Introducción
Cuatro posturas teóricas confluyen en el siguiente texto: por un lado, la generada en torno a la historia de los conceptos y de los sujetos sociales, según la cual la categoría juvenil es una construcción social e histórica cuyas transformaciones no pueden ser disociadas de las expectativas y los temores de actores particulares en el contexto en que se enuncian. Una segunda, que parte de reflexionar sobre el papel de la emocionalidad como elemento importante en la construcción de la idea y el concepto de juventud, así como en el rumbo de los acontecimientos, en las decisiones y acciones individuales y sociales. Una tercera, con un tono más generalizante, que ahonda en el papel de las emociones, del establecimiento y la difusión de regímenes emocionales, en el reforzamiento de la legitimidad de una élite gobernante y con ello de la reproducción de ciertos valores, expectativas y comportamientos inscritos dentro de un proyecto nacional. Y una cuarta y última, que lleva a revisar el papel del espacio en la construcción de comunidades emocionales -es decir, en la congregación (en este caso barrial) de individuos con experiencias y normativas afectivas en común- (Rosenwein, 2010: 11-13), que además comparten significaciones y codificaciones de comportamiento en espacios específicos (Goffman, 1997).
George Lipsitz (2007), experto en racismo y cultura urbana, describe como una característica estadounidense la interacción de dos dimensiones en la organización y significación del espacio urbano -al que se refiere como imaginario espacial-: la racialización del espacio y la espacialización de la raza. Esta doble conceptualización evidencia el modelo imperante en la organización espacial urbana de aquel país, es decir, la separación/inclusión urbana basada en el origen racial/nacional, y el desarrollo de prácticas, sociabilidades, cultura e identidades particulares a partir de la localización de las viviendas en barrios, guetos o vecindades (Lipsitz, 2007: 14).
En suma, por medio de este texto pretendo analizar la utilización del discurso emocional en la prensa del noreste estadounidense -principalmente de algunas ciudades de Nueva York y Pensilvania- en las representaciones sobre las juventudes mexicoamericanas angelinas en la década de 1940. Estas aproximaciones permitirán observar las interpretaciones sobre la construcción y las interacciones socioterritoriales en un espacio cultural y geográficamente distintivo, el papel de la afectividad, de la manifestación de una emocionalidad calificada como “descontrolada” de una comunidad emocional constituida por jóvenes de origen mexicano, de las reacciones consideradas “aceptables” hacia ellos (y por parte de ellos) que justificarían su criminalización y segregación. Y, dada la diferencia en el desarrollo histórico y cultural regional con respecto al suroeste estadounidense -en particular de la ciudad de los Ángeles, California, donde se desarrollarían los motines de pachucos-, qué tanto el discurso nacional-emocional, de la discriminación y el segregacionismo sería adoptado y replicado por una comunidad cultural y geográficamente distante. Por lo tanto, algunas preguntas que serán contestadas son: ¿cuáles eran las emociones referidas en los discursos de la prensa neoyorquina y pensilvana?; ¿cómo y con qué fin fueron utilizadas?; ¿cambiaban con respecto a comunidades geográficas?; ¿eran privativas de las juventudes o eran inclusivas de otros grupos etarios?; y ¿cuáles eran las emociones, atribuidas a uno u otro grupo en disputa? ¿cómo y por qué se convierten un marcador de diferenciación racial?
De acuerdo con algunos historiadores de los medios de comunicación, ha sido trascendental el papel del cine, la literatura y la prensa en la configuración de la identidad “americana” a lo largo del siglo XX (Stearns, 2006; Malin, 2013; Grant, 2014: 305-346; Behnken y Smithers, 2015; Schulman y Zleizer, 2017). Como en casi todo el mundo occidental, parte de los esfuerzos en la constitución de la nación se encaminaron a la búsqueda y construcción de la imagen de un ciudadano prototípico. Dicha caracterización fue construida a partir de las expectativas y los proyectos políticos, culturales y socioeconómicos del grupo blanco angloamericano y conllevó la utilización de métodos y prácticas sociales que contribuirían a reforzar su hegemonía cultural, política, económica y espacial sobre los grupos minoritarios, así como su clasificación jerárquica (Benken y Smithers, 2015; Lipsitz, 2018: VIII).1 Resulta importante insistir en que dicho arquetipo no fue estático, sino cambiante según sus diferentes contextos regionales y temporales. Sin embargo, algunos elementos comunes en la consolidación de la pirámide jerárquica en Estados Unidos fueron el color de piel, el dominio del inglés, la profesión del protestantismo, así como la posibilidad del consumo, la riqueza y el individualismo.2De conformidad con Peter Stearns (2006: 3-19), la emocionalidad también ha constituido un elemento fundamental en la configuración de las identidades nacionales y raciales. En ese caso, señala el especialista en historia de las emociones, el miedo, los generadores y sus formas y regulación formarían parte de dicha caracterización y, por lo tanto, de los procesos de construcción y representación de la otredad.
Finalmente, la pregunta más amplia tiene que ver con la articulación de las visiones esencialistas, los mitos, las retóricas y las prácticas unificadoras que dan soporte al surgimiento y la concreción a la idea de unidad nacional y de un aparente Estado nación estable. Tal y como algunos autores han planteado, el mito del Estado nación descansa en realidad sobre una sociedad heterogénea cuya supervivencia depende de la reafirmación y negociación de los sujetos y las prácticas que le dan unidad (Scott, 1998: 3-4). En el caso particular que aquí planteo, las emociones, definidas como reacciones afectivas de todo tipo, intensidad y duración (Rosenwein, 2006: 4), y en particular los regímenes emocionales -es decir, la codificación cultural e histórica de algunos afectos, pasiones o sentimientos, como, por ejemplo, a quién, a qué y cómo mostrar odio, amor, respeto, resentimiento y desdén (por su cultura, etnicidad, religión)- constituyen parte fundamental de la identidad de un grupo social, y su práctica contribuye a la constitución de un prototipo de ciudadano estadounidense (Reddy, 2001: 129) y a la segregación de aquellos grupos e individuos que cuestionan dicha homogeneidad.
De acuerdo con Monique Scheer (2012), las prácticas son generadoras de emociones y viceversa, es decir, son impulsoras de formas de control o manifestación emocional, de respuestas o reacciones condicionadas y aprendidas. Por lo tanto, las emociones no deben ser observadas como conceptos monolíticos o reacciones puramente instintivas, sino como respuestas que guardan una relación estrecha con lo cultural, con el lenguaje y la materialidad, por lo que deben ser estudiadas considerando su dimensión histórica y social. Habría que agregar que las prácticas emocionales hacen referencia “a las capacidades de un cuerpo entrenado por contextos y relaciones de poder particulares que movilizan, nombran, comunican y regulan la expresión de las emociones” (Sheer, 2012: 193). En un esfuerzo por observar la regulación emocional, los regímenes y la formación de comunidades emocionales recogí las notas de algunos periódicos de gran circulación en el noreste estadounidense, en 1943, que hacían referencia a ciertas emociones (a partir de su enunciación), o a prácticas emocionales durante la narración de los sucesos de los motines de pachucos.
El estudio no se limitó al análisis de la opinión de columnistas o a las observaciones de los reporteros; también se incluyó la de funcionarios, habitantes y jóvenes mexicoamericanos, y de otras minorías raciales, que presenciaron y fueron víctimas colaterales de los enfrentamientos. Por otro lado, al enfocarme en la prensa tuve el cuidado de estudiar el contexto y la intencionalidad (comercial, política y religiosa) de los grandes consorcios de comunicación y revisar la formación y orientación política de los corresponsales. De igual manera, tomé en consideración a las comunidades lectoras y las tradiciones de lectura para poder inferir el alcance de la regulación emocional y la construcción de la cultura emocional de la otredad (el joven pachuco) por parte de los observadores del noreste estadounidense.
Los motines de pachucos o la marea baja de la emocionalidad
Los motines de pachucos o zoot suit riots escenificados en el verano de 1943 en la ciudad de Los Ángeles, California, exponen el papel preponderante de la emocionalidad en la configuración de las relaciones interraciales en Estados Unidos durante la década de 1940. Existe una abundante bibliografía con distintas interpretaciones sobre el origen del sentimiento antimexicano. De acuerdo con algunos especialistas, su génesis puede encontrarse en el cisma anglicano del siglo XV y en la contienda político-ideológica entre la monarquía inglesa y la española de la que los mexicanos, por asociación, fueron herederos (Paredes, 1998: 61-88). Posteriormente, para algunos cronistas, comerciantes y colonos estadounidenses -con observaciones subjetivas y culturalmente sesgadas- el autogobierno y la organización política y social de los mexicanos en la zona fronteriza antes de la guerra entre ambas naciones denotaba una supuesta“incapacidad” de establecer un moderno régimen republicano (Weber, 1989: 297-207). Al objetivar el contenido de dichas afirmaciones habría que destacar que los observadores percibían las formas particulares de autogobierno de la región septentrional dada la lejanía con el gobierno central mexicano, estereotipos generalizantes a partir, quizá, de experiencias propias y basadas en enfrentamientos y desconfianzas mutuas por la ocupación y el despojo de viejas familias mexicanas durante la reorganización de la frontera México-Estados Unidos.3
De acuerdo con George Lipsitz (2017), el control del espacio (su acaparamiento y su administración) por parte de algunos sectores del grupo blanco angloamericano partió de su convicción de que Estados Unidos era la nación que encarnaba los ideales de libertad, armonía y virtud promulgados por la tradición política europea.
Socialmente, aquellos grupos que atentaban contra dichos valores -esto dependía de la interpretación histórica, política y religiosa- eran segregados del proyecto nacional y comunitario estatal o urbano, y espacialmente replegados a regiones, barrios y vecindarios, lo que dio pauta a la subsistencia o construcción de identidades raciales y prácticas culturales más apegadas a las del país de origen o del grupo racial.
En el caso particular de su expansión sobre territorio mexicano a mediados del siglo XIX, muchos estadounidenses alentaron o justificaron el arrebato territorial fronterizo, o su “derecho” a la ocupación, redimiendo representaciones en retratos, relatos y estudios “antropológicos” y científicos sobre el efecto “degenerante” del mestizaje indígena-español y la superioridad civilizatoria angloamericana (Paredes,1998; Merriam, 1960).
Durante el siglo XX, con el incremento del flujo migratorio de mexicanos a los Estados Unidos, uno de los elementos distintivos con respecto a otros grupos nacionales -y en particular a la ciudad de Los Ángeles- fue la cercanía de la frontera con la del país de origen, y la fluctuante laxitud o el reforzamiento de los controles migratorios estadounidenses. La pluralidad de la población mexicana por su procedencia (rural, urbana y regional), el flujo migratorio y las razones que motivaron su decisión de abandonar en forma temporal o definitiva su país influyeron en la aplicación de políticas estatales de integración (aculturación) o segregación de los mexicanos en Estados Unidos. El desarrollo urbanístico angelino y la distribución socioespacial por origen nacional (la organización y el asentamiento por nacionalidad en barrios y vecindarios, comercios, áreas de esparcimiento y servicios) hasta la Segunda Guerra Mundial también se configuró a partir dicha decisión (Sánchez,1993). De acuerdo con George J. Sánchez (1993), una de las preocupaciones iniciales de las autoridades estadounidenses en el condado de Los Ángeles fue la poca intención de los migrantes mexicanos de naturalizarse o de residir definitivamente en Estados Unidos. Algunos “esfuerzos” emprendidos por reformistas, trabajadores sociales, funcionarios y asociaciones civiles patrióticas estadounidenses se enfocaron en la enseñanza del inglés, así como de las costumbres, conductas, valores e incluso prácticas de alimentación angloamericanas, protestantes, clasemedieras y urbanas a los inmigrantes. A la larga, los resultados fueron calificados como poco fructíferos, dada la gran movilidad geográfica de los mexicanos a otras localidades estadounidenses, así como sus entradas y salidas a México y las largas jornadas de trabajo, que acaparaban gran parte de su día a día, e incluso la resistencia de algunos por considerarlo un esfuerzo innecesario dada su pretendida estadía temporal.
Una medida aleatoria de ciertos sectores progresistas fue incentivar la migración de familias, pensando que con ello se alentaría un asentamiento permanente.
Aunque dicho patrón migratorio se intensificó, las medidas asimilacionistas resultaron poco exitosas entre los recién llegados y la primera generación de nacidos en Estados Unidos, pues pervivió el desinterés y el resentimiento tras episodios de discriminación, y tuvieron que enfrentarse a los esfuerzos paralelos de los gobiernos posrevolucionarios mexicanos que intentaban introducir la nueva cultura nacionalista mediante la organización de fiestas patrióticas y la apertura de escuelas para niños con un currículo educativo mexicano (Sánchez, 1993; Barragán, 2020). Sin embargo, los jóvenes mexicoamericanos, sobre todo la segunda generación nacida en Estados Unidos (o los llegados desde edades tempranas), constituyó el primer grupo que incorporó a su identidad la experiencia y la sensibilidad bicultural (Sánchez, 1993: 173). De hecho, los jóvenes nacidos en Estados Unidos fueron vistos por las autoridades angelinas como emisarios culturales entre la vida cotidiana blanca estadounidense y su núcleo familiar mexicano (Sánchez, 1993: 98-99). Dicho papel fue reforzado por el crecimiento del nuevo mercado juvenil que ayudó a configurar las bases de una identidad generacional global (Souto-Kustrín, 2007). Junto con jóvenes de otros grupos raciales y nacionales, los mexicoamericanos se convirtieron en consumidores (e introductores) de productos de belleza (maquillaje), ropa, música, formas de entretenimiento (cine, centros de baile, fuente de sodas) y de revistas en sus comunidades y entre sus coetáneos. Tal y como lo corroboran los espacios de socialización y la vestimenta de los y las zoot-suit o pachucos, muchos jóvenes mexicoamericanos fueron asiduos seguidores de músicos, actores y actrices de la naciente industria hollywoodense (Sánchez, 1993: 173).
La extensión de la etapa escolar, la regulación del trabajo infantil y “juvenil”, el aumento en la esperanza de vida contribuyó a la construcción de la noción de adolescencia -considerada la primera parte de la juventud- a finales de siglo XIX. Las tipologías sobre la edad, como una etapa de rebeldía, proclive a la degeneración, de búsqueda de identidad, fácil enamoramiento y de conflicto continuo con los adultos y las instituciones del orden fueron generalizantes y basadas en observaciones desde la óptica de especialistas angloamericanos -máximos difusores de los “descubrimientos” científicos sobre la edad y de instituciones enfocadas en su formación- basadas en convencionalismos protestantes clasemedieros. Algunos sectores adolescentes adoptaron y se identificaron con dicha clasificación etaria y configuraron sus propias identidades (individual y colectiva) a partir de un sentimiento de pertenencia generacional, pero también de emocionalidades particulares y experiencias raciales/nacionales en común que llevarían a la configuración de movimientos y modas juveniles.
Así, agrupaciones de adolescentes de origen mexicoamericano se formaron en el este de Los Ángeles, donde en ocasiones organizaron pandillas (adscritas a barrios) o grupos de amigos con quienes compartían la misma jerga -el spanglish-, diversiones y usos del espacio público, como bailar swing y el boogie woogie en pistas ubicadas dentro de la “zona mexicana”. Como en todo movimiento contracultural juvenil, la música y el atuendo fueron elementos fundamentales en la definición de grupo (Feixa, 1999: 87-88), en este caso el traje de los varones fue denominado zootsuit -por el que recibieron el apelativo-. Este se caracterizaba por su gran parecido con el utilizado por hombres de negocios, pero portado en tallas más grandes, lo que permitía soltura de los movimientos de baile. Las mujeres solían recogerse el cabello en forma de colmena, depilarse las cejas y pintarse los labios con colores oscuros, usaban sacos amplios y largos o suéteres con cuellos en v, faldas plisadas o pantalones amplios; medias de red o calcetines y zapatos de tacón o sandalias (Ramírez, 2009: XII). Aleatoriamente, otro término bajo el que eran reconocidos por la comunidad mexicana, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos, fue el de pachucos y pachucas. Aunque el origen del término continúa siendo debatido, una de las teorías más aceptadas es que surgió como una deformación de la ciudad de El Paso, Texas, ciudad fronteriza y punto enganche, de llegada y partida de olas de migrantes mexicanos hacia el interior de los Estados Unidos (Cummings, 2009:100; Sánchez, 1993: 20).
Los motines de pachucos de 1943, tema central del artículo, puede ser observado como un episodio de conflicto racial, entre mexicanos y angloamericanos, aún más ríspido que algunos otros enfrentamientos explotados por la prensa angloparlante. El análisis de su desarrollo permite notar con mayor claridad la articulación de prejuicios y prácticas que, sin su ocurrencia, pudieron pasar inadvertidas (o normalizadas) en la vida cotidiana californiana. Sin duda, dichos acontecimientos, ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial, no fueron por sí mismos producto de una cotidianidad, es decir, era poco frecuente observar a adolescentes formar parte de las fuerzas armadas y estacionarse en el puerto californiano “amenazado” por una supuesta invasión japonesa. Pero sí lo eran los prejuicios antimexicanos que llegaron a justificar en 1943 persecuciones (incluso en los barrios mexicanos), linchamientos, golpizas a los zoot-suits por parte de los jóvenes marinos, así como abusos de poder, encarcelamientos injustificados y que se asociara a los mexicanos con los episodios violentos y la violación de las leyes y “reglas” de convivencia.
Por otro lado, el miedo, el vivir con miedo, y las formas de enfrentarlo o evadirlo, de acuerdo con Peter Stearns (2006), forma parte de las características emocionales que “definen” a la sociedad estadounidense en el mundo contemporáneo. Otros historiadores como Brian D. Behnken y Gregory D. Smithers (2015) reiteran que el racismo, una derivación del miedo y del odio, ha sido también un elemento definitorio de la cultura angloamericana cuya institucionalización y normalización ha sido difundida por los medios de comunicación.
La prensa como reproductora de regímenes emocionales
Una opinión generalizada entre los historiadores de las emociones es el rechazo entre algunos humanistas a considerarlas como elementos que, con el económico, político y social, contribuyen a dar explicación de las transformaciones históricas, los imperativos culturales y las interacciones sociales (Bailey, 2016; Boddice, 2017). No obstante, uno de los objetivos en esta relativamente novedosa rama de estudios, por lo menos desde la perspectiva histórica, es reconocerlas como reacciones fisiológicas y también como manifestaciones mediadas culturalmente. De ese modo, en cada época y cultura no solo existen distintas emociones, sino diversas formas de codificarlas, así como normativas sobre su forma de expresión o contención denominada cultura emocional (Rosenwein, 2010; Stearns, 1994: 3).
Stearns ha enfocado sus investigaciobes en reconstruir la historia emocional del este de Estados Unidos y ha expresado la importancia de realizar estudios regionales para el resto de la nación (Stearns, 1994: 4).4 De hecho, en otra investigación paralela a la presente, con la que guardo estrecha conversación, me he limitado al estudio del miedo hacia los pachucos en la prensa californiana y texana (Meza, 2022). Para el presente estudio mis observaciones comprenderán otros estados, ahora de la costa este, como Pensilvania y Nueva York. Mi objetivo será observar si existen esfuerzos paralelos, a través de la prensa, por difundir un régimen emocional“nacional” homogéneo en algunas grandes ciudades de Estados Unidos, y si las retóricas hacia las juventudes de origen mexicano son las mismas o tienen el mismo efecto en distintas regiones. En particular, mi intención es determinar si las representaciones de los zoot suits, y en general de los jóvenes mexicoamericanos, fueron comunes en ambos extremos continentales con distintas experiencias históricas, políticas, emocionales y a la composición étnica de su población.
Recurro a la prensa estadounidense por su amplio alcance social y su interdependencia respecto de las instituciones gubernamentales, religiosas, legales y económicas, así como por su impacto y su capacidad para llegar a miles de lectores (Nord, 2001). Me parece pertinente destacar, como una generalidad entre ambos puntos geográficos e incluso a nivel nacional, que no obstante la presencia e influencia de las agencias United Press (UP) y Associated Press (AP) que vendieron noticias tanto a nivel regional como internacional, otros periódicos, como The New York Times, actuaron de forma autónoma, por medio de sus propios corresponsales, para dar razón de los acontecimientos.
Es posible advertir, en primera instancia, una continuidad entre los discursos emocionales y raciales de los periódicos de bajo costo, penny press y los “pequeños” diarios locales, principales consumidores de las notas de estas dos agencias informativas; y una forma más estatal, aunque con gran alcance nacional e internacional, de Los Angeles Times y The New York Times.5 Debo recordar que la aparición de UP y de AP contribuyó a la reducción del costo de los periódicos y, por lo tanto, a un consumo más generalizado. Favorecieron también la formación académica de los periodistas y contribuyeron a la supuesta búsqueda de objetividad y al recuento neutral de los acontecimientos, aunque hubiera quedado a nivel retórico (Schiller, 1981: 9-10). Indiscutiblemente, el carácter comercial de la prensa en el siglo XX, los orígenes sociales de los nuevos empresarios de los periódicos (gran parte de ellos procedentes de los sectores medios, que llegarían a ser millonarios) y la búsqueda de lectores de clase medida tuvo una doble función. Por un lado, el contenido de las noticias reflejó los valores cristianos, blancos, clasemedieros de sus dueños y directivos, mientras que por el otro estos difundieron, a su vez, dichos valores y normas que compartían (y eran aceptables para) las clases medias anglosajonas, aun cuando la lectura de los diarios se extendió a otros sectores étnicos y socioeconómicos.
De acuerdo con Stearns (2006: 77), el público anglosajón siempre ha estado interesado por la literatura de terror, lo cual es patente con las grandes ventas de novelas góticas durante el siglo XIX como las escritas por Edgar Allan Poe. Por lo tanto, la producción de noticias que provocaban sentimientos semejantes contribuía a incrementar las ganancias de periódicos y de agencias de noticias. Según algunas estadísticas, en la década de 1930, 71 % de las personas con altos ingresos consumían las noticias de diarios frente a otro tipo de medios de comunicación como la radio y revistas; entre 70 % y 64 % de la clase media; 58 % de los blancos pobres, y 53 % de la población afroamericana (Historic Events for Students: The Great Depression, s. f.). En la década de 1940 los periódicos eran, por excelencia, la fuente principal de noticias, seguida por la radio, y décadas después la televisión. El único referente de la población civil con respecto a los acontecimientos en su medio eran los periódicos; por lo tanto, su selección, la forma en que eran narrados, las opiniones de sus columnistas, las imágenes que los acompañaban contribuían a la reproducción de las relaciones entre el lector y su entorno, a sus sociabilidades y a la construcción y difusión de regímenes emocionales que englobaban y definían a las distintas comunidades raciales y nacionales.
La asociación entre el miedo y la amenaza externa es, de acuerdo con Stein, una característica cultural propia de los estadounidenses. El origen de dicha emoción puede rastrearse desde la llegada de los primeros colonos a la costa este. El interés central de Stearns (2006) es comprender el proceso de su transmisión y transformación, a lo largo del tiempo, entre los habitantes de dicha región. Mi intención es utilizar la amplia cobertura de la prensa, los altos índices de alfabetismo y las comunidades de lectores para realizar un primer acercamiento a la difusión de los sentimientos, particularmente del miedo y el odio, en los extremos geográficos estadounidenses hacia algunos grupos juveniles mexicoamericanos como los denominados zoot suits. Y observar, a su vez, cuál era el papel del barrio y de la comunidad mexicana, según los corresponsales y funcionarios angloamericanos, en el comportamiento y la emocionalidad de los jóvenes con que se justificó su segregación espacial, social y cultural, así como el uso de la violencia.
De inicio es importante resaltar que la atención de la sociedad en las emociones puede rastrearse hacia finales del siglo XIX, con lo que se convirtió en un tema de interés científico y base de la psicología experimental, por lo menos del psicoanálisis, que dio lugar en las últimas décadas al denominado giro emocional o afectivo que se enfoca en el estudio histórico de las emociones (y los sentimientos) y las rescata como factores que contribuyen a dar explicación de algunas transformaciones, acontecimientos, prácticas y sociabilidades. Aunque hasta aquí he realizado una primera revisión de los vínculos entre la prensa y las emociones, me parece importante reflexionar aún en el papel de la primera en la difusión de regímenes emocionales específicos, en la normativa en torno a su manifestación como un elemento trascendental en la formación de identidades grupales y nacionales, así como en los procesos de inclusión y exclusión social y, por lo tanto, con injerencia en la construcción de una idea de Estado nacional.
Antes de continuar, es importante destacar que la selección de los estados aquí abordados respondió, además de su ubicación geográfica y su historia regional, al número de menciones realizadas sobre los zoot suit en 1943 durante una búsqueda previa en una base de datos hemerográfica.6 Además de permitir observar la difusión de las ideas y emociones en una visión transcontinental de Estados Unidos, el presente ejercicio constituye un acercamiento al proceso de americanización de la población de un estado del oeste estadounidense y de las implicaciones de esta incursión.
Los antihéroes mexicoamericanos en la prensa
The New York Times nació en 1851 como respuesta al sensacionalismo de los penny press de William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer que, según sus críticos, contribuían a la desinformación de los lectores. La intención del nuevo diario fue proveer de noticias objetivas, y por ello la mayoría de sus notas fueron escritas por corresponsales y reporteros que firmaban sus columnas para garantizar su credibilidad. En la década de 1930 era el diario más leído en Estados Unidos y la calidad de sus notas ya era reconocida internacionalmente.7
Con dos días de tardanza con respecto a su contraparte del pacífico, The New York Times se convertiría en uno de los primeros en su región en publicar los zoot suit riots conocidos en México como los “motines de pachucos”. Pese a la supuesta imparcialidad que sus editores anunciaban, algunos de sus encabezados tenían un tono provocador, fórmula característica de las notas de la AP y UP para quienes compraban algunas de sus informaciones. De ese modo, el 7 de junio de 1943 anunciaba “28 Zoot Suiters asediados en la costa después de enfrentamientos con militares” que, a diferencia de los encabezados californianos, parecía más bien inclinado a señalar a los jóvenes mexicanos vestidos como pachucos como víctimas de las agresiones de los marinos recién estacionados en la costa de California.8
Es innegable que los formatos de los diarios ofrecen la posibilidad de anticiparse a la orientación de sus columnas a partir de sus encabezados, con lo que buscan capturar la atención de los lectores (y compradores), en muchas ocasiones haciendo uso de un lenguaje emocional. Por ejemplo, en los contenidos de la nota arriba referida se asociaba la presencia de algunos grupos de zoot suits con un aumento en los ataques contra la población civil en el este de Los Ángeles. Se refería a los motines como una “guerra” declarada por los marinos, una supuesta conflagración que remontaba a los estadounidenses de la época a los acontecimientos en Europa y suscitaba temores, inquietud y nerviosismo frente a un repentino estallamiento del conflicto en su propio territorio: “Viajando en taxis y automóviles y ocasionalmente entrando en territorio enemigo a pie en un ejercicio de pelotón, los militares derrotaron a las pandillas, privándolas de armas cortas”.9 Por otro lado, también puede percibirse la representación del este de Los Ángeles como un espacio “foráneo” en el que se incursiona -violando las normas consuetudinarias raciales- por una situación extraordinaria como era el escarmiento en contra de infractores.
Durante los siguientes días los periódicos regionales, que únicamente se alimentaban de las notas de la UP y la AP, comenzarían a divulgar noticias sobre los enfrentamientos. En sus encabezados destacaban la violencia de las agrupaciones mexicanas: “´Zooters apuñalan a marino durante el 3 día del zafarrancho”; “Policía cerca de la muerte, herido en una trampa de los zoot suits”; “Las chicas se unen a la guerra de los suits”; “Los forajidos de Los Ángeles usan zoot suit”, entre muchos más.10
Estas notas no solamente no tenían reparo en nombrar a los pachucos como pandillas de matones, designación recurrente en los diarios del sureste, sino que también ridiculizaban sus atuendos al denominarlos “extravagantes”. La descalificación resaltaba además sus acciones en lugares catalogados como corruptores, lo que daba a los enfrentamientos mayores visos de ilegalidad y transgresión:
Los carros llenos de merodeadores vestidos de manera extravagante salieron a toda velocidad de la sección mexicana y negra hacia la calle principal, al área de polígonos de tiro, bares, cafés baratos y hoteles aún más baratos donde los marineros y matones habían luchado las últimas dos noches.11
Algunos periódicos retrataban la acción ineficiente de las autoridades policiales a las que culpaban de no cumplir con sus tareas y, por lo tanto, de la escalada de violencia. Evidenciaban el incumplimiento de los agentes del orden en su función de responsables de la regulación y contención de ciertas manifestaciones emocionales consideradas inapropiadas y de la transgresión y el uso de codificación racial en los espacios públicos. Esta situación llevó a justificar la aprobación, por parte de algunos columnistas, de la intervención de los marinos quienes, de acuerdo con algunas narraciones, actuaban “en defensa propia”:
La guerra abierta entre los marinos en busca de venganza y la de jóvenes vestidos de manera extraña que habían atacado a marinos solitarios con cuchillos y garrotes llegó rápidamente a un punto climático el día de hoy.
Oficiales de la ciudad, que habían estado contentos al permitir a los iracundos marineros limpiar la casa de un problema que los había azotado por varios meses, admitieron que los motines y la guerra de bandas se estaban saliendo de control.12
El racismo fue un tema constante e históricamente agravado en tiempos de guerra; hombres y mujeres de origen mexicano no fueron la excepción (Smith, 2019). Si bien muchos periódicos con notas de la AP y la UP ponían acento en el color oscuro de la piel y en el origen mexicano de los pachucos, tenían el “cuidado” de subrayar que, según las declaraciones de algunos funcionarios, la discriminación racial no era una causa directa de los acontecimientos. Sin embargo, las denuncias de la embajada mexicana destacaban el racismo contra los ciudadanos mexicanos por parte de los marinos y las autoridades estadounidenses. Según los reportes de los diplomáticos, algunos hijos de familias mexicanas habían sido agredidos sin tener algún tipo de involucramiento en crímenes o agresiones contra la población angloamericana, simplemente por su color de piel. Sin poder argumentar en contra, el alcalde de Los Ángeles, Fletcher Bowron, respondía al Departamento de Estado estadounidense, intermediario entre ambos gobiernos, que no existían agresiones contra ciudadanos mexicanos ni contra personas de origen mexicano. No obstante, y de forma contradictoria, respondía, evidentemente, en defensa de la soberanía de su jurisdicción: “ Tenemos aquí, lamentablemente, una mala situación como resultado de la formación y las actividades de pandillas juveniles, cuyos miembros, probablemente 98 % o más, nacieron aquí mismo, en Los Ángeles, y el problema es puramente local”.13
La respuesta de Bowron, como puede entenderse, no admitía ni rechazaba la existencia de racismo contra los jóvenes de origen mexicano (lo cual, desde mi perspectiva, significaba reconocerlo). En lo que el alcalde era más preciso era en señalar a los jóvenes “pandilleros” mexicoamericanos como la raíz de los enfrentamientos evidentemente raciales.
De hecho, en los siguientes párrafos exoneraba de las acciones a los jóvenes marinos al calificarlas como simples travesuras propias de su edad. Sin aludir al tema de la ineficacia de sus cuerpos policiacos, ofrecía como primera vía solicitar a las autoridades militares controlar a “sus muchachos”:
Vamos a ver que los miembros de las fuerzas armadas no sean atacados. Al mismo tiempo esperamos la cooperación de los oficiales del ejército y la marina, en la medida en que los marinos no se amotinen en Los Ángeles para buscar emoción y aventuras y que consideren que no es divertido golpear a los jóvenes cuya apariencia les disgusta. 14
Concluía:
Al mismo tiempo, quiero asegurarle a la gente de Los Ángeles que no eludiremos la situación y que esta se manejará vigorosamente. Existen muchos ciudadanos en esta comunidad, algunos de ellos bien intencionados y unos cuantos cuyas intenciones cuestiono, quienes alzan la voz y lloran por la discriminación racial o el prejuicio contra un grupo minoritario en cada ocasión que la policía de Los Ángeles arresta a miembros de pandillas o grupos que trabajan al unísono. 15
De esta manera se desentendía de los reclamos diplomáticos al “cobijar” a los jóvenes mexicoamericanos como ciudadanos estadounidenses y, por lo tanto, al decretar como improcedente el reclamo de las autoridades mexicanas, sin que importara la naturaleza de los acontecimientos. No negaba que los enfrentamientos tuvieran un origen racial, pese a que la sociedad mexicoamericana se encontraba marginada en zonas claramente delimitadas de la ciudad e identificadas por los marinos que se dirigían a ellas buscando confrontación directa. Incluso, en su declaración, Bowron infantilizaba y exhibía la supuesta debilidad de los integrantes de la comunidad mexicana utilizando el término “llorar”.
Los periódicos neoyorquinos y pensilvanos incluían dentro de sus páginas testimonios de jóvenes nacidos en el noreste estadounidense, pero de origen italiano o judío, cuyo trabajo en Los Ángeles los había obligado a utilizar un traje de vestir. Su atuendo y su fenotipo habían llamado la atención de los marinos, quienes los habían golpeado al confundirlos con mexicanos.16 Estos testimonios, que, por cierto, no fueron presentados en periódicos del suroeste estadounidense, causaron indignación (o buscaron provocarla) entre los lectores pensilvanos, lo que evidentemente resaltaba la existencia de una fuerte identidad regional.
Los periodistas locales contribuyeron, con el paso de los días, a avivar la llama del miedo de los lectores cuando los enfrentamientos entre marinos y pachucos se tornaron cada vez más violentos. Una muestra de ello fue el involucramiento de las jóvenes conocidas como pachuco girls en los conflictos, y su agresión contra mujeres angloamericanas. Aunque las jóvenes ya habían sido identificadas como parte de las “pandillas”, su papel había sido descrito de relativa pasividad, y tenía como única forma de transgresión su vínculo emocional con alguno de los integrantes de su comunidad, su vestimenta a la usanza de las pachucas y la asistencia a los centros de baile como acompañantes de su contraparte.17
Uno de los capítulos que reflejan el gran impacto social de los periódicos fue la publicación, no de hechos, sino de sospechas por parte de algunos funcionarios sobre la posesión y el consumo de marihuana entre los jóvenes mexicoamericanos, o incluso sobre una probable participación de las fuerzas del Eje en el encauzamiento de las actividades de los zoot suits como parte de una estrategia que buscaba desestabilizar socialmente a Estados Unidos.18 Aunque esta noticia se difundió ampliamente, al poco tiempo fue desmentida por las mismas autoridades, pero dejó huella en el reforzamiento de los prejuicios y resentimientos de la población anglosajona contra otras minorías “raciales”, al presentarlas como capaces de traicionar a su propio país al unir fuerzas con el enemigo.19
El gobierno mexicano no sería el único en interceder por los jóvenes mexicoamericanos, sobre todo porque el problema se había extendido a los no pachucos. En el Pittsburg Curier, la National Association for the Advance of Colored People (NAACP), a través de su secretario ejecutivo, Walter White, solicitó al presidente Franklin D. Roosevelt y a los miembros de su gabinete una justa sanción para todos los involucrados en los motines. Las empáticas declaraciones de White parecían partir de la experiencia de la comunidad afroamericana con la policía, pues se enfocaban más en solicitar la amonestación de los marinos que en castigar a los jóvenes mexicoamericanos:
De lo contrario, estos miembros de las fuerzas armadas creerán que el uso de uniformes les da licencia para actuar como árbitros y decidir cómo los civiles deben vestirse, hablar, actuar o pensar. El resultado inevitable será la anarquía y el colapso total del gobierno democrático.20
White no era el único representante de una organización con gran fuerza política que alzaba la voz: Philip Murray, presidente del Congress Industrial Organizations, con sede en Pittsburgh, Pensilvania, famoso por sus esfuerzos por disolver el racismo imperante en la industria estadounidense, también advertía a Roosevelt sobre el impacto del racismo en la opinión pública internacional. Aunque la posibilidad de intervención enemiga ya había sido descartada, Murray insistía en su injerencia en las confrontaciones raciales. La función del gobierno federal estadounidense, de acuerdo con el líder sindical, era su intervención directa en el exterminio de las “campañas de segregación racial” en Los Ángeles, que le permitiría demostrar frente a las Naciones Unidas la sinceridad de sus demandas sobre la expansión internacional de los valores democráticos.21
El conflicto de los zoot suit riots también tuvo repercusiones a nivel estatal; la rivalidad y la definición de estereotipos regionales a partir de las conductas y reacciones emocionales fue exhibida en periódicos como The Brooklyn Citizen, que hacían mofa de la situación:
Los quisquillosos neoyorquinos que durante mucho tiempo se han visto cegados por el zoot suit, nunca en sus salvajes momentos de angustia soñaron que el atuendo podría adquirir, algún día, las proporciones de un incidente internacional. Les tocaba a los exuberantes espíritus de la costa occidental del Pacífico hacer un informe del caso e incluso involucrar a un gobierno extranjero en el asunto.22
Algunas otras explicaciones sobre el estallido de los motines hacían referencia a la predisposición etaria de los adolescentes (y jóvenes) a transgredir normas, confrontar a la autoridad, buscar independencia y autodefinición, legitimada, desde principios del siglo, por la ciencia especializada (Kett, 1977). La emocionalidad ligada a la edad ha formado parte de las explicaciones de Mauricio Mazón (1984) de los zoot suit riots, pero previamente en 1934 a las del joven Vincent Martino, exmarino y zoot suiter. De acuerdo con la interpretación emocional de Mazón, los motines contra los pachucos deben considerarse como un conflicto intrageneracional, como la manifestación del resentimiento de los jóvenes marinos que, además de estar lejos de su hogar, experimentaban la zozobra de ser enviados, en cualquier momento, al frente de guerra. Los pachucos, de acuerdo con dicha versión, al mismo tiempo que permanecían en casa y no arriesgaban su vida, retaban a la autoridad al desobedecer la racionalización de la tela utilizando cantidades extras para la elaboración de su atuendo que, además, era utilizado por los trabajadores de cuello blanco, es decir, por las clases medias (Mazón, 2002: 2, 5). La propuesta de Mazón puede sustentarse en 1934 con el testimonio de Martino, quien había sido expulsado de la Marina por su corta edad, 15 años (había mentido para poder ingresar a las fuerzas armadas): “Un hombre de servicio mirará a un civil y se preguntará por qué no está en servicio. Y mirará a un zoot-suiter y se lo preguntará dos veces más fuerte”.23
El joven continuaba su descripción resaltando el carácter explosivo de los marinos:“No tienes que usar un zoot suit para comenzar una pelea con un marino […] lo único que tienes que hacer es pronunciar una palabra incorrecta -sólo una vez- y te agachas. Y finalizaba: Los marineros son bastante belicosos. Si no lo fueran, no serían marineros”.24
Hasta aquí, Martino logra destacar la capacidad performativa de los jóvenes de ambos grupos.25 Por un lado, los mexicoamericanos habían adoptado el zoot suit de los afroamericanos amantes del swing en algunos barrios marginales de Nueva York, Chicago y Atlanta. Para ambos grupos raciales, además de su utilidad práctica, dada la amplitud de la tela que facilitaba los movimientos del baile,26 del significado ritual de su utilización como un atuendo de lujo (es decir, la indumentaria apropiada para asistir a alguna celebración o trabajo de oficina), el traje tenía la función de visibilizar su presencia social en un mundo en el que su emocionalidad y sus necesidades eran invisibles.27 Esta situación podría ir en dos direcciones, como grupos raciales y etarios subordinados a una autoridad ya fuera angloamericana o adulta. Y retomando el tema de la afrenta cultural a la que Martino hace alusión, era poco común que un joven mexicano utilizara un traje formal (la posibilidad de que fuera contratado para un empleo de cuello blanco era remota) y más indignante era, en palabras del adolescente, que un joven no estuviera participando en labores de defensa nacional.28
Finalmente, el uniforme de los jóvenes marinos, de forma paralela a la de los pachucos, dotaba, a sus ojos, de autoridad moral sobre los mexicoamericanos, situación que les permitía actuar violentamente contra ellos.
Dentro de esta gama de explicaciones que asociaban la naturaleza juvenil con los acontecimientos se encontraban aquellas presentadas en The Brooklyn Independent. De acuerdo con una entrevista realizada a Harold A. Siane, miembro del Youth Correction Authority, las manifestaciones violentas durante los zoot suit riots eran producto del malestar juvenil (en particular, por la segregación de la comunidad mexicoamericana) intensificado por los temores y las inquietudes ocasionadas por el estallido de la guerra. Más allá de responsabilizar a los jóvenes de uno y otro bando del curso de los acontecimientos, su reacción era, más bien, producto de los conflictos raciales y entonces internacionales.
El estallido fue solo un síntoma de una “enfermedad que no se limita a una raza o color, sino que infecta a todos los grupos. En otras palabras, el zoot suit no es más que un símbolo del malestar adolescente, que desde hace años crece en este país y se ve agravado por las condiciones de guerra. El estallido de violencia contra los usuarios de trajes zoot es también una fase de ese malestar. […]. Es triste decirlo, los aspectos sociales de los disturbios pueden tener consecuencias políticas y militares de gran alcance.29
Al contrario de otras opiniones publicadas en algunos periódicos californianos que responsabilizaban a la segregación y a la discriminación racial imperante en la región como los causantes del choque intergeneracional, Siane no era específico (o su entrevistador fue poco o muy cauteloso en no recoger dicho testimonio) en proporcionar los orígenes del malestar. Sin embargo, era el único en referirse a la condición adolescente tanto de los zoot suiters como de los marinos.
En forma adicional a la visión anterior, el testimonio de Lawrence E. Davis, corresponsal en Los Ángeles del The New York Times, ahondaba en la mencionada molestia y el descrédito hacia la vestimenta. De acuerdo con el columnista, el traje zoot suit llevaba dos o tres años causando mofa desde “Harlem hasta el Pacífico”. La opinión de los psiquiatras, argumentaba (seguramente aquellos que la defendían como una manifestación de rebeldía adolescente) valía poco para los jóvenes marineros recién llegados a las tropas, que buscaban terminar con la moda y los atropellos cometidos por pequeñas pandillas de pachucos.30 Davis ilustraba la inmadurez de los marinos y criticaba el ensalzamiento de algunos sectores sociales hacia su forma inapropiada de reaccionar: “las aventuras de los muchachos de la armada al tratar de lograr su propósito han sido observadas con tal interés por todos los sectores, trayendo vítores de algunos y causando la preocupación a otros”.31
La responsabilidad del alcance de los motines no solo recaía en los jóvenes, en los políticos y en el ambiente de guerra; Davis señalaba que los voceadores habían tenido también un papel importante en la propagación del ambiente de temor al gritar públicamente los encabezados de algunas notas como “¡No más trajes zoot!”, “¡La Marina cierra Los Ángeles!”, “Fuera de control”, con el único objetivo de incrementar sus ventas.
Davis, sin ofrecer nombres ni títulos de investigaciones o libros, criticaba los resultados de algunos estudios ampliamente difundidos en los que se relacionaban el potencial delincuencial de los adolescentes con su origen racial y la incompetencia cultural de sus padres:
Los “zooters” son producto de los tugurios, son chicos de 16 a 20 años que, por regla general, no tienen inclinaciones intelectuales, gozan de notoriedad y no son susceptibles a la disciplina de los padres. Todos insisten en que el problema de sus enfrentamientos con la Marina no es intrínsecamente de raza, que resulta lamentable que los usuarios de zoot suit son principalmente de ascendencia mexicoamericana y afroamericana.32
Davis, a diferencia de otros periodistas, fue testigo de los acontecimientos, y sus artículos se caracterizaron por nutrirse con diversos puntos de vista. Tal fue el caso de su acercamiento al Committe on Mexican Youth, cuyo equipo de trabajo conocía directamente la problemática de la comunidad mexicoamericana y se había involucrado en resolver el conflicto de raíz. Como una solución apropiada, el comité proponía la apertura de escuelas de entrenamiento técnico para los jóvenes de la comunidad. Esa solución evidentemente limitaba su movilidad social y contribuía al distanciamiento racial, cultural y espacial entre las dos comunidades. Pese a que proponían el cese al segregacionismo en espacios públicos como campos deportivos y albercas, situación que persistiría hasta la década de 1960, la apertura de escuelas en los distritos mexicanos limitaba aún más la calidad de su educación y propiciaba su marginalización. De igual manera, el comité denunciaba la discriminación en los centros de trabajo durante la guerra, por lo que pedía oportunidades laborales para los jóvenes de origen mexicano. Los miembros del Committe consideraban que la delincuencia juvenil era producto de los salarios bajos y el desempleo en dicho sector social.33
Reflexiones finales
El periódico fue la fuente de información más popular desde su producción masiva hasta mediados del siglo XX. Para muchos investigadores, su papel ha sido fundamental en el mantenimiento de una idea de comunidad, para la difusión de valores compartidos, de una cultura emocional y para el reforzamiento de jerarquías sociales. Uno de los cuantiosos objetivos del presente análisis me permitió fijar la atención en la orientación y en el manejo de la información en los periódicos urbanos del noreste estadounidense. Pude encontrar ciertas semejanzas en los abordajes noticiosos entre los diarios locales, sin importar su ubicación geográfica. Todos ellos tuvieron en común la compra de noticias a las agencias Associated Press y la United Press que, como fue presentado, poco se interesaron en la objetividad de su información.
El principal propósito de los pequeños periódicos regionales no fue la imparcialidad informativa; al contrario, el efecto sensacionalista de las notas distribuidas por las agencias AP y UP era magnificado por los encabezados de sus ediciones, que buscaron el incremento de sus ventas mediante la generación de sentimientos de indignación, miedo, odio, racismo y resentimiento. El auge de pequeños periódicos con poco nivel adquisitivo creó una dependencia con respecto a AP y UP, cuyo efecto colateral se tradujo en una aparente homogeneización de los contenidos noticiosos, lo que contribuyó a una amplia difusión de culturas emocionales, prejuicios raciales e interpretación unilateral de los acontecimientos.34
Entre periódicos independientes y de mayor capital en el noreste estadounidense como The New York Times, la diferencia en abordajes es evidente, aunque también les era imprescindible la compra de noticias a las agencias AP y UP, las columnas y las notas destacaban frente al resto de los periódicos. De hecho, la calidad de los escritos y su aparente objetividad habían contribuido a su buena reputación. Por ejemplo, Lawrence E. Davis, corresponsal del periódico en California, era cuidadoso en mostrar el amplio contexto de los acontecimientos, construía sus notas remontándose a las acciones que habían motivado a uno y otro grupo a actuar como lo habían hecho, y a denunciar el rezago político y social y la segregación espacial de los jóvenes mexicoamericanos.
Davis no era el único en utilizar el tema generacional como elemento explicativo. Los temores a los excesos de las juventudes de todos los grupos raciales y a una juventud descontrolada estaban presentes en las expresiones y el lenguaje emocional contenido en la mayoría de las notas periodísticas del noreste. Aunque había redactores y lectores que optaban por el apoyo a los uniformados (la balanza siempre se inclinó a su favor), los periódicos resaltaban que las autoridades de Los Ángeles, funcionarios federales y líderes religiosos urgían a poner un alto a las agresiones, a que las autoridades adultas competentes restauraran el orden, separando física y espacialmente a ambos grupos e imponiendo castigos a los responsables. Para algunos columnistas del noreste, haciendo uso de la supuesta civilidad reinante en las ciudades norteñas, los motines de pachucos y el pánico social que generaban eran situaciones qué únicamente podían haberse dado en el suroeste estadounidense. Con dicha aseveración podríamos afirmar que existía una regionalización de la respuesta emocional, por lo menos una identificación con una cultura emocional particular a partir de las experiencias históricas regionales.
Con respecto a esta última, por parte de los periodistas, basta resaltar el contexto californiano que podría explicar el origen de una cultura emocional “regionalizada”. Como es bien sabido, California había formado parte del territorio mexicano. El miedo por la reocupación mexicana (cultural y demográfica) sobrevivió durante varias décadas. A lo anterior se sumaba el peligro constante, durante la Segunda Guerra Mundial, de una posible ocupación de los aliados en la costa oeste estadounidense y el temor a experimentar una guerra en territorio nacional. El ambiente de guerra fue un campo fértil para la explotación y el consumo de noticias sensacionalistas. Los ríspidos acontecimientos fueron únicamente una réplica a gran escala del racismo y el segregacionismo existentes entre la población anglosajona blanca y la de origen mexicano. La guerra, la conscripción, así como los imperativos construidos en torno a la juventud, habían agrandado la inconformidad, el enojo, el miedo y el patriotismo y dotado de un sentimiento de autoridad a los jóvenes marinos estadounidenses. Así pues, el uso del uniforme militar y su adscripción a una institución autoritaria les proporcionaba, de acuerdo con sus propias percepciones, superioridad sobre sus contrapartes mexicoamericanas. Por su parte, los jóvenes mexicoamericanos, particularmente aquellos vestidos de pachucos, eran retratados, en una gran cantidad de notas, como criminales y antipatriotas, situación que justificaba aún más la segregación racial de sus comunidades y, por lo tanto, agrandaba los prejuicios y el racismo contra mexicanos y mexicoamericanos.