Al filo de la revolución es una novela del mexicano Juan Patricio Riveroll. Está divida en quince capítulos en los que, bajo una investigación histórica amplia, se relata la estancia de Ernesto Guevara de la Serna, el Che, en México. El título no es casual porque, en efecto, durante los años narrados por Riveroll -es decir entre 1954 y 1956- México fue el país que fungió como el principal centro de operaciones del naciente Ejército Rebelde que pelearía contra las fuerzas del ejército batistiano en la Sierra Maestra.
Además de apoyarse en un rico acervo histórico y en los distintos trabajos biográficos sobre Guevara, Riveroll tiene la virtud de recrear literariamente ciertas situaciones ca- paces de mostrar al joven médico argentino como el ser humano que fue. Dicha virtud no es menor si se piensa que, las más de las veces, el Che es mitificado tanto por sus acérrimos detractores como por sus partidarios. En el relato de Riveroll, Guevara es cons- truido humanamente desde la literatura y así el lector puede intuir la incertidumbre, las pequeñas alegrías y las dificultades económicas por las que el futuro guerrillero atravesaba desde Guatemala, así como en su paso por México hasta el momento de embarcarse en el Granma en noviembre de 1956.
Aunque la novela toma como figura central a Guevara, se apoya también en otros tres personajes; de ese modo, Alberto Bayo, Hilda Gadea y Fidel Castro ocupan lugares desta- cados en la narración de los acontecimientos. La voz narrativa que priva es omnisciente, lo cual permite conocer desde distintas perspectivas un mismo hecho histórico. Un elemento para enfatizar es que Riveroll logra plasmar las vicisitudes de la vida que implican la elección de la militancia política como una ruta de existencia. En los cuatro personajes -cuyos modelos, no debe olvidarse, fueron personas verdaderas- se vislumbra un desapego al dinero, una convicción de que el mundo puede ser mejor, el peso de la lealtad a una causa y la necesidad de preparación constante en el aspecto intelectual.
Al filo de la revolución realiza una reconstrucción tanto de un momento de la historia como de cuatro de las personas que intervinieron en éste. El relato inicia, como si se trata- ra de un zoom cinematográfico, con Alberto Bayo y una dilatada digresión de su arribo a México. De ese modo, el narrador esboza los elementos biográficos de Bayo que permiten al lector inferir la importancia de aquel férreo aviador español que combatió al franquismo, vivió en Cuba, intentó pelear contra Somoza y Trujillo y fungió como estratega militar y entrenador de los guerrilleros sin llegar a pelear en la mayor de las Antillas.
Después, en un “corte a”, el narrador enfoca a Guevara. Vale la pena señalar que Riveroll es cineasta y quizá por ello emplea con frecuencia los cortes y la analepsis para después situar al lector en el tiempo presente del relato. Como los conocedores de la vida de Gue- vara saben, Hilda Gadea representó una fuerte influencia en el proceso de formación y consolidación del pensamiento revolucionario del argentino. Con ella, desde el momento en que el Che la conoció en Guatemala, estableció una relación de compañerismo militante e intelectual que devino en amorosa y los llevó a establecerse, ya en México, como pareja y tener una hija. No obstante, su relación fue empedrada y con no pocas tensiones de distinta naturaleza. Este elemento, más allá del intríngulis sentimental mismo, es otro aspecto va- lioso del relato pues retrata a ambos personajes con dudas, con sentimientos encontrados, con miedos y aspiraciones comunes. Este no es un hecho menor si se considera que, incluso hasta nuestros días, la imagen más cultivada del militante político de izquierda, y muy es- pecialmente la del Che, es la de un ser humano frío, calculador y poco sensible. En el caso de Gadea y Guevara como personajes de la novela hay una suerte de juego de espejos en la que el lector conoce a ambos por lo que uno dice, siente y piensa del otro.
En el capítulo 5, con los mismos recursos empleados por el cineasta con los otros per- sonajes, aparece Fidel en escena. A partir de entonces, como ocurrió fuera de la historia novelada, las acciones empiezan a sucederse con mayor velocidad. El capítulo 6 está dedi- cado, por entero, al diálogo entre el joven abogado cubano y el asmático argentino. Si bien casi toda la novela está sostenida sobre la base narrativa de la voz omnisciente, también hay momentos en los que ésta cede y cambia a la voz en primera persona o, como en el caso de dicho capítulo, al diálogo. A decir de los biógrafos de Fidel y del Che, aquella plática entre ambos duró toda una noche y fue artífice de la amistad e identificación inmediata. De tal manera, el lector queda situado en una larga charla en la que hay balances políticos de la muerte de Eliecer Gaitán en Colombia, de lo sucedido en la Guatemala de Árbenz y de los avances y retrocesos de la Bolivia de 1952.
Aunque no en todo momento lo consigue, Riveroll acierta en dar el tono de voz ade- cuado a cada uno de los personajes, tanto de los principales como de los secundarios, y así hay una gama de palabras que se combinan y van de lo argentino a lo mexicano, de lo español a lo cubano. No obstante, desde la perspectiva de quien esto escribe, hay ocasiones (las menos, por fortuna) en que el lenguaje del narrador intenta ser poético sin conseguirlo del todo. Por ejemplo, cuando Ernesto Guevara visita a Laura Meneses de Albizu Campos, la esposa del célebre independentista boricua Pedro Albizu Campos. En esa escena, el na- rrador dice: “Esa noche Ernesto cerró los ojos deprimido, con ganas de pelear contra quien se empeñase en destruir el destino natural de los pueblos libres” (p. 80). O bien cuando Hilda y el propio Guevara visitan Río Blanco y se detienen en los muros de lo que fuera la tienda de raya. Refiriéndose a la histórica masacre en tiempos de Díaz, el narrador señala: “ambos pensaban en la infamia que alguna vez escondieron aquellas paredes. Los gritos de la matanza podían escucharse en la respiración de Ernesto, en el aire que batallaba para salir de sus pulmones, víctima de los estragos del asma” (p. 174).
Como se ha señalado, Al filo de la revolución está centrada en Ernesto Guevara, pero el otro personaje con un peso trascendental es, no por nada, Fidel Castro. Como sucede con el Che, Fidel ha sido también despojado, unas veces sin quererlo y otras con malas inten- ciones, de su propia historia como ser humano. Riveroll, a través de una serie de recursos literarios como el diálogo y la reconstrucción biográfica, muestra a Fidel Castro como el líder nato que fue, pero también como una persona de carne y hueso que se enfrentaba a episodios simples e importantes de la vida: las relaciones amorosas, su papel como un padre divorciado, su disciplina, el sentido del honor hacia los adversarios y el respeto mutuo y cariñoso a quienes fueron finalmente los fundadores del Ejército Rebelde.
Desde luego, la novela tiene como otro acierto recrear los momentos de tensión vividos por los expedicionarios, por ejemplo cuando en uno de sus campamentos en Chalco fueron detenidos luego de una delación, o las veces que, debido al seguimiento de la policía batistiana, estuvieron a punto de ser asesinados, o bien, cuando cayeron presos en la cárcel de Miguel Schultz. En conjunto, la obra de Riveroll ofrece, desde una perspectiva literaria, una narración amena, sobra y generalmente bien tratada de un momento decisivo, con personajes decisivos para la historia de Cuba.
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