Introducción
El propósito de este artículo es abordar las emociones y representaciones que se desarrollan en el contexto de fraccionamientos de vivienda de interés social, construidos masivamente durante la primera década del siglo XXI y que, en la actualidad, están siendo ocupados de manera emergente a través de procesos de invasión. Para lograr esto, se pone la atención en los residentes que participan en estos procesos y se incorporan sus experiencias, expectativas y vivencias cotidianas con la intención de hacer visibles aspectos que trascienden lo físico y que son el resultado de políticas públicas enmarcadas en un modelo económico neoliberal.
Reconocer la necesidad de considerar las emociones y las representaciones del acto de habitar, da pie a la inclusión de aspectos que a menudo se pasan por alto cuando se analizan los procesos de urbanización y de vida en las ciudades, especialmente en zonas con un alto número de viviendas deshabitadas.
En este sentido, cuando se habla de habitar no se refiere únicamente al aspecto estricto de alojarse, sino también a los vínculos que se generan con los seres que están alrededor (Mansur, 2017). En definitiva, “el acto de habitar supondría un escenario material, funcional y técnico, a la vez que un acontecimiento y una experiencia; un acto simbólico característico de nuestra propia esencia y que deviene hogar e identidad” (Pedrero, 2018, p. 296). Asimismo, otras definiciones —que van más allá de alojar y de la relación con el hogar— llevan el concepto a la relación del sujeto y sus procesos para dotar de significado el espacio, es decir, a su presencia en un lugar, y entienden el habitar como:
Un conjunto de prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden espacio-temporal, al mismo tiempo reconociéndolo y estableciéndolo. Se trata de reconocer un orden, situarse adentro de él, y establecer un orden propio. Es el proceso mediante el cual el sujeto se sitúa en el centro de unas coordenadas espacio-temporales, mediante su percepción y su relación con el entorno que lo rodea ahí, que las interacciones y prácticas de los sujetos en un espacio determinado son necesarias para construir el habitar. (Giglia, 2012, p. 13)
Al considerar el proceso de habitar como una condición que no solo se inscribe en el plano de lo físico, sino que trasciende hacia el plano de lo simbólico en donde los sujetos tienen la necesidad de ser reconocidos en el proceso de interacción con los otros que en su conjunto determinan un contexto de vida, es importante delimitar el alcance de la propia interacción social, que según Goffman (1991): “Puede definirse en un sentido estricto como aquella que se da exclusivamente en las situaciones sociales, es decir, en las que dos o más individuos se hayan en presencia de sus respuestas físicas respectivas” (p. 173). Por lo demás, el abordaje de las interacciones desde el enfoque de la sociología fenomenológica requiere, de acuerdo con Rizo (2006), de una estrecha vinculación con otro concepto fundamental para comenzar a comprenderlas: la intersubjetividad, concepto que refiere a la relación entre el yo y el otro, que se dirige hacia una relación dialéctica que se sitúa como el principio básico de toda realidad social.
Dado que el acto de habitar implica necesariamente una interacción y, por ende, se refiere a un proceso subjetivo, surge la necesidad de investigar los efectos que esto tiene en los individuos. Para ello, se debe considerar que las emociones “suponen una tendencia o impulso a actuar y enfrentarnos a la vida cotidiana” (Ortega, 2010, p. 464), y que tienen un proceso dinámico, en tanto “no son procesos estáticos, sino que van cambiando en función de las demandas del entorno, por acción de la experiencia personal y social” (García et al., 2003, p. 43).
Por lo tanto, al explorar las perspectivas, interacciones y emociones de aquellos que residen en viviendas de interés social —en estado de abandono y a raíz de un proceso de invasión— se alude a las condiciones que influyen en la construcción del concepto hogar, es decir, a la vida diaria de estas personas. Esto permite analizar, desde una perspectiva menos explorada en los estudios urbanos, los impactos de las políticas neoliberales de urbanización en cuanto a formas diferentes de ocupar viviendas de interés social como son los procesos de invasión.
Para llevar a cabo esta investigación, se realizaron veintiséis entrevistas en profundidad a personas que han invadido, y hoy habitan, viviendas de interés social en el sur oriente de Ciudad Juárez. Además, se desarrollaron observaciones no participantes en varios fraccionamientos de la zona, que se caracterizan por un alto número de viviendas deshabitadas, según los datos del censo de población y vivienda 2020 proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) (2021).
El análisis de los datos recopilados se realizó utilizando el software de análisis cualitativo ATLAS.Ti., versión 23. Este análisis permitió identificar patrones y conexiones en la información, y determinar los puntos en los que se alcanzó la saturación de datos. Además, el análisis se complementó con notas detalladas de las observaciones, lo que en conjunto permitió cumplir con los objetivos de esta investigación.
1. El abordaje cualitativo de la vivienda y del habitar
Con la intención de indagar de manera general en las viviendas de interés social, su habitar, los sujetos y su sentir, en este apartado se presentan diversas investigaciones —desarrolladas en contextos múltiples— que permiten conocer otras formas de aproximarse al tema con la finalidad de ampliar el contexto y conocer los objetivos, métodos y resultados obtenidos.
El trabajo de Colin (2017) titulado “La nostalgia en la producción urbana: La defensa de Barrios en Santiago de Chile” muestra cómo se viven y perciben cotidianamente los procesos de destrucción y construcción constante de la ciudad ante la presión inmobiliaria por los habitantes en la comuna de Santiago Centro (Chile). Mediante la aplicación del enfoque cualitativo, el trabajo genera el análisis de la nostalgia a partir de los cambios urbanos.
En otro contexto, Esquivel (2008) en su trabajo “Conjuntos habitacionales, imaginarios de la vida colectiva” explica cómo los habitantes de viviendas de interés social en conjuntos habitacionales de la Ciudad de México han visto confrontado el imaginario de la vida colectiva con una realidad compleja caracterizada por espacios conflictivos y deteriorados. Con la aplicación del enfoque cualitativo, analiza las narrativas de los residentes de conjuntos habitacionales y saca conclusiones que detallan la dificultad en la organización colectiva, las relaciones vecinales complejas y la anteposición de prácticas e intereses privados sobre el bien común.
Por su parte, Espinosa et al. (2015) en su trabajo “Narrativas sobre el lugar: Habitar una vivienda de interés social en la periferia urbana” aborda la experiencia de habitar el desarrollo urbano de una zona periférica de Morelia, México. Para ello, mediante un enfoque mixto aborda tres dimensiones diferentes: experiencia de vida (y su contraste con el lugar de residencia anterior), vida cotidiana y relaciones vecinales. Como consecuencia, reconoce la existencia de incertidumbre sobre la mejora en la calidad de vida de los residentes, pues desconocen su entorno y las posibles de relaciones que puedan establecerse. Asimismo, el trabajo destaca los sentimientos expresados por los residentes al comparar sus experiencias pasadas con su situación actual en términos de vivienda, en donde el anhelo por adquirir una vivienda propia como patrimonio es una constante.
Finalmente, en el trabajo presentado por Barreto et al. (2015) “Vivienda social y estrategias de sobrevivencia: Soluciones adecuadas a partir de un estudio de caso (resistencia, argentina, 2013)” se analiza, mediante la investigación cualitativa y documental, como es que las viviendas de interés social en el barrio de Resistencia, Argentina, carecen de elementos adecuados para satisfacer las necesidades de los habitantes, generando efectos negativos en su calidad de vida y en las condiciones de habitabilidad de dichas viviendas.
Todos estos casos permiten visualizar las perspectivas que los habitantes construyen a través de sus relatos, prácticas y emociones, y dan pautas para hacer visibles otros elementos derivados de la idea de habitar espacios, cuyas características y dinámicas construyen realidades particulares. El análisis de las viviendas de interés social, sus residentes y sus interacciones con el entorno urbano adquiere una relevancia crucial para comprender los impactos de las políticas habitacionales, especialmente en el contexto del modelo económico neoliberal. Las dinámicas habitacionales constituyen elementos fundamentales para abordar las realidades y la configuración de las ciudades contemporáneas, así como para identificar posibles soluciones a los desafíos existentes.
Los habitantes de viviendas sociales son actores principales con necesidades, aspiraciones y expectativas que deben ser consideradas en cualquier enfoque de política pública. A pesar de su situación excluyente, forman parte integral de la vida urbana y, por lo tanto, el análisis de su situación es esencial para comprender la complejidad de los contextos urbanos actuales.
Si bien este trabajo tiene como finalidad analizar el impacto cualitativo de los procesos de invasión de vivienda en los residentes, es importante destacar que, en el caso específico de Ciudad Juárez, algunos trabajos como los de Valdivia y Calderón (2009), Caraveo (2009) y López y Peña (2016) dan cuenta de la tradición de estudiar la vivienda a través de problemas asociados a la adquisición mediante la invasión de suelo urbano, los asentamientos irregulares y la sobre oferta de vivienda de interés social en la ciudad.
2. La política de vivienda en México: Desde sus inicios hasta su alineación neoliberal
Para generar un contexto que permita comprender la política de vivienda social en México, en el marco del modelo económico neoliberal, es necesario distinguir cuatro etapas:
Época temprana (1917-1963)
Bases de la política actual (1972-1983)
Raíces del neoliberalismo (1992-1995)
Inserción de la vivienda social al mercado inmobiliario y privatización de la gestión de la vivienda social (2001-actualidad).
El inicio de la primera etapa se ancla en la Constitución de 1917 que obliga a los patrones a dotar de vivienda a sus trabajadores. Luego, en 1925 la Dirección de Pensiones Civiles atendió la demanda de vivienda de los empleados federales y en 1932 se publicó el certamen “Vivienda Obrera” que concluyó en el diseño de una vivienda tipo para brindar mejores condiciones de vida a sus moradores. Años después, en 1943, se fundó el Instituto Mexicano del Seguro Social que emitió una incipiente política de vivienda que favoreció solo al reducido grupo de sus derechohabientes. La creación, en 1963, del Financiamiento Bancario a la Vivienda dirigió sus acciones a satisfacer la demanda de los sectores medios de la población; hasta entonces, ninguna política había sido capaz de formular programas de mayor cobertura en cuanto a grupos de población y territorio.
Ya en el marco de la segunda etapa, en 1972 se fundan el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) y el Fondo de la Vivienda del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (Fovissste). Ambas instituciones prevalecen hasta la fecha y mantienen una línea histórica con diversos matices en cuanto a programas de financiamiento de la vivienda social. En 1983, tras la emisión de la Ley Federal de Vivienda, el derecho a la vivienda se elevó a rango constitucional y se estableció como garantía individual.
Los acontecimientos importantes de la tercera etapa tomaron una dirección política ya marcada con bases neoliberales e iniciaron con la emisión del “Programa Nacional de Vivienda 1990-1994” (1990), que incorporó al sector privado a la actividad habitacional del Estado y desreguló los procesos. En 1992 con la transformación del Infonavit y Fovissste en entes financieros se dio pauta a la incursión de la vivienda social en el mercado inmobiliario. Ese mismo año, tras la modificación del artículo 27 de la constitución, se permitió la comercialización de los ejidos, medida que dio lugar a la especulación del suelo. Poco después se implementó el “Programa de Vivienda 1995-2000” (1996), que sentó las bases de la política actual al operar bajo seis líneas estratégicas: i) el fortalecimiento institucional; ii) el mejoramiento y ampliación de los servicios de financiamiento; iii) la desregulación y desgravación en la titulación de la vivienda; iv) la disposición de suelo para vivienda; v) la promoción de la autoconstrucción y mejoramiento de la vivienda rural y urbana; y, vi) por último, el fomento tecnológico.
Finalmente, en la cuarta etapa, las estrategias del “Programa Sectorial de Vivienda 2001-2006” (2002) hicieron evidente su alineación a las políticas del Banco Mundial al privilegiar indicadores cuantitativos aun cuando en el discurso se sostuviera lo contrario. El programa introdujo un nuevo producto dirigido a sectores de población hasta antes no atendidos: la vivienda económica, de tan solo 31 m². Además, fortaleció al sector privado al fundar la Comisión Nacional para el Fomento a la Vivienda (Conafovi), integrada por productores de vivienda del sector privado y miembros del Consejo de Infonavit, principal promotor de la vivienda social en México. En esta línea se emitió la Ley de Vivienda de 2006, instrumento en el que se dispuso que la Comisión Nacional de Vivienda, sustituyera a la Conafovi, formalizando de esta forma la participación del sector privado en la producción de vivienda social; participación que, en los hechos, se venía dando hace años. El “Programa Nacional de Vivienda 2007-2012” (2008) fue la prolongación de las políticas adoptadas en el programa anterior, pero insertó de manera más clara la atención a la problemática habitacional en el “Plan Nacional de Desarrollo” de ese mismo periodo.
Todo lo anterior desató una dinámica inusitada de producción de vivienda social con parámetros dictados por el sector privado —con la anuencia del sector público— que derivó en situaciones desfavorables como el crecimiento disperso y desarticulado de las ciudades, el alto número de viviendas abandonadas y la depreciación de su valor patrimonial, el deterioro de las condiciones de vida de sus moradores y otros fenómenos sociales como la segregación, la polarización social y el debilitamiento de las redes familiares y de identidad.
Tratando de corregir aquellos impactos adversos surgió el “Programa Nacional de Vivienda 2014- 2018” (2014), que a grandes rasgos tenía como objetivo fortalecer la coordinación entre instituciones para garantizar créditos de calidad que promuevan viviendas mejor ubicadas, con mayor superficie y mejores servicios. Sin embargo, su implementación no implicó disminuir la injerencia del sector privado en la producción de la vivienda social y, al igual que en los casos anteriores, el programa se inclinó hacia los indicadores cuantitativos dejando de lado lo cualitativo: los efectos de la relación entre el individuo y el espacio que habita.
A fin de aportar con elementos que permitan dimensionar la magnitud del impacto de las políticas de vivienda en México, específicamente en el municipio de Juárez, se observa que, entre 2002 y 2010 se construyeron 161,357 viviendas en el municipio, de las cuales un 88% (141,620) fueron de interés social, es decir, construidas producto de las políticas de vivienda de esos años. Cabe destacar que en ellas podrían alojar 546,653 personas, lo que equivale al 41% de la población de Juárez para el 2010. En este sentido, si se considera que para ese mismo año el parque habitacional total del municipio constaba de 467,151 unidades, el número de unidades de vivienda social producidas en ese periodo representó un 30 % del total. En otras palabras: en menos de una década en el municipio de Juárez se edificó una ciudad para más de medio millón de habitantes, desarticulada, con carencias de equipamiento, sin acceso a servicios y con infraestructura de baja calidad. Todo ello adquiere significado cuando se da cuenta de que, para el 2010, el 24% de esas viviendas estaban desocupadas. La cifra aumenta a 34% en el suroriente del municipio, área en que se edificaron los fraccionamientos de vivienda social motivo de este estudio. Estas cifras demuestran el fracaso de las políticas de corte neoliberal, fracaso que —para algunos autores como Eibenschutz (2013)— es irreversible.
3. Breve aproximación al suroriente de Ciudad Juárez
Ciudad Juárez se ubica en el norte de México, en el estado de Chihuahua, en la frontera con Estados Unidos. Su origen se remonta a 1659 con la fundación del asentamiento nombrado Nuestra Señora de Guadalupe de los Indios Mansos del Paso del Río del Norte. Es una de las ciudades más importantes de la región fronteriza entre México y Estados Unidos y es, además, la urbe más poblada del estado con un total de 1,501,551 habitantes según el censo de población y vivienda del 2020 (Inegi, 2021).
La ciudad se encuentra en la zona de los desiertos de América del Norte, caracterizada por un clima seco con veranos muy calurosos e inviernos relativamente fríos. La topografía de la zona es predominantemente plana y presenta colindancias al oeste con la cadena montañosa sierra de Juárez.
En lo que concierne al área de estudio y de acuerdo con el “Diagnóstico de la zona periurbana de Ciudad Juárez” elaborado por el Instituto Municipal de Investigación y Planeación (Imip) (2018), el polígono del suroriente —considerado zona periurbana con servicios— comprende un total de 9,840 hectáreas (imagen 1) y en él existen cinco planes parciales: zona sur lote-bravo, oriente zaragoza, barreal oriente san isidro, oriente XXI y oriente XXI 2da etapa.
De acuerdo con el Imip (2018), en el polígono hay 124 asentamientos, entre colonias y fraccionamientos de interés social, estos últimos desarrollados principalmente en el primer quinquenio del siglo
XXI. Además, según los datos del censo de 2020, generados a través de la plataforma digital del Inegi “Espacio y datos de México”, la zona suroriente de la ciudad cuenta con 311,803 habitantes (49% mujeres y 51% hombres) y con 102,471 viviendas, de las cuales el 10% (10,247) están deshabitadas, lo que equivale al 15% del total de las viviendas deshabitadas en la ciudad. Con todo, el número de viviendas deshabitadas en la zona presenta una disminución del 24% si se considera que para 2010 la cifra alcanzaba el 34%.
Para esta investigación se trabajó en un 9% del total de fraccionamientos en el polígono suroriente (véase imagen 2). Los fraccionamientos analizados son:
Oriente XXI Roma
Senderos del Sol
Los Arcos
Parajes de San José
Lomas del Desierto II
Urbivilla del Cedro
Parajes de San Isidro II
Villas de Alcalá
Senderos de San Isidro
Vistas de Zaragoza
Valle de Allende
En dichos fraccionamientos se contabilizaron 4,136 viviendas deshabitadas, lo que constituye el 40% del total de viviendas en esta condición dentro del polígono, y 64,952 habitantes, que representan el 20% del total de habitantes en la zona suroriente (Inegi, 2020).
Estos datos dan cuenta de la llegada de habitantes a una zona que ha tenido históricamente un alto grado de viviendas deshabitadas, que ha estado segregada de la mancha urbana, y que se caracteriza no solo por altos índices de violencia en comparación con el resto de la ciudad, sino también por una falta generalizada de equipamiento y servicios.
Cabe destacar, además, que esta nueva ola de habitantes se ha caracterizado por la aparición de nuevas formas de ocupación de las viviendas de interés social, como la invasión, proceso que se incrementó en el periodo pospandemia. Es fundamental relevar que estas nuevas formas de ocupación no se reflejan en los datos estadísticos oficiales, ya que las clasificaciones censales únicamente distinguen entre viviendas particulares habitadas y viviendas particulares no habitadas (deshabitadas).
4. Metodología del estudio
Este trabajo propone un enfoque cualitativo que compila, sistematiza y analiza las manifestaciones de los residentes que han invadido viviendas de interés social respecto a sus percepciones y emociones sobre su entorno urbano de vida, toda vez que con este enfoque “se tiene una herramienta para entrar en la profundidad de los sentimientos” (Behar, 2008, p. 38). Además, el enfoque cualitativo “se interesa por captar la realidad social a través de la mirada de la gente que está siendo estudiada, es decir, a partir de la percepción que tiene el sujeto de su propio contexto” (Sánchez & Murillo, 2021, p. 154). Asimismo, mediante la aplicación del método fenomenológico para el abordaje de la realidad se busca indagar en las experiencias de los sujetos tal como son vividas (Tracy, 2020), dando prioridad a la construcción social de la realidad a partir de las percepciones de los sujetos entrevistados.
Para ello, entre octubre y diciembre de 2022 se realizaron entrevistas en profundidad a aquellos residentes de la zona que manifestaron haber habitado la vivienda social durante el último año. En total, se realizaron veintiséis entrevistas distribuidas en once fraccionamientos. Las entrevistas fueron realizadas in situ en horarios y días diversos con citas previamente acordadas, en donde la utilización de redes de contactos por parte de los propios entrevistados fue un factor clave que facilitó la inmersión en el contexto y la generación de vínculos para realizar el trabajo de campo y determinar los fraccionamientos seleccionados.
La distribución de los entrevistados se muestra en la tabla 1:
Número | Género | Edad | Ocupación | Fraccionamiento |
---|---|---|---|---|
1 | Masculino | 60 | Operador de producción maquiladora | Lomas del Desierto II |
2 | Masculino | 58 | Vendedor ambulante | Lomas del Desierto II |
3 | Masculino | 32 | Vendedor ambulante | Los Arcos |
4 | Masculino | 39 | Vendedor ambulante | Los Arcos |
5 | Masculino | 29 | Operador de producción maquiladora | Oriente XXI Roma |
6 | Masculino | 40 | Pepenador | Oriente XXI Roma |
7 | Masculino | 46 | Albañil | Parajes de San Isidro II |
8 | Masculino | 50 | No respondió | Parajes de San Isidro II |
9 | Masculino | 46 | Vendedor ambulante | Parajes de San José |
10 | Masculino | 30 | Desempleado | Parajes de San José |
11 | Masculino | 50 | Operador de producción maquiladora | Senderos de San Isidro |
12 | Masculino | 58 | Operador de producción maquiladora | Senderos de San Isidro |
13 | Masculino | 57 | Vendedor ambulante | Senderos de San Isidro |
14 | Masculino | 29 | Pepenador | Senderos del Sol |
15 | Masculino | 37 | Aprendiz mecánico | Senderos del Sol |
16 | Masculino | 25 | Albañil | Senderos del Sol |
17 | Masculino | 32 | Guardia | Urbivilla del Cedro |
18 | Masculino | 36 | No respondió | Urbivilla del Cedro |
19 | Masculino | 40 | Estibador | Urbivilla del Cedro |
20 | Masculino | 50 | Reciclador | Valle de Allende |
21 | Masculino | 38 | Vendedor ambulante | Villas de Alcalá |
22 | Masculino | 42 | Vendedor ambulante | Villas de Alcalá |
23 | Masculino | 44 | Albañil | Villas de Alcalá |
24 | Masculino | 58 | Vendedor ambulante | Vistas de Zaragoza |
25 | Masculino | 49 | Pepenador | Vistas de Zaragoza |
26 | Masculino | 35 | Maquiladora | Vistas de Zaragoza |
Fuente: Elaboración propia
Es importante mencionar, que, debido a las características en las formas de ocupar la vivienda y el contexto de violencia que está vigente en la zona, fue indispensable desarrollar un proceso de socialización previo que permitiera establecer contactos sólidos en los fraccionamientos de los entrevistados hasta lograr el punto de saturación en el contenido compilado. Asimismo, ese contexto fue condicionante para que fueran exclusivamente hombres quienes atendieran la entrevista, pues bien, aunque se observó la presencia de mujeres en las viviendas, siempre se presentó a los hombres como los actores a responder, incluso alentados por las mujeres.
Por otro lado, en lo que refiere a la observación no participante, esta metodología sirvió como referente para dimensionar los relatos de los entrevistados. En este sentido, la observación permitió documentar prácticas, contextos y perspectivas que de otro modo no hubiese sido posible conocer. Las visitas y los recorridos se efectuaron durante los días de entrevista, pues, en general, los entrevistados sugerían recorridos (sin participar) pensados bajo una lógica de seguridad que asegurara no representar una amenaza en la zona.
5. Habitar en contextos de abandono
La información obtenida en las entrevistas y levantada en los recorridos en campo da cuenta de una característica innegable del área analizada: la presencia de viviendas deshabitadas. A pesar de que, como se mencionó, ha habido una disminución en el porcentaje de viviendas desocupadas en la zona, esta realidad persiste en diferentes grados en los diversos fraccionamientos explorados. La reducción en el número de viviendas deshabitadas se relaciona con un fenómeno de interés que explica en gran medida esta dinámica: la llegada de nuevos habitantes.
Este fenómeno plantea preguntas importantes acerca de quiénes son estos nuevos habitantes y por qué han optado por establecerse en una zona que históricamente carecía de población residente. En una región que durante mucho tiempo estuvo marcada por la ausencia de habitantes, ahora se están desarrollando nuevas dinámicas de ocupación. Esto incluye la ocupación no autorizada de viviendas de interés social.
Si bien este fenómeno se ha identificado en investigaciones como la “determinación de indicadores, diseño de metodología e instrumentos de medición para caracterizar la movilidad social de residentes/ propietarios de viviendas de interés social producidas en el marco de los programas gubernamentales de vivienda, 2002-2010” (Maycotte, 2012) y “el estado actual de la vivienda desocupada en la zona suroriente del municipio de Juárez, Chihuahua” (Maycotte et al., 2020),la frecuencia de aparición de viviendas invadidas durante el desarrollo de este trabajo constituye un factor importante para explicar la disminución de viviendas deshabitadas en la zona.
Asimismo, es importante mencionar que las viviendas habitadas bajo el proceso de invasión, regularmente, tienen tipologías de precariedad, pues en su mayoría han sido vandalizadas anteriormente y carecen del acceso formal a servicios (véase imagen 3). Esta situación sumada al contexto desfavorable de la zona vuelve aún más compleja la habitabilidad.
Si bien la invasión como forma de ocupar la vivienda “supone una relación problemática con el orden jurídico formalmente vigente en la sociedad” (Canestraro, 2013, p. 252) —y que para el caso mexicano es sancionable acorde al artículo 395 del Código Penal Federal de 1931— es también “una de las tantas modalidades de acceso al espacio urbano en la ciudad” (Verón, 2014, p. 42). Por ello resulta necesario realizar un acercamiento profundo a los aspectos subjetivos de los nuevos habitantes, especialmente por tratarse de un repoblamiento que otorga nuevas características al entorno y marca la pauta para otras formas de interacción y percepción del espacio.
En este contexto, es innegable la importancia del deseo de los nuevos habitantes de adquirir un patrimonio. Cuando se les pregunta cómo perciben su nueva vida, inmediatamente surgen comparaciones con las interacciones sociales que tenían en sus lugares de residencia anteriores. A pesar de que la ocupación de viviendas generalmente se promueve a través de redes de amigos o familiares que ya han llegado a la zona, se manifiesta una falta de interacción social, pues los nuevos habitantes se conciben excluidos por otros residentes de la zona que no adquirieron sus viviendas vía invasión. Esto, sumado a la carencia de espacios adecuados para la convivencia, la inseguridad en el entorno y una sensación de aislamiento del resto de la ciudad, provocan una percepción de soledad en los entrevistados.
La soledad “es un fenómeno multidimensional, psicológico y potencialmente estresante; resultado de carencias afectivas, sociales y/o físicas, reales o percibidas, que tiene un impacto diferencial sobre el funcionamiento de la salud física y psicológica del sujeto” (Montero & Sánchez, 2001, p. 21). Al ser una experiencia subjetiva, el contexto en que se encuentran los entrevistados es determinante, pues ellos, para realizar valoraciones sobre su propia condición, parten de los elementos que caracterizan el entorno. En ese ejercicio, se rescatan dos elementos espaciales de importancia “el espacio perceptivo: de acción inmediata; es fundamental para su identidad como persona y el espacio existencial: que forma para el ser humano la imagen estable del medio ambiente que lo rodea; le hace pertenecer a una totalidad social y cultural” (Norberg-Schulz, 1980, p. 25).
La soledad no se limita únicamente a la ausencia de compañía física, también involucra aspectos emocionales y sociales. Esto significa que la percepción de soledad de los entrevistados puede derivar de diversos factores, como la falta de interacción social, la carencia de conexiones afectivas significativas o incluso la ausencia de un entorno espacial en el que uno se sienta acompañado. Asimismo, la soledad puede ser considerada “un fenómeno multidimensional que varía en intensidad, causas y circunstancias en las que se presenta” (Carvajal & Caro, 2009, p. 286), o bien, como una concepción teórica que se define como “un mecanismo de retroalimentación adaptativo que informa al sujeto sobre el nivel de estimulación de interacción social que está recibiendo, en términos de cantidad y forma” (Montero & Sánchez, 2001, p. 20).
Si bien la complejidad del fenómeno de la soledad impide un abordaje único —por la diversidad de factores espaciales, físicos y subjetivos que la componen—, en este caso, con la recopilación de los relatos y las observaciones de campo, la soledad se percibe como una condición que encuentra un punto de partida físico alentado por el contexto de vida y que repercute en la condición social de los entrevistados, lo que añade un elemento más al cuestionamiento sobre la habitabilidad de la zona.
Hay calles completas en las que se ven una o dos casas con gente. Aquí nosotros ya somos algunos, pues hemos llegado aquí al menos cinco casas, tampoco es que estuvieran todas las casas llenas porque también muchos se van a otros lados, tampoco es que hablemos mucho pues por el trabajo casi nunca hay nadie… Antes de venirme a vivir aquí las cosas eran diferentes, donde yo vivía conocía a la gente y le hablaba, se veía más movimiento, gente en los parques o en la calle siempre en las tardes, y ahora pues nada de eso. Pienso que estoy bien porque tengo donde vivir y porque pues no está tan mal, pero de todos modos es como sentirse inseguro y solo, sobre todo eso y pues lejos de todo, ¿no? (Entrevistado 4, comunicación personal, 13 de octubre de 2022).
Cuando en el trabajo platican sobre sus vecinos, si se llevan bien o mal, o cualquier cosa de donde viven, yo siempre pienso en si mis cosas estarán en mi casa cuando llegue. Vive una persona más aquí en esta calle, pero tampoco está nunca, como yo, trabaja en la maquila. Yo sé que estamos aquí por voluntad, tampoco es que pues tenga muchas opciones, pero de todo lo que puede estar mal aquí, pues estar solos si preocupa, casi siempre cuando mi esposa descansa, preferimos que trabaje pues por eso de que está totalmente solo, totalmente inseguro y cuando está la policía nomás es para fregarse a los chavos de las otras calles, pero pues que hace uno (Entrevistado 26, comunicación personal, 5 de noviembre de 2022).
La falta de interacción y la carencia de espacios adecuados para ello son elementos recurrentes que contribuyen a la percepción de soledad, la que puede causar impactos físicos y emocionales en un individuo. Más allá de la presencia de otros residentes en el sector, son las dinámicas cotidianas de los habitantes en contexto de segregación urbana las que limitan la posibilidad de interactuar con los demás. En un entorno donde la interacción social se ve distorsionada y donde abundan las viviendas deshabitadas, es esencial reconsiderar cómo se construyen las realidades sociales a través de las interacciones. En un escenario como ese, las personas con las que puede darse un encuentro no forman parte habitual de su vida cotidiana, lo que deviene en la ausencia de una red social sólida y de una oportunidad de establecer conexiones significativas.
Quienes buscan habitar viviendas deshabitadas mediante la invasión se enfrentan a circunstancias que dificultan la formación de relaciones y la aceptación de los demás, ya que carecen de un entorno propicio para que estas interacciones se produzcan de manera natural, además de ser señalados como diferentes por quienes residen en ese lugar por vías institucionales. En última instancia, la posibilidad de interacción se presenta con quienes al igual que ellos, habitan una vivienda vía invasión y, en la mayoría de los casos, la invasión es un proceso inestable e itinerante.
6. La resistencia al abandono ante el deseo de patrimonio
Además de la sensación de soledad, otro aspecto importante a considerar es la resistencia al abandono de las viviendas invadidas. Es común observar movilidad dentro del mismo fraccionamiento o en áreas urbanas cercanas, ya que los ocupantes buscan mejores condiciones de vida, pero siempre en el marco de la invasión de viviendas deshabitadas. La investigación también advirtió que dicha movilidad se ha producido por desplazamientos institucionales relacionados con procesos de recuperación de viviendas en los fraccionamientos de interés social en el suroriente. Por lo tanto, los entrevistados, además de lidiar con la soledad, tratan de resistir el abandono debido al anhelo de adquirir una propiedad, un deseo que persiste sin importar el contexto de vida en el que se encuentren o las implicaciones legales que esto represente.
Dicha resistencia al abandono no obedece a significados o identidades de su contexto de vida actual que favorezcan al arraigo de la vivienda como elemento simbólico, sino al referente significativo que tiene la vivienda como único patrimonio factible que puede ser preservado en el tiempo. Sin embargo, este interés por la propiedad se ve acompañado por una percepción de riesgo toda vez que “para el residente, los esfuerzos físicos, materiales y psicológicos invertidos en la lucha por la estabilidad residencial, coexisten con la zozobra ante el riesgo de desalojo de su vivienda, lo cual lo obliga a vivir en un estado de incertidumbre, provisionalidad, de anticipación de movilidad, cuando lo que anhela es estabilidad” (Wiesenfeld, 1998, p. 36; véase imagen 4). En este sentido, los entrevistados señalan:
Yo, simplemente por decirle, esta es la tercera casa que agarro aquí en lo que viene siendo pues la zona, de las otras dos me corrieron, aquí ya tengo lo que va del año (2022). No es que mi casa esté muy bien claro que me gustaría algo mejor, pero como ya tengo la experiencia de las otras dos, uno la piensa para meterle… es el miedo pues, pero ahí la llevo, algo que deseaba pues que uno quiere para su familia es una casa y pues encontré la oportunidad por así decirle (Entrevistado 10, comunicación personal, 14 de noviembre de 2022). No es que aquí sea lo que uno quiere, sino lo que uno puede tener, o sea tampoco reniego pues porque aquí, este, si pues encontramos donde vivir, por así decirle. Es lo que uno puede tener, esto es lo que tenemos y pues esto es lo que uno quisiera para los hijos, aunque sé que no es seguro, ¿verdad? Pero pues nomás vea, si aquí sobran [casas] por qué no dejar que se meta la gente, ¿no? (Entrevistado 19, comunicación personal, 29 de noviembre de 2022).
De esta forma, la resistencia a abandonar las viviendas invadidas en el suroriente de Ciudad Juárez —sector cada vez más complejo y difuso por la violencia desmedida en la zona y la construcción de más viviendas para después quedarse en el abandono— se erige como la resistencia a dejar la única oportunidad tangible de patrimonio duradero. El contexto de precariedad y marginación que caracteriza a la mayoría de los fraccionamientos de interés social en este sector de la ciudad, conlleva a replantear si las opciones para dinamizar la movilidad social en la ciudad se reducen a la posibilidad de ocupar una vivienda que, si bien representa la única oportunidad factible de patrimonio, está ubicada en un contexto ausente de posibilidades para fomentar la interacción social y la conformación de identidades y apropiaciones en torno a lo que implica habitar ese espacio. Esta posibilidad emerge como un bastión tardío de la urbanización, de un mundo construido por políticas neoliberales de desarrollo urbano delineadas para forzar un intento endeble de planificación urbana y, que sin ser concebido de esa manera, se va constituyendo como una alternativa factible aunque itinerante para la obtención de una vivienda por medio de la invasión.
La resistencia al abandono y la percepción de soledad en un contexto de vida que solo ofrece vivienda, pero no formas de construir socialmente una realidad y un lugar, permiten entender las realidades en las que se construyen ciudades dentro de la misma ciudad. La realidad de la soledad y de la falta de integración con los otros aparece como un fenómeno en ese sector de la ciudad que carece de interacciones con los otros y, en consecuencia, de la conformación de un entorno de vida como un lugar común construido en la cotidianidad, esa que se realiza con los otros.
En realidad, no puedo existir en la vida cotidiana sin interactuar y comunicarme continuamente con otros… También sé, por supuesto, que los otros tienen de este mundo común una perspectiva que no es idéntica a la mía. Mi “aquí” es su “allí”. Mi ahora no se superpone del todo con el de ellos… A pesar de eso, sé que vivo en un mundo que nos es común. Y, lo que es de suma importancia, sé que hay una correspondencia entre mis significados y sus significados en este mundo, que compartimos un sentido común de la realidad de este (Berger & Luckmann, 2003, pp. 38-39).
En este contexto, la vivienda invadida se convierte en un elemento de patrimonio compartido por los diversos habitantes “informales” de esa zona, pues están en una posición similar y comparten los significados asociados a la vivienda como último referente de estabilidad en sus vidas. La vivienda invadida se convierte en un punto de encuentro donde estas personas pueden compartir sus experiencias y perspectivas, a pesar de las diferencias que puedan existir en su comprensión individual del entorno y del rechazo al que son sometidos por otros residentes que se suponen “legales” en cuanto a las formas de habitar las viviendas en la zona.
Conclusiones
Al abordar las emociones, perspectivas e interacciones de ocupantes de viviendas de interés social en el sur oriente de Ciudad Juárez se advierte como los habitantes encuentran en ese sector una oportunidad de visualizar la adquisición de un patrimonio, que, sin embargo, trae consigo una serie de fenómenos que, desde un enfoque cualitativo, impactan la vida de sus habitantes.
Invadir una vivienda deshabitada en una zona que no garantiza las condiciones para la habitabilidad implica una carencia en el acceso a servicios básicos y equipamiento, además de un límite a las posibilidades de construir socialmente una realidad. Todo esto trae consigo emociones y percepciones de soledad, de ausencia de interacciones sociales y de riesgo, además de la sensación de rechazo por quienes han adquirido sus viviendas de manera regular.
No obstante, estas viviendas invadidas tienen un valor representativo, simbólico y significativo, por ser referente inmediato de patrimonio, pues es ahí, bajo ese contexto y en esas condiciones, donde se ha logrado encontrar una oportunidad, aunque muchas veces efímera, de contar con una vivienda que les permita visualizar el cumplimiento de un deseo.
Con todo, es importante mencionar que en estos casos no existe sentido de pertenencia al contexto aledaño a la vivienda, es decir, no se generan condiciones para habitar el espacio y, en consecuencia, emerge un proceso antagónico que confronta lo material con lo social, es decir, la ocupación de la propiedad como garantía de la estabilidad asociada al patrimonio con la ausencia de elementos afectivos y sociales.
Si se asume que las viviendas de interés social serán ocupadas a través de un proceso de invasión por las clases menos favorecidas —que son quienes finalmente encuentran en esta zona de la ciudad la oportunidad de cumplir un deseo, aunque sea de forma efímera—, entonces, las políticas urbanas neoliberales de crecimiento difuso de la ciudad mediante el continuo proceso de edificación de vivienda, la simulación de la planificación y la especulación del suelo, quedan plenamente justificadas. Pues lo que importa es dotar de vivienda a lo sujetos sin importar las condiciones, dejando de lado los referentes de identidad, de cohesión y de interacción social en relación con el contexto inmediato de ubicación de dichas viviendas en áreas que, obedeciendo a su propia lógica de localización espacial, son ya anómalas a la mancha urbana.
En otras palabras, se invaden viviendas que nunca fueron pensadas para habitarse y que sin embargo, han sido las propias condiciones económicas, urbanas y sociales, las que han generado nuevas dinámicas de ocupación en zonas deshabitadas, lo que presentan nuevas condicionantes que ya no solo se sitúan en las deficiencias de la vivienda y del contexto, sino también a los impactos afectivos y emocionales a los que se ven sometidos los nuevos ocupantes.
Estos impactos en el sujeto y en su vida en sociedad deben ser analizados con mayor profundidad, puesto que se trata de fenómenos que, aunque nuevos, se han vuelto cotidianos y de los que emergen prácticas que se van instaurando en zonas excluidas e invisibilizadas por el resto de la ciudad.
En síntesis, la evidencia muestra que si bien las políticas neoliberales de vivienda implementadas en los últimos años tienen bondades —aunque cuestionables— en cuanto el aspecto cuantitativo, el enfoque cualitativo se dejó de lado. Los recursos económicos destinados a subsidios de vivienda han sido mal invertidos, pues no han generado desarrollo, y tampoco han cubierto las expectativas de los sujetos que hoy enfrentan una cotidianidad asumida con resignación que pareciera atarles a un futuro que poco les promete, pues el deseo del patrimonio cumplido mediante la invasión les ha hecho sacrificar su vida en sociedad y los impactos totales de esto aún no han sido dimensionados.