Introducción
El presente texto se centra en un colectivo juvenil hermosillense conocido como los Azules. Se trató de un grupo influenciado por el movimiento hippie y la contracultura, el cual mantuvo una organización más o menos regular durante buena parte de la década de 1970. El investigador Joel Verdugo caracteriza a sus integrantes como
Jóvenes, hombres y mujeres, desilusionados sobre la certeza de un futuro venturoso y de abundancia, usaban el pelo largo, se vestían de mezclilla, camisetas de “bolsitas” o psicodélicas sin mangas, algunas veces camisas de franelas a cuadros, a la usanza de los grupos de rock del sur de California; faldas de manta y pies con sandalias o desnudos; olían a pachuli o sándalo; caminaban flotando sobre las aceras, los brazos hacia atrás y el cabello meciéndose sobre sus hombros. Profesaban el peace and love […] consumían drogas (principalmente marihuana o el LSD), tanto como fuente de experimentación sensorial como para el entretenimiento de los otros y de su entorno […] tenían sus propias casas donde se reunían y manifestaban su convicción sobre el ejercicio de la sexualidad sin trabas burocráticas (Verdugo, 2011: 341).
El origen del grupo está relacionado con el contexto de rebeldía juvenil de las décadas de 1960 y 1970. Como es bien sabido, el principal rasgo político y cultural de esos años fue el de las intensas protestas de tipo estudiantil, feminista o guerrillero, entre otros. El movimiento hippie y la contracultura formaron parte de ese tejido social; los Azules estuvieron especialmente influenciados por ese lado de la rebeldía juvenil del periodo, pero, al mismo tiempo, las particularidades de su propio contexto y la historia de vida de cada integrante tuvieron que ver en la definición de sus prácticas y valores.
El objetivo de este artículo es aportar elementos para responder a las preguntas ¿por qué se creó un colectivo de estas características en Hermosillo, Sonora?, ¿quiénes eran los Azules? y ¿qué los unía? Construí un apartado para cada pregunta y esa es la estructura argumentativa del artículo.
En términos teórico-metodológicos, hago uso de la perspectiva de los outsider o sociología de la desviación desarrollada por Howard Becker (2014). Según el autor, todas las sociedades crean reglas que, en teoría, deben seguir quienes deseen ser aceptados e incluidos en sus dinámicas sociales internas. Con base en tales reglas se crean diferenciaciones sobre comportamientos adecuados o “buenos”, por un lado, e incorrectos y “malos” por el otro. Quienes rompen dichas reglas (o supuestamente lo hacen) suelen ser considerados como individuos marginales, desviados o, siguiendo la terminología de Becker, outsiders. Las normas infringidas pueden ser tanto formales como informales, pero lo más importante para la sociología de la desviación es el alejamiento de su cumplimiento (Becker, 2014: 21).
Esta perspectiva es útil, entre otras cosas, para comprender los valores dominantes en una sociedad determinada. Para que haya reglas que se puedan romper debe haber quien o quienes las asignen. La elección de dichas leyes y normas no es azarosa, sino que responde a un prototipo de comportamiento social que se presupone como el más adecuado según los imaginarios dominantes en un contexto social determinado. Regularmente, los actores sociales que son capaces de imponer sus visiones a grandes grupos sociales son, por ejemplo, el Estado, la Iglesia y las escuelas; aunque, al interior de pequeños colectivos, también pueden hacerse presentes valores y prácticas tanto dominantes como marginales.
Las interpretaciones sobre el tipo de comportamiento deseado (y, por lo tanto, su desviación) son cambiantes. Además, en el interior de cada sociedad suele haber disputas sobre cuáles comportamientos son los “desviados” y cuáles no. No debemos olvidar que las sociedades modernas son especialmente complejas y no todos los individuos y colectivos comparten las mismas normas y valores. Así, “diferentes grupos juzgan como desviadas diferentes conductas” (Becker, 2014: 23). Importan la historia y las tradiciones que cada actor social (individual o colectivo) trae consigo. En ese sentido, existen diferentes interpretaciones sobre cuál comportamiento es el adecuado para cada situación, y, por lo tanto, quiénes son los desviados y quiénes no lo son (Becker, 2014: 34). En resumen, “la desviación es creada por la sociedad” (Becker, 2014: 28) con base en constantes tensiones y disputas, y no es una condición per se.
En este artículo propongo que la sociología de la desviación -según la desarrolla Howard Becker (2014)- es útil para analizar a los Azules ya que, como se verá más adelante, la mayoría de sus prácticas se alejaba de los valores dominantes del contexto en el que interactuaron: la sociedad hermosillense de los años setenta.
Sobre por qué se creó un colectivo de estas características en Hermosillo
En mi parecer, la irrupción de los Azules no puede entenderse plenamente si no se toma en cuenta la rebeldía juvenil tan característica de las décadas de 1960 y 1970. Dado que dicha rebeldía tuvo manifestaciones en muchas partes del planeta y, al mismo tiempo, contaba con particularidades locales, en este apartado expondré el contexto global de la época y, de manera más breve, el nacional y local.
Las décadas en cuestión se caracterizaron por un incremento sin precedentes en servicios básicos. Así, aumentó significativamente la cobertura de salud y la educación pública, por ejemplo. Según Silvia González, en dichos años “hubo avances espectaculares en el campo de la ciencia, la técnica, las telecomunicaciones y la informática” (2011: 292). En general, se trató de una época caracterizada por un crecimiento económico acelerado y sostenido. Incluso, el periodo que inició en 1950 y terminó en 1973 es recordado como “los años dorados” en términos de desarrollo (Perren y Padín, 2019).
Además, de 1946 a 1964 se dio un importante crecimiento en los índices de natalidad. De modo que, para los años sesenta y setenta, la juventud era un grupo poblacional muy grande. Este fenómeno es conocido como el Baby Boom (explosión del número de nacimientos); es por ello que a las y los jóvenes del periodo se les suele denominar baby boomers (Pozas, 2014).
De manera conjunta, la época estuvo caracterizada por cambios culturales en torno a las necesidades de la niñez y la juventud. En ese sentido, Pozas (2014) hace hincapié en el éxito que tuvieron dos pensadores: Benjamin Spock y John Dewey. En su obra El libro del sentido común en el cuidado de los bebés y los niños, Spock propone -en contra de la tradición de la disciplina- la tolerancia y el afecto como métodos para la crianza de los niños. Aunque el libro fue publicado en 1946, tuvo múltiples reediciones, se tradujo a 42 idiomas e influyó considerablemente en el mundo occidental durante los años que nos ocupan (Pozas, 2014: 41).
Las nociones de educación también tuvieron transformaciones. El filósofo y pedagogo estadounidense John Dewey es un autor especialmente importante para entender dichos cambios. Para Dewey, la educación debe fomentar que las personas se acerquen de manera curiosa a su entorno; ello generará, según el autor, un aprendizaje significativo, así como una deseable capacidad de responder de manera creativa a nuevos entornos (Pozas, 2014: 41). Según Ricardo Pozas,“estos dos autores [Spock y Dewey] se convirtieron en las décadas de los cincuenta y sesenta [periodo de la educación de los Baby Boomers] en el referente textual de los padres y maestros formadores de los jóvenes que ejercieron la libertad de cuestionarlo todo” (Pozas, 2014: 42).
De esta manera, las y los jóvenes de las décadas de 1960 y 1970 crecieron en un entorno de importante expansión económica y de cambio en los valores hegemónicos acerca de la infancia y la educación (con sus considerables particularidades en cada contexto, desde luego). Tales cambios favorecieron que muchas de ellas y ellos adoptaran sus propias prácticas sustentadas en nuevos referentes culturales. Así, la época estuvo caracterizada por vigorosas protestas y movilizaciones de corte juvenil. En palabras de Valeria Manzano:
Dada la relación de los jóvenes con la vida familiar, la autoridad y el autoritarismo, así como con los hábitos culturales y sexuales, el debate sobre la juventud era asimismo un debate sobre las dinámicas de la modernización sociocultural. Con la creación de un espacio específico para la juventud en tiempos de modernización, estos actores también delinearon algunas condiciones en cuyo marco se desarrollaron las experiencias de los jóvenes de carne y hueso (y de paso, los adultos) durante la década de 1960 (2017: 43).
De manera conjunta, hay que señalar que en 1973 finalizó el periodo de crecimiento económico acelerado y sostenido (el cual no tuvo el mismo impacto positivo en todas las latitudes del globo). Incluso, en tal año inició una crisis económica mundial (Perren y Padín, 2019) y la humanidad no ha vuelto a experimentar una época de prosperidad económica como la de la segunda posguerra. Además, el aumento en los servicios básicos durante “los años dorados del desarrollo” es una parte de la historia; la otra es la violencia y la segregación del campo y de las periferias urbanas que significó la rápida urbanización de esos años.
Asimismo, el cambio de valores en cuanto a la crianza y la educación tuvo sus límites cuando una parte importante de la juventud renegó del mundo heredado por los adultos. En efecto, durante los años sesenta y setenta, muchas y muchos jóvenes tuvieron una interpretación que consideró las prácticas hegemónicas de su entorno como obsoletas para el estilo de vida que deseaban; ello trajo tensiones con muchos adultos, incluidos sus padres. Es decir, no todo en la época fue relaciones tersas, crecimiento económico, prosperidad y felicidad. También hubo crisis, tensiones y fuertes confrontaciones. Con todo, seguía habiendo sujetos sociales que confiaban en el crecimiento económico y en la modernización política y cultural de esos años, a la vez que desconfiaban de las protestas juveniles ya que, desde su perspectiva, ponían en riesgo la prosperidad del contexto de la segunda posguerra. Para ellos, las y los jóvenes rebeldes eran “desviados”, siguiendo la propuesta de Becker (2014).
En este contexto es importante recordar el grupo de valores y prácticas que, en conjunto, son denominados como el movimiento hippie. Es difícil documentar el inicio de este movimiento, pero un indicador importante es la amplia resistencia de jóvenes norteamericanos a participar como soldados en la guerra de Vietnam (la cual duró de 1955 a 1975).1 Jóvenes norteamericanos solían quemar pública y colectivamente sus tarjetas de reclutamiento militar. Muchos de ellos realizaron acciones colectivas a favor de la paz y la no intervención de los Estados Unidos en el país del sureste asiático. Estos valores se extendieron a muchos lugares del planeta.2
Así, los discursos en contra del imperialismo norteamericano fueron otro de los referentes compartidos por amplios sectores de la juventud de la época; Vietnam fue considerado“un símbolo de las luchas juveniles por la libertad” (Pozas, 2014: 26).
Tales cambios son parte de toda una tendencia más general de nuevas creencias y prácticas conocidas como la contracultura. Según Theodore Roszak (uno de los teóricos más sobresalientes de la contracultura), en este convulso ambiente
Se cuestionaba todo: la familia, el trabajo, la enseñanza, el éxito, la educación de los hijos, las relaciones entre hombre y mujer, la sexualidad, el urbanismo, la ciencia, la tecnología, el progreso. Los medios de la riqueza. El significado del amor, de la vida, todo necesita someterse a evaluación. ¿Qué es la cultura? ¿Quién decide lo que es excelencia? ¿Y conocimiento o razón? (Roszak, 1995, p. XXVI, como se citó en Pozas, 2014: 37).
Así, las y los jóvenes cercanos al movimiento hippie y a la contracultura tuvieron expresiones de crítica hacia aspectos tan generales como el sistema político institucional, hasta los más fundamentales de la experiencia humana como la sexualidad.
En efecto, el cambio en las actitudes sexuales fue una de las características centrales de la contracultura. La comercialización de la píldora anticonceptiva, a partir de junio de 1960, facilitó dichos procesos. Este es también un ejemplo de cómo la época combinó desarrollo económico y avances científicos con cambios políticos y culturales.
México no estuvo ausente de dichos procesos. Al contrario, el periodo de mediados de los años cuarenta a finales de los sesenta es recordado como “el milagro mexicano” ya que, ciertamente, en esos momentos el régimen posrevolucionario gozaba de una importante hegemonía, lo cual trajo una relativa estabilidad política, crecimiento económico y aumento de clases medias.3 Sin embargo, ya para la década de los setenta, era evidente que el régimen mostraba fracturas y había un nuevo escenario que se caracterizaba por la búsqueda de alternativas.4
En el contexto nacional también se hicieron presentes dinámicas contraculturales. Por ejemplo, el 11 y 12 de septiembre de 1971 se realizó el ya mítico “Festival de Rock y Ruedas de Avándaro” a las afueras de la Cuidad de México. En el festival se presentaron varias bandas musicales y hubo una presencia juvenil multitudinaria; ni siquiera los organizadores esperaban que la asistencia fuera tan masiva. En general, el movimiento hippie tuvo una aceptación significativa en el país. Incluso, después del festival de Avándaro se creó una revista de contenidos contraculturales llamada Piedra rodante, en alusión a la publicación californiana Rolling Stone. Por las características nacionales, el hipismo tuvo ciertos elementos propios, como el aprecio por las civilizaciones prehispánicas, visible en su vestimenta y gustos musicales. Algunos estudiosos del tema, como José Agustín (1996), han denominado a sus integrantes como “jipitecas”.
En Sonora la situación tuvo algunas similitudes. En esos años (y aún en la actualidad) el estado se caracterizaba por una amplia actividad agropecuaria. Desde el final de la segunda guerra mundial y hasta aproximadamente 1970, hubo crecimiento económico sostenido debido a un auge en la producción agrícola. Ciudades como Hermosillo y Ciudad Obregón tenían un dinamismo que, entre otras cosas, ponía a disposición de una parte de la población productos culturales como música de rock estadounidense, nuevas tendencias estéticas como el uso de mezclilla o el cabello largo en hombres. Sin embargo, al iniciar la década de los setenta, la tendencia de crecimiento económico ya mostraba signos de agotamiento (Almada, 2000: 148). De modo que, para esos años, en algunos grupos hubo una combinación de nuevas tendencias culturales con malestar por la situación económica.
En este contexto, en Hermosillo fue construido un colectivo influenciado por el movimiento hippie y la contracultura: los Azules. Las grandes transformaciones de las décadas de 1960 y 1970 tuvieron eco en muchos lugares del planeta; los Azules fueron un ejemplo de ello, pero, al mismo tiempo, las particularidades de su propio contexto influyeron en la definición de sus prácticas y valores, tal como mostraré en los siguientes apartados.
Acerca de quiénes eran los Azules
La versión más aceptada acerca del origen del nombre “Azules” señala que se debe al gusto de quienes integraban el colectivo por las prendas de mezclilla, lo cual, para la época, no era común. En palabras de uno de sus integrantes, Sergio Serrano: “lo de los Azules nace porque usábamos Levi’s con camisa azul, también de mezclilla. Te identificaban ¿no?,‘ahí va un marihuano’, decían; así lo manejaba la prensa” (entrevista a Sergio Serrano, Hermosillo, Sonora, 22 de julio de 2015). Es decir, el nombre de “Azules” no fue elegido por ellos mismos, así se les comenzó a llamar y se generalizó.
Es difícil rastrear una fecha exacta para la formación del grupo (sabemos que se trata de finales de los años sesenta y principios de los setenta). En una entrevista realizada por el investigador Joel Verdugo, Mario Licón (uno de los miembros más representativos del colectivo) comentó lo siguiente:
Los Azules nos hicimos en el camino, on the road. No fuimos un movimiento, éramos un grupo aleatorio al movimiento estudiantil [de la Universidad de Sonora], independiente, pero al mismo tiempo enclavado en él; un grupo de base muy activo. No convocábamos a manifestaciones o a huelgas, nos adheríamos a ellas. No teníamos demandas más allá que nuestra presencia ¡qué ya era mucho para muchos! (entrevista por medios electrónicos a Mario Licón, realizada por Joel Verdugo en 2007).
El mismo Licón propone una ubicación geográfica para el origen del grupo:
Para mí, la génesis de los Azules está en Ciudad Obregón. Entre el 67 y el 69, yo pasaba buenas temporadas en esa ciudad con mi hermano mayor, Héctor. Entre los vecinos estaba Patricia, la futura madre de Jorma, mi primer hijo, pero en ese entonces era la “precisa” de Benjamín Castro; éste y dos hermanos de Paty eran parte de un grupo de chavos que invariablemente se reunían todas las tardes en la misma banca de la plazuela 18 de Marzo, que era en aquel entonces uno de los mejores sitios para el conecte [la compra-venta de drogas] […] Ahí nos explotaron los primeros aceites [LSD], unos oranges ¡Coño! […]. Ahí en el mero centro de la ciudad, siempre caliente, ahí se conseguía prácticamente de “tocho morocho”. Yo me integré a ese grupo, un grupo por demás ecléctico y pintoresco: filósofos, cábulas, bufones, místicos, políticos en ciernes, mayates, travestis, padrotillos y pillos […] Esta banda tachaba a los chavos de Hermosillo de fresas […] Para mí, ese es el origen de los Azules (Licón, 2007).
De este último fragmento del testimonio de Mario Licón pueden extraerse elementos de identidad importantes para el grupo: el uso de drogas y, en general, la inclinación hacia prácticas que desconocían la moralidad dominante que los rodeaba. Luis Rey Moreno también coincide con esta descripción: “[los Azules] éramos amigos como pandilla: nos gustaba oír música, tomar vinito, fumar mota, tomar ácidos y la chingada. ¡Un alucine!, ¡un desmadre!” (entrevista a Luis Rey Moreno, Hermosillo, Sonora, 10 de junio de 2015).
Es interesante que los valores dominantes en el entorno social en el que se desenvolvieron los Azules rechazaran el consumo de drogas; es decir, era considerada una práctica desviada. De hecho, un evento especialmente importante en la historia del colectivo estuvo relacionado con la temática: el 11 de enero de 1972, algunos Azules tuvieron una fiesta en un domicilio particular de Hermosillo. En esa ocasión, festejaron a su modo y hubo un consumo generalizado de drogas; al parecer, especialmente mariguana. La celebración terminó cuando fuerzas policiacas ingresaron en el lugar y arrestaron a varios de los asistentes.
El diario local El Imparcial publicó una nota relacionada con los hechos; el título fue “Mariguana party descubrió ayer la policía preventiva”. En dicha nota se lee que:
La policía preventiva de Hermosillo descubrió ayer en la madrugada un“nido” donde se celebraba una “mariguana party”. [Elementos policíacos] se abocaron al lugar del deshonesto agasajo y encontraron a nueve hombres y cuatro mujeres que se divertían abiertamente consumiendo drogas […] Se les recogió cerca de cuatro kilos de marihuana, más una cantidad de pastillas tóxicas, así como varios “carrufos” de la hierba maldita que estaban fumando (El Imparcial, 1972: 2).
Desde luego, llama la atención el tipo de palabras y expresiones para describir los hechos, no solo por los claros tintes de amarillismo, sino porque nos muestra que el consumo de drogas era una práctica considerada desviada por una parte de la sociedad sonorense de la época.
En esos momentos, El Sonorense era el medio de comunicación más influyente en el estado y dio un especial seguimiento a la detención de un grupo de Azules. El día posterior (12 de enero de 1972), la nota principal de este diario fue: “Drogadicción y vicio cunden en la Cd”, la cual fue publicada en destacadas letras rojas. Aquí vale pena citar a Howard Becker: “que un acto sea desviado o no depende […] de la forma en que los otros reaccionen ante él” (Becker, 2014: 31); las respuestas de las personas ante el mismo acto pueden variar enormemente. Por ejemplo,“la persona que ha cometido un acto ‘desviado’ puede recibir en un determinado momento una respuesta mucho más indulgente que en otro” (Becker, 2014: 31), o, por el contrario, una más severa.
Así, las percepciones sobre la desviación cambian a lo largo del tiempo. En ese sentido, la fiesta en cuestión no era la primera vez que los Azules festejaban a su estilo; sin embargo, el evento agitó a buena parte de la sociedad hermosillense: a partir de ese momento, inició la llamada “campaña antidrogas”, una serie de acciones impulsadas principalmente por las autoridades locales y los medios de comunicación más influyentes (en especial el diario local El Sonorense y su director Enguerrando Tapia), quienes se posicionaron en contra del consumo de drogas entre la juventud sonorense. La campaña incluyó ataques hacia las prácticas de los Azules; se hablaba de la “pérdida de valores” y “buenas costumbres” en la entidad.
El Sonorense se convirtió en una especie de vocero de la campaña antidrogas. Acompañando la página principal donde apareció una nota acerca de la detención de un grupo de Azules, dicho diario publicó un artículo titulado “Una vida trunca”. Aquí se relata que una joven de 13 años se intoxicó por consumo de drogas y fue llevada al Hospital General del Estado. Al final de la redacción, se afirmó que este caso “demostró la necesidad de una campaña antidrogas más severa” (Moreno, 1972: 1).
En su libro clásico sobre la sociología de la desviación, Howard Becker (2014) explora el consumo de drogas como práctica desviada. El autor analiza la promulgación de leyes que prohibían el consumo de mariguana en los Estados Unidos durante los años treinta del siglo XX, lo cual terminó por
Crear una nueva clase de outsiders: los consumidores de mariguana […] Los parámetros básicos de este caso deberían ser aplicados por igual no sólo a la legislación en general, sino también a la elaboración de reglas informales. Allí donde una norma es creada y aplicada, debemos estar atentos a la presencia de un grupo o individuo con iniciativa. Sus actividades bien pueden ser llamadas iniciativas morales, pues lo que proponen es la creación de un nuevo fragmento de la constitución moral de la sociedad, su código de lo que es correcto o incorrecto (Becker, 2014: 165).
En el caso de estudio de este artículo, los promotores de iniciativas morales eran los impulsores de la campaña antidrogas y, como consecuencia de sus acciones, se recrudeció la interpretación de que las prácticas azules eran desviadas y merecían un castigo.
A partir de entonces, el contexto local fue más hostil hacia prácticas y valores asociados (de manera supuesta o real) con el colectivo. No parece casual que, durante el contexto de la campaña, un par de jóvenes universitarios denunciaran que fueron detenidos y agredidos por un grupo de desconocidos. En un evento que me parece altamente cargado de simbolismo, los agresores se preocuparon por llevar consigo tijeras y cortarles el cabello (ya que, como muchos varones de la época, lo preferían largo). Según se publicó en El Sonorense, uno de los jóvenes agredidos puntualizó que
Cuatro individuos que viajaban a bordo de un auto color blanco, sin placas, por la fuerza lo obligaron a abordar el auto. Ya en el interior, lo golpearon, amenazaron y le imputaban que era drogadicto y que vendía marihuana. Después de haberlo sacado de la ciudad con rumbo al norte, con unas tijeras le cortaron el cabello largo y luego lo dejaron abandonado (El Sonorense, 1972, p. 1).
De hecho, la campaña antidrogas implicó que los Azules rompieran con otro colectivo conocido como “los Activistas”, quienes lideraban un movimiento estudiantil en la Universidad de Sonora. La ruptura se dio sobre todo debido al uso que daba la prensa a las prácticas y valores de los Azules para desprestigiar el movimiento estudiantil (Verdugo, 2013; Galaviz, 2017 y 2021). El azul Luis Rey Moreno recuerda el conflicto con los Activistas de la siguiente manera:
El pedo de la federación [se refiere a la Federación de Estudiantes de la Universidad de Sonora, en esos momentos dirigida por los Activistas] es que nos expulsaron. [Los Azules] decíamos“entonces, ¿de qué libertad estamos hablando?” […] Tengo derecho de hacer con mi cuerpo lo que me dé mi chingada gana. Esos pendejos moralistas dicen que lo que yo hago, por fumarme un gallo [un cigarro de marihuana], está muy mal. ¿Me van a mandar a la chingada? Si yo no soy una persona inútil: escribo canciones, estoy en la radio haciendo militancia. [Les debatíamos a los Activistas] “si ustedes hablan de una pinche libertad ¿de cuál libertad hablan? Decidan ustedes si quieren ser libres, literalmente libres: expresarse para decir lo que quieran, ¡lo que quieran!” No es como que vamos a cambiar a otro sistema que nos diga cómo debemos ser libres. Eso sí que no, ¿de qué chingados se trata? ¿Qué revolución es esa? [Así fue el] debate y nos basamos en esos argumentos (Moreno, 2015).
Aunque el rompimiento fue temporal, nos muestra que, en el contexto de la campaña antidrogas, incluso grupos sociales que habían tenido relaciones y simpatías hacia los Azules, compraron la interpretación de que se trataba de individuos desviados o que, por lo menos, había que tomar su distancia hacia ellos.
Otra característica importante para los Azules fue un gusto compartido por la música y la literatura. En palabras de Luis Rey Moreno,“los Azules éramos un grupo que nos juntábamos porque nos gustaba mucho leer, nos gustaba la música: el blues y el hard rock, [también] el jazz”. Estos eran géneros musicales popularizados, sobre todo por jóvenes de la época en otras regiones del planeta, lo que interpreto como un indicio de que los Azules formaron parte del contexto de rebeldía juvenil tan característico del periodo. En general, el gusto por las artes fue un elemento común del colectivo. De hecho, la academia de Artes Plásticas de la Universidad de Sonora fue un lugar donde las prácticas y los significados de los Azules tuvieron especial recepción. En ese sentido, el tema de la desviación se vuelve a hacer presente, pues para algunos sectores de la sociedad sonorense de la época las actividades artísticas no eran propias de hombres “normales” (Moreno, 2015), es decir, de los que se ciñen a las normas sociales dominantes de su entorno. Según el testimonio de Luis Rey Moreno:
La visión que tenían los estudiantes de otras escuelas era ver al artista como algo que no tenía que ver con la política, y que aparte todos éramos “jotos”. Había un prejuicio, ¿no? […] había ciertas carreras que estaban más destinadas a las mujeres, la danza, por ejemplo. No podías estudiar danza siendo hombre, porque, si lo hacías, eras “joto”; aunque no lo fueras. Yo estudié danza. Entonces, nosotros, pues dijimos “hay que participar” [políticamente]. Hay que formar un espacio donde se hable del papel social de las artes (Moreno, 2015).
Este fragmento del testimonio de Moreno es revelador ya que muestra indicios para indagar sobre cómo a los Azules se les asignaron dos tipos de desviación: el consumo de drogas y la homosexualidad. El consumo de drogas sí fue generalizado entre los integrantes del grupo, pero, siguiendo el testimonio de Moreno, la interpretación de que los hombres que formaron parte del colectivo eran homosexuales parece provenir de un prejuicio que relacionaba las artes con la homosexualidad. Claro, el prejuicio no es necesariamente cierto, pero lo que más me interesa destacar es la etiqueta de práctica desviada en la inclinación artística de hombres.5
Si vemos el consumo de drogas en conjunto con la elección de nociones estéticas diferentes a las más comunes durante el periodo, podemos concluir que los Azules no eran un grupo que se alejara ocasionalmente de normas, sino que, por el contrario, la desviación era una parte importante de su estilo de vida. No ocultaban su interés por prácticas que los encasillaban como “jóvenes problemáticos”. Sabían que su forma de vestirse y comportarse les causaría problemas en el contexto de la aún muy conservadora sociedad hermosillense de esos años y, aun así, continuaban cultivando su desviación con orgullo y tenían argumentos para hacerlo; de ello trata el siguiente apartado.
Lo que unía a los Azules
Los Azules crearon su propia revista (Germen) donde difundían parte de sus ideas y posturas. Aunque sólo pude acceder al número dos (resguardado en el Archivo Histórico de la Universidad de Sonora), mantengo que de dicha revista puede derivarse parte de la estructura simbólica que dio cohesión al grupo. El eslogan de la revista Germen va en esa dirección: “Una nueva mirada para un nuevo mundo”, frase que se enmarcaba dentro de los cambios que estaban gestándose durante la época. Es decir, nos habla de las influencias del contexto global en las prácticas y discursos de los Azules.
Hay un artículo en el número dos de Germen cuyo título es “Pax y amour”6 y fue firmado por “R. Olvera”. Debe tratarse de Ricardo Olvera, mejor conocido como “el Hippie”, uno de los fundadores y miembros más reconocidos de los Azules. Este texto presenta contenidos interesantes, como, por ejemplo, una postura sobre los valores en los cuales debería sustentarse la experiencia humana:
Somos hijos del mismo destino, de la misma humanidad y amar al hombre es amar su destino. Somos hermanos para construir, para crear nuestro mundo; no haciendo Tlatelolcos ni Vietnams; ni alianzas para el progreso, ni despertando cada mañana pensando en el modo más efectivo de agandallar a mi competidor (Olvera, 1971: 1).
Este es un discurso que marca barreras con prácticas como la competencia y, en cambio, apoya relaciones sociales más afectivas y fraternales. Desde luego, no dejan de llamar la atención las referencias a eventos como la matanza de Tlatelolco, la guerra de Vietnam y la Alianza para el progreso,7 lo cual ejemplifica cierta conciencia sobre el contexto global del que formaban parte los miembros del grupo. Esto es, sus acciones tenían sentido más allá de sus experiencias locales y particulares. Más adelante, el artículo señala lo siguiente:
Tal parece que nos hemos asociado los hombres para destruirnos; que somos hermanos para nuestra destrucción. Y c[ó]mo va a haber “PAZ” en una sociedad como la nuestra, donde a la mayoría de los “asociados” no [les] alcanza ni [para] la papa indispensable, y donde el amor es prostituido por la falta de ella. Y donde los dirigentes se enorgullecen de su gran capacidad para engañar y explotar impunemente. Y ahora nos viene con su “PEACE & LOVE”, no hay pedo con nada, todo va bien (Olvera, 1971: 1).
Lo ya dicho, esta interpretación de la realidad censura valores competitivos. Ante ello, propone relaciones sociales sostenidas en significados contrarios, más fraternales. De manera explícita se utilizan palabras como “paz” y “amor” para exponer planteamientos políticos.
Sin embargo, aunque se esboce una postura que mantenía que las relaciones sociales deberían ser más afectivas, no estaba totalmente ausente de una actitud combativa. En ese sentido, el citado texto termina de la siguiente manera:
No nos dejemos engañar, no habrá paz en nuestro ánimo ni amor en nuestros corazones hasta que los conquistemos con nuestra lucha; hasta que no haya granaderos y soldados detrás de la “justicia”, hasta que no haya campesinos sin tierra, ni obreros sin fábrica (Olvera, 1971: 1-2).
Así, los integrantes del colectivo no parecen haber comprado los discursos que los colocaban como desviados, como sí sucede con otros sujetos que se aceptan como tales y buscan aprobación dentro de las dinámicas sociales de las que han sido excluidos. Los fragmentos del artículo de Olvera muestran que, para los Azules, sus posturas eran superiores a las prácticas y valores dominantes en su entorno, así como válidas o útiles para crear sociedades más justas.
Hay otro texto publicado en el mismo número de Germen que también tiene contenidos útiles para los objetivos de este artículo. Se trata de una colaboración de “B. Castro”, seguramente se refiere a Benjamín Castro, otro destacado azul. El título de este texto es interesante: “Apología de la generación perdida”. Aquí, Castro ubica a los Azules como parte de procesos generacionales (como ciertamente lo fueron el movimiento hippie y la contracultura) y los califica como “perdidos” por no encajar en los prototipos de comportamiento dominante en su entorno; es decir, el concepto “perdido” se utiliza para marcar desubicación, un no lugar en el mundo:
Si se juzga por no caber en los moldes actuales a esa gente [la generación perdida], sería como olvidar todas las fallas y afirmarse en el razonamiento absurdo de que “si tanto tiempo se ha estado así, se ha estado bien”. Pero si ellos sienten no tener fallas y las atacan simplemente no cometiéndolas, pueden entonces ellos juzgar y ser los que digan “egoístas”,“criminales”,“falsos hombres”, pero no lo hacen. Simplemente invitan a la esperanza. Sienten que pueden hacerlo. ¿Qué se necesita para cambiar si ya se siente todo el peso del error? Ellos, la generación perdida, los que no compiten, los que saben sonreír, los que dicen amarte (Castro, 1971: 1).
A mi parecer, este fragmento entra en la discusión sobre el tipo de prácticas sociales que deberían moldear las relaciones entre seres humanos. Castro muestra, además, su conocimiento de que el estilo de vida de los Azules no era bien visto por una parte de la sociedad de esos años, ya que no cabían “en los moldes actuales”. También destaca que, similar al texto de Olvera, el autor se defiende de la desviación en la que han sido colocados, ya que cree que son los valores y las prácticas dominantes de su entorno los que habría que dejar de reproducir, no los propios. Incluso cree que, debido a su aprecio por valores como la fraternidad y el amor, eran ellos -los Azules- quienes tenían más razones para criticar a los otros (“pueden entonces ellos juzgar y ser los que digan ‘egoístas’, ‘criminales’, ‘falsos hombres’, pero no lo hacen”). Así, siguiendo la categorización de Becker (2014), se entraba en la disputa por a qué tipo de comportamiento habría que asignarles la etiqueta de desviados.
En este artículo se encuentran más elementos para definir a la “generación perdida” de la que habla B. Castro:
¿qué son ellos […] los que solo ofrecen, los que piden el mundo?“Queremos el mundo y lo queremos ahora” MORRISON. ¿Qué sienten para hacer todo eso? O se negará basado en la ciencia, que tan mal se ha usado, el derecho a existir a unos hombres que, aunque no se comprendan, son hombres atendiendo el molde de origen (deseo de paz, necesidad de amor, búsqueda de verdad) (Castro, 1971: 1).
Se reafirma que al interior de los Azules había conciencia de que eran catalogados como desviados y se defendían ante ello, pero no solo eso: también hay contenidos interesantes sobre una interpretación según las cual, en esos momentos, el desarrollo de la sociedad se había pervertido y ellos intentaban corregirlo mediante un regreso al “molde de origen”. En ese sentido, el texto termina con la siguiente frase: “EL HOMBRE SIGUE SIENDO EL DIOS QUE SE PERDIÓ A SÍ MISMO” (Castro, 1971: 1).
El colectivo también relacionó sus planteamientos directamente a episodios de su entorno cercano. Por ejemplo, en la segunda página del mismo número de la revista Germen se reproduce, para criticar, una frase que se atribuyó a Jesús A. Corella (entonces candidato a presidente de la sociedad de alumnos de la Escuela Preparatoria de la Universidad de Sonora): “la preparatoria de la Uni-Son es un nido de mariguanos; tenemos que destruirlos”. Debido a que los Azules se ostentaban abiertamente como consumidores de mariguana y otras drogas, es comprensible que consideraran necesario responder a la declaración. En primer lugar, la reprodujeron -en tono cómico- bajo el título de “frase célebre para meditar”. Además, le añadieron una imagen muy cargada de poder simbólico: una esvástica nazi. La intención era disputar los significados con los que sería llenada una práctica concreta: en este caso, el consumo de mariguana. Además, es otro ejemplo de la hostilidad con la que fueron recibidas las prácticas de los Azules en el contexto local; en otras palabras, eran catalogadas como desviadas por algunos sectores de la sociedad hermosillense de esos años.
Parafraseando a Howard Becker (2014: 44), importan tanto los hechos concretos como los puntos de vista sobre la desviación. Las prácticas desviadas no son el resultado ineludible o “natural” de los actos realizados, sino de la forma en que se interpretan. En ese sentido, las posturas no son inmutables o definitivas y, además, están sometidas a constantes disputas. Así, para Jesús Corella, el consumo de mariguana era una práctica desviada (“tenemos que destruirlos”). Los Azules, en cambio, tuvieron su propia postura en la que desacreditaban dicha interpretación; de hecho, justo después de la declaración de Corrella aparece una frase de “un conocido sociólogo de la Uni-Son”:“actualmente, sólo los artistas y las personas que se drogan son verdaderamente libres” (Germen, 1971: 2).
Es importante mencionar que “el último escalón en la carrera de un desviado es integrarse a un grupo desviado organizado” (Becker, 2014: 56). Según mi propuesta, los Azules fueron uno de estos grupos, los cuales hacen de la desviación un estilo de vida y se agrupan en torno a ello. Así, los integrantes del colectivo crearon una “subcultura desviada”, esto es,“un conjunto de nociones y puntos de vista acerca de lo que es el mundo y cómo lidiar con él” (Becker, 2014: 56), con la cual llenaron de sentido sus prácticas y las justificaron.
La subcultura desviada de los Azules se compuso, en general, por prácticas y valores que desconocían la moralidad dominante en su entorno. Por ejemplo, se manifestaron en contra de la institución familiar monogámica y a favor del libre ejercicio de la sexualidad. Tuvieron expresiones de desprecio al trabajo formal a cambio de una revalorización del ocio y la recreación. Es decir, lo que cohesionó al grupo fue, entre otros aspectos, un fuerte rechazo a los comportamientos y las ideas tradicionales en torno a la vida humana, así como a los valores modernos de la productividad y la eficiencia.
Los Azules formaron identidades inéditas y muy particulares en medio de un entorno principalmente tradicional y conservador. Fueron evidencia de la indetenible ola de cambios que caracterizó la época. Incluso, como ya mencioné, llamaban a expandir sus prácticas y valores. Así, en el citado número dos de la revista Germen, se lee:
Somos el cisma; la negación; somos los que en nada creemos, los que esperan y no reciben; somos el cisma […] Estamos hartos del estereotipo, del tótem, del mito, del rito, de todo. No somos pesimistas, no somos anarquistas, somos el cisma […] Destruye al gusano que destruye tu mente, mátalo tú mismo. Piensa, destrúyete y libérate. Despierta al mundo nuevo, a la luz del nuevo concepto de vivir, vive ahora y juzga ahora. Mañana no existe y cuando llegue será hoy. Piensa y destruye (Otero, 1971: 8).8
¿Destruir qué? El tipo de sociedad en la que vivían. ¿Con qué pretendían remplazarlo? Con relaciones sociales basadas en el colectivo y en la libertad creativa, alejada de la productividad moderna (la cual, llevada al extremo, se convierte en un objetivo en sí mismo) y del individualismo liberal-burgués. Según mi propuesta, su interpretación compartida sobre la necesidad de tales cambios se convirtió en un factor de identidad que los agrupó. De manera conjunta, otro elemento cohesionador fue su acercamiento a las prácticas y los valores del movimiento hippie y de la contracultura. De esta forma, en el contexto especialmente complejo de las protestas y movilizaciones de la época, los Azules se acercaron a ese punto particular de la rebeldía juvenil del periodo y ello los unió y diferenció, incluso de otros grupos de jóvenes rebeldes en el Hermosillo de esos años (como los mencionados Activistas).
Reflexiones finales
Para finalizar, hay que reiterar que los Azules fueron un grupo de jóvenes que se inclinaron por prácticas y valores influenciados por el movimiento hippie y la contracultura de las décadas de 1960 y 1970, los cuales eran tendencias globales durante le época. Pero, al mismo tiempo, tales influencias cobraban sentido en el contexto local hermosillense. En términos de la sociología de la desviación, se trató de un colectivo que rompía reglas formales impuestas por el Estado y que tenían sanciones jurídicas específicas; entre éstas tenemos el consumo abierto de drogas. Además, también desconocían normas sociales informales, como la elección de patrones estéticos diferentes a los dominantes en la ciudad de Hermosillo, Sonora, durante los años setenta (la elección de cabello largo en los hombres, por ejemplo). Los integrantes del grupo fueron personas que no se alejaban ocasionalmente de las leyes y normas, sino que, por el contrario, una parte importante de su vida se definía en torno a valores y prácticas desviadas. Es decir, se trató de uno de esos grupos que “hacen de la desviación un modo de vida [y] organiza su identidad alrededor de ello” (Becker, 2014: 49).
Para los miembros del grupo fue más fácil alejarse del cumplimiento de normas sociales debido a que lo hicieron en colectivo. Como lo menciona Becker,“los grupos desviados tienden a racionalizar su posición más que los individuos desviados aisladamente” (Becker, 2014: 56). La desviación grupal suele generar una racionalidad propia del mundo, la cual justifica la desviación y contraargumenta las posturas opuestas (Becker, 2014: 57). Algo similar sucedió con los Azules y, en consecuencia, ello hizo más manejable la hostilidad ante sus comportamientos e interpretaciones de lo social.
Cabe destacar que las prácticas del colectivo diferían de las más comunes en su contexto cercano y, en consecuencia, cumplían la función de distinguirlos. Podríamos decir que constituían marcos de diferenciación social expresados a través de la vestimenta y del performance. Ante las prácticas y los valores dominantes que los rodeaban, los Azules hicieron suyos elementos que los apartaban del entorno conservador en el que se desenvolvieron. En algunos aspectos, representaron una verdadera sacudida a la sociedad hermosillense de los años setenta.
Para quienes se interesen en la historia del colectivo, dejo enlistados dos puntos que podría ser interesante investigar en próximos acercamientos a la temática: si bien hubo interpretaciones de lo social compartidas entre quienes formaron parte de los Azules, también es probable que hubiera diferentes posturas al interior, como matices sobre algunos aspectos particulares. Así, cabe la posibilidad de que hayan existido diferentes posiciones entre los Azules, algunas más generalizadas y otras más marginales o, siguiendo los valores dominantes al interior del grupo, desviadas. Por otra parte, se podría indagar en los cambios de valores y prácticas en el colectivo a lo largo de su periodo de existencia, así como la pertenencia a otras organizaciones entre algunos de sus miembros. Ese fue el caso de Rubén Duarte Rodríguez (QEPD), quien, además de ser azul, militó en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), una organización socialista de corte trotskista. En sus inicios, el PRT se encontraba en la clandestinidad, por lo cual había una estructura de organización jerárquica que sus militantes debían respetar con mucha disciplina. Desde luego, ello contrasta con la horizontalidad interna de los Azules. Duarte fue militante del PRT (o uno de sus antecedentes organizativos) mientras también era parte de los Azules.
Desde mi perspectiva, estos puntos no serían una negación de mi postura sobre los Azules como un grupo desviado (según el contexto hermosillense de los años setenta) y cohesionado en torno a valores como la libertad y la importancia de lo colectivo. Más bien creo que se trata de ventanas de oportunidad para complejizar lo expresado en este texto a través del análisis de aspectos que, por las limitaciones y, a la vez, necesidad de acotar cada investigación, no pude tratar en esta ocasión. Quienes busquen definiciones completamente tersas, lógicas y coherentes, de manera reiterada se toparán con una realidad social que es cambiante, diversa y hasta contradictoria.