La crónica periodística es un producto cultural e histórico cuya caracterización y particularidades están sujetas al contexto en que se desarrolla. Sus temáticas, así como la forma que adopta también guardan relación con sus prácticas de producción. Por lo tanto, para hablar de cronistas mexicanas contemporáneas debe entenderse el campo periodístico, y la situación política, histórica y social en el que desarrollan su trabajo. Además, debe prestarse atención a las formas que adquieren los textos según las modas imperantes en el periodismo, y a las temáticas a que debe responder en atención a las coyunturas informativas. Por último, las circunstancias individuales de las periodistas revelan un campo de acción que condiciona decisiones en su metodología de trabajo y en su oficio, por lo que es necesario explorarlas para no interpretar que responden a una única óptica.
En este trabajo abordaremos textos de Magali Tercero (Ciudad de México, 1957), Marcela Turati (Ciudad de México, 1974) y Lydiette Carrión (Veracruz, 1975), quienes son periodistas radicadas en la Ciudad de México y cuyo trabajo ha sido reconocido en diversas instancias (premios, inclusión en antologías y publicación de libros individuales, entre otras). Todos los trabajos vieron la luz a principios del siglo xxi.
Contexto: la crónica periodística mexicana, final de siglo XX e inicios del XXI
Con el llamado “boom de la crónica latinoamericana”, en 2012, se adjudicaron características a este tipo de texto periodístico que parecían uniformarlo tanto en sus temáticas como en su manera escritural. La conocida (y multicitada) definición de Juan Villoro (14) (quien la calificó como el “ornitorrinco de la prosa”) expandió la posibilidad de trabajos que cabían dentro de esa definición. A ello se sumaron las aportaciones de Darío Jaramillo Agudelo y Jorge Carrión en las muy comentadas Antología de crónica latinoamericana actual y Mejor que ficción. Crónicas ejemplares, publicadas por Alfaguara y Anagrama, respectivamente. Jaramillo señaló el desplazamiento de estos textos de los periódicos a las revistas, además de que los conceptualizó como “una narración extensa de un hecho verídico, escrita en primera persona o con una visible participación del yo narrativo, sobre acontecimientos o personas o grupos insólitos, inesperados, marginales, disidentes, o sobre espectáculos y ritos sociales” (Jaramillo 17). En tanto, Carrión destacó que los practicantes de este periodismo narrativo eran, sobre todo, trabajadores freelance; daban voz a los testigos del hecho noticioso, imponían la mirada del autor y mostraban un alto grado de investigación en sus textos, los cuales eran un contrato entre la realidad y la historia.
Tras este auge, desarrollado a partir de la conformación, en 1994, de la entonces llamada Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano [FNPI, hoy Fundación Gabo] los estudios sobre crónica se multiplicaron, y con ello las características que la definían. Desde la práctica, los nuevos cronistas (Leila Guerriero, Juan Villoro, Martín Caparrós, Julio Villanueva Chang y Alberto Salcedo Ramos, por nombrar algunos) señalaron que sus obras pertenecían a un discurso contrahegemónico, que daba voz a quienes antes no lo habían tenido; destacaron la importancia del chequeo de datos, la conformación de narrativas por medio de escenas, así como el extenso trabajo de reportería.2
A esto se sumó la representación social surgida de prólogos o introducciones de compendios que intentaron acreditar y validar estos trabajos como pertenecientes a un género periodístico de largo aliento que era respuesta a la inmediatez de la noticia en medios como la televisión, la radio y el internet. Como consecuencia de su extensión, los lugares de publicación eran revistas o libros. Además, señalaban que, si el periodismo daba importancia a lo extraordinario, la crónica buscaba lo interesante de la cotidianidad (Caparrós, 9). Cabe destacar que estas presentaciones fueron redactadas por cronista con amplia legitimidad (Carlos Monsiváis o Martín Caparrós), después por editores de dichos trabajos (Guillermo Osorno, Daniel Samper Ospina o Felipe Restrepo Pombo) y finalmente por periodistas/catedráticos (Juan José Hoyos o Magali Tercero), lo que ocasionó que lo relevante para cada uno de ellos estuviera definido por su papel como productores, divulgadores o analistas de la crónica. Además, cada uno apelaba a tradiciones diferentes y mientras algunos consideraban a Alma Guillermoprieto una influencia en su trabajo (Meneses), otros retomaban las enseñanzas de la FNPI (Samper Ospina) y unos más la escuela del Nuevo Periodismo norteamericano (Tercero, “Prólogo”).
Desde la academia también se dio otro enfoque a la crónica y debido a las generalizaciones hechas por los campos antes mencionados, así como a la variedad de textos cronísticos (en cuanto a temática, calidad o fecha de producción), se prefirió estudiar a ciertos autores y momentos en particular. Así, la crónica fue una “arqueología del presente” cuyo interés no es sólo informar, sino también divertir (Rotker 123), un cruce entre literatura, periodismo y análisis social (Callegaro y Lago) o una forma narrativa que deja de lado lo coyuntural y se transforma en un trabajo con “espesor estético” que valida al cronista en tanto autor dentro del campo cultural (Poblete, “Monstruos posmodernos”).
Ante la variabilidad de puntos de vista, en 2013 Poblete insistió en la necesidad de ir más allá de la descripción “de la anatomía de la crónica” (“Hibridez y tradición” 5) o la identificación de sus componentes, y propuso establecer una relación entre ésta y el contexto en que se generaba y recibía. Para ello profundizó en el campo cultural en que cierta crónica se insertaba para concluir que el periodismo narrativo, mediante sus formas y temáticas, además de que lograba “remontar la obsolescencia de lo coyuntural, como la buena literatura, en la corriente de lo esencial”, se validaba gracias a la calidad estética de dichos trabajos (“Monstruos posmodernos” 256).
Lo anterior, en lugar de particularizar, generalizó el objeto de estudio por lo que la crónica se hizo inasible. Además, a su indefinición se añadió que el concepto mismo se diluyó en diferentes términos de acuerdo con cada país: “reportaje”, “periodismo narrativo” o “periodismo literario”, entre varios más.3
Dado lo anterior, debe precisarse que las autoras a quienes analizamos elaboran su trabajo en el inter de estas discusiones y en un contexto histórico en particular: la crisis del periodismo escrito (ver Burgueño). Esto propicia una búsqueda de formas narrativas con las cuales puedan competir contra los medios audiovisuales (convertidos en las mayores plataformas de consumo de información).4
Respecto a la crónica mexicana, la tradición de la cual abreva está prácticamente constreñida a un autor y un libro: Carlos Monsiváis, y su canónica A ustedes les consta. Antología de la crónica mexicana, en cuyas dos ediciones (1980 y 2006) se estableció el tránsito del género del siglo xix a inicios del xxi. Su caracterización es tan variada como los periodos que abarca, pero aquella concerniente a la de fin de milenio podría resumirse en lo que Jezreel Salazar establece: “la crónica busca renarrativizar aquello que en la realidad está fragmentado. […] Si bien es cierto que las transformaciones y los sinfines de cualquier contexto impiden una lectura totalizadora del mismo, el cronista ensaya un ejercicio de sutura” (235).5
Sin embargo, posterior al año 2000, las enseñanzas de los talleres promovidos por la FNPI (y de la cual ya eran miembros periodistas mexicanos como Carlos Monsiváis, Alma Guillermoprieto y Juan Villoro) empiezan a influir en la práctica de jóvenes periodistas.6 Si bien en un principio la misión de la institución colombiana era promover el periodismo de calidad y ético, con el paso de los años fue decantándose por encausar la idea de crónica asentada en 2012 con el “boom” de este género.7 Este último tiene como modelo los señalamientos hechos por Gabriel García Márquez y Tomás Eloy Martínez frente a la Sociedad Interamericana de Prensa, en 1996 y 1997. El colombiano propuso crear un periodismo (“reportaje” lo llamó) con más investigación, más reflexión “y un dominio certero del arte de escribir” que contemplara “la reconstrucción minuciosa y verídica del hecho […] para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos” (García Márquez 421), y al que los medios debían dar más tiempo de investigación y espacio en sus páginas. En tanto, Tomás Eloy Martínez propuso plasmar los sucesos noticiosos de forma narrativa y contando “a través de la experiencia de una sola persona, todo lo que hace falta saber” (235).
Otro punto importante es que el contexto histórico en que nacen los textos que aquí se analizarán van desde la inauguración de la alternancia política en México con la llegada de Vicente Fox al poder en 2000 hasta la escalada de violencia en diversos sectores sociales del país (narcotráfico, desapariciones, trata de personas, movimientos sociales) que se vivió en el sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018). Cabe destacar que como el periodismo depende de las tendencias noticiosas que lo alimentan, las temáticas también varían de acuerdo con la coyuntura política y social. En ese sentido, Turati investiga por varios meses sobre la Tragedia de Yuma en la que murieron 14 inmigrantes en el desierto de Arizona en 2001; Tercero busca comprender el movimiento de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca en 2006, al tiempo que éste se desarrolla; mientras Carrión reconstruye la historia de una joven que fue secuestrada para integrarla a una red de prostitución en el estado de Puebla entre 2011 y 2013.
Ahora bien, el tiempo que tardaron en investigarse y publicarse estos trabajos influye en su estructura y profundidad. Unas responden a la inmediatez de un tema que aparecerá en un semanario político o un diario, pero otras tardan meses o años y son producto de una autora que antes de escribir la crónica reportea por periodos más prolongados (debido a que es freelance o porque su texto no responde a una orden de trabajo).
El texto
Una de las características de la crónica es su cercanía con la literatura. En este sentido, se señala que este discurso narrativo se vale de “recursos” literarios o estilísticos (Herrera 53) con tal de mostrar un afán estético, además de que hace ostentación de una técnica narrativa (Correa 52). Lo anterior, frente al lenguaje impersonal y directo del periodismo informativo. Sin embargo, atribuir su eficacia a su forma literaria es un error, pues ésta depende también del trabajo de reportería, según señala Gabriela Polit (178). Frente a este dilema, ¿cómo seleccionar textos que ejemplifiquen un estadio de la crónica y a sus autoras como parte de un campo periodístico en constante cambio? Partimos de periodistas con reconocimiento dentro de su gremio (han sido galardonadas por su trabajo cronístico) y quienes tienen al menos un libro de autoría propia, pues como asegura Polit (51), los propios periodistas consideran a ésta una forma de legitimación (ya que trascienden lo perecedero del periodismo). Sin embargo, debe acotarse que estos ejemplares sólo son visibles mientras están en circulación dentro del mercado editorial y la mayoría de ellos, al responder a un tema de coyuntura, no tienen una segunda edición.8 Incluso las antologías en donde aparecen sus trabajos pocas veces se reeditan.9
Con lo anterior como marco de referencia, hemos seleccionado tres trabajos: “Crónica de un domingo oaxaqueño”, de Magali Tercero, publicada el 18 de diciembre en la revista Milenio Semanal y que obtuvo el Premio de Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa en 2007; “Muerte en el desierto”, de Marcela Turati, que apareció en el diario Reforma en tres entregas (23, 24 y 25 de mayo de 2002) y que fue finalista del Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI en su tercera convocatoria (2003-2004), y “La chica que escapó”, aparecida el 14 de junio de 2013 en la revista Replicante, obra de Lydiette Carrión, quien un año antes había obtenido el Premio Género y Justicia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación por la crónica “Cuánto cuesta matar a una niña”. Todos los trabajos los retomamos de antologías sobre crónica,10 pero también se revisaron las publicaciones originales.11
“Crónica de un domingo oaxaqueño”
El texto de Magali Tercero tiene como eje una marcha de protesta de miembros de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) en la que piden al gobierno de Ulises Ruiz Ortiz la libertad de los presos de su movimiento, así como la presentación de los desaparecidos. La crónica carece de referentes temporales (día, mes o año) respecto a cuándo se realiza la manifestación, y sólo menciona una protesta previa del 25 de noviembre.12 En la crónica, Tercero retoma testimonios de un fotógrafo que la acompaña, de algunos militares, así como de pobladores de la ciudad, del artista Francisco Toledo y de familiares de algunos detenidos. Como apunta Liliana Chávez (81) respecto del trabajo de Tercero: la periodista se convierte en una narradora-editora, “que lo escucha todo para luego seleccionar las voces que mejor representan la realidad que re-construye ella misma”.
Dentro del texto se da a conocer que éste es resultado de una visita de dos días a la capital oaxaqueña por parte de Tercero, sin embargo, el balance de estas jornadas se presenta en voz de Marieta Bernstorff, promotora cultural y fotógrafa. La crónica utiliza un lenguaje directo y en pocas ocasiones se nota un afán estetizante, por ejemplo, cuando señala: “informa ligero cual mariposa uno de ellos [un militar] mientras intento apartar la vista de sus pesadas botas”. Sin embargo, la metáfora resulta desconcertante al confrontar la imagen de la mariposa con la pesadez del calzado que enseguida se describe.
La narradora se incluye a sí misma dentro la crónica, aunque en estas ocasiones consigna datos ajenos al tema tratado. Muestra de ello es el final del texto en el que apunta: “Historias como la de esta cronista y su abuelo emboscado en la sierra y asesinado por los gomeros de la amapola roja en el Culiacán de los 40. Veinte hombres contra uno. Lo torturaron y luego lo ahorcaron. Dejó solas a cuatro niñas y a una madre con apenas 36 años” (135).13 Esto no guarda relación con el movimiento magisterial de la APPO, sin embargo, esta presencia de la periodista es frecuente en los trabajos de Tercero.
Por otra parte, pareciera que no busca la exactitud en su narración, sino que la descripción múltiple de un contexto evoque un ambiente. En algún momento, incluso parece renunciar a la capacidad del lenguaje para mostrar. Así llega a señalar que el testimonio de un profesor “es muy difícil de transmitir en este espacio” (134) o en el cierre de la crónica remata: “Quedan pendientes 15 o más historias contadas por todo tipo de personas. Ya habrá tiempo y ocasión de narrarlas”. ¿Es esto un defecto del texto o responde al espacio destinado para él en la revista donde aparecería?
De acuerdo con la Sociedad Interamericana de Prensa, este texto fue premiado por narrar de forma cruda un cuadro de desintegración política y social, de fuerte dramatismo (s. a., “La SIP anuncia los ganadores de los premios Excelencia Periodística 2007”). Habrá que agregarse que da cuenta del entorno que vivía la ciudad de Oaxaca frente al conflicto generado por la APPO y el gobierno estatal, pero basada en testimonios que dejan de lado a los protagonistas de tal problemática (el gobernador, el líder del movimiento magisterial…) y da voz a quienes padecen o viven dicho fenómeno social, pero no son retomados por las notas informativas. Así, lo que el lector atestigua es un instante en el que la marcha es menos importante que sus consecuencias en la sociedad, pues cuanto lee son las piezas que forman el retrato de un instante, la fotografía de un movimiento social y una Oaxaca sin esperanza.
Tal como apunta Monsiváis al caracterizar a la crónica contemporánea, Tercero “acude sin reserva alguna al Yo, en pos de una relación más democrática con el lector” (125), da voz a los que no la tienen y a partir de editar cada uno de esos testimonios conforma una pequeña historia “producto de una mirada sin prejuicios tradicionalistas” (112). No maquilla la historia, no recurre a figuras retóricas o estilísticas, sino que el tratamiento que da a la información parte de su capacidad para seleccionar aquellos testimonios que (en conjunto) crean una realidad textual capaz de aprehender el fenómeno descrito. En ese sentido, la forma cronística utilizada por Magali Tercero apela a ese momento de finales de siglo xx cuando la crónica mexicana se basa en un campo periodístico netamente nacional, el cual responde a las necesidades de los medios impresos (la premura de la información, el espacio reducido para estos textos, la representación múltiple de un hecho con interés noticioso) y que promueve un despliegue de la voz autoral (pero que no necesariamente acude a la narración y recopilación exhaustiva de datos, hechos y testimonios que entonces se le imponía como característica al reportaje).
“Muerte en el desierto”
Marcela Turati señala que escribió esta crónica a toda prisa en 2002 debido a que la dirección editorial del periódico Reforma sólo había autorizado que se publicara una entrega (Torre). Sin embargo, tras aparecer ésta, las siguientes dos tardes le pidieron que escribiera las partes segunda y tercera. La primera de ellas narra la historia de 26 mexicanos que en mayo de 2001 intentaron cruzar de forma ilegal a Estados Unidos, por el desierto de Arizona, pero 14 fallecieron en su camino. La segunda sigue el rastro de Jesús López Ramos, el traficante que les prometió llevarlos hasta el país vecino, así como el juicio que enfrentó por la muerte de los connacionales. Y, la tercera, reconstruye las consecuencias del fracaso de la travesía a partir de los testimonios de algunos familiares de los migrantes.
Uno de los méritos del trabajo es la reportería intensa, pues después de darse a conocer la noticia el 24 de mayo de 2001, los sobrevivientes se convirtieron en testigos protegidos del gobierno estadounidense, lo que hizo imposible hallarlos. Sin embargo, Turati creó un archivo sobre el caso que alimentó de forma continua por meses y, en una visita a un pueblo donde habitaban familiares de los migrantes, conoció a Eugenio Martínez, quien había hablado con los sobrevivientes. Así, gracias a este testimonio, al de algunos rescatistas y a los archivos de la fiscalía de Phoenix, la cronista hilvanó la información hasta darle la estructura de una narración con inicio, desarrollo y desenlace (en Turati 520).
Esta crónica tiene un alto componente narrativo, recurre a la escenificación de los acontecimientos para que el lector sienta que presencia lo que se relata y posee un manejo del lenguaje que va más allá de la neutralidad del periodismo informativo, es decir, pretende incidir en la recepción del lector. A pesar de estar constreñida a lo que se dice en informes judiciales o a testimonios indirectos, la cronista selecciona los datos específicos para que éstos semejen piezas de una narración congruente y lógica. Es decir, existe una edición de la información que da la sensación de una unidad dramática.
El inicio del trabajo, “Ruta del diablo”, cuenta una historia que resulta atractiva al lector (cito en extenso):
Secos como ramas. Así quedaron, esparcidos en los pedazos de desierto. Desde el tercer día de su caminata por el desierto de Arizona, uno por uno, fueron vencidos por el infierno. Uno, desesperado, abrazó un cactus y flageló su cuerpo con las espinas; Edgar Adrián, de 23 años, veracruzano de Coatepec, se desvaneció bajo la sombra de un matorral, refresco inútil. Frente a él, su tío José Isidro lo vio que apretó los párpados, lloró dos lágrimas y expiró. Arnulfo, el padrino de Edgar, también de Coatepec, tierra caliente y húmeda, de cafetales, tampoco aguantó. Alcanzó a esconder su cuerpo en el hoyo de un tronco. Los 47 grados derritieron su desesperación. Vino un grito y una convulsión (Turati 521).
Tras el dramatismo de esta escena, la cronista proporciona datos para comprender el hecho noticioso, refiere las fuentes a las cuales tuvo acceso y, tras el apelativo de “Reforma” (el nombre del medio para el que labora), reconstruye la historia desde un narrador en tercera persona que ordena la información.
Resalta que cuando Turati recurre a los archivos de la fiscalía, el lenguaje de su cita conserva un tono oficioso y cuando son los testigos a quienes refiere, el lenguaje es oral: “‘López Ramos explicó también que el grupo caminaría de noche para minimizar su exposición al calor y maximizar su habilidad para evadir exitosamente a las autoridades estadounidenses. Cada participante fue informado de que debería de llevar agua para satisfacer sus propias necesidades’, establece el recuento hecho por la fiscalía”, apunta en el primer caso; en tanto que en el segundo refiere: “El guía caminaba en zigzag, nunca recto. Preguntaban si estaban perdidos y les decía: ‘No, en media hora llegamos, ya mañana, atrás de esa lomita, ya casi’”.
Además, para entender las motivaciones de los protagonistas de la historia, pone en contexto al personaje y sintetiza su biografía: “La imagen del joven suicida dejó impresionado a Edgar Adrián, quien dejó su trabajo de jarabero en Coca-Cola para cruzar a Estados Unidos, comprarse una camioneta y regresar a construir la casa donde viviría con Claudia, con quien llevaba cinco años de novio. Quería jubilar a Eugenio, su papá, de la albañilería, pues estaba enfermo del riñón, y poner una estética a su hermana Celenia” (525).
Además, hay una voluntad de Turati por mostrar la tragedia, pero sin regodearse en ella. Así, cuando habla de los cuerpos momificados de los migrantes muertos, en voz de Eugenio Martínez Ledo señala: “Tan trágico fue que nosotros pedimos ver las fotografías y un oficial nos dijo: ‘yo que ustedes no pido verlas porque ellos quedaron muy mal’. No quisieron enseñárnoslas” (530). Estas voces son eficientes debido a la selección que se hace, y son ellas mismas las que confieren el tono narrativo. Nótese, por ejemplo, el fraseo del capellán Manuel Jiménez: “Uno parecía momia porque estaba bien calcinado; por el sol, sus ojos como que se le habían secado. En el hospital todos pedían agua, pero no les podían dar, nomás les mojaban los labios. Dos me dijeron que pensaban que ya habían muerto” (531).
Turati no utiliza algún signo que permita saber si el testimonio es la transcripción textual o si se trata de una versión editada. No hay, por ejemplo, puntos suspensivos que refieran partes elididas, pero el discurso resulta verosímil y el pacto de lectura al que se somete por ser periodismo, da por descontado que no hay falsedad o ficción en ellos.
Si se toma en cuenta lo referido por la periodista en el sentido de que sólo se publicaría una primera parte, el final de ésta es contundente, pero no resuelve el conflicto dramático planteado. El cierre refiere el rescate de los sobrevivientes, sin embargo, la problemática de la migración ilegal queda constreñida a algunos personajes, pero se desconocen las causas de ésta, así como sus consecuencias. En este sentido, las dos partes siguientes hacen que Turati explore estos temas y la historia en su totalidad tenga un cierre más eficiente.
Las características textuales de la segunda y la tercera parte son iguales a la primera, sólo que en éstas se retoma información antes establecida, tal vez pensando en un lector que no conociera las entregas anteriores y quien a pesar de sólo tener acceso a una pudiera comprender el hecho noticioso. Recordemos que se publicó los días 23, 24 y 25 de mayo.
El final de esta crónica (en la que se apuntan las causas de la migración, el juicio del traficante de personas, las consecuencias que dejaron las muertes, las promesas incumplidas del gobierno mexicano y estadounidense, la corrupción en la impartición de justicia), concluye con el caso de Irma Vázquez, esposa de uno de los fallecidos. Ella se enteró que del cuerpo de su esposo recuperaron una cantidad de dinero que llevaba en su viaje. Sin embargo, su problema ahora (el presente de la crónica) es pagar 16 mil de los 23 mil pesos que pidió prestados su marido para cruzar la frontera. “Lamenta que de los Estados Unidos no le hayan regresado el dinero que su esposo llevaba en su pantalón” (539). Con este final, la crónica se transforma en el relato de un viaje que acaba mal, pero no sólo por las muertes registradas, sino porque los migrantes siempre han de ser las víctimas de la historia, estén vivos o muertos. La depauperación de sus vidas, en tanto conflicto narrativo, parece hallar una solución cuando cruzan la frontera, pero tras vencer los obstáculos geográficos, no se resuelve pues el problema resulta superior a los protagonistas, ya que es culpa de una nación que no ofrece una buena calidad de vida a sus habitantes y los obliga a marcharse. Así, el texto se transforma en una denuncia contra una realidad “afectada y reescrita por la criminalidad organizada y por la necropolítica, entendida como engranaje económico, político y simbólico que produce códigos, gramáticas, narrativas a través de la gestión de la muerte”, como bien señala Ana María González Luna (549).
La crónica de Turati muestra ya la influencia de la FNPI y del periodismo que ésta impulsa a principios del siglo xxi. Los talleres que se dictan en varios países de América Latina (encabezados por María Teresa Ronderos, Martín Caparrós, Javier Darío Restrepo, Tomás Eloy Martínez y Jon Lee Anderson, entre otros) cambian la forma de practicar el periodismo. Al respecto, el colombiano Juan Gossaín hizo un seguimiento de los participantes tras pasar por las aulas de la FNPI y notó que cambiaron su perspectiva, el enfoque que daban a la información y la manera como ejercían su oficio (en FNPI 40). Esto es perceptible en Turati.
“La chica que escapó”
Esta crónica sigue el rastro de dos primas, Adela y Estrella (los nombres son falsos en aras de proteger a las testigos), quienes fueron secuestradas en una feria del Estado de México y llevadas al estado de Puebla en donde las sometieron a explotación sexual. El texto ensambla los testimonios de las involucradas, así como de sus parientes; de la diputada panista Rosi Orozco (quien se ha dedicado al tema de la trata) y las declaraciones ministeriales del caso. El trabajo mantiene una secuencia cronológica y, de a poco, responde a las preguntas básicas del periodismo (qué, quién, cuándo, dónde y por qué), en tanto recorre las partes de la historia: el secuestro, la explotación sexual, la huida de Estrella, el rescate por parte de las autoridades, la discriminación sufrida una vez que las adolescentes vuelven a su pueblo, la corrupción en las investigaciones y el acoso de uno de los implicados, quien salió libre por ser menor de edad cuando cometió el delito.14
La crónica utiliza descripciones eficientes que permiten visualizar cuanto se narra; recurre a la escenificación, a la síntesis informativa y, por medio de la puntuación, otorga cadencia al lenguaje, el cual no sólo informa, sino que también evoca: “En cada bar había otras jóvenes y niñas, algunas obligadas, otras no, cuenta. En la casa de seguridad también. A veces las veían, a veces no. Sus testimonios son una cascada de historias de horror inconexas, desarticuladas. Infancia rota” (Lydiette Carrión 91).
Ahora bien, Carrión trata con crudeza ciertos detalles, pero no revictimiza a las protagonistas de la crónica. Si bien se hace presente en el texto, es para añadir datos específicos: “En noviembre de 2012, el señor Roberto y su hija Adela me reciben en su hogar: un cuarto en obra negra encima de la casa de los abuelos. El interior está forrado con plástico. Ofrecen refresco, pido agua. Cuando me doy cuenta, han ido a comprar una botella porque en casa no hay” (Lydiette Carrión 88). Además, en tanto partícipe de la historia, se permite reflexionar sobre lo que observa, pero sin valoraciones éticas o morales. Así, cuando habla de la segregación de que son objeto las muchachas por parte de los habitantes de su pueblo, acota: “Al ver el aislamiento y la soledad en las que Adela vive su adolescencia, entiendo por qué otras familias prefieren impunidad y no publicidad” (Lydiette Carrión 90).
La estructura y la presencia de detalles recurrentes logran una circularidad en el relato. Si el inicio sucede en una feria, el cierre también presenta otra; si en un momento el padre de Adela le regala un gato de peluche, al término conserva éste y añade otro, pero real. Es decir, hay una congruencia en el desarrollo del conflicto dramático y en los elementos que lo componen. Asimismo, Carrión vuelve a las protagonistas del relato con el fin de exponerlas en su nueva realidad: una busca terminar la secundaria y la otra estudia para cultora de belleza. De este modo, el simbolismo detrás de la narración apunta a que, tras eventos traumáticos como los expuestos, es posible intentar rehacer la vida; que, a pesar de las injusticias, el futuro de estas jóvenes (de los jóvenes) depende de ellas y del apoyo que encuentren entre quienes les rodean.
Lydiette Carrión fue profesora de periodismo narrativo durante cinco años. Además, tomó talleres de crónica en la revista argentina Anfibia. Las características que denotan sus escritos son aquellas ya consolidadas por la FNPI y que se transmitieron en el continente gracias a las redes de esta institución con periodistas, empresarios y editoriales,15 así como a los libros y textos editados a principios del siglo xxi. En su trabajo existe la idea de la crónica como una historia con desenlace; la narratividad del texto se nota en la edición de los hechos que se plasman en él, además de que apela a intereses humanos que se convierten en símbolos y transforma un hecho particular en un conflicto en el que cualquier lector puede verse reflejado. A esto se suma su capacidad evocativa y el lenguaje preciso que utiliza.
Las cronistas detrás de los textos
Gabriela Polit refiere que pocos estudios se preocupan por los retos emocionales que enfrentan las periodistas al escribir sobre violencia; además de que no se consideran las condiciones materiales en que ejercen su profesión. Para ella, es “el contexto cultural, el conjunto de reglas que determinan cómo se debe producir una crónica, el modo en el que la periodista negocia la forma de representar la realidad de la que ha sido testigo y la posición que ocupa en su respectivo campo de producción” (25). En ese sentido, las cronistas no deben transformar su empatía en condescendencia, hacer del sufrimiento un espectáculo, revictimizar a los protagonistas de sus historias ni propiciar “que las denuncias suenen a autopromoción” (29).
Polit justifica la presencia de las narradoras en las crónicas de mujeres periodistas como una forma de servir de guía presencial al lector. Esta característica la observamos en las autoras aquí analizadas, aunque cada una de ellas en un grado de involucramiento distinto. Al respecto, habría que analizar cómo se ven ellas mismas dentro de sus historias. Por ejemplo, Turati cuenta que, en una reunión con familiares de desaparecidos, en Chihuahua, lloró al escuchar los testimonios; sin embargo, se reprendió a sí misma: “Cuando las madres me vieron llorar, me dijeron que tenía que resistir porque yo tenía que contar su historia” (en Polit 106). Este último gesto hace pensar que ella se considera mediadora o la única voz capaz de visibilizar una injusticia (incluso por encima de las demandas de los familiares de los desaparecidos).
En cuanto a las condiciones de producción, se destaca que Tercero, Turati y Carrión son periodistas freelance (han trabajado en periódicos y semanarios, pero ya no); quienes visitan territorios violentos, pero tienen su base de operación en la Ciudad de México. Es decir, no son parte de los y las periodistas del interior de la república que trabajan en medios de comunicación pequeños, y sufren desapariciones, asesinatos o abusos. Asimismo, los temas que reportean tienen una relación directa con las condiciones sociohistóricas del país.
Turati planteó la idea de un periodismo de soluciones que permitiera no sólo consignar los hechos, sino también incidir en la sociedad al darlos a conocer. Para ello, durante 2004-2005, recorrió las redacciones de diferentes medios de comunicación en América Latina, y en 2007 se convirtió en una de las fundadoras de la Red de Periodistas de a Pie, organización que busca “Un periodismo que provoque la indignación e invite a la acción” (Turati y Rea 8), esto desde un enfoque social y que tome en cuenta los derechos humanos. Carrión, por su parte, realiza un periodismo con perspectiva de género y colabora en estos temas con ONU-Mujeres (“Información curricular. Semestre 2023-2. Profesor(a): Carrión Rivera Lydiette”), mientras Tercero impulsa la crónica a partir de talleres que imparte, así como de una página en Facebook dedicada a promover este tipo de textos. Al respecto, si se visualiza la tradición de cronistas a quienes acude,16 se puede inferir por qué existe una amplia diferencia entre su método escritural con el de Turati y Carrión: mientras la primera viene de una escuela del periodismo de datos y reportería, las otras dos se afilian mucho más con el periodismo narrativo impulsado por la Fundación Gabo.
Por último, debe reflexionarse sobre la incidencia del contexto de edición de cada una de las crónicas, pues mientras que el texto de Tercero ocupa tres páginas tamaño carta (ya descontadas la dos con fotos a plana completa), el de Turati se distribuye a lo largo de tres páginas de un periódico tamaño estándar (56 x 32 cm) y el de Carrión, al publicarse en un sitio web, tiene libertad en cuanto a la extensión. Aunado a ello, la crónica de Tercero cubre un evento del 10 de diciembre y se publica el 18 de ese mes, es decir, responde a la inmediatez del periodismo. Por su parte, Turati realiza una investigación de varios meses y aunque no se tiene los datos de cuánto tarda en escribir la primera parte de la crónica, sí se sabe que las dos partes restantes las escribe las siguientes dos tardes después de publicada la primera. Por último, respecto del texto de Carrión no se cuenta con datos sobre el tiempo de escritura, pero se sabe que los hechos que cuenta ocurrieron en 2011, que la periodista se entrevistó con una familia de las protagonistas en noviembre de 2012, tuvo un contacto posterior en marzo de 2013 y que acabó de escribir su crónica en abril de 2013 (tal como se asienta al final de ésta). Si se considera que el trabajo se publica dos meses después, en junio, es posible percatarse de que el tiempo de reporteo, investigación y escritura es muy diferente a los dos casos anteriores. Así, el contexto de producción también interviene en el texto final.
Dado lo anterior, es problemático, sino que injustificado, analizar y comparar modos escriturales que son creados en condiciones diferentes, editados en publicaciones con formatos y necesidades diferentes e, incluso, que conceptualizan de manera diferente a la crónica contemporánea.
A modo de conclusión
El análisis literario ha cambiado y se ha ajustado a las características sociohistóricas de cada corriente. La precisión sobre el objeto de estudio también es importante para poder atribuirle particularidades, así como comprender el contexto en que fue desarrollado. El estudio de los 1) textos, 2) el contexto de sus autores, así como 3) las condiciones de producción a las que se enfrentan son cuestiones que hace tiempo forman parte de los estudios literarios. Entonces, por qué, si se considera a la crónica periodística como un discurso que puede ser literario, no aplicarle los mismos criterios. No hacerlo ha provocado que se pretenda hallar un único concepto de crónica, que se busquen atributos que no posee debido al momento de su producción o que se refieran las temáticas como particularidades cuando éstas responden a circunstancias específicas y de coyuntura que, en tanto discurso periodístico, debían atender. En cuanto discurso, la crónica es una narrativa 1) que privilegia tanto el contenido como la forma; 2) está basada en un hecho real e histórico; 3) debido a que se ancla en el discurso periodístico, responde a las preguntas qué, quién, cuándo, dónde, cómo y por qué, pero desarrollando con más detalle la información; 4) es una narración subjetiva, pues responde al punto de vista del cronista, y, en algunas ocasiones, 5) logra establecer tramas narrativas que proporcionan al lector la idea de acercarse a una historia completa (con inicio, desarrollo, clímax, desenlace y final). En ese sentido, al formar parte de un discurso narrativo, el uso de figuras retóricas (metáforas o símiles, entre otras) responde a las necesidades de la propia narración y no a un presunto acercamiento o uso de herramientas literarias.
El repaso de las tres crónicas aquí expuestas y la poca diferencia de años entre la publicación de cada una de ellas (2002, la de Turati; 2006, la de Tercero, y 2013, la de Carrión) visibiliza la necesidad de ir más allá del texto para comprender en qué tipo de tradición se perfilan cada una de ellas. Si bien parte de esto ya se ha analizado (por poner sólo un ejemplo, Rotker lo hizo con la crónica de José Martí o Egan con el trabajo de Carlos Monsiváis), la versión contemporánea del género no ha corrido con la misma suerte. Consideramos que una de las razones es que los trabajos de investigación están constreñidos a un número limitado de caracteres (debido a los espacios donde se publican) y esto hace imposible abarcar con detalle las tres instancias enunciadas. Es decir, al igual que pasa con la crónica en sus diferentes estadios, el contexto de producción y la tradición de la cual abrevan sus autores son relevantes para comprenderlas en su real magnitud.
Así, lo que buscamos demostrar es la necesidad de profundizar en los acercamientos a la crónica contemporánea, pues de no hacerlo ésta seguirá siendo tan variada e inaprensible como la cantidad de cronistas que se estudien. De esta manera, nuestra propuesta consiste en analizar la crónica en cuanto texto, pero sin olvidar el contexto del autor y condiciones de producción. Así, este ejercicio analítico ayudará a profundizar y comprender el discurso narrativo periodístico al que hoy llamamos crónica y la resignificará al particularizarla.