Introducción
El pasado traumático1 español tiene su inicio en la fecha del 18 de julio de 1936,2 sin embargo, resulta complejo situar su final en un marco cronológico. Algunos lo sitúan en la década de los cincuenta, cuando se eliminó el sistema de cartillas de racionamiento o en 1953 con los acuerdos entre España y Estados Unidos, que promovieron un descenso en la represión ejercida por la dictadura en aras de su integración en el bloque occidental. Otros consideran que los sesenta y el desarrollismo económico pusieron punto y final a la oscuridad de la guerra y posguerra. La periodización más sencilla y acertada sería la de fijar el 20 de noviembre de 1975, el día de la muerte del dictador, como el final del periodo más negro de la Historia reciente de España. Pero la muerte de Franco no produjo el fin del sistema dictatorial ni la llegada inmediata de las libertades robadas. Los sucesos de Vitoria de 1976, conocidos como la matanza del 3 de marzo, en el que la policía abrió fuego -similar a lo ocurrido en Tlatelolco ocho años antes contra los obreros vascos en huelga, en plena Transición Española, recordaba que el franquismo ni mucho menos había desaparecido. El 23 de febrero de 1981, la toma del congreso por un grupo de guardias civiles liderados por el teniente Antonio Tejero fue el último intento notorio de impedir el devenir democrático para la nación española. Por su carácter simbólico, consideramos que el regreso del exilio del Guernica de Picasso, el 10 de septiembre de 1981, supone el fin definitivo del drama español.
En el presente artículo nos centraremos en los orígenes de ese pasado traumático. Su dimensión excede las fronteras del territorio español, por lo que encontramos protagonistas directos de este periodo en países extranjeros. Unos, como Alemania e Italia, incluso gran parte de Europa, fueron cómplices de los verdugos en diferentes grados de intensidad. Otros, como México, coprotagonista de este trabajo, desempeñaron una campaña de ayuda y solidaridad en favor del estado republicano español. Analizaremos cómo se gestó esa solidaridad, el inicio de las relaciones entre el gobierno posrevolucionario mexicano y el republicano español, así como la labor diplomática mexicana en los organismos internacionales, condenando el levantamiento militar y la pasividad de las democracias y la cooperación de los fascismos con los rebeldes y, ante el inminente éxito de los franquistas, la ayuda humanitaria en forma de acogida de aquellos que anhelaban huir del terror. Es cierto que, si analizamos los distintos motivos que provocaron el acercamiento entre México y España, observamos que no era estrictamente la solidaridad el único factor que motivó esta cooperación. No obstante, más allá de intereses particulares, el resultado final nos refleja que más de 20 000 republicanos pudieron escapar, rumbo a México, del franquismo y del fascismo europeo.
El otro protagonista del trabajo es la violencia franquista. Es necesario analizar el régimen inquisitorial del franquismo para poder comprender mejor qué provocó y significó el drama del exilio. La gran mayoría de republicanos no tuvieron la oportunidad de abandonar el país, por lo que tuvieron que sufrir el hecho de formar parte de las listas negras del franquismo. Abordaremos las diferentes modalidades represivas de la dictadura, desde las masivas ejecuciones, los encarcelamientos y las condenas a trabajos forzados. También nos centraremos en la imposición de un nuevo modelo cultural, en el que serían apartados aquellos que mantuvieran los ideales de libertad, progreso y laicidad, y sustituidos por elementos fervorosos del nacionalcatolicismo, que marcarían la senda ideológica del país durante casi medio siglo.
La II República y el México posrevolucionario. El inicio de las relaciones
La instauración de la II República española, el 14 de abril de 1931, dio lugar al inicio de una amplia red de relaciones con el México posrevolucionario. La antigua relación metrópoli-colonia daba paso a una cooperación entre dos países soberanos en busca de una alianza internacional. La España republicana cambió la actitud imperialista de los anteriores gobiernos conservadores que anhelaban la vuelta de una hegemonía española en Latinoamérica, por un estrechamiento de los lazos políticos, económicos y culturales con los países americanos. El contexto europeo influyó en que la España republicana enfocara su política exterior hacia Hispanoamérica; Europa estaba inmersa en un periodo de crisis del liberalismo y de la democracia. La aparición de las nuevas repúblicas en Europa, que sustituían a los imperios y a las monarquías, tal y como se dilucidó en la Paz de Versalles de 1919, se vieron incapaces de solucionar los problemas sociales y económicos que asolaron a Occidente, surgiendo una desconfianza extendida sobre la valía del parlamentarismo liberal.3 En 1931 tan sólo quedaban las democracias de Francia, Reino Unido, Suecia, Finlandia, Suiza, Islandia e Irlanda,4 que se intentaban recuperar de las consecuencias de la crisis política y económica. La recién instaurada democracia española encontró un contexto internacional polarizado y en declive, en donde no disponía del apoyo de sus homólogos democráticos europeos por el miedo a su política de masas y a la irrupción del comunismo. Tampoco tenía apoyos, como es evidente, de los regímenes totalitarios nazifascistas liderados por Mussolini y Hitler. La II República se veía así condicionada a buscar nuevos horizontes, más allá de Europa, para el desarrollo de su política exterior.
México se encontraba también en una complicada situación internacional. La trayectoria revolucionaria y el nacionalismo económico imprimido a la política mexicana a partir de 1929, despertó el recelo de una gran parte de naciones latinoamericanas y de las grandes potencias mundiales.5 Además, la no aceptación de México en la Sociedad de Naciones en 1919 había dejado al país al margen de las redes internacionales. Los gobiernos posrevolucionarios intentarían retomar las relaciones con el resto del mundo, siendo la España republicana una alternativa real a ocupar el puesto de aliado internacional de primer orden.
La cooperación diplomática entre México y España echó a andar durante los años del bienio progresista de 1931-1933. El gobierno de Manuel Azaña respaldó sólidamente las actividades de la diplomacia mexicana para mejorar la posición internacional de México, teniendo como consecuencia la incorporación de México a la Sociedad de Naciones en septiembre de 1931. También, el gobierno republicano tuvo desde sus inicios el objetivo de desempeñar un papel activo en Latinoamérica6 del que México también saldría beneficiado, ya que pretendía colocar otro actor internacional en la política americana que contrarrestara así la influencia de EEUU. El discurso del gobierno mexicano en el ámbito internacional, tras su admisión en la Sociedad de Naciones, consistiría en una defensa a ultranza del principio de autodeterminación de los pueblos, haciendo frente de este modo a las ambiciones de EEUU y anticipando el paso a las políticas nacionalizadoras de recursos que el gobierno mexicano tenía planeadas. La autodeterminación de los pueblos, defendida por la diplomacia mexicana, sería el pilar sobre el que el gobierno posrevolucionario se ampararía para condenar la rebelión franquista y la colaboración del III Reich y la Italia fascista.
Para el historiador Agustín Sánchez Andrés,7 la aproximación de ambos gobiernos contaba con elementos opositores desde un principio, especialmente en las élites revolucionarias que conservaban un discurso indigenista e hispanófobo, pero que fueron reducidos por el ideario republicano y sus políticas de desvinculación con los valores de la “vieja España”. La república de trabajadores sustituyó a la España Imperial, provocando una rebaja de la animadversión en la sociedad y élites revolucionarias que cristalizaría con la aprobación de la nueva constitución española de 1931.8 Por ejemplo, esta nueva imagen, de socios y no de metrópoli, que la II República quería exportar a Latinoamérica, se evidenciaba en el artículo 24, que proponía la doble nacionalidad con los países hispanoamericanos. La cultura, y no otros intereses, era el móvil del vínculo que España anhelaba tener con América Latina, tal y como se recoge en el artículo 50 de su carta magna en la que se consideraba una obligación del gobierno español atender “la expansión cultural de España en el mundo”.9
Observamos cómo los factores externos condicionaron la aproximación entre México y España.10 Sin embargo, no debemos obviar las similitudes ideológicas del gobierno posrevolucionario y la España republicana que, unidas a los lazos históricos y culturales, provocaron el acercamiento de sus élites políticas. Los principales puntos en común fueron las reformas agrarias (la cardenista del sexenio 1934-1940 y la Ley de Reforma Agraria de España de 1932), el reconocimiento de las demandas obreras y el impulso de la educación y su carácter laico.11
La laicidad de ambos estados forjó un evidente denominador común entre las naciones.12 La experiencia secularizadora mexicana, concretada en la Constitución de 1917 y que garantizaba la libertad de culto y la enseñanza laica y gratuita, sirvió de base para las políticas religiosas desarrolladas por el republicanismo español, recogidas en la Constitución de 1931, como así mismo reconocería el presidente español Niceto Alcalá Zamora.13 México y España vieron en la secularización un pilar esencial para la búsqueda de una soberanía nacional plena, provocando oposiciones fuertes protagonizadas principalmente por el Partido Católico Nacional14 y la CEDA, respectivamente.
Ayuda mexicana durante la guerra civil española. Una trinchera diplomática
La guerra civil española no sólo se desarrolló en el territorio patrio, sino que su inicio, nudo y desenlace estuvieron marcados por el contexto prebélico europeo. La guerra de España demostró ser un escenario perfecto para calibrar el poder de las diferentes diplomacias europeas y también fue considerada como un laboratorio de estrategia militar donde ensayar los nuevos mecanismos de destrucción, en aras a la inminente guerra mundial que se avecinaba. Esto último se corrobora con un ejemplo muy conocido y de fuerte carácter simbólico: el bombardeo de Guernica. El bombardeo aéreo a este pueblo de Euskadi, por parte de la Legión Cóndor alemana, significó la consolidación de una nueva estrategia miliar: matar a población civil. El asesinato de civiles indiscriminado en conflictos bélicos tuvo su germen en la guerra española y ha sido una constante en las guerras posteriores, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actual guerra civil siria.
La dimensión internacional de la Guerra Civil Española ha sido corroborada por la numerosa historiografía producida desde la década de los setenta, como por ejemplo los estudios de Ángel Viñas15 o Enrique Moradiellos.16 La subida al poder de Hitler en 1933 marcó la denominada “política de apaciguamiento”, consistente en evitar una nueva guerra a cambio de revisar las condiciones de Versalles de 1919 que pedían las dictaduras fascistas, siempre y cuando no se pusieran en peligro los intereses de Francia y Gran Bretaña. En este sentido, el Comité de No Intervención de septiembre de 1936, auspiciado por los ministerios de asuntos exteriores franceses y anglosajones, al que finalmente se adhirieron veintiséis países más, redujo cualquier posibilidad de defensa del sistema legítimo republicano. Además, en esa línea de apaciguamiento, el Comité consentía la visible ayuda nazi y fascista a los militares sublevados. La guerra de España se plasmó como una batalla entre el fascismo y el comunismo, por lo que Franco tuvo muchas más facilidades para obtener créditos en el mercado del dólar y de la libra esterlina. Los republicanos, marcados por la demonización a raíz del triunfo electoral del Frente Popular en febrero de 1936, tan sólo pudieron obtener ayuda de la URSS y México países opuestos a las reglas capitalistas, lo cual contribuía a que banqueros e industriales se inclinaran en favor de Franco y de su éxito en la guerra. Para el historiador Julián Casanova, los grandes intereses financieros consideraban que “el peligro de una España fascista parecía ser menor que el de una republicana, de Frente Popular, dominada por socialistas, comunistas y anarquistas”.17
El Comité de No Intervención resultó ser una auténtica farsa que dejaba herida a la República española frente a los militares rebeldes. La URSS y México lo sabían y así lo denunciaron ante la Sociedad de Naciones, pero la no beligerancia acordada era sistemáticamente infringida por Alemania, Italia y Portugal con el constante envío de armas y municiones. Cabe destacar que la intervención italo-germana en la guerra fue clave en su origen; gracias al apoyo de éstos los militares pudieron trasladar el ejército de África a la península, más de 10 000 soldados esenciales para la dominación de Andalucía Oriental y Extremadura para después poner rumbo al asedio de Madrid.
La inamovible decisión de no beligerancia del Comité de No Intervención dejó a la Sociedad de Naciones como el único organismo internacional donde presentar las pertinentes quejas ante la guerra española.18 La posible sanción a Italia por intromisión colonial en Etiopía hacía de este organismo la única vía posible para una ayuda internacional a la República asfixiada por el ejército rebelde y las Potencias del Eje europeas. Conocedor del apoyo militar con el que contaba el golpe de Franco, Cárdenas vendió armas y municiones al gobierno republicano, pero la decisión tomada por el Comité de No Intervención anuló las opciones de ayuda militar a un aliado tan lejos de sus fronteras. Por tanto, la acción de la diplomacia mexicana en la Sociedad de Naciones forjaría la principal ayuda a una República víctima de un conflicto multifactorial y transnacional, tal y como anunció Álvarez del Vayo ante la asamblea de dicho organismo: “Los campos ensangrentados de España son ya, de hecho, los campos de batalla de la guerra mundial”. Los diplomáticos mexicanos Narciso Bassols e Isidro Fabela serían los artífices de esta defensa,19 basada en que se cumpliera el propio artículo 10 del Pacto de la Sociedad de Naciones que estipulaba que “todos los estados miembros del organismo se comprometían a respetar y mantener la integridad territorial y la independencia de todos los demás frente a toda agresión del exterior”.20 Pero el levantamiento definitivo de las sanciones a Italia por su intervención en Etiopía y la negativa de este organismo a asumir que lo que ocurría en España sobrepasaba sus fronteras, convirtieron a la Sociedad de Naciones en un agente protagonista del conjunto de inacciones internacionales (junto con el Comité de No Intervención) que se sucedieron para el origen y el desenlace de la Guerra de España. Cabe destacar que la ayuda diplomática mexicana no respondía solamente a la solidaridad, sino que al oponerse a la intervención de potencias extranjeras en España se lanzaba un mensaje preventivo ante la expropiación y nacionalización de las empresas petrolíferas que realizaría Cárdenas.21
La ayuda humanitaria: la acogida a los republicanos
Perdida cualquier esperanza en la batalla diplomática y en el campo de batalla español, el gobierno mexicano decidió actuar con la única ayuda que tenía a su alcance: la acogida de los republicanos. Los numerosos estudios del exilio español a México coinciden en que aproximadamente fueron 20 000 los republicanos desplazados. Analizando el perfil de los exiliados, sobresalen dos grupos característicos que dotan al exilio a México de una personalidad especial: los niños y los intelectuales. Según la investigadora Dolores Pla, el 20% eran menores de 15 años y el 48% pertenecían al sector terciario, entre los que destacaban maestros, profesores, intelectuales y artistas. Continúa la historiadora destacando que alrededor de 692 exiliados tenían la preparación suficiente para dedicarse a la enseñanza, siendo 192 maestros distinguidos y catedráticos.22
El primer contingente de exiliados a México correspondió a la población infantil, los conocidos como Niños de Morelia. El avance de las tropas franquistas y la asiduidad de los bombardeos, planteó al gobierno republicano la necesidad de proteger a los niños que habitaban las urbes calientes de la guerra. La protección de los niños fue dirigida, en territorio español, por el Departamento de Infancia Evacuada, creado por el ministerio de Sanidad y Asistencia Social. El objetivo era desplazar a los niños de las zonas de guerra a la retaguardia republicana del Levante español. En esta misma línea, el presidente Lázaro Cárdenas, con la colaboración de su esposa, Amalia Solórzano, creó el Comité Mexicano de Ayuda a los Niños del Pueblo Español. La cooperación de ambos organismos fructificó con la llegada a Morelia de 464 niños a bordo del barco Mexique. Otros países también acogieron a niños españoles23 como Bélgica, Francia, Gran Bretaña y la URSS;24 en este último la mayoría de ellos eran hijos de miembros del Partido Comunista Español.
Para la llegada de los niños a México se crearon los denominados Colegios del Exilio, una red de centros educativos “creados por y para españoles, que permitió la dotación de plazas escolares a la población infantil y de contratos a profesores, pedagogos e inspectores exiliados, que sumaban alrededor del millar”.25 Estos espacios educativos fueron financiados tanto por el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), dirigido por Juan Negrín, como por el liderado por su rival interno del PSOE, Indalecio Prieto, la llamada Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE).26 El exilio infantil tenía tres objetivos: salvar a la población infantil de los desmanes de la guerra, utilizar el carácter simbólico del niño de guerra a modo de propaganda, para concienciar a la opinión pública internacional de la crueldad del ataque del bando militar rebelde; y, por último, la creación de estos centros educativos en México permitía creer en la romántica idea de que los niños preservaran intactas su identidad española y republicana.27
Los niños de familias republicanas fueron el colectivo más vulnerable a los devenires de la guerra y al nacionalcatolicismo posterior impuesto por el franquismo. Al horror de las bombas, a la posibilidad de quedar huérfanos y al profundo drama que produjo un exilio de estas características, se unen las políticas represivas que estableció el franquismo contra todo el colectivo republicano que no abandonó España. Finalizada la guerra, y con el comienzo de la denominada Paz Incivil, los niños de los derrotados conocieron las cárceles franquistas: cuando una mujer entraba en prisión, era usual que ésta entrara acompañada de sus hijos por encontrarse su marido también preso o ella estar en estado de viudedad. Las condiciones de las cárceles españolas hacían muy difícil la supervivencia de los infantes.
Otras veces era la prisión el lugar de nacimiento de los hijos de las reclusas: si las mujeres que estaban en prisión (entraban embarazadas o se quedaban ahí fruto de las violaciones28 a las que podían ser sometidas) eran condenadas a muerte, la ley prohibía su fusilamiento durante la gestación, aunque este precepto no siempre se mantuvo.29 Sin embargo, cuando las madres eran ejecutadas y si los niños no recordaban su nombre y su padre no resultaba localizable, la Ley de 4 de diciembre de 1941 permitía que fueran inscritos en el Registro Civil con un nombre distinto, a criterio de los tribunales de menores.30 La idea de separar a los niños de sus familias, especialmente de las madres, no era arbitraria ni esporádica, sino que respondía a objetivos muy concretos: la depuración de la sociedad. El ideólogo de tal doctrina era el militar psiquiatra Antonio Vallejo Nájera, nombrado director del Gabinete de Investigaciones Psicológicas, que dividió a la sociedad entre la raza hispana (la raza superior, católica y nacionalista) y la raza de los republicanos (contaminada por el marxismo al cual eran vulnerables por su subdesarrollo mental).31 Aquellos niños que marcharon fuera de España consiguieron esquivar las políticas represivas y depuradoras que el franquismo tenía preparadas para ellos y sus familiares.
México y España. Una estrecha relación cultural antes y durante la guerra
La celebración del “día de la raza”, el 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, mostró el destino trágico de los intelectuales de confirmarse la victoria del bando rebelde en España. Durante el discurso de Miguel de Unamuno, donde analizaba la situación del país, irrumpió en el acto el general golpista Millán Astray, al que no gustaban mucho las palabras de Unamuno. ¡Viva la muerte! ¡Abajo la inteligencia!,32 exclamó Astray pistola en cincho. Estas palabras marcan el camino que tendría la intelectualidad republicana para la “Nueva España” nacionalcatólica.
Esta persecución a la intelectualidad concuerda con las políticas violentas del nazismo y fascismo contra la cultura libre, sus autores y sus productos. Franco, al contrario de los nazis, se auxilió en la Iglesia Católica.33 El modelo educativo franquista, basado en su catolicismo y nacionalismo extremo, confrontaba con el modelo laico y liberal que desarrolló la II República. No es de extrañar, por tanto, que la violencia de la dictadura tuviera a intelectuales, educadores y artistas en su punto de mira de manera permanente, como veremos más adelante.
El exilio a México, a diferencia de los realizados a otros países, se distingue por el alto nivel cuantitativo y cualitativo de los intelectuales que salieron de España rumbo al país azteca. Pero para buscar las causas del exilio cultural español a México debemos tener en cuenta varios factores anteriores a 1936. La actividad de muchos españoles en el continente y viceversa, se remonta a principios del siglo XX, por lo que las redes de contacto, previas al exilio, ya estaban bien tejidas. La llegada de los exiliados intelectuales españoles se vio como una reanudación del diálogo y la actividad que ya habían emprendido antes de la guerra.
Las estrechas relaciones con los intelectuales españoles no fueron tan sólo por afinidad cultural, sino también política. Las similitudes entre la II República y la Revolución Mexicana se entendieron como parte de una tarea global de liberación de los pueblos hispánicos. Esa liberación debía de ir acompañada de un proyecto educativo que inculcara el espíritu de libertad, como fueron las Misiones Pedagógicas en España y las misiones del Pueblo de J. Vasconcelos en México.34
La mayoría de intelectuales llegaron entre 1937 y 1938 dentro de la denominada “operación inteligencia”, puesta en marcha por Daniel Cosío Villegas desde la legación mexicana en Lisboa.35 Cosío Villegas, pero también Alfonso Reyes, propusieron varias listas de invitados que podrían desarrollar una labor útil para México. En principio se pensó en la Universidad Nacional Autónoma, pero pronto se advirtió la conveniencia de crear un centro que les proporcionara refugio temporal y apoyo económico, sin excluir que pudieran trabajar en otras instituciones mexicanas. Fue así como surgió la Casa de España, conocida a partir de 1940 como El Colegio de México. Lo que diferencia el exilio intelectual a otros países respecto al de México es que, en este último, “estuvo precedido de una política bien definida y temprana por parte del gobierno, en otros lugares no hubo expresamente esa invitación o, si la hubo, fue a título individual y por parte de instituciones académicas y científicas, más que por el gobierno”.36
Los desastres de la guerra, unidos al inminente exilio a Francia tras la caída del frente catalán en enero de 1939, a los campos de concentración franceses y al trágico final de algunos intelectuales españoles, motivaron una campaña de ayuda y defensa del sistema republicano por gran parte de la intelectualidad americana, como fueron los casos significativos de César Vallejo37 y Pablo Neruda,38 entre otros.
La salida de España y la esperanza mexicana. Entre Franco, Hitler y el gobierno colaboracionista de Vichy
Las grandes oleadas de exiliados rumbo a México, exceptuando la llegada de los niños de Morelia a bordo del Mexique, se encuentran ubicadas en tres fases: la primera etapa de la emigración se produjo a mediados de 1939, con las expediciones masivas protagonizadas por el Sinaia, Ipanema y Mexique; la segunda, en 1940, fue gracias a la labor del embajador Rodríguez en la Francia de Vichy; y la tercera, de poca intensidad debido a la dominación nazi de Francia, en la que apenas podemos destacar dos viajes del vapor Nyassa en 1942.
Francia fue el territorio de salida para los republicanos que iban rumbo a México. El éxodo al país galo alcanzó unas dimensiones jamás vista en la frontera pirenaica. La historiografía no se pone de acuerdo en el número exacto de españoles que cruzaron los pirineos en los últimos meses del conflicto, aunque todo indica que giró en torno al medio millón de personas. El exilio a América, en general, consistió en expediciones escalonadas ya que pocos estaban dispuestos a dar el paso que suponía instalarse en otro continente sin su familia. Es por eso que, entre los primeros que se dirigieron a América, “destaca un grupo importante de hombres solos, pero también de mujeres y niños que, en un segundo momento, después de las evacuaciones infantiles, viajaron con sus familias”.39 Es cierto que la presencia de profesionales liberales y universitarios fue superior al del resto de países que integran el amplio exilio español; sin embargo, debemos huir de la concepción mitificada de que el exilio a América en general, y a México en particular, fue eminentemente un exilio de intelectuales.
Mientras tanto, en el sur de Francia, la situación de los españoles en los campos de concentración franceses alcanzaba tintes de tragedia. El Informe Vallière, realizado a petición del gobierno francés, recogía que el 9 de marzo de 1939 la cifra de republicanos españoles en Francia era de 440 000; de los cuales 170 000 eran mujeres, niños y ancianos, 220 000 soldados o milicianos, 40 000 inválidos y 10 000 heridos.40 El Consulado de México en París empezó a actuar con rapidez, documentando a algunos refugiados, favoreciendo a quienes estaban más comprometidos y, por tanto, corrían un riesgo mayor. El factor político forjó el primer criterio para conceder la ayuda a los refugiados, y es que, más adelante, aquellos republicanos más significados serían objeto de persecución por la Gestapo, como fue el caso del presidente de la Generalitat Catalana Lluis Companys.41
Los miles de republicanos exiliados en Francia, que no consiguieron embarcar en alguna de las expediciones, consiguieron huir de Franco, pero no de su aliado Hitler. La estrecha relación entre ambos dictadores se forjó durante la Guerra Civil española. Franco dio vía libre al Führer para que le hiciera el trabajo sucio con los republicanos que se encontraban más allá de los Pirineos. El primer convoy de españoles rumbo a Mauthausen sale de la localidad francesa de Angoulême destino Mauthausen, el 20 de agosto de 1940, con 927 hombres, mujeres y niños. Le seguirían unos miles más hasta llegar a unos 9 000 deportados, principalmente a Mauthausen al que se le conoció como el “campo de los españoles”.42
La victoria de Franco pone en marcha la institucionalización del éxodo por parte de la Secretaría de Gobierno mexicana. En un primer momento, y ante las presiones externas e internas, se comunicó que no se aceptaría a más de 10 000 personas que, además, debían de cumplir ciertos criterios económicos y profesionales. Comienza la primera gran oleada, la de las expediciones del Ipanema (998 personas), el Mexique (2 200) y, el recordado por la gran expectación a su llegada, el Sinaia (1 620), todos ellos con destino al puerto de Veracruz. Otras expediciones no llegaban a México directamente, sino, por ejemplo, a EEUU u otros países latinoamericanos. Se calcula que, a finales de 1939, 7 397 refugiados españoles en Francia llegaron a México.
El inicio de la II Guerra Mundial paralizó las expediciones ante la dificultad de encontrar barcos y la inseguridad en la comunicación marítima en el Atlántico europeo. La inminente toma de París hizo que, tanto el gobierno francés como el consulado mexicano, se trasladaran a Vichy y Marsella, respectivamente. La ingente cantidad de españoles en Francia, unida al riesgo de ser capturados por los alemanes y al enorme gasto que le suponía al gobierno francés, provocaron que el embajador mexicano Luis I. Rodríguez acordara con Pétain acoger a todos los republicanos que se encontraran en territorio francés siempre que lo solicitasen. Es aquí cuando debido a los recursos insuficientes de México para sufragar las embarcaciones, éstas solo fueron accesibles para los que contaban con medios disponibles para pagar el pasaje.
En este contexto de hacinamiento de los republicanos en el sur de Francia, del avance nazi y de la subordinación a éstos por parte del gobierno de Vichy, surge una figura clave del exilio español a México; hablamos del cónsul Gilberto Bosques. Él es considerado, sin olvidar los nombres de Narciso Bassols, Luis I. Rodríguez y Fernando Gamboa, como el principal encargado de la salida de los republicanos españoles de Francia. Al gran número de refugiados que no pudieron marchar del país galo, Gilberto Bosques, y su cuerpo diplomático, les dieron protección en los castillos de Reynarde y Montgrand, edificios alquilados y dotados del estatuto de extraterritorialidad para su refugio momentáneo hasta 1941, fecha en la que el gobierno de Vichy se adhirió las directrices de Berlín. La estrecha relación entre el gobierno de la II República y México se materializó en el trato preferente a los exiliados españoles con respecto al resto del colectivo de refugiados (antifascistas y judíos europeos), que también eligieron el Sur francés para evadir a sus perseguidores y como lugar de paso hacia un destino en el continente americano. En referencia a Gilberto Bosques y a su labor al frente del consulado en Marsella, la historiadora Daniela Gleizer considera que su papel queda lejos de ser denominado un héroe o, como algunos medios de comunicación se han referido, “El Schindler mexicano”.43
Obviando la atención a los refugiados españoles, el trato al resto de refugiados, especialmente judíos, que deseaban huir a México o que tenían que desembarcar en él para llegar a otros países como EEUU, se limitó a aplicarles la estricta política inmigratoria. Los puntillosos y rigurosos trámites burocráticos, aplicados por la legación de Bosques, hacían que muchas solicitudes de visas fueran negadas (un nombre mal escrito, solicitud de documentación a los refugiados que tenían en sus países de origen a los cuales no podían volver…), o llegaran demasiado tarde, como en el caso del austriaco Karl Ehrenthal y su esposa Gisela, que fueron deportados a Auschwitz el 14 de agosto de 1942 y asesinados a los pocos días de su llegada.44 La labor de Bosques al frente del consulado en Marsella finalizó en 1942. Se dedicó a cumplir con las normas de inmigración elaboradas para “épocas normales”, sin arriesgarse, sin contradecir las órdenes de su gobierno e incluso mostró pasividad cuando la situación requería una extrema celeridad.45
Tras 1942, el desarrollo de la guerra y el avance alemán por suelo europeo redujeron las expediciones hacia México, unas expediciones en donde los republicanos españoles tuvieron una situación privilegiada frente a los que huían de otro fascismo, el del nacionalsocialismo de Adolf Hitler. En esta fecha se paralizaron las expediciones a México, tan sólo se realizan dos viajes del vapor Nyassa en 1942, lo que redujo levemente el número de refugiados españoles en Francia. La ocupación total del país por los alemanes y el desembarco de las tropas aliadas en el norte de África en 1942, hacía casi imposible una expedición transatlántica. La diplomacia mexicana seguía intentando ayudar a los republicanos expatriados que huían del fascismo europeo.
Especialmente dramática era también la situación de los refugiados españoles en Portugal. Los acuerdos y alianzas forjados por Franco y Salazar (“Tratado de amistad y no agresión” de 1939 o el conocido como pacto ibérico de 1942) provocaron que éste último no reconociera a los republicanos españoles como refugiados políticos y, por tanto, procediera a su repatriación. Sin embargo, la acción diplomática mexicana, con la ayuda del Unitarian Service Committee (USC), consiguió una serie de acuerdos con el gobierno portugués con el fin de dar seguridad a los españoles (evitar su repatriación por la policía portuguesa) y gestionar la marcha a México de aquellos que lo solicitasen. El historiador Aurelio Velázquez Hernández ha calculado que más de mil quinientos republicanos españoles llegaron a México procedentes de Portugal entre los años 1936-1950, la mayor parte entre los años en los que, otra vez, Gilberto Bosques ejerció de embajador mexicano en Lisboa (1946-1949).46 El caso portugués nos muestra que exilio español a México se prolongó hasta el año 1950.
La tragedia española: odio y violencia en tiempos de guerra y “paz”
Es deber de la Historia no olvidar a las víctimas, tanto a las que sufrieron el complejo y dramático exilio, como a la gran mayoría que no tuvo posibilidad de escapar y sufrió la cruenta represión del franquismo. El golpe de estado militar contra la II República, del 17 y 18 de julio de 1936, no alcanzó sus objetivos, motivo por el cual la empresa de los militares, que pretendían derrocar el sistema parlamentario, constitucionalista y democrático, desembocó en una cruenta guerra civil. Durante la Guerra Civil española, cerca de 200 000 hombres y mujeres fueron asesinados lejos del frente de batalla, ejecutados extrajudicialmente o tras precarios procesos legales. Todas estas muertes son consecuencia del empeño de aquellos que querían un sistema que el juego democrático jamás les dio. Por esa razón, al menos 300 000 personas perdieron la vida en los frentes de batalla. Con el éxito de los golpistas el 1 de abril de 1939, liderados por el general Franco, no acabó la guerra; el “Día de la Victoria”, como se denominó en el último parte de guerra, dio comienzo a una “Paz Incivil” marcada por una persecución extrema contra aquellos que simpatizaron o simplemente aceptaron el sistema republicano salido de las urnas en abril de 1931. Tras la conquista total de España por los rebeldes, alrededor de 20 000 republicanos fueron ejecutados. Muchos más murieron de hambre y enfermedades en los campos de concentración donde se les hacinaban en condiciones infrahumanas. Otros sucumbieron a la condena a trabajos forzados. El franquismo cometió crímenes de lesa humanidad e implantó un sistema de privación de libertades, que unido al más de medio millón que tuvieron que exiliarse, y a los que acabaron en los campos de internamiento franceses y en los de exterminio nazis, configuran, a juicio del historiador Paul Preston, el holocausto español.47 Sea cual sea el concepto apropiado para la represión franquista -genocidio, holocausto o politicidio lo que es evidente es que nunca antes en la historia de España se había puesto en marcha una estrategia de tortura tan masiva como la que practicó el régimen de Franco desde el día de la victoria.48
La consolidación de la dictadura tuvo en la violencia su principal sustento. En los planes de los militares no cabía la amnistía o la reconciliación con los vencidos; el nuevo orden social debía de ir acompañado de una purga, a todos los niveles, de los republicanos.49 La tarea represiva fue clave en la implantación del miedo, con el que se desarticularía cualquier posibilidad de organización de grupos de resistencia peligrosos para el régimen. Para las ejecuciones, los encarcelamientos masivos, las condenas a trabajos forzados, la privación de libertades o la depuración del cuerpo de funcionarios, se diseñó un entramado legal que hacía de la violencia una obligación moral y de Estado.
Desde el inicio de la guerra, la matanza del bando rebelde fue indiscriminada y arbitraria. Por ejemplo, la toma de Andalucía y Extremadura por los militares africanistas, liderados por Queipo de Llano y Juan Yagüe, se produjo a base de represión y asesinatos masivos.50 En la conquista de Granada, tras conseguir la rendición de la principal resistencia republicana de la ciudad, situada en el barrio obrero del Albaicín, se ejecutó a más de 5000 civiles, muchos de ellos en las tapias del cementerio.51 Otro ejemplo es la toma de Sevilla y Badajoz por la denominada “Columna de la muerte”, dirigida por el general Juan Yagüe. La columna emprendió una carnicería en su objetivo de tomar Extremadura y unirse a las tropas de la zona norte, controladas por el general Mola, para iniciar el asedio de Madrid.52
Resulta importante destacar algunos rasgos de la violencia practicada en la zona republicana. A raíz de las atrocidades cometidas en esta zona durante el periodo bélico, el franquismo construiría su discurso basado en la deshumanización, extranjerización (soviética) y demonización del enemigo, pilares de la propaganda rebelde y con consecuencias a nivel interno y externo. Las valoraciones sobre la violencia republicana y rebelde, basadas en el insuficiente pero necesario conteo de víctimas, nos muestran que las producidas en espacio republicano alcanzaron las 50 000 mientras que las acontecidas en la España de Franco superaron las 130 000, 40 000 de ellas pertenecientes a la represión de posguerra.53 La intensidad de la violencia republicana se centra principalmente en los primeros cinco meses de la guerra, aprovechando esa parálisis que provocó el golpe en el gobierno y la correspondiente pérdida de control de la policía y el ejército republicano. Los artífices de esta violencia contra aquellos considerados afines al golpe militar, como señala Julián Casanova, fueron numerosos y variopintos grupos que trataron de ocupar el vacío de poder ocasionado por esta parálisis. Al perder el Estado su monopolio en el ejercicio de la violencia, emergió en su lugar un pueblo armado compuesto por comités, patrullas parapoliciales, comités de salud pública y checas (prisiones extraoficiales).54 En este periodo de cinco meses de violencia revolucionaria se produjo también la mayor parte de la violencia anticlerical. Según el antiguo pero riguroso estudio de Antonio Montero Moreno, alrededor de 7 000 miembros del clero (el 6% del total del clero) fueron asesinados.55 Durante los meses de julio, agosto y septiembre de 1936 se produjeron la mayor parte de estos asesinatos, en concreto el 71% de las víctimas católicas. Sin lugar a dudas, la violencia anticlerical fue la más utilizada por el franquismo esencial para presentar a los republicanos como viles demonios para erigirse ante España y el mundo como los defensores de los valores católicos,56 un discurso que triunfó y que condicionó a los países que recibieron exiliados españoles como en el caso de México, donde se vio una oposición de parte de la sociedad mexicana más conservadora a la aceptación de los republicanos. En este sentido, el diario Excélsior fue el principal altavoz de los detractores de la ayuda mexicana a la II República y de la acogida de los refugiados republicanos, alentando que esas ideas podrían contaminar y desestabilizar a México.
Respecto al bando rebelde, las ejecuciones, arbitrarias o mediante juicios exprés fraudulentos, se realizaron desde el inicio inmediato de la guerra, aunque sería dos años después, desde el gobierno de Burgos, cuando Franco empieza a desarrollar su corpus legal en el que incluye la pena de muerte en el código penal. Además, la declaración del estado de guerra desde julio de 1936 ponía la totalidad de la justicia en manos de la jurisdicción militar. Cabe señalar que el estado de guerra permanecería en vigor hasta 1948, nueve años después del “fin” de la guerra. La pena capital se mantuvo durante toda la dictadura. Si Franco falleció en su cama el 20 de noviembre de 1975, los últimos condenados a muerte por la dictadura serían Salvador Puch Antich el último preso ejecutado por garrote vil en la historia de España el 2 de marzo de 1974, y los tres militantes del FRAP y dos de ETA el 27 de septiembre de 1975.57
Las cárceles de Franco: hacinamiento, torturas, insalubridad, ejecuciones y trabajos forzados
En los orígenes de la dictadura franquista debemos destacar al sistema penitenciario puesto en marcha como principal baluarte de la represión. La cárcel franquista tenía la finalidad de contribuir a los deseos de venganza, de aniquilación y exterminio del enemigo. Las largas condenas en prisión fueron un elemento clave en propagar el terror al resto de la sociedad y así impedir la reorganización de futuras disidencias a la dictadura. A esto ayudaron las inhumanas condiciones de las cárceles franquistas. La alimentación era escasa o nula,58 teniendo que recurrir aquellos reos que pudieran a sus familiares para que les trajeran algunos víveres.59 La insalubridad era otra de las constantes del sistema penitenciario franquista, provocando un sinfín de enfermedades de consecuencias trágicas en gran parte de los casos. El hambre y las enfermedades en las cárceles, unidas a las condiciones de hacinamiento un ejemplo fue la madrileña cárcel de mujeres de Ventas,60 construida con espacio para albergar a unas 450 reclusas pero que en realidad llegó a más de 4 000 presas- se cobraron más muertes que los mismos fusilamientos, como fue el caso de la muerte del poeta Miguel Hernández en la cárcel de Alicante, en 1942, por tuberculosis.
Cuantificar el total de republicanos que murieron a manos del franquismo resulta un proceso complejo. El ocultamiento e inaccesibilidad de muchos archivos,61 la posesión de documentos claves del periodo en manos de fundaciones, como la Fundación Nacional Francisco Franco, y la falta de registro sobre muchos condenados a prisión y a la pena capital, por hacerse de manera exprés y arbitraria y sin necesidad de juicio alguno, hacen que establecer una cifra exacta sea una labor casi imposible. El franquismo sabía que no había que dejar pruebas de sus miles de asesinatos, por lo que se decidió en muchos casos esconder la principal prueba de un crimen: el cadáver. Los miles de enterramientos colectivos, las conocidas como fosas comunes, se encuentran a lo largo y ancho de la geografía española y contienen miles de cuerpos anónimos sin ningún tipo de distinción, enterrados de una manera humillante y vulgar. La España de 2016 tiene el dudoso honor de ser el segundo país con más desaparecidos tras Camboya.62
La gran masificación de las cárceles franquistas brindó una gran oportunidad al régimen: utilizar ese excedente para explotarlos bajo trabajos forzados. El castigo a los vencidos fue el modelo represivo más beneficioso de los ejercidos por la dictadura. Si la obediencia al nuevo gobierno se logró, entre otros aspectos, mediante la brutal represión, la reconstrucción material de España, se garantizó gracias a la multitud de reos hacinados en los diversos campos de concentración y de trabajo.
El trabajo de los presos fue una constante en la política penitenciaria del régimen franquista desde la Guerra Civil hasta 1970, con la extinción del último destacamento penal en España.63 El trabajo respondía a unos objetivos concretos: liberar al Estado de la enorme carga que suponía mantener a tanta población reclusa y servir como forma de generar beneficio material al Estado. Las cárceles de Franco, según cifras del propio Ministerio de Justicia de la dictadura, albergaban a 270 719 personas entre el año 1939-1940,64 cifra que obviamente colapsó el sistema carcelario cuando su capacidad apenas daba para 20 000 internos.65 El organismo encargado de la administración del trabajo penado se constituyó por orden del Ministerio de Justicia de 7 de octubre de 1938, y fue el Sistema de Redención de Penas por el Trabajo (después denominado Patronato de Nuestra Señora de la Merced), por el que los presos políticos redimirían días de pena por días trabajados y, en algunos casos, recibirían un irrisorio salario.66 La violencia política provocó lealtades compulsivas que forjaron la consolidación de la dictadura durante casi cuarenta años.67 Sin ninguna duda, de esas nuevas o viejas lealtades al franquismo, destacamos a un grupo especialmente beneficiado por la modalidad represiva de los trabajos forzados. Hablamos de las empresas cercanas a la dictadura, que se adjudicaron las grandes obras de infraestructuras de España utilizando la rentable mano de obra reclusa. Esta estrecha relación dio lugar al surgimiento y auge de los grandes monopolios, como el del sector eléctrico, y a las grandes compañías empresariales que hoy día lideran el IBEX 35.68
La intelectualidad republicana también sufrió los temidos campos de concentración franquista. Max Aub fue destinado al campo de Los Almendros (Alicante) de donde consiguió fugarse y partir rumbo a México para continuar con su profesión.69 Otro caso fue el del historiador Nicolás Sánchez Albornoz, hijo del también historiador Claudio Sánchez Albornoz, condenado a trabajar en las obras del Valle de los Caídos, del que consiguió escapar y poner rumbo a Argentina.70 Podemos afirmar que las principales infraestructuras construidas durante el franquismo fueron hechas por los reos trabajadores.71
La persecución de la intelectualidad republicana
Otra modalidad represiva fue la llevada a cabo por la dictadura contra la cultura republicana. Como ya hemos destacado, el franquismo impuso su propio proyecto cultural y para ello había que destruir el modelo republicano y también a su personal. Las distintas formas de violencia que practicó el régimen de Franco, unidas a la persecución de la intelectualidad, fueron la principal causa del exilio intelectual a América Latina, donde el mismo idioma y los históricos y nuevos lazos culturales, establecidos a principios de siglo XX, les brindaron la única oportunidad posible para continuar con sus vidas y con su actividad profesional. La represión no sólo afectó a la intelectualidad más distinguida, sino que fue un proceso de purga total contra todos los trabajadores del servicio público. El gobierno militar tenía claro que la “Nueva España” debía contar con un funcionariado afín y fiel a la causa, o por lo menos atemorizado. A esta depuración también se le dio cobertura legal con la Ley de Depuración de Funcionarios del 10 de febrero de 1939, que afectó a todas las instituciones públicas. Con la Ley se trataba de establecer las normas para la readmisión al servicio del Estado de los funcionarios considerados dignos y merecedores de ello. Hablamos de readmisión porque la maquinaria depuradora se iniciaba para todos, todos en un principio eran sospechosos de estar “manchados”, “contagiados” o “culpables” por la gestión republicana. La sospecha de culpabilidad sólo podía desvanecerse con una depuración exhaustiva.72 El proceso depurador, por tanto, se convirtió en otro mecanismo de control social y político de la población. Al constante examen ideológico se unía un elemento primordial en esta misión: la delación. La pregunta número 24 del expediente de depuración es el ejemplo más claro de la cooperación que requería el régimen a la sociedad para la identificación de los enemigos. La pregunta instaba a denunciar a los compañeros de trabajo “izquierdistas”. La delación constituía un deber, una garantía de adhesión al nuevo gobierno, “un aviso patriótico”.73
Las depuraciones afectaron a determinados cuerpos del funcionariado con más intensidad que a otros, como fue el caso del Magisterio Español. En la depuración de maestros actuaron muchos aparatos represivos existentes: la Guardia Civil, los mandos policiales y de Falange, las autoridades municipales y religiosas, el mismo pueblo…, son agentes represores que con sus acusaciones y denuncias están presentes en los procesos depurativos del magisterio. Afectó a todos los maestros y, de modo muy especial, a quienes lideraron alternativas de progreso en lo social, pedagógico y espiritual. La desconfianza del franquismo es fácilmente explicable: los maestros habían sido motivo de especial atención por la República y se habían implicado mayoritariamente a favor de la nueva política educativa y cultural del Estado republicano,74 por lo que la dictadura dudaba de que éstos tuvieran una absoluta solvencia moral, católica, y una sincera adhesión al nuevo Estado y a los nuevos valores nacionales.75 Todos los docentes, desde los de las escuelas rurales a los de universidades y principales centros de investigación, sufrieron la tarea depuradora del franquismo. La universidad española fue la institución dónde más se empeñó el franquismo en establecer a rajatabla su ideología y en instaurar en ella el sistema corporativista de los regímenes totalitarios. En 1943, cuando las purgas y las depuraciones todavía seguían en marcha, la dictadura promulgó la Ley de Ordenación Universitaria, en la que se establecía que desde el rector a los profesores debían ser miembros de la Falange y jurar fidelidad al régimen.76 La represión cultural no sólo tuvo consecuencias en el personal docente, sino que afectó a los círculos de opinión, a la prensa, la literatura, a los artistas y hasta a las profesiones liberales.
México abrió sus puertas a los españoles y brindó grandes oportunidades a los hombres de ciencias, de letras y artistas, pero también a obreros y clases medias. Aquellos que no tuvieron la ocasión de exiliarse padecieron la cruenta represión franquista. Los que escaparon de la cárcel no pudieron esquivar el nuevo modelo cultural franquista, inhibidor de conciencias y de progreso. Incluso los que no fueron apartados de sus puestos de trabajo fueron víctimas del inxilio, un concepto que define a los que no se marcharon pero cancelaron su producción cultural, o la modificaron, para escapar de la censura y de la persecución franquista. Como ejemplo, a consecuencia de la depuración, la lexicógrafa María Moliner perdió dieciocho puestos en la escala funcionarial.
Se calcula que un tercio de los maestros fueron inhabilitados total o parcialmente. Es el caso de José Castaño, maestro republicano nacido en Murcia en 1917. Al terminar la guerra, el franquismo lo apartó de su puesto durante 36 años, hasta la muerte del dictador.77 Personajes como Castaño no tenían cabida en la nueva España. En México sí, y el ejercicio de sus profesiones supuso un impulso en el desarrollo científico e intelectual del país. Mientras tanto, España quedó sumida en un desastroso letargo; casi cuarenta años de oportunidades perdidas que todavía condicionan el devenir del país.
Conclusiones
La alianza entre México y la II República fue posible gracias a la similitud de ambos proyectos políticos, pero también, con el mismo grado de importancia, se desarrolló debido a que el contexto internacional americano y europeo motivó el acercamiento de ambas naciones. En cuanto a la solidaridad mexicana, obviando el limitado envío de armas y municiones del gobierno cardenista, se fraguó en suelo no español (en México, en el sur de Francia o en la sede de la Sociedad de Naciones) por lo que hablamos de un proceso que va más allá de dos países, influenciado por las distintas coyunturas internacionales surgidas a partir de 1936 y orquestado principalmente por las élites políticas y culturales españolas y mexicanas, aunque afectara al común de la sociedad mexicana y republicana exiliada. En este sentido, observamos que tanto la guerra de España como la represión franquista y el derivado exilio afectaron a todas las clases sociales sin distinciones. Esto es consecuencia, tal y como hemos ido señalando a lo largo del texto, del carácter multifactorial o poliédrico de la Guerra Civil española (lucha de clases, guerra de religión, revolución y contrarrevolución, liberalismo contra nacionalcatolicismo o fascismo entre comunismo, entre otros).
Por último, concluimos que la polifacética e intensa violencia de las tropas rebeldes fue proporcional al alto y variado número de exiliados, por lo que hace que ambos fenómenos, el exilio y la represión franquista, resulten inseparables y formen parte de un mismo relato histórico para comprender esta parte del pasado traumático español.