Introducción
El rock engloba los diferentes estilos y géneros de la música popular del mundo actual, si bien es un fenómeno social que va más allá de la música. Los antecedentes para su aparición fueron la creación de la guitarra eléctrica en la década de 1930 y la mezcla de música negra y música blanca que tuvo lugar en Estados Unidos en la década de 1940. A partir de ahí se expandió por el mundo en el contexto del nuevo orden económico internacional instaurado tras la Segunda Guerra Mundial, siendo el rock “el producto de específicas condiciones políticas y económicas (Estado de bienestar keynesiano, sociedad de consumo, desarrollo de los derechos de la ciudadanía)” (Serbia, 2018: 23). El rock se extendió por todo el planeta al tiempo que se transformaba en un movimiento-protesta global, por medio de artistas y grupos influidos por los grandes acontecimientos internacionales de los últimos 70 años, que han convertido el rock en altavoz de denuncia y expresión de descontento social.
Así, puede decirse que “el rock es el fundamento para comprender la historia reciente y los eventos actuales”, así como que “ha sido la banda sonora de varias épocas cambiantes, describe el mundo tal y como es y cómo los jóvenes querrían que fuera” (Assante, 2008: 8-9). Es más, “desde mediados del siglo XX, los masivos cambios sociales vinieron acompañados por multitud de personas haciendo música popular y otros muchos millones más escuchándola, bailándola, viviendo sus vidas a través de ella” (Ward y Delgado, 2018: 322). El rock, en cuanto parte de la cultura popular que es, no puede entenderse adecuadamente sin tener en cuenta la interrelación de la economía, la ideología y la propia cultura popular, no en vano contiene los dos elementos contradictorios presentes en esta (Rowe, 1995): por un lado, la comercialización y el márquetin de productos populares y, por el otro, su potencial para articular una actitud de independencia y resistencia, algo muy atractivo para la juventud. De este modo, tal y como ha sucedido a lo largo de la historia de la música “los avances casi siempre son obra de provocadores e insurgentes […] que con frecuencia sacuden los cimientos de la sociedad” (Gioia 2020: 13) y el rock es una clara evidencia, siendo “su característica más distintiva la disconformidad” (Vázquez, 2019: 3).
A partir de ese planteamiento, el presente trabajo tiene por objeto analizar y mostrar la relación entre la configuración del mundo contemporáneo en lo que se refiere al orden económico internacional imperante, y la evolución del fenómeno rock, especialmente en cuanto elemento de expresión de descontento ante las consecuencias de dicho modelo, al que ha recurrido la sociedad y principalmente los jóvenes. En este sentido, y de modo general, puede decirse que el análisis efectuado es tanto descriptivo como explicativo, al tiempo que es retrospectivo, puesto que analiza el fenómeno en su contexto desde sus orígenes hasta la actualidad, poniendo en paralelo los hechos históricos más relevantes desde el establecimiento del nuevo orden económico internacional tras la Segunda Guerra Mundial hasta la Gran Recesión de 2008 y los hitos fundamentales del rock desde su nacimiento y durante su desarrollo en dicho periodo1.
Nacimiento y expansión: décadas de 1950 y 1960
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el 24 de octubre de 1945, al entrar en vigor la Carta de las Naciones Unidas se creó un sistema multilateral de cooperación para mantener la paz mundial. Sin embargo, el mayor poder de influencia en las relaciones internacionales quedaba en manos de las dos únicas “superpotencias”: los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ambas trataban de delimitar el escenario internacional a fin de controlar el máximo número de países y extender el modelo que cada una defendía (capitalismo frente a comunismo), lo que provocó un continuo enfrentamiento indirecto conocido como Guerra Fría.
Antes incluso de finalizar la segunda conflagración mundial, en julio de 1944, tenía lugar en Bretton Woods (Nuevo Hampshire, Estados Unidos) la Conferencia Financiera Internacional de Naciones Unidas, en la que los países participantes se plantearon cómo habría de desenvolverse la economía mundial tras la guerra. Triunfó la tesis defendida por los estadounidenses, consistente en liberalizar el comercio mundial e impulsarlo a través de un nuevo sistema monetario internacional, con tipo de cambio sólido y estable fundado en el dólar. Con ese fin, en Bretton Woods se fijaron las bases de los organismos que regularían las relaciones económicas internacionales dentro del sistema de Naciones Unidas: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (posteriormente Banco Mundial), creados ese mismo año, y el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, puesto en marcha en 1948.
En dicho contexto, en la primera mitad de la década de 1950 nació el rock en Estados Unidos.2 Lo cierto es que el término rock and roll venía utilizándose con anterioridad por cantantes de rhythm&blues para referirse al acto sexual, identificado como el ritmo para bailar dicha música.3 Sin embargo, a comienzos de los años cincuenta el rock como tal surgió por la combinación de diferentes elementos, una mezcla de música blanca (country&western y folk) y, especialmente, negra (rhythm&blues, boggie woogie y swing). En 1952 el discjockey de Cleveland Alan Feed comenzó a utilizar el término rock and roll para referirse a las canciones del nuevo fenómeno musical, algo que también hicieron otros famosos locutores como Waxie Maxie en Washington, Hunter Hancock en Los Ángeles o Porky Chedwick en Pittsburg, generalizándose su uso en 1953.
No se trataba tan solo de un nuevo estilo musical, sino de mucho más, pues “si bien es cierto que frecuentemente se habla de rock como un género musical, resulta más útil abordar el asunto considerándolo una cultura musical en sentido más amplio” (Keightley, 2006: 156). La música no solo posee conexiones con asuntos sociopolíticos y culturales, sino que también se vincula con sensibilidades estéticas y afectos generacionales (Bennett y Rogers, 2016: 37-59), y desde sus inicios el rock así lo demostró. A este respecto, la juventud estadounidense de la época era una generación posbélica: los hijos de aquellos que ganaron la Segunda Guerra Mundial. Gozaban del american way of life, al tiempo que vivían en una situación de incertidumbre e incluso de miedo bajo la amenaza que suponían la Guerra Fría y las armas nucleares. Los jóvenes “ya no deseaban escuchar las canciones de siempre, que sólo hablaban de temas cómodos para la sociedad establecida, pues se sintieron desengañados” (Vázquez, 2019: 3). Recurrieron al rock porque“no querían solamente unirse a una sociedad de consumidores sino también querían proponer soluciones a una sociedad extremadamente tradicional y desigual en lo social y económico” (Stornaiolo, 2019: 35).
El cine, por medio de Marlon Brando en The Wilde One y James Dean, icono de la juventud rebelde “sin causa”, les había mostrado que no tenían por qué limitarse a dejarse llevar entre la pubertad y la edad adulta; “querían su propios símbolos de prestigio, su propio lenguaje y, por primera vez en la historia, no deseaban ser como sus padres” (Assante, 2008: 12). Fue precisamente el cine lo que favoreció el éxito del rock al utilizarlo como banda sonora y “consiguió que esa música se hiciera instantáneamente identificativa y famosa” (Méndez, 2004: 36). El rock fortaleció esa actitud de protesta ante las reglas establecidas que se expresaba en diferentes películas.
Cuando en julio de 1954 Elvis Presley grabó su maqueta ya había artistas que componían e interpretaban rock and roll como Bill Haley, Jerry Lee Lewis, Chuck Berry, Roy Orbison, Little Richard, Buddy Holly, Carl Perkins, Bo Diddley, Gene Vincent o Fats Domino. Sin embargo, gracias a su personalidad, su voz y su carisma, Elvis personificó la ruptura con la música popular vigente hasta entonces y superó el ámbito cultural al ser la imagen de la trasgresión de las tradiciones y valores imperantes en una sociedad tan conservadora como era la norteamericana de mediados de los años cincuenta. Su actitud chulesca ante las cámaras de televisión,4 su origen humilde y su recurso a la música de los marginados de la sociedad le granjeó la simpatía de los jóvenes que, como él, querían cambiar sus vidas y el mundo. Elvis personificó el rock que “liberó a los jóvenes del acoso constante a que los sometía la tradición” y “su eco llegó a todos los rincones del planeta” (Sánchez, 2012: 17).
La generalización del rock coincidió con el desarrollo de los milagros económicos capitalistas. Los países occidentales, una vez recuperados de las consecuencias económicas de la Segunda Guerra Mundial, gozaron a partir de 1950 de un periodo de fuerte y estable crecimiento económico que se alargó hasta 1973. Las tasas medias anuales de aumento del PIB rondaron el 5%, la inflación se contuvo en torno al 4 % y la tasa de paro no sobrepasó el 3 % (Allende y García, 2010: 79). La puesta en práctica del keynesianismo, principalmente en Europa, fue crucial. En efecto, la existencia de gobiernos de izquierda en numerosos países occidentales facilitó la aplicación de las ideas del economista británico J. M. Keynes. De este modo, aumentó el intervencionismo estatal en la economía mediante la promoción de la empresa pública e incluso por medio de nacionalizaciones de empresas; se fomentaron nuevas políticas de gasto público; e incluso se asumió el déficit público para lograr el pleno empleo. Asimismo, se estructuró el denominado Estado de bienestar, que asumía la cobertura general de los gastos sanitarios, educacionales o de jubilación de sus ciudadanos.5
Sin embargo, desde otra perspectiva, el aumento de la renta trajo consigo el aumento del consumo (en principio positivo para el crecimiento económico) y la generalización en los países occidentales del modelo de mercado de masas para bienes duraderos estandarizados (automóviles particulares, electrodomésticos de línea blanca y línea marrón) previamente existente en Estados Unidos. Ello vino facilitado por el desarrollo del márquetin y la propaganda, tanto gráfica como radiofónica y televisiva. El american way of life se internacionalizaba, al generalizarse en los países capitalistas, y con él iba el rock.
En efecto, el estallido comercial del rock tuvo lugar en 1956, con la conversión de Elvis Presley en un fenómeno de masas que superó las fronteras de Estados Unidos y llegó a Europa. La puerta de entrada fue el Reino Unido, donde el rock caló de inmediato y comenzaron a surgir figuras locales como Lonnie Donegan, Tommy Steele o Cliff Richard (con los Drifters primero y con los Shadows después). Partiendo de esa dos “metrópolis rockeras”, es evidente que el rock se ha diseminado e impuesto en culturas no anglófonas por medio de la pop-rockización en fases similares a aquellas en las que el rock en general ha evolucionado (Regev, 2013: 106), si bien la tendencia general la han marcado los artistas anglosajones (Egan, 2009: 12), tal y como se aprecia en los ejemplos que ofrecemos a lo largo del texto. En diferentes países europeos el rock se introdujo con rapidez, se adaptó a los estilos de música y a las normas sociales, y con intentos de las respectivas industrias de música locales por crear sus propias versiones, tal y como sucedió, por ejemplo, en Francia, Italia y Alemania (Kouvarou, 2015).
En estos años iniciales, todos los artistas citados, blancos y negros, tuvieron un éxito arrollador entre la juventud. Cuando la lucha contra la segregación racial tomaba cuerpo en Estados Unidos, el rock rompía las barreras entre el blanco y el negro pues “logró que la música negra saliera del ghetto al convertirse en favorita de los jóvenes de todas las razas” (Méndez, 2004: 27). Era el reflejo de un fenómeno que se extendía como una nueva religión entre los jóvenes de todo el mundo, cuyo dogma consistía en el desmantelamiento de la autoridad y el orden establecido.6 A diferencia de los géneros musicales previos a 1950, cada uno de los cuales tenía su correspondiente modelo de audiencia “según infinidad de patrones, incluso raciales, con el rock se produjo una progresiva eliminación de estas barreras que fue conduciendo a su universalidad como referente cultural” (De la Fuente, 2007: 119).
Los jóvenes acudían en masa a los conciertos de sus ídolos y a las tiendas a compras sus discos. De este modo, pasaron a existir económicamente hablando, lo que supuso que quienes pensaban en hacer negocio encontrasen su oportunidad. La industria discográfica convirtió el rock en su “producto estrella”, y controlaba tanto a los artistas como a los fans. Surge, así, el fenómeno de las screen stars, creadas por las compañías y emisoras más conservadoras con objeto de combatir el espíritu contestatario del rock pero valiéndose de su forma e imagen y potenciar el american way of life. Se trataba de una actuación aprovechada por las autoridades para ejercer cierto control social, especialmente de la juventud, y así “se observa la movilización de recursos por parte de las elites por apropiarse de un movimiento subcultural de masas” (Cepeda, 2009: 93). No debe olvidarse tampoco que “las canciones de los rebeldes y los desfavorecidos siempre plantean una amenaza y por ello han de ser purificadas o reinterpretadas” (Gioia, 2020: 15), por lo que se recurrió a las mencionadas screen stars, copias de Elvis Presley creadas para protagonizar insípidas películas cuyas bandas sonoras interpretaban, con canciones que se servían del ritmo del rock para expresar letras que obviaban los problemas internos de Estados Unidos, como el racismo o la “caza de brujas” del macartismo, e internacionales, como los derivados de la Guerra Fría.
A comienzos de la década de 1960 el espíritu subversivo del rock perdió fuerza, con una segunda generación influenciada claramente por las screen stars. Apenas se reflejó el malestar ante la crisis de los misiles de Cuba (por la que a punto estuvo de estallar una nueva guerra mundial) y el comienzo del envío de tropas a Vietnam. Además, varias figuras desaparecieron, unas temporalmente, como Chuck Berry o Jerry Lee Lewis, huyendo de los ataques recibidos desde el puritanismo y el conservadurismo, y otras definitivamente, como Buddy Holly o Ritchie Valens, fallecidos en accidente.
Mientras el rock languidecía en Estados Unidos, los artistas de rhythm&blues añadieron el soul y el funk a sus canciones, logrando un resultado fresco y alegre. Todos ellos provenían de un mismo sello discográfico, la histórica Motown, como The Supremes, The Marvelletes, The Temptations, Marvin Gaye, Stevie Wonder, James Brown o Aretha Franklin. Por otro lado, la naturaleza contestataria se mantuvo en los cantantes de folk como Peet Seeger, Woody Guthrie, Joan Baez o Bob Dylan. Este último optó por electrificar su música y dio un nuevo impulso al rock. Otros siguieron ese camino como Simon&Garfunkel y los Buffalo Springfield de Neil Young.
A diferencia de lo que sucedía en Norteamérica, Europa “sí estaba lista para esta revolución cultural”, de modo que “el salvaje y pecaminoso rock and roll renacería en Inglaterra” (Stornaiolo, 2019: 26), recuperando su filosofía inicial, tanto por actitud como por sonido. Además de The Beatles y The Rolling Stones surgieron grupos como The Animals, The Kinks, The Hollies, The Zombies, The Small Faces O The Who. Las bandas británicas hicieron que el rock continuase siendo el vehículo de expresión de vivencias y problemáticas de la juventud. El éxito de los Beatles fue arrollador desde el principio, especialmente entre las nuevas generaciones que dejaban un tanto de lado el rock más clásico, de modo que “el mercado del pop se había convertido casi en un coto exclusivo de los adolescentes” (Frith, 2006: 143). No obstante, los Rolling Stones, más cercanos al rhythm&blues, fueron una respuesta áspera a la beatlemanía que procedía de la marginalidad, lo que les hizo merecedores de la imagen de chicos malos, muy atractiva también entre los jóvenes.
Entre 1964 y 1968 tuvieron lugar cambios estilísticos trepidantes. Del mismo modo que el diálogo creativo entre músicos blancos y negros había impulsado el nacimiento del rock’n’roll en los años cincuenta, los sonidos procedentes de Estados Unidos y Reino Unido se entretejían consolidando el rock (que perdía el sufijo “’n’roll”) y su éxito universal (Keitghtley, 2006: 163-166). El rock seguía expandiéndose por el mundo, mezclándose con multitud de expresiones musicales y culturales. Además, en los países occidentales el segmento de población menor de 25 años suponía ya un elevado porcentaje de la población total, de manera que la juventud gozaba de una visibilidad social y un poder económico sin precedentes, favoreciendo que la industria musical lograse convertir una música con vocación antimasa en un producto de éxito masivo.
A partir de 1965 la psicodelia se adueñó de los escenarios y el rock ácido puso sonido al movimiento hippie que había nacido en San Francisco y que “dio lugar a una generación alternativa que practicó la utopía unos cuantos años” (Assante, 2008: 20). De esta época fueron Jimmy Hendrix, The Big Brothers con Janis Joplin, The Doors, The Jefferson Airplane, o The Grateful Dead.7 Era el gran momento del “sexo, drogas y rock’n’roll”, al tiempo que lo era del peace and love. La primera generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial cumplía 20 años y se preguntaba cómo fue posible aquella barbaridad en un momento en que numerosos conflictos armados se desarrollaban como consecuencia de la Guerra Fría y en el contexto del proceso de descolonización. Se generalizó un pensamiento crítico por el que los jóvenes, nuevamente, llegaban a la conclusión de que no querían un futuro como el que habían tenido sus padres. Todo ello “convirtió a los sesenta en una década mítica: la época de la rebeldía, la década de las protestas y los sueños” (Méndez, 2004: 104).
No es de extrañar que este contexto favoreciese la organización de grandes festivales, cuyo mensaje era un “no” clamoroso a las guerras. En junio de 1967 tuvo lugar el festival de Monterrey en California, que constituyó una reivindicación masiva de la paz frente a los conflictos bélicos que existían en el mundo, fruto de la Guerra Fría, e iniciaba los movimientos contrarios a la guerra de Vietnam.8 A partir de ahí, los festivales pasaron a ser masivos, tanto por público como por músicos participantes. En agosto de 1968 tuvo lugar el festival de la Isla Wight en Reino Unido (que tuvo dos ediciones más) y un año después, en agosto de 1969, llegó la leyenda de Woostock en Nueva York.
El rock-protesta, imbuido de hippismo y psicodelia llegó a su cenit, siendo el reflejo de los hechos más relevantes del momento (ensalzando unos y denunciando otros): la Primavera de Praga, el mayo francés, los asesinatos de Martin Luther King y Bob Kennedy, el recrudecimiento de la guerra de Vietnam, los movimientos de liberación nacional en los países en vías de desarrollo, etc. El rock se convirtió en el portavoz de la contracultura, al exhibir deliberadamente los valores antiestablishment en radios y conciertos y animar a la población a pensar de forma independiente y a adoptar valores contrarios a los que les habían imbuido en la infancia (Mitchell, 2005: 8).
El rock triunfaba en todo el mundo y se extendió principalmente por los países occidentales. En aquellos con dictaduras, como España, Grecia o Portugal, debió hacer frente a la censura, si bien proliferaron grupos locales. En los comunistas el rock se fortaleció como un movimiento contracultural al que le tocó sufrir las trabas de las autoridades, que lo consideraban un peligro capitalista. En África, los últimos coletazos del colonialismo y las guerras (por la independencia o como resultado de la Guerra Fría y de los intereses de las antiguas metrópolis) no dejaban mucho espacio al ocio musical. En Latinoamérica, la corrupción en las democracias, las dictaduras (en muchos casos impulsadas por Estados Unidos) y los conflictos internos impidieron que se generalizase ampliamente el rock. En aquellos países en los que se logró un crecimiento económico relativamente estable (Brasil, México, Uruguay, Argentina o Chile) fue posible la creación de bandas que gozaron de cierto éxito. En un principio, debieron hacer frente a “un nacionalismo oficial de lo autóctono”, creando “un legado lejos del tradicionalismo musical y cultural establecido” (Garibaldo y Bahena, 2015: 196). Posteriormente, se generalizó la canción protesta o social como respuesta al descontento de la población, que fue censurada por los gobiernos y convirtió especialmente a los jóvenes en objeto de represión.
Como consecuencia “el rock va a arropar a la juventud, permitiéndole unirse para defenderse y rebelarse contra todo intento de sometimiento, conformando una nueva identidad que tenía como característica principal un pensamiento más liberal y revolucionario” (Robayo, 2015: 59).
Crisis y recuperación: décadas de 1970 y 1980
Desde finales de la década de 1960 y hasta 1973 se fueron acumulando las razones y causas que harían estallar la dura crisis de los años setenta. Paradójicamente, el largo y constante periodo de gran productividad y ganancias, que conllevó una mayor capacidad de consumo para la población, aumentó la demanda hasta un punto en que acabó presionando al alza los precios. Al mismo tiempo, el precio de las materias primas (combustible y energía), que se habían mantenido baratas hasta finales de los sesenta, también comenzó a subir. Estas provenían de países en desarrollo, algunos de los cuales habían iniciado procesos de industrialización que estaban generando cierta competencia en algunos sectores para Norteamérica y Europa.9
El sistema se tambaleó en 1971 cuando Richard Nixon, entonces presidente de Estados Unidos, decidió la suspensión de la convertibilidad del dólar, sacó del sistema la moneda que era el fundamento de todo el sistema de pagos internacionales y la dejó flotar en los mercados.10 Como consecuencia, el dólar se devaluó 15 % y, dado que la mayoría de las grandes empresas del mundo disponían de reservas y activos en esa moneda, todas se vieron afectadas. En octubre de 1973 llegó la puntilla para todo el sistema Bretton Woods cuando, como consecuencia de la guerra del Yom Kippur, los países de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo decidieron actuar contra Occidente reduciendo la producción de petróleo en 25 % y aumentando los precios en 400 %.11
La crisis económica estalló y sus consecuencias se apreciaron de inmediato: evaporación de los beneficios empresariales y caída de las tasas de inversión, cierre de empresas, tasa de desempleo superior al 20 % en muchos países (con un 40 % de paro juvenil), inflación desbocada, aumento incontrolado de precios (dando lugar, incluso, a la estanflación), etc. La actitud de las autoridades fue pasiva porque se esperaba una crisis pasajera y al alargarse en el tiempo se hizo mucho más difícil adoptar medidas de ajuste que afectarían duramente a la ciudadanía.
Con anterioridad al estallido de la crisis, el comienzo de la década constituyó un periodo muy creativo en el rock, que marcó el cenit de su historia, “un tiempo sin parangón posible, el final de una escalera que entonces parecía no tener fin. Ideas, sensaciones, sonidos, todo era posible y todo lo fue” (Sierra i Fabra, 2003: 194).12 En lo que a estilos se refiere, fue el gran momento del rock progresivo con bandas como Jethro Tull, Pink Floyd, Génesis, King Crimson, Supertramp o Yes. Al mismo tiempo, bandas como Led Zeppelin, Deep Purple, Judas Priest o Black Sabbath endurecieron el sonido, creando el hard-rock como antesala del heavy (e incluso del punk, como sucedió con bandas como MC5). Otros optaron por un pop-rock intimista, como los solistas Carole King, Joni Mitchel o James Taylor. En Estados Unidos cobraron fuerza el country-rock con The Eagles y Creedence Clearwater Revival y el rock sureño con Lynyrd Skynyr y Allman Brothers Band. Desde Jamaica llegó el reggae, con Jimmy Cliff, Peter Tosh o el gran Bob Marley y los Wailers. El glam-rock tuvo su momento de gloria con David Bowie, The New York Dolls o Roxy Music.
Cuando la industria discográfica se hallaba en su punto álgido, al grado que resultaba por primera vez más rentable que el cine y la televisión, estalló la crisis, que afectó al rock de diversas maneras. La ciudadanía pasó a disponer de menos dinero para el ocio, por lo que se compraban menos discos y se acudía a los conciertos en menor medida. Los precios subieron pues la materia prima para la elaboración de vinilos y casetes se había encarecido. Además, tras el gran momento creativo de comienzos de década se generalizó una falta de ideas nuevas, por lo que las compañías discográficas pasaron a confiar sólo en sus grandes artistas, sin apostar por nuevas bandas. A la decepción generalizada por la falta de logros políticos que se esperaban de la revolución que el rock estaba promoviendo a finales de los años sesenta, se unió el hecho de que muchos músicos de rock se habían hartado de la revolución, promoviendo un cambio en el énfasis de un género radical a uno basado en el entretenimiento, que se volvió dócil y apático hacia la política (Mitchell, 2005: 16). De este modo, la juventud dejó de identificarse con la figura de rockero, alejada de la gente común y de la dura vida cotidiana de los jóvenes corrientes, quienes tenían que resignarse a ver cada semana en la televisión noticias sobre la continua alza de precios y el cierre de fábricas; “ya ni siquiera tenían aquel antiguo rock, protestón y barriobajero, para eludir, con energía creativa, el analfabetismo y la falta de perspectivas” (Méndez, 2004: 143).
Las buenas noticias para el rock vinieron de fuera de Estados Unidos. Por un lado, el reggae jamaicano, que a su ritmo cálido unía un mensaje de claro contenido social y revolucionario. Por otro lado, del Reino Unido surgían nuevas propuestas con interesantes figuras como Queen o Mike Olfield. El ingreso de este país en las Comunidades Europeas sirvió para que en el viejo continente fluyesen nuevas ideas y numerosas bandas lo utilizasen como puente al éxito internacional. Así sucedió con los holandeses Shacking Blue y Focus, los alemanes Tangerine Dream y Can o los suecos Blue Suede y Abba. Estos últimos fueron la cumbre del europop, “el sonido emblemático de las vacaciones estivales” (Frith, 2006: 138).
En el Reino Unido surgiría un género de breve duración pero fundamental para la recuperación del espíritu original del rock: el punk. A finales de 1976 la juventud británica, descontenta y sin referencias, concluyó que no había futuro para ellos. No future fue el lema de un movimiento contestatario sin reglas que musicalmente volvió al simplismo del rock original (guitarra, bajo, batería) pero con un sonido muy rudo y unas letras muy directas y ofensivas. “Mucho más allá del inmediato alboroto que provocó, puede agradecerse al punk que despertara las conciencias“ (Assante, 2008: 40).13 La banda carismática fueron los Sex Pistols, si bien hubo otras como The Damn, Generation X o The Misfits. En Estados Unidos algunas bandas adoptaron dicha actitud, como The Ramones, y artistas como Lou Reed o Iggy Pop.
El punk, como tal, murió antes de acabar la década por la actitud de las grandes compañías discográficas. Dado que los jóvenes pedían punk, ficharon y crearon muchas bandas con un mensaje dulcificado (al estilo de lo que había sucedido con las screen stars en Estados Unidos) por lo que la razón de ser del punk desapareció. Las bandas que sobrevivieron evolucionaron hacia otras tendencias como The Clash, The Jam, The Specials o Madness. Superado el punk, en el Reino Unido surgieron grupos que buscaban principalmente la calidad, como The Pretenders, The Police o Dire Straits.
En Estados Unidos se desarrolló otra vía de escape ante la dureza de la crisis y sus consecuencias. La gente acudía a las discotecas de las grandes ciudades, pues “deseaba salir, divertirse, olvidarse de las penurias diarias, del desempleo, del trabajo mal remunerado o de un futuro incierto”, lo que dio lugar al disco sound (Allende, 2007: 114), cuyos representantes fueron, entre otros, Donna Summer, Earth-Wind & Fire, Bonney M, Kool & the Gang, Village People o The Jackson Five.
La importancia de los festivales se mantenía, pero la crisis y el contexto internacional supusieron que tuviesen objetivos específicos. Como ejemplos pueden citarse, por un lado, el festival No Nukes, celebrado en Nueva York en septiembre de 1979 para denunciar los desastres nucleares y exigir respeto por el medio ambiente y, por otro, el festival de Kampuchea, organizado por Paul MaCartney y celebrado en Londres en diciembre de 1979, para protestar por las matanzas del dictador Pol Pot y ayudar a los refugiados camboyanos en Tailandia.
Mientras tanto, en otras regiones del planeta el rock era perseguido y reprimido, e incluso prohibido. Así sucedía en diferentes países latinoamericanos y, como consecuencia, “solo jóvenes de clases altas y algunos de la clase media, en su mayoría universitarios, podían consumir” rock, lo que “provocó que este fuera visto como un modo de arte elitista”. No sería hasta los años ochenta cuando “dejó de ser simplemente una expresión cultural ajena asociada con clases pudientes para convertirse en aquello que expresaba las realidades económicas más injustas de la región” (Garibaldo y Bahena, 2015: 199, 201).
En 1978, ante el segundo embate de la crisis, con una nueva alza en el precio del petróleo, los países decidieron adoptar duras medidas de reacción.14 Los primeros fueron los gobiernos de Margaret Thatcher en Reino Unido y de Ronald Reagan en Estados Unidos, que recurrieron a la fórmula de ortodoxia financiera basada en un drástico recorte del gasto público. Se abandonó el keynesianismo y se optó por el neoliberalismo: limitar el gasto público y reducir al mínimo la presencia del Estado en la actividad económica, incluso en sectores vitales para la población como la salud o la educación, en los que se intentaría involucrar al sector privado, al que se le facilitaría su participación al entregarle las empresas públicas y flexibilizar las relaciones laborales (bajos salarios y despido barato). Junto a ello, se subieron las tasas de interés y los impuestos y se puso en tela de juicio el Estado de bienestar. A la ciudadanía le tocó sufrir las graves consecuencias de la crisis, así como las duras medidas para superarla.
Todos los países occidentales siguieron, en mayor o menor medida, el camino iniciado por Reino Unido y Estados Unidos. Lo hicieron incluso aquellos con gobiernos de izquierda, y todos los que recurrieron al Fondo Monetario Internacional en busca de ayuda financiera, ya fuesen países industrializados o en vías de desarrollo, que debían cumplir con las medidas neoliberales para recibir la ayuda. De este modo, durante la segunda mitad de los años ochenta tuvo lugar la vuelta al crecimiento económico, con la recuperación de las principales magnitudes: descenso de la inflación, reducción del déficit, recuperación de la tasa de inversión, aumento de la producción industrial y de los beneficios empresariales, crecimiento del comercio exterior. Sin embargo, aunque el empleo se recuperó, no se volvió a las bajas tasas de desempleo de los años cincuenta y sesenta. El neoliberalismo acabó demostrando que es posible crecer económicamente arrastrando tasas de paro considerables.
En ese contexto neoliberal la década de 1980 se caracterizó por una amplia diversidad de estilos y géneros musicales, algunos de los cuales parecían salir de la propia definición del fenómeno rock. Todo ello era reflejo de las ansias de la población por olvidarse de la crisis y de las duras medidas para enfrentarla, así como por las posibilidades que se abrían cuando se comenzó a superarla. Además, la industria discográfica recurrió a la televisión (siendo la cadena más llamativa la MTV, Music Televisión) para promocionar los diferentes estilos musicales, lo que suponía dar más relevancia a la imagen. De este modo, sucedió que “artistas mediocres ganaron fama gracias a videos muy cuidados, en tanto que cantantes con más talento tuvieron que esforzarse para promocionar su música” (Bergamini, 2006: 52). Es más, el video musical “se utilizó en términos de banalización” y “acabó convirtiéndose en un arma política de control” (De la Fuente, 2007: 129).
En Estados Unidos, varios rockeros solistas que actuaban al frente de excelentes bandas de sonido muy guitarrero se convertían en iconos de la clase trabajadora norteamericana, como Bruce Springsteen, Tom Petty o John Cougar Mellencamp. Los había también con un toque más comercial como Huey Lewis o Bryan Adams. Junto a ellos, solistas y miembros de exitosas bandas en los años setenta consolidaron carreras en solitario y fueron englobados en el Adult Oriented Rock: Stevie Nicks (Fletwood Mac), Don Henley (The Eagles), Robert Plant (Led Zeppelin), Phil Collins (Genesis), Steve Winwood (Traffic), Sting (The Police), Tina Turner, etcétera.
Como desarrollo del hard rock llegó lo que para muchos fue la salvación: el heavy, que en cierta medida se convirtió desde entonces en la referencia en cuanto a sonido del rock. Desde su inicio se distinguieron dos corrientes. Por un lado, el rock-heavy desarrollado por bandas de hard-rock ya exitosas en los años setenta como ACDC, Scorpions, Kiss o Aerosmith, a las que se sumaron nuevos grupos como Whitesnake, Deff Leppard, The Cult, Bon Jovi, Guns’n’Roses o Europe. Por otro, el heavy-metal, con bandas como Van Halen, Iron Maiden, Motorhead, Helloween o Manowar. En parte, el rock duro absorbió la naturaleza contestaría del punk de manera que se convirtió en “un ataque de los jóvenes, tanto artistas como público, a las leyes de la armonía. Con él se burlaban de los comportamientos burgueses” (Bergamini, 2006: 44).
El pop amplió sus fronteras estilísticas, abarcando desde el pop-rock guitarrero hasta el sonido más electrónico. Entre los que reforzaron la presencia de teclados y sonido tecnológico (tecno-pop) puede citarse a Yazoo, Pet Shop Boys, OMD, Human League o Depeche Mode. Con un tono melódico y comercial, pero de calidad, estaban Spandau Ballet, Duran, Wham y mega estrellas como Michael Jackson, Prince y Madonna. Con mayor presencia de guitarras y compromiso social en sus letras lograron el éxito bandas como U2, Simple Minds, Manic Street Preachers o Talking Heads. Y en el seno de lo que se llamó New Wave se incluyeron grupos provenientes del postpunk como Eurythmics, The Cars, The Go-Go’s o Men at Work, y todos los que fueron englobados en el indie o rock alternativo, muchos de ellos bandas de culto que acabaron logrando éxito internacional como The Smiths, The Cure, B-52’s, así como bandas con un elevado compromiso, no solo social sino especialmente político como REM, Nick Cave & The Bad Sees o Midnight Oil.15
Como nuevo estilo surgió el rap, más alejado en cuanto a sonido del rock pero que, en cuanto medio de protesta para denunciar la situación marginal de la población negra estadounidense, mantenía el espíritu contestatario del rock. Las primeras superestrellas de este estilo fueron Run-DMC, LL Cool J o KRS-One. Algunos artistas eran muy comerciales como MC Hammer o Vanilla Ice, otros reflejaban un mayor compromiso como Public Enemy o De la Soul.
Por otro lado, se internacionalizó, valga la redundancia, la “World music”. Se trataba de música no anglosajona con raíces, que fue impulsada mediada la década por artistas como Peter Gabriel y Paul Simon con estrellas como Yossou N’Dour o Khaled. Algunos llegaron a superventas como el sudafricano Jhonny Clegg y los franceses de origen magrebí Mano Negra. El compromiso social y la denuncia de la desigualdad era evidente en todos ellos.
La década de 1980 destacó por los festivales y actividades conjuntas de artistas y bandas a favor de cuestiones humanitarias. Con el objetivo de recaudar dinero para hacer frente a las hambrunas en África destacaron los discos Band Aid de 1983 y USA for Africa de 1984. En julio de 1985 tuvo lugar en las ciudades de Londres y Filadelfia el festival Live Aid, cuya recaudación se destinó a la lucha contra la pobreza en los países más necesitados.16 Durante 1988 se desarrolló la gira internacional Human Rights Now!, en apoyo de Amnistía Internacional. Teniendo en cuenta los destinatarios de los mensajes lanzados, cabe apreciar que el rock de los años ochenta, a diferencia de lo sucedido en la década previa, “no intentaba acabar con las instituciones tradicionales sino simplemente mejorarlas” (Bergamini, 2006: 57).
Globalización y nueva crisis: década de 1990 y siglo XXI
La década de 1990 comenzaba con el fin de la Guerra Fría y la caída del bloque comunista, lo que dejaba al capitalismo como modelo económico dominante en un contexto de creciente interdependencia de los países, fenómeno que se conoce como globalización. En lo económico, dicho fenómeno se caracteriza por la integración de las economías nacionales en una economía de mercado mundial en la que los modos de producción y los movimientos de capital se configuran a escala planetaria y las empresas multinacionales juegan un papel relevante.
En 1995, superando y ampliando el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio se creaba la Organización Mundial del Comercio para impulsar, no solo la liberalización del comercio de mercancías, sino también el de servicios e ideas. De este modo, la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial quedaban instituidos como rectores de la economía mundial en el contexto de la globalización.17 Es indudable que la actividad de dichos organismos tendrá resultados exitosos, pues a lo largo de la década los países occidentales entrarán en una senda de crecimiento constante, incluyendo a la mayoría de los provenientes del antiguo bloque comunista y muchos países en vías de desarrollo. Igualmente, surgirán nuevos polos dinámicos de crecimiento, como el constituido por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y otras economías emergentes. Sin embargo, las recomendaciones de dichos organismos a los países con problemas económicos consistirán en una serie de medidas prácticamente idénticas a las que desde el neoliberalismo se habían puesto en marcha en la década previa para salir de la crisis, muy costosas de cumplir a los países menos desarrollados.
Por otro lado, recordemos que el neoliberalismo, aun logrando superar las consecuencias de la crisis de los años setenta, no había logrado reducir el desempleo a los bajos niveles previos. Para hacer frente a ello, desde 1990 se apostó por formas novedosas y flexibles, como el contrato a tiempo parcial, el contrato de aprendizaje o la reducción de la jornada laboral. Como consecuencia, a pesar de que los datos macroeconómicos mostraban un evidente crecimiento económico, el mercado de trabajo siguió siendo la asignatura pendiente de la globalización neoliberal, con una creciente precariedad laboral muy contestada por los sindicatos.
En dicha situación, no es de extrañar que entre los estilos y corrientes que surgieron en el rock desde comienzos de la década de 1990 destaque el grunge. Nacido en Seattle, fue la música de la generación X, la generación de la insatisfacción y la nueva posguerra (la de la Guerra Fría). El grunge equivalía al rock de los orígenes (guitarra, batería y bajo), uniendo a la potencia del heavy y la fiereza del punk una actitud de indiferencia y aislamiento que encandiló a los más jóvenes.“Sus canciones destacaban por sus atmósferas sombrías y sin esperanza y sus historias de fracaso y paranoia, tan comunes entre las jóvenes generaciones del tiempo” (Bergamini, 2006: 60), lo que lleva a considerar que el movimiento “buscaba una expresión suplicante de atención” por parte de los jóvenes (Méndez, 2004: 172). Su desafío a las normas culturales vigentes, aunque sin mostrar intención de revelarse, y su rechazo al rock asociado con el lujo que predominó en los años ochenta lo llevó al éxito. La banda de referencia fue Nirvana y para muchos el grunge duró lo que duró el grupo, como sucedió con el punk y los Sex Pistols. Otras grandes bandas fueron Alice in Chains, Soundgarden, Stone Temple Pilots y Pearl Jam. Como sucedió con el punk, la gran industria fagocitó la autenticidad del grunge, y lo redujo “a una estética superficial con la que lograr vender productos que no ponían en entredicho el sistema”, para lo que “los contenidos políticos o de comentario social eran entendidos como frívolos y desterrados” (Gil, 2004: 14).18
En la segunda mitad de la década los estilos más cercanos al rock original (desde el pop-rock al heavy) recuperaron el terreno que habían ganado otros estilos más alejados de este (pop melódico, rap, pop electrónico, grupos puramente comerciales para los fans más jóvenes). Desde el Reino Unido triunfó un pop-rock guitarrero que reinventaba el de los años sesenta y que se conoció como Britpop, una denominación,“lo suficientemente importante para generar una historia propia” (Sierra i Fabra, 2003: 387), con bandas como Oasis, Blur, Supergrass, Pulp, The Verve, Radiohead, Manic Street Preachers o los irlandeses The Cramberries. Al mismo tiempo, nacieron multitud de bandas que rescataron términos como “nuevo rock”, “rock alternativo” o “rock de garaje”. Así, dentro del rock alternativo puede citarse a Alanis Morrissette, Hootie & the Blowfish, Counting Crows, Matchbox Twenty, The Wallflowers, Silverchair o P.J. Harvey. Con un sonido más duro Red Hot Chilli Pepers, Green Day, Offspring o Marilyn Manson. A partir del heavy-metal se aumentó la velocidad de las canciones y apareció el Trash Metal, con bandas como Metallica, Slayer, Anthrax o Megadeth. Otras mezclaron el heavy-metal con diferentes estilos como el hip-hop, el grunge, el rock alternativo y el funk, dando lugar al nu-metal o new-metal, con grupos como Korn, Limp Bizkit, Linkin Park, Deftones o Evanescence.
A finales de la década de 1990, la industria discográfica era un gigante económico que hacía negocio con todos los estilos.19 Uno de los más rentables fue el pop comercial para adolescentes, con figuras como las Spice Girls, Britney Spears, Back Street Boys, Christina Aguilera, N’Sync y demás solistas y grupos clones. Todos ellos creados por las propias compañías discográficas y potenciados en los medios de comunicación con gigantescas campañas de márquetin. “Las boy y girls bands funcionaban como una marca con diferentes líneas de consumo (ropa y complementos, especialmente) que se vendían con el gancho imprescindible del sexo” (Gil, 2004: 15). Algo similar se hacía, si bien con una mayor calidad y con miras a un público más adulto, con las estrellas del pop melódico como Celine Dion, Mariah Carey o Whitney Houston. En general se trata de artistas que se alejaban del rock, tanto por sonido como por actitud, con composiciones que trataban temas banales. Quizás parte de la razón de su éxito fuese precisamente esa, pues su música servía para desconectar del día a día, lo que tranquilizaba a las autoridades, al tener a los jóvenes (y a los no tan jóvenes) entretenidos y alejados de temas importantes.
Ya en el nuevo siglo tendrán lugar dos hechos, ambos en 2001, con una gran carga simbólica que reforzará la globalización neoliberal. Por un lado, la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio que, tras años de avance espectacular con su“socialismo de mercado”, se incorporaba plenamente al mercado internacional dando a entender que no hay alternativa al capitalismo. Por otro lado, el avance del terrorismo fundamentalista. Con los atentados del 11-S la lucha contra el terrorismo mundial y la defensa nacional priorizaron la agenda mundial, situando la seguridad por encima incluso de los derechos humanos e influyendo notoriamente en las decisiones económicas, principalmente, a la hora de determinar el destino de los fondos de ayuda a los países en vías de desarrollo.
Lo cierto es que, como venía sucediendo desde mediados de los noventa, la riqueza mundial siguió creciendo hasta 2008, y así lo demostraban las diferentes magnitudes macroeconómicas. No obstante, aun siendo buenos, los datos no alcanzaban el ritmo de crecimiento del capitalismo keynesiano de las décadas de 1950 y 1960.20 Además, el reparto de la riqueza se hacía más desigual, pues si bien los países en desarrollo más avanzados e industrializados (las economías emergentes) lograban aferrarse a la senda del crecimiento, los menos desarrollados empeoraban su situación, de manera que iniciado el siglo XXI eran más pobres que en 1990. Resultaba contradictorio que en pleno apogeo de la globalización, fenómeno que debería favorecer la apertura de los mercados impulsando también el crecimiento de los países en desarrollo, la mayor parte de los países menos desarrollados tuviesen una capacidad exportadora reducida a niveles de 15 o 20 años atrás.21
El siglo XXI se inició con una nueva crisis en la industria musical. En esta ocasión no era fruto de la falta de ideas, pues se trataba de una crisis económica provocada por la piratería. El “top manta” y los portales de Internet de intercambio gratuito de archivos (como Napster, el más famoso antes de ser clausurado) facilitaban el acceso a las canciones de solistas y bandas, incluso antes de que los álbumes estuvieran a la venta en el mercado.22 Paradójicamente, las compañías discográficas van a contrarrestar los efectos de la piratería gracias a la potenciación del ocio por parte de las autoridades. En efecto, las consecuencias en la población de los actos de terrorismo fundamentalista internacional provocarán una sensación de pánico que se querrá apaciguar reforzando los productos para la distracción ofertados a través del cine, la televisión y la música. “Curiosamente, en tiempos bélicos, el ocio y el entertainment parecen aumentar para equilibrar la sensación de miedo e inestabilidad producto de los peligros que nos rodean” (Sierra i Fabra, 2003: 405).
En el ámbito musical se apreciará cómo numerosos solistas y grupos, la mayoría en el ámbito del pop más comercial, serán impulsados en las emisoras y en Internet con vistas a reforzar el entretenimiento de la ciudadanía, especialmente de los más jóvenes. Las compañías discográficas crearán nuevos géneros y estilos, determinando qué tipo de género corresponde a cada mercado, convirtiendo una vez más la música en mercancía (Frith, 2014: 148). El recurso a los medios de comunicación de masas por parte de las compañías discográficas les otorgará grandes beneficios a pesar de generar productos de popularidad fundamentada en una audiencia específica. Un ejemplo evidente lo tenemos en “la creación de un mercado musical específico para un público infantil y preadolescente a través de canales temáticos de televisión, de estrenos cinematográficos y de revistas especializadas que publicitan los mismos iconos” (Goialde, 2013: 8), tales como Hannah Montana, Jonas Brothers, Selena Gomez o One Direction. Otro ejemplo lo aporta el indie-rock, identificado en los años ochenta con la noción antisistema del rock en sus orígenes y que ha pasado a ser una etiqueta, “un reclamo publicitario, un producto más creado para venderse y crear ganancias” (Criado, 2014: 4).
No obstante, también surgen figuras interesantes en diferentes estilos. En el poprock destacan por su sonido elegante grupos como Maroon 5, Coldplay, Keane o Snow Patrol. En el hard-rock The Darkness, Airbourne, Audioslave o The Answer. Retomando elementos musicales y estéticos de finales de los años setenta y mezclando el rock alternativo con el postpunk, resurge el rock original con grupos como The Strokes, The White Stripes, Kings of Leon o Jet; algunos incluso con toques electrónicos, como The Killers, Franz Ferdinand o The Bravery. En Estados Unidos mantienen su feudo el rap y el hip hop con artistas como Eminem, Jay Z, Nelly o Black Eyes Peas. Y dentro del sonido más comercial, destacan artistas que apuestan por la calidad, como Beyoncé, Alicia Keys, Nelly Furtado o Robbie Williams. Serán multitud los estilos y géneros que a partir del año 2000 recobrarán fuerza, demostrando que sobreviven al paso del tiempo. Se puede citar como ejemplos el doom metal, el death metal, el ska, el punk clásico, el funk de los setenta, el pop indie, el rockabilly, el swing, el electrobeat de los ochenta “y decenas de otros estilos que todavía persisten dentro de redes de fans e instituciones que garantizan su supervivencia” (Straw, 2006: 107)23.
Con los festivales sucederá otro tanto. Comienzan a proliferar por doquier como manera de compensar los menores ingresos por ventas de discos. Por un lado, los conciertos en directo de las bandas consagradas se convertirán en gigantescos shows, y por otro, se organizarán festivales en los que solistas y grupos veteranos compartirán cartel con nuevos artistas para atraer audiencia de todas las edades. Algunos de ellos también servirán para denunciar los graves problemas y las injusticias que afectan a la humanidad y al mundo. Debe destacarse la relevancia del Live Aid 8, celebrado en julio de 2005, 20 años después del festival original, en diferentes ciudades de los países que conforman el G8, con el objetivo de pedir la condonación de la deuda externa de los países en vías de desarrollo. También la del Earth Live, celebrado en julio de 2007 en 10 diferentes ciudades de los países desarrollados y emergentes más relevantes, con el objetivo de concientizar a la población sobre las consecuencias del cambio climático, presionar a los países para actuar contra dicho fenómeno y apostar claramente por las energías renovables.
En 2008 estalla en Estados Unidos una crisis financiera que acabó siendo global. Las famosas hipotecas subprime, producto estrella de la codicia del sector bancario, generaron un problema de liquidez que afectó la actividad económica de todos los sectores en la mayoría de países occidentales. La respuesta de la globalización neoliberal consistió en que las administraciones públicas asumiesen las deudas de las entidades financieras inyectando fondos desde los bancos centrales a los bancos privados y socializando sus deudas (que no se han cobrado por completo). Las medidas adoptadas para salir de la crisis han constituido una nueva copia del neoliberalismo de los años ochenta, siendo catalogadas por las autoridades como “medidas de ajuste”, aunque entre la ciudadanía se generalizó la expresión “recortes” (sobre todo en gasto social).
Como en situaciones previas, el impulso del ocio para “despreocupar” a la sociedad fue la característica general en la mayoría de los países. La consecuencia en el ámbito musical es la potenciación del pop más comercial con contenidos insulsos, lo que se ha impulsado durante la crisis y, paradójicamente, con más fuerza aún durante la salida de esta. De este modo, estamos ante la “manifestación de una sociedad fascinada por la fama y la riqueza, por el ocio rápido y la idea posmoderna del todo vale” (Gil, 2004: 16). Como se ve, cobraba aún más fuerza lo expresado por Rob Hirst, en la ceremonia por la que Midnight Oil ingresaba en el Australian Hall of Fame celebrada en octubre de 2006, en el sentido de que aunque se sigue escribiendo rock-protesta, la industria discográfica lo ignora pues se encuentra hipnotizada por los get-famous-fast TV shows.24
Por otro lado, el modo de consumir música ha cambiado. Ahora se recurre al formato MP3 o aplicaciones musicales como Spotify o iTunes, lo que favorece que, especialmente los jóvenes, consuman canciones sueltas. De este modo “se rompe el discurso integral que construía el álbum, que incluía elementos adicionales como portada, fotos, texto, y que propiciaba ir más allá, incluyendo al grupo y su contexto” (Del Amo, Letamendia y Diaux, 2016: 21), lo que impide en ocasiones llegar al componente de denuncia o protesta, de contenido social, que el artista en cuestión querría dar a conocer. Desde otro punto de vista, sin embargo, hay que subrayar la oportunidad que la industria del entretenimiento está ofreciendo a los jóvenes y adolescentes, para quienes son desconocidas la gran mayoría de artistas y bandas famosas de los últimos 50 años. En efecto, los videojuegos musicales más exitosos entre los más jóvenes están posibilitando que muchas de esas bandas, principalmente en estilos como el hard rock y el heavy, estén obteniendo nuevos seguidores (Herschmann, 2011: 308).
Consideraciones finales
Tal y como se ha descrito en el presente texto, la evolución del rock como elemento de protesta se ha caracterizado por un continuo intento de control por parte de la industria y las autoridades, lo que genera un nuevo movimiento contestatario cuando además el contexto socioeconómico y político presiona a la población y endurece sus condiciones de vida. Así, el rock se ha desarrollado bajo una dinámica cíclica: aparece la manifestación cultural; a continuación, la industria discográfica utiliza el mercado, la publicidad y los medios audiovisuales para acceder al gusto general de la sociedad, favoreciendo la aceptación de las capas dominantes; finalmente, la generalización y vulgarización de la manifestación cultural provocan que otros agentes inicien un proceso de resistencia y generen así nuevas manifestaciones culturales (Cepeda, 2009: 103). Actualmente, nos encontraríamos en la era “del corta pega” en la que las estrategias de la industria discográfica “se fijan en base a números estadísticos; se promueve aquello que suena como funciona” (Sánchez, 2012: 31) y tienden a “acrecentar la importancia del marketing (vender a cualquier precio) sobre los departamentos artísticos” (Gil, 2004: 16).
No obstante, es posible encontrar en el rock una actitud inconformista, que demuestra que “la música puede desafiar las normas sociales y crear alarma entre los defensores del statu quo” (Gioia, 2020: 13). Y ello se aprecia claramente en las bandas y artistas consagrados desde hace décadas pero también en otros cuya actividad es más reciente, puesto que los rockeros nunca se han“alimentado de ideas aterradoramente conservadoras”, sino que, al contrario, han mostrado “una vocación de progreso, una especie de anárquico sentimiento de mejorar las cosas” (Ruiz, 2006: 9). Del mismo modo, dicha actitud surge desde los diferentes estilos y géneros que se engloban en lo que se considera rock: en el sonido más duro (desde el hard/heavy-rock al trash-metal), en el más apartado y menos guitarrero (rap, hip-hop, reggae), incluso en los sonidos teóricamente más comerciales (pop, funky, disco).25 Ante tanta diversidad puede afirmarse que “hoy día no existe un solo rock, sino una multitud, que se encuentra y se entremezcla, lenguajes jóvenes que se cruzan y viejos sonidos que no desaparecen, sino que de hecho retornan con renovada energía” (Assante, 2008: 52). Es más, cabe afirmar que los elementos comunes que la música rock presenta en los diferentes lugares del planeta facilitan el acercamiento de culturas.26
En definitiva, el rock sigue ofreciendo “ideales de protesta, justicia, igualdad y pacificación en un mundo globalizado” que abrazan “los jóvenes o los que tienen un espíritu joven” (Vázquez, 2019: 13). Por tanto, el rock, en cuanto movimiento contracultural que hace frente a los valores más conservadores de la sociedad, sigue siendo una manera de situarse frente a esa sociedad e influye notoriamente en que los jóvenes puedan llegar a convertirse en activistas (Lozano, 2019: 76-78).
Como se ve, las manifestaciones musicales consideradas como parte del fenómeno rock son distintas y dispares, y ello se debe a su naturaleza y al contexto en que ha tenido lugar su desarrollo. En efecto, el rock es un fenómeno eminentemente social y cultural, y como tal se reconoce y define en las circunstancias de la sociedad y tiempo que le ha tocado vivir. Recordemos: nació y ha crecido principalmente en occidente, en el seno de un sistema económico de libre mercado, siendo, por lo tanto, parte del mundo capitalista. Ha evolucionado en el seno de dicho modelo económico y, así, se ha pasado de comprar discos de vinilo a bajar canciones de Internet al móvil, de conciertos con equipos de sonido de calidad ínfima a gigantescos y multitudinarios espectáculos que son cubiertos por los medios de comunicación de medio mundo. Sin buena parte de los avances tecnológicos habidos en sectores como el audiovisual, las telecomunicaciones y la informática no hubiese habido una producción masiva de música popular, ni una presencia masiva de la misma en los medios, ni se hubiese consumido masivamente (Jones, 1992: 1).
El hecho de que el rock sea parte del capitalismo es también la razón de que haya logrado ser un movimiento global, pues pertenece a la industria. Con independencia de su espíritu rebelde y contestatario, es un producto rentable, que genera ganancias y beneficios al venderse discos (o archivos musicales) en cualquier parte del mundo. La protesta y la denuncia nunca habrían sido masivas si no se hubieran vendido discos, por lo que gracias al sistema que atacaba el rock se hizo conocido por todos. Del mismo modo, en el siglo XXI, la propia globalización es lo que posibilita que la protesta social que contiene el rock contra la versión neoliberal llegue al último rincón del planeta.