El historiador y la sociedad en general deben montar estrecha vigilancia, dentro del debate nacional, de esa violación brutal de aquello que todavía nuestra fracturada y dividida memoria puede preservar en contra de la reinvención de un pasado recompuesto y mítico al servicio de los poderes de siempre.
José Edgardo Cal Montoya
INTRODUCCIÓN
Dicen que una verdad a medias será, tarde o temprano, una mentira completa. En este trabajo abordaremos la distancia que existe entre lo que el historiador descubre en un proceso de investigación profesional y serio, y aquello que la sociedad llega a conocer sobre dichos hallazgos y por medio de quiénes lo hacen. Este artículo proviene de un estudio más amplio que inició en enero de 2017 y finalizó en diciembre de 2020 en la ciudad de Querétaro, en el cual hicimos una revisión de corte historiográfico sobre diversas etapas relevantes para la historia local, con el fin de observar los efectos que tenían los discursos de ciertos actores sociales sobre el comportamiento colectivo.
De manera concomitante a nuestro problema de investigación principal, nos llamó la atención la manera en que algunos personajes divulgadores de la historia hicieron uso de esta y, en específico, el trato que se le dio al período gubernativo del agrarista queretano Saturnino Osornio (1931-1935), originario del municipio de San Juan del Río, y de quien lo que más comúnmente se conoce es una serie de historias negras y violentas que no reflejan adecuadamente los hallazgos de los historiadores profesionales.
A los personajes divulgadores de la historia local los denominamos "intelectuales" por razones que se expondrán más adelante, donde se verá que el acento se coloca no tanto en lo que suele entenderse por ese concepto, sino en los actos que realizan dichos individuos. En el caso de Querétaro, la idea general de los intelectuales que se abordarán en este trabajo, fue la de legitimar el rechazo a los intentos de cambio en el orden social y de alguna manera promover el conservadurismo. Apoyados en el uso público de la historia y su divulgación más a modo, sus acciones tuvieron consecuencias en la manera en que la información llegó a ciertas colectividades que reprodujeron, a su vez, discursos similares tendientes a la conservación del orden social en la ciudad.
EL USO PÚBLICO DE LA HISTORIA: ¿DEGENERACIÓN?
Los trabajos más recientes sobre el uso público de la historia generalmente hacen referencia a las historias nacionales, a grandes acontecimientos que convulsionaron el mundo como el Holocausto, las guerras mundiales o las revoluciones del siglo XX; adicionalmente, como común denominador se advierte que su empleo ha tenido como objetivo la legitimación de algo, ya sea una identidad colectiva, cierta idiosincrasia, un sistema democrático, una monarquía, el autoritarismo o hasta un exterminio.1 No obstante, destaca el hecho de que poco se dice sobre cómo se utiliza la historia con fines públicos y políticos en lo local, específicamente sobre eventos destacados —o más bien de alguna manera destacables— que forman parte de la memoria histórica de una ciudad y, sobre todo, no se habla de quiénes en concreto lo hacen.
En la investigación realizada por Baildon y Afandi,2 se identifica la manera en que las tradiciones y experiencias históricas en ciertas regiones de Asia dan forma a la manera en que se concibe a la historia y cómo se enseña en el sistema educativo, repercutiendo en una serie de valores que influyen, a su vez, en la identidad nacional. En su investigación también se observa que el gobierno controla los programas de historia que se imparten con el fin de "construir a la nación y promover el crecimiento económico en la economía global".3
Nicola Gallerano define el uso público de la historia como "todo lo que se desarrolla fuera de los lugares destinados a la investigación científica en sentido estricto, a la historia de los historiadores, habitualmente escrita para los especialistas y para un segmento muy restringido del público",4 lo que nos sugiere una distancia que el propio autor critica entre el historiador profesional y ciertos no expertos que llevan a cabo su recaptura, interpretación personal, a veces tergiversación y luego su divulgación. Sara Prades coincide con Gallerano al citar a Sisinio Pérez Garzón, cuyo argumento sostiene que "el historiador habría perdido el monopolio de la información sobre el pasado, habiendo de competir con el director de cine, sociólogo, politólogo, escritor, economista o antropólogo".5
Aunque desde la perspectiva de Gallerano se debería hacer converger el ejercicio profesional de investigación que hace el historiador con el empleo de la historia, es importante destacar cómo, en ciertas ocasiones y según ciertos intereses, a la historia se le manipula, se le retuerce y se le modifica para que engarce perfectamente con lo que quiere divulgar quien la está usando, independientemente de lo que el historiador haya descubierto y publicado. El autor mencionado advierte, por supuesto, sobre las áreas, sistemas, grupos o colectividades que hacen uso público de la historia donde están involucrados tanto los medios de comunicación, las artes y sus distintas expresiones, encontrando también a los partidos políticos, asociaciones religiosas y otras organizaciones; en todo ello, hace énfasis en la "degeneración" de la historia debido a cómo la utilizan los políticos.6
En efecto, este problema ha encendido las discusiones entre historiadores, sobre todo cuando la perspectiva utilizada se refiere a cómo interactúa la política con la historia, haciendo de esta solo un instrumento más que serviría para legitimar posturas políticas, ideologías, filias o fobias grupales e identidades colectivas, y hasta el lugar mismo que ocupan las élites en la memoria histórica y su poder de divulgación:
Lo que configura propiamente una constante histórica es el usufructo que intereses de muy diversa entidad y naturaleza han venido practicando de la historia, desde la solemnidad de las conmemoraciones identitarias hasta la trivialización de la publicidad o de la propaganda. De todos los usos públicos de la historia, el político es el más determinante, pues permea todos los demás y, en sus formas más extremas, es el que degrada a la historia transformándola en una historia meramente instrumental, sin más razón que su utilidad para ser usada.7
En nuestro caso de estudio sobre el uso de la memoria histórica queretana, resulta muy evidente que este ha sido de carácter repetitivo, es decir, se resaltan sin descanso ciertos eventos siempre desde una perspectiva predeterminada, haciéndola legítima mediante su insistente presencia en los libros de historia local que circulan por la ciudad y que están disponibles en las bibliotecas y librerías. Por ejemplo, es casi predecible que en las bibliotecas universitarias encontremos libros dedicados a la caída del Segundo Imperio, el Sitio de Querétaro, el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo en el Cerro de las Campanas y títulos similares que, además de dejar relegada la atención que debiera darse al triunfo de los republicanos y sus ideas —y que omiten igualmente estudiar a fondo la resistencia de las élites queretanas a aceptar otra cosa que no fuera a los conservadores e imperialistas—, legitiman una postura política local que a la larga resultó totalmente equivocada, por lo que se reducen a contar la misma historia de esa época, centrándose en idénticos episodios y mostrando iguales resultados, una y otra vez.
Por la misma razón, otro problema se presenta cuando en lugar de realizar una profunda indagación, simplemente se transcribe lo que ya se ha escrito con anterioridad, cuyo efecto, basado en la repetición incansable, es la construcción de una realidad muy a modo que de alguna manera termina coincidiendo con las inclinaciones o "doctrinas políticas" del momento, donde el uso público de la historia se realiza mediante su divulgación "con instrucciones de uso y ante públicos muy distintos, formados no tanto por lectores sino por auténticas audiencias"8 que, al no estar dispuestas a indagar por sí mismas si lo que se les dice es cierto o no, conlleva una importante ausencia de oposición entre el público que finalmente recibe el discurso histórico.
Los autores hacen hincapié, coincidiendo con Gallerano, en que no es necesariamente el propio historiador quien hará un uso público de la historia —donde puede haber uso legítimo y abuso censurable—, pues son otros agentes sociales quienes eligen e interpretan el pasado y hacen divulgación con miras a "promover nuevas conciencias ciudadanas" y crear opinión pública.9
LO QUE HACEN LOS INTELECTUALES O LO QUE LOS HACE INTELECTUALES
Queda todavía la necesidad de ser mucho más específicos porque ¿Quiénes, en particular, como agentes sociales, hacen uso público de la historia? Ciertamente, en común acuerdo con Gallerano, Carreras y Prades, no siempre son los historiadores. Diversos investigadores hacen referencia al gobierno o al poder político como principal usuario de la historia, pero ¿Son todos? ¿Es el gobernador? ¿Son los diputados? ¿Podríamos siquiera imaginar a estos actores políticos leyendo cientos de documentos y acomodar lo que quieren o no quieren que sepa la masa? ¿Lo hacen los artistas? ¿Los sacerdotes?
Prades refuerza la idea con un argumento similar: "Al haberse diversificado los modos de transmisión de la historia, la experiencia de los actores del pasado puede llegar a la ciudadanía mediante una multiplicidad de canales como la historia oral, el cine, la literatura, la fotografía, la biografía, entre otros, por lo que su acceso al público es formidable".10
Proponemos que ciertos actores sociales también disfrutan de tal acceso formidable por razones de su contacto constante con un público amplio a través de los medios de comunicación, donde divulgan lo que interpretan (muchas veces a modo) a partir de la evidencia histórica. Sostenemos que son los intelectuales. Y para matizar esta afirmación, es necesario desencantar un poco este concepto porque estamos acostumbrados a identificarlos como personajes de gran fama (sí, la deben tener) a escala nacional o hasta internacional. Tal característica no es condición necesaria ni suficiente para ser intelectual. A dichos individuos se les identifica también como personajes brillantes, referentes de la vida política del país, estudiosos de alguna disciplina, que pueden ser defensores de las causas populares (que no siempre es cierto) o legitimadores del statu quo (que tampoco siempre es cierto). ¿Cómo, entonces, se define este concepto?
Partiendo de la idea de Gramsci que sostiene que "los intelectuales son los "encargados" por el grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político",11 una serie de autores se han dedicado a intentar desentrañar y delimitar este concepto. Paoli Bolio contribuyó al asignarles ciertas funciones relacionadas, precisamente, con la generación de hegemonía: "El intelectual realiza una serie de funciones que pueden sintetizarse así: reproduce, preserva, sistematiza, distribuye y aplica el sistema cultural de una nación. En la actualidad, los intelectuales influyen no solo en su nación, sino que con el desarrollo comunicativo, sus ideas y hallazgos penetran en ámbitos mayores".12
Roderic Ai Camp no se aleja de lo sostenido por los autores anteriores, pero contribuye a operacionalizar aún más este concepto al definirlo de la siguiente manera: "es un individuo que crea, evalúa, analiza o presenta símbolos, valores, ideas e interpretaciones trascendentales a un auditorio amplio, de manera regular".13 Es decir, no es necesariamente alguien incuestionablemente culto o especializado, cuyo principal atractivo sea su inteligencia y honestidad, que posea una moral intachable, que carezca de intenciones perversas o de tal ingenuidad que ni siquiera las pueda prever. No se ve definido, como también lo sostiene Camp, por su relación estrecha o distante con el Estado, o por su postura de oposición o consenso con este: simplemente divulga ciertos elementos importantes para una sociedad con fines de creación de opinión pública y orden social hegemónicos, pero ciertamente son instruidos para tal fin desde el poder de las élites, lo cual abona a lo que Gramsci ya sostenía a principios del siglo XX.
Es pertinente recalcar que el intelectual no es necesariamente un académico ni un político, aunque se le solía identificar de esa forma. Tiene la habilidad de poder moverse en diversas partes de la sociedad; puede ocupar o haber ocupado un cargo público o no, puede ser un sacerdote, un militar, un economista, un maestro o no tener un título universitario. Lo que realmente lo define es esa actividad de divulgación constante a un público amplio y más aun, en nuestro caso, cuando en dicha actividad hace uso público de la historia dado que esta contiene, prácticamente por antonomasia, símbolos y valores que son de trascendental importancia para la sociedad.
Ahora bien, la ruta que sigue la historia como contenido fundamental para la creación de hegemonía es bastante sencilla, dado que los símbolos, valores, ideas e interpretaciones que Camp sostiene que son divulgados por los intelectuales tienen, necesariamente, un significado y contenido histórico previo (o lo que llamamos aquí memoria histórica) que va a dar forma a ciertas pautas de acción que van a ser seguidas y reproducidas por los individuos de una sociedad en específico, volviéndose hegemónicas. En otras palabras, la memoria histórica es una importante condicionante para la producción de un sistema de valores que nos indicará qué deseos y creencias hay que tener y cómo actuar en consecuencia basándose en dicho contenido fundamental.14 Parra Luna lo señala claramente: "el manejo de la historia presenta un evidente peligro de conformación de actitudes",15 de ahí que podemos reconocer que es importante la manera en que se produce la historia, pero el cómo se reproduce y colectiviza puede ser hasta factor explicativo del porqué actuamos de cierta manera y no de otra.
RESISTENCIA AL CAMBIO SOCIAL: EFECTO DEL USO PÚBLICO DE LA HISTORIA QUERETANA
Al revisar la historia decimonónica de la ciudad de Querétaro a partir de algunas fuentes primarias, como la prensa, se ve venir un uso público y político de la historia cargado hacia la legitimación no solo del poder, sino también del propio orden social queretano que tiene, sin duda, una especie de necesidad de conservar el equilibrio y la paz, pero también tiende a pensar que el desorden viene "de fuera",16 resultando esto en la desconfianza hacia el extraño, hacia la otredad, en dos maneras fundamentales: cuando no pertenece a la clase dominante y pretende ingresar a ella, y cuando no es nativo del estado, convirtiéndose ambas alteridades en responsables del "delito" de pretender alterar dicho orden. Sobre este aspecto volveremos más adelante.
Pero en el uso público de la historia queretana no solo se ha pretendido la conservación del statu quo y fomentar la desconfianza al foráneo, también se ha intentado colocar a la localidad como "la ciudad más histórica"17 del país al afirmar que aquí se han consumado innumerables hechos de gran importancia nacional, cuando en realidad solo ha sido un escenario —a veces a regañadientes y otras algo mediocre en términos de la escasísima participación del queretano en alguna causa—. Esta veta grandilocuente de lo insignificante en la historia local (sublimación de lo ausente, le decimos), ha sido profusamente utilizada en lo que se considera la historia local oficial.
Es desconfianza como realidad histórica. Evidentemente sucede mucho, porque mucha gente va de paso, de aventura, entonces no puedes aceptarlo porque a lo mejor llega y se sigue, entonces tienes que generar una plataforma de seguridad para que se puedan dar garantías de que efectivamente no es una mala persona. Querétaro no ha sido por eso, a pesar de lo que se diga, un real protagonista. Ha sido escenario, por algo se vino Maximiliano aquí y por eso vienen los presidentes, por eso se hacían las ceremonias, porque sabían que no iba a haber un relajo, que nadie los iba a pelar. Entonces había un escenario, si no cordial, por lo menos de indiferencia y escepticismo, no iba a haber bronca. En ese sentido Querétaro, más que actor de la historia ha sido escenario de la historia.18
Un dato importante que revela la forma en que se manejó la historia local es lo que pasó durante el Segundo Imperio y su caída, cuando los acontecimientos locales fueron reinterpretados y retorcidos para dar a entender que Querétaro no había sido ni imperialista ni una ciudad traidora,19 cuando en realidad otros documentos indican que sí lo fue.20 O cuando Porfirio Diaz ocupó Querétaro, impuso al gobernador y negoció con José María Iglesias, episodio que fue magnificado por los divulgadores de la historia local convirtiéndolo en el nacimiento del porfiriato, precisamente en tierras queretanas.21 Esta manera de narrar la historia es obra de los intelectuales.
En este trabajo nos centramos en dos figuras emblemáticas locales señaladas como intelectuales y ampliamente reconocidas por su gran cantidad de publicaciones sobre historia de Querétaro con fines de divulgación: Fernando Díaz Ramírez y José Guadalupe Ramírez Álvarez. Ambos se dieron a la tarea de divulgar la historia queretana durante el siglo XX y dedicaron cientos de páginas y horas enteras en la radio haciendo uso público y político de la historia local. Se subraya la calificación de intelectual por sus actividades de divulgación de símbolos y ciertos valores, además de que de ninguna manera podrían entrar en la categoría de historiadores.
Estos personajes fueron bien conocidos en la ciudad desde los años cincuenta del siglo XX. En aquella década la población total de la ciudad apenas alcanzaba las 80 000 personas y 30 por ciento era rural. De ese total de población, 99 por ciento se identificaron como adscritos a la religión católica y solo 102 personas estaban divorciadas. Una ciudad repleta de iglesias, monasterios y conventos, en la que a los niños se les inculcaba el respeto por los curas y monjas, donde se esperaba con emoción la llegada de las fiestas religiosas; pero, por otro lado, los cambios bruscos en cualquier sentido no eran bienvenidos. Es pertinente señalar que la historiografía para esa época de Querétaro es particularmente escasa; sin embargo, podemos destacar un desarrollo económico lento debido a que, si bien la ciudad tuvo desarrollo industrial desde el virreinato, fue más bien el sector agrícola el que caracterizó a la entidad durante mucho tiempo. El segundo impulso industrializador de la década de los cincuenta en la ciudad fue un proceso violento y tardío:
Violento, en la medida que las condiciones para un cambio de giro no estaban dadas: infraestructura, mano de obra capacitada, etcétera, y que eran ajenas a la dinámica interna. Y tardío, en el sentido que mientras la industria alimentaria en el contexto nacional estaba ya en plena madurez. Localmente, este giro apenas comenzaba a sumarse a los mercados del país [sic].22
La lentitud en el cambio de giro industrial, acompañado de una escasa movilidad migratoria, dibujan a un Querétaro en el que, dicen, "el tiempo se detuvo". Roberto Servín, quien ostenta el título de cronista emérito de Querétaro, recuerda:
Yo vivía en la zona de Santa Rosa de Viterbo, a cuatro cuadras […] del centro. Creo que este Querétaro se conservó hasta los años setenta casi […] Estaba como olvidado, como vetado por el gobierno por haber sido el último reducto del Imperio y de acusarnos de imperialistas a todos los queretanos […] a raíz de eso realmente nos guardaron mucho rencor y no ayudaban a Querétaro para nada.23
Eduardo Rabell, cronista municipal, agrega:
[El Querétaro de antes significa] añoranza, porque se añoran los días en que no había mayor presión, mayor preocupación, se añoran los días en que el clima era benéfico, los días en que todo mundo cuidaba a Querétaro y es que en Querétaro el tiempo se detuvo: no avanzó […] Del México de la Independencia hasta 1970 el tiempo no avanzó aquí, se estacionó. Las mismas calles empedradas, las mismas lozas en las banquetas pegadas con lodo y que no las removía nadie, teníamos poco transporte público, había tres rutas y el circuito. Mi abuelo era muy amante de que viéramos la vida como él y que no nos encerráramos en algo distinto.24
Fernando Díaz Ramírez nació en Querétaro y fue abogado de profesión. Miembro de una familia conocida en la ciudad, siempre formó parte de la élite tanto económica como política. En la década de los veinte del siglo pasado ocupó brevemente la gubernatura al ser nombrado interino, debido a que el gobernador electo había huido del estado. En los años cincuenta ocupó la rectoría de la recién nacida Universidad de Querétaro y fue protagonista en el movimiento estudiantil que buscó la autonomía universitaria, dado que pretendía no ser removido de su cargo aun cuando su período de gestión ya había finalizado.
Sumamente crítico del cambio social, Díaz Ramírez se decantó por el conservadurismo político. Mostró una clara aversión hacia las ideologías de izquierda, postura que se resume en una conocida frase que externó públicamente: "no hay mejor comunista que el comunista muerto".25 Es señalado como intelectual por Gabriel Rincón Frías en su libro Historia de la Universidad Autónoma de Querétaro.26 Al terminar su faceta como rector, se dedicó a la escritura (o transcripción) de la historia de Querétaro, salpicando sus escritos constantemente con comentarios personales. Aun cuando su prosa era bastante pobre, sus obras son todavía utilizadas como fuente para otras investigaciones y divulgación de la historia de la ciudad y del estado. Entre sus principales trabajos se encuentran Historia del estado de Querétaro, compuesta por varios tomos y editada en 1979, la cual carece de referencias bibliográficas;27 Una vocación y un destino: la vida del Gral. José Ma. Arteaga benemérito de la patria y gobernador de Querétaro editada en 1965; Damián Carmona: documentos de su vida y de su hazaña de 1966; La vida heroica de Tomas Mejía de 1970; Juárez en Querétaro, editada en 1972; Historia de la Universidad de Querétaro del mismo año; y Las misiones de Fray Junípero Serra de 1974, entre otros.28
José Guadalupe Ramírez Álvarez fue estudiante de Díaz Ramírez en la carrera de derecho y tuvó una estrecha amistad con él. Unos años más tarde, Ramírez Álvarez fue director de la Facultad de Derecho y posteriormente rector de la Universidad Autónoma de Querétaro. Es autor de diversos libros sobre historia de Querétaro: Querétaro visión de mi ciudad de 1945; Querétaro en los siglos publicado en 1966; Anecdotario de Querétaro de 1967, al igual que Leyendas de Querétaro; Cerro de las Campanas de 1972; La Casa de Ecala de 1976; En Querétaro triunfa la república federal editado en 1981, entre otros. Además, condujo durante la década de los ochenta un programa de radio que también se llamaba Querétaro visión de mi ciudad, en el cual hacía divulgación sobre la historia local. Igualmente, dirigió durante varios años el diario queretano Amanecer, que a la postre se convirtió en Diario de Querétaro. El entorno conservador de Querétaro se reflejó, igualmente, en la declaración de principios de este diario dirigido por Ramírez: "combatir las doctrinas o tendencias que conspiren contra el orden social establecido".29
Desde los años cuarenta del siglo XX, Ramírez Álvarez comenzó a escribir sobre la historia de la ciudad, repitiendo hasta el cansancio lo que otros historiadores ya habían dicho y centrándose en prácticamente los mismos temas que Díaz Ramírez. Sin embargo, y tal vez debido a su impecable prosa, abonó glorificando la historia local empezando por la forma en que definió a Querétaro: "¡Querétaro!... Sinfonía tarasca: símbolo de movimiento; místico auspicio: atalaya imperial; misión sagrada: persuasión de almas; encumbrado destino: expresión de estirpe; enhiesta presencia: patrio adalid [sic]".30 A pesar de que sus contribuciones fueron prácticamente repeticiones e interpretaciones muchas veces personalísimas de la historia local, su nombre fue inscrito con letras de oro en el Congreso del Estado y fue sepultado en el Panteón de los Queretanos Ilustres,31 al igual que su maestro Díaz Ramírez.32
El caso específico en el que ambos intelectuales queretanos convergen haciendo uso público de la historia, donde tergiversan y acomodan datos a modo de forma mucho más visible con el fin de legitimar su postura política conservadora, es con respecto al período de gobierno de Saturnino Osornio, un personaje que fue un otro para las élites queretanas y, por tanto, para ellos también. El entonces gobernador, originario de San Juan del Río, Querétaro, fue peón de hacienda y tlachiquero, escasamente leía y escribía y era líder carismático de la región de los valles del estado. Con sus hombres armados sirvió en distintas ocasiones al poder político tanto federal como estatal y hasta fue encargado de la resistencia contra el movimiento cristero, evitando así que se presentaran levantamientos en esa zona.
Su amplia base social, compuesta principalmente de campesinos, le dio una fuerza política de gran importancia que lo llevó a principios de los años treinta a ocupar la gubernatura del estado de Querétaro —para sorpresa y terror de las élites— en medio de esa serie de jaloneos y crudos enfrentamientos que caracterizaron al inicio del priismo en el país.
Aliado de Plutarco Elías Calles, su plan de gobierno era marcadamente agrarista y los cambios que pretendió en el orden social se apegaban a la ley, específicamente la Ley Agraria y la Ley de Educación,33 donde pretendía hacer reparto de tierras y fomentar la educación agrícola que tanto urgía al estado para fomentar la producción y el desarrollo de los más necesitados:34
La forma de mejorar esa clase [trabajadora] se centraba en tres postulados: la educación, para erradicar el fanatismo católico que predicaba la sumisión y no la dignidad del trabajador y para que nadie pudiera engañarlos porque no sabían leer, escribir y contar. El segundo postulado era la organización sindical, para lograr la jornada de ocho horas y un salario justo. Finalmente, se consideraba que era central, tan central como la educación, lograr el incremento de la productividad agrícola.35
Saturnino Osornio, en su Ley de Educación, fue especialmente enfático en la necesidad de tres cosas: primero, la educación tenía que ser laica (artículo 8); segundo, los ministros de culto tendrían prohibido impartir clases (artículo 34); y tercero, las escuelas debían contar con un terreno específico para desarrollar habilidades agrícolas (artículo 22).36 Relacionado con este último punto, la Ley Agrícola decretó que este tipo de instrucción sería obligatorio para todas las escuelas del estado,37 fueran primarias, secundarias o preparatorias, lo cual incluía al Colegio Civil que, veinte años después, sería la Universidad de Querétaro.38
Estas leyes irritaron considerablemente a las élites, de tal manera que al ver al gobernador como una amenaza para sus intereses, publicaron acusaciones en contra del mandatario estatal en la prensa nacional la cual, dicho sea de paso, era escasamente leída en Querétaro:
Se ha declarado de utilidad pública la formación de sociedades cooperativas de venta de cereales, poniendo trabas a modo soviético a la libertad de comercio […] La traba puesta a la libertad comercial puede salvarse pagando el 15 % del producto bruto que es un impuesto brutal. El Stalin de Querétaro conoce el arte de extorsionar a los propietarios de bienes que la Constitución de la República permite que se disponga […]. Este es un programa detestable.39
Igualmente, y debido a la inconformidad con las nuevas leyes decretadas, los estudiantes tomaron las instalaciones del Colegio y se declararon en huelga. Fernando Díaz señala:
La causa era de suponerse: la instrucción agrícola obligatoria traducida en que todos los alumnos deberían, en la huerta del colegio, enseñarse a conducir en el barbecho y en la siembra, la yunta de bueyes. Notoriamente ni uno solo de los alumnos, absolutamente ninguno, tenía por qué enseñarse en ese oficio, que jamás la instrucción que estaban recibiendo los obligaría a tomar.40
La solución del gobierno de Osornio frente a la huelga estudiantil fue clara: clausurar el Colegio Civil. Esta acción escandalizó a las élites locales, que vieron en los actos del gobernador una clara afrenta. ¿Cómo se atrevía a clausurar el Colegio?
Esta decisión, profusamente difundida en Querétaro desde entonces (1932) hasta nuestros días para remarcar que se trataba de un gobernador iletrado, no tenía, en realidad, mayor importancia. El afamado Colegio Civil arrastraba serias dificultades para sobrevivir desde 1920 porque carecía de alumnos. Aun cuando seguía siendo un bastión de notables aristócratas y clasemedieros, era en realidad una institución que beneficiaba a muy pocas familias "de bien", además de representar una carga presupuestaria.41
Así, al irrumpir en la esfera del poder con un plan de semejante índole, el gobernador fue visto como un enemigo de las élites quienes consideraron su actuar como un intento de modificar el statu quo, de crear un nuevo orden social que incluyera la mejora y desarrollo de la población más necesitada, dándole prioridad a la educación y la producción agrícola y donde el pueblo no fuera solo una herramienta más en manos de los poderosos, de los ricos, de las élites.
Como señalamos, acorde con las maneras discretas —más parecidas al cuchillo de palo que a otra cosa—, las élites no enfrentaron al engorroso gobernador de manera directa, sino mediante la publicación de quejas y denuncias en los diarios de la Ciudad de México.42 Tejieron una leyenda negra alrededor de este personaje, tildándolo de cacique violento, enemigo de las haciendas, ignorante y homicida;43 leyenda que fue reproducida en distintos libros publicados por los dos intelectuales que presentamos en líneas anteriores. Por su parte, Fernando Díaz Ramírez, en uno de los tomos de su Historia del estado de Querétaro, intentó demostrar cuán funesto había sido el período de gobierno de Osornio,44 mostrando una serie de datos estadísticos que pretendían señalar, sin lugar a dudas, que dicho gobernante provocó a inicios de la década de 1930 la migración de la población queretana a otras partes, que huyendo pavorosamente del "cacique", prácticamente dejó la ciudad con solo 35 000 personas, y la población total del estado disminuyó a aproximadamente cien mil.45
Marta Eugenia García Ugarte sostiene lo contrario. Ella muestra que entre 1930 y 1950 la población estatal sumó a 48 mil habitantes más,46 pero no solo eso: cuando revisamos el censo de 1940 levantado por la entonces Dirección General de Estadística, observamos que a inicios de los años 20 del siglo pasado, había 220 231 habitantes en el estado que aumentaron subsecuentemente a 234 058 en 1930 y a 244 737 en 1940.47 Y, en cuanto a la ciudad capital, los datos estadísticos son totalmente contrarios a lo que sostiene Díaz Ramírez en su libro: en 1930 en la ciudad (antes de la osorniada) había 32 585 habitantes48 y en 1940 había 33 629.49 Estos datos muestran que Díaz Ramírez intentó demostrar su argumento de los efectos del gobierno de Saturnino Osornio confundiendo cifras, pues probablemente mezcló la cantidad de población de la zona metropolitana de Querétaro —integrada por varios municipios— con la de la cabecera municipal, cuando la diferencia es muy clara al leer con atención los reportes de la mencionada Dirección General de Estadística los cuales, dicho sea de paso, estaban disponibles para consulta pública cuando Díaz Ramírez escribió su obra.
Cuenta, además, que cuando Osornio asumió el poder estatal se rodeó de unos cuantos queretanos, pero dice Díaz Ramírez que "fueron renunciando, con muy expreso rehúso de seguir la Osorniada, en todos sus excesos, llegaban y llegaban nuevos fuereños a sustituirlos. Y, por lo general, decir fuereño ladrón, resulta pleonasmo, ninguno viene a otra cosa que a exprimir el cargo en su propio provecho [sic]".50 Estas ideas aparentemente eran compartidas por otros miembros de la élite de esa época, específicamente por aquellos que tenían el suficiente poder económico como para publicar quejas contra Osornio en la prensa nacional; Díaz Ramírez reproduce estas notas en su obra para respaldar su postura.51 Su apreciación cambia cuando relata la entrada de Ramón Rodríguez Familiar —miembro de la élite queretana— a la gubernatura52 porque él "procuró rodearse de gente buena, todos Queretanos [sic]".53
En resumen, resultó preocupante develar que con una simple revisión de cifras —el elemento más básico y pueril en la investigación más mínima—, Díaz Ramírez utilizó su posición de poder y su acceso al público para mentir sobre la historia. Si con algo tan sencillo logró engañar a la sociedad queretana, que hasta la fecha está en el entendido de que Saturnino Osornio fue un bronco cacique sanjuanense que sumió al estado en la oscuridad y la violencia, ¿qué otras distorsiones más complejas podrían encontrarse en sus libros?
[…] La época del gobierno de los sanjuanenses broncos, de los Osornio, yo conocí a Palemón Osornio de la familia de Saturnino Osornio, eran gentes que se habían hecho en la refriega revolucionaria, podían recorrer Querétaro a San Juan de Río a caballo en una jornada. Le diría que hubo una época de un Querétaro bronco, no lo pueden desconocer […] Sí hubo un Querétaro violento, pero me parece que la sensatez, la cordura en el ejercicio de la política, el diálogo ha imperado sobre la política de la confrontación, de la justicia por propia mano y de la aniquilación de los adversarios.54
Respecto de este mismo período, José Guadalupe Ramírez Álvarez no se queda atrás. Se refiere a la osorniada como "una falsa paz que seguiría para tornarse en la época más negra de nuestra vida en que gobernó a Querétaro un señor que no necesitó saber escribir ni leer para llegar a gobernante",55 prácticamente repitiendo las palabras de Díaz Ramírez. "En su primera mitad, 1931-1935, fue Gobernador de Querétaro Saturnino Osornio "El señor que no necesitó ir a la escuela para ser Gobernador" [sic]".56 Esa época más negra, como expusimos, fue en la que se intentó repartir la tierra y alfabetizar a la población más necesitada, se trató de incorporar la educación agrícola en el Colegio Civil y se pretendió mejorar las condiciones laborales de los obreros y obtener aumentos salariales. Y en todo caso, ¿por qué no considerar que la época más negra fue cuando ciertas élites políticas fueron exhibidas como bastión realista por haber denunciando la conspiración de Independencia y el cura Félix Osores tuvo que salir a defender a la entidad57 para que la nación reconociera a Querétaro como estado? ¿O cuando también las élites dieron cobijo al Segundo Imperio y después reinventaron la historia local para evitar ser desintegrados como entidad?58 ¿O cuando después erraron de bando apoyando a José María Iglesias y, más tarde, a Victoriano Huerta?59 Esto es solo por citar unos ejemplos.
Sin embargo, la inclinación de Ramírez Álvarez a descalificar a Osornio se centra en las cualidades personales de este último —dejando bajo la alfombra las ideas e intenciones del entonces gobernador—, pues abona a la leyenda negra cuando lo califica de patán, al describir un encuentro que tuvo el entonces mandatario estatal —mientras visitaba a sus caballos— con un grupo de estudiantes. Al finalizar dicha reunión, narra Ramírez Álvarez que Saturnino regresó a atender a sus animales: "volvía donde nunca debió salir, a las cuadras de sus bestias, donde se sentía en su ambiente".60
RECHAZO AL CAMBIO, RECHAZO AL OTRO
¿Cuáles son los efectos de este uso público de la historia queretana? Sin haber tomado otros ejemplos que dan cuenta de un proceso complejo y de largo aliento, consistente en la reproducción actual de un sistema de valores fuertemente enraizado en el pasado, el resultado global es una realimentación sistémica de un orden social hegemónico caracterizado por un contenido simbólico variopinto, pero donde destaca el elemento del rechazo a la desestabilización, a los cambios profundos, a voltear a ver a las zonas marginadas de la ciudad y considerarlas parte de la sociedad local para abonar al bien común; un rechazo sistemático a lo distinto, a la diferencia, todo en pro de la conservación y legitimación de una historia utilizada para invisibilizar la importancia y relevancia de las transformaciones y sus actores sociales.
Pero también se rechaza a la alteridad —aquel individuo que no pertenece al grupo— como lo fue el caso de Saturnino Osornio, y también al foráneo, dado que es un desconocido que ha llegado a "invadir" la ciudad y, desde esa perspectiva, a generar distintas clases de caos. Este fenómeno, aunque no es exclusivo de Querétaro, destaca por su persistencia a través de la historia y por provocar y legitimar el rechazo hacia las investigaciones históricas profesionales sobre la ciudad y el estado que son elaboradas por individuos no queretanos.
Por ejemplo, en el V Foro de Sociología celebrado en octubre de 1990, al que fueron convocados tanto académicos como miembros de la sociedad civil, la participante Cecilia Maciel Landaverde caracterizó a los foráneos que viven en la ciudad como "invasores", adjetivo que, según su dicho, se lo adjudicaron ellos mismos y hace una analogía —a nuestros ojos desproporcionada— refiriéndose a Querétaro como una niña ordenada, amante de la música clásica y limpísima que tiene su propia recámara, a la que llega su hermana desordenada y afecta al rock que se niega a respetar la tranquilidad de la primera, para quien el orden simplemente se acabó. De acuerdo con sus palabras, el problema:
[…] está enfocado en la mentalidad de quienes sin conocer la trayectoria y el brillante historial de esta región la menosprecian, la minimizan, y tratan de degradarla queriéndonos imponer modos de ser que no encuadran con nuestra idiosincracia, ni menos aún con los valores que han conformado nuestra identidad queretana que para los que aquí hemos nacido, hemos crecido y vivido igual que nuestros padres, la estimamos de una importancia básica y trascendental.61
Considerando entonces la "trayectoria y el brillante historial de esta región", es importante destacar que el grueso de los historiadores que han elaborado investigaciones críticas sobre Querétaro, contradiciendo en muchos casos lo que se conoce como "historia oficial" (que es la de Díaz Ramírez y la de Ramírez Álvarez), no son queretanos y aquí emerge el grave problema mencionado con relación al uso público de la historia: la resistencia por parte de los cronistas nativos, divulgadores por excelencia, a aceptar lo que otros historiadores descubren. Tal fenómeno se advierte en estos dos extractos de entrevista:
Caso 1
I: De los intelectuales queretanos, ¿a quién lee?
E: Valentín Frías, a todos, a Díaz Ramírez, a Ramírez Álvarez, a Carmen Imelda también […] La que no me gusta es Blanca Gutiérrez. Cecilia Landa Fonseca sí, pero […] David Wright, no me gusta […] Hay otra persona también que no voy a decir su nombre, les dije, "es que ustedes nos están marcando feamente". Cuáles son las fuentes de la historia, documentos, fotografías, historia oral, que ellos no usan. Esos historiadores nos pintan muy distinto. A mí que no me quiera contar la historia de Querétaro gente que no es de aquí. Como Blanca, que nos quiere contar a los queretanos cómo era nuestra ciudad. Nosotros lo vimos, por amor de Dios, cómo no me voy a incomodar.62
Caso 2
E: Ahora, me parece que Querétaro también tiene otro rasgo que es proclive a transformaciones negociadas. A siempre llegar a acuerdos, a todo movilizarlo a partir de entendimientos subterráneos, y eso lo podemos ver en muchos momentos de la historia.
I: ¿Como en qué?
E: Vamos a decir uno, por ejemplo el fundacional […] Yo recuerdo una ocasión que me invitaron a una presentación de un libro y mi comentario pues iba un poquito tocando esta cuestión [la leyenda de la fundación de Querétaro] y bueno, pues tuve que decirlo porque estaba el cronista ahí, y ni modo, el cronista había dicho "sí es cierto que hay nuevas versiones de los académicos sobre la historia, se han documentado más, pero yo me quedo con la leyenda".
¿Sí? Entonces este modo de ser implica que sí, admites que a lo mejor hay otras historias, otras versiones, pero sigue prevaleciendo aquella dorada.63
Es decir, independientemente de lo profundo, profesional y sistemático que pueda ser un historiador que se sumerja en la historia queretana, aparentemente es más importante rechazar sus hallazgos debido al origen del investigador. Esto redunda en que los nuevos descubrimientos, la disección crítica de los hechos del pasado y la contrastación entre lo que se creía que había sucedido con lo que realmente pasó, queda sepultado en el olvido mientras que las historias de siempre, enfocadas en Querétaro como "cuna de la independencia", en el sufrimiento de Maximiliano de Habsburgo, el Cerro de las Campanas, el trazo de las calles, las misiones, la construcción de templos religiosos y la importancia de las plazas, siguen ocupando las consultas cotidianas de quienes quieren saber sobre la ciudad.
CONCLUSIÓN
Hemos visto que el tema del uso público de la historia tiene una importancia vital en cuanto a los efectos que este tiene en la sociedad queretana. Distinguimos a los actores sociales locales que, sin ser necesariamente historiadores ni expertos en esta disciplina, se han dedicado a la divulgación histórica, salpicando la evidencia documental de posturas personales, falacias, tergiversaciones y hasta ofensas, con el fin de legitimar un orden social hegemónico caracterizado por el rechazo a la desestabilización y a la alteridad, dando una imagen de un supuesto equilibrio que de ninguna manera es factible y, muchas veces, ni siquiera deseable.
Como consecuencia de lo antes dicho, es necesario destacar que la investigación histórica, por más delimitada que esté, tiene efectos en el sistema de valores, es decir, su importancia trasciende la academia para llegar a influir en cómo los individuos actuamos. En otras palabras, cada pieza, cada evento, cada suceso que cuidadosamente ha sido indagado y analizado por un historiador, forma parte de un cúmulo mayor de información que funge como condicionante para influir en el sistema de valores que, precisamente, dirige las acciones de los individuos.
Vimos, igualmente, que el trato histórico que se le dio a la gubernatura y a la persona misma de Saturnino Osornio por parte de los dos intelectuales estudiados se decantó hacia la tergiversación de datos, la descalificación y el señalamiento, provocando que durante muchos años se observaran esos intentos de cambio profundo en el estado promovidos por el mandatario como sinónimo de ocurrencias de un ignorante analfabeta que no merecía el puesto que ganó por mandato popular.
Como reflexión final también destacamos que lo que ha predominado en el ámbito del uso público de la historia queretana ha sido el silencio. Por supuesto, hay voces locales que, desde una trinchera marginada, intentan deshacer lo que por décadas ha resistido al cambio; sin embargo, han carecido de aquello que distinguió a Díaz Ramírez y Ramírez Álvarez: el acceso al público.
En Querétaro, la distancia que ha tomado el historiador profesional respecto del uso público de la historia por parte de no expertos tiene consecuencias serias. Por un lado, se ha logrado cubrir de dorado una historia que no tendría razón para estarlo a menos que la intención de exagerar los eventos tenga relación con la legitimación de las élites o del orden social, evadiendo o aminorando la necesidad de hacer un ejercicio de análisis crítico del pasado; la cuestión se torna grave cuando las evidencias contradicen todo aquello que se ha sublimado y se subestima o elimina el ingrediente humano —con sus contradicciones, errores, aciertos, pasiones, filias y fobias— que caracteriza a toda memoria histórica; por otro, se rechaza de forma consistente al cambio, visualizándolo como algo negativo y funesto, especialmente cuando las transformaciones pretenden trastocar elstatu quo y darle al ciudadano común el lugar que se merece.
Es pertinente dirigir nuestra mirada hacia este uso de la historia. No intentamos aquí instruir al historiador sobre sus deberes y obligaciones, pues es más bien él quien conoce su entorno académico y sabe que en algún momento perderá el control de lo que se divulga sobre su trabajo. Sin embargo, consideramos que no es descabellado señalar que el uso público de la historia podría ser cuidadosamente observado por parte de la academia dado que hay —al parecer— una distancia cualitativa importante entre lo que el historiador investiga y produce y lo que los intelectuales están dispuestos a divulgar.
FUENTES
ENTREVISTAS
Mariano Palacios Alcocer, exgobernador e intelectual del estado de Querétaro, 12 de abril de 2019.
Roberto Servín Muñoz, cronista e intelectual de la ciudad de Querétaro, 10 de mayo de 2018.
Eduardo Rabell Urbiola, cronista e intelectual de la ciudad de Querétaro, 10 de abril de 2018.
Efraín Mendoza Zaragoza, intelectual queretano, 20 de julio de 2017.
Edmundo González Llaca, intelectual queretano, 1 de julio de 2017.