Introducción
Los contactos entre Japón, España y la llamada Nueva España iniciaron con el episodio del histórico rescate del galeón novohispano “San Francisco”, en su ruta hacia Acapulco, que naufragó el 30 de septiembre de 1609 frente a las costas de Onjuku, en la Península de Boso, al sur de Edo, que actualmente es Tokio, la capital japonesa.
A bordo del galeón iban don Rodrigo de Vivero y Velasco,3 ex gobernador interino de la Nueva España en Manila, Filipinas, y 317 tripulantes novohispanos que fueron rescatados y abrigados por la población de Onjuku. Igualmente ofreció gran ayuda el gobernante de la época, el shogun Tokugawa Ieyasu,4 quien proporcionó la nave “San Buenaventura”, construida por William Adams, en la que el 1 de agosto de 1610 los novohispanos salieron de Uraga, cerca de la capital Edo, y lograron llegar el 27 de octubre a Matanchén, en las costas de Nayarit, y unos días después llegaron a Acapulco, México.
A partir de dicho acontecimiento, el virrey de la Nueva España, Luis de Velasco, decidió organizar una nueva legación del general Sebastián Vizcaíno5 para acudir ante Tokugawa Ieyasu y su hijo el shogun Hidetada,6 con el fin de expresar su agradecimiento por el trato ofrecido a su sobrino Rodrigo de Vivero y Velasco; además, buscaban entablar relaciones directas con el gobierno del país del Sol Naciente. Así, a bordo del navío “San Francisco” esta expedición inició el 22 de marzo de 1611 y llegó al puerto de Uraga el 10 de junio del mismo año. El general Vizcaíno, en calidad de embajador, tenía también la orden oficial de explorar las costas japonesas y descubrir las legendarias islas “Rica de Oro” y “Rica de Plata”.
Aprovechando la audiencia con Ieyasu, su hijo el shogun Hidetada y otros altos funcionarios del shogunato, el general Vizcaíno les solicitó permiso para demarcar y sondear las costas japonesas para los barcos novohispanos de Manila, insistiendo en la expulsión de los holandeses, quienes se habían rebelado contra España y se creía que sus posibles ataques ponían en peligro la seguridad de la ruta Manila-Japón; posteriormente emprendió la búsqueda de las islas Rica de Oro y Rica de Plata. Sin embargo, Vizcaíno fracasó en su empresa y se vio obligado a regresar a Suruga, Japón. Además, no pudo conseguir ayuda alguna de parte del shogunato, así que resultaron estériles todos sus esfuerzos y cayó enfermo. En estas circunstancias, Vizcaíno recibió una propuesta del proyecto que había formulado el principado de Sendai, bajo el mando de Date Masamune,7 con la cooperación del religioso español fray Luis Sotelo. La propuesta era enviar una representación para entrevistarse con el virrey de la Nueva España, el rey de España y con el papa. El Daimyo Date Masamune, llamado también el “Rey de Ohsyu”, simpatizaba con la religión cristiana y se mostró interesado en facilitar un puerto para las naos de Manila y en establecer relaciones diplomáticas con España. Entonces no le quedaba a Vizcaíno otro recurso para regresar a la Nueva España que sumarse a dicha empresa de Date Masamune.
Se dedicaron a la construcción del navío y, al terminarlo, lo bautizaron con el nombre de “San Juan Bautista”. En la misión iba el general Vizcaíno en condición de simple pasajero, así como fray Luis Sotelo,8 quien tomó el mando durante el viaje, junto con otros franciscanos: fray Diego Ibáñez y fray Ignacio de Jesús. Viajaban además el embajador Hasekura Tsunenaga9 y 180 japoneses.
La nave zarpó del puerto Tsukinoura en la Península de Oshika, el 28 de octubre de 1613 (el 15 de septiembre del año 18 de la Era de Keicho), y el 25 de enero llegaron a Acapulco, en donde se efectuó el desembarco en medio de una gran ceremonia. La embajada de Hasekura, Sotelo y 180 japoneses pasaron por Chilpancingo, Iguala y Taxco, visitaron la Catedral de Cuernavaca 10 y, finalmente, el 24 de marzo llegaron a la ciudad de México, en donde los recibió con altos honores el virrey, Marqués de Guadalcázar.
Posteriormente la misión japonesa compuesta por unos 30 representantes, con Hasekura y Sotelo, partió hacia Veracruz el 8 de mayo de 1614 con el objeto de embarcarse rumbo a España. De ese puerto salió la flota el 10 de junio, haciendo escala en La Habana, y finalmente llegó a San Lúcar de Barrameda, España, el 5 de octubre, luego de una travesía de dos meses y medio.
Este artículo, en conmemoración por los 400 años del aniversario de la Embajada de Hasekura Tsunenaga, se refiere a las razones políticas y el proceso histórico que llevaron al envío de esta misión japonesa.
Relaciones hispano-japonesas en la época virreinal
De acuerdo con el Tratado de Tordesillas11 suscrito por las potencias ibéricas de España y Portugal en el año 1494, se estableció una “línea de demarcación” partiendo la Tierra en dos grandes zonas de navegación: la parte oriental para Portugal, y la occidental para la Corona de España. Este reparto de la Tierra tuvo el poder de impulsar cada vez con más energía los viajes marítimos, tanto para explorar y conquistar nuevos territorios y fomentar el comercio, como para la evangelización de los naturales a la fe cristiana.
A través de una serie de expediciones de Hernán Cortés y fray Francisco José García Jofre de Loaysa se había logrado ampliar el conocimiento de las costas de California. Entonces el lejano Oriente empezó a ser el objeto central de la expansión española en el Pacífico. El viaje de Ruy López de Villalobos marcó el principio de este cambio. Zarpó rumbo a las Indias Orientales; desembarcó en las Filipinas; tomó formal posesión, y les dio nombre e intentó regresar a la Nueva España, pero falleció a causa de una enfermedad tropical.
Tras el regreso de los sobrevivientes de la expedición de López de Villalobos, se renovó el interés por las islas Filipinas. El experimentado marino fray Andrés de Urdaneta recibió la orden de Felipe II de acompañar una expedición del general Miguel López de Legazpi, quien llevó a cabo con éxito la conquista de las islas Filipinas en 1565, pero pronto advirtió la necesidad de establecer una línea de comunicación con América para abastecerse y para transportar las ricas mercaderías del lejano Oriente a España.
Finalmente ambas potencias ibéricas se encontraron en el Asia oriental, donde surgieron los conflictos en torno a quién debería predicar el cristianismo, y también quién tendría los derechos del monopolio comercial; esta problemática alcanzaría también al territorio nipón. Bajo esta circunstancia, comenzaron los contactos e intercambios entre Japón y España a través de sus gobernadores en Manila con la intermediación de las autoridades de la Nueva España
El gran problema era el “tornaviaje” o ruta de regreso del Oriente hasta las costas americanas, lo cual fue indispensable para el tráfico mercantil. El piloto Esteban Rodríguez y el notable marino fray Andrés de Urdaneta, a bordo del navío “San Pablo”, abandonaron Manila y llegaron a Acapulco. Desde entonces este derrotero Rodríguez-Urdaneta quedó establecido como la vía regular para el regreso de Manila a Acapulco de los galeones de Manila, o la nao de China. Entonces, Manila se convirtió en el centro del comercio en el extremo Oriente, y así el Imperio español logró establecer la hegemonía en el Océano Pacífico, que duraría por dos siglos y medio.
Finalmente ambas potencias ibéricas se encontraron en el Asia oriental, donde surgieron los conflictos en torno a quién debería predicar el cristianismo, y también quién tendría los derechos del monopolio comercial; esta problemática alcanzaría también al territorio nipón. Bajo esta circunstancia, comenzaron los contactos e intercambios entre Japón y España a través de sus gobernadores en Manila con la intermediación de las autoridades de la Nueva España.
Estos contactos con los portugueses y españoles, poco después se desarrollaron bajo el nuevo aspecto de la intervención de otras dos nuevas naciones: Holanda e Inglaterra, que se opusieron por todos los medios a la política de la Corona española de expulsar a los holandeses e ingleses del interior de Japón. Es decir, dichas relaciones tensas y contradictorias se desarrollaron dentro del antagonismo religioso y político que enfrentaban las potencias católicas de España y Portugal y las protestantes de Holanda e Inglaterra, radicadas en Japón.
Relaciones entre Toyotomi Hideyoshi y el gobierno de Manila
En julio de 1584 dos franciscanos, Juan Pobre y Diego Bernal, y dos frailes agustinos, Francisco Manrique y Pablo Rodríguez, llegaron a Hirado, en el noroeste de la isla de Kyushu, al sur de Japón. El señor de Hirado, Matsuura Takanobu, festejó a los españoles y prometió construir una iglesia, por lo cual entre los españoles en Manila nació la pasión de evangelizar en Japón.
Además, en ese periodo de guerras en Japón, en que se daba gran importancia a los asuntos militares y financieros, llamaba la atención el Nanban-Boeki, es decir, el comercio con los países europeos. Especialmente, los señores feudales llamados Daimyo de Kyushu, al sur de Japón, tomaron una actitud muy positiva, convirtiéndose en Kirisitan-Daimyo, es decir, señores feudales cristianos.
Los misioneros portugueses, que estaban enterados perfectamente de esta situación, tomaron medidas para introducir las naos comerciales como medio de ayuda o cooperación para la evangelización. Es decir, la propagación del cristianismo se desarrolló en torno a los puertos comerciales. Así, los jesuitas portugueses habían establecido su propio puesto absoluto en la evangelización en Japón y el comercio con esta tierra. Sin embargo, los franciscanos, agustinos y dominicos apoyados por la Corona española tomarían parte en la obra de evangelizar en Japón, y esto no sería admisible para los jesuitas apoyados por la Corona portuguesa. En consecuencia, surgió una discordia entre España y Portugal en torno al derecho evangélico en Japón, y se intensificó más el antagonismo entre los dos países.
Ante esta circunstancia, Toyotomi Hideyoshi,12 en la misión de pacificar Kyushu, intentó conocer de cerca la situación verdadera de la evangelización cristiana y los dominios de la iglesia en Nagasaki, así como la situación de los señores feudales cristianos Kirisitan Daimyo. Hideyoshi consideró que el cristianismo, y sobre todo los misioneros dirigentes, representaban un peligro por la posibilidad de rebelarse y conquistar el país. Como resultado, promulgó el “Edicto de Expulsión de los Jesuitas”, que especificaba los delitos de los sacerdotes de esta orden y obligaba a la expulsión del territorio en 20 días. Sin embargo, este mandato no afectaría al comercio, pues “en cuanto a los barcos extranjeros en tanto que se limiten a actividades comerciales, esta orden no los atañe y el comercio debe siempre llevarse a cabo”.13 Es decir, Hideyoshi adoptó la política dual de separar claramente la evangelización y el comercio.
En 1596 dos galeones salieron de Manila para Acapulco. Uno, el “San Felipe”, se topó con una tormenta y tuvo que entrar al puerto de Urado en la provincia de Tosa, en la isla de Shikoku. Allí, un magistrado de Hideyoshi, Masuda Nagamori, hizo una investigación y ordenó la confiscación de la carga del galeón debido a la presencia de varios monjes franciscanos entre los españoles. Además, reportaron un testimonio de que: “[los españoles eran] ladrones corsarios, que venían a comerciar la tierra para tomarla, como lo habían hecho en el Perú y en la Nueva España y Filipinas, enviando primero a los padres de San Francisco para que predicaran la ley de ellos”, lo cual despertaría la sospecha de atentar contra la unidad nacional propuesta por Hideyoshi.
Finalmente, el 5 de febrero de 1597 fueron crucificados en Nagasaki seis franciscanos, tres jesuitas japoneses y otros 17 cristianos japoneses, a quienes se recuerda históricamente como los “Veintiséis mártires de Nagasaki”.14 Las noticias de este desastre llegaron a Manila. Entonces, el gobernador Francisco Tello de Guzmán envió como emisario a Luis Navarrete Fajardo, para tratar de reclamar y negociar la indemnización por las pérdidas sufridas por el barco “San Felipe”. Sin embargo, Hideyoshi sostuvo su tesis de que bajo las leyes japonesas todos los barcos perdidos en las costas, con sus mercancías, pertenecían al señor de la tierra local. En cuanto a los frailes martirizados no era cosa que pudiera remediarse, y le pedía al gobernador de Manila no enviar más personas como aquéllas, puesto que se habían promulgado nuevas leyes estrictas que prohibían su entrada y fijaban pena de muerte como castigo para los que se consideraran infractores. A partir de ese momento, esos hechos provocaron la suspensión de las relaciones entre el gobernante llamado “Taico” Hideyoshi y el gobierno de Manila.
Relaciones directas entre el shogunato de Tokugawa y el gobierno de la Nueva España
Relaciones entre el shogun Tokugawa Ieyasu y el gobierno de Manila
La muerte de Hideyoshi llevó al poder a Tokugawa Ieyasu, quien se mostró vivamente interesado en el comercio de Nanban-boeki. Entonces el shogun Ieyasu mandó a fray Jerónimo de Jesús y al gobernador Tello de Guzmán para que se iniciara el tráfico mercantil y que constructores españoles proporcionaran asistencia técnica a Japón, y asimismo ofrecieran que los galeones de Manila utilizaran los puertos japoneses y que se enviaran mineros novohispanos para explorar las minas de oro y plata en Japón.
Ante estas solicitudes, el gobernador Tello de Guzmán desconfiaba de la voluble actitud de Ieyasu hacia los cristianos y no concertó compromisos, hasta que fue sucedido por Pedro de Acuña, quien mandó el buque Santiaguillo, en el que viajaron los franciscanos fray Luis Sotelo y fray Diego de Bermes, para concertar un convenio comercial con Ieyasu.
Una vez conseguido el acuerdo comercial, Ieyasu procuró ampliar sus tratos comerciales con otras naciones europeas. En 1605, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales empezó la ocupación de las Molucas y logró que Japón le abriera las puertas de su comercio.
Entonces el gobernador Pedro de Acuña trató de anular la concesión hecha en favor de la Compañía Holandesa. Con tal propósito envió al capitán Francisco Moreno Donoso y a fray Luis Sotelo para que pidieran a Ieyasu que cancelara el permiso otorgado a los holandeses, alegando que los holandeses podrían atacar los navíos españoles que llegaran a los puertos de Japón. Sin embargo, tales gestiones se suspendieron con la muerte del gobernador Pedro de Acuña.
Ante la ausencia del mandatario en Filipinas, el rey de España mandó al virrey Velasco nombrar un gobernador interino en tanto llegaba el gobernador definitivo Juan de Silva. Entonces el virrey Velasco se dirigió a su sobrino Rodrigo de Vivero y Velasco, gobernador de Nueva Vizcaya, quien partió de Acapulco el 15 de marzo y llegó sin novedad a Manila el 13 de junio de 1609. Sin embargo, la preocupación primordial de Vivero fue, de momento, asegurar las defensas contra posibles ataques de los holandeses.
Cuando arribó el gobernador definitivo Juan de Silva, Vivero partió con destino a Acapulco a bordo del “San Francisco”, acompañado del “Santa Ana” y el “Santiago”. Los barcos se encontraron con mal tiempo; el “Santa Ana” logró escapar a un puerto de Bungo, en Kyushu, mientras el “San Francisco” naufragó el 30 de septiembre de 1609 en la costa del pueblo de Iwawada, Onjuku, en la Península de Boso, al sur de Edo (actual Tokio).
Negociaciones de Rodrigo de Vivero con el shogun Ieyasu
Vivero y otros 317 náufragos novohispanos fueron bien recibidos por el señor local de Otaki, Honda Tadatomo. Unos días después lo invitaron a pasar a su corte, donde recibieron a Vivero con una gran cortesía. Después de una entrevista con Tokugawa Ieyasu y su hijo Hidetada, Vivero visitó a un alto funcionario del shogunato y manifestó las tres siguientes solicitudes: que se diera buen trato a los misioneros españoles, que se mantuvieran las relaciones amistosas y comerciales entre España y Japón, y que se expulsara a los holandeses de los puertos de Japón. Unos días después informaron a Vivero que Ieyasu estaba dispuesto a permitir obrar libremente a los misioneros y que deseaba la amistad con España; pero que no podía suspender el comercio con los holandeses, puesto que se les había concedido licencia por un año. Además agregó que Ieyasu había decidido proporcionar a Vivero una embarcación para poder viajar a la Nueva España; y le solicitó que se hiciera cargo de conseguir 150 mineros novohispanos para trabajar en las minas de Japón. Respondió Vivero que no podía acceder a este pedimento sin consultar con el rey, asegurando que se embarcaría en el “Santa Ana”, reparado en Bungo.
Como resultado de estas conversaciones, Vivero formuló un acuerdo preliminar en las llamadas “Capitulaciones”,15 cuyo esbozo hecho el 20 de diciembre de 1609 presentaron a Ieyasu a través de fray Luis Sotelo, con quien se encontró en la iglesia de Fushimi en Kyoto y le encargó todo para negociar con Ieyasu. En cuanto al inicio del comercio, propuso: 1. Que se permitiera el establecimiento de una factoría para el comercio español en Kanto (la región actual de Tokio, Kanagawa, Saitama y Chiba), similar a la de Nagasaki, con almacenes, astilleros e iglesias. 2. En caso de naufragio, en cualquier parte de Japón, no se haría ningún daño a las naves novohispanas y filipinas. 3. Se les venderían los aprovisionamientos a precios comunes en Japón. 4. Se recibiría a un embajador español con todos los honores y se le dotaría de una residencia oficial y una iglesia, dándosele al mismo tiempo derecho de adquirir subsistencias a precios regulares y de importar bienes libres de gravámenes.
Vivero estuvo de acuerdo en procurar conseguir 100 ó 200 mineros novohispanos pero con base en las siguientes condiciones: 5. Deberían ser enviados mineros españoles a las minas de Japón con sus más modernos procesos. El rey Felipe III debería decidir el envío de 100 ó 200 mineros. Los mineros mismos recibirían en pago la mitad de toda la plata que se extrajera de las minas, en tanto que la otra mitad se dividiría equitativamente entre el shogun japonés y el rey de España. Si un español encontraba nuevas vetas en las minas, debería recibir un porcentaje de la plata que rindieran. El azogue (mercurio) habría de proveerse a precios regulares. Se permitiría a los mineros novohispanos tener iglesias y sacerdotes. 6. Se proveerían facilidades espirituales para los mineros cristianos y se establecerían representantes del shogun y del rey español en los centros mineros. Tanto los españoles como los japoneses tendrían sus propios órganos judiciales para castigar crímenes cometidos en favor de sus paisanos. Es decir, los mineros novohispanos quedarían bajo la jurisdicción de su embajador o de un capitán de navío y los japoneses bajo la de sus propias autoridades. 7. Puesto que era un gran honor estar aliado con el más grande rey del mundo, los holandeses deberían ser expulsados de inmediato, puesto que siendo el más bajo país del mundo, no traían ninguna ganancia a Japón y estaban dañando la navegación española. Sería imposible tener relaciones amistosas si esta provisión no se llevaba a cabo. 8. Todos los puertos serían sondeados, de manera que las naves españolas que sufrieran tormentas, pudieran ser remolcadas sin peligro. Por último, Vivero señaló que el acuerdo sería provisional y que estaría sujeto a la aprobación del rey de España, quien respondería dentro de los dos años siguientes.
Dichas “Capitulaciones” serían basadas en una idea muy particular del mismo Vivero, quien tendría un plan especial al respecto. Vivero entendió bien de la “grandeza y riqueza del Japón”,16 e insistía en que “convendría que Vra. Majestad conservara la amistad del emperador del Japón [Ieyasu] y siendo necesario para ello enviar una nao de la Nueva España”;17 además consideró que el país de Japón estaba “dividido en sesenta y seis reinos”18 y estaba unificado por “uno de los ricos monarcas del mundo”19 que gozaba de gran riqueza de oro y plata. Y apreciaba su alta producción de plata en las abundantes minas, sin conocer los procesos para extraer la plata de que “los veneros y minas de plata son de suerte que con faltarles a los japoneses industria y traza para sacarla tienen tanta en cantidad que admira. También sacan oro de ríos y de minas”.20 Y prestó atención al poder adquisitivo y recursos financieros del pueblo japonés. Además, percibió la importancia y utilidad del comercio con Japón, por lo tanto intentó aumentar los ingresos de la Corona española, y con su experiencia como alcalde mayor del pueblo y minas de Taxco, México, y sus conocimientos sobre la industria minera, planeó el porcentaje para recibir en pago por la plata descubierta, entre el shogun japonés y el rey de España. Vivero deseaba que el rey de España reinara en el país de Japón que “sea útil a Vra. Majestad entrar en monarquía tan grande, tan próspera y extendida, no es menester mucho para probarlo y así pareciéndome que sólo le faltaba a esta tierra el tener a Vra. Majestad por su rey”.21 Vivero se había desvelado en pensar “por qué caminos se había esto hacer posible y hallando cerrados los de las armas porque por fuerza de ellas, la multitud de la gente y la fortaleza de los sitios era imposible emprenderlo”.22 Sin embargo, propuso las razones para comenzar una guerra contra Japón con el pretexto de que “[...] bien justificada tenía Vra. Majestad la guerra y segura su real conciencia, con el martirio de los religiosos de San Francisco y agravios hechos a la nao San Felipe y últimamente con el suceso de la de Macao”.23
Vivero suponía que “por verdad cierta como lo es la dificultosa entrada por fuerza de armas no queda medio que elegir sino aficionar las voluntades al servicio de Vra. Majestad por el camino que Dios nos va abriendo, por la predicación del esto”.24 Además Vivero sabía que “pasen de trescientos mil cristianos los que tiene el Japón”,25 y pensaba que “ampliándose y creciendo el número de los cristianos con muy esforzadas esperanzas se podría pensar que muerto este Emperador [Ieyasu], y otro [Hidetada]”,26 trazó una medida concreta para tomarla de que “[...] es el asunto verdadero meter religiosos y religiones en estas partes dividiéndolos diversamente a título de que se pueblan con los españoles en las minas o sus cercanías para que vayan obrando y sacando el fruto que he referido [...]”27 Es decir, tenía planeado tomar y poseer el territorio de Japón, por medios como el aumento de los cristianos japoneses a través de la evangelización en las provincias de Japón, y la rebelión con los fieles japoneses a la muerte de Ieyasu. Por lo tanto, para aumentar el número de cristianos japoneses, ponía énfasis en dichas “Capitulaciones” en las que debería permitirse a los mineros novohispanos tener iglesias y sacerdotes, y planeaba que se construyeran iglesias en las minas del territorio de Japón. Dichas “Capitulaciones” estaban basadas, de alguna forma, en una idea muy particular de Vivero para que se estableciera una sede para la predicación cristiana y el comercio en la región Kanto del gobierno del shogunato, al entrar en Japón, de la misma forma que la Corona portuguesa lo había hecho con la construcción de instalaciones en la ciudad portuaria de Nagasaki al sur de Japón. Vivero insistía en que para mantener las relaciones amistosas y garantizar la seguridad de las naves novohispanas, debería expulsarse a los holandeses, enemigos de España, además de permitirse la demarcación y sondeo de todas las costas del Japón.
De acuerdo con Vivero -como hemos visto y según una carta que escribió éste al rey de España- era necesario mantener buenas relaciones con Japón, pese a la actitud opuesta de algunas órdenes religiosas, ya que España podía obtener de Japón algunos beneficios. Se trataba de una nación formada por 66 reinos gobernados por un emperador que recibía grandes riquezas en oro y plata por concepto de tributos. El país oriental, cuyas tierras eran fértiles y de buen temperamento, contaba con una población numerosa y muchas ciudades limpias y bien organizadas; estaba fortificado y sus ejércitos armados con arcabuces, espadas, lanzas y picas, de modo que la conquista de Japón sería en todo caso extremadamente difícil, aunque estaría justificada por los martirios en Nagasaki, así como por los incidentes del galeón “San Felipe” y el “Madre de Deus”. Sin embargo, en Japón había 300 mil cristianos, de suerte que, si lograba incrementarse el número de cristianos con la labor de los misioneros, este sector podría rebelarse a la muerte de Ieyasu y proclamar al país como posesión española. El único modo de alcanzar tal objetivo era mediante la formulación de un acuerdo con el shogun Ieyasu, que permitiera la entrada de sacerdotes y mineros novohispanos, quienes habrían de ayudar a la conversión de los japoneses. El convenio debía prevenir el envío anual de un barco mercante de Manila y la autorización para que arribaran a Manila los juncos japoneses; se habrían de proporcionar asimismo operarios (obreros) para fomentar la minería en Japón. Con esto, la Corona española podría obtener oro y plata de la explotación de las minas y del comercio con telas de algodón de la Nueva España; conseguiría también un puerto de escala en las costas japonesas para la nao de Manila. Finalmente Vivero suplicó la anuencia real para las negociaciones con Japón, lo que favorecería la penetración hispánica y ayudaría a lograr la expulsión de los holandeses.
Conforme a las “Capitulaciones” propuestas por fray Luis Sotelo, el gobierno del shogunato de Tokugawa concluyó las “Capitulaciones y asientos de Paz”28 de este modo: 1. El shogun Ieyasu otorgaba salvoconducto a los barcos novohispanos para que fondearan en cualquier puerto japonés, y concedía a España terrenos para la construcción de almacenes y casas. 2. Garantizaba libertad de entrada y movimiento a todos los sacerdotes que se trasladaran a Japón. 3. Daba a los barcos de Manila autorización para invernar o abastecerse en los puertos japoneses. 4. Proveía materiales para la reparación de navíos españoles a precios regulares. 5. Se comprometía a recibir a un embajador con los máximos honores. Y solicitaba en cambio que los barcos japoneses pudieran llegar a la Nueva España y que se instituyera un consejo formado por mercaderes de ambos países para que fijara los precios de los productos con que se iba a comerciar. Por último, mencionaba que “estas susodichas capitulaciones ofrece y consiente el Sr. de Japón y da su palabra de guardarlas y cumplirlas perpetuamente sin quebrantar ninguna”,29 y le nombraron a fray Luis Sotelo como portador del mensaje y embajador del shogun.
Sin embargo, por medio de petición de Vivero, finalmente fue designado fray Alonso Muñoz como representante de Ieyasu, y para acompañarlo fueron escogidos 23 comerciantes japoneses. Ieyasu dio a Vivero cuatro mil ducados y proporcionó para el viaje el barco “San Buenaventura”, construido por el piloto inglés William Adams. Dicha embajada salió el 1 de agosto de 1610 de Uraga y llegó el 27 de octubre a Matanchén, en las costas de Nayarit, y unos días después a Acapulco.
A su arribo a Matanchén, Vivero escribió al rey abundando en las razones que había para establecer relaciones cordiales con Japón y apremiando el envío de una embajada a Ieyasu; quienes formaran parte de la embajada podrían explorar las costas japonesas y partir en busca de las islas Rica de Oro y Rica de Plata. Con la llegada de Vivero a la Nueva España y en virtud de sus reiteradas proposiciones para la expansión en el lejano Oriente, se introdujo un elemento nuevo en el programa español del Pacífico. Suspendida por el momento la expedición a las islas Rica de Oro y Rica de Plata, se empezaron a tomar providencias para que se hiciera una visita a Japón.
Relaciones entre el embajador Sebastián Vizcaíno y el shogunato de Tokugawa
Entonces el virrey de la Nueva España, Luis de Velasco II decidió mandar una embajada a Japón. Según el plan, el general Sebastián Vizcaíno, quien representaba el expansionismo novohispano en el Pacífico, iría como jefe de la expedición y tendría el carácter de embajador ante Tokugawa Ieyasu y su hijo Hidetada; ante ellos, solicitaría permiso para demarcar y sondear las costas japonesas, y luego regresaría a la Nueva España, pasando por las islas Rica de Oro y Rica de Plata. Sin embargo, no fue posible establecer el comercio directo entre Japón y la Nueva España, como había requerido Ieyasu, debido a que no se había consentido la evangelización y se habían capturado algunos galeones. Además, tampoco se consideró la importancia del comercio directo con Japón, aún en circunstancias inciertas, que pudiera afectar las relaciones comerciales entre Manila, Filipinas y la Nueva España. Al final, el embajador Vizcaíno no llevó una respuesta clara ante el shogunato de Tokugawa, en lo que se refería al comercio directo con la Nueva España (Bernal, 1965: 67 y 68).
La expedición de Vizcaíno salió de Acapulco el 22 de marzo de 1612 a bordo del navío “San Francisco”, llevando consigo a un representante del sho-gunato, Tanaka Shosuke, quien se había bautizado en México con el nombre de Francisco de Velasco, y otros 22 japoneses que trajo Vivero, acompañado del comisario de San Francisco, fray Pedro Bautista; del lector de teología fray Diego Ibáñez, de fray Ignacio de Jesús, y tres legos más. Llevaba el navío por piloto a Benito Palacios, con 51 marineros, y trazaron una ruta directa a Japón, a donde llegarían el 10 de junio de 1611 al puerto de Uraga, cerca de Edo (actual Tokio).
A su arribo, Vizcaíno escribió a Ieyasu informándole sobre el propósito de su viaje como portador de una embajada del virrey de la Nueva España para agradecer los regalos enviados al virrey y pagar la suma que se había ofrecido a Vivero, así como el importe del navío San Francisco. Escribió también a su hijo Hidetada y quedó en espera de las respuestas de ambas partes. Días después, el 22 de junio, el embajador Vizcaíno, “acompañado por dos cortesanos y 4 mil guardias japoneses, así como por fray Luis Sotelo como intérprete, fray Pedro Bautista, fray Diego Ibáñez, el sargento Juan de la Hoz, Lorenzo Vázquez, que llevaba un arcabuz; el escribano Gascón de Cardona, que portaba el estandarte real, y el piloto Benito de Palacio, que conducía los regalos”,30 fueron recibidos por Hidetada en el palacio. Después de visitar a varios altos funcionarios y secretarios del shogunato, el día 25 de junio, al dirigirse a la iglesia de San Francisco en la ciudad de Edo, se encontró por casualidad con el Daimyo de Sendai, Date Masamune, quien pidió al embajador Vizcaíno que disparara sus arcabuces; entonces se hicieron dos descargas, cuyo estruendo hizo que algunos samurais cayeran de sus caballos; el Daimyo Masamune rió de buena gana y le agradeció al embajador.
Cuando visitó el 6 de julio al secretario del shogun, Honda Kozukenosuke Masazumi, pidió ante Ieyasu “permiso para construir una embarcación pequeña y para formar un mapa de las costas japonesas que sirviera a los barcos de Manila; solicitó asimismo se le permitiera adquirir aprovisionamientos a precios regulares y vender sus mercancías” en el puerto de Uraga (Mathes, 1973: 103; Núñez Ortega, 1923: 70; Santiago, 1964: 28). Unos días después Vizcaíno recibió la respuesta aprobatoria y la invitación de Ieyasu, con lo que aprovechó la oportunidad para pedir la expulsión de los holandeses de Japón, insistiendo en que “los holandeses se habían rebelado contra España y que sus posibles ataques ponían en peligro la seguridad de la ruta Manila-Japón” (Mathes, 1973: 103; Núñez Ortega, 1923: 70; Santiago Cruz, 1964: 28). La respuesta de parte del shogunato para esto fue que “su país había concertado convenios que no era fácil desconocer, pero que se tomaría una decisión definitiva antes de que la embajada regresara a la Nueva España” (Mathes, 1973: 103).
Una vez terminada la preparación, Vizcaíno zarpó del puerto de Uraga con el propósito de dar principio a la demarcación de las costas japonesas. Navegó sobre la costa oriental del Pacífico; así, el primero de noviembre de 1611 ancló en el puerto de Shiogama, del principado de Sendai que gobernaba el Daimyo Date Masamune. El día 8 del mismo mes entró en la ciudad de Sendai, y el día 10 visitó el castillo de Aoba en donde vivía Masamune, quien “lo recibió cordialmente y, dado que simpatizaba con la religión cristiana, se mostró interesado en facilitar un puerto para las naos de Manila y en establecer relaciones diplomáticas con España” (Mathes, 1973: 104). Con la ayuda de Masamune, Vizcaíno se dedicó a la exploración hasta el 2 de diciembre, cuando sufrieron los efectos de un temblor de tierra y un maremoto, por lo que el día 5 regresó al puerto de Shiogama. Entonces Vizcaíno se enteró de que Masamune mismo “tenía planes para construir un barco y mandar una embajada al virreinato novohispano y a la propia España, con el propósito de conseguir religiosos que trabajaran en las misiones de Japón” (Mathes, 1973: 105).
Pero durante la ausencia de Vizcaíno, los holandeses e ingleses habían esparcido el rumor de que la demarcación emprendida en las costas japonesas, así como la exploración hacia las islas Rica de Oro y Rica de Plata, no tenían otro objeto que preparar la invasión de Japón; que los españoles intentarían igual lo que habían hecho en la conquista de México y Perú. Como consecuencia de estas versiones, se despertó en las autoridades del shogunato una gran desconfianza ante los españoles. Cuando Vizcaíno fue a despedirse de Ieyasu y se enteró de que éste había mudado su actitud hacia los españoles, se le informó que había órdenes para que se destruyeran las iglesias cristianas. Enterado del súbito cambio de la política japonesa, Vizcaíno zarpó de Uraga el 16 de septiembre de 1612 para emprender la búsqueda de las islas Rica de Oro y Rica de Plata. Sin embargo, la búsqueda de dichas islas fue infructuosa, ya que su cansada tripulación dudaba abiertamente de la existencia de dichas islas. El día 14 empezó un viento intenso se tornó en un violento tifón y el navío San Francisco empezó a hacer agua, por lo que decidió regresar inmediatamente a Japón.
El 7 de noviembre Vizcaíno llegó a Uraga con su barco completamente deteriorado. No pudo conseguir audiencia con Ieyasu y, en el mes de abril de 1613, le hicieron saber que no se le podría proporcionar ayuda alguna debido a que “se le consideraba un deudor inseguro” (Mathes, 1973: 106 y 107). Por todo esto Vizcaíno decidió vender sus propios efectos a fin de poder conseguir fondos para reparar el San Francisco, medio en el que volvería a la Nueva España. Sin embargo nada pudo hacerse. Para entonces Vizcaíno se encontraba agobiado por las preocupaciones y la desesperación, y cayó enfermo. Pese a todo, tuvo la suerte de recibir la oferta de un contrato para colaborar en la construcción del navío de Date Masamune, con quien fray Luis Sotelo “había formulado planes para que una representación del principado de Sendai fuera a entrevistarse con el rey de España y con el Papa” (Mathes, 1973: 107). Pues dicho religioso, “con el deseo de proseguir la obra de cristianización pese a la oposición de los gobernantes de Japón, había procurado ganarse la amistad de Date Masamune” (Mathes, 1973: 107), y por eso Sotelo “se había propuesto forzar a Vizcaíno a cooperar con sus planes para darle cierto carácter oficial a la embajada” (Mathes, 1973: 107). No quedaría a Vizcaíno otro recurso para regresar a la Nueva España que sumarse a la empresa de Date Masamune. Se comprometió a colaborar en la construcción del barco que él capitanearía, llevando como embajador a Hasekura Tsunenaga, el capitán de la guardia del príncipe, acompañado con fray Luis Sotelo y otros japoneses a la Nueva España.
Conclusión
Al terminar la construcción del navío, éste fue bautizado con el nombre de “San Juan Bautista”. Por su parte, Date Masamune preparó las “Capitulaciones y asientos de Pases” al virrey de la Nueva España con fecha 16 de octubre de 1613, diciéndole que “para que la santa ley de Dios sea predicada en mi reino y para que mis vasallos se hagan cristianos, pido se me haga merced de enviarme Padres de la Orden de San Francisco, en lo cual no pondré impedimiento alguno, antes favoreceré de veras para que tenga efecto y en todo acomodaré y regalaré a dichos Padres”.31 En esta carta Masamune pedía además que
[…] se me haga merced de darme pilotos y gente de mar para la navegación de la dicha nao; si las naos de Luzón que van a la Nueva España llegaren a mi reino serán bien recibidas; si Vuestra Excelencia quisiere mandar fabricar naos en mi tierra daré para ello madera, carpinteros, herreros y todas las demás cosas necesarias a los precios comunes; si viniere alguna nao será bien recibida; si en algún tiempo algunos españoles se quisiesen quedar en mis tierras a vivir, les daré sitio y tierras; a los ingleses y holandeses y a cualquier otros que fueren enemigos del Rey de España y si vinieren a mi reino haré justicia de todos ellos y los mandaré matar (Santiago Cruz, 1964: 48 y 49).
Finalmente expresaba que “estas pases y asientos entre el Señor Virrey de la Nueva España y el Rey de Voxu [Oshu], Date Masamune, perpetuamente se han de guardar y cumplir de entrambas partes sin faltar en cosa alguna” (Santiago Cruz, 1964: 48 y 49).
Dicha embajada incluía 180 personas en total, entre quienes se encontraban Hasekura Tsunenaga, Imaizumi Sakan, Matsuki Chusaku, Nishi Kyusuke, Tanaka Taroemon, Naito Janjyuro, y otros japoneses, junto con la gente de Vizcaíno. A bordo del “San Juan Bautista” esta misión partió de Tsukinoura, cerca de Sendai, el 27 de octubre de 1613 y llegó a Acapulco el 25 de enero de 1614.
Las relaciones entre Japón, Nueva España y España germinaron a partir del antagonismo y el deseo de conseguir el monopolio del comercio y la evangelización en el territorio nipón, protagonizado por las poderosas naciones ibéricas, España y Portugal. Posteriormente, dichas relaciones se desarrollaron en la estructura también antagonista de intervenir para la expulsión de los holandeses e ingleses, es decir, en la confrontación entre los poderosos católicos de España y Portugal, y los protestantes de Inglaterra y Holanda.
Las relaciones amistosas y comerciales entre el shogunato y el virreinato no llegaron a ninguna conclusión, debido a que tanto la Corona española como el gobierno novohispano insistían en la evangelización de Japón para el inicio del comercio, exigencias que el shogunato rechazaba totalmente.
Por otra parte, Holanda e Inglaterra se aproximaron al shogunato sin tocar el tema religioso, en una maniobra política dirigida contra los españoles, llegando a establecer ambas potencias un acuerdo de intercambio comercial.
Posteriormente, en 1623 llegaría una embajada de Manila a Japón, pero no pudo conseguir audiencia con el shogunato, recibiendo la información de que no estaba permitida la predicación del cristianismo en Japón y se romperían absolutamente las relaciones con Manila, por lo cual el comercio con Filipinas, así como las relaciones con la Nueva España y la Corona española fueron interrumpidas.