Introducción
Las especies de plantas alimenticias comprenden la agrobiodiversidad vegetal como un componente fundamental en los agroecosistemas de los pueblos indígenas en México Ello se expresa en función de saberes y costumbres que presentan las culturas sobre su aprovechamiento y manejo (Hernández-Xolocotzi, 1988; Ordoñez, Lope-Alzina y Pulido- Salaza, 2018). En el país, existe una indudable evidencia de plantas alimenticias domesticadas por pueblos originarios, la cual ha demostrado que el proceso evolutivo constituye un aspecto que relaciona el manejo de recursos vegetales con factores humanos y socioculturales (Colunga-GarcíaMarín y Zizumbo-Villarreal, 2004).
La agrobiodiversidad es señalada como elemento indispensable en los recursos fitogenéticos de los agroecosistemas y la cultura agroalimentaria de los pueblos de Chiapas. Es el huerto familiar o “solar” un agroecosistema y espacio complejo fundamental donde convergen la unidad productiva familiar y la subsistencia de las sociedades indígenas (Ramírez y Morales, 2019; Salazar-Barrientos, Magaña-Magaña y Latournerie-Moreno, 2015; Ubiergo-Corvalán, 2021).
Los huertos familiares están influenciados por el territorio, la ecología, la historia cultural, la economía y el origen de las familias que los mantienen (Montenegro, Lagos y Vélez, 2017; Peroni et al., 2016). La estructura de ese sistema se ha transformado y evolucionado a lo largo de generaciones debido a que los campesinos ensayan y modifican frecuentemente sus espacios productivos. Las modificaciones les permiten ajustarlos a sus necesidades de autoabasto y de mercado (Poot-Pool, van der Wal, Flores-Guido, Pat-Fernández y Esparza-Olguín, 2015). Además, la serie de prácticas culturales e intensidad de manejo en el huerto familiar ha sido primordial en la conservación de los recursos naturales. Según el organismo Food and Agricultural Organization (FAO) contribuye a la sustentabilidad y proporciona la esencia básica para la soberanía alimentaria como apoyo a las condiciones de sobrevivencia de las sociedades rurales, temas que constituyen elementos fundamentales en el contexto de la biodiversidad (FAO, 2011).
Para las zonas tropicales se han documentado prácticas de conservación in situ de plantas útiles en ambientes antropogénicos (Neulinger, Vogl y Alayón, 2013). Los estudios hacen referencia a técnicas de tolerancia, sobre especies que existían antes de que el ambiente fuera transformado, lo que genera indicios de una abundancia desigual de individuos de especies útiles (Caballero et al., 2022; Pancorbo-Olivera, Parra-RondinelTorres-Guevara y Casas, 2020).
Un ejemplo de lo anterior se encuentra en las selvas de las regiones mayas, donde se muestran prácticas de tolerancia en superficies abiertas al cultivo y un conjunto de plantas nativas útiles documentadas como frutales, entre otras (Flores y Bautista, 2012; Gómez-Pompa, 1987). En estos ecosistemas existe una amplia riqueza de árboles útiles, por tanto, se plantea que los niveles de manejo, en realidad constituían una estrategia forestal, que pudo haber sido fundamental en la subsistencia de antiguas sociedades mayas, lo que aún estos pueblos pueden estar ejerciendo (Corzo-Márquez, 2005; Corzo-Márquez y Schwartz, 2008; Ferrer et al., 2019).
En la cultura maya, el fomento de plantas nativas útiles ha sido una estrategia de práctica asociada a la agricultura durante siglos. Ejemplo de ello es el manejo se presenta en terrenos llamados acahuales, bajo el sistema de roza, como una de las formas más frecuentes (Ferrer et al., 2019). Por otra parte, estudios como el de Corzo-Márquez (2005), podrían indicar que el sistema de manejo integrado agroforestal de estas plantas comprendía métodos como el cultivo y la semidomesticación en los espacios aledaños de las viviendas, como el huerto. Aspectos que reflejan el hecho de que en la actualidad exista alta diversidad de plantas alimenticias nativas en los huertos de Mesoamérica.
Por otra parte, el manejo de plantas puede definirse como la combinación de acciones enfocadas en adaptar o transformar un sistema, elementos, o procesos, realizados de acuerdo con un plan humano, para favorecer la disponibilidad de poblaciones o individuos dentro de un sistema (Blancas et al., 2010). Estas labores involucran intervención, adecuación o modificación de manera consciente o inconsciente del paisaje, vegetación, especies y genes, según la estructura de las poblaciones naturales para la variabilidad en la obtención de recursos (Casas, Parra y Blancas, 2015).
Junto a lo anterior, la interacción entre la agrobiodiversidad y los pobladores indígenas, propicia la existencia de una complejidad de percepciones, usos y labores agrícolas particulares del agroecosistema. Lo anterior son aspectos que fundamentan el propósito de documentar niveles de manejo de la agrobiodiversidad vegetal y su relación con la importancia cultural en el huerto familiar de comunidades indígenas ch’ol del municipio de Tumbalá del estado de Chiapas.
Materiales y métodos
Área de estudio
Las comunidades de estudio se encuentran ubicadas en el municipio de Tumbalá en el estado de Chiapas, México (Figura 1), a una altitud promedio de 775,27 m; presentan un clima cálido húmedo con lluvias todo el año, un promedio de precipitación anual de 3,723 mm y temperatura de 18.9ºC (Conagua, 2020). El municipio cuenta con una extensión territorial de 109.3 km², que representa el 0.14% de la superficie del estado presenta elevaciones de 417 a 670 m (Tabla 1), con una topografía muy accidentada en terrenos montañosos, de bosque tropical perennifolio, mesófilo de montaña, vegetación secundaria de selva perennifolia, zona de pastizal con ganadería extensiva (Rzedowski, 2006).
Comunidad | Altitud (msnm) | N° Habitantes | N° Hogares |
---|---|---|---|
Ignacio Allende | 417 a 496 | 863 | 254 |
Pactiun | 534 a 627 | 870 | 253 |
Benito Juárez | 580 a 670 | 963 | 229 |
Fuente: Adaptado de (INEGI, 2020).
El municipio presenta una población aproximadamente de 26,679 personas hablantes de una lengua indígena, de las cuales 70% es hablante del idioma ch’ol (CDI, 2010). Estos pueblos se dedican, principalmente, a la siembra de maíz y frijol, donde predomina la milpa, la principal fuerza de trabajo la constituye la familia y la producción cafetalera ha sido históricamente una de las actividades comerciales de mayor importancia en esta región (Alejos y Martínez, 2007).
Criterios de selección y concertación con la comunidad
Las comunidades de estudio fueron seleccionadas de acuerdo con su ubicación geográfica, dentro de un ámbito rural con alto grado de marginación, habitadas aproximadamente por 200 familias con una población mayoritaria de hablantes de la lengua indígena ch’ol, representadas por unidades familiares con alta diversidad de plantas, presencia factible en vías de acceso y ubicación geográfica relativamente equidistantes entre sí.
El contacto inicial con las autoridades específicas se formalizó a comienzos del 2019, a quienes se les expuso el propósito y compromiso del estudio, y para mediados del 2020 se acordó la investigación junto a su consentimiento, siguiendo las costumbres de esta sociedad. Se trabajó con las familias que quisieran participar de manera voluntaria y se contó con el apoyo de un intérprete de la lengua ch’ol, de acuerdo con el lineamiento recomendado por el Código de Ética de la Sociedad Latinoamericana de Etnobiología (SOLAE) (Cano, Medinaceli, Sanabria y Argueta , 2015).
Obtención de datos
Para la recopilación de datos, en cada unidad de estudio (huerto familiar = HF) se utilizó el método de muestreo no probabilístico “bola de nieve” a partir de rutas aleatorias por las localidades (Bassi, 2015). Se seleccionó una muestra representativa (10% del número total) que permite generalizar los resultados de familias presentes en la comunidad (Martínez, 2012). Para recabar los datos de esta investigación se siguió el proceso metodológico denominado Sistemas de Vida (SIV), estandarizado para estudiar “modos de vida rurales” (Rodríguez-Galván, Reising, Moronta, Àlvarez y Zaragoza-Martínez., 2015), adaptando técnicas etnobotánicas e integrando una perspectiva etnoagroecológica (Lope-Alzina et al., 2018; Ubiergo-Corvalán et al., 2020).
Se aplicó la entrevista semiestructurada por cada HF, las familias fueron entrevistadas en castellano con traducción simultánea en lengua ch’ol, con apoyo de una persona intérprete local. Para recabar datos puntuales, se realizó una entrevista abierta a profundidad a informantes clave, que consistió en un diálogo libre basado en el conocimiento de las plantas representativas en cuanto a características de usos, aspectos agroecológicos, forma de consumo y percepción de su importancia para la familia.
De manera transversal, se utilizó el método de observación participante para una mejor comprensión del contexto de la unidad productiva familiar (UPF) y corroborar la determinación de las especies. La participación, observación e interrogación, permitió integrarse a la vida cotidiana de las familias y reconocer condiciones que difícilmente se responden en una entrevista formal (Martínez, 2012). Se realizó observación directa sobre las plantas mencionadas en las entrevistas de cada HF y se tomaron datos directos sobre el individuo vegetal, así como fotografías de cada espécimen registrado. Las especies fueron identificadas con base en estudios previos (Ubiergo-Corvalán et al., 2019, 2020) y en algunos casos se contó con el apoyo de especialistas.
Análisis de datos
Los datos recabados en campo fueron sistematizados en un banco de información, para ello se utilizó Excel Microsoft Office® basado en el proceso de SIV (Gómez, 2017; Rodríguez-Galván et al., 2015). Se realizó un análisis integral de la información recabada, mediante estadística descriptiva de los datos cuantitativos y los cualitativos (Rodríguez-Galván et al., 2015). A partir del diálogo y el registro de datos obtenido desde los participantes se realizó el análisis del discurso, como una forma de construcción de la descripción mediante la observación (Gómez, 2017).
Se consideraron dos índices cuantitativos para asociar factores que intervienen en el conocimiento y el manejo tradicional, para esto se adaptó y calculó el índice de Importancia Cultural (IIc) (Basir, Lahjie, Simarangkir y Matius, 2015; González-Insuasti, Martorell y Caballero, 2008; Pieroni, 2001). Es IIc = (P × Di × Fu × S × Pr × Vf × M × C × Nu)/10000 donde: P=número de personas que consumen la planta, Di=disponibilidad de la planta, Fu=frecuencia de uso, S=estructuras utilizadas como alimento, Pr=manera de preparación de los alimentos, Vf=valoración percibida por la familia, M=uso medicinal adicional, C=forma de aprovechamiento, Nu=número de usos diferentes.
Para evaluar las prácticas de manejo que las personas realizan por especie, se consideró el índice de Intensidad de Manejo (IM) (Blancas, 2013; Blancas, et al., 2010; Furlan, Pochettino y Hilgert, 2017), calculado como la suma de todas las frecuencias relativas de prácticas para cada especie. Es IM = ∑Fm(nij) , donde: IM=intensidad de manejo por especie, Fm=frecuencia de prácticas de manejo por especie, nij=número de personas que aplican cada práctica de manejo por especie, i=número de personas que aplican cada práctica de manejo y j=cada una de las especies manejadas.
Resultados
Generalidades del huerto familiar en Tumbalá
El huerto familiar (HF) es un espacio percibido en el sistema de vida de la familia ch’ol, en este territorio es llamado “solar” y se ubica como uno de los componentes que forman la unidad de producción familiar (UPF). Se estudió un total de n=57 huertos familiares, entre 18 a 20 por cada localidad de las tres estudiadas del municipio de Tumbalá.
En general, los solares presentan un terreno amplio de superficie, con un promedio de 2,265.35 m2 y un rango de 100 m2 a 20,000 m2, este espacio se encuentra bien delimitado, para esto las familias emplean principalmente cercas vivas (árboles o arbustos con poda estricta de formación), instaladas como postes de madera o troncos de árboles. La demarcación presenta las siguientes funciones: definir el espacio familiar, proteger que los animales (aves) no se escapen o se distancien del terreno, separar las viviendas de los vecinos, vigilar la producción y sus recursos, cuidar la privacidad de sus actividades cotidianas y tener el cuidado de que el visitante solicite permiso para entrar en huertos ajenos.
En las tres localidades las familias entrevistadas mencionaron la organización del componente vegetal en cinco zonas (hortaliza, huerto o “corral”; traspatio o corral de animales; jardín; cerca y reserva o área de desechos). En tal sentido la zona de hortaliza fue la más citada con un intervalo de 16 a 21 menciones, seguida con traspatio de 4 a 15 y jardín de 4 a 8 menciones, las demás zonas fueron citadas con menor frecuencia (Figura 2). De igual manera, se aprecia que las familias con negocios propios y trabajo asalariado presentaron mayor infraestructura en sus espacios y menos recursos vegetales; se pudo distinguir que existe una posible asociación entre la presencia de sus instalaciones, el ingreso monetario y la diversidad de vegetación.
En el componente vegetal, se registró un total de 112 especies de plantas útiles, pertenecientes a 48 familias botánicas, de estas 50 especies nativas para Mesoamérica. Las familias con mayor riqueza fueron Fabaceae con 11 especies, Asteraceae, Rutaceae y Solanaceae con seis especies cada una, Arecaceae con cinco, Annonaceae, Cucurbitaceae y Lamiaceae con cuatro especies, respectivamente. De acuerdo con esto, 17 familias botánicas contribuyen con 65.17% del total, el resto se compone con menos de dos especies (34.82%). Se presenta un total de 94 géneros útiles, entre los mejor representados, fueron Citrus (cinco especies), Annona (cuatro especies), Chamaedorea e Inga (tres especies) respectivamente, los demás con menos de dos especies.
Etnobotánica del huerto familiar
El uso comestible (61.9%), seguido de medicinal (12.7%) son las categorías más representativas en la etnobotánica de la agrobiodiversidad del huerto. En cada comunidad, la mayor representación de especies útiles estuvo en Benito Juárez, seguido de Pactiun e Ignacio Allende; sin embargo, el conjunto de especies comestibles destaca en la comunidad de Ignacio Allende (76.8%), sucesivo de Pactiun y Benito Juárez (67.5%) respectivamente.
Asimismo, el uso comestible, presentó una diversidad de formas específicas de consumo, entre las que sobresalen preparaciones, tales como caldo, hervido, frito, platos combinados con huevo y frijol. Las demás preparaciones se citaron en menor frecuencia (Figura 3). Aunque principalmente se mencionan usos culinarios referentes a las comidas cotidianas principales del día, como es el desayuno, la comida o almuerzo y cena.
Destaca, además que, en festividades familiares, comunitarias o de índole tradicional y religiosas, también es representativa la preparación culinaria, como el caldo y el hervido combinados con carnes de pollo o cerdo. En el caso de los alimentos consumidos crudos se ubican las frutas de temporada, las que se consumen comúnmente de acuerdo a la productividad de la especie.
Importancia cultural de la agrobiodiversidad vegetal comestible
El índice de Importancia cultural de plantas comestibles (IIc) presentes en el HF, muestra un intervalo entre 0.0005 y 15.500. Las especies con altos valores de IIc las consumen las personas con mayor frecuencia, algunas forman parte de la dieta diaria de alimentos, como las plantas usadas como verduras y condimentos (Tabla 2). Es el caso del werux o cebollín (Allium fistulosum L.), del cual se emplean las hojas y el tallo en la mayoría de los platos, además es de importancia para la economía familiar, ya que está presente en gran parte de los solares y se utiliza para su intercambio o venta local. Asimismo, el ñu’uk o chayote (Sechium edule (Jacq.) Sw.) muestra una representativa importancia cultural, estimada por su percepción y aprovechamiento alimenticio, presenta nueve formas de uso comestible y para su preparación culinaria las personas prefieren el fruto (97.7%), ramas tiernas (42.2%) y hojas (15.5%).
Especies | Nombre castellano/ch’ ol | P | Di | Fu | S | Pr | Vf | M | C | Nu | IIc |
---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
Allium fistulosum | Cebollín/werux | 28 | 4 | 3.4 | 1.7 | 2.8 | 9 | 3 | 1.6 | 2 | 15.500 |
Sechium edule | Chayote/ñu’uk | 44 | 4 | 2 | 2.04 | 1.75 | 10 | 3 | 1.1 | 1 | 4.279 |
Cnidoscolus aconitifolius | Chaya/e'k | 19 | 3 | 3 | 1.84 | 1.75 | 9 | 4 | 1 | 2 | 3.614 |
Piper auritum | Hoja santa/mömöy | 15 | 3 | 4 | 1.31 | 2.50 | 7.9 | 4 | 1 | 2 | 3.237 |
Citrus aurantifolia | Limón/ilmuñix | 11 | 4 | 5 | 1.5 | 2 | 9.3 | 4 | 1 | 1 | 2.198 |
Capsicum annuum | Chile/ich | 14 | 3 | 4 | 1.5 | 2.50 | 9 | 2 | 1.3 | 1 | 1.373 |
Ocimum campechianum | Albahaca criolla/ichtyo pimel | 23 | 4 | 3 | 1.5 | 1.75 | 9 | 2 | 1.1 | 1 | 1.233 |
P (n° personas que consumen la planta), Di (disponibilidad de la planta), Fu (frecuencia de uso), S (estructuras utilizadas como alimento), Pr (preparación de los alimentos), Vf (valoración percibida), M (Uso medicinal), C (Aprovechamiento), Nu (N° usos), IIc (índice de importancia cultural).
Fuente: elaboración propia.
Con menor valor de IIc, se presentan especies que se consumen según la temporada de aparición de sus partes comestibles, entre estas se presentan frutales introducidos y/o nativos, como las especies de Inga sp. y algunas hierbas o quelites como ichtyo pimel (Ocimum campechianum Mill.), que aparecen en determinada época del año. Un conjunto de especies con un promedio de IIc= 1.240 son aprovechadas para la venta local, entre estas podemos encontrar algunas hortalizas como mostaza o rechucaj en ch’ol (Brassica juncea (L.) Czern.) y frutales como el nance (Byrsonima crassifolia (L.) Kunth) y cacaté (Oecopetalum mexicanum Greenm y Ch Thomps).
Algunas palmas son usadas por sus inflorescencias comestibles, como el nachiib (Chamaedorea cataractarum Mart.). En el caso de los quelites, igualmente para su consumo se mezclan con otros ingredientes para que la cantidad de alimentos sea más abundante. Algunas plantas registradas son usadas por sus hojas para envolver los tamales (yopom, en ch’ol), entre las que destacan Maranta arundinacea L., Renealmia alpinia (Rottb.) Maas, y algunas especies del género Heliconia.
Intensidad de manejo por especie comestible en los HF
En las tres comunidades predomina el manejo ex situ, con un registro importante de plantas cultivadas (37.0 + 48.2%). Aquí se incluyeron las plantas domesticadas, entre las que destacan hierbas hortalizas y árboles frutales, de origen nativo o introducido. Se agruparon, además, las especies cultivadas no domesticadas, que son las plantas nativas colectadas en su agroecosistema original y que posteriormente se trasplantan en espacios definidos del HF.
El registro señala 15 especies con valores representativos en IM con un intervalo de 0.2129 + 0.6239 (Tabla 3), las demás especies con valores menores a IM = 0.1652. Los valores altos muestran la frecuencia de manejo que incide en cada práctica por especie. En el nivel de protección destacan especies domesticadas que se catalogan como exclusivas del HF, como el chayote (S. edule) y la chaya, o e’k en ch’ol (Cnidoscolus aconitifolius (Mill.) I.M. Johnst.) principalmente.
Especie | Nombre castellano/ch’ol | Manejo in situ | Manejo ex situ | IM | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
Re | To | Fo | Pr | Cu | Rs | Pa | Tr | |||
Ocimum campechianum | Albahaca/ ichtyo pimel | X | X | X | X | X | X | 0.6239 | ||
Sechium edule | Chayote/ ñu’uk | X | X | X | X | 0.5968 | ||||
Solanum nigrescens | Hierba mora/ chäju’ck | X | X | X | X | X | 0.5531 | |||
Piper auritum | Hierba santa/ mömöy | X | X | X | X | X | X | 0.5337 | ||
Witheringia meiantha | Ashante/ ashantye’ | X | X | X | X | X | 0.5298 | |||
Eryngium foetidum | Perejil/ xperex | X | X | X | X | X | X | X | 0.5265 | |
Cnidoscolus aconitifolius | Chaya/ e’k | X | X | X | 0.4283 | |||||
Allium fistulosum | Cebollín/ werux | X | X | X | X | 0.3838 | ||||
Musa paradisiaca | Plátano/ ja’as | X | X | X | X | 0.3834 | ||||
Astrocaryum mexicanum | Chapay/ chäpäy | X | X | X | X | X | X | 0.3567 | ||
Inga vera Kunth | Vaina/ bitz | X | X | X | X | X | X | 0.3200 | ||
Chamaedorea tepejilote | Tepejilote/ chiib | X | X | X | X | X | 0.2645 | |||
Coriandrum sativum | Cilantro/ xculantiie’ | X | X | X | 0.2628 | |||||
Capsicum annuum | Chile/ ich | X | X | X | 0.2365 | |||||
Cucurbita pepo | Calabaza/ ch’ujm | X | X | X | X | X | 0.2129 |
Re (Recolección), To (Tolerancia), Fo (Fomento), Pr (Protección), Cu (Cultivo), Rs (Reproducción sexual), Pa (Propagación asexual), Tr (Transplante), IM (Intensidad de manejo).
Fuente: elaboración propia.
Entre las especies con mayor diversidad de frecuencia en los niveles de manejo destacan las plantas tipo quelite o pimel en ch’ol, como O. campechianum, Solanum nigrescens M. Martens & Galeotti, Witheringia meiantha (Donn. Sm.) Hunz. y Piper auritum Kunth; así como frutales nativos del género Inga (Fabaceae).
Lo anterior incluye el caso de algunas palmas de las que cosechan su inflorescencia para uso alimenticio, tales como Chamaedorea tepejilote Liebm., Chamaedorea graminifolia H. Wendl., C. cataractarum y Astrocaryum mexicanum. Tales especies generalmente provienen de otros agroecosistemas como la parcela familiar, cafetal, bosque o milpa, donde se colectan las semillas germinadas o la plántula, y son reubicadas en el HF. Las especies A. mexicanum y C. tepejilote se ubican en zonas sombreadas y C. graminifolia en espacio más iluminado y protegido. De igual manera, en el agroecosistema original se dejan individuos adultos.
La reproducción asexual a través de esquejes se encuentra bien representada en el manejo de las plantas del HF, este material vegetal incluso forma parte de la actividad de intercambio de recursos entre las familias o los vecinos, así como del traslado desde otros agroecosistemas. Ejemplo de esto se aprecia claramente con la chaya (C. aconitifolius), especie que se propaga para su aprovechamiento como alimento, y como cerca en el límite del terreno y la zona de “hortalizas”. La especie presenta dos variantes en la región de Tumbalá, la que presenta hojas glabras, y cortan su ápice con yemas foliares y tallo tierno para utilizarla como alimento, y la otra variedad conocida como “chaya pelusa”, que a diferencia de la anterior es poco consumida por la presencia de pubescencia en sus hojas. Entre las plantas cultivadas se observa que también se utilizan macetas en las zonas contiguas a la vivienda, donde es habitual observar hierbas anuales comestibles como cebollín (A. fistulosum) y cilantro (Coriandrum sativum L.), también hierbas ornamentales, medicinales, entre otras.
Dentro del manejo in situ, se incluyeron las especies alimenticias, que se diferencian como plantas arvenses y/o silvestres, en su mayoría nativas creciendo en espacios apropiados para las mismas. En esta etapa se presentaron cuatro prácticas, recolección (7.2 a 10.2%), tolerancia (10.6 a 16%), fomento (8 a 12%) y protección (17 a 32%); con una orientación muy similar entre las tres comunidades.
En el caso de la recolección y tolerancia, las familias hacen mención de las plantas que crecen “solitas”; es decir, aquellas que tienen crecimiento espontáneo y se adaptan a diversas condiciones, tales como O. campechianum, P. auritum, W. meiantha, S. nigrescens y Eryngium foetidum L., algunas incluso son silvestres en bosques secundarios. Algunas especies perennes han persistido desde los inicios de la fundación de las comunidades. Incluso es frecuente observar la ubicación de la infraestructura en función de los árboles que están presentes, principalmente de los estratos más altos.
Entre los aspectos que se valoran en las especies que conllevan prácticas de tolerancia, están la disponibilidad del recurso aprovechable que se encuentre en la zona. En el caso de los frutos “silvestres” comestibles, las personas toman en cuenta el estado de madurez y la ausencia de daños mecánicos o presencia de plagas y enfermedades; a estas especies prefieren eliminarlas al momento de observar el problema fitosanitario. La disponibilidad de este recurso, puede depender de la forma de consumo y su temporada de fructificación.
De igual manera, existen afluentes de agua natural, provenientes de los arroyos cercanos, que recorren las comunidades y van atravesando diversos huertos, en esta zona se desarrolla un microhábitat que las personas denominan “la reserva”. En esta área se presentan especies que permanecen de manera natural, entre las cuales se encuentran, hierbas como nik'uts (Spathiphyllum friedrichsthalii Schott) y palmas como el nachiib (Chamaedorea cataractarum), ambas usadas por sus inflorescencias comestibles.
Para la colecta de las plantas usadas por sus hojas, por ejemplo, para envolver tamales, las personas ubican las hojas que seleccionan desde un determinado nudo de la planta para realizar su corte, desde el pecíolo con el uso de machete. En el caso de los quelites, las personas prefieren los brotes tiernos, cortan la zona apical de la planta, sin daños preferentemente, dependiendo de su disponibilidad. La planta llamada ashantye’ (W. meiantha) es colectada también como alimento para los cerdos, en este caso se cortan las hojas más grandes, sin preferencia de la parte más tierna.
La tolerancia principalmente se observa en áreas del traspatio, la hortaliza y el jardín, donde se realiza el mantenimiento de la zona para el cuidado de especies cultivadas, aquí se presentan especies que aparecen espontáneamente como arvenses y que se dejan en el lugar para su desarrollo y aprovechamiento alimenticio, como mömöy (P. auritum), tomatillo verde (Physalis pubescens L.), uva silvestre (Vitis tiliifolia Humb. & Bonpl. ex Schult.), entre otras.
En la práctica de fomento, se registraron las especies de las que comúnmente las personas esparcen sus semillas de forma manual en espacios cercanos, para su reproducción en una próxima temporada, generalmente es cuando se aprovecha la época de lluvia. Esta práctica se dirige en especial a mantener abundancia de individuos en el espacio del HF, como algunas plantas arvenses (O. campechianum y E. foetidum).
Asimismo, técnicas de protección incluyen especies arvenses, cultivadas no domesticadas y domesticadas que presentan especial preferencia para la familia. En esta práctica se presentan aquellas plantas protegidas, debido a la presencia de amenazas externas que impiden su desarrollo, ya sea por plagas, enfermedades, daño por animales domésticos o niños y exceso de agua o sequía. Ejemplo de esto, lo representa la zona de hortaliza, donde las plantas son resguardadas de los animales domésticos que se encuentran en libertad. En el caso de las trepadoras, se protegen y vigilan para guiarlas en el desarrollo, colocándolas sobre los árboles más altos.
Es común observar en el huerto, el crecimiento inicial de algunas plantas en la zona de residuos orgánicos, lugar donde se acumulan los desechos de la cocina o del traspatio. Desde este espacio emprenden su desarrollo plantas de chayote (S. edule), calabaza (Cucurbita pepo L.), papaya (Carica papaya L.), aguacate (Persea americana Mill.), entre otras. A algunos individuos los dejan permanente en el lugar y a otros los reubican en nuevas áreas.
La complejidad del solar ch’ol de Chiapas, evidencia la influencia cultural sobre las funciones agroecológicas de las especies útiles en este espacio, a pesar de que los límites de infraestructura han presentado notables transformaciones en los espacios familiares de la vivienda. Es importante destacar, que los resultados también detallan el trabajo predominante que la mujer tiene en el manejo de los espacios productivos, así como en la toma de decisiones para la selección de la parte de las plantas utilizadas, cuidado de las especies usadas como verduras y hortalizas. Así también, en la preparación de alimentos, en la transmisión de los desarrollos cognitivos en la familia. La cosmovisión de la mujer se refleja a la hora de realizar ciertas actividades, ejemplo de esto se observa al momento de cultivar especies desde sus esquejes vegetativos o plántulas, ya que para ellas el ciclo de las fases lunares incide en el crecimiento y desarrollo de las plantas.
Discusión
Cabe destacar que, entre las generalidades descritas para el HF, la superficie del solar sobresale sobre el promedio general señalado para estos, en el sureste del país, como la región de la Chontalpa en Tabasco, donde se presentan terrenos de herencia familiar con más de 30 años de establecidos (Chablé-Pascual et al., 2015). También se relacionan con otros solares de regiones mayas donde predominan dimensiones similares (Corzo-Márquez y Schwartz, 2008; Lerner, Mariaca, Salvatierra, González-Jacome y Wahl, 2009; Ramírez y Morales, 2019; Sosa, 2019; Vogl, Vogl-Lukasser Caballero, 2002).
El componente vegetal representado se compara con lo señalado en los huertos de las zonas tropicales de América (Montenegro et al., 2017; Rooduijn, Bongers y van der Wal, 2018). La zona de traspatio y jardín coincide con Salazar-Barrientos et al. (2015), quienes indican la cercanía de esos espacios a la vivienda y cocina del hogar. De igual manera, Chablé-Pascual et al. (2015) mencionan zonas de reserva que colindan con vegetación silvestre, caso que concuerda con algunos huertos cercanos a los límites de la localidad estudiada, aunado a esto, algunas especies nativas se presentan en áreas de vegetación silvestre.
Los resultados sobre la composición florística se asemejan con registros presentados en comunidades ch’oles de otros municipios de Chiapas, Tabasco y Campeche (Lerner et al., 2009; Ramírez y Morales, 2019; Ubiergo-Corvalán et al., 2019; Vogl et al., 2002). Estos coinciden reportando menos de 150 especies en este tipo de agroecosistema. No obstante, se refleja un porcentaje menor comparado con la riqueza de especies útiles presentes en huertos familiares de otros grupos indígenas (Neulinger et al., 2013; Poot-Pool et al., 2015).
La categoría de uso comestible destaca en diversas investigaciones, de la región chiapaneca y en territorios similares de estados vecinos (Caballero et al., 2022; Lara-Ponce, Caso-Barrera, Aliphat-Fernández y Ramírez-Valverde, 2013; Trabanino, 2018). Vale reconocer, que estos espacios conservan características importantes de los elementos de la seguridad alimentaria en comunidades rurales, al tener porcentajes considerables en esta forma de uso (Benítez, Soto-Pinto, Estrada-Lugo y Pat-Fernández, 2020; Corzo-Márquez y Schwartz, 2008).
En el caso de la importancia cultural de las especies comestibles, se expresan tendencias similares en estudios previos (Basir et al., 2015; Blancas, Casas, Pérez-Salicrup, Caballero y Vega, 2013), quienes señalan que los valores más altos se encuentran en especies de amplio y frecuente consumo, con diversos usos, además que son mayormente comercializadas y consumidas en diversas comunidades aun cuando pueden estar ausentes en sus territorios. En este sentido, González-Insuasti (2008) y Clement et al. (2021), señalan que la importancia cultural de un recurso vegetal es el factor principal que influye en la intensidad del manejo; es este un elemento determinante en la intensificación, reivindicado en las actuales evidencias sobre la domesticación en el Neotrópico.
Las técnicas agrícolas registradas en este estudio representan elementos que se distinguen en diversos niveles de manejo, las labores, frecuentemente, son señaladas por diversos autores (Rangel-Landa, Casas, García-Frapolli y Lira, 2017; Rooduijn et al., 2018). El nivel de manejo de recolección es menos representado en los huertos familiares, ya que es un tipo de práctica incipiente que se mantiene en mayor medida en espacios de vegetación natural, con menor intervención humana (González-Insuasti et al., 2008). Aunque este tipo de manejo es reconocido como uno de los más importantes, ha sido una forma inicial de interacción humanoplanta, ya que diversas especies vegetales en un momento dado estuvieron bajo esta manera de intervención (Clement et al., 2021). Esta característica se asemeja con aspectos etnoarqueobotánicos de los mayas para sitios cercanos a las estructuras habitacionales, donde se ha señalado que se depositaban desechos provenientes de la alimentación de sociedades antiguas y que podrían ser indicios de la disponibilidad de recursos fitogenéticos en ese momento (Venegas, 2019).
Se alcanza, no obstante, a reconocer que los huertos del pueblo ch’ol aún permanecen inmersos en la representatividad de la vegetación circundante, principalmente en las comunidades más alejadas de las zonas urbanas. En este sentido, la disponibilidad de la agrobiodiversidad con niveles de recolección presente en estos agroecosistemas puede estar en riesgo de vulnerabilidad. Ello en la medida en la que la población transforme el conocimiento del manejo tradicional para los usos y costumbres de su forma de aprovechamiento, como se ha registrado en otras regiones (Contreras, Caso, Aliphat y Mariaca, 2013).
Las técnicas agroecológicas del huerto ch’ol implican una valoración de prácticas tradicionales, encaminadas a definir un sistema de vida en función de un desarrollo sostenible. Estos factores se han señalado para estudios sobre la domesticación, lo cual ha sido destacado en los niveles de manejo de especies vegetales para Mesoamérica (Clement, Cristo-Araújo, D’Eeckenbrugge, Alves-Pereira y Picanço-Rodrigues, 2016; Larios, Casas, VallejoMorenoCalles y Blancas, 2013; Zizumbo-Villarreal y Colunga-GarcíaMarín, 2008).
La representación femenina en el manejo de los huertos de Mesoamérica coinciden entre distintos autores (Chávez-García, Rist y Galmiche-Tejeda, 2012; Corzo-Márquez y Schwartz, 2016), quienes evidencian que en ese espacio la mujer es pilar en los criterios de selección de la parte de la planta que se va a consumir, la atención de las especies en el lugar, cuidado y protección; prácticas tradicionales que están íntimamente relacionadas con la domesticación de las plantas.
Como se puede apreciar, las estructuras de aprovechamiento de las plantas, están incurriendo en la viabilidad de su manejo, particularidad que va estrechamente ligada a la disponibilidad y características de las especies en el territorio. Tales aspectos se asemejan a lo discutido por Clement et al. (2021), cuando señalan que las características biológicas, interacciones ecológicas o hábitat para el establecimiento, representan elementos que influyen en la intensidad de manejo. Como bien es destacado, el manejo in situ puede estar generando procesos incipientes de domesticación (Blancas et al., 2013; González-Insuasti et al., 2008).
Los individuos cultivados que presentan prácticas específicas en el HF, como chayote, chaya, plátano o cebollín, pueden ser casos especiales de especies que posiblemente estén presentando aún procesos continuos de domesticación. A partir de influencias independientes relacionadas con las prácticas de esta zona, tal como lo sugieren (Casas et al., 2016), quienes señalan que este proceso opera incluso en plantas domesticadas.
Algunas de las especies registradas además coinciden con las señaladas para Mesoamérica (Clement et al., 2021). En este sentido, al destacar en su intensidad de manejo pueden requerir atención futura en los criterios de selección dentro de los niveles de domesticación, tal como ha sido señalado principalmente para árboles frutales (Furlan et al., 2017).
La experiencia analizada sobre las distintas formas de manejo que interactúan bajo una influencia cultural en la actualidad desde el espacio del solar ch’ol, corresponden a una posible muestra de cómo han ocurrido históricamente; como lo señala Blancas et al. (2013) y en consecuencia de la cultura alimentaria de estos pueblos.
En general, el huerto familiar presenta factores culturales que inciden en la domesticación, y es un espacio complejo de aspectos interrelacionados con el manejo de las plantas. Lo que es evidente es que, en este territorio, existe una diversidad alta de alimentos en distintas temporadas del año, que crea disponibilidad para su uso en la preparación gastronómica ch’ol. Aspectos que coinciden con Clement et al. (2021), quienes señalan que un recurso con alto valor cultural que puede ser escaso, cuya disponibilidad es incierta corresponde a que las personas inviertan más esfuerzos para asegurar su disponibilidad.
La complejidad del solar maya ch’ol de Chiapas, evidencia la influencia cultural sobre las funciones agroecológicas de las especies útiles en este espacio, lo cual ha sido representativo históricamente en diversos territorios (Contreras et al., 2013; Corzo-Márquez y Schwartz, 2008; González-Jácome, 2005; Larios et al., 2013; Lope-Alzina et al., 2018). Ello, a pesar de que los límites de infraestructura han presentado notables transformaciones en los espacios familiares de la vivienda (Castro, 2012).
Conclusiones
El estudio de los conocimientos relacionados con la cultura alimentaria y el manejo de especies en el huerto familiar maya ch’ol de Tumbalá, permitió documentar aspectos del sistema de vida de la población de las comunidades estudiadas. El componente natural reconoció elementos característicos de la agrobiodiversidad vegetal, la cual está representada por 112 especies vegetales, con más de 50 especies nativas para Mesoamérica. Los índices que implican la importancia cultural y la intensidad de manejo pueden estar demostrando que las prácticas que se realizan en el HF están asociadas con diversos gradientes que se identifican con la domesticación.
Se representa la importancia cultural, la intensidad de manejo y la valoración de prácticas, encaminadas a definir un sistema de vida en función de un desarrollo sostenible, donde se demuestran referencias resaltantes en especies incluidas en la identidad cultural y alimentaria del pueblo ch’ol. Las formas de interacción documentadas en este estudio permiten visualizar la relación entre el valor cultural de las especies de plantas comestibles y las formas de manejo que se llevan a cabo en consecuencia.
De esta manera, se reconoce que existen especies que presentan diferentes niveles de manejo, donde el valor, preferencia y otros elementos socioculturales influyen en el agroecosistema tradicional. Asimismo, la distribución de las prácticas por especie en los huertos familiares está desarrollando una tendencia en estas etapas evolutivas, lo que determina que el solar es en efecto un espacio que muestra estadios domesticación de la agrobiodiversidad vegetal comestible.