Introducción
La ganadería bovina, a pequeña escala, es un sistema de producción que depende, principalmente, del trabajo familiar porque se desarrolla en medianas y pequeñas unidades ganaderas. Las unidades se caracterizan por superficies menores a las 50 hectáreas (Hernández, Domínguez, Cervantes y Barrientos, 2018; Villagómez y Lid, 2018). El 60% de la población de bovinos, a nivel nacional, se ubica dentro de este estrato (INEGI, 2018). El sistema se caracteriza por el pastoreo extensivo para la alimentación de los animales (unas treinta vacas, aproximadamente) con una mínima suplementación (principalmente subproductos agroindustriales y esquilmos agrícolas) durante la época de secas (Magaña, Ríos y Martínez, 2006; Orantes-Zebadúa, Platas-Rosado, Córdova-Avalos, Santos-Lara y Córdova-Avalos, 2014). El sustento proviene de la comercialización de leche, queso y becerros, actividades realizadas por varios integrantes de la familia (Fadul, Alfonso, Espinoza, Sánchez y Arriaga, 2014). La producción del queso se realiza de forma artesanal, con ordeña manual y en instalaciones rústicas, ya sea en los ranchos o en las casas de las familias (Mora, Berdon y Ramos, 2018).
Diversos estudios señalan que las mujeres realizan labores tales como la ordeña, manejo sanitario y alimentación de los animales (Gumucio, Mora, Twyman y Hernández, 2016; Pessolano, 2020; Zamudio, Alberti, Manzo y Sánchez, 2004). En esto, llegan a participar en 50% de las actividades requeridas para la producción de leche (Flores y Torres, 2012) y en la totalidad de la transformación de la leche en queso (Flores et al., 2011; Triana y Burkart, 2019; Villegas et al., 2014). Tal participación no las exime de ser las únicas responsables del trabajo doméstico, de manera que cuando se integran a las actividades del rancho, las mujeres adquieren una doble jornada de trabajo (Gumucio et al., 2016). Además, los canales de comercialización de productos son predominantemente masculinos (Lenjiso, Smits y Ruben, 2016; Tavenner y Crane, 2018), situación que repercute de manera negativa en el acceso de las mujeres a los frutos de su trabajo (Njuki, Kaaria, Chamunorwa y Chiuri, 2011; Patel, Patel, Patel, Patel y Gelani, 2016).
Este artículo se planteó por objetivo analizar la división sexual del trabajo y el reparto de beneficios entre hombres y mujeres en torno a la producción de leche y queso en las familias del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. El trabajo se realizó en dos localidades dedicadas a la producción y comercialización de leche, queso y becerros. Partiendo de la propuesta de la Economía Feminista, el artículo desarrolla dos argumentos principales. Primero, la división sexual del trabajo ubica a los hombres en el espacio público (productivo-mercado) y a las mujeres en el doméstico (reproductivono remunerado), limitando el acceso y control sobre los recursos de estas últimas. Segundo, la transformación de leche en queso presenta el potencial de evitar esta situación de desventaja, ya que son las mujeres quienes elaboran y comercializan el queso. Sin embargo, la venta de queso casero está desapareciendo y ya son muy pocas las familias que completan todo el ciclo de fabricación.
Zona de estudio y estrategia metodológica
El estado de Oaxaca ocupa el sexto lugar a nivel nacional en población de ganado bovino (SIAP, 2020). El Istmo de Tehuantepec destaca, a nivel estatal, por su producción de leche y venta de becerros al destete (Sedapa, 2016). En la región predominan dos sistemas: 1) cría con ordeña (doble propósito) y, 2) cría sin ordeña (vaca-becerro) (Durán, Ruiz y Sánchez, 2018). En el primero se obtienen productos como leche, queso y becerros. El queso de mayor presencia en la región es el fresco, también conocido como “cuajada” (Gómez et al., 2010), el cual complementa la dieta diaria basada en maíz y el frijol (Rodríguez y Diego, 2020). También se produce queso seco y de hoja (Cervantes-Escoto, Islas-Moreno y Camacho-Vera, 2019; Martínez, 2020). Por su parte, en el segundo sistema no hay ordeña y las crías se alimentan de la leche que producen sus mamás. Los becerros son vendidos al destete en un periodo de nueve a 12 meses, tiempo en el que se mantienen en los pastizales del rancho (Durán et al., 2018).
El estudio se realizó en dos localidades: La Venta y Unión Hidalgo. La primera es un ejido que pertenece al municipio de Juchitán de Zaragoza; cuenta con una población mestiza de 2,208 habitantes (1,145 mujeres y 1,063 hombres). Unión Hidalgo es una comunidad agraria con rango de municipio; cuenta con una población de 13,949 habitantes de origen zapoteco (7,173 mujeres y 6,776 hombres). El 49% de la población es hablante de alguna lengua indígena, principalmente zapoteco (Conapo, 2020; INEGI, 2020).
Las actividades más importantes en ambas localidades son la ganadería y la agricultura. El principal uso de suelo es la siembra de pastos y sorgo, ambos destinados a la alimentación del ganado bovino, seguidos por el maíz, utilizado para la alimentación humana y animal. Además, algunos/as titulares de la tierra rentan sus propiedades a empresas que desde los años noventa producen energía eólica para el sector privado (Nahmad, Nahón y Langlé, 2014; Vázquez, Martínez, Pérez, Rueda y López, 2020).
El trabajo de campo se realizó de agosto de 2018 a octubre de 2020 a través de una estrategia metodológica mixta que combina datos cuantitativos y cualitativos para fortalecer el análisis mediante el cruce, confirmación y validación de la información (Creswell y Creswell 2018). Para la parte cualitativa se recurrió a tres herramientas: 1) entrevistas semiestructuradas mediante las cuales fue posible documentar las principales preocupaciones e intereses de los diversos integrantes de las familias ganaderas (Vela, 2013); 2) observación participante que permitió profundizar en el contexto de estas (Sánchez, 2013); y 3) talleres participativos cuya principal fortaleza fue abordar, desde una perspectiva integral y grupal, la problemática estudiada (Sandoval, 2002). Por su parte, la información cuantitativa se recopiló mediante un cuestionario de preguntas cerradas que permitió identificar tendencias en la distribución de los datos (Vela, 2013). A través de estos cuatro métodos se logró la participación de 143 personas, como puede verse en el Cuadro 1.
Técnica | Mujeres | Hombres |
---|---|---|
Entrevista | 14 | 17 |
Encuesta | 26 | 64 |
Talleres | 5 | 9 |
Observación participante en ranchos | 1 | 7 |
Total | 46 | 97 |
Fuente: elaboración propia con base en el trabajo de campo.
Los temas abordados en las entrevistas fueron: historia y desarrollo de la ganadería, beneficios y afectaciones de la industria eólica, infraestructura disponible en los ranchos, manejo de los animales y papel de mujeres y hombres en la ganadería familiar. Para la observación participante se visitaron y documentaron siete ranchos con la finalidad de conocer de primera mano la administración de los hatos y la elaboración del queso. Al final del proceso de investigación se realizaron dos talleres (uno en La Venta y otro en Unión Hidalgo) que tuvieron como objetivo devolver y profundizar en los resultados obtenidos, entre ellos, la falta de reconocimiento de los aportes de las mujeres y su falta de acceso y control sobre los beneficios. Toda esta información (entrevistas, reportes de campo y talleres) fue grabada y transcrita con un procesador de texto para realizar una codificación mediante el programa Atlas Ti, el cual ayudó a generar categorías y familias de códigos que orientaron el análisis. Los nombres utilizados a lo largo del documento son ficticios para salvaguardar la identidad de los y las informantes.
La muestra para el cuestionario se diseñó a partir del padrón de beneficiarios de 2018 de los programas gubernamentales Proagro y Progan que reportaron una población (N) de 199 hombres y 39 mujeres, los cuales, por supuesto, no representan al total de las familias dedicadas a la ganadería, sino únicamente a las que en ese tiempo formaban parte del padrón. Se aplicó un muestreo probabilístico aleatorio simple (Bustamante, 2011) a la población de hombres, obteniendo como resultado la participación del 32.5% de ellos en la encuesta. En el caso de las mujeres, por su poca presencia en el padrón, se realizó un censo para involucrar a todas las registradas. Sin embargo, solo fue posible encuestar a 26 de las 39 debido a que las demás se encontraban enfermas, ya no vivían en la localidad o habían vendido sus animales. En total se aplicaron 90 cuestionarios, donde 71% fueron hombres y 29% mujeres.
El cuestionario levantó la siguiente información: 1) características de la familia, 2) tenencia y uso de la tierra, 3) manejo del hato e infraestructura del rancho, 4) beneficios y afectaciones de la industria eólica, 5) producción e ingresos de la ganadería y 6) elaboración y venta de queso. Los datos fueron capturados en Excel y posteriormente se utilizó el programa estadístico SSPS (por sus siglas en inglés, Statistical Package for Social Sciences) para generar estadística descriptiva.
La ganadería familiar desde la óptica de la Economía Feminista
El estudio retoma la propuesta de la Economía Feminista (EF) que parte de tres premisas: 1) la ampliación de la noción de economía para incluir todos los procesos de aprovisionamiento social, pasen o no por los mercados; 2) las relaciones de género como un elemento constitutivo del sistema económico que solo considera la parte mercantil y masculina, planteándola como universal, y 3) la eliminación de sesgos de género para fomentar la transformación de las jerarquías de género (Agenjo, 2013). La EF pone en evidencia al poder patriarcal que otorga privilegios al sector masculino, mostrando que las mujeres, lejos de estar inactivas, están muy presentes en la economía (Carrasco, 2014, Pérez, 2014a).
La EF utiliza dos conceptos clave. El primero es el de género, el cual se refiere a “la interpretación social y cultural de las diferencias entre los sexos, o sea, a la construcción de lo femenino y lo masculino en sociedades históricas concretas” (García y Oliveira, 1994, p. 33). Con ayuda de este concepto es posible observar las actividades que los paradigmas androcéntricos dejan fuera, entre ellas, el trabajo de las mujeres (Pérez, 2014b). El segundo es la división sexual del trabajo que asigna a los hombres el papel de proveedores en el espacio público y a las mujeres el de cuidadoras en el privado (Pérez, 2014a).
La EF concibe al trabajo doméstico como el conjunto de actividades no pagadas pero indispensables para la crianza y el mantenimiento de las familias (García y Oliveira, 1994; Carrasco, 2014). Suponer que los cuidados es un atributo natural de las mujeres reproduce las jerarquías de género (Federici 2013). Además, las mujeres siempre han estado involucradas en la generación de ingresos monetarios, es decir, tienen dobles o triples jornadas de trabajo. En palabras de Pérez (2014b, p. 49) , “las mujeres han sido histórica e injustamente acusadas de inactivas, cuando realmente tienen una presencia tan activa como menospreciada en la economía: siempre han trabajado (mucho, doble o triplemente incluso), pero recibiendo muy poco o nada a cambio”. La obtención de ingresos “no solo incrementa nuestra explotación, sino que… reproduce nuestro rol de diferentes maneras” (Federeci, 2013, p.42). Por ejemplo, las labores domésticas tradicionalmente asignadas a las mujeres adquieren valor en el mercado a través de la elaboración y venta de alimentos caseros, o el servicio doméstico pagado (García y Oliveira, 1994).
La división sexual del trabajo ha estado ligada a la figura de la familia nuclear entendida como la “constituida por el hombre, la mujer y los hijos, unidos por lazos de consanguinidad” (Uribe, 2015, p. 81). En una familia nuclear biparental, el padre es concebido como cabeza, proveedor y autónomo, y la madre como ama de casa dedicada a cuidar a los/as demás. Resulta necesario combatir los sesgos y reconocer la parcialidad de esta visión para aceptar la multiplicidad de formas en las que la sociedad puede organizarse para favorecer la reproducción social (Pérez, 2014b), incluyendo a las familias monoparentales (madres solas, mujeres solteras y viudas) que han existido siempre (Chuquimajo, 2014; Pérez, 2014b; Uribe, 2015).
Las familias ganaderas del Istmo se dedican a la crianza de animales, la siembra de alimentos y el trabajo doméstico. Las tareas realizadas por sus integrantes tienen importantes funciones culturales, económicas y ambientales, por ejemplo, el uso de animales de traspatio en celebraciones comunitarias, la obtención de ingresos en situaciones de emergencia mediante la venta de un animal, el reciclaje de nutrientes al interior del agroecosistema (uso de abono animal para cultivos) (Hernández et al., 2018; Villagómez y Lid, 2018). A pesar de que todos/as los integrantes de la familia son fundamentales para el sistema, la ganadería siempre ha estado asociada con los hombres que constituyen los principales beneficiarios de programas estatales, naturalizando así la invisibilización de las mujeres (Núñez, 2017). El dominio masculino sobre los animales se extiende hacia el resto de la familia, con los que se incrementa las jerarquías de género en el acceso y control sobre los recursos (Lazos-Chavero, 1996).
Orientación productiva de las familias de La Venta y Unión Hidalgo
Las familias del Istmo fueron clasificadas en tres grupos según lo que producen. En el primero se ubican las que comercializan la leche directamente con queseros de la región. Este esquema reúne a la mayor cantidad de titulares de la tierra y se concentra en La Venta, comunidad que carece de espacios apropiados para comercializar el queso. El segundo grupo sí transforma la leche en queso y se concentra en Unión Hidalgo, comunidad que cuenta con dos mercados con actividad diaria. Un tercer grupo no ordeña y se dedica únicamente a la crianza y venta de becerros (Cuadro 2).
Familia y orientación productiva | Mujeres (n) |
Hombres (n) |
Total de la población de estudio |
---|---|---|---|
Familias que comercializan leche (FCL) | 19 | 42 | 67.7 |
Familias que comercializan queso (FCQ) | 4 | 13 | 18.8 |
Familias que comercializan becerros (FCB) | 3 | 9 | 13.5 |
Total (n) | 26 | 64 | 100 |
Fuente: elaboración propia con datos de la encuesta.
El estudio se enfoca en la ganadería de doble propósito, es decir, en los dos primeros grupos, no solo porque son los mayoritarios, sino también porque los ingresos producto de la leche y el queso generados a lo largo del año son los más estables para las familias. También interesa resaltar la participación de las mujeres en la fabricación de queso que, junto con los totopos, memelas y tamales de maíz, contribuyen a la sólida y distinguida tradición culinaria del Istmo (Dalton, 2010; Vázquez y Fuentes, 2021).
Familias que comercializan leche (FCL)
Roles de género y división sexual del trabajo
En este grupo hay 61 familias. Los y las titulares de la tierra registran, en promedio, 62.3 años. La mayoría de los hombres (35 de 42) viven en pareja mientras que más de la mitad de las mujeres (11 de 19) son viudas o solteras. Estas últimas cuentan con una menor superficie de tierra y número de cabezas de ganado: 10.8 hectáreas y 19.3 cabezas en promedio, en comparación con 22.4 hectáreas y 45.6 cabezas de los hombres.
Los hombres de estas familias se dedican al mantenimiento de ganado, mientras que las mujeres se encargan del trabajo doméstico. Así describen sus labores:
Empezamos con la ordeña…de ahí se apartan los becerros, de ahí desayunamos y descansamos un rato de ocho a nueve, volvemos a rellenar las pilas [de agua], después de llenar las pilas nos dedicamos a hacer trabajo general, arreglar cercos, limpiar potreros, todo entra en ese trabajo general de las 10 a la una de la tarde (Sergio Becerril, La Venta, 2020).
Los campesinos trabajamos desde la madrugada… desde las tres de la mañana… y cuando el sol ya está, nosotros ya sacamos la jornada, por eso aquí el trabajo de la leche es temprano… nos han criticado en nuestra región porque a las once, doce del día ya estamos en nuestras hamacas y la mujer está en el horno (Lauro Pérez, Unión Hidalgo, 2019).
Iniciamos con la preparación del desayuno… recogemos los trastos del desayuno… se vuelven a lavar los trastes… después del aseo de la casa, se riegan las plantas y lavamos la ropa, vamos por las cosas de la comida… preparamos la comida… lavamos los trastos… nos preparamos para las cosas de la cena o preparamos las cosas que el esposo va a llevar nuevamente al campo (Karen Juárez, La Venta, 2020).
Yo trabajaba… como animal, si mi esposo decía voy a hacer esto, [yo decía] voy a ayudarte, no a trabajar en el campo, pero ayudarlo a alzar la red de mazorca… a lavar, a planchar, a darle de comer a mis hijos (Ana Córdova, La Venta, 2020).
En las familias encabezadas por viudas o solteras, el trabajo del rancho es realizado por sus hijos, padres, hermanos o sobrinos. Generalmente se trata de mujeres de mayor edad que ya no están en condiciones de realizar labores pesadas. Aun así, la persistencia de la división sexual del trabajo muestra cómo la asociación de las actividades ganaderas con el ámbito masculino y las labores de cuidado con el femenino sigue predominando en el Istmo. En palabras de Elsa Gutiérrez (La Venta, 2018), “aquí en realidad una mujer casi no se dedica al campo”.
Además del trabajo doméstico, las mujeres elaboran productos para la venta, entre ellos, “pozole, tortillas, tamales… cuando está en elote, ellas hacen tamalito de elote” (Leonardo Rivas, La Venta, 2018). Para la Economía Feminista, tanto el espacio público como el privado producen valor, de manera que las labores domésticas y los ingresos que generan las mujeres contribuyen a la reproducción social de las familias (Gallo y Peluso, 2013).
Los empleados permanentes y temporales que en ocasiones se contratan para el mantenimiento del rancho suelen ser de sexo masculino. Al permanente se le conoce como “caporal” mientras que los temporales son “jornaleros”. El caporal tiene como principales actividades ordeñar, alimentar a los animales y entregar la leche. En el caso de los jornaleros, su principal función es el mantenimiento de potreros. Los hombres tienen mayores posibilidades de contratar empleo temporal que las mujeres. En familias con titulares de sexo masculino se contratan caporales y jornaleros en el 54.2 y 85.7% de los casos, mientras que en familias encabezadas por viudas o solteras los porcentajes son 54.5% y 63.6%, respectivamente. Las mujeres poseen menores superficies de tierra y número de animales, por lo que contratar a más trabajadores puede representar menor rentabilidad, lo que pone en riesgo la solvencia económica del rancho.
Reparto de los beneficios
Los queseros, generalmente hombres provenientes de lugares aledaños tales como Niltepec, Ixtepec y La Ventosa, son quienes recolectan la leche. “Tal vez entran como 12 lecheros o más a La Venta… traen Rotoplas de mil litros” (Sonia Salas, La Venta, 2020). De acuerdo con Villegas et al. (2014), es común que la ganadería familiar constituya el eslabón primario en la elaboración de queso; su papel es el de proveer de materias primas a pequeñas y medianas empresas que lo comercializan en el mercado.
El pago por la leche se realiza de manera semanal: “la leche la vendemos en la semana, y el domingo ya cobramos. Según el rendimiento [de los litros de leche] que entreguemos, eso es lo que nos pagan” (Mario Jara, La Venta, 2018). Los hombres son los que entregan la leche y también cobran el dinero. Las mujeres no se enteran de cuánto se ganó: “ahí engañan a la esposa” (Ruth Cabrera, Unión Hidalgo, 2020). Un estudio realizado en Nicaragua señala que es frecuente que los hombres distorsionen el monto de ganancias inventando gastos y ocultando recibos de pago (Flores y Torres, 2012).
En familias con titulares de la tierra de sexo masculino se producen 38,175 litros de leche al año, los cuales se comercializan a un precio promedio de MX$ 5.3, generando un ingreso promedio aproximado de MX$202,327.00 anuales (datos de 2019). Este dato se obtuvo a partir de las vacas que estuvieron en ordeña, la producción diaria de leche y el precio de venta reportados en el cuestionario. La mayor parte de este ingreso (60%) se reinvierte en el rancho. El testimonio de Fabián Lara (Unión Hidalgo, 2020) así lo confirma: “de ahí [de la leche] sale el pago del trabajador”. En contraste, en familias de viudas o solteras se producen 26,329 litros con ingresos de MX$139,547.00 al año (31% menos). Estas familias reinvierten 89% de sus ingresos en el mantenimiento del rancho, dejando muy pocos recursos para otras actividades.
Vender la leche directamente con el acopiador otorga a las mujeres un mayor control sobre los ingresos (Tavenner y Crane, 2018). Sonia Salas, soltera, cobra el dinero producto de la venta de leche y distribuye los gastos de la familia: “sí, [yo cobro lo de la leche]… Ellos [sus hermanos] saben que el gasto es el de la casa” (Sonia Salas, La Venta, 2020). Para complementar sus ingresos, Salas realiza otras actividades: “yo hago [y vendo] estofado para la comida… tamales. Porque si no, del recurso nada más de la leche no podemos” (Sonia Salas, La Venta, 2018). En contraste, Elsa Gutiérrez no se involucra directamente en la comercialización de la leche, por lo que desconoce el monto que su hijo recibe al venderla: “no sé a cómo esté el litro… mi hijo dice que hay veces que no completa la semana… Yo no le creo... Le digo, a ver si tú no me lo chingas [el dinero]” (Elsa Gutiérrez, La Venta, 2020). Con los caporales existen las mismas dudas por parte de las mujeres: “no sabe [la dueña] si llegó completo o no llegó [los litros de leche], [se beneficia] en especial el que ordeña [el caporal]” (María Sánchez, Unión Hidalgo, 2020).
En resumen, en este grupo de familias, las mujeres se dedican al trabajo del hogar y a actividades extras para la obtención de ingresos, y los hombres se concentran en el mantenimiento del hato y la venta de la leche. Las viudas o solteras poseen cerca del 50% menos de recursos (tierra y cabezas de ganado) en comparación con los hombres, lo cual conduce a una menor producción de leche y por lo tanto menores recursos provenientes de su venta. Además, los canales de comercialización de la leche son primordialmente masculinos, por lo que las mujeres rara vez se enteran del monto de las ganancias, a menos que sean ellas las que directamente reciben el pago, situación que solo se presentó entre una de las entrevistadas.
Familias que comercializan queso (FCQ)
Roles de género y división sexual del trabajo
Este grupo está integrado por 17 familias. Los y las titulares de la tierra tienen en promedio 63.4 años; poseen 18.9 hectáreas y 28.8 cabezas de ganado. La mayoría (70.6%) viven en pareja. Al igual que en las FCL, en las FCQ los hombres se dedican al mantenimiento del hato y las mujeres a las tareas del hogar y a otras actividades que les permite generar ingresos. Sin embargo, hay algunas diferencias importantes entre este grupo y el anterior. Primero, tanto hombres como mujeres participan en la elaboración de queso. Segundo, en la mayoría de los casos, las mujeres se encargan de su comercialización. Tercero, la contratación de caporal es menor (41.2%) en comparación con las FCL (54%); en estas familias se contrata en promedio un caporal y 1.6 trabajadores temporales. En otras palabras, en este grupo se recurre de manera más frecuente al trabajo familiar para el mantenimiento del rancho y la elaboración del queso.
Se identificaron tres esquemas en la elaboración de queso. En el primero, el hombre realiza la ordeña y entrega a su esposa la leche para que ella lo fabrique: “nos vamos a la ordeña [esposo]… traemos la leche… ella [esposa] es la que lo hace [el queso] (Julián Lazos, La Venta, 2018). En el segundo, los hombres (esposos o caporales) hacen el queso inmediatamente después de la ordeña, pero igualmente es entregado a las mujeres para que ellas lo vendan. El tercer esquema corresponde a dos pequeñas microempresas que recolectan leche de otros ranchos y elaboran el queso en casa. En estos dos casos, las mujeres no tienen ninguna participación. De acuerdo con Njuki et al. (2011), cuando un producto se comercializa fuera del ámbito local, las mujeres tienden a perder participación y parte o la totalidad del ingreso; además, si este llega ser rentable, los hombres se hacen totalmente cargo del producto.
Algunas mujeres fabrican queso seco como forma de ahorro. Su elaboración es un trabajo laborioso de “tres, cuatro meses, en lo que se seca” (Sergio Becerril, La Venta, 2020), que Rita Gómez (Unión Hidalgo, 2020) definió como “el más pesado que hay en el mundo”. Las familias con menos recursos no se pueden dar el lujo de hacerlo: “vivimos al día, no tenemos el recurso como para estar secándolo y esperar a que esté” (Sonia Salas, La Venta, 2020). Se identificó únicamente a cinco familias que comercializan este tipo de queso.
Reparto de los beneficios
La comercialización del queso es realizada por mujeres en 76.4% de las familias. Los testimonios así lo constatan: “en mi caso lo hace el caporal [el queso], y ya la que se encarga de la venta es mi mamá” (María Sánchez, Unión Hidalgo, 2020). “[Mi esposa se dedica a] ama de casa y a vender productos, queso fresco, queso seco” (Rigoberto Rodríguez, Unión Hidalgo, 2019).
Las modalidades de venta de queso son distintas. Puede ser “casa por casa”, en tiendas de abarrotes, desde los propios hogares, o en sitios diseñados específicamente para ello. “Ella [la esposa] va al mercado, es la que lo lleva a la estación [mercado “Las Vías”] y lo lleva acá de noche en el mercado [municipal]” (Rigoberto Rodríguez, Unión Hidalgo, 2019). La existencia de estos espacios de venta en Unión Hidalgo ha hecho posible que las mujeres conserven la tradición de hacer queso fresco todos los días, a diferencia de La Venta, donde la leche se vende sin procesar a queseros de la región.
La comercialización del queso se suma a las otras actividades que tienen las mujeres, lo que les genera una doble jornada de trabajo:
En la mañana empieza la limpieza de la casa, la preparación del desayuno y segunda limpieza… mandar a los niños a la escuela… lavar la ropa, lavar los trastes, limpiar el patio y limpiar el queso para hacerlo queso seco… y pues salir a vender el queso. Después… preparar la comida, ir por los niños a la escuela y en las tardes lo que yo hago es bordar, tarde noche ayudar a los niños a hacer la tarea, preparar la cena y acostar a dormir, es todo (Rita Gómez, Unión Hidalgo, 2020).
El ingreso por la venta del queso genera más ingresos que la venta directa de leche; cerca de MX$268.00 al día en promedio. “María Sánchez (Unión Hidalgo, 2020) lo confirma: “hay un mayor rendimiento [con la venta del queso] en cuanto a la ganancia de esa ordeña”. Sin embargo, los hombres minimizan la importancia de este trabajo: “si tú haces el queso, tienes que estar de casa en casa… Si mucho, vas a vender como unos trescientos pesos [al día]” (Sergio Becerril, La Venta, 2020). Lo anterior ejemplifica nuevamente las jerarquías de género existentes en la región. El trabajo realizado por los hombres con la venta de becerros y leche tiene mayor reconocimiento que las innumerables tareas domésticas y la venta de queso que realizan las mujeres.
Poco más de la mitad de los ingresos (58.6%) producto de la venta del queso se utilizan para cubrir las necesidades básicas del hogar. Las mujeres también practican el trueque de queso por otros alimentos que complementan la dieta y contribuyen al bienestar de las familias (Lenjiso et al. 2016). Sin embargo, la elaboración de queso se ha ido perdiendo, como se constata en el hecho de que solo 18.8% de las familias lo producen: “ya muy pocas son las personas que hacen su queso” (Ruth Cabrera, Unión Hidalgo, 2020).
La desaparición paulatina del queso casero se debe a dos factores principales. Primero, la renta de tierras a empresas eólicas ha hecho que las familias tengan ingresos anuales seguros y pierdan el interés en hacer queso: “en La Venta ya no [se hace queso], porque ahí ya casi la mayoría vive del aerogenerador” (Ruth Cabrera, Unión Hidalgo, 2020). Además, el mercado regional de leche ha arrebatado el recurso a las mujeres: “ya muchos ganaderos venden su leche en el campo… ahí van a recoger la leche personas de Juchitán, personas de Ixtepec. [Los hombres] ya no llegan con la leche a su casa” (Ruth Cabrera, Unión Hidalgo, 2020). Estos dos factores han afectado de manera directa a las mujeres, marginándolas del control y administración de los productos del rancho.
En resumen, en las FCQ, las mujeres, además de su trabajo doméstico, se involucran en la elaboración y venta del queso de leche proveniente del rancho, en contraste con las FCL donde predomina la venta de la leche a fabricantes de queso al pie del rancho. En FCQ la participación de las mujeres es determinante en la elaboración y comercialización de distintos tipos de queso, lo cual hace que ellas puedan acceder al control de este recurso y contribuir al bienestar de sus familias. Sin embargo, la presencia de empresas eólicas y los fabricantes de queso han erosionado el papel que las mujeres juegan en el sostenimiento y protección de la cultura culinaria de la región.
Conclusiones
Se identificaron tres grupos de familias ganaderas en función de su orientación productiva: 1) las que comercializan la leche con queseros, 2) las que hacen y venden queso y 3) las que solo se dedican a la crianza y venta de becerros. El estudio se enfocó en las dos primeras por ser las predominantes en la zona de estudio.
Las familias que comercializan leche a pie de rancho concentran el mayor número de casos y son las predominantes en La Venta, comunidad mestiza que no cuenta con espacios propios de comercialización. Los titulares de la tierra, de sexo masculino, que pertenecen a este grupo poseen las superficies más grandes de terreno y los hatos más numerosos de toda la muestra; puede decirse que es el modelo predominante de producción ganadera en el Istmo. En estas familias, los hombres se dedican al mantenimiento del hato y la comercialización de la leche y las mujeres al trabajo doméstico, situación que las margina del control de los recursos que se producen en el rancho. Poco más de la mitad de las ganancias (60%) es reinvertido en este mientras que el resto se utiliza para el sostenimiento de la familia, dejando a las mujeres fuera del proceso de toma de decisiones referentes a esta distribución.
Las viudas y solteras que pertenecen a este grupo cuentan con menos terreno y animales que su contraparte masculina y, por lo tanto, menos ingresos. Su condición de viudez o soltería no necesariamente facilita su control de los recursos, dado que familiares masculinos o caporales se encargan del sostenimiento de los animales y de la venta de leche. Solo se encontró a una mujer soltera que recibe el dinero producto de la venta. Además, buena parte de los ingresos de sus ranchos (89%) se reinvierte en los mismos, deja pocos recursos para el sustento de la familia. Estos ranchos enfrentan dificultades para crecer y diversificarse.
En el caso de las familias que comercializan queso, las mujeres juegan un papel preponderante en su elaboración y venta. Ellas administran el recurso leche en función de la época del año y las necesidades de la familia, además de que poseen los conocimientos culinarios para hacer distintos tipos de queso. A diferencia de las familias donde se vende leche, poco más de la mitad de los ingresos (58.6%) producto de la venta del queso que se genera en estas familias se utiliza para cubrir las necesidades básicas del hogar. Además, las mujeres contribuyen a diversificar la dieta familiar mediante el trueque de queso por otros productos en los mercados de Unión Hidalgo. Sin embargo, su carga de trabajo es mayor, ya que tienen dobles jornadas de trabajo.
El análisis de los datos obtenidos en campo fue posible gracias a los aportes de la Economía Feminista, propuesta teórica que permite asociar la división sexual del trabajo con el acceso y control de las mujeres a los recursos de cada grupo doméstico. Se parte de una visión de familia que no asume homogeneidad de intereses, sino más bien, diferencias de poder y jerarquías de género en su interior. Desde este enfoque fue posible visibilizar las distintas cargas de trabajo que enfrentan las mujeres, dependiendo de la orientación productiva de sus familias. Es necesario efectuar más trabajos como este para reconocer los aportes de las mujeres a la ganadería de pequeña escala y examinar las implicaciones de la desaparición paulatina de ciertos recursos (en este caso, el queso casero) para su estatus al interior de la familia y la sociedad.
Este estudio fortalece una línea de investigación aún incipiente en México, la cual analiza la distribución del poder, el trabajo y los recursos al interior de familias desde la perspectiva de género. El enfoque puede ser aplicado no solo a familias dedicadas a la crianza de bovinos, sino también a aquellas donde el sustento proviene de otras especies como son ovinos, caprinos, aves y porcinos, incluso en actividades pesqueras. Ello es con la finalidad de seguir generando conocimientos sobre las desigualdades estructurales que padecen las mujeres en las familias rurales del país.