Introducción
En el estado mexicano de Sinaloa, el narcotráfico tiene más de cien años (Córdova, 2011); en sus inicios operaba a través de redes chinas de base étnica y familiar (Grillo, 2012; Valdés, 2013). Muchos años después se formaron agrupaciones más sofisticadas, como el cártel de Guadalajara que devino en el cártel de Sinaloa (Hernández, 2010), considerada la organización narcotraficante más poderosa en la actualidad (Esquivel, 2016).
La narcocultura es una de las repercusiones más notables del narcotráfico en Sinaloa, en donde a quienes realizan prácticas asociadas con ella se les conoce como buchones (Burgos, 2012). Existen espacios públicos o privados donde abundan los símbolos y significados de la narcocultura (Mondaca, 2012), aquí se les denomina campo buchón para, desde la perspectiva de Pierre Bourdieu, visibilizar que son espacios de fuerza, esto es, de relaciones sociales donde los buchones se organizan por jerarquías e intercambian y disputan capitales de distintos tipos: económico, simbólico, social y bélico1 (Núñez-González, 2017a).2 El campo funciona porque los participantes comparten e interiorizan un conjunto de reglas sociales, y eso permite evitar el azar. La illusio es la creencia de que el juego tiene sentido y vale la pena jugarlo, pues quienes participan están interesados en las recompensas -capitales- que ofrece (Bourdieu, 2000, 2007).
Con base en las evidencias recopiladas, relacionadas con las distinciones y jerarquías entre los participantes en el campo buchón, se consideró importante analizarlo a través de la categoría de honor, vinculada con la masculinidad.3 Las preguntas que se establecieron fueron ¿el honor masculino genera una distinción entre los hombres del campo buchón?, ¿qué masculinidades existen en él?, ¿qué aspectos configuran la masculinidad en esos ámbitos?, y ¿cómo se realizan los performances de la masculinidad honorable? El objetivo fue analizar la forma en que los agentes interpretaban como “honorables” las prácticas performativas de la masculinidad que se realizan en el campo buchón, y le otorgaban honor a quien las lleva a cabo. Se encontró que realizar un performance masculino, a través de prácticas consideradas honorables, permite clasificar a algunos hombres en la categoría de “viejón”, y esto posibilitó la construcción del modelo heurístico que aquí se denomina “masculinidad viejona”, que consiste en un tipo ideal que agrupa prácticas en el campo buchón que proporcionan el capital simbólico de hombre honorable. Este aporte permite avanzar en la comprensión de los efectos del narcotráfico en los ámbitos culturales, pues son pocos los estudios que vinculan la masculinidad y el honor con esta actividad ilegal.
En el artículo, primero aparece una revisión de los conceptos relacionados con el narcotráfico, la narcocultura y sus industrias culturales; además del género, las masculinidades y sus características. Después hay estudios que analizan la interrelación entre dichas categorías. También se describe la metodología utilizada para la recopilación de datos que dieran cuenta de la relación entre el honor y la masculinidad en los ámbitos de la narcocultura y, por último, se exponen y discuten los resultados obtenidos.
Marco teórico y estado del arte
Narcotráfico, narcocultura e industrias culturales
El narcotráfico es la actividad que consiste en producir o traficar sustancias psicoactivas ilegales (Ovalle y Giacomello, 2006); en México es una industria de gran rentabilidad, violenta, impune, corruptora y dominante (Buscaglia, 2013; Cordova, 2011; Héau, 2010; Pontón, 2013; Rodríguez, 2016; Solís, 2013; Valenzuela, 2002), y en la que también participan policías, altos funcionarios, jueces, agencias gubernamentales, empresarios y medios de comunicación. Al dedicarse a dicha industria, los narcotraficantes amasan capital económico, bélico, social y cultural, condición que los distingue del grueso de la población. La jerarquía que tienen los narcotraficantes en la estructura productiva repercute en la cantidad y calidad de los capitales a los que acceden, lo que condiciona sus prácticas (Andrade, 1999; Astorga, 1996; Blancornelas, 2003; Grillo, 2012; Mauleón, 2010; Osorno, 2010; Ravelo, 2010; Reveles, 2012; Tercero, 2011; Valdez, 2010).
Esos capitales les permiten hacer un performance de la narcocultura, entendida como un conjunto de prácticas, valores, creencias, actitudes y símbolos asociados con los narcotraficantes y adoptados, en mayor o menor medida, por la población. Entre las formas objetivadas de la narcocultura se pueden encontrar los siguientes: vestimenta costosa, vehículos de lujo, música de narcocorridos dedicada a ellos, figuras religiosas católicas, consumo ostentoso, acciones filantrópicas y otras no reconocidas por la Iglesia. Sus significaciones se relacionan con: poder, machismo, consumismo, poder adquisitivo, altruismo, heterosexualidad, marginación, estatus, importancia, regionalismo, paternalismo, identidad de clase y exclusión, entre otras (Burgos, 2012; Córdova, 2005; Mondaca, 2012; Moreno, 2009; Núñez, 2017; Sánchez, 2009).
La narcocultura ha generado una industria cultural y creativa apologética del narcotráfico, que incluye canciones, series televisivas, películas, videos musicales y páginas de internet, cuyos discursos retoman la vida del narcotraficante y su efecto es naturalizar, normalizar o legitimar sus acciones, a través de contar sus hazañas con admiración o valoración (Núñez-González, 2017a).
El género, las masculinidades y el campo buchón
Género es una categoría científica, refiere que muchos comportamientos de hombres y mujeres, que en las sociedades patriarcales son explicados a partir de la naturaleza o designios divinos, en realidad son aprendidos, esto es, son de factura sociocultural e histórica. Remite a que en la sociedad existe un sistema de ideología y práctica que instaura una diferencia sexual binaria sobre los cuerpos humanos descalificando así la intersexualidad, ya que los adscribe a los dominios simbólicos y sociales excluyentes, jerarquizados de lo masculino y femenino, que promueve y valora su heterosexualidad (Núñez, 2011), como destinos “naturales” descalificando otras configuraciones de género y de orientación sexual; a esto se le suele llamar sistema sexo-género,4 de distinción y dominación masculina, androcéntrico y heterosexista (Bourdieu, 2000).
Los campos de análisis de los estudios de género son diversos: a) los feministas, que han procurado describir y explicar los malestares de las mujeres y sus condiciones múltiples de opresión, dominación, subordinación, explotación, marginación y segregación; b) los de la diversidad sexual, en particular a partir del enfoque teórico queer, que han refutado el planteamiento ideológico patriarcal sobre la coherencia entre el sexo, el género y la orientación sexual, y cuestionado las relaciones de poder que la sociedad impone a las personas a partir de sus cuerpos y c) los de género de los hombres y las masculinidades, que analizan los significados y prácticas que construyen las formas de ser hombre y de masculinidad en las sociedades humanas y su papel en la construcción de prácticas, relaciones sociales, identidades e instituciones (Núñez, 2016).
En una sociedad determinada existen procesos pedagógicos y de socialización sobre cómo ser hombre y masculino (Núñez, 2004). Los estudios sobre los hombres y las masculinidades plantean que las experiencias de éstos son moldeadas por ideologías de género y ello influye en sus vidas, relaciones cotidianas e identidades (Minello, 2011), ya que no solo están influidas por la estructura de género, sino que se intersectan con las de clase, etnia, “raza”, edad y otras. La hombría se construye socialmente, y varía a lo largo de la historia y de las sociedades humanas (Connell, Hearn y Kimmel, 2014).
Con el apoyo del planteo teórico de Butler (1990), pero adaptado a la masculinidad, se puede decir que ésta, como cualquier identidad, se construye a través de actos reiterativos en el marco de la compleja tecnología de poder que es el sistema sexo-género. En su trabajo sobre jóvenes y violencia, Cruz define las prácticas performativas de la masculinidad como las “prácticas sociales de violencia que se materializan en el cuerpo de los jóvenes y denotan riesgo, avasallamiento, provocación, intimidación y agresión, pero también defensa, afecto, protección y solidaridad con sus agremiados o familias” (2014, p. 623). Otros teóricos refieren más aspectos de las masculinidades, como el honor (Bourdieu, 2000), la fuerza física (Bourdieu, 2000; Gilmore, 2008), el poder y la dominación (Bengtsson, 2016; Bourdieu, 2000; Fuller, 2012; Kaufman, 1995), la disposición a la violencia (Bengtsson, 2016; Flores, 2010), el control y la provisión de recursos (Connell y Wood, 2005; Gilmore, 2008; Kaufman, 1995), la distancia emocional (Connell y Wood, 2005; Kaufman, 1995), la heterosexualidad (Bengtsson, 2016; Connell y Wood, 2005; Flores, 2010; Fuller, 2012), la búsqueda de la importancia (Flores, 2010), la procreación (Flores, 2010), el distanciamiento de las labores femeninas (Connell y Wood, 2005), la protección (Gilmore, 2008) y la competitividad (Fuller, 2012).
Aquí el interés fue analizar los espacios buchones desde la teoría de los campos de Pierre Bourdieu, y desde los planteos teóricos de género que constituyen los estudios acerca de los hombres y las masculinidades. Estos dos abordajes permiten concebir a la narcocultura como un campo de fuerza de ideología y práctica, en donde se gestan interacciones influidas por la estructura de género y, entre ellas, disputas por significar las nociones de ser hombre, mujer y otras identidades sexo genéricas. También facilita visibilizar la existencia de una jerarquía de buchones/as que invierten, apuestan e intercambian capitales para obtener otros como dinero, relaciones de complicidad o impunidad y armas, además de capitales simbólicos, como encarnar los rasgos de la hombría ideal. Para conseguirlo, existen reglas sociales compartidas e interiorizadas sobre lo que es y cómo debe de comportarse un hombre. Los miembros del campo consideran que vale la pena jugar según dichas reglas y ejecutar esos performances masculinos. Este planteamiento coincide con algunas propuestas (Núñez, 2016) que señalan que el objeto de estudio de los llamados estudios de género de los hombres y las masculinidades es una comprensión más amplia de los procesos socioculturales y políticos que buscan inscribir al género en los cuerpos humanos.
Estudios de género en el narcotráfico y el campo buchón
No abundan los estudios que vinculan al género con el narcotráfico o con el crimen organizado más amplio (Núñez y Espinoza, 2017). Los que lo hacen suelen analizar los roles de las mujeres en esa industria (Bernabéu, 2017; Cisneros, 2014; Jiménez, 2014; Karam, 2014; Maya, 2015; Ovalle y Giacomello, 2006; Pavón, Vargas, Orozco y Gamboa, 2014; Ramírez-Pimienta, 2010; Rivera y Carriço, 2017). Existen investigaciones que analizan los procesos de empoderamiento de las mujeres en el narcotráfico (Bialowas, 2009), las circunstancias en las que mueren (Meneses y Fondevila, 2014), cómo perciben las audiencias el rol femenino en las telenovelas de narcocultura (Romero, 2014), la cosificación de su cuerpo en los videos musicales (Mondaca, Cuamea y Payares, 2016) o la interpretación del deceso de mujeres en los espacios públicos (Plascencia, 2016).
Los trabajos sobre los hombres y las masculinidades en el narcotráfico son menos frecuentes, aunque suelen reincidir en la imagen hipermasculina asociada con la narcocultura: hombres machistas (Aragón, 2017; Valenzuela, 2002) y ultra violentos (Parrini, 2016; Valencia, 2010). También se analiza la identidad sexo genérica poderosa que demanda el narcotráfico (Núñez y Espinoza, 2017), la exposición de la hombría a través de símbolos de armas, poder económico, placeres y autoridad (Núñez, 2017), la reproducción del modelo hegemónico masculino empoderado (Córdova y Hernández, 2017), la adquisición de la identidad patriarcal (Rivas, 2017) o la distinción que se establece a partir de los capitales que poseen (Núñez-González, 2018), algunos abordan el papel de la “paternidad responsable” (Núñez, 2017) o cómo el cine se burla de la masculinidad local de los narcotraficantes, porque contrasta con la global (Biron, 2015).
La mayoría de los trabajos retoman fuentes secundarias como narcocorridos (Bernabéu, 2017; Karam, 2014; Núñez, 2017; Pavón et al., 2014; Ramírez-Pimienta, 2010; Tatar, 2010; Valenzuela, 2002), novelas literarias (Bialowas, 2009; Rivas, 2017), videos musicales (Mondaca et al., 2016; Núñez, 2017; Rivera y Carriço, 2017), películas (Biron, 2015), imágenes periodísticas (Plascencia, 2016), redes sociales virtuales (Aragón, 2017), bases de datos (Meneses y Fondevila, 2014) y otros (Bernabéu, 2017; Jiménez, 2014; Maya, 2015). Son pocos los que realizan trabajo de campo como la etnografía (Ovalle y Giacomello, 2006) o entrevistas (Cisneros, 2014; Córdova y Hernández, 2017; Núñez y Espinoza, 2017; Romero, 2014).
Existe poca investigación sobre la cuestión buchona y el campo buchón. Entre los datos que se pueden encontrar está que los buchones pueden ser niños, jóvenes o adultos, urbanos o rurales, hombres o mujeres, clase baja, media o alta, y con niveles educativos distintos (Mondaca, 2012); son interpretados como personas violentas (Alvarado, 2012) e incluso tienen una fascinación por la violencia (Córdova, 2011), y se identifican con los cárteles que dominan los territorios donde habitan (Héau, 2010). En los espacios buchones existe un ambiente festivo con música, alcohol, despilfarro, diversión, baile, coqueteo y sexo (Burgos, 2012; Mondaca, 2012; Núñez-González y Alvarado, 2013). Entre las razones para que una mujer sea buchona está pertenecer a una familia de narcotraficantes, ser novia, esposa o amante de alguno de ellos (Núñez-González y Alvarado, 2013). En gran parte de los trabajos referidos, los buchones no son el objeto principal de estudio, las proposiciones sobre ellos son resultados secundarios de investigación o son de carácter ensayístico. En cambio, este artículo se sustenta, además, en una investigación de campo que involucró observación participante, conversaciones informales y entrevistas en profundidad.
Honor masculino y narcotráfico
El honor y la vergüenza son polos de evaluación de las sociedades a partir de los estándares de comportamiento deseado. Las concepciones sobre el comportamiento esperado de los integrantes de una sociedad establecen pautas deseables, que otorgan honor como premio a las personas que las cumplen, y la vergüenza es el castigo para quienes no lo hacen (Peristiany, 1965). Una vez adquirido el honor, también se gana estatus social, respeto o reconocimiento (Pitt-Rivers, 1965).
El honor participa en la definición de la forma deseable de ser hombre (Beasley y Elias, 2006). En las sociedades patriarcales se espera que los hombres tengan un sentido de pundonor, entendido como virilidad ética, deber ser o un conjunto de disposiciones consideradas como nobles. Entre las acciones que lo componen está el valor físico y moral, la generosidad y la magnanimidad, pero también tienen una dimensión corporal: posturas, gesticulaciones, un gestual, demostraciones de virilidad o fecundidad. La obtención, producción, conservación y aumento del capital simbólico masculino del honor produce hombres honorables y de acciones nobles (Bourdieu, 2000).
En comunidades rurales de Sonora es posible encontrar una distinción entre hombres serios y hombres léperos, para diferenciar a los que tienen características honorables o deshonrosas (Núñez, 2013). El honor de los hombres también está fuertemente vinculado con la sexualidad de las mujeres relacionadas con ellos: esposas, madres, hermanas, hijas, novias, amigas y a ciertas nociones de moralidad sexual patriarcal y de intercambio “honorable” entre los varones: dar y recibir con honor (Núñez, 2007). Las distinciones de honor se pueden encontrar en todos los estratos y clases sociales, incluso hay formas honorables y deshonrosas de distinción de clase (Alonso, 1997).
En los estudios del narcotráfico, la narcocultura o la cultura buchona, el honor aparece como un elemento en los códigos culturales (Álvarez, 2012; Aragón, 2017; Bahamón, 2010; Córdova, 2011; González, 2014; Héau, 2015; Núñez, 2017; Sánchez, 2009; Santos, 2008; Villatoro, 2012). En otros se contrastan los códigos de honor entre las generaciones de narcotraficantes de antes y las contemporáneas (Córdova, 2011; Garza, 2015; González, 2014), o apuntan vínculos con el honor de las mafias mediterráneas (Sánchez, 2009) o italianas (González, 2014).
El honor en el narcotráfico permite establecer un discurso paralelo al del Estado, que legitima, desestigmatiza y mitifica a los narcotraficantes (González, 2014). Las prácticas y valores por los que se obtiene, defiende o recupera el honor son: mostrar valentía, lealtad, protección, venganza, generosidad, hospitalidad, nobleza y prestigio (Sánchez, 2009), no ser “faltón, torcido, sapo”, no entregarse o rendirse (Bahamón, 2010), ser decente, no matar a hombres amarrados, tener disciplina (González, 2014), servir al grupo al que pertenecen (Córdova y Hernández, 2017), vengar una afrenta o vencer obstáculos sin importar los medios para conseguirlo (Santos, 2008).
Son pocas las investigaciones que contemplan el honor como un elemento central en la producción de identidades de género, las que abordan este vínculo muestran que las normas de género que contienen los narcocorridos apelan a la idealización del honor en la población mexicana, que se convierte en un factor ideológico que normaliza y vuelve aceptable el tráfico de drogas entre algunos sectores de la población (Tatar, 2010). También que los narcocorridos muestran una trasformación ética, pues en las décadas de 1980 y 1990 recuperaron nociones de una hombría tradicional, de fuerte arraigo campesino, como la valentía, la temeridad, la palabra y el honor, mientras que los narcocorridos contemporáneos expresan un modelo masculino que se relaciona más con lo obtenido como riqueza, poder, fama y placeres (Ramírez-Pimienta, 1998, 2004). Señalan que el corrido actual del sicariato abre el espacio para disputas internas en la narcocultura, sobre prácticas o significados diversos, incluida la decisión de dejar el narcotráfico con el fin de ejercer una paternidad responsable y honorable (Núñez, 2017). También, que en el campo buchón existe una masculinidad deshonrosa llamada manguera,5 caracterizada por llevar a cabo prácticas consideradas masculinas, pero de manera deshonrosa, fanfarrona, abusiva o violenta contra las mujeres o los débiles (Núñez-González, 2017b).
Metodología
Se empleó la epistemología hermenéutica, con una metodología cualitativa e inductiva, y con el método etnográfico se aplicaron ocho entrevistas semiestructuradas, abiertas y a profundidad a personas asiduas al campo buchón: hombres y mujeres de entre 20 y 30 años que eran narcotraficantes, a sus novias o amigos, de 2012 a 2017, en ciudades y poblados de Sinaloa. La entrevista comenzaba con una charla introductoria sobre aspectos contextuales, para conocer la relación que tenían los informantes con el campo buchón, después el entrevistador les pedía que relataran interacciones ocurridas en él, y así él profundizaba cuando detectaba alguna de las dimensiones de la masculinidad, mencionadas en apartados anteriores. También se realizaron cinco observaciones participantes en espacios relacionados con la narcocultura, como conciertos, playas, poblados y fiestas, en ellas se privilegiaron aspectos de la masculinidad como estética, importancia, relaciones con pares y con mujeres. Además, se generó un corpus con las letras de 2 024 canciones de 16 grupos o cantantes relacionados con el género norteño. Así mismo, se revisaron las publicaciones y los comentarios de los usuarios de 10 páginas de redes sociales como Facebook o Twitter. Cabe mencionar que los autores somos oriundos y habitantes de la parte noroeste de México, que tiene una larga historia en torno al tráfico ilegal de estupefacientes, por lo que hemos interactuado y observado en la vida cotidiana aspectos vinculados con las repercusiones culturales del narcotráfico en la región.
Las evidencias se revisaron por medio de un análisis de contenido inductivo, que consistió en una codificación abierta de las que se consideraban útiles, seguida de un proceso de abstracción, agrupación y construcción de categorías (Elo y Kyngäs, 2008). Los resultados se validaron con el criterio de saturación teórica (LaRossa, 2005) y con la triangulación de datos, que permite observar la consistencia de los hallazgos obtenidos mediante las técnicas utilizadas (Okuda y Gómez-Restrepo, 2005).
El trabajo de campo y de análisis permitió comprender los valores del campo buchón e identificar las cualidades que los actores definen como honorables, y también conocer los términos de identidad y disputa que se construyen para distinguir a los varones del campo buchón. Con esa información, y retomando palabras de dicho campo se construyó un tipo ideal (Weber, 2002), que se denominó masculinidad viejona que, desde la perspectiva de los enunciados emic, permite acceder a la visión interna de los grupos sociales (Xing, 2017).
Con fines ilustrativos, aquí se usaron tres entrevistas abiertas y a profundidad en el campo buchón: a) María, de aproximadamente 25 años, que asistía a la universidad y fue novia de un narcotraficante durante dos años, dijo que empezó a acudir al campo buchón porque quería ser amiga de otras chicas asiduas a estos espacios, y dejó de ir tiempo después de haber terminado su noviazgo; b) Régulo, de alrededor de 25 años, fue guardaespaldas de un narcotraficante, desde niño visitaba el pueblo del que era oriunda su familia y al concluir su licenciatura se fue a trabajar para allá, en una fiesta conoció a quien sería su patrón y lo invitó a trabajar para él, cuando renunció dejó el narcotráfico y encontró un empleo formal; y c) Ariel, de unos 30 años, tiene un empleo formal y no ha sido narcotraficante, desde pequeño escucha corridos y cuenta con una fuerte identidad rural por su familia, a su grupo de amigos también le gusta esa música y desde la preparatoria han asistido a conciertos de música de banda y norteña. Por cuestiones de seguridad no se profundiza en más características de los informantes.
Resultados: el honor y los viejones en el campo buchón
El trabajo de campo permitió identificar tres expectativas de comportamiento que se repetían, lo que indicó la presencia de valores éticos (con implicaciones estéticas, esto es, de sensibilidad deseada, esperada), significativos para la construcción de la hombría en el campo buchón: a) ser importantes, b) ser valientes y c) tener dominio/control sobre las mujeres. El cumplimiento de estos valores y expectativas de comportamiento, con honor o sin honor, construye una distinción significativa que configura dos tipos de personajes en el campo buchón: los viejones y los manguera.
La palabra “viejón” se comenzó a popularizar entre los buchones alrededor de 2010; hoy es de uso común, y es posible encontrarla en las canciones del género banda sinaloense o norteño-banda. Se relaciona principalmente con el “respeto”, el “reconocimiento” y con “ser importante”, y se aplica en formas diferentes, por ejemplo para referirse a los amigos, con respeto y afecto, que al mismo tiempo le otorga al aludido cierta distinción o importancia: “¿Qué onda, viejón?”. En alguna canción, los cantantes suelen incluir la palabra como agradecimiento: “Y lo prometido es deuda, viejón, ahí está su corrido”.
El viejón es una canción popular de banda sinaloense, es un diálogo entre el exnovio y el novio actual de una mujer, que refleja una competencia de masculinidad a través de la cantidad de lugares y formas en que ambos han tenido sexo con ella. El exnovio comunica al novio que no podrá igualarlo nunca y se autonombra “el viejón”: “Te queda muy grande el saco, no serás como el viejón”, lo que deja ver que al ser nombrado así le proporciona orgullo y permite observar cualidades deseables en el campo buchón, como la potencia y el performance (hetero)sexual. A continuación se describe la forma en que se deben realizar las prácticas performativas de la masculinidad para adquirir el estatus de viejón.
Ser importante sin perder la humildad
La relación entre la masculinidad y la importancia se da en dos sentidos: a) se es importante por ser hombre, pues la mujer no lo es (o no tanto) y b) los hombres buscan ser muy importantes, pues eso connota masculinidad y ser masculino es algo muy importante (Marqués, 1997). Los varones son importantes solo por el hecho de serlo, por la división sexual del trabajo que existe con respecto a la mujer u otros hombres, y por la posición que ocupan en la estructura social, que incluye la de género (Flores, 2010).
En el campo buchón existen dos etiquetas para diferenciar a los hombres de acuerdo con su importancia en la estructura social, los pesados son quienes poseen capitales económicos, sociales y bélicos, mientras que los tacuaches son los que tienen muy pocos. Al consultar a Régulo y Ariel, además de otros dos informantes clave, sobre el significado del tacuache, señalaron que era “alguien que no vale nada, no tiene dinero, no es nada; les dicen así a los tronados, jodidos, que se creen y no sean nada, pues. Como gatos, achichincles; nadie, un gato; el ayudante; el mandadero”, es un adjetivo peyorativo que designa a los hombres que no poseen los capitales valorados en el campo buchón. El tacuache es la nada, “no vale nada, no es nada”, el fracaso, pues son los “tronados, jodidos”, el dominado o sirviente, porque son “gatos, achichincles, ayudantes, mandaderos”. Como hombre es un fracaso en cuestión de importancia, en materia económica y también en relación con la estructura de mando. El pesado es lo contrario, el que tiene, el que vale, el exitoso, el que manda.
El criterio de honor establece otra distinción entre el pesado y el tacuache, ya que para adquirir honor masculino, a partir del capital económico, no solo importa la posesión de recursos (Alonso, 1997), sino que, en el campo buchón, para convertir el capital económico en honor además se tiene que mostrar “discreción, sencillez, humildad, no ostentación”. No se trata de que unos consuman mercancías valiosas y otros no, sino que los viejones lo hacen de manera discreta y sin ostentación. El reconocimiento llega por mostrarse humilde (sin presunción de capital económico, sin humillar a los que no tienen), por mantenerse sencillos, reservados y no “fanfarrones” o “mamones”. Así lo manifestó Régulo:
Entrevistador: entonces, los fanfarrones, ¿hay mucha relación con los que no tuvieron, pues?
Régulo: sí, pues el fanfarrón es el que no tiene y cuando tiene, quiere hacer lo que no pudo hacer, y darse los lujos que ahorita en la sociedad se da mucho pues, el que va a los antros y se quiere comprar cuatro o cinco botellas de Buchanan´s, de oquis las compra [sin ser necesario, inútilmente], pero para demostrar que tiene poder económico de comprarlas, darse lujos pues.
E: oye, y ¿eso se ve mal?
R: pues en realidad, sí.
E: ¿qué piensan de ese tipo de raza?
R: pos con el que yo trabajaba, el bato nomás tenía una o dos botellas a la vista, dependiendo de la gente con la que estaba […]
E: pero, ustedes ¿qué pensaban de esa raza que se compra cuatro o cinco botellas?
R: Pues […] qué mamón (se ríe discretamente, en señal de burla sobre ese tipo de consumo).
E: ¿se ríen de él o qué?
R: pues a mí sí me dan cura [risa] pues ¿por qué? porque igual tiene, o sea sí tiene, pero ¿cuál es la necesidad de decirle a todo el mundo que tienes? Pa´ empezar menos en un ambiente de que parece que no, pero todos se fijan, es muy sencillo pues, cuando vayas a un bar y van sobre ti ¿quién es? el que le gusta comprarse cuatro o cinco botellas, si es de los que van a un bar y se compran cuatro o cinco botellas.
Las expresiones de Régulo visibilizan dinámicas del campo buchón sobre el consumo, la ostentación no acarrea reconocimiento de los otros participantes del campo, sino burla. Cuando se utilizan los privilegios que otorga la clase y el trabajo para abusar, humillar, lastimar o despreciar a los otros, ese hombre se puede interpretar como alguien sin honor. Mientras es posible que al hombre que los emplea con bondad, nobleza, buena voluntad, humildad y consideración hacia los otros se le clasifique como uno honorable, “serio, derecho, de una pieza, cabal” (Nuñez, 2007) o “viejón”, como se dice en el campo buchón.
La violencia honorable del héroe
La violencia es una de las características más recurrentes en los enfoques teóricos de la masculinidad. La virilidad comúnmente se relaciona con la potencia reproductora y sexual, pero también con la fuerza física y la capacidad de combate (Bourdieu, 2000). En las sociedades patriarcales, “un hombre de verdad” se puede identificar por su disposición para enrolarse en prácticas violentas (Bengtsson, 2016). Una de las dimensiones de las masculinidades dominantes es que caracteriza a los hombres por el uso de la violencia (Flores, 2010).
Entre las formas de mostrar fortaleza en el campo buchón está poseer armas o usarlas, tener respaldo de narcotraficantes, un convoy de camionetas, comandos armados o un rango en la estructura del narcotráfico. También se muestra fortaleza al retar a otros hombres, amenazarlos, violentarlos de manera física, mostrar una disposición al enfrentamiento, atacar sus propiedades o asesinar. Además, mostrar liderazgo al encabezar algún ataque en compañía de otros hombres, dar órdenes o derrotar a otros.
En el campo buchón, las prácticas de violencia otorgan honor cuando se utilizan para proteger a las personas en desventaja o queridas, como amistades o familiares, también para restaurar el honor de las mujeres o el de ellos y para “aleccionar” o “educar” a los hombres, cuando su comportamiento no es el deseado. Los viejones emplean la fortaleza para proteger, educar y defender el honor y no para “abusar”.
Un ejemplo de lo anterior es el relato de José, un narcotraficante, que jaló del brazo a su novia María y se la llevó a otro lugar de la discoteca con amenazas, enojado porque acudió al recinto por su cuenta acompañada de una amiga, su novio y el primo de éste. El novio de su amiga también era narcotraficante, cuando observó el jaloneo se enojó con José, y pidió “respaldo” por celular; llegaron dos camionetas con hombres que portaban armas largas. José huyó en su carro mientras ese convoy lo perseguía por la ciudad, y logró escapar sin sufrir daño físico. Después la informante reconoció con admiración la disposición a la violencia, que su amigo le manifestó para defenderla, en los términos siguientes: “Se portó machín, buena onda, porque me dijo -si te hace algo lo voy a matar, lo voy a matar, lo voy a matar-”. Así le agradeció la acción amenazante contra José y la disposición expresada para violentarlo. Ese reconocimiento, con admiración, es una forma de conferir honor. Otra interacción, narrada por Ariel, permite observar cómo se articula la posesión de capitales y el uso de ellos para la defensa de los débiles:
Una vez tuve una bronca, vendí un carro a unos batos que se encargan de comprar la mota allá pa´ arriba. El bato estaba relacionado con la raza de ahí, con el dueño de la plaza de allá. ¡Ah! pues ese bato, vino pa´ acá y por sus huevos vino pa´ acá y quería que le cambiara el carro, que el carro ese me decía que era doblado6 y que la chingada. Y ya pues le hablé a un policía: -eh wey, chécame el carro-, me dijo -si sale robado, te lo voy a quitar-, - ah simón, chéquelo- y el carro estaba bien wey, eran huevos de él, quería que se lo cambiara y me exigía la feria. Me decía: -Si no, lo vamos a arreglar como tú quieras, pero a mí esas chingaderas no me gustan- me hablaba en tonos fuertes pues, yo me asustaba, porque no tenía la manera, no tenía esa relación como él de decirle a alguien. Pero pa´ mi suerte cayó el primo de un compa que está relacionado con los de la plaza de aquí y fue el que le bajó de huevos7 a aquél. Vino pa´ acá, y dice: -cuando venga, háblame y te voy a caer pa´ acá- me dijo el compa. Y cayó y al solo verlo al bato le vino un color de uno y de otro: - ¿qué onda jefazo? - porque el primo de mi compa tenía mucho más rango que él pues […] Y ya se cagó, ya no me dijo nada, ni vino y no se ha parado ni por la feria.
En los casos de María y Ariel, el uso de la violencia para defender a otros más débiles tiene similitudes con el modelo de héroe, que implica un conjunto de atributos como la masculinidad, el liderazgo y la omnipotencia (Devas, 2006), así como un sentido de justicia (Davis, 2015). El modelo del héroe de acción toma lo mejor de otros dos: el individualismo del hombre rebelde y la procuración de los intereses colectivos del hombre sostén de familia (Holt y Thompson, 2014). En el campo buchón, a quien utiliza la fuerza o muestra disposición a la violencia para establecer justicia y salvaguardar intereses colectivos, se le confiere un estatus de hombre honorable que otorga respeto, reconocimiento y agradecimiento de los testigos.
La dominación de las mujeres sin ser manguera
En el campo buchón, otra práctica de distinción honorable es la forma de dominar a las mujeres; los hombres ejercen violencia y dominación hacia otros hombres, mujeres y niños (Kaufman, 1989). La razón androcéntrica es un sistema de oposiciones entre lo femenino y lo masculino, inscrito en el cuerpo en forma de habitus. A lo masculino le corresponde lo dominante, mientras que lo femenino es lo dominado, con ello se producen los artefactos sociales del hombre viril y la mujer femenina (Bourdieu, 2000).
La violencia, que puede ser física, económica, psicológica o estructural, ocurre cuando un agente emplea diversos medios, contra el consentimiento de otro, y le ocasiona daños (Cruz, 2008; Ferrándiz y Feixa, 2004; González, 2012; Organización Panamericana de la Salud, 2003; Sanmartín, 2007). Entre las prácticas de violencia que los buchones ejercen contra las mujeres está prohibirles que asistan a espacios públicos sin que ellos las acompañen, también las amenazan o violentan físicamente mediante jalones, violaciones, raptos o asesinatos. Ellas adoptan un comportamiento que los beneficia, como acceder a una relación sexual, no salir con otros e incluso portar drogas o armas ante un riesgo de detención del hombre.
La violencia simbólica es cuando los violentados no son capaces de visibilizar su afectación, y consideran que ese poder es parte de la naturalidad del mundo (Bourdieu, 2000) o una relación de dominación (Rosa, 2007). La masculinidad viejona utiliza estrategias de cortejos caballerosos para dominar a la mujer. La experiencia de María ilustra ese aspecto: la primera ocasión que ella salió con José, éste intentó llevarla contra su voluntad a vivir con él a otra ciudad, un rapto que no se concretó, una forma no honorable de violencia masculina. Él cambió su comportamiento durante su noviazgo, y desde la perspectiva de María, la trató “machín […] bien”:
Entrevistador: y, ¿por qué andan con esos batos?
María: pues es que en esos tiempos […] ¡ay, yo nunca había andado con un hombre así! A mí me daba miedo. Pero este muchacho se portó machín […] bien conmigo, ¡lo que nunca, pues, así! Me mandaba flores cada rato, me compraba cosas, así pues, no sé.
E: ¿qué cosas te compró?
M: ropa, perfumes, flores, globos, cada rato dos o tres peluches, me mandaba cosas al trabajo. Iba por mí, me llevaba al trabajo, iba y me recogía, íbamos a cenar, todo el día andábamos juntos. Y por eso, yo creo, lo que nunca había hecho, y luego en ese tiempo iba saliendo yo y pues ya ves que en ese tiempo se usaba que: ¡ay […]! No sé, pues tenía dinero el bato y pues nos cargaba en los mejores antros y pura Buchanan´s […]
E: ¿a todas tus amigas?, ¿él pagaba todo?
M: a mí y a todas, siempre me decía: -invita a tus amigas-, siempre andábamos de gratis [ríe] bueno mis amigas de paleras (consumiendo y que alguien más pague) y a mí me gustaba ese rollo pues ya ves, me gustó ese rollo.
E: ¿cómo cuanto se gastaban en una cuenta?
M: -como 10 000 pesos cada vez que salíamos. Porque no era una Buchanan, eran unas tres.
E: ¿y cuántas veces a la semana salían?
M: -todos los sábados. Salíamos todos los sábados […] este […] y las más con mesas, las mejores mesas. La banda y así. Y a veces que se llevaba la banda pa´ su casa y pues la banda así se la llevaba y la tenía en su casa hasta que le amanecía.
E: ¿y no te celaba el bato?
M: sí, pues no me dejaba salir.
E: ¿no te dejaba salir?
M: no me dejaba salir. Si no era con él, no me dejaba salir.
E: y, ¿por qué le hacías caso?
M: pues porque lo […] por tonta […] pero como estaba enamorada, pues lo quería, me terminaba [ríe]. -Ya no quiero andar contigo, eres bien vaga- me decía. Pero él sí quería andar en la vagancia y quería que yo estuviera encerrada, pero pues ¡ah no! Y ya después me dijo: -Es que tú nunca te compares con un hombre, un hombre siempre va a ser vago, aunque tú no quieras, y la mujer vaga se ve mal. Si tú vas a decir ¡ah, tú andas de vago, yo también […] una mujer se ve mal!
El enamoramiento de María influyó para que obedeciera a José, y no saliera sin él, y para conseguirlo influyó el dinero que él invirtió en la relación. Ella reconoce el gasto de manera positiva a través de la frase “se portó machín […] bien”. José convirtió su capital económico en obediencia, lo que le permitió salvaguardar el simbólico, para controlar a su mujer. Lo relevante de este mecanismo es que ella no era capaz de visibilizar el ejercicio de dominación que existía en la relación.
Ser caballero se relaciona con el trato de los hombres hacia las mujeres, al ser corteses, no pegarles, hablarles y tratarlas bien y consentirlas con regalos (Manzelli, 2006), o como dice María “portarse bien machín”. Sin embargo, son prácticas de caballerosidad que permiten dominar a las mujeres (Serrano, 2006). En el campo buchón la dominación de la mujer a través de prácticas y actitudes de caballerosidad, como el cortejo, las invitaciones a salir, el envío de regalos, entre otras, se interpreta como honorable, lo que forma parte de la masculinidad viejona. Ser así atrae reconocimiento, capital simbólico y hasta agradecimiento, además de control o dominación sobre las mujeres.
Discusión y conclusión. La hegemonía y los viejones en el campo buchón
Aunque la mayoría de los estudios relacionan al narcotráfico y la narcocultura con una hipermasculinidad violenta, desalmada, abusiva, fanfarrona y machista, aquí los resultados muestran que en este campo social existe una noción de honor que influye para que los hombres realicen performances de la hipermasculinidad, consideradas como honorables y que les permiten además establecer relaciones de dominación no visibilizadas. Según las evidencias, los miembros de dichos espacios otorgan el capital simbólico del honor y una distinción social a quienes moderan su importancia con discreción o “humildad”, a través de consumos discretos, a los que muestran usos heroicos/justicieros (no abusivos) de la violencia, y a quienes despliegan formas “caballerosas” en la conquista de las mujeres.
Los resultados permiten caracterizar la masculinidad viejona como una estructura cultural que consiste en un conjunto específico de prácticas preformativas, que cuando los hombres las realizan adquieren el capital simbólico de la hombría honorable y el consecuente reconocimiento, admiración y hasta agradecimiento.
Desde esta perspectiva, es posible apreciar dos aspectos para interpretar los resultados: el honor y el poder, y la relación que existe entre ellos. El honor se adquiere observando los comportamientos deseados por un grupo (Peristiany, 1965) y otorga estatus social, respeto o reconocimiento (Pitt-Rivers, 1965). También la búsqueda, la obtención, la conservación y el aumento del capital simbólico masculino ligado al honor son características de la estructura de género (Bourdieu, 2000).
En relación con el poder, la masculinidad hegemónica es el conjunto de prácticas masculinas que tienen el mayor consenso, aceptación y apoyo de las personas, pues institucionalizan una dominación patriarcal invisibilizada y otorgan beneficios denominados dividendos patriarcales a quienes se adhieren a ese proyecto (Carrigan, Connell y Lee, 1985; Connell, 1987; Connell y Wood, 2005). Entre las características clave están: autoridad, conservadurismo, heterosexualidad compulsiva, división del trabajo en la familia, diferencias de género y distanciamiento emocional (Connell y Wood, 2005).
La masculinidad hegemónica tiene similitud con el concepto de doxa, propuesto por Pierre Bourdieu, para entender la dinámica del campo social, y señalar que un conjunto de comportamientos masculinos son aceptados como normales y naturales por los miembros de un grupo (Campbell, Mayerfeld y Finney, 2006). Una de las repercusiones de la doxa es que imposibilita que las personas visibilicen su condición de dominadas, pues ven esa relación de poder como parte de la naturalidad y normalidad del mundo, que se conoce como violencia simbólica (Bourdieu, 2000, 2007).
¿Es posible llamar a la masculinidad viejona como la hegemónica del campo buchón? Se considera que no todas las prácticas masculinas de los viejones son honorables, ni todas las que otorgan honor permiten establecer una relación de poder. Desde el planteamiento de la masculinidad viejona y la relación entre honorabilidad y dominación, es posible observar que no humillar (mediante la no ostentación de los capitales bélicos o económicos) es una práctica honorable, pero que no genera una relación de dominación inmediata, aunque sí la reproducción de una identidad y un estatus, incluso una legitimidad en el campo buchón. En cambio, el cortejo caballeroso hacia las mujeres posibilita la dominación de ellas, y la violencia contra los que abusan de sus capitales establece una relación de poder con otros hombres. En este sentido, la masculinidad viejona sí es hegemónica dentro del campo buchón, pues permite una relación de poder fincada en el consenso de los dominados, a partir del reconocimiento de un liderazgo moral (una mayor honorabilidad en sus prácticas) económico, social y bélico. Queda por explorar cómo se relaciona esa posición con los procesos de hegemonía (y de masculinidad hegemónica) más amplios en el terreno social.
Si bien los resultados obtenidos coinciden con la mayoría de los estudios en la relevancia de la hipermasculinidad en el narcotráfico y la narcocultura (Aragón, 2017; Biron, 2015; Córdova y Hernández, 2017; Núñez y Espinoza, 2017; Parrini, 2016; Rivas, 2017; Valencia, 2010), difieren de ellos en que aquí se incluye la noción de honor como categoría para establecer una distinción significativa entre los varones del campo buchón en el sentido bourdieuano de hacer diferencias, y darles estatus distinguidos a unos y no a otros; el viejón es la identidad distinguida, mientras el manguera es la deshonrosa (Núñez-González, 2017b).
Estos resultados abonan al desarrollo de los estudios incipientes sobre la importancia del honor entre los miembros del crimen organizado, en particular los narcotraficantes, elemento que no está exento de contradicciones, pues elementos como la “paternidad responsable” (Núñez, 2017) si bien puede ser un performance honorable entre los miembros del campo buchón, que otorga honor y reconocimiento, también puede entrar en conflicto con los riesgos que trae consigo una actividad ilegal.
También se observó que la mayoría de los trabajos utilizan el análisis de fuentes como narcocorridos, videos musicales y otras mercancías culturales. Ante ello, aquí el uso de entrevistas se suma a la minoría de estudios que incorporan técnicas de campo, como la etnografía, para analizar las dinámicas de género que ocurren en el narcotráfico o el campo buchón. De esta forma se avanza, poco a poco, en la construcción y análisis de las interacciones y representaciones particulares de género que suceden en esos espacios, y no solo en la revisión de los mundos simbólicos que los conforman.
Ante posibles objeciones, es pertinente hacer explícito que esta investigación busca entender la interpretación que los agentes del campo buchón le dan a las prácticas masculinas que acontecen en él, y son ellos quienes otorgan la etiqueta de honorable a las prácticas recopiladas. Además, la masculinidad viejona es un tipo ideal weberiano de prácticas honorables, un modelo heurístico para comprender las acciones de los hombres en esos ámbitos y no un clasificador de hombres, sino de prácticas, de hecho, en algunos casos se observa que los buchones realizan prácticas viejonas y también mangueras y que, por lo tanto, están sujetos a cuestionamientos y críticas de sus pares. Uno de los aspectos no resueltos de la masculinidad viejona es que en el campo buchón seguramente existen más prácticas honorables y hegemónicas de las identificadas en esta investigación, lo que representa un campo abierto al estudio. Al profundizar aquí en el análisis del discurso ortodoxo del campo buchón concretado en la masculinidad viejona, no permite dar cuenta si hay y en qué consisten los discursos herejes, las heterodoxias o las resistencias dentro del campo buchón, aspectos que resultan interesantes para investigaciones posteriores.
Los resultados ayudan a entender mejor el éxito de la industria creativa y cultural apologética del narcotráfico, consumida por millones de personas en México. Esta producción cultural realza la hipermasculinidad honorable y hegemónica, y convierte a los narcotraficantes en figuras carismáticas a la que se les concede honor, reconocimiento, agradecimiento, admiración y poder. También comprender lo atractivo que puede resultar para algunos hombres incursionar en el narcotráfico pues, además de obtener dinero, es posible convertir capitales económicos y bélicos en simbólicos: hombría reconocida y admirada. Asimismo, entender la capacidad de la narcocultura de resistir los discursos que la califican como “inmoral” o incluso “machista”, pues desde la perspectiva de los iniciados agentes del campo buchón, sí existen nociones éticas y estéticas dentro de él, lo que a su vez permite esconder las repercusiones dolorosas de sus actividades y hasta revestirlas moralmente o considerarlas “meros excesos” de algunos, que no atienden los valores que se tienen en alta estima en el “negocio” y en el campo buchón en general.
Los hallazgos de esta investigación se pueden aplicar en ejercicios y actividades de concientización sobre el género en México, tanto de gobiernos como de la sociedad civil, para visibilizar los significados de admiración que las industrias culturales y creativas otorgan al narcotráfico y a sus trabajadores, a través de la difusión de las prácticas “viejonas”, que al ser honorables no se cuestionan, y al ser hegemónicas posibilitan la reproducción de relaciones de dominación masculina (Núñez y Espinoza, 2017).