Introducción1
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fue votado presidente de la República en su tercera candidatura, en 2018. En esta ocasión no solo ganó las elecciones, sino que lo hizo con una amplia ventaja, de poco más de 30 puntos porcentuales sobre su rival inmediato. Este triunfo fue, para muchos, esperanzador y se leyó como el albor de una nueva etapa en la historia del país. Sin duda, el triunfo de AMLO se debió a la revitalización política de México y a una articulación amplia de partidos y movimientos, donde resaltaron aquellos conformados por víctimas o familiares de víctimas; estuvo lejos de ser un mérito exclusivamente individual o partidista. Se sabe muy bien que era mucho el malestar acumulado por la sociedad ante una frontera cada vez más cuestionada entre las organizaciones criminales y los gobernantes, y ante los apabullantes excesos de la violencia criminal organizada. En este sentido, en el 2018 fue contundente la reactivación política, sus nuevas formas de articulación, y el fortalecimiento de los instrumentos democrático-electorales desarrollados en las últimas décadas.
No obstante, en la segunda mitad del sexenio, es evidente que la esperanza y el entusiasmo de 2018 se han contenido o desacelerado, especialmente en los sectores más afectados por la violencia criminal. La rigidez partidista y los claros límites de transformación de cualquier proyecto político han sido expuesto de manera reiterada y no se han presentado formas de articulación política realmente novedosas entre el Gobierno y la sociedad civil. Los retos para la actual administración han sido muchos, claro está, pues se trata del poder federal. Cualquiera mínimamente informado sobre la dimensión y la complejidad de la estructura estatal puede dar cuenta de esta enorme labor.
Sin pretender erigirnos en jueces del periodo sexenal transcurrido, queremos colaborar con la enorme tarea intelectual de análisis, balance y debate público de las decisiones y acciones del Gobierno federal actual. Consideramos que un punto clave para dicha tarea es el estudiar con la mayor profundidad posible tanto las rutas de acción propuestas y ejecutadas como aquellas otras propuestas y no continuadas. Las promesas no cumplidas pueden, en ocasiones, decir tanto o más que aquellas que sí se cumplen. En nuestro caso, reapropiándonos del vocabulario propuesto por la actual administración, queremos contrastar dos proyectos propuestos en el periodo transicional (julio-noviembre de 2018) y que habrían de nutrir a la Cuarta Transformación mexicana (4T)2: los Foros de Escucha y Pacificación (en adelante los Foros) y la Coordinación de Memoria Histórica y Cultural (en adelante la Coordinación). Los primeros eran un paso inaugural para la construcción de un escenario transicional a escala país, donde se revisarían los hechos atroces de la historia reciente y se podrían tomar acciones basadas en los cuatro principios de la justicia de transición: verdad, justicia, garantías de no repetición y reparación. AMLO y su equipo habían insistido en un vocabulario cercano a los escenarios de transición durante su campaña presidencial. Por su parte, la Coordinación fue desde su comienzo una pieza clave para la construcción de un marco simbólico, sostenido en la historia, de la nueva administración. Su continuidad en el tiempo y sus funciones son ilustrativas de las decisiones estético-políticas de la 4T.
En lo que sigue, buscaremos colaborar con una lectura del presente que, a la vez que nos muestre indicios del camino transitado desde 2018, nos ilumine algunas líneas de acción necesarias para el futuro próximo. Si bien nuestro análisis se centra en la actual Administración federal, busca tangencialmente recuperar y aportar inquietudes para que, desde la sociedad civil, se puedan reforzar vías de articulación política no partidistas. Solo vigorizando el costado no partidista de la política, de la búsqueda de soluciones a los problemas en común, se podrá transformar la relación gobierno-sociedad que, si bien el 18 pareció trascender, ha vuelto a un nivel bajo de articulación. Mantener tensa esta relación, alimentándola, es la única manera de garantizar un desplazamiento positivo de la vida política. La articulación de memorias colectivas, provenientes de distintos grupos y distintas experiencias, tiene aquí su motivo de existencia.
Con este espíritu en mente, haremos primero una minúscula genealogía de la 4T, enfatizando siempre su costado de movilización ciudadana; posteriormente, presentamos una base conceptual mínima para dilucidar el contraste entre historia y memorias colectivas, dejando abierta la puerta a la historia del tiempo presente, para que nos sirva de puente en el camino hacia los próximos años; finalmente, ilustramos nuestra discusión con un somero análisis de los Foros y la Coordinación. Creemos que en la disyuntiva entre estos proyectos se ha construido el diseño de gobierno de la actual administración.
Breve genealogía de la Cuarta Transformación
Para comprender a la 4T, es imperativo hacer un sobrevuelo por la historia de la izquierda en México desde la década de 19803. De esa historia surge el personaje más visible y representativo de la 4T, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). La izquierda partidista mexicana, en disidencia del partido oficial -el Partido Revolucionario Institucional (PRI)- y reagrupada en la década de 1980, constituyó una nueva alternativa política que se materializó en la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del expresidente Lázaro Cárdenas, por el Frente Democrático Nacional y, el siguiente año, en la formación del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Las elecciones presidenciales de 1988 terminaron con la derrota del candidato del PRD frente al candidato del partido oficial, el priista Carlos Salinas de Gortari. Aquellas elecciones estuvieron bañadas de polémica por la “caída del sistema” y la acusación de fraude electoral. Cárdenas compitió en dos ocasiones más por la Presidencia de la República (1994 y 2000) y fue jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal (1997-1999). Este itinerario de Cárdenas es importante porque AMLO, en las jugadas de la historia, ha sido algo así como una segunda vuelta de ese proyecto de transformación iniciado en el 89. AMLO fue jefe de Gobierno del Distrito Federal (2000-2005) después de Cárdenas e igualmente competirá en tres ocasiones por la Presidencia de la República (2006, 2012 y 2018), obteniendo el triunfo en su tercera postulación. Por supuesto, no hay repeticiones en la historia, pero sí hay proyectos colectivos que insisten en materializarse en distintos momentos, retomando o reinventando rutas andadas anteriormente. Lo que nos interesa señalar con esto es que detrás de estos nombres hay una articulación política creciente, que moviliza las formas tradicionales de relación entre el gobierno y la sociedad civil.
Asimismo, entre el 1989 de Cárdenas y el 2018 de AMLO hay mucha más vida en la izquierda mexicana, de donde es imposible no mencionar al menos la fuerza política no partidista de resistencia más importante en la década de los noventa, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), opuesto a las políticas neoliberales, abogando por la diversidad histórico-cultural del país y con visibilidad internacional. Su aparición fue otra ruptura importante de la hegemonía gubernamental sobre la vida pública y un factor relevante para las elecciones de 1997 y del 2000, donde el priismo se encontró con derrotas inéditas en las urnas.
Hay muchas más corrientes y movimientos no necesariamente institucionalizados o visibles que emergieron desde la izquierda y que, aunque la transición partidista y los tres primeros Gobiernos federales del nuevo milenio fueron ideológicamente afines a la derecha, puede reconocerse en ellos, sobre todo en el sexenio de Vicente Fox (2000-2006), el peso que ya tenía la resistencia política articulada desde la izquierda en el país y su colaboración indirecta con la llegada de un nuevo partido al Poder Ejecutivo.
Un último aspecto de este sobrevuelo apunta directamente a las organizaciones, principalmente de víctimas y familiares de víctimas, que se han organizado con afinidad a la izquierda y en oposición al Gobierno federal en turno. Estos han sido espacios de ciudadanización fundamentales para la vida social del país, construyendo y difundiendo relatos, memorias colectivas que se han sostenido a la par de los discursos oficiales del Gobierno. Desde el Comité 68 y el Comité Eureka, para la conocida “Guerra Sucia”, hasta las múltiples formas de asociación derivadas de violencia criminal organizada. Aquí sobresale un movimiento de articulación política fundamental, desde el corazón de la ciudad que devendría después el escenario más crudo de la violencia en los primeros años del calderonismo. Las madres de “las muertas de Juárez”, como se les conoció por varios años, marcaron el paso de una nueva organización de la resistencia con afinidad a la izquierda política en el país. Su activismo, además, tuvo alcance internacional, a la manera del EZLN, ante un Estado que no parecía dispuesto a escuchar ni a negociar.4
Ya durante el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012), uno de los movimientos más reconocidos fue el liderado por el escritor Javier Sicilia, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. El movimiento fue una articulación novedosa de víctimas de la violencia criminal organizada que, a través de actos simbólicos, creaban nuevas imágenes y palabras para denunciar la injusticia sufrida o los estragos de la estrategia de seguridad pública que mantenía el entonces jefe del ejecutivo.
Por su parte, el sexenio de Peña Nieto fue marcado determinantemente por la amplia respuesta social ante un evento tan trágico y políticamente reactivador como lo fue -lo es todavía- aquella noche del 26 y 27 de septiembre de 2014, en Guerrero, donde fuerzas públicas, en vínculo con una organización criminal, asesinaron y desaparecieron a estudiantes de la normal de Ayotzinapa. La organización y la protesta social alrededor de este hecho serán determinantes también para el triunfo electoral de AMLO en 2018.
Si bien esta es una reconstrucción -muy incompleta, pero suficiente- de las fuerzas que han nutrido la izquierda en el país, se presenta aquí tanto para circunscribir el 2018 como para recordar que el triunfo electoral de aquel año no se debe únicamente a la carrera política de una persona o del partido en el poder actualmente. ¿Cómo releer el pasado violento en México a través de la articulación política de las víctimas y sus aliados? ¿Cómo se encadenan los distintos movimientos de víctimas señalados antes con las transformaciones en la estructura estatal? ¿Cómo reconocer esta historia de movimientos y resistencias en el corazón mismo de la 4T y no limitarla a un hombre o a un partido? El análisis de la organización política de izquierda, más allá del partidismo, debería poder ayudarnos a resignificar la 4T y reapropiarla de maneras novedosas.
La 4T no puede comprenderse sin lo anterior. No puede entenderse tampoco sin las reformas neoliberales al Estado y sin la enorme corrupción sociogubernamental5. Es decir, es tanto una articulación de resistencias al avance del neoliberalismo, que se instaló con fuerza en las políticas de Estado desde la década de 1980,6 como una respuesta y un programa de acciones ante la crisis de corrupción y violencia de los años recientes. El neoliberalismo habría avanzado no solo sobre la economía y las instituciones públicas sino sobre las formas de vida y la configuración subjetiva de los seres humanos, algo en lo que la academia también ha insistido.7
En su discurso, de hecho, la 4T vincula la crítica de la corrupción política y la violencia que provoca con el deterioro gubernamental y cultural del país en las décadas pasadas, como productos desagradables del neoliberalismo. En otras palabras, el eje de los males del presente para la 4T conecta al neoliberalismo tanto con la corrupción política como con la desorientación moral de una parte considerable de la población, que se haría un lugar en el mundo por vías ilícitas y violentas. Por eso, el gobierno como guía moral para la ciudadanía es una referencia central en la construcción discursiva de la 4T.8 Si el gobierno cambia, cambiará la ciudadanía, sería su lógica. Esta lógica también se refleja claramente en los usos de la historia nacional como reservorio de recursos morales. Conlleva también una concepción pasiva de ciudadanía, a la que habría entonces que educar con el ejemplo: “barrer la escalera de arriba hacia abajo" es frase recurrente de AMLO.
No obstante, consideramos que, aunque muy insuficiente, la 4T, a través de su crítica al neoliberalismo y al par corrupción sociogubernamental-crimen organizado, ha dado en el blanco con su “diagnóstico” de la situación del país, de ahí su gran impacto; no obstante, no coincidimos del todo ni con el “tratamiento” sugerido ni con su “pronóstico”. Parte de este “tratamiento” toca directamente los usos políticos de la historia nacional, que retomaremos en la sección siguiente. Pero antes de llegar ahí, es importante reconstruir también el camino institucional de la 4T.
El 2 de julio de 2018, AMLO fue electo presidente de la República mexicana. En esa ocasión llegaba arropado por un nuevo partido político, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Este partido había aparecido públicamente en octubre de 2011, como una estrategia dentro del trabajo preparativo de la campaña presidencial del año siguiente y como una fuerza social que aglutinaba buena parte del descontento y el sufrimiento causado por la violencia vinculada al crimen organizado y la corrupción política. Con la derrota en las urnas frente a Enrique Peña Nieto en 2012, llegó también la fractura definitiva con el PRD. Por ello, Morena se constituyó como una asociación civil en octubre del mismo año, con miras a convertirse en un partido político. Obtuvo su registro como tal en 2014.
La 4T como proyecto estético-político se empalma históricamente con Morena, pero sería un error limitarla a ser una herramienta propagandística9. En todo caso, sostenemos que con la 4T se mantuvo con vida el espíritu de movimiento social que Morena ya no podía contener dentro de sí al devenir partido político. Es decir, el camino institucional de Morena como partido se hizo cada vez más estrecho para poder contener en sí a gran parte del espíritu transformador y de resistencia que solo los movimientos sociales saben alimentar y dirigir.
Por supuesto, la 4T también es una estrategia de partido y un proyecto de gobierno, pero, desde nuestro análisis, es una forma precaria de nombrar, contener y “moldear” las fuerzas excedentes, no institucionalizadas, alrededor del 18; es esta última vía la que nos interesa recuperar y, por ello, planteamos una bifurcación entre la 4T oficial y la 4T como forma de circunscribir fuerzas políticas no institucionalizadas. Esta bifurcación es importante por dos motivos en este ensayo: 1) comprender la campaña y el triunfo electoral de AMLO en 2018 como un resultado conjunto de la convocatoria al voto de fuerzas institucionales y fuerzas no institucionalizadas, y 2) analizar, a la mitad del sexenio lopezobradorista, si Morena ha dificultado el avance de la agenda no partidista de la 4T en el país o si ha puesto contención a buena parte de su fuerza transformadora no institucional.
Este último punto es un foco de polémica al que pretende contribuir este ensayo, pues consideramos que la 4T, con la fuerza transformadora de un movimiento social, representa todavía un flujo político no institucionalizado que puede resistir, incluso al Gobierno federal. De la recuperación o reapropiación crítica de la 4T depende también el mantenimiento de la apertura política que se provocó en todo el país alrededor de las elecciones de 2018, donde apareció, como novedad, una frescura de nombres, acciones y proyectos que no se habían registrado tan masivamente en las últimas décadas. Digamos que una fractura de lo político dio forma a nuevas manifestaciones de la política partidista10.
Dicho esto, en la siguiente sección presentaremos un contraste teórico entre historia y memoria colectiva, para volver rápidamente después a México y discutir dos programas de la transición presidencial bajo este contraste: los Foros y la Coordinación.
La historia y las memorias colectivas
La tensión entre la historia y la memoria es una de larga data y vale la pena detenerse en ella desde uno de sus referentes centrales, Maurice Halbwachs.11 Aunque su mirada sobre la historia y la memoria colectiva puede ser disputada en algunos aspectos, sus escritos continúan inspirando una producción importante de trabajos en varios campos académicos. A nosotros nos interesa recuperarlo por el contraste que permite entre historia y memoria colectiva.
En pocas palabras, para Halbwachs, la memoria colectiva es tanto el sedimento de experiencias como la guía de acción de un grupo social, es su “conciencia colectiva” que dura en tanto el grupo se mantenga. Con la dispersión o la muerte de los individuos que conforman el grupo, la memoria colectiva inevitablemente se desgasta o desaparece. Los recuerdos, no obstante, pueden transformarse y disputarse con el tiempo dentro del grupo e, incluso, ser parcialmente heredados a otros grupos o influir en la conformación de estos; de ahí que pueda hablarse también de cierta continuidad de la memoria colectiva, incesantemente transformada. Por otro lado, la memoria colectiva es múltiple, es diversa, no es uniforme y no se postula como una verdad objetiva. Ante la mirada de un observador externo, puede parecer incoherente e impredecible. Sus lógicas se alimentan de la controversia y de la reactivación de los afectos entre los individuos que conforman el grupo. Para nuestro propósito, lo fundamental es comprender la relación íntima entre la memoria colectiva y la experiencia compartida por un grupo concreto.
Por su parte -y con una visión de la historia que disputaremos más adelante, cuando presentemos a la historia del tiempo presente- para Halbwachs la historia comienza donde termina la memoria colectiva y, por ende, “se sitúa fuera de los grupos y por encima de ellos”.12 Mientras los grupos que vivieron un acontecimiento siguen vivos y reproducen sus recuerdos una y otra vez -provocando involuntariamente disputas y olvidos aquí y allá- la historia no sería necesaria. Sin embargo:
Sucede que, en general, la historia comienza en el punto donde termina la tradición, momento en que se apaga o se descompone la memoria social. Mientras un recuerdo sigue vivo, es inútil fijarlo por escrito, ni siquiera fijarlo pura y simplemente. Asimismo, la necesidad de escribir la historia de un periodo, una sociedad, e incluso de una persona, no se despierta hasta que están demasiado alejados en el tiempo como para que podamos encontrar todavía alrededor durante bastante tiempo testigos que conserven algún recuerdo. Cuando la memoria de una serie de acontecimientos ya no se apoya en un grupo, aquel que estuvo implicado en ellos o experimentó sus consecuencias, que asistió o escuchó el relato vivo de los primeros actores y espectadores, cuando se dispersa en varias mentes individuales, perdidas en sociedades nuevas a las que ya no interesan estos hechos porque les resultan totalmente ajenos, el único medio de salvarlos es fijarlos por escrito en una narración continuada ya que, mientras que las palabras y los pensamientos mueren, los escritos permanecen.13
Desde esta visión, la historia sería algo así como el relevo de los individuos que mantenían con vida a la memoria colectiva. Historia y memoria mantendrían sus campos de actividad separados. No obstante, muchas cosas han pasado desde que Halbwachs escribiera y mucho se ha discutido sobre el empalme y las disputas entre la memoria y la historia, sobre todo en escenarios de transición desde la Segunda Guerra Mundial, en la que Halbwachs murió trágicamente. Para nuestro propósito, mantenemos el contraste entre la historia y la memoria, pero sin considerarles opuestos. Es decir, seguiremos una línea de reciprocidad, combate y afectación mutua entre ambas, sobre todo desde los escenarios de transición, donde la vida colectiva es fuertemente trastocada por sucesos graves y de fuerte magnitud, generalmente vinculados con guerras o violencias organizadas masivamente, y donde las barreras conceptuales que propone Halbwachs han sido perforadas desde ambos lados: las memorias colectivas disputan la historia y la historia trata de imponerse sobre las memorias colectivas.
Manteniendo este contraste sin oposición entre historia y memoria, profundicemos en la complejidad de los escenarios transicionales. La elección de 2018 recuperó el vocabulario y la promesa de un proyecto transicional para el país. Se sostuvo la posibilidad de construir colectivamente un escenario de revisión del pasado reciente, con sus múltiples formas de violencia, para cambiar de rumbo hacia la construcción de paz. El proyecto estaría dirigido por el gobierno, pero participaría ampliamente en él la sociedad civil, con sus demandas, pero también con sus recursos. Uno de estos recursos era justamente las memorias colectivas construidas en los años y generaciones pasadas como respuesta a la catástrofe social que se ha vivido en el país. Las memorias colectivas no solo resguardan los nombres y las biografías de las víctimas, sino también narrativas valiosas del antes y después de la violencia; narrativas colectivas que podrían aportar mucho -aunque esto nunca es sencillo- para reducir la brecha entre la vida cotidiana de la gente y las políticas públicas; es el saber hacer de los grupos que debería nutrir cualquier proyecto legislativo y desde el cual se podrían obtener experiencias valiosas de negociación y superación de la violencia. Aunque como todo saber hacer colectivo, debe pasar de su elaboración cotidiana, casi automática, a su articulación pública en un discurso mínimamente coherente. La justicia transicional (en adelante JT) en estos escenarios es el medio para dicha articulación de mínimos y su negociación con los grupos gubernamentales. Para alcanzar los objetivos de la JT -verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición- es fundamental construir un relato que, en lo elemental, pueda ser compartido y sirva como un espacio de identificación colectiva sobre lo que ha sucedido en el pasado reciente. Esto tensa las relaciones entre la oficialidad de la historia y el automatismo de las memorias colectivas; requiere un terreno de negociación claro entre el gobierno y la sociedad civil. En su famoso artículo sobre la JT, Ruti Teitel sostiene que:
Existe una complicada relación entre justicia transicional, verdad e historia. En el discurso de la justicia transicional, volver a visitar el pasado es entendido como el modo de avanzar hacia el futuro. Existe una noción implícita de una historia que progresa. Desde la perspectiva de la historiografía intelectual y autoentendimiento humano, esta noción está cuestionada. Sin embargo, las transiciones son períodos atípicos de quiebre que ofrecen una elección entre narrativas en disputa. El objetivo paradójico de la transición es deshacer la historia. La finalidad es reconcebir el significado social de conflictos pasados, en particular de las derrotas, en un intento por reconstruir sus efectos presentes y futuros.14
Aunque la posibilidad transicional en México esté actualmente cuestionada y coincidimos más bien con la existencia de una nueva práctica gubernamental que intenta borrar apresuradamente la fractura histórica de 2018 -paradójicamente, usando la historia nacional-, esta cita de Teitel nos permite resituar el contraste entre los usos políticos de la historia y las memorias colectivas. Lo primero es que Teitel resalta la disputa en torno al pasado reciente, que siempre es conflictivo y, posiblemente, negado o reinterpretado. Con la transición, nuevos grupos se disputan el poder y vuelven al pasado reciente para rescatarlo o renegociarlo. Ciertamente, se proyectan distintas trayectorias del futuro, abriendo posibilidades para la reconciliación o para nuevas disputas, pero este camino no es sencillo.
A la cita de Teitel podemos sumarle, para hacerlo explícito y tensar con él las nociones de verdad e historia, el protagonismo de las memorias de los grupos que se disputan la reconfiguración de la historia y que aportan, desde sus propias vivencias colectivas, visiones de mundo que pueden o no cristalizarse en relatos oficiales. Es una tensión provocada por los múltiples sentidos que provoca un mismo hecho. En un escenario de transición, por ejemplo, habrá grupos que fueron cruelmente sometidos o parcialmente eliminados que, ante las nuevas circunstancias, busquen colocar sus experiencias en el centro de la reconstrucción de los hechos o, al menos, como un elemento imprescindible para una nueva narrativa que intentará comprender globalmente el pasado reciente. A estos grupos se les contrapondrán otros, con vivencias distintas, que buscarán hacer lo propio. Es una disputa por la representación entre memorias colectivas provenientes de distintos grupos, pero también entre las memorias colectivas y la construcción de un relato oficial por parte del nuevo gobierno. Para lograr un escenario de transición, hay una narrativa global que se institucionaliza poco a poco y que, aunque permite la continuidad de las disputas, favorece un escenario más o menos delimitado para que estas se lleven a cabo de forma institucional. Un tipo de encuadramiento o territorio de contención que puede o no ser una narrativa oficial de lo sucedido, pero que provee de un mínimo de entendimiento sobre los hechos. En un escenario de transición, el lugar del gobierno como facilitador de la construcción de un terreno en común, donde distintas memorias colectivas puedan articularse, es una labor fundamental. Veremos que esta era una expectativa para México, concretada brevemente en los Foros.
No obstante, cabe aclarar que en las disputas por el pasado y la emergencia de “contra-historias” en los escenarios de transición, la reconfiguración del pasado no debe estar sometida a la voluntad o al capricho de ningún grupo ni de ninguna persona. Hay un pasado material y objetivo que no se puede moldear como el barro; hay un límite que no se puede traspasar y la historia no puede desvincularse de la verdad. Las disputas entre las memorias colectivas o entre estas y la oficialidad del nuevo gobierno de transición deben siempre mantener contacto con la facticidad indisputable del pasado. Esto no quita, sin embargo, que se pueda pensar en el sentido narrativo de esos hechos, a eso es a lo que nos dirigimos con la tensión entre historia y memorias colectivas. Elizabeth Jelin comenta sobre el sentido del pasado en estos términos:
En verdad, la memoria no es el pasado, sino la manera en que los sujetos construyen un sentido del pasado, un pasado que se actualiza en su enlace con el presente y también con un futuro deseado en el acto de rememorar, olvidar, silenciar. […] El pasado ya pasó, es algo determinado, no puede cambiarse. Lo que cambia es el sentido de ese pasado, sujeto a reinterpretaciones que están, momento a momento, ancladas en la intencionalidad y en las expectativas hacia el futuro. Por eso, es un sentido activo, elaborado por actores sociales en escenarios de confrontación y lucha frente a otras interpretaciones, a menudo contra olvidos y silencios. Actores y militantes hacen uso del pasado, colocando en la esfera pública del debate sus lecturas e interpretaciones, en función de sus compromisos emocionales y políticos con el pasado y con el futuro”.15
Con lo anterior, tenemos ya varios elementos conceptuales para identificar una tensión entre la historia y las memorias colectivas; que en escenarios de transición tienen que comprenderse como disputas de sentido en torno al pasado y que los diversos grupos protagonistas aportan cuotas de poder y visiones de los hechos que, desde su propia experiencia, consideran fundamentales para que aparezcan en la posible narrativa oficial del pasado reciente. Ahora pensaremos el escenario mexicano, buscando analizar brevemente parte de estas tensiones entre la historia nacional y las memorias colectivas. Queremos comprender las disputas de sentido en torno al pasado, lejano y reciente, y pensar los recursos políticos que se movilizan en uno u otro caso.
Nos interesa mucho resaltar que notamos un descuido o relegamiento de las memorias colectivas en la actual administración federal (2018-2024) en favor de una narrativa histórica tradicional. Queremos sostener desde ahora que nos resulta problemático este énfasis en una gran historia nacional y que esta no puede ni debe intentar sustituir la necesidad de articulación de las memorias colectivas en los esfuerzos por reencauzar el presente hacia una narrativa de futuro compartido. Ante las formas tan cruentas de violencia que se han vivido a lo largo y ancho del país, es necesario volver la vista al trabajo constante de las memorias colectivas de los grupos de víctimas de la violencia criminal organizada e insistir en su consideración como actores políticos fundamentales para la transformación del país. Insistiremos en que el proyecto cultural sostenido en la historia nacional, si bien puede representar una parte importante de la agenda de la actual administración, está lejos de ser suficiente. Como veremos más adelante, la historia del tiempo presente podría ser un recurso importante en este trabajo, una especie de puente tendido entre la historia nacional y las memorias colectivas. No obstante, antes de llegar ahí, analicemos parte de la agenda de la gran historia nacional delimitada por la 4T.
En general, AMLO y Morena se han vuelto poco a la historia más reciente y a las memorias colectivas como un recurso político, a excepción del caso Ayotzinapa, para el cual se constituyó una Comisión para la verdad y acceso a la justicia al inicio del sexenio y, más recientemente, en 2021, el caso de la “Guerra Sucia”, para la cual hay trabajos iniciales de otra comisión, la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento y el Impulso a la Justicia de las violaciones graves a los derechos humanos cometidas de 1965 a 1990. Es notable que en el discurso público aparezcan más referencias al neoliberalismo o a la corrupción que a los estragos de la violencia y a la rearticulación constante de las memorias colectivas en torno a ellas. Los usos políticos de la historia nacional que se ha propuesto el Gobierno federal parecen sostener el trabajo de transformación o bien como un punto y aparte con respecto a los años previos, intentando fundar el presente como un nuevo periodo histórico, o bien como una reconexión y continuación con la situación preneoliberal, considerando las últimas tres décadas (1980-2018) como una interrupción indeseada o prescindible históricamente. Esto ha dificultado la reinterpretación y, por lo tanto, la rearticulación del pasado reciente.
Lo que sí ha sido evidente es la insistencia en la historia nacional como un recurso pedagógico moral y de construcción oficial de ciudadanía. La historia nacional parece estar en el centro de las grandes propuestas para reactivar una “economía moral” de la nación que colabore con la construcción de paz en el país.16 Desde la propuesta de construir una constitución moral, pasando por la cartilla moral, hasta las incontables referencias históricas a personajes y a periodos de la historia, donde resaltan, por ejemplo, Morelos, Juárez y Cárdenas como héroes patrios o las anteriores tres grandes transformaciones.
En este sentido, las dificultades son evidentes para hacer compatibles ambos proyectos, es decir, para establecer una línea de acciones que haga compatibles a las memorias colectivas -y su participación en la construcción de una verdad histórica- con la propuesta estético-política de una cuarta transformación que se coloque a la par de los grandes episodios históricos anteriores (la Independencia, la Reforma, la Revolución). En pocas palabras, la tensión entre historia nacional y memorias colectivas se hace cada vez más presente cuando el discurso de la actual administración cierra la 4T a un futuro que parece predeterminado por el pasado o a una cierta misión nacional última, compuesta por una cadena de transformaciones de la cual el presente es solo un eslabón; cuando se insiste en un “tratamiento” pedagógico-moral basado en una gran historia nacional, que le aporta poco o nada a las personas afectadas directa y cotidianamente por la violencia. Lejos de recuperar la discusión sobre el pasado reciente para sostenerse en él y abrir líneas de acción gubernamentales para resignificarlo y trabajar colaborativamente con las memorias colectivas -en especial, con aquellas en resistencia en torno a la violencia derivada de la criminalidad organizada- la administración actual ha buscado fortalecerse simbólicamente con base en valores neonacionalistas y de una “economía moral” tan abstracta que, en el mejor de los casos logra solo precariamente sus intenciones entre un sector de la ciudadanía organizada y, en el peor, resulta opuesto a la articulación y al reconocimiento de formas de resistencia ante la violencia en el país.
Para intentar esclarecer la incompatibilidad anteriormente desarrollada y para ensayar una interpretación-puente productiva entre la historia nacional y las memorias colectivas, nos detendremos fugazmente en la historia del tiempo presente como una parte de la disciplina histórica que puede ser clave en esta negociación. En el libro que coordinan, Allier, Vilchis y Vicente proponen la siguiente definición:
La historia del tiempo presente es una historia de los procesos sociales que se encuentran aún en desarrollo, en la cual los actores están vigentes y siguen desplegando sus acciones y el historiador está necesariamente implicado, no por militancia en los procesos que analiza y explica, sino por ser su coetáneo. Sin embargo, la historia del presente no está vinculada estructuralmente a la escala breve. Es una actitud, si se quiere, que integra el presente al tiempo histórico y no pospone su análisis y valoración para generaciones futuras ni relega su responsabilidad a otras áreas de las ciencias sociales. Este campo historiográfico no se ocupa del acontecimiento actual, como epifenómeno, sino del despliegue de realidad donde el acontecimiento tuvo condiciones de aparecer: no sólo es una narrativa del acontecimiento, sino una analítica y arqueología de su estructura.17
Tradicionalmente, la disciplina histórica se ha ocupado de sucesos “terminados” o suficientemente apartados del presente desde el que se estudian, visión que, como vimos, mantenía a su manera el mismo Halbwachs. No obstante, principalmente desde la segunda mitad del siglo XX, la historia del tiempo presente ha formulado alternativas a esa visión y se ha propuesto como una historia en acción ante hechos de trascendencia que todavía se están desarrollando en el presente desde el que se estudian. Los escenarios de transición han sido aquí fundamentales, pues las catástrofes sociales, las guerras, las dictaduras y demás conflictos han sido abordadas por la historia del tiempo presente.
Pensamos que esta subdisciplina de la historia es un punto medio entre una gran historia nacional y las múltiples memorias colectivas del país. Con su recuperación, nuestro interés se centra en colaborar con la comprensión de la 4T y contribuir a un debate público emergente entre la política y la historiografía, dejando claro que no abogamos por desechar o enfatizar una de las dos sino de rearticularlas en un proyecto conjunto, donde ni la política se imponga a la historia ni esta asfixie a la política.
Ahora intentaremos ejemplificar lo anterior por medio del contraste entre dos proyectos, iniciados ambos en el periodo transicional de la actual administración (julio-noviembre de 2018). Se trata del contraste entre los Foros de Escucha y Pacificación (los Foros), por un lado, y la Coordinación de Memoria Histórica y Cultural de México (la Coordinación), por otro.
¿Los Foros o la Coordinación?
Poco después de ganar las elecciones, el equipo transicional encabezado por AMLO anunció que se llevarían a cabo los Foros, en diferentes ciudades del país y donde se trabajarían propuestas para actuar en conjunto, gobierno y sociedad, ante la crisis de violencia. Se convocó a: 1) víctimas; 2) ciudadanía en su conjunto, y 3) autoridades locales. Se propusieron 17 foros en distintas ciudades del país. Además, se propusieron foros específicos en comunidades, prisiones y albergues para migrantes, aunque una parte del programa no se cumplió. De acuerdo con la información oficial, los foros tenían el objetivo siguiente:
Generar un espacio de diálogo mediante la apertura de foros de escucha en los cuales se identifiquen propuestas que respondan a las prioridades de los diferentes sectores de la población y en las diferentes regiones. Estas propuestas serán insumos para la formulación de políticas públicas para la pacificación del país y la reconciliación nacional.18
Serían también el inicio de un proceso nacional de transición, un proceso de revisión de crímenes atroces y de aplicación de instrumentos basados en la JT para atender los problemas del pasado inmediato y trabajar hacia la construcción de paz en el país.
Por otro lado, el equipo transicional igualmente diseñó una coordinación, que se ocuparía de fortalecer la identificación simbólica, con base en la historia y la cultura mexicanas, y dependería de la Presidencia de la República. Estos dos proyectos marcan el cruce de caminos de la transición presidencial. De estas iniciativas, que en principio no eran excluyentes, se ha privilegiado claramente la última sobre la primera. Poco antes de la presentación oficial de la Coordinación -a mediados de noviembre de 2018- se presentaron los resultados de los Foros -que habían comenzado en agosto- pero sin que se marcara ninguna relación entre una y otros. En mi interpretación, este es el momento coyuntural, donde se privilegió la historia sobre la política, la historia nacional sobre las memorias colectivas; pero también donde se le da continuidad a la democracia en su sentido más tradicional, paternalista, y donde comenzó el estancamiento de la articulación política amplia y no partidista de la 4T.
Los Foros comenzaron un mes después de la elección presidencial en la emblemática Ciudad Juárez, al norte del país. Reunieron a víctimas de la violencia con una diversidad de actores sociales (gobernantes, activistas, académicos, (ex)funcionarios públicos, etcétera). Fue un espacio relativamente plural, que unió gente de distintos horizontes para abordar el problema común de la violencia en un espacio que garantizó la igualdad de palabra19. Era, como hemos insistido, una proyección para un escenario general de justicia transicional para el país y una forma de articulación que se multiplicaría llegado el momento. Gente tan distinta, reunida bajo una metodología dialógica e igualitaria, en un espacio facilitado por el gobierno, y desde donde se pudieran buscar soluciones democráticas para atender la violencia y avanzar en la construcción de paz; esa era la expectativa para continuar con la articulación política de 2018. Sin embargo, el encuentro de actores diversos, como era de esperarse, desbordó la expectativa partidista y mostró la potencia, el reto, de la escucha verdadera de víctimas y otros representantes de la sociedad civil. Este era un reflejo del pueblo en movimiento, no de un pueblo como referencia inmóvil, “profundo”, que solo acompaña pero que no habla. Era el reflejo también de que la elección presidencial iba más allá de un partido o de un hombre y de que la participación esperada podría cuestionar a los actores recién elegidos. La prensa recuperó el eco de la articulación política de los foros y, lamentablemente, los encargados decidieron apresurar el cierre de la agenda, cancelando algunos encuentros. Aunque recuperados parcialmente sus resultados en el plan estratégico de seguridad nacional de la nueva administración, los Foros han quedado en eso, un ejercicio frustrado de articulación política facilitado por el Gobierno federal.
El contraste entre los Foros y la Coordinación no podría ser mayor. Mientras el primero se sostendría en la articulación política de individuos y grupos que pueden aportar ideas (y críticas) para abordar la violencia, permitiendo que la participación vaya más allá de los controles estrictos del partidismo; la Coordinación fue desde el inicio un escenario controlado donde las figuras partidistas o el presidente pudieran ser el centro y, desde ahí, atraer a la historia nacional como un recurso simbólico. Los Foros de escucha fueron escenarios de llanto, denuncias, gritos y protesta, pero también de ideas, diálogo y propuestas inéditas; de articulación de proyectos novedosos y de escucha igualitaria. Eran demasiado “ruidosos” para ser parte de la gloria histórica de la nación, demasiado pueblo vivo. No representaban solo un logro histórico, como se supone que lo fue la elección de 2018, sino que eran la manifestación de un enorme problema, que el triunfo electoral no resolvía. Con los Foros, se intentó dar continuidad a la articulación política que llevó a AMLO a la Presidencia, pero los excesos de lo político no parecían ya compatibles con un proyecto de política de la actual administración20. El ruido, el llanto y el cuestionamiento de los Foros abrían la puerta para una nueva forma de abordar un problema público, donde el pueblo no se constituiría por medio de una elección presidencial, sino por el encuentro de proyectos alternativos de construcción de paz y la edificación de un nuevo campo de identificación social, una nueva hegemonía21 que, en este caso, pudieron haber sido circunscriptas por el gobierno entrante. No lo fue y con ello se perdió una valiosa oportunidad para el país.
Por su parte, la Coordinación fue desde el inicio un síntoma del uso que el actual Gobierno ha hecho de la historia nacional. Con el triunfo electoral se declaró (¡y se creyó!) que se había transformado el país. La victoria electoral se vivió como una transfiguración nacional para algunos. Lo cierto es que esa forma de utilizar la historia nacional, un neonacionalismo triunfante, ha sido también un obstáculo para mantener la articulación política fuera del discurso oficial. A diferencia de los Foros, poco recordados hoy día en el espacio público, la Coordinación ha tenido a bien respaldar el discurso presidencial y partidista de la 4T y ha organizado, entre otras cosas22, un año de conmemoraciones históricas. A lo largo de 2021, se llevaron a cabo 15 conmemoraciones, encabezadas por el presidente de la República, y donde acudieron representantes tanto de la sociedad civil como de gobiernos extranjeros. Las actividades estuvieron centradas en dos líneas históricas: 1) el bicentenario de la consumación de la Independencia, y 2) la resistencia indígena (incluyendo dos peticiones de perdón a los pueblos yaqui y maya23; y sin olvidar que se ha buscado -sin éxito- la petición de perdón por parte de España y el Vaticano por su protagonismo en la Conquista y la Colonia). También se incluyen, en la lista de 15 conmemoraciones, el aniversario luctuoso del poeta Ramón López Velarde, el aniversario del nacimiento del libertador Simón Bolívar y una petición de perdón a la comunidad china por las ofensas a inicios del siglo pasado24.
Se trató de ceremonias de corte tradicional, con poca relación real con las problemáticas que atraviesa el país en la actualidad. La distancia y la ajenidad de la historia nacional hace presencia en escenarios controlados mientras que en la vida pública del país se siguen contando los estragos de la violencia criminal. ¿Qué le ofrece la historia nacional a un familiar de un desaparecido en México? ¿Cómo puede un movimiento de víctimas identificarse con la gloria histórica, cuando su día a día depende de la negociación con el grupo criminal que controla la zona donde vive o donde busca a sus desaparecidos? ¿Es la historia nacional un recurso simbólico suficiente para acompañar un proyecto de transformación nacional o puede resultar más bien un estorbo para la articulación política?
Nuestro supuesto es que, aunque reconociendo la debida importancia que tiene un año de conmemoraciones así para la agenda gubernamental, no debe dejar de enfatizarse que, con o sin voluntad, se privilegia con ello a una historia nacional de largo aliento y se obstaculiza la visión y la organización de las memorias colectivas, siempre recientes, en torno a hechos próximos, actuales o coetáneos. El protagonismo de las conmemoraciones, aún en los casos de petición de perdón, está inclinado a los actores gubernamentales. La memoria colectiva no tendrá espacio de aparición dentro de estas conmemoraciones o será marginal, ya que el Gobierno federal parece seguir una línea tradicional, donde la jerarquía de la historia sobre la memoria es clara25.
Como síntoma de esta jerarquía es importante recordar el nombre completo de la Coordinación: Coordinación de Memoria Histórica y Cultural de México. Este empalme terminológico, “memoria histórica”, no solo ensombrece la distinción conceptual entre memoria e historia -heredada de forma tan singular por Maurice Halbwachs en la primera mitad del siglo XX26- sino que reterritorializa u oficializa la “memoria”, paradójicamente dejando fuera a la memoria colectiva de hechos recientes y violentos; es un proyecto de memoria espulgada o fosilizada; lanza a la “memoria” tan lejos como sea necesario en el pasado, para que deje de ser esa fuente de impredecibilidad y de afectos que cuestionen la imposición de una gran historia nacional sobre el presente conflictivo del país.
Es claro que, lo que en los Foros se delineó como un proyecto de JT para el país, tuvo desde el comienzo su contrapeso en una versión tradicional de la historia como proyecto de ciudadanización. La clara vaguedad terminológica de la actual administración (“Memoria histórica y cultural”) y el proyecto suspendido o abortado de JT para el país deberían analizarse juntos. Al incentivar la historia nacional como motor de ciudadanía, el Gobierno federal ha descuidado a las memorias colectivas como historia del presente, historia que también se hace desde la carne, el grito y la emoción.
Ciertamente, tampoco es posible dejar todo en manos del gobierno, justamente ahí radica la infertilidad de la oposición política hoy día. No se puede juzgar la política nacional como si fuera un hombre o un partido. Por ello, hay que insistir en que la responsabilidad es compartida entre gobierno y sociedad civil. Una gran parte de la movilización que esta última había coordinado cayó en estupor o confío demasiado en que el gobierno entrante resolvería los problemas de la violencia en el país. Esto no ha sido así y ha costado mucho recuperar el ritmo de articulación política que posibilitó el 18.
El esfuerzo de AMLO y Morena por hacer pueblo a través de la historia nacional y a través de una reactualización de los buenos contra los malos de las épicas tres transformaciones (Independencia, Guerra de Reforma, Revolución), aleja el foco del presente. No hay salvación ni 4T sin atender los problemas que hoy día aquejan al país y un Gobierno federal no puede hacerlo solo. Pero la prioridad para el gobierno debe de ser la política, no la historia. El relato cimentado de los héroes versus los villanos termina siempre opacando la riqueza de la acción.27 Si la 4T fuera solo un ornamento gubernamental, se entendería como un elemento más dentro del juego político. El problema es que ha sido un determinante de la agenda política, delimita y constriñe a la acción, la apresa.
Es aquí donde volvemos a la historia del tiempo presente como posible vínculo y como una vuelta a la problematización de las memorias colectivas en el discurso histórico. ¿Qué puede aportar la historia del tiempo presente ante la politización de la historia nacional y el descuido de las memorias colectivas en el país? Sin devenir en una defensora ciega de las memorias colectivas, pues su separación y el análisis crítico de esta es también fundamental para la historia del tiempo presente, ¿qué contrapeso necesario puede hacer a esa gran historia de héroes y perdones, que promueve un sentimiento identitario patriótico más bien tradicional? ¿Es la historia del tiempo presente una alternativa de ciudadanización ante esa gran historia?
Volver a la 4T. A modo de conclusión
Hemos querido tensar la relación entre la historia y las memorias colectivas para señalar que los usos políticos de la primera pueden estar, paradójicamente, obstaculizando o retrotrayendo la articulación de lo político en el país. Las décadas recientes, antes y pese a la violencia vinculada al crimen organizado, han sido de una creciente articulación política. Vimos que, desde la década de 1980, México ha presenciado la aparición de fuerzas políticas partidistas de izquierda, como el PRD o Morena, y fuerzas políticas no partidistas, como el EZLN y los múltiples movimientos de resistencia ante la violencia. La 4T, en ese sentido, es más que un programa de una fuerza política institucional y en el poder. Indica también y es parte de una red de movimientos por la transformación de la política en el país. Es en ese sentido que proponemos volver a la 4T como fuente de novedad más que como un programa prefijado históricamente. En otras palabras, se trata de cuestionar la autoridad histórica sobre la acción política y resignificar así la novedad sobre la predeterminación. Me es imposible no traer aquí un comentario de Hannah Arendt, en un texto titulado Comprensión y política:
La gran importancia que tiene, para las cuestiones estrictamente políticas, el concepto de comienzo y de origen proviene del mero hecho de que la acción política, como cualquier otro tipo de acción, es siempre esencialmente el comienzo de algo nuevo; como tal es, en términos de ciencia política, la verdadera esencia de la libertad humana. El papel central que el concepto de comienzo y de origen debe tener en todo pensamiento político se ha perdido sólo desde que se ha permitido que las ciencias históricas apliquen sus métodos y categorías al campo de la política.28
Ahí donde para la historia tradicional aparece la tentación de elogiar o privilegiar el final de un periodo como su habilitación disciplinar, o, en el peor de los casos, ahí donde aparece la causalidad como motor histórico, se diluye la fuerza del comienzo, de lo original. Para la política, por el contrario, el comienzo y la novedad que este trae consigo son esenciales. La tensión entre continuidad y comienzo debería ayudarnos a resignificar constantemente la articulación política del 18, pero también la que ya debemos estar construyendo para el 24.
El problema con la historia nacional es que devenga un absoluto prepolítico;29 una gran historia nacional que se empecine en fijar el alcance de lo político en vez de posibilitar la apertura a lo espontáneo y lo impredecible de los nuevos encuentros humanos en torno a la acción. Esto es lo que intentamos ejemplificar con el contraste entre los Foros y la Coordinación en la sección anterior. Cierto que no se trata de desechar la historia nacional como recurso, pues el Gobierno federal debe intentar dirigir la acción construyendo recursos simbólicos, esa es una parte esperada de su trabajo. El problema se presenta cuando no se reconoce de antemano que toda dirección de la acción por medio de la historia está condenada al fracaso si termina por asfixiar a la política.
Con esto último se refuerza nuestra insistencia en la historia del tiempo presente como un recurso puente entre la historia nacional y las memorias colectivas. Se trata de un abordaje histórico que no se impone sobre la política y que incita a la novedad más que a limitarla apresuradamente, a través de algún juego de predeterminación o causalidad. Por su parte, la historia del tiempo presente puede arropar lo impredecible y la fuerza afectiva de las memorias colectivas, sin por ello ceder totalmente ante ellas.
Si la 4T representa todavía más que un programa pilar de la administración federal, si puede ser recuperado para discutir la fuerza novedosa de lo político, habrá que pensarla también como una forma precaria de nominación y contención de una fuerza no institucionalizada, que puede volverse crítica y exigir protagonismo en las transformaciones del presente. En sus inicios, la 4T, más que un proyecto predefinido o triunfante, fue un comienzo precario, una voluntad novedosa de transformación que se hacía y rehacía sobre la marcha. Si bien bautizada por el grupo partidista hoy día en el poder, el nombre no puede abarcar la cosa, y deviene en sí mismo un objeto de disputa. La oposición social creciente al Gobierno federal puede recuperar el énfasis en una responsabilidad colectiva para la transformación de las condiciones del país, más allá de la esfera gubernamental.
Si bien cada vez más se fractura la posibilidad de un escenario transicional, como el delineado por los Foros, y de una política pública distinta -participativa y no solamente asistencialista, pluralista y no exclusivamente partidista- lo cierto es que la 4T sobrevive como proyecto y como promesa. Es fundamental recuperar la articulación política frenada por el partidismo y reabrir los espacios para la negociación de la representación política, que no sean únicamente partidistas. Entiendo que, en un país como México, donde la violencia parece instalada como una forma de negociación social, esto es complicado y peligroso. De ahí que los espacios de articulación política podrían ser sostenidos, facilitados y resguardados por una estrategia gubernamental, tal y como los Foros en la transición presidencial. Este es un modelo que no debemos descartar para el futuro próximo.
Volver a 2018 para analizar el potencial articulatorio que posibilitó la amplia victoria electoral de AMLO es insistir en la esperanza o, en otras palabras, en mantener el futuro como un campo político en disputa y no predeterminado. AMLO y su administración, al pasar de la oposición al gobierno, han tenido que negociar y, parcialmente, someter los excesos de lo político, que no pueden ser contenidos por ningún programa social o representados cabalmente por ningún programa partidista.
Sin ninguna duda, quedan enormes expectativas incumplidas en lo que va del sexenio y es lógico construir rutas imaginarias alternativas de lo que hasta hoy día ha sido la recuperación del “apoyo popular” al gobierno de AMLO. ¿Cómo pudo haberse aprovechado mejor dicho respaldo popular y la legitimidad del triunfo electoral? ¿Qué tipo de pueblo, menos esencialista y más discursivo pudo haberse establecido? Estas preguntas son relevantes no solo para discutir la primera parte del sexenio de AMLO ni para juzgarlo negativamente, sino para exigir del gobierno, en el tiempo que le queda, una vuelta a la rearticulación política tan rica y diversa de 2018. Es también una manera de contribuir al despabilamiento de las demandas sociales, que confiaron demasiado en el triunfo electoral de un programa gubernamental, como si un gobierno pudiera resolver los enormes problemas de un país como México. Volver al 2018 es insistir en la 4T. Volver a 2018 es, además, prepararnos para el 2024.