado de legitimidad y empoderamiento, constituye uno de los procesos más importantes de construcción de sentido y de expresión del modo en que se conforma la vida de diferentes grupos sociales. Pensar la identidad cultural desde la perspectiva de la población joven, que es uno de los segmentos más importantes en cualquier sociedad, implica reconocer su condición de sujeto social hacedor responsable y comprometido con una construcción simbólica que le hará trascender generacionalmente. De esta manera, se desestima el paternalismo que subvalora la producción y contribución de las personas jóvenes a sus sociedades, y les concibe como receptores, consumidores y reproductores de patrones culturales que les han sido dados y de los cuales serán siempre deudores (Morales, 2017a, 2019).
En el escenario cubano, el análisis de las (re)configuraciones de la identidad cultural de los jóvenes coloca el debate en la actualización de sus contenidos, dinámica e identificaciones con respecto a una cultura nacional con fuertes raíces, conectada con otras culturas y en constante transformación (Martínez Heredia, 2008; Ortiz, 1973, 2013). Implica indagar en las relaciones que condicionan su estructuración y resonancia, explorar los núcleos de comparación de la mismidad con la alteridad, la conciencia de continuidad, así como los significados que destacan en el proceso de diferenciación, autentificación y heterorreconocimiento. Todo ello examinado con enfoque generacional, que permita distinguir las especificidades de un determinado grupo, construido a partir de límites etarios, políticos, históricos, socioeconómicos y culturales. A manera de comprensión general, el estudio incorporó el planteamiento de María Isabel Domínguez (1988, p. 101), para quien generación se entiende como:
El conjunto de personas pertenecientes a grupos de edades próximas, cuya socialización en un momento histórico concreto condiciona una actividad social común (en el plano de la actividad productiva, las relaciones de producción y, consecuentemente, la actividad social y política) en su etapa juvenil, esencial para la formación de su personalidad, que facilita la creación de características estructurales y subjetivas similares, que la dotan de una fisonomía propia.
Guiaron este estudio los aportes teóricos, metodológicos y empíricos de los investigadores y académicos cubanos, quienes han realizado sus contribuciones bajo -o en colaboración con- la sombrilla del Instituto Cubano de Investigación Cultural “Juan Marinello” (ICIC). Destacan Carolina de la Torre (2001, 2003), Maritza García (2001, 2002) y Rolando Zamora (2000); cuyas posiciones se complementan y contribuyeron a construir definiciones, dimensiones e indicadores de partida. Además, la presente investigación reconoce las influencias de varias disciplinas de las ciencias sociales, y se asienta en la psicología social, que al decir de Montero (2010) apuesta por una postura crítica como parte del oficio de hacer ciencia, y pretende no solo revelar informaciones de interés, sino colocarlas en el diálogo político pertinente a la juventud, la cultura y la ideología en la sociedad cubana actual, tratando de insertarse en el canal de diálogo entre ciencias sociales y política.
Entre los temas reiterados en los estudios sobre juventudes e identidades realizados en América Latina en estos tiempos, destacan la ruptura generacional, las tecnologías, los consumos, las formas de participación y las ideologías que las sustentan (Alvarado et al., 2012; Martín, 2002a, 2002b; Martín et al., 2017; Valenzuela, 2004, 2010, 2015). En el caso de Cuba, las investigaciones han ubicado la crisis de la década de los noventa, como fuente de quiebres importantes en disímiles contenidos de las relaciones sociales, incluyendo las significaciones de ser joven y las identidades portadas por este grupo (Domínguez et al., 2018; Morales, 2017a; 2017b, 2017c; de la Torre, 2003). A pesar de la escasez de indagaciones acerca de la identidad cultural en específico, se puede presumir que en este terreno se han producido mutaciones semejantes a las constatadas en la identidad nacional, en el cual la heterogeneidad y las desigualdades socioeconómicas se transparentan (Díaz et al., 2017).
Este artículo se sustenta en la investigación concluida en 2020 (Morales et al., 2020). Tuvo como objetivo develar las tendencias de continuidad, ruptura y emergencia en la identidad cultural de jóvenes residentes en La Habana, durante el periodo de enero de 2019 a febrero de 2020; a partir de su dimensión cognitiva -subdimensiones comunicativa, valorativa y asociativa- y afectiva. En dicho estudio empírico se entiende por identidad cultural:
La construcción de la subjetividad de un sujeto individual o grupal, que define su origen y actualidad, al tiempo que proyecta sus características esenciales y estables, sustentadas en la cohesión en torno al universo de elementos objetivos y subjetivos de una cultura -bienes y servicios artísticos, costumbres, tradiciones, rituales, formas comunicativas y pensamientos propios de la vida cotidiana- que son compartidos -con relativa independencia del lugar de nacimiento o residencia- por participar de modo consciente en su producción, y cuyos significados le permiten reconocerse y establecer en su interior tendencias de continuidad, ruptura y emergencia, así como concientizar diferencias y semejanzas con otros grupos significativos en un contexto determinado (Morales et al., 2020, p. 192).
Los hallazgos aquí presentados se centran específicamente en la subdimensión asociativa, para exponer los resultados de la actividad que responden en gran medida a la unión entre los jóvenes (gustos, ideas, prácticas), la que es explorada a partir de los indicadores: objetos significantes, prácticas recreativas, así como tradiciones culturales y alimentarias.
Para el análisis de la identidad cultural se emplean tres puntos de referencia claves, construidos a partir del conocimiento y la experiencia acumulada en el ICIC en las investigaciones en este tema: continuidad, ruptura y emergencia (Íñiguez, 2005; Morales, 2011; de la Torre, 2001). Ellos hacen referencia, respectivamente, a los contenidos identitarios donde predominen las semejanzas con generaciones anteriores, haya claras diferencias, ya sea por ausencia o por transformaciones sustanciales, con las generaciones anteriores y, por último, donde aparezcan contenidos portados por generaciones anteriores, pero con innovaciones poco extendidas o solidificadas.
Por otra parte, la categoría juventud hace alusión al grupo de personas comprendidas básicamente entre los 15 y 30 años de edad, cuyo condicionamiento histórico-social, económico y cultural, articulado con las adquisiciones psicológicas de las edades precedentes, le permiten captar y expresar en su subjetividad, y en su comportamiento, la dinámica y las principales contradicciones de su contexto, mediados por procesos cognitivos cualitativamente superiores y contenidos afectivo-motivacionales referidos a la identidad personal, la concepción del mundo, los proyectos futuros, la autodeterminación y la independencia (Morales et al., 2020; Peñate, 2021).
Metodología
Se proyectó la indagación en la subdimensión asociativa de la identidad cultural a partir de un diseño mixto de triangulación concurrente (Hernández et al., 2014; Strauss y Corbin, 1998), lo que significa que se emplearon multimétodos para la recolección de datos cuantitativos y cualitativos y que el análisis e interpretación de los resultados fue producto de toda la información en su conjunto. No obstante, es importante destacar que se le otorgó más importancia a la perspectiva cualitativa.
Los multimétodos empleados fueron el cuestionario, el diferencial semántico y el grupo focal, que aportaron elementos concretos para dar respuestas al objetivo de investigación. El cuestionario aplicado tuvo sus antecedentes en uno validado en estudios anteriores Morales, 2011) y estuvo integrado por 14 preguntas abiertas que exploraron los componentes de la autoimagen de los jóvenes y del contexto que condicionó la construcción de las identidades. Por otra parte, el Diferencial Semántico integró antecedentes empíricos cubanos (de la Torre, 2001) y producción actual, que permitieron constatar el distanciamiento o la complacencia de los jóvenes con las características señaladas por 18 adjetivos bipolares y, con ello, profundizar en el estudio de su autoimagen.
La discusión en grupo focalizada u orientada por un facilitador, en torno a un tema o área de especialidad en particular, se ha extendido al campo de las investigaciones sobre cultura y comunicación desde el enfoque cualitativo. La concepción de sujetos activos en los procesos de recepción y consumo, reconoce la intersubjetividad y los procesos de reflexividad como estrategia metodológica fundamental en la producción de un discurso factible para la construcción de conocimiento (Cervantes, 2002). Este método permitió develar los contenidos cognitivos y afectivos de la subdimensión asociativa de la identidad cultural; así como aquellos que sugirieron continuidad, ruptura y emergencia. Además, enriqueció la interpretación de los datos obtenidos en el cuestionario aplicado.
Para el estudio de la subdimensión asociativa de la identidad cultural se trabajó con dos muestras. La primera, para la aplicación del cuestionario y el diferencial semántico, estuvo integrada por 187 jóvenes con edades comprendidas entre los 15 y 30 años de edad, de los cuales el 61% fueron mujeres y el 39% hombres; seleccionados a través de un muestreo guiado por propósitos (Hernández et al., 2014). Estos instrumentos se aplicaron a seis grupos de jóvenes estudiantes de la Escuela de Barbería y Peluquería -del proyecto comunitario Artecorte adjunto a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana-, de Secundaria Básica Urbana (ESBU), de Nivel Medio en Música (NMM), de Politécnico (PT); del Instituto Preuniversitario (IP) y también a jóvenes religiosos. Los centros de enseñanza se ubicaron en cinco municipios de La Habana: Plaza de la Revolución, Playa, Habana Vieja, Diez de Octubre y Habana del Este.
La selección de los centros de enseñanza y de los municipios céntricos y periféricos de la capital, a través del muestreo guiado por propósitos, tuvo la intención de elegir una muestra habitualmente excluida de los estudios que se realizan en el país y de manera puntual en la capital. Estos son jóvenes que, como tendencia, son invisibilizados a través del uso singular del término juventud, el que no reconoce la construcción histórica, social, cultural y relacional de la producción de las diversas juventudes. La mayoría de los jóvenes de este estudio fueron aquellos que no se encontraban en las grandes instituciones docentes ni, por lo general, se asociaban a la vanguardia de las organizaciones políticas. Estos, más bien, abandonaron los estudios, se encontraban matriculados en curso de oficios auspiciados por proyectos comunitarios o tuvieron trayectorias educativas accidentadas y estaban matriculados en politécnicos -donde a la postre tendrán dificultades para insertarse en el mercado laboral- y preuniversitarios sin intención manifiesta de continuar estudios universitarios. Por demás, estos centros de enseñanza no son de referencia municipal o se ubican en municipios periféricos de la provincia. Todos estos elementos tuvieron la finalidad de obtener datos que aportaron claridad sobre los procesos de homogenización y diferenciación propios de la identidad cultural en este segmento poblacional.
También se eligió una muestra multiniveles para la aplicación del grupo focal, de manera que los jóvenes que participaron en esta fase fueron seleccionados de otra población de un mismo universo (Hernández et al., 2014). Esta muestra estuvo integrada por 13 estudiantes de la Escuela de Barbería y Peluquería. Finalmente, la muestra fue de 200 jóvenes residentes en la capital del país.
En el proceso de investigación se empleó la teoría fundamentada en la alternativa del diseño sistemático y el diseño fenomenológico en su vertiente empírica psicológica, enfocada en el estudio de experiencia y vivencias de los adolescentes y jóvenes, relacionadas con los aspectos que les definen, asemejan y unen entre sí, y que, al mismo tiempo, les diferenciaron de otros grupos etarios, fundamentalmente adultos. Los datos cuantitativos se insertaron en el esquema central, con un diseño no experimental, de alcance descriptivo (Hernández et al., 2014; Íñiguez y Muñoz, 2004; Sautu, 2005; Sautu et al., 2005; Sautu, 2005; de Souza, 2010; de Souza et al., 2007; Strauss y Corbin, 1998).
En consecuencia, se privilegiaron los métodos cualitativos que propician la relación sujeto investigador-sujeto investigado, lo cual supone el reconocimiento de la participación activa de los sujetos en la producción de datos, devenidos conocedores expertos de sí mismos y de su contexto. Además, Carolina de la Torre (2001, pp. 110-111) subraya:
La relevancia de los límites en las relaciones inter e intraidentidades, cuya demarcación se realiza a partir de las semejanzas y diferencias, que no siempre son esenciales, estables o totalmente objetivas, pueden ser relativas, cambiantes, emergentes y socialmente construidas, trayendo consigo mayor o menor homogeneidad o heterogeneidad a lo interno de cada identidad, grupo o categoría. Los límites pueden ser objetivos y reales, pero también subjetivos y construidos; por ello, para que funcionen deben ser percibidos en tanto tales, sin obviar su valor de continuidad. Este proceso está socialmente condicionado, y en este orden apunta que los contenidos y contornos de las identidades se hacen más evidentes y conscientes, según las experiencias concretas y las manipulaciones creadas y reforzadas desde el poder.
Por último, se asumió el enfoque psicosocial, que comprende la interpenetración de lo macro, lo micro y lo individual, expresado en la conexión entre los procesos que se producen a nivel personal, grupal y de la sociedad más general (Martín-Baró, 1983; Montero, 2010; Morales, 2017a; 2017b; 2017c). De ahí que se estudien las identidades a partir de la subjetividad de adolescentes y jóvenes en tanto individuos e integrantes de grupos pequeños, pero en el entendido de que sus construcciones subjetivas constituyen una (re)producción social contextualizada por un entramado de instituciones, políticas y significados de un determinado momento histórico. De ahí la indagación en la percepción de oportunidades y limitaciones en el desarrollo personal. Por lo tanto, la caracterización de las expresiones identitarias se concibió en sus dimensiones: cognitiva -conocimiento de sí compartido-, afectiva -en calidad de sentimientos generados por la pertenencia- y conductual.
Los datos cualitativos emergidos de las preguntas abiertas del cuestionario se categorizaron en una hoja de cálculo de Microsoft Excel, a la vez que se convirtieron en valores numéricos para su análisis con el paquete estadístico para Ciencias Sociales SPSS, a través de estadísticos descriptivos para respuestas simples y múltiples, según correspondió.
En el proceso de análisis se efectuaron comparaciones entre las bases de datos cualitativa y cuantitativa, de lo que derivaron inferencias cuantitativas, cualitativas y mixtas o metainferencias, las que se conectan con los hallazgos y conclusiones. La triangulación de información procedente de diversas herramientas y la consistencia con los resultados de investigaciones anteriores aportaron solidez a los análisis y las conclusiones. A la vez, las divergencias encontradas fueron comprendidas como expresión de la complejidad del proceso investigativo, que sirvieron de base para la revisión crítica de los propios referentes teóricos y metodológicos empleados.
Los procedimientos seguidos durante el proceso de aplicación de las técnicas estuvieron de acuerdo con las normas éticas del comité científico y editorial del ICIC, institución que supervisó la ejecución de la investigación en cuestión, solicitando el consentimiento informado a todos los integrantes de la muestra.
Resultados
Los modos en que las personas organizan sus interacciones y prácticas cotidianas; así como las mediaciones que intervienen en los procesos de socialización, también forman parte de la noción de identidad cultural asumida en la investigación. De ahí que se explore, en su subdimensión asociativa, el entramado resultante de los objetos y las personas significativas, las prácticas y tradiciones culturales, con énfasis en las recreativas y alimentarias.
Objetos significativos para los jóvenes
Para los jóvenes estudiados, los objetos de mayor significación se avinieron con el contexto socioeconómico y tecnológico en el que viven. Es por ello que la categoría Tecnología (51%) tuvo la primacía como se muestra en la Figura 1. De los tres objetos que los jóvenes podían mencionar como los más importantes en su vida diaria, en promedio, 2.7 respuestas concernieron a algún elemento tecnológico o vinculado a esta área: “teléfono, audífonos, PC, la tablet, videoconsolas, internet”.
El celular constituyó el artefacto más importante para los jóvenes, dado por la convergencia de aplicaciones y posibilidades que ofrece para la comunicación, el esparcimiento, la organización y la superación. Su penetración fue tan relevante que los entrevistados en el grupo de discusión señalaron la predisposición favorable a la permanente localización o conexión a internet y el displacer como principal consecuencia subjetiva ante la separación o el agotamiento del paquete de megas para dicho acceso: “Por la mañana todo el tiempo oigo música cuando voy para la escuela y si no tengo el teléfono me siento extraña, y cuando tengo datos todo el tiempo me estoy conectando […] y cuando se te acaban los megas te sientes mal”. “Yo sin el teléfono no puedo vivir porque ahí está el que te va a llamar, la música […] yo sí quiero estar localizada”.
Sin embargo, en este espacio se observó una clara distinción intragrupal entre quienes emitieron los comentarios anteriores, cuya edad osciló entre los 17 y 20 años, y aquellos con más de 26 años de edad, que refirieron un funcionamiento con mayor nivel de independencia del celular, lo que pudo estar condicionado por el establecimiento del vínculo con estos objetos en edades más tardías del desarrollo psicológico: “El teléfono lo tengo por necesidad porque sinceramente me siento mucho mejor cuando no lo traigo, no me gusta estar localizada. El teléfono a veces me molesta o me interrumpe cuando estoy haciendo algo […] que a veces es más importante que la llamada”. “Antes éramos más libre cuando no teníamos el teléfono. A veces vas a estar un ratico nada más con tus amistades y están revisando una conversación que están teniendo supuestamente en tiempo real en WhatsApp y no están aprovechando el momento que están contigo”.
En segundo lugar, fueron referidos los objetos personales (25%), destacando la “ropa y los zapatos”, y con ello la satisfacción de necesidades de reconocimiento social y autoafirmación típicas de la edad. Sin relevancia estadística, pero importante desde el análisis cualitativo, emergieron contenidos asociados al Dinero (6%), el Conocimiento (4%), las Sustancias tóxicas (2%), la Comida (1%) y las Armas (1%). La alusión al dinero y las sustancias tóxicas: “cigarro (la mayoría); fumar, beber”, tanto en el cuestionario como en el grupo focal, indicó su posicionamiento en el universo cultural de los jóvenes, que se complejiza ahora con la clara referencia a la portación de armas blancas: “la chaveta, el cuchillo”.
La adquisición de saberes en cualquier variante sigue siendo una opción preferida por los jóvenes, pues los objetos que le representaron apenas fueron mencionados: “libros”; en tanto, la alimentación marcó su presencia desde la carencia: “comer bien”. Por último, hubo un conjunto de respuestas No ajustadas (10%) a la pregunta, pero que subrayaron la importancia de la recreación, las relaciones de pareja, el reconocimiento social y la actividad sexual como peculiaridades de esta generación: “fiesta; una pareja que te haga feliz; llevarse bien con los vecinos; popularidad; sexo”.
En el caso de los grupos de jóvenes estudiados, y probablemente fuera de estos, el mundo objetal estuvo signado por las tecnologías de la época. El mundo digital dinamizó los diferentes ámbitos de las relaciones interpersonales, intergrupales y sociales en general, a pesar de las limitaciones que tiene el país en tal área.
Prácticas recreativas culturales: actividades, compañías y lugares de preferencia
Las prácticas culturales son reconocidas como parte indisoluble de la identidad cultural e incluyen variedad de aspectos; aquellas que tienden a perdurar por largos periodos y permiten reconocer las especificidades de determinados grupos, pueden catalogarse de tradiciones. En este caso se indagó en las asociadas a la recreación, explorando la preferencia por determinadas actividades, compañías y lugares de diversión tradicionales (Colombres, 2014; de la Torre, 1995; Zamora, 2000).
Las actividades recreativas preferidas estuvieron vinculadas fundamentalmente, como se aprecia en la Figura 2, a Paseos (46%), fiestas y experiencias fuera del hogar, las que en general expresaron versatilidad en las opciones e indicaron la necesidad de desbordar las fronteras físicas que impone el hogar: “playa, piscinas; campismos; salir por la noche”, con escasa referencia de asistencia a teatros y cines.
En el segundo escaño fue para la Actividad deportiva (12%), elegida fundamentalmente por los hombres (60%), destacando los juegos de equipo como el futbol, de pelota y, en menor medida, la práctica de ejercicio físico y nadar. Esto acentuó, una vez más, la importancia otorgada por los jóvenes a la socialización con los otros, a la interacción y al intercambio como rasgo distintivo de la identidad cultural de esta etapa del desarrollo.
En tercera posición se colocaron la Tecnología (10%), la Actividad sexual (7%), la Actividad diaria (6%), la Música/TV (6%) y la Relación interpersonal (6%). En cuanto a la primera, las narrativas estuvieron orientadas a la interacción con el móvil u otro artefacto semejante: “conectarme a internet; jugar videojuegos; textear; hacer selfies para publicar en Facebook”. Por otra parte, los comentarios asociados a Actividad sexual tuvieron una connotación desfavorable, sin vislumbrarse asociados a sentimientos afectivos: “sexo; follar; videos xxx”. De igual manera, las respuestas referidas en Actividad diaria -también mayoritaria en hombres (61%)-, apuntaron de manera concreta a acciones simples: “comer; dormir; pelarme; bañarse”, vinculadas a la reposición de las condiciones físicas. Resultó curioso el porcentaje que ostentó la categoría Música/TV: “oír música; mirar series y pelis”, pues de acuerdo con los antecedentes se esperaba una presencia mayor (Linares et al., 2008; Linares et al., 2010). Por último, la Relación interpersonal distinguió el énfasis en la afectividad entre amigos: “disfrutar entre amigos; salir con mis amigos; hablar con los amigos”, por lo que otra variante del análisis de esta categoría pudo fusionarse con Paseo, representando el 52%.
Continuó siendo marcadamente minoritaria la alusión al Estudio (4%) como práctica placentera dentro de la identidad cultural. Por último, se estimó a partir de la reiteración de las Sustancias tóxicas (3%) en este y en otros indicadores analizados, que esta práctica tiene un fuerte arraigo en un sector de la población joven.
Las apropiaciones culturales transitaron de modo especial por las relaciones interpersonales, pues fueron justamente los seres humanos quienes codificaron y decodificaron los significados anclados en los objetos. De ahí que en las prácticas recreativas -para encuestados y entrevistados en el grupo focal- fueron las amistades (41%) las figuras seleccionadas por excelencia para fungir en calidad de compañías significativas en las actividades y espacios predilectos. Las referencias a los miembros de la familia se hicieron a través de la evocación al grupo en sí mismo o de la mención de miembros específicos (padres, hermanos, primos y tíos). La agrupación de estos apelativos colocó a la familia en segunda posición (27%) seguido de la pareja (25%). De acuerdo con estos datos la recreación, que es la prioridad de estos sujetos, llegó de la mano de amistades y familiares, que son los canales fundamentales de su socialización.
Por otra parte, los lugares predilectos mencionados por los encuestados y entrevistados estuvieron en coherencia con las actividades preferidas antes comentadas, como muestra la Figura 3. En la primera posición aparecieron los centros nocturnos de diverso tipo (36%) ya sean bares, discotecas o fiestas. Se presumió que esta preferencia generó importantes insatisfacciones, pues los datos del grupo focal y del cuestionario indicaron que tales espacios resultaron en extremo costosos, si se compara con los ingresos personales y familiares en general; esto condicionó la planificación y la asistencia a estas instalaciones: “los fines de semana cuando hay dinero”.
Tal situación la enfrentaron de diversas maneras: unos reordenando o constriñendo el consumo en esta esfera; reubicando los encuentros, reemplazando los espacios por otros que requirieran menos presupuesto, ponderando la interacción con las amistades y manteniendo la inclinación por el ámbito público en un diseño cercano a la intención inicial. Otros mostraron mayor frustración, menos flexibilidad y capacidad para elaborar alternativas ante la limitación de recursos económicos. Se produjeron cambios importantes que restringieron la satisfacción de sus necesidades de esparcimiento: “Lo importante es la experiencia que uno vive con las amistades. Las veces que he ido sin dinero la he pasado mejor que con dinero, porque no tenemos la preocupación, es lo que hay en el momento y me ha enseñado el valor del dinero, de la amistad, de todo”; “Mi experiencia es diferente, porque yo no salgo a la calle si no tengo dinero, a pasar trabajo, a los bares hay que ir con 30,00 CUC”.
Unido a lo anterior, los adultos jóvenes señalaron la falta de tiempo como otra causa que afectó la satisfacción de sus necesidades de esparcimiento, pues el cúmulo de responsabilidades o proyectos favoreció la eterna postergación y el cambio de opciones recreativas. Las narrativas expresaron: “Estamos hablando mucho dinero y a veces tenemos el dinero, pero no tenemos el tiempo para ir a cualquier lugar. A mí me pasa que todas mis amistades tienen un plan y todo el mundo se ha separado. A veces piensan que el dinero es lo que más vale y lo que más vale es el tiempo”.
En segunda instancia se colocó entre los lugares predilectos para el esparcimiento el Hogar propio, de la pareja o de algún amigo (15%): “No hay dinero, pero mi casa siempre está llena de amistades jugando Play Station, dominó o cartas. Son amistades mías, de mis padres, de mi novio”. Otros lugares que gozaron de preferencia entre los jóvenes fueron aquellos que permitieron disfrutar directamente de la Naturaleza (13%): “playa, campismo, campo”, los Parques Wifi (11%) para la conexión a internet y las zonas Céntricas (10%) del Vedado y La Habana Vieja: “Malecón, Coppelia”. En todos estos las incursiones suelen ser más económicas que en los Nocturnos. Según los entrevistados: “Para pasarla bien no hace falta el dinero, que simplemente tú estás así con los amigos y dices vámonos para la playa, y coges una guagua y te vas y la pasamos bien. Y si aparece algún dinero nos compramos una cerveza, compartimos”.
Sin relevancia estadística fueron mencionados la Escuela (4%), el Barrio (4%), las instalaciones Culturales (3%): “cine, teatro, museos, conciertos”, Recreativas (3%): “restaurantes, hoteles”, y Deportivos (1%); así como las Tiendas (0.3%) y los Países (0.3%). En cuanto a la asistencia a espacios culturales, en la discusión grupal se expresaron criterios por jóvenes y adultos jóvenes, que apuntaron a la percepción de una disminución de las acciones públicas que favorecieran la concurrencia de jóvenes a teatros y demás locales culturales, dejando mayor margen a la propuesta de los bares. Al respecto comentaron: “Cuando yo estaba más jovencita, había muchos más proyectos de cosas divertidas para hacer y ahora se ha quedado encasquillado en los bares y no hay más nada. Se hacían fiestas en los parques, había incluso muchas obras de teatro. Y ahora te quedas así y dices dónde hay una fiesta. No hay fiestas. La gente no sale porque no tiene dinero. Y no hay nada qué hacer”; “A veces no entiendo que tenga que ir a un lugar donde me van a cobrar cinco veces el precio que cuesta una cosa, y al final te quedas con que te gastaste 40 dólares y no tienes ni un mareo, que el trago no estaba ni bien preparado y me trataron mal”.
Tradiciones culturales para los jóvenes
La exploración en torno a prácticas culturales de larga data y reconocida significación cultural, asumidas en calidad de tradiciones culturales reportó informaciones discretas. En las respuestas de los jóvenes -encuestados y grupo de discusión-- no se advirtió el reconocimiento o la apropiación de usanzas pertenecientes a generaciones anteriores, ni la gestación de costumbres culturales, políticas, sociales o recreativas propias.
En general, los contenidos evocados por los encuestados enunciaron aspectos ya analizados en indicadores anteriores, como se aprecia en la Figura 4. La Recreación (30%) y la Tecnología (15%) volvieron a ser jerarquizadas. Su articulación produjo la presencia en las redes sociales de las actividades recreativas, mediante la publicación de fotos personales y grupales, así como la obtención de likes en Facebook, que dinamizaron las nuevas maneras de interacción: “pasarse el tiempo frente a una pantalla, tirarse fotos donde quiera”; “conectarse todos los días para ver cuántos likes tiene su foto”.
Las categorías Actividad diaria (9%), Sustancias tóxicas (8%), Antivalor (7%), Música/TV (5%) -referido sobre todo por personas de piel negra (41%)-, Crítica a la identidad (5%), Actividad sexual (4%), Moda (2%) y Ninguna (0.2%); expusieron desde diferentes áreas cómo los jóvenes han incorporado comportamientos no saludables -descritas desde la aceptación o el rechazo-; que abogan por la vulgaridad, la banalidad, el consumismo y la vagancia. Por la novedad de sus contenidos se amplía:
Actividad diaria: “Dormir todo el día; pedir merienda a los compañeros”.
Sustancias tóxicas: “Empastillarse; tomar mucho café en las mañanas y alcohol en la tarde-noche”.
Antivalor: “Decir malas palabras, salir sin permiso y llegar tarde; molestar a la gente; faltar el respeto, ser irresponsables; robar; poner la música alta, dañar la propiedad social; la guapería”.
Música/TV: “Música repartera”.
Crítica a la identidad: “Entretenerse en cosas no muy útiles; a que se lo den todo, a no trabajar, a la vida fácil; perder el tiempo”.
Actividad sexual: “Follar; sexo; descargarse”.
Solo las categorías Estudio (5%): “asistir a la escuela”; Relación interpersonal (4%): “cocinar en familia; pasar tiempo en familia; ser leales a los amigos”; Actividad deportiva (2%): “jugar algunos deportes; hacer ejercicios”; Tradición (2%), Trabajo (1%) y Educación formal (1%): “cortesía, respeto”, fueron alusivas a cualidades favorables en la dinámica cotidiana de los jóvenes.
En términos de Tradición solo se situaron las conocidas fotos por la celebración de los quince años para las mujeres -referido principalmente por estudiantes de la ESBU (86%)- y otras prácticas que trascendieron lo juvenil: “tirarse las fotos de los 15 años, excursión por la graduación de la universidad; comer carne el 31, bañarse en el primer aguacero de mayo”. En cualquier caso, no revelaron innovación. Por otra parte, en cuanto a la identificación con la condición de ser cubanos, las imágenes descritas no denotaron variedad de afectos. Los planteamientos tendieron a un mismo ordenamiento y no se observó fraccionamiento en el interior de la muestra. Al respecto las siguientes narrativas: “A mí me encanta mi tierra. Yo soy guajiro, me gusta la tierra, me gustan las costumbres”; “Los valores que te dan aquí. La forma de ser de nosotros. Nos gusta la fiesta, nos gusta salir. Hay países que es computadora todo el tiempo, aunque aquí también tenemos tremendo vicio con la tecnología, pero no es igual”.
Alimentación para los jóvenes
En cuanto a las prácticas culturales atinentes a la alimentación, se notó la influencia de la desventajosa situación económica nacional que ha marcado al país en la época más reciente, agravada en los últimos años, y que ha depauperado de modo notable el abastecimiento de alimentos con la calidad, cantidad y variedad requerida para satisfacer el esquema alimentario tradicional.
Predominó entre los jóvenes la tendencia al consumo de Comida insana o chatarra (53%), lo cual debió estar asociado a la creciente oferta de este tipo de productos en distintas variantes y por diferentes vías, reproduciendo modelos hegemónicos: “Muy mala, las tiendas están vacías y no hay chuchería para los niños”.
En menor medida se situó el consumo de Comida sana (21%) -frutas, vegetales y proteínas- y Comida italiana (17%), esto último con referencia exclusiva a pizzas y espaguetis. La Comida cubana (9%) tuvo escasa relevancia y en general no se representó en los platos más reconocidos en la cultura culinaria, sino en aquellos alimentos que se gestionaron con más facilidad en la cotidianidad: “frijoles negros, aguacate y huevo hervido”. Por otra parte, muy pocos se inclinaron por la Comida americana (1%), en alusión expresa a la hamburguesa que reproduce el estilo McDonald.
A modo de resumen, la Tabla 1 muestra las semejanzas favorables o desfavorables de los contenidos de las categorías que emergieron en los tres indicadores de la subdimensión valorativa de la identidad cultural de los jóvenes estudiados.
Objetos significativos | Prácticas recreativas culturales | Tradiciones culturales | |
---|---|---|---|
Actividades preferidas | Lugares preferidos | ||
No ajustado | Paseos Música / TV Relaciones interpersonales |
Centros nocturnos Hogar Naturaleza Zonas céntricas Barrio Centros recreativos Centros culturales |
Recreación Música / TV Relaciones interpersonales |
Tecnologías | Tecnologías | Parque Wifi | Tecnologías |
Conocimiento | Estudio | Escuela | Estudio Educación formal |
- | Actividad deportiva | Centros deportivos | Actividad deportiva |
Sustancias tóxicas | Sustancias tóxicas | - | Sustancias tóxicas |
Objeto personal Dinero | - | Tienda | Moda |
Comida | Actividad diaria | - | Actividad diaria |
No ajustado | Actividad sexual | - | Actividad sexual |
Armas | - | - | Antivalor Crítica a la identidad |
- | - | Países | Emigración |
Fuente: Elaboración propia
La estrecha relación que guardaron los indicadores estudiados en esta subdimensión -objetos significantes, actividades y lugares preferidos y tradiciones culturales- expresaron la consistencia y coherencia de los resultados obtenidos en la investigación. En esta agrupación no se incluyeron ni las compañías significativas ni las tradiciones alimentarias, dado que la naturaleza de su contenido no favoreció la comparación.
Discusión
Las culturas han cristalizado en objetos de distinto tipo, los cuales han hecho posible al paso del tiempo conocer las particularidades de los sujetos y sus interacciones. Se apreciaron importantes coincidencias en las percepciones de los jóvenes y las diferentes prácticas culturales que centraron la socialización en su vida cotidiana. Las mediaciones destacaron tres aspectos de primer orden: el acomodo a las condiciones económicas del país, el desarrollo de la tecnología y las regularidades psicológicas propias de la edad. A pesar de la limitada infraestructura del país en el área de las telecomunicaciones, los equipos tecnológicos más factibles -móviles, tablet, bocinas USB- mediaron, en general, las relaciones interpersonales, intergrupales y sociales y, por tanto, resultaron fuente de información y formación cultural. En torno a ellos la mayor parte de los jóvenes construyeron su comunidad.
Otras mediaciones, relevantes por su connotación cualitativa, ya que su reiteración fue minoritaria, fueron la alusión a dinero, cigarro, alcohol, drogas, armas blancas, sexo despojado de afecto y conductas antisociales. Estos objetos y maneras de comportamiento han sido incluidos como moneda de cambio relevante en las relaciones interpersonales, a la vez que concentraron expresiones culturales, coincidente con algunos de los resultados de Díaz et al. (2017). Estas expresiones pudieran vincularse a necesidades de autonomía, independencia y rebeldía, canalizadas desde la asunción de conductas aceptadas en los grupos de pertenencia y que avalan un lugar. Estos elementos reseñan la presencia creciente de objetos que los estudios tradicionalmente colocan en el perfil de grupos marginales, coincidiendo con los resultados obtenidos por Morales et al. (2002), en poblaciones juveniles con desventajas sociales.
En lo referente a objetos significativos, como lo es el uso del móvil, se observaron posturas que fluctuaron desde el apego absoluto hasta el rechazo. Algunos jóvenes subrayaron la preocupación ocasionada por la ininterrumpida conexión de sus coetáneos cuando estaban socializando en grupos, poniendo énfasis en la importancia de la afectividad y de la delimitación del rol destinado a las tecnologías.
Las prácticas culturales recreativas pusieron énfasis en actividades orientadas al encuentro, interacción y socialización con los coetáneos, a través del goce grupal de opciones artísticas, gastronómicas o vinculadas a la interacción con la naturaleza. Sin embargo, se aprecia que el consumo en espacios estatales o privados está siendo sustituido por el ámbito doméstico o espacios abiertos debido a su inaccesibilidad económica. Resultados similares obtuvieron otros estudios cubanos, realizados desde la conceptualización de la recreación en el Centro de Estudios Sobre la Juventud (Colectivo de autores, 2013), como los que obedecieron a la teorización del consumo y la participación cultural propuesto por el ICIC (Linares et al., 2008).
Por otra parte, se ratificó una importante regularidad psicológica para esta etapa de la vida al mantener, coetáneos y familiares, la centralidad en los procesos de socialización que canalizaron las apropiaciones culturales. La figura materna centró la mediación familiar, coherente con el modelo patriarcal que coloca en las mujeres el núcleo de los procesos formativos y comunicativos en el ámbito doméstico.
En cuanto a las actividades recreativas, los jóvenes re-significaron el uso tradicional de algunos espacios con la finalidad de ajustar sus aspiraciones y modelos de consumo a sus deficientes condiciones socioeconómicas. Como alternativa al bajo poder adquisitivo emerge el ámbito doméstico como espacio para la recreación, ya reportado en los estudios de consumo cultural. Ello supone el repliegue espiritual de individuos y grupos y, por tanto, un cambio obligado con respecto a prácticas recreativas de generaciones anteriores.
En el ámbito de las tradiciones alimentarias, la culinaria cubana fue relegada por la preferencia a la comida chatarra e italiana. El desmejorado escenario económico existente en el país ha depauperado la presencia de la auténtica comida criolla en el espacio doméstico y público, lo que ha propiciado la proliferación de ofertas gastronómicas típicas de la cocina rápida internacional y de la italiana.
En general, se reconocieron pocas tradiciones conservadas, restauradas o elaboradas por la población joven. Las maneras asumidas actualmente para la recreación ponen énfasis en las relacionadas con el acceso a móviles y redes sociales. Además, impresionó la desconfiguración de las manifestaciones habaneras de culturas juveniles, asentadas fundamentalmente en calle G y en el Malecón (Pañellas, 2019), durante las primeras décadas del presente milenio. Las intervenciones adultocentristas y estigmatizantes -en no pocos casos- coactaron los comportamientos juveniles que irrumpieron en el escenario capitalino apropiándose de espacios importantes, y comunicando formas de existencia de lo juvenil diferentes a las conocidas, establecidas y controladas.
Junto al reconocimiento llegó el debate y el combate, y ello implicó para esa generación la desmovilización, la vuelta a la rutina como grupo social y la pérdida de autonomía e identidad. En la actualidad, la efímera estructuración de los diversos teams que poblaron zonas céntricas habaneras (Pañellas, 2019) hicieron pensar en fugacidad y fragilidad de las innovaciones. Los jóvenes estudiados desconocen sus potencialidades para producir y transformar símbolos que identifiquen su época, y tienden a reproducir patrones ajenos.
Los rasgos distintivos de la identidad cultural se encontraron fuertemente impactados por el desfavorable contexto socioeconómico y el incremento de la pobreza, las desigualdades y las exclusiones, que contrastan con el ascenso del respeto a las diversidades de género y orientación sexual. La pertenencia a diferentes grupos socioclasistas apareció como el sustrato esencial de las distinciones, y del reconocimiento de la pluralidad de apropiaciones y manifestaciones de la identidad cultural, en tanto, los grupos de jóvenes estudiados no mostraron diferencias sustanciales en atención a las características demográficas, ocupacionales o territoriales, de manera que la heterogeneidad constatada no agredió la homogeneidad identitaria.
Por último, queremos destacar que, aunque mucho se ha debatido sobre el condicionamiento social de las edades, la edad psicológica, la construcción cultural de las edades y la construcción generacional de la cultura (Domínguez, 2006; Feixa, 1996; Morales, 2017c), la edad biológica es un marcador fundamental para determinar la etapa de la juventud. En nuestra opinión, la presente investigación no escapó de esta constricción, que se establece, a la luz de toda la producción en cuestión, como una limitación metodológica.
Conclusiones
A modo de conclusión podemos comentar que la construcción identitaria de los jóvenes estudiados está contextualizada y transversalizada por aspectos ideológicos, axiológicos y socioeconómicos, que reflejan tensiones presentes actualmente en el país. La desfavorable situación económica incide directamente en el incremento de desigualdades sociales; equidistantes de las nociones de equidad y justicia social que preconizan las políticas sociales. A la par, se empieza a instituir nuevamente la criticada cultura del tener, de origen capitalista y consumista, que rivaliza con la preferencia por preceptos dignificadores del ser humano; así como la extensión y profundización de la influencia de modelos culturales hegemónicos en contraposición con la ascendencia de patrones autóctonos y contrahegemónicos. La concurrencia de esas condiciones actúa mediada por la retadora e insoslayable apropiación de las tecnologías y plataforma digitales.
En el contenido de la subdimensión asociativa destacaron la sociabilidad y las relaciones afectivas para los jóvenes donde se advirtió continuidad en lo que se reconoció como identidad cultural cubana. Sobresalió la interacción sistemática y abierta, que favoreció a amigos y familiares y que aprovechó los distintos espacios existentes, pero menoscabada por la superficialidad de tradiciones y costumbres enriquecedoras.
Hubo una fuerte transversalización de las tecnologías en todas las esferas, al margen de la infraestructura que la soporta, donde se visualizó confluencia de la identidad cultural y generacional, en tanto sus usos más importantes estuvieron enfocados hacia la socialización y la pertenencia a los grupos reales -offline- y virtuales -online- (Facebook, WhatsApp). En el orden asociativo se notó un predominio de la preferencia por contactos entre coetáneos, mediante nexos directos o empleando las tecnologías digitales; así como prácticas culturales centradas en la diversión, con tendencia a lo grupal asentado en espacios privados con el fin de significar el estatus socioeconómico. No se reconoció gestación de tradiciones propias, ni reproducción de las costumbres de generaciones precedentes.
Las cualidades relativas a la subdimensión asociativa adjudicadas a los jóvenes estuvieron acompañadas por afectos positivos. Sin embargo, no debe perderse de vista la presencia de posiciones acríticas a conductas inadecuadas, incluso reprochables socialmente.
En el interior de la muestra existen formas diversas de identidades culturales, que se pudieran agrupar en tres variantes no necesariamente excluyentes, más bien concomitantes: tradicional, actualizada y emergente. La primera hace referencia a una forma de identidad cultural más tradicional, conforme y legitimadora de los patrones preestablecidos en torno a la cultura cubana y al ser joven. La segunda, alude a una identidad cultural que se ha incorporado contenidos derivados de modelos culturales nacionales y foráneos generados en tiempos recientes, que la hace potencialmente productiva e innovadora. En la tercera y última variante, predomina la asimilación de modelos culturales nacionales y foráneos generados en tiempos recientes, y tiende a la pérdida de contenidos tradicionales, con un fuerte condicionamiento del deterioro de las condiciones económicas y sociales del país.
Los resultados de esta investigación posibilitaron intercambios sobre el tema entre investigadores y decisores de institutos, consejos y direcciones para armonizar concepciones y trazar estrategias encaminadas al fortalecimiento o reconfiguración de la identidad cultural, en especial de los jóvenes.