Introducción
La gentrificación como fenómeno urbano implica una transformación material del paisaje citadino a partir de la llegada de un nuevo grupo de residentes a un barrio, evento con el cual existe una renovación física del espacio, se elevan los costos de la vivienda, el estilo de vida, los productos, los bienes y servicios. Empero, esta renovación urbana en un barrio también se constituye en dimensiones simbólicas y semióticas que reconfiguran el significado de los espacios gentrificados. Así, los estilos de vida de quienes llegaron a habitar despliegan capitales económicos, sociales, políticos, culturales que dan origen a un sentido aburguesado, exclusivo y elitizado del barrio. Los espacios gentrificados dan cuenta de las relaciones sociales de desigualdad que se territorializan para configurar sentidos de lugar que despliegan procesos de exclusión simbólico o de pertenencia (Christafore y Leguizamon, 2018; Kreis, 2013; Vivian-Byrne, 2019).
El planteamiento de esta investigación se realiza desde una mirada interdisciplinaria entre la geografía urbana y la cultural, pues amalgama la materialidad y la inmaterialidad del espacio. Sugiere que la gentrificación -además de revalorizar el uso de suelo de los barrios y la derrama económica- es producida desde el sentido del gusto y el político, además de las emociones, los afectos, el género o la sexualidad. Estas dimensiones articulan los espacios, apuntando a que desde la corporeidad se produce este fenómeno urbano, pues las personas son movilizadoras de afectos, emociones, aspiraciones, sentimientos o sistemas de valores producto de sus procesos de socialización que quedan plasmados en los espacios de los cuales se apropian (Lindón, 2017; Anderson, 2009).
En este sentido, con la apertura de los mercados y la emergencia del mercado rosa, aquellas personas que han subvertido los cánones del sistema cisheteropatriarcal, es decir, las contrasexualidades (Preciado, 2020), también han sido cooptadas por el consumismo neoliberal. La experiencia, las identidades, la legitimidad o el sentido de seguridad, en medio de un ambiente hostil heteropatriarcal ha sido explotado por los capitales para configurar barrios o zonas de tolerancia bajo las siglas LGBTIQ+. El impacto de dicha aceptación en el sistema heteropatriarcal, principalmente hacia gais y lesbianas, ha devenido en la conformación de barrios llamados gayborhoods, caracterizados por contar con un alto valor comercial, habitacional y de estilo de vida (Kreis, 2013; Vivian-Byrne, 2019). Sin embargo, aunque exista un proceso de asimilación en los sistemas hegemónicos, claro está que la condición de contrasexual, como sujetos abyectos1, sigue incomodando y logra dilucidar las desigualdades que pretenden ser atenuadas mediante el consumo de ciertos espacios privilegiados (Binnie, 2004; Kreis, 2013; Vivian-Byrne, 2019).
En América Latina existen zonas LGBTIQ+ conformadas por negocios enfocados a la socialización nocturna (discotecas), encuentros sexuales, algunos espacios culturales o de militancia política (Islas, 2020; Santos y Larreche, 2023). Sin embargo, estas prácticas de consumo LGBTIQ+ comienzan a gentrificar algunos barrios de las capitales con la conformación de hogares homoparentales, espacios culturales y militantes. En Ciudad de México, algunas colonias como Condesa, Roma norte y sur o Juárez están atravesando por un proceso de gentrificación que ha permitido dar visibilidad a ciertos sectores aburguesados de las contrasexualidades, quienes a pesar de estar más o menos asimilados por el sistema cisheteropatriarcal, siguen generando cierta disrupción.
Este sentido subversivo ha propiciado que se inicie el proceso de queerificación, es decir, que la llegada de las contrasexualidades a las colonias gentrificadas genera una desestructuración de los estilos de vida tradicionales heterosexuales, mediante la integración de otras formas de configurar las relaciones familiares, sexoafectivas, estilos de vida, de consumo, simbolismos y dinámicas cotidianas (Islas, 2020). La queerificación implica un proceso de apropiación, por parte de las contrasexualidades, de los espacios cotidianos para socializar, habitar, ejercer su sexualidad o su militancia, instando a la despatriarcalización de los territorios y visibilizándose como un sector politizado de la sociedad (Binnie, 1995; Islas, 2020). La intersección entre queerificación y gentrificación principia con las contrasexualidades, cuyos capitales económicos, sociales, culturales, políticos e intelectuales son lo suficientemente solventes para adquirir un estilo de vida y consumir espacios que les permiten una integración social y al mismo tiempo revitalizar los nuevos barrios aburguesados.
El presente artículo tiene puesta la mirada analítica en tres estudios de caso con el fin de desentramar la urdimbre gestada entre gentrificación y queerificación en el barrio Santa María la Ribera, ubicado en la zona central de la Ciudad de México. Los casos de estudio se enfocan en negocios que ofertan servicios de consumo de alimentos y culturales, en el mapa 1 se indica su localización en el barrio. El primer caso es la galería de arte LGBTIQ+ Eucalipto. El segundo negocio es la Panificadora Sisal. Y, finalmente, como espacio de ocio, de servicio de alimentos, recreación, socialización y arte presentamos a La Comuna Lencha-Trans. La premisa planteada es que los espacios contrasexuales enfocados al arte, la cultura, la militancia y la politización, movilizan cierto perfil de consumidores, residentes o visitantes del barrio, cuyo capital económico y cultural incentiva las dinámicas de la gentrificación y la queerificación.
Este trabajo está organizado en cinco momentos. El inicial está enfocado en una discusión analítica acerca del punto de encuentro entre la queerificación y la gentrificación. El planteamiento está colocado en cómo las contrasexualidades otorgan un valor agregado al proceso de gentrificación a partir de la movilización de significados, símbolos, códigos y valores cargados de una politicidad que inicia la queerificación desde diferentes posicionamientos. En un segundo tiempo, exponemos la metodología empleada, los estudios de caso y las directrices para obtener las narrativas de las personas entrevistadas. Posteriormente, presentamos un panorama histórico-espacial de los momentos que han germinado en la queerificación y gentrificación del barrio Santa María la Ribera. En el cuarto momento, se plantean los hallazgos obtenidos en la investigación. Finalmente, esbozamos algunas reflexiones finales.
1. Gentrificación contrasexual
Las ciudades son dinámicas, por lo que constantemente experimentan transformaciones en su estructura. Una de estas mutaciones se vincula con la dialéctica: deterioro y renovación de barrios y sectores estratégicos, la cual puede responder a la intervención gubernamental, o bien, a la acción privada. Así, en diversas ciudades del mundo occidental durante la segunda mitad del siglo pasado se han experimentado fenómenos de desinversión de las zonas centrales o viejos barrios obreros, los cuales hacia el final del milenio pasado fueron redescubiertas por su valor económico, simbólico e incluso político. En este sentido, los enfoques postmarxistas han denominado este fenómeno como destrucción creativa, término acuñado por Schumpeter (2010), que refiere al proceso urbano capitalista que implica la devaluación y su posterior reinversión del entorno construido, lo que significa la producción y destrucción de áreas centrales generando procesos de gentrificación (López, 2012; Insulza y Díaz, 2016; Harvey, 2008).
En los estudios urbanos existe un amplio debate tanto en el ámbito anglófono como castellanoparlante en torno a los efectos de la gentrificación, ya que autores como Slater (2009) o Janoschka (2016) evidencian cómo la gentrificación es una manifestación del urbanismo neoliberal, que explica las diferencias de clase social en el acceso y permanencia en ciertas áreas urbanas. Por lo tanto, desde estas miradas, la gentrificación debe entenderse como una acumulación por desposesión2. Mientras que otros autores como Byrne (2003), Freeman (2005) o Hamnett (2003) sostienen que la gentrificación no conlleva necesariamente la expulsión de los residentes antiguos, sino que existe un fenómeno de reemplazamiento o sustitución. Desde su óptica, la gentrificación es capaz de producir impactos positivos como el saneamiento de zonas degradadas, la adecuación de la infraestructura pública y los servicios privados, el mejoramiento de la calidad de las viviendas y el patrimonio, así como el incremento en la captación de impuestos, la creación de empleos y la descentralización de la pobreza.
El término gentrificación emerge para dilucidar las desigualdades socioeconómicas y políticas respecto del acceso a la ciudad, la exclusión y desplazamiento de ciertos sectores menos privilegiados en pro de grupos sociales con alto poder adquisitivo (Slater, 2011; Hiernaux, 2016). En esta realidad urbana -que está alcanzando a las ciudades latinoamericanas- las consecuencias de esta apropiación del espacio urbano son: la expulsión y periferización de sus habitantes locales debido a que se encarecen las rentas y los servicios, además de los nuevos códigos y valores que traen quienes ahora ahí habitan, lo que termina por reconfigurar el sentido de lugar (Hiernaux, 2016; Dávila, 2022; Vivian-Byrne, 2019).
La perspectiva cultural acerca de la gentrificación insta a desentramar cómo los capitales simbólicos, semióticos y significativos de los sujetos se despliegan en los barrios para territorializar estilos de vida, ideologías, patrones de consumo y aspiraciones que denotan la clase social. Al mismo tiempo, se identifica el perfil de sujetos, es decir, se reflexiona acerca de la gentrificación desde una perspectiva de género, orientación sexual, etnia, condición migrante e inclusive edad (Boivin, 2013; Vivian-Byrne, 2019). En ello, es importante reconocer que los residentes con alto poder adquisitivo no sólo renuevan los flujos económicos, urbanos o la imagen de la ciudad, sino que el sentido de habitar se convierte en una forma de reedificar el significado de las áreas aburguesadas de la ciudad, lo anterior, marca una diferenciación simbólica con los residentes locales. Con su arribo se dinamizan las actividades cotidianas, especialmente aquellas vinculadas con el consumo y la cultura, lo que trae consigo encarecimiento del uso de suelo, que repercute en el aumento de los productos básicos, lo que afecta a los antiguos residentes y desestima los estilos de vida locales (Hernández y Díaz, 2022; Hernández, 2019; Dávila, 2022).
El hecho de que un área de la ciudad regenere su valor monetario también implica una renovación en el valor simbólico, lo que nos permite observar la estratificación socioeconómica y las desigualdades de sus habitantes. Esta reconfiguración espacial tiene un sentido de exclusividad y elitización para un grupo de personas, que implanta estilos de vida y de habitar la ciudad (Dávila, 2022). Los estilos de vida de las personas residentes son motores e impulsores del proceso de gentrificación, las corporeidades despliegan en sus espacios experiencias, afectos, emociones e ideologías.
En este sentido, el mercado ha aprovechado la visibilización, mediatización y politización de las contrasexualidades de clase media, para generar espacios para el consumo, la sociabilización, el turismo o las inmobiliarias, afianzando un nicho de mercado. Las contrasexualidades o personas contrasexuales son aquellas que subvierten y transgreden los mandatos del cisheteropatriarcado y sus opresiones (Preciado, 2020; Islas, 2020). Cabe destacar que el concepto contrasexualidad no conlleva, necesariamente, un sentido consciente o disidente3 frente a los sistemas opresores, sino más bien, desde la práctica sexoafectiva y de socialización, irrumpe y subvierte el sistema heteropatriarcal. A través de las dinámicas del mercado, observamos cómo ciertos sectores de las contrasexualidades se pueden erigir dentro de las identidades LGBTIQ+ sin adquirir un sentido forzosamente crítico, lo cual no quiere decir que no incomode ni transgreda el statu quo del sistema cisheteropatriarcal. Es decir, que lo contrasexual incorpora los múltiples posicionamientos de los sujetos que contravienen la matriz heterosexual, pues subleva -independientemente de tener lazos o no con los sistemas hegemónicos- todos los cánones, sean o no asimilados por el mercado o ciertas políticas incluyentes.
Los espacios de consumo de las contrasexualidades, desde su emergencia y cooptación por las dinámicas del mercado neoliberal, propiciaron la socialización, la visibilidad, la reivindicación, el empoderamiento, pero sobre todo la politización como grupo social. Las actividades económicas del pink market han influido en la articulación de zonas y barrios gay, cuya política está intrínseca en las prácticas de consumo al cuestionar la visibilidad, la reivindicación y el estatus de la ciudadanía heterosexuada (Visser, 2016; Hubbard, 2016). Esto ha devenido en la construcción de territorios donde han espacializado estilos de vida lésbico-gay estereotipados, asociados a una alta capacidad de gasto, al hedonismo o el ocio (Boivin, 2016, 2013; Binnie, 2004; Costa y Pires, 2019). La configuración de estos territorios contribuye a la deconstrucción del heteropatriarcado que merma e impera en la regulación del espacio como sistema dado y naturalizado (Hubbard, 2016; Oswin, 2016).
El diseño de comercios y el consumo establecen la capitalización de las identidades LGBTIQ+, de los símbolos, los discursos, el sentido reivindicativo, el placer, lo emocional y lo sentimental que termina por revalorar el costo de estas áreas de las ciudades (Islas, 2015; Costa y Pires, 2019). Entonces, dentro de las dinámicas de oferta y demanda del pink market, la capacidad de gasto se convierte en un incentivo para la asimilación de las sexualidades alternativas.
De esta manera, en países del norte global como Estados Unidos, Canadá o Europa occidental se han consolidado los llamados gaybordhoods o barrios gay, donde ha habido sobrevaloración de la identidad como articuladora del consumo y de una alta derrama económica. Es importante señalar que las lesbianas y los gais se convirtieron en un nicho de mercado debido a que la mayor parte de su salario está invertido en sí mismos o mismas, lo que les da un estatus privilegiado, a diferencia de las parejas heterosexuales cuyos gastos se reparte en la familia con descendencia (Guasch, 1990; Castells y Murphy, 1982; Binnie y Valentine, 1999). Esta realidad ha sido el origen de la llamada gaytrificación que apunta a la revitalización, regeneración del tejido urbano y reivindicación de los estilos de vida lésbico-gay (Christafore y Leguizamon, 2018; Vivian-Byrne, 2019; Castells y Murphy, 1982).
El estilo de vida lésbica y gay ha generado su propio proceso de gentrificación, lo que ha propiciado la elitización de estas identidades y la reproducción de desigualdad respecto de los otros sujetos contrasexuales (Kreis, 2013; Preciado, 2020; Knopp, 2007). Desde una perspectiva crítica queer, en el proceso de gaytrificación de barrios -como Chueca en Madrid, Soho en Londres o Village en Nueva York- se identifican los privilegios y las desigualdades que marcan la mediatización de los estilos de vida lésbico y gay. Por lo tanto, el sistema capitalista y heteropatriarcal ha intervenido en la asimilación y legitimación en pro de seguir incentivando las dinámicas comerciales y económicas que se dan en el proceso de gaytrificación que renuevan el espacio urbano.
En este sentido, la conformación de las zonas comerciales LGBTIQ+ en América Latina ha tenido un proceso territorial distinto a los europeos y angloamericanos. La topogénesis de territorios contrasexuales latinoamericanos se ha dado casi exclusivamente con la apertura de bares, discotecas, lugares de encuentro sexual y recientemente con espacios culturales, pero no en sectores habitacionales (Islas, 2020; Boivin, 2013). En Ciudad de México, la Zona Rosa es el territorio contrasexual por excelencia en el que hubo un proceso de reapropiación de los lugares comerciales ya establecidos; la mayoría de ellos enfocados a las élites, donde las contrasexualidades han generado una mixtura con lo heteronormativo (Islas, 2020; Boivin, 2013).
Debido a estos patrones espaciales contrasexuales, no es posible hablar de una gaytrificación o gentrificación de barrios LGBTIQ+, pero esto apunta a que este sector poblacional ha comenzado a habitar espacios gentrificados de la Ciudad de México, contribuyendo a su proceso de elitización y renovación urbana. Este vínculo se asocia a las prácticas de consumo de espacios seguros, culturales y con cierto capital económico que se aleja del pink market convencional (Christafore y Leguizamon, 2018; Vivian-Byrne, 2019). Las contrasexualidades, al menos en Ciudad de México, han configurado diferentes puntos de reunión como la Zona Rosa, el barrio de Polanco o la calle República de Cuba, sin embargo, su llegada a colonias gentrificadas ha permitido visibilizarlas desde otros posicionamientos. Así, la colonia Roma, Condesa o Santa María la Ribera tienen un halo de exclusividad en el que las contrasexualidades nacionales y extranjeras habitan y conviven con el ambiente mayoritariamente heterosexual.
Esta integración en barrios gentrificados insta a la inclusión, la diversidad y la politicidad de otros grupos sociales para visibilizarse e instaurar estilos de vida que cuestionan las estructuras heteropatriarcales del Estado, la sociedad y del mercado, en otras palabras, inician un proceso de queerificación. La queerificación principia con el aglutinamiento de las corporeidades contrasexuales quienes producen sus propios espacios para socializar sexoafectivamente, naturalizando su presencia en ciertos barrios (Binnie, 1995; Islas, 2020), al mismo tiempo que demandan reconocimiento y visibilidad integrándose a la complejidad del paisaje urbano.
La convivencia entre las contrasexualidades y la población heterosexual en las áreas gentrificadas es una expresión de la politicidad y agencia dentro del sistema heteropatriarcal. Empero, el sentido de libertad se convierte en un recurso explotable y redituable al igual que el sentido de placidez, la seguridad, la comodidad social y la estabilidad económica y familiar (Nussbaum, 1998; Florida, 2012, 2004). Es decir, en estos contextos socioespaciales las poblaciones estigmatizadas, con cierta agencia y capacidad de gasto, llegan a habitar motivados por el sentido de tolerancia, apertura y asimilación de una población que irrumpe con los cánones del comportamiento establecidos (Visser, 2016; Florida, 2012, 2004). De tal suerte que el acceso a esa tolerancia, en tanto forma de habitar, se vuelve un atractivo para que las contrasexualidades migren con el fin de visibilizar su estilo de vida, sentir seguridad e incentivar la aparición de comercios y espacios culturales LGBTIQ+.
Por ello, el interés que los gais y lesbianas tienen para habitar en las zonas gentrificadas son en pro de su bienestar y comodidad social (Hubbard, 2016; Kreis, 2013; Costa y Pires, 2019), esto marca una diferencia con la gaytrificación en los barrios o zonas residenciales que son exclusivamente LGBTIQ+. De esta manera, el consumo, las afinidades culturales que se acercan a la exclusividad y el sentido de estatus promueven una sinergia que impera en el proceso de gentrificación, como esa identidad nueva que aparece en estas áreas de las ciudades (Knopp, 2007; Costa y Pires, 2019; Christafore y Leguizamon, 2018). Cuando los gais y lesbianas hacen uso de los espacios comerciales en estas zonas gentrificadas -restaurantes, galerías de arte o bares- no sólo incentiva la revalorización de los lugares, sino que estandariza sus identidades, apelando a los privilegios que el sistema capitalista heteropatriarcal les ha conferido a cambio de la capacidad de gasto (Kreis, 2013; Visser, 2016).
El aprovechamiento de las identidades LGBTIQ+ como un recurso explotable, que paradójicamente da pie al inicio de la queerificación, cuestiona el sistema heteropatriarcal más allá de un posicionamiento identitario, replanteando las formas de relación sexoafectivas, estructuras familiares o tipos de consumo que conviven con la heterosexualidad cotidiana (Islas, 2020; Binnie, 1995). La queerificación desnaturaliza la concepción cisheteropatriarcal del espacio público y privado, atenuando las desigualdades sexogenéricas e impulsando un territorio integrador y tolerante (Islas, 2020).
Ahora bien, la queerificación tiene implícitamente un potencial político que desestructura las formas de habitar tradicionales en zonas gentrificadas. No se puede negar que la gentrificación, como fenómeno urbano, es movilizado por fuerzas cisheteropatriarcales, por ello, la llegada de las contrasexualidades cuestiona la supuesta neutralidad del espacio. Por ejemplo, el sentido del hogar configurado por la experiencia de los integrantes de la familia a través de afectos, sentimientos, emociones, ensoñaciones y memoria (Seamon, 2023; Bachelard, 2012). Por lo anterior, los hogares adquieren una identidad que interactúa con el vecindario a partir de la estructura familiar, las relaciones sentimentales y sexoafectivas. Así, los hogares contrasexuales irrumpen en el barrio, puesto que subvierten la conformación heteropatriarcal de la familia, los cuales se conforman por parejas homosexuales, triarejas, poliamores o adopciones homoparentales, cuyas dinámicas les brindan un sentido distinto de habitar la casa.
En Ciudad de México, la queerificación dentro de las zonas gentrificadas se convierte en un fenómeno de alteridades al encontrarse hogares conformados por parejas o triarejas homosexuales, bisexuales o trans; aunque no se puede ofrecer una cifra debido a que estas uniones no son registradas en las estadísticas nacionales. Sin embargo, lo contrasexual aparece como espacio de escaparate para la visibilidad, por lo cual se queerifica el mismo proceso de gentrificación. La emergencia de espacios para el consumo, la convivencia, la apropiación de espacios públicos como parques, o bien, la aparición de hogares homo/lesboparentales son traducciones espaciales de la confluencia del empoderamiento, politización, la tolerancia y el bienestar de algún sector dentro de las contrasexualidades (Binnie, 2004; Larreche, 2022).
De esta manera, las inmobiliarias se abren a la venta o renta de viviendas a familias no heterosexuales (Binnie, 2004). El quid está en cómo los nuevos modelos de familia reconfiguran el paisaje urbano heteronormado. Es decir, las familias contrasexuales -conformadas por las parejas o triejas homosexuales, lesbianas, bisexuales, no binarias o trans- se integran a la vida cotidiana del barrio gentrificado. Por ello, estos nuevos hogares fisuran la idea de la casa como espacio heteronormativo ligado a la reproductividad, la binariedad o la monogamia, queerificando el proceso de gentrificación de las colonias o barrios (Christafore y Leguizamon, 2018; Costa y Pires, 2019).
La gentrificación también está articulada por los estilos de vida, como lo discutimos al inicio de este artículo. Es por ello que, plantear la gentrificación contrasexual amplía la mirada, más allá de los flujos económicos, para cuestionarse cómo lo cultural y lo sexual también revitalizan estos espacios y desentraman las desigualdades económicas, culturales, sociales y urbanas del sistema heteropatriarcal. Finalmente, la oferta de espacios para la sociabilidad y el consumo permea en el proceso de gentrificación y queerificación, la mirada de los dueños de los lugares se plasma en la articulación de lugares dirigidos a las contrasexualidades (Knopp, 2007; Islas, 2015; Costa y Pires, 2019). Estas prácticas marcan evidentemente una diferencia con los espacios de las zonas tradicionales LGBTIQ+ que se conforman, principalmente, por la vida nocturna, discotecas u organización de eventos muy comerciales. Así, el consumo y la gentrificación se convierten en una práctica definitoria del estatus social, de las aspiraciones y los estándares de vida, de formas de habitar y de relacionarse (Díaz y Salinas, 2017; Kreis, 2013). De este binomio, la queerificación provee de elementos que diversifican la experiencia de las contrasexualidades y dilucidan los contrastes y desigualdades para acceder a ciertos privilegios como el reconocimiento, la visibilidad y el sentido de comodidad social en el sistema heteropatriarcal.
2. Metodología
La ruta metodológica desde la que hemos confeccionado este artículo ha sido cualitativa y parte desde la experiencia situada de nosotros, profesores investigadores jóvenes, quienes nos definimos como gay y heterosexual. Desde estos lentes miramos el fenómeno de la queerificación en Santa María la Ribera, un barrio que en los últimos años ha vivido una intensa transformación y, de hecho, uno de nosotros ha seguido el proceso de gentrificación. Incluso, ha sido parte de éste, ya que durante un año y medio residió en el barrio de estudio en dos sitios distintos, cuestión que le permitió contrastar experiencias vitales como la convivencia vecinal en diversos espacios, acudir a las compras cotidianas en el mercado local y centros comerciales cercanos, así como los paseos diarios por las calles ortogonales de los vecindarios. Todas estas actividades ineludiblemente se cruzaron con la perspectiva académica del proceso de transformación urbana. Mientras que otro de nosotros había tenido una aproximación desde la inquietud por encontrar otros espacios LGBTIQ+ que abrieran el panorama hacia nuevas expresiones culturales, de ocio y políticas. Desde este punto, fue nodal visitar en primera instancia espacios culturales como la librería Volcana, la galería Eucalipto y la panadería Sisal. Estos espacios permitieron comprender otros lugares de enunciamiento LGBTIQ+ politizados, y con aficiones culturales no vinculadas a la vida nocturna.
En este contexto fue que nos percatamos de que en Santa María la Ribera están ocurriendo fenómenos que parecen novedosos, por ejemplo, la visibilización y el surgimiento de locales dirigidos a la población LGBTIQ+ fuera del circuito convencional, los cuales fuimos descubriendo a partir de nuestras experiencias, así como del seguimiento que hacíamos de redes sociodigitales, específicamente de Instagram y Facebook. A partir de ello, elegimos tres negocios de la oferta de espacios contrasexuales en Santa María la Ribera. Éstos se erigen en ventanas que nos permitieron aproximarnos a las voces y prácticas diversas que configuran la contrasexualidad en el barrio de estudio, en el que existe una cantidad considerable de espacios contrasexuales, la mayoría de ellos enfocados al consumo alimenticio o de ocio. La elección de la galería Eucalipto, la panificadora Sisal y la Comuna Lencha-Trans fue porque son lugares desde donde podemos acercarnos a dinámicas poco recurrentes, singulares y originales, ya que no es fácil encontrar en Ciudad de México negocios parecidos.
Desde estos miradores hemos realizado un contraste de los servicios que ofertan y el posicionamiento político y cultural que los define. Asimismo, esta comparación matiza la diversidad de formas de queerificar el barrio en pleno proceso de gentrificación. Aunque si bien, existen otros espacios contrasexuales que contribuyen a la gentrificación como los hogares homoparentales, poliamorosos o lugares para encuentros sexoafectivos, los negocios elegidos tienen una mayor visibilidad y propician los flujos de diversos públicos con ciertos perfiles definidos, como se muestra en la siguiente tabla. LGBTIQ+
Espacio | Eucalipto 20 | Sisal | La Comuna Lencha-Trans |
Año de apertura | 2017 | 2018 | 2019 |
Público objetivo | Población lgbtiq+ y residentes del barrio | Población lgbtiq+ y residentes del barrio | Mujeres feministas, lesbianas, trans, maricas, jotos y disidentes del s(c)istema |
Giro | Galería de arte y restaurante | Panadería | Centro cultural, de recreación (bar) y militante |
Postura ante la gentrificación | Moderada y positiva | Crítica | Crítica |
Fuente: Información obtenida en trabajo de campo
A partir del reconocimiento de los espacios indicados realizamos una revisión de sus perfiles de redes sociodigitales y posteriormente los visitamos con la intención de ampliar nuestro conocimiento. Posteriormente, entramos en comunicación con las personas encargadas y les solicitamos una entrevista explicándoles el objetivo de nuestra investigación. En algunos casos hubo cierta desconfianza debido a que son considerados espacios seguros, por lo que tuvimos que ser más exhaustivos en las explicaciones. Igualmente, en uno de los establecimientos solamente pueden acceder personas contrasexuales, por lo tanto, uno de nosotros ante su condición heterosexual no pudo asistir a la entrevista.
Más que pensar estas condiciones del campo como un obstáculo, iniciamos un proceso de reflexividad respecto de nuestras prácticas investigativas y la relación que entablamos con las personas informantes. Aunado a ello, este proceso de reflexión nos permitió reconocernos como sujetos y nuestros lugares de enunciación. Cabe señalar que dichas categorías que nos atraviesan en nuestra vida cotidiana y profesional son conectores para generar un rapport que propicie charlas, diálogos y entrevistas profundas. Esta experiencia de campo plantea las condiciones éticas del trabajo académico en las que la orientación sexual ha tenido que ser enunciada y asumida para respetar y sobre todo para no exotizar a las compañeras de la comuna.
La política de la Comuna Lencha-Trans, que sólo permite mujeres, trans y maricas nos ha permitido observar cómo se despliega en el espacio el capital ideológico, transgresor y político que se reafirma frente a la heteronormatividad como un lugar disidente. El compañero que realizó la entrevista ya había asistido en algunas ocasiones a los eventos, por lo que la disposición de las administradoras de la Comuna Lencha-Trans generó un ambiente completamente armonioso durante la entrevista.
Las entrevistas se realizaron a las personas propietarias o administradoras de los espacios elegidos, cabe destacar que el punto en común fue el enfoque en expresiones artísticas y políticas, como la curaduría de obras artísticas, el performance o la militancia. Las conversaciones que tuvimos con las personas entrevistadas tuvieron una duración aproximada de una hora. Preparamos un guion de entrevista semiestructurada que se conformó por los siguientes puntos:
Espacios y vida cotidiana LGBTIQ+ en Santa María la Ribera.
Origen del espacio de cada persona entrevistada.
Oferta de servicios, identidad e imagen.
Perfiles de las personas consumidoras.
Transformaciones respecto de los procesos de gentrificación y apertura hacia lo LGBTIQ+.
Impacto de sus espacios en el barrio y relaciones con los otros espacios.
Diferencias en el proceso de queerificación entre Santa María la Ribera y los otros puntos contrasexuales en Ciudad de México.
Las entrevistas ocurrieron en los establecimientos seleccionados y fueron grabadas con el consentimiento de las personas entrevistadas. Posteriormente, fueron transcritas y analizadas a partir de los ejes temáticos que nos planteamos al comienzo de la investigación.
3. Queerificación en Santa María la Ribera
Santa María la Ribera es un barrio histórico de la Ciudad de México, que resulta de la herencia decimonónica que logró su mayor impulso gracias a Porfirio Díaz, quien encontró allí un lienzo para ejecutar sus aspiraciones europeas de ciudad. Sobre dichos elementos existe amplia literatura y no entraremos en discusión por ello. Lo que queremos enfatizar con el riesgo de condensar, pero con la idea de no reiterar información de otras investigaciones, consiste en mostrar la manera en que Santa María la Ribera se concibió como un barrio hidalgo. Posteriormente, durante la primera mitad del siglo XX atravesó procesos de transformación que lo hicieron atractivo para las clases medias y liberales.
Paralelamente y gracias a su cercanía con el ferrocarril resultó una zona fértil para las factorías que la llevó a convertirse en un clúster industrial. Cuestión que generó el abandono de los sectores medios y su popularización, la cual se conjunta con la llegada de sectores populares debido a los efectos del sismo de 1985. De este modo, Santa María la Ribera fue vinculada con el estigma de la delincuencia, lo cual propició que el valor del suelo se redujera y fuera aprovechado para la reinversión, es decir, contó con un importante diferencial de renta. A partir del año 2000 el Gobierno del Distrito Federal impulsó un conjunto de políticas públicas para dinamizar económica y demográficamente las áreas centrales y barrios estratégicos como Santa María la Ribera, lo cual ha generado un proceso de gentrificación. De acuerdo con los datos de la Gaceta Oficial del Distrito Federal y del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, en 30 años hubo un aumento de viviendas del 51%4, como puede verse en la Gráfica 1.
Fuente: Elaboración con información del INEGI (2010, 2020) y de la Gaceta Oficial del Distrito Federal (2000)
Hasta el Censo de población 2020 (ver Gráfica 3), Santa María la Ribera contaba con una población de 42 355 habitantes, entre los cuales el mayor porcentaje corresponde al grupo de edad entre 25 y 59 años. Este grupo etario representa cerca del 55% de la población, el cual se caracteriza por ser un sector poblacional que dinamiza las actividades laborales, de consumo y comerciales. A partir de aquí se puede inferir que esta revitalización de la colonia está vinculada con esta trama sociodemográfica. Cabe destacar que en 1998 el aumento poblacional de la colonia llegó a su pico más alto, precisamente previo a las políticas de inversión inmobiliaria y de renovación (ver Gráfica 4).
Fuente: Elaboración con datos de la Gaceta Oficial del Distrito Federal (1995, 1998) y del INEGI (1990, 2010, 2020).
Ahora bien, aquí hay que apuntar hacia otros procesos sociopolíticos como la visibilidad de la población contrasexual en México, y concretamente en Ciudad de México donde ha sido muchísimo más evidente la irrupción en el área de lo público. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Diversidad y Género (ENDISEG, 2021), en Ciudad de México el 4.4% de quienes la habitan se define como parte de la población LGBTIQ+. En este sentido, el fenómeno ha sido abordado desde diversas perspectivas, no obstante, el tema de las contrasexualidades no ha sido tomado en consideración en el barrio de estudio, y como señalamos en el apartado anterior tampoco en la Ciudad de México. A partir del seguimiento que hemos hecho de Santa María la Ribera nos hemos percatado que la presencia de la población homosexual es un factor que ha emergido y se ha hecho visible, sobre todo en una fase posterior a la emergencia sanitaria del Coronavirus.
Al reactivarse la vida cotidiana fue notable la aparición en redes sociales, sobre todo Instagram, de centros culturales en Santa María la Ribera. Lo más notable fue que éstos se definían o trataban temáticas LGBTIQ+, lo cual llamó nuestra atención, ya que no teníamos registro de dicha situación. Esta circunstancia nos hizo darnos cuenta de que Santa María la Ribera se estaba convirtiendo en un clúster gay de la Ciudad de México, aunque sí que distaba con la oferta típica de barrios como la Zona Rosa, o la Colonia Condesa, ya que en la zona de estudio se hacía evidente una dimensión política e interseccional, la cual se vincula con la postura queer.
Lo más común hubiera sido traer a colación los debates como los planteados por Florida (2012, 2004), quien argumenta que las clases creativas son fundamentales en los procesos de renovación urbana y el éxito de un barrio gentrificado depende de las atracciones culturales, pero sobre todo de la tolerancia especialmente hacia las contrasexualidades. De alguna manera, Santa María la Ribera cumple con dicha premisa, la cual desarrollamos en este trabajo; sin embargo, solamente quedarse en ese nivel de análisis sería incompleto, ya que a partir del trabajo de campo nos hemos percatado que la zona de estudio cuenta con antecedentes que ayudan a explicar las razones de por qué su desarrollo tiende más a la queerificación que a la gaytrificación.
Santa María la Ribera desde los años ochenta del siglo pasado ha figurado en la escena homosexual. En el contexto de los movimientos contraculturales a escala planetaria fue posible la articulación de un movimiento Lésbico-Gay (Diez, 2011) y la Ciudad de México no fue la excepción. La reivindicación LGBTIQ+ por el reconocimiento de los derechos humanos se impulsó desde distintas perspectivas y una de éstas fue la cultural, como un instrumento que ayudaría a tomar conciencia de su condición, además de que les permitiría sensibilizar a diversos sectores de la población. En este sentido, el Círculo Cultural Gay organizó la Semana Cultural Lésbico-Gay en 1982, cuya finalidad consistió en reunir y exhibir obras de artistas homosexuales en espacios seguros.
La Semana Cultural Lésbico-Gay fue acogida en el Museo del Chopo, el cual, después de años de abandono, fue reinaugurado por la UNAM en 1975. Dicho museo, localizado en Santa María la Ribera, desde finales de los años setenta se comenzó a erigir como el nodo de la contracultura en el Distrito Federal, contribuyendo a posicionar a Santa María La Ribera como un referente de la cultura metropolitana, ya que diversos personajes, creadores y gestores culturales la conocieron o descubrieron, entre otras cosas, por su valor arquitectónico patrimonial. El Chopo es pieza fundamental en la queerificación del barrio, no sólo es la presentación de la Semana Cultural, sino el proceso en que el sentido disruptivo y transgresor contrasexual permeó en la colonia. A diferencia de las manifestaciones o de espacios lúdicos LGBTIQ+, el Chopo planteó otra forma de negociación con el sistema heteropatriarcal, desde lo cultural, académico e intelectual, la interfaz dialógica atenúa lo abrupto que puede ser desentramar la hegemonía sexual. Por esta razón, en este recinto se plasmaron formas de experimentar desde una otredad sexual, narrativas corporales y verbales que elucidan sujetos que desterritorializan el heteropatriarcado a través de lo sexoafectivo, el placer, la identidad y el performance, es decir, un espacio contrasexual (Knopp, 2007; Islas, 2020). Entonces, podemos considerar que en este proceso de gentrificación contrasexual el Museo del Chopo es la topogénesis, mientras que las expresiones artísticas y culturales -con una politicidad contenida- la interfaz para dialogar con las hegemonías, que impulsaron a la tolerancia y la visibilidad, que ahora se traduce en Santa María la Ribera como un barrio incluyente.
Asimismo, otra acción fundamental en la construcción de Santa María La Ribera como un barrio reivindicativo de la vida contrasexual en la Ciudad de México fue la instalación, en los años cuarenta del siglo pasado, del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR); específicamente en una casona propiedad de activistas homosexuales que decidieron abrir su hogar a la comunidad. El FHAR, como su símil francés, se ubicó en el polo de la izquierda con la finalidad de incorporarse a la revolución e impulsar un nuevo régimen político, y suprimir la homofobia en los movimientos políticos revolucionarios. Todo esto ocurrió teniendo como uno de sus epicentros el barrio de estudio, lo que generó una memoria que, a continuación, explicaremos cómo ha servido para seguir pensando políticamente los movimientos homosexuales en la Ciudad de México.
Es innegable que en Santa María la Ribera se ha constituido un sentido político, cultural e intelectual movilizado por las contrasexualidades desde donde han dialogado con el sistema heteropatriarcal, deviniendo en las dinámicas orgánicamente incluyentes. Este potencial espacial del barrio, en la segunda década del siglo XXI, ha propiciado la aparición de lugares de reunión, socialización, encuentros sexuales y para residencia. De esta manera aparecieron negocios y espacios contrasexuales vinculados al trabajo académico, activista y de sensibilización lejos de la comercialización de otros puntos LGBTIQ+ de la Ciudad de México. La Morada Verde que perteneció a la escritora feminista Francesca Gargallo dejó precedente para librerías o espacios políticos como Volcana o la Comuna Lencha-Trans. Algunos espacios culturales como Eucalipto 20, vinculado al FHAR o la Galería Acapulco 62 o Casa Acuarela donde también se ha exhibido arte LGBTIQ+. Asimismo, se dio apertura a una diversificación de negocios, tales como espacios para encuentros sexuales entre hombres como Babylon o Gotta, poco conocidos en la publicidad LGBTIQ+, manteniéndose como lugares frecuentados entre la población local o aledaña a la colonia. Y finalmente, espacios de consumo de bebidas y alimentos como El Chiringuito o la Panificadora Sisal que cuenta con cafetería. Este proceso de queerificación de Santa María la Ribera tiene sus raíces en lo cultural, mismo que ha permanecido e incentivado la visibilidad, la integración y la renovación del paisaje del barrio.
4. Queerificando el proceso de gentrificación
En Santa María la Ribera se ha dispuesto de elementos creativos, como el arte, el capital intelectual academicista o la innovación para la apertura de negocios enfocados en las contrasexualidades, lo que les permite tener visibilidad, politicidad y un posicionamiento claramente diferenciador con el mainstream LGBTIQ+. Integrarse a las discusiones de arte, pintura, exposiciones y formación política implica una movilización de capitales culturales y sociales, a los que no toda la población puede acceder fácilmente. Por ello, en el proceso de gentrificación de Santa María la Ribera hay que considerar que ahí habita un sector poblacional del que han emergido las contrasexualidades con dicho capital cultural.
En este sentido, el proceso de gentrificación -amén del alto poder adquisitivo para costear el uso de suelo, las rentas o el consumo de los negocios- se relaciona con el prestigio y el aburguesamiento de los habitantes que le dan ese valor agregado a los estilos de vida. De esta manera, el gusto, el comportamiento, las aficiones, los estilos de vestir, los diseños de los hogares o las formas de hablar también le atribuyen ese prestigio al ser y estar en un barrio gentrificado.
Tal cual lo enunció Florida (2012), las clases creativas les dan ese valor agregado a los espacios, pero no son creativas per se, sino que cuentan con un capital cultural del que se apropian para espacializarlo y marcar la diferencia de exclusividad de clase.
La creatividad, la innovación o las expresiones artísticas que refieren a un sector exclusivo de la población permitieron la revalorización de ciertas áreas de las ciudades (Florida, 2012; Vivian-Byrne, 2019) y, con ello, la emergencia de estilos de vida fuera de lo convencional. Desde una mirada crítica, pareciera que estos componentes fungen como los matizadores del disciplinamiento de género para que las contrasexualidades se visibilicen, aunado al poder adquisitivo, al capital cultural, intelectual y político. La configuración de barrios LGBTIQ+ que encarecen y diseñan estilos de vida son dinamizados por el consumo de la tolerancia, la visibilidad y la comodidad de habitar plenamente en ciertas zonas de las ciudades (Vivian-Byrne, 2019; Christafore y Leguizamon, 2018). En el caso de Santa María la Ribera este consumo, estereotipación y estilos de vida responde al proceso de queerificación. Nosotros sostenemos que dentro del proceso de gentrificación ha ido menguando la heteropatriarcalidad con la aparición de negocios y la visibilidad de hogares contrasexuales, con dichos capitales que pueden solventar el encarecimiento de la vida en el barrio.
De esta manera, los negocios contrasexuales que incentivan el proceso de queerificación de Santa María la Ribera dilucidan la cotidianidad, la exclusividad y el aburguesamiento de los habitantes LGBTIQ+ en la colonia gentrificada. Por esta razón, presentamos tres casos de negocios contrasexuales que se insertan en el proceso de gentrificación del barrio y al mismo tiempo contribuyen a su queerificación desde posicionamientos distintos.
El primero de ellos es la galería de arte y comedor comunitario Eucalipto 20, fundado por Salvador Irys, gestor cultural que cuenta con una perspectiva LGBTIQ+. El segundo es Sisal, reconocida por sus propietarios, Adrián y Arturo, como la primera panificadora queer de América Latina. Y finalmente, el espacio de la Comuna Lencha-Trans, espacio disidente, político y militante autogestivo que ofrece alimentos y formación a activistas feministas y queer. Cabe mencionar que las personas propietarias de los tres espacios coinciden en que el surgimiento LGBTIQ+ en Santa María la Ribera se ha dado desde hace cinco años.
A) Eucalipto 20, el espacio para el arte LGBTIQ+
Salvador Irys es propietario de Eucalipto 20, galería de arte LGBTIQ+, quien además es organizador del Festival Internacional de la Diversidad Sexual, heredero de la Semana Lésbico Gay.
Justo este espacio, Eucalipto 20, fue la sede del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, primer grupo homosexual organizado en México y América Latina. Aquí hacían fiestas para obtener recursos, obtener sus fanzines para su propaganda. Entonces, nosotros regresamos a la casa. Viéndolo así, la colonia tiene cierta tradición respecto a lo LGBT. Por ejemplo, la Semana Cultural Gay en el Chopo, es el evento artístico más antiguo en Iberoamérica. La colonia ahí tiene su historia LGBT (Salvador, entrevista realizada el 16 de marzo de 2023).
Eucalipto 20 tiene anclada la memoria de los primeros grupos activistas, la presencia de personas LGBTIQ+ ha marcado el lugar, en tanto que, las reuniones, los discursos, las narrativas, la socialización de corporeidades, los performances y las insignias simbólicas y lingüísticas le han impregnado ese sentido contrasexual (Islas, 2020; Knopp, 2007). Esto explica los primeros destellos históricos de la queerificación de Santa María la Ribera, mediante eventos culturales, políticos y militantes. La apertura en 2017 de Eucalipto 20, en pleno proceso de gentrificación de la colonia, ha convertido al arte en uno de los vehículos para que las clases medias acomodadas, ilustradas, profesionistas y con cierta capacidad de gasto consuman un espacio innovador y creativo (Florida, 2004; Marín, Ruiz-Tagle, López-Morales, Orozco y Morales, 2019).
Mucha población LGBT de clase media se ha venido para acá [Santa María la Ribera]. Y digo clase media porque tiene que ver con cierto empoderamiento, respecto a la promoción de derechos. Por ejemplo, que puedan [pasear] de la mano como parejas. De un tiempo para acá, ha pasado a partir de la gentrificación de la colonia, se ha hecho mucho más visible, al grado de que han surgido iniciativas comerciales. Ahí está la panificadora Sisal, eso te habla de que hay cierto mercado.
[…] Pero no todo es negativo dentro de la gentrificación. Por ejemplo, estas clases ilustradas [LGBT] han venido a sensibilizar en estos temas, para hacer valer los derechos, por ejemplo, hay cada vez más parejas en la calle, chicas dándose besos, banderas de arcoíris en los balcones. Nunca hemos tenido un ataque de homofobia, por ejemplo. Quizá porque hay un legado cultural de la Semana Gay y del Círculo Gay (Salvador, entrevista realizada el 16 de marzo de 2023).
La llegada de nuevos habitantes LGBTIQ+ a las zonas gentrificadas no sólo incentivan las dinámicas económicas vinculadas con los ingresos o capacidad de gasto, sino con todo un discurso que se puede ver reflejado en los estilos de vida (Christafore y Leguizamon, 2018). Es decir, que la gentrificación también parte de los estilos de vida, el posicionamiento de los nuevos habitantes, puesto que despliegan sus identidades para comenzar a dialogar con los valores de los habitantes locales.
El trabajo de Eucalipto en la colonia ha sido comunitario. Recuerdo a los vecinos preguntar sobre la Semana Cultural, esperarla año con año, participando en las mesas. El trabajo de sensibilización es importante, incluimos a los vecinos, familias. Además, por ejemplo, con la Casa de Francesca Gargallo, pues arreglaban bicicletas, entonces, de alguna manera, empezaron a simpatizar con el vecindario en temas feministas (Salvador, entrevista realizada el 16 de marzo de 2023).
Salvador nos pone en contexto del caso de Francesca Gargallo, académica y feminista, quien logró una integración de la comunidad lésbica a través de diversas actividades, esto quiere decir que los procesos de sensibilización y de comunicación asertiva generan una mixtura social propia de la gentrificación (Byrne, 2003). El componente cultural se pone como negociador para la integración orgánica de las contrasexualidades en el barrio Santa María la Ribera.
En este sentido, con la integración contrasexual al barrio y el consumo cultural como interfaz comunicativa con la heterosexualidad del vecindario, Salvador Irys logró dilucidar un potencial cultural en el que la instauración de la galería mantiene diálogos con los residentes. Entonces, hay un capital cultural que se mueve entre círculos sociales que logran mantener el mismo nivel discursivo de un espacio artístico fuera del mainstream del arte o bien de lo LGBTIQ+, tal como lo expresa:
Lo que queremos hacer es promover expresiones artísticas disidentes, que no sean convencionales, como lo exhibido en una galería oficial o privada. Tratamos de abordar temas a partir de los derechos humanos y temas con los que sabemos que no es fácil conseguir espacios. Tuvimos hace un mes una exposición acerca de consumidores de cristal; hemos tenido eventos con trabajadoras sexuales. A veces, cuando nos sobra comida del restaurante, nos volvemos un comedor comunitario para chicas que trabajan a dos calles, vamos, las invitamos y vienen. […] La red de artistas que expone aquí, inició desde la tradición de la Semana Gay y el círculo gay. Y se vuelve como una especie de red, artistas que nos traen a otros artistas. Aquí, otra vez funciona como una forma comunitaria, se generan redes bien interesantes. Y, por otro lado, hay gente que conoce el espacio y se acerca a nosotros con propuestas de este tipo [transgresoras], pues las han llevado a tal museo o galería, y no las aceptan porque son muy explícitas (Salvador, entrevista realizada el 16 de marzo de 2023).
El arte se convierte en una forma de comunicación que permite generar un sentido de identificación entre sus consumidores, esto les brinda un halo de prestigio, autenticidad, un gusto exclusivo que deviene en la elitización (Bourdieu, 2012; Marín et al., 2019). Esto quiere decir que las redes que se tejen movilizan consumidores con ciertos gustos y prácticas vinculadas a los grupos LGBTIQ+, puesto que las exposiciones de arte en Eucalipto giran en torno a las expresiones contrasexuales. Esta movilización de contrasexualidades va delimitando el sentido exclusivo de la colonia, del barrio y de los estilos de vida LGBTIQ+ que se distinguen de las clases populares (Vivian-Byrne, 2019). De esta manera, también las temáticas contrasexuales que se tratan en Eucalipto, como lo compartió Salvador, se vinculan con prácticas sexuales de riesgo como slam, que son relaciones sexuales con psicotrópicos, tales como el cristal o la heroína.
Asimismo, se exhiben obras de arte en las que la sexualidad, lo erótico y el placer se convierten en el punctum para que se aglutinen las contrasexualidades en la galería. Esto detona en un sentido transgresor, que también propicia alejarse del circuito mainstream LGBTIQ+, y le imprime a Santa María La Ribera una identidad contrasexual innovadora, alternativa y transgresora, manteniendo similitudes, como se verá más adelante con la Comuna Lencha-Trans.
El circuito de artistas que exponen en Eucalipto se reduce a una red de conocidos y conocedores del arte, que muchas veces en las promociones no alcanzan otros espacios, LGBTIQ+, ya conocidos como Zona Rosa o la calle República de Cuba. Esto significa que hay una diferenciación espacial de lo contrasexual respecto a los intereses y perfiles de las personas visitantes. Es decir, que mientras en Zona Rosa o República de Cuba la festividad tiende a acaparar más sectores de la población LGBTIQ+, el arte y su apreciación se convierten en un filtro para apropiarse de Eucalipto 20.
Dentro de los perfiles de consumidores de Eucalipto se encuentra la comunidad de la colonia, lo que entonces permite dilucidar un proceso de queerificación en ésta. Salvador Irys comentó que, en el comedor comunitario con el que cuenta la galería, los residentes locales se interesan en las actividades, lo cual significa que a través del arte y la convivencia se van derruyendo estigmas y estereotipos referentes a la homosexualidad. Así, el sentido heteronormado de Santa María la Ribera se queerifica al incorporar en su cotidianidad las manifestaciones contrasexuales que se dan en Eucalipto 20.
El arte, como expresión de la experiencia en el mundo, es el negociador con el sistema heteropatriarcal que articula todo espacio y atenúa las tensiones en los procesos de apropiación de un lugar. La llegada de residentes contrasexuales a la colonia es negociada por la renovación del paisaje cultural a través de expresiones artísticas, creativas e innovadoras que le brindan un sentido sofisticado al barrio (Florida, 2004; 2012).
La relación estrecha entre Eucalipto y el Museo del Chopo, de alguna manera, también reivindica lo contrasexual; por ejemplo, el acceso a espacios de arte o a las discusiones políticas-académicas permean en un sentido de prestigio histórico, intelectual y de clase. La capacidad de gasto que incentiva los procesos de gentrificación se asocia al consumo de lo otro sexual, cuya narrativa y diálogo no pertenece al populo, sino a lo selecto. Por ello, en el proceso de gentrificación desde Eucalipto los sistemas culturales propician experiencias selectas que se convierten en ese valor agregado al barrio.
Aunado a ello, las interacciones de Eucalipto con los demás espacios contrasexuales de la colonia son casi nulos, no existe una integración, aunque, desde lo que nos compartió Salvador, tiene la apertura y la solidaridad para hacer frente a cualquier acto violento o de discriminación contra cualquier residente o negocio LGBTIQ+.
B) La primera Panificadora Queer: Sisal
La Panificadora Sisal abrió hace cinco años. Arturo y Adrián son esposos y propietarios de la panificadora a la que le atribuyen la identidad queer, pues amplía su visión hacia otras expresiones identitarias más allá de la gay o la lésbica.
Panificadora Sisal surge a raíz de buscar espacios seguros para nosotros. Nosotros en nuestro día a día somos una pareja gay. Hacemos drag de vez en cuando. Abrimos este espacio porque buscábamos uno donde no nos sintiéramos juzgados (Arturo, entrevista realizada el 5 de abril de 2023).
Estamos catalogados como panificadora queer, que engloba a todas las personas. Es muy bonito. A diferencia de otras empresas que sólo le dan visibilidad a la población LGBTIQ+ cuando es el mes del orgullo [junio]. Nuestra [empresa] todo el año muestra esa visibilidad en nuestros productos: la concha pride o trans (Adrián, entrevista realizada el 5 de abril de 2023).
Los dueños de la panificadora están comprometidos con la visibilidad de las contrasexualidades más allá del mes del pride, ellos permanentemente tienen actividades y productos que aluden al orgullo de ser LGBTIQ+. Entre los servicios que ofrece la panificadora están la cafetería, la librería y el bazar. Uno de sus productos más emblemáticos es la “concha pride”, la “concha trans” y le “conche no binarie”, panes decorados con las banderas de estas identidades que se encuentran todos los días a la venta. Asimismo, a veces Arturo y Adrián se convierten en Azul Bohem y Xerpentina, personificaciones drag queen, para atender la panificadora y darle ese sentido queer que la convierte en única, transgresora e innovadora.
Los propietarios reconocen que Santa María la Ribera está atravesando por un proceso de gentrificación, lo cual ha llevado a la revitalización del barrio anteriormente olvidado. Es decir, que dicho proceso está contribuyendo a la regeneración del espacio urbano a partir de la llegada de residentes que renuevan el paisaje, las actividades económicas, el costo de la vivienda y la llegada de nuevos estilos de vida (Dávila, 2022; Hernández y Díaz, 2022). Tal como lo comparten en el siguiente fragmento de entrevista.
Yo siento que la visibilidad LGBTIQ+ tiene que ver con la gentrificación. Normalmente son los gais privilegiados los que están en estas zonas, Roma-Condesa, y las disidencias como nosotros somos un poco invisibilizadas. El tener estos espacios genuinos, como éste, nos ayuda a que no sólo sea la parte blanca la que venga a tomarse fotos al quiosco o vayan a restaurantes mamones que cobran mucho. Porque también la panificadora apuesta por crear un espacio al que podemos acceder todo tipo de personas, con variedad de precios. Mi objetivo no es exclusivo para cierto sector de la sociedad (Arturo, entrevista realizada el 5 de abril de 2023).
La llegada de los nuevos habitantes LGBTIQ+ le ha dado ese valor agregado al barrio, además de ese sentido de comunidad barrial dentro de la ciudad. Los nuevos colonos se han convertido en los movilizadores de una renovación en el estilo de habitar la colonia, la apertura y asimilación de las contrasexualidades es un referente claro de los procesos de integración, pero también de vanguardia que significan un estatus social de prestigio. Es decir, que la creatividad de las clases medias no sólo refiere a los aspectos del arte o la alta cultura (Florida, 2004), sino a los reajustes en los estilos de vida, en las formas de organización y la asociación de la inclusión y no discriminación como un posicionamiento de prestigio, producto de los capitales culturales y económicos. Por esta razón, la llegada de las contrasexualidades de clase media al barrio se convierte en una inclusión y visibilidad donde logran espacializar los capitales culturales, económicos y políticos que permiten dicha inclusión al proceso de gentrificación (Vivian-Byrne, 2019; Kreis, 2013).
Por su parte Adrián compartió la idea que “Santa María la Ribera apuesta por la blanquización (sic) de la colonia”, lo cual ha permitido que este sector poblacional, con cierto estatus socioeconómico, les brinde un sentido de inclusión, tolerancia y de seguridad ante actos discriminatorios. Estas características elucidan un consumo de la comodidad social para las contrasexualidades, en tanto que habitar Santa María la Ribera les aleja de las violencias y la discriminación. Así, este tipo de consumo del habitar se convierte en un valor agregado que dinamiza la gentrificación desde la experiencia contrasexual (Christafore y Leguizamon, 2018). Asimismo, estos términos culturales que han propiciado la gentrificación de la colonia son los mismos que han sido aprovechados como capital económico para que Sisal sea redituable.
Estas condiciones de la gentrificación del barrio se han intensificado con la apertura de Sisal y las actividades que se realizan ahí. Lo LGBTIQ+ se ha convertido en un recurso detonante para la asociación de dicho proceso y la inclusividad. Los simbolismos como la bandera LGBTIQ+, las conchas, el drag o el bazar atraen a los consumidores invitándolos a una experiencia distinta. La oferta de productos con insignias contrasexuales le brinda sentido subversivo al establecimiento, lo que conlleva a una queerificación del barrio, pues forma parte de su cotidianidad y pluralidad. Entonces, lo LGBTIQ+ adquiere un valor agregado a través de los procesos de producción y del consumo. La panificadora produce un alimento de la canasta básica, con elementos culturales LGBTIQ+, que es consumido por un perfil poblacional con capacidad de gasto que están ahora mismo gentrificando la colonia.
La gentrificación ayuda a dar a conocer más el barrio un poco olvidado, atraer gente para salir a caminar e ir al quiosco. Es una colonia de personas muy grandes, por lo que queríamos hacer la diferencia con todas [demás] las panaderías. Queríamos establecer algo distinto a lo que están acostumbradas las personas en el barrio. El resultado ha sido bueno, pues se han integrado bien los vecinos, vienen con sus hijos, a veces nos preguntan sobre el drag cuando atendemos en nuestros personajes. Es normal que los vecinos sientan curiosidad y nosotros les vamos explicando. ¡Todo muy orgánico! (Adrián, entrevista realizada el 5 de abril de 2023)
La panificadora funcionó como espacio seguro. Yo no me esperaba que la panificadora me abriera este abanico para conocer personas dentro del mismo barrio y que sean parte de la comunidad. Aunque también me di cuenta que hay clasismo, racismo, homofobia. Y si te diste cuenta, a la entrada hay un letrero que dice que no se permite la entrada a personas misóginas, transfóbicas y homofóbicas (Arturo, entrevista realizada el 5 de abril de 2023).
De esta manera, se queerifica el proceso de gentrificación y con ello la colonia ve como cotidiana la presencia de las contrasexualidades, no sólo desde un posicionamiento de apertura hacia este sector poblacional, sino interactuando con los negocios constituidos desde esta realidad. Precisamente, los propietarios de Sisal han constituido un sentido queer/contrasexual de su negocio, sin cooptar únicamente al segmento LGBTIQ+, a partir de un producto alimentario como es el pan, el cual resulta integrado en las dinámicas del barrio. Claramente, los propietarios muestran un sentido de consciencia respecto a que la panificadora contribuye a la gentrificación a partir de la sexualidad, las identidades y los cuerpos contrasexuales (Christafore y Leguizamon, 2018; Kreis, 2013; Vivian-Byerne, 2019).
En este sentido, aunque expresamente por los propietarios, Sisal no es un espacio exclusivo, ni tampoco con productos encarecidos, ya que además de sus famosas conchas disponen de pan dulce a precios accesibles. La distinción se halla en la experiencia del consumo, convirtiéndose en la piedra nodal de la revalorización del negocio, aunado a los perfiles de consumidores cotidianos habitantes de uno de los barrios de la Ciudad de México que comienza a elitizarse.
El consumo de la experiencia se ancla en los espacios donde se realiza (Díaz y Salinas, 2017; Mansvelt, 2005), la cual es movilizada y performada por corporeidades asociadas a la exclusividad de clase. Por lo tanto, los cuerpos que consumen no sólo son materialidades, sino que transportan los sistemas culturales en los que se mueven cotidianamente y los imprimen en los lugares donde consumen. Así como, lo LGBTIQ+ -para los residentes locales o de mayor tiempo- se convierte en algo innovador a lo que es posible acceder sin el estigma, quizá propiciado por los nuevos colonos que tienen estas ideas de apertura y tolerancia. Los simbolismos contrasexuales son performados también por quienes atienden la panificadora y, ello permite que no sólo en la compraventa de pan, sino que en la interacción haya un intercambio de códigos culturales con el heteropatriarcado, lo que propicia su queerificación (Islas, 2020; Kreis, 2013).
El consumo en Sisal detona en una exclusividad en la forma de asimilar lo contrasexual, y la relación entre emprendedor y consumidor construye un sentido queerificado del espacio, que permea entre los habitantes que llevan más tiempo radicando en el barrio. La relación de los propietarios del negocio y los nuevos residentes generan esa creatividad en el estilo de vida respecto de las contrasexualidades, lo cual revaloriza el costo de la vivienda y la experiencia de habitar el barrio gentrificado (Florida, 2012; Costa y Pires, 2019). Sisal, tiene una postura no excluyente, ni clasista, ni discriminatoria y cotidianamente dialoga con el entorno en el que se encuentra. “Yo soy de Santa María la Ribera. Somos vecinos, porque tanto Condesa como Zona Rosa, o la Roma son espacios super gentrificados y las rentas se salen del presupuesto. Como Santa María está en el proceso de gentrificación es un poco más accesible” (Arturo, entrevista realizada el 5 de abril de 2023).
Esta idea que nos compartió Arturo permite dilucidar que Sisal es un bastión contrasexual para queerificar el barrio e incentivar la visibilidad, a través de un negocio innovador que ha propiciado la cotidianización de este sector poblacional. A diferencia de otras zonas contrasexuales de la Ciudad de México, Sisal se ha convertido en parte del paisaje de la colonia de Santa María la Ribera, un punto de referencia y una expresión espacial de la inclusión, la innovación y el poder adquisitivo económico, cultural y político de las contrasexualidades que la habitan.
C) La Comuna Lencha Trans: la contragentrificación desde la disidencia
La Comuna Lencha Trans está conformada por un grupo de mujeres feministas, lesbianas y personas trans. El espacio abrió en 2019 después de mudarse desde el sur de la Ciudad de México. La llegada a Santa María la Ribera no tenía ningún interés especial por la colonia, más bien el incentivo fue el trato con el dueño respecto al alquiler que se encuentra dentro de su presupuesto.
La Comuna es un espacio separatista disidente, aquí sólo entramos morras, mujeres, lesbianas, trans y maricas, es una casa de disidentes, entran personas disidentes. Nunca le abrimos la puerta a un vato hetero cis, blanco, menos. Es un espacio feminista, transfeminista donde circulan más personas queer
[...] Como espacio de autogestión tenemos el Lesbotanero, un evento tipo cantina con comida antiespecista, hay karaoke, de ahí obtenemos ingresos. Tenemos el cineclub y organizamos una fiesta cada mes donde convocamos a artistas, ahí aceptamos una cuota para entrar. Además, tenemos proyectos de formación política, el círculo de lectura y un conversatorio permanente sobre amor y violencia entre lesbianas (Vivian, entrevistada el 14 de abril de 2023).
Las actividades culturales y políticas imprimen en la comuna un sentido disruptivo y disidente, puesto que no sólo es identificarse como contrasexual, sino que sus habitantes y consumidores encarnan dichos discursos que performan a través de la socialización, el reconocimiento y la diferenciación respecto al mundo heteronormativo. Esto deja ver cómo las corporeidades contrasexuales producen su propio espacio, a partir de la sexualidad, la identidad y las relaciones afectivas que devienen en el sentido de pertenencia a una comunidad disidente (Larreche, 2022; Oswin, 2016; Islas, 2020). Entonces, podemos observar esa relación entre cuerpo, lugar y territorio contrasexual que impulsa el proceso de queerificación en el barrio.
En esta misma línea, la formación política dentro de la comuna también refleja el posicionamiento crítico frente a la gentrificación, tal como lo comparte Vivian:
Hay una visión crítica respecto de la gentrificación, pues abona a la cultura del despojo y nos deja a nosotras con menos ventajas en la ocupación de los espacios. En el sentido que todos los servicios del capital para consumo están para personas extranjeras y europeas, o gringas principalmente. Los costos son a los que difícilmente accedemos. La renta aumenta, pero nosotras resistimos porque tenemos un buen trato con el casero y somos un chingo, entonces nos sale relativamente barato, es costeable. Esos aumentos contribuyen a las lógicas del racismo y clasismo que vienen desde el despojo y la colonización. [...] Claro que vienen extranjeros, pero más banda queer que se siente identificada con nosotras. Y sin ningún problema entra (Vivian, entrevistada el 14 de abril de 2023).
Este sentido de lugar feminista, queer y transgresor ubica a La comuna dentro del circuito de personas que logran acceder a cierto conocimiento político respecto al feminismo. La mayoría de quienes acceden a este conocimiento son personas con capitales sociales, culturales y económicos, lo que indica que la ocupación o visita a un lugar con este potencial podría gentrificar en términos culturales y de acceso al conocimiento. Las narrativas en común de las personas visitantes y la comuna permiten que la postura crítica, las formas de relacionarse sexoafectivamente y los círculos sociales ilustrados de las clases medias tejan la urdimbre de una gentrificación queerificada o una queerificación gentrificada.
En este sentido, la posición política alternativa permea en el feminismo y en las identidades queer, que salen del orbe LGBTIQ+, como movilizadores de consumidores y al mismo tiempo como el valor agregado. Asimismo, es innegable que el capital espacial de Santa María la Ribera conduce a un aprovechamiento de sus visitantes, sus estilos de vida, las actitudes de apertura respecto de los movimientos feministas y contrasexuales. Con este potencial, la Comuna logra congregar formas de apropiación y habitar su espacio de acuerdo con los sistemas culturales que se juegan en él (Lévy y Lussault, 2013; Reygadas, 2019). Paradójicamente, la Comuna está inserta en el proceso de gentrificación del barrio, pero su rareza, ese sentido contrasexual y feminista la convierte en un espacio de lucha, pero al mismo tiempo atractivo para la vanguardia discursiva de los nuevos residentes que se están habituando en la colonia.
Entonces, podríamos considerar que existe un proceso de contragentrificación en el sentido que la revitalización de los espacios, tanto económica como social se da debido a la movilización de capitales por sujetos de los que se espera dicho aburguesamiento de un área de la ciudad (Boldrini y Malizia, 2014; Díaz y Salinas, 2017; Janoschka y Casgrain, 2010). Aunque la contragentrificación pretenda desacelerar dicho proceso, se pueden encontrar interfaces de comunicación entre un espacio de resistencia como La Comuna y el entorno, puesto que el primero dispone de sistemas culturales que dialogan con los nuevos residentes. En consecuencia, cuando La Comuna recibe a las nuevas personas residentes contrasexuales es porque se convierte en un espacio que irrumpe con el paisaje convencional LGBTIQ+, y además el sentido político es el vehículo que atrae a visitantes.
Por esta razón, cuando planteamos la idea de la contragentrificación nos enfocamos en que los cuerpos contrasexuales que se dan cita en la comuna consumen un habitar periférico, politizado y crítico, pero mantienen las condiciones de residente en el barrio. Es decir, quienes tienen los capitales culturales, económicos y políticos se pueden dar cita en La Comuna, contribuyendo a la gentrificación del barrio a partir de la interseccionalidad. Por ejemplo, la comida antiespecista o los conversatorios artísticos de figuras icónicas del feminismo como la presencia de Sayak Valencia o el Stand Up de Ofelia Pastrana, activista trans, entraman discursos en la misma sintonía de grupos privilegiados. Estas actividades se diferencian de espacios LGBTIQ+ con eventos como la Más Draga o la cultura mainstream, lo cual le brinda ese sentido de exclusividad.
La contragentrificación, de esta área del barrio Santa María La Ribera, es un reflejo espacial de que se contribuye a dicho proceso, pero desde otros posicionamientos ideológicos y sociales distintos a los esperados, pero con el objetivo de revitalizarla y encarecerla (Díaz y Salinas, 2017; Janoschka y Casgrain, 2010). Es decir, el sentido disidente, sexual y feminista ha contribuido a la integración de las dinámicas entre los vecinos. A diferencia de Eucalipto y Sisal, en La Comuna se han registrado actos violentos lesbofóbicos y antifeministas, tales como pintas y ofensas en grafitis a causa de dichos posicionamientos políticos.
Llegó a haber pintas en la puerta. Nos pusieron, lesbianas de mierda, o putas, no sé qué. Las pintas las hemos dejado. Les chiques le pusieron una x a putas, para reivindicar el insulto, no nos vamos a deshacer porque la sociedad es mocha o conservadora, también hay que posicionarse ante eso.
[...] No es un espacio LGBT, nos posicionamos desde la disidencia en ese sentido. Nosotras no seríamos parte de la diversidad, porque lo diferente es donde está la trampa del capitalismo. Más bien el capitalismo heteronormado tiene una lógica homogeneizante que al final logra cooptar las identidades de lo LGBT, para nosotras ser disidente es no pertenecer a esa homogeneización de lo diferente. No reconocemos lo LGBT, pero sí a los disidentes. Hay una homonorma que convive con el capital, inclusive hay una espectacularización de lo LGBT, de lo rosa, que llega a ser ridiculizante (Vivian, entrevistada el 14 de abril de 2023).
Lo que nos comparte Vivian es reflejo de la lucha y postura disidente en pro de la visibilidad contrasexual claramente no cooptada ni asimilada por el heteropatriarcado. Estos actos violentos contra integrantes de La Comuna explican la complejidad de las personas contrasexuales en relación con lo que puede ser consumible y aceptado, por ello no conviene hablar de gaytrificación. Sin embargo, en este proceso de contragentrificación, el discurso alternativo, militante y activista contra el heteropatriarcado y la homonormatividad ha permeado en La Comuna como un potencial para visibilizar otras narrativas corporales que, pese a las violencias, han podido territorializarse en el barrio.
En este sentido, el proceso de gentrificación contrasexual mainstream ha coadyuvado a disminuir los actos violentos, las exclusiones o la persecución. En Santa María la Ribera los espacios LGBTIQ+ han logrado configurar un sentido de seguridad, comodidad y bienestar entre las contrasexualidades (Christafore y Leguizamon, 2018; Kries, 2013; García, 2000), que han beneficiado a La Comuna y seguramente a otros espacios politizados. Es importante mencionar que dentro de la colonia La Comuna se encuentra en la periferia, o sea, no es un espacio aledaño al quiosco Morisco, como nodo del barrio, con lo cual refleja que la gentrificación jerarquiza discursos, experiencias, identidades y posturas contrasexuales, pero que a través de sus dinámicas se integran perfectamente a dicho proceso.
Reflexiones finales
Como lo hemos planteado en este artículo, la gentrificación es un proceso que está intrínsecamente vinculado con las formas de quienes ahí habitan. Las personas residentes que llegan a encarecer, remodelar y elitizar un barrio, despliegan un sistema cultural de capitales que les otorga ese sentido exclusivo. En este artículo, hemos explicado cómo, desde el consumo cultural LGBTIQ+ en Santa María la Ribera, se movilizan códigos y valores que propician la visita y residencia de personas, que se ajusta a este sentido exclusivo que intensifica el proceso de gentrificación de la colonia. Asimismo, se logra desentramar la urdimbre que se ha ido trazando en este proceso por parte de las contrasexualidades.
De esta manera, queremos recalcar que la gentrificación se gesta también desde los habitantes, quienes movilizan sistemas culturales que se expresan en las experiencias y las formas de apropiación de los espacios. La corporeidad contrasexual es una pieza fundamental para la producción de los espacios, puesto que es a partir de ésta que se queerifica un espacio gentrificado. Al mismo tiempo, el cuerpo contrasexual profundiza los procesos de gentrificación en el momento en que se integra a los códigos y formas de habitar de la heterosexualidad.
La presencia de las contrasexualidades incentiva la queerificación, desarticulando en la cotidianidad la heteropatriarcalidad del espacio. Es decir, Santa María la Ribera no es una colonia exclusivamente LGBTIQ+, sino que la apropiación de espacios por parte de las contrasexualidades está logrando deconstruir ese sentido heteronormado del espacio, al mismo tiempo que interactúan y se cotidianizan como parte del paisaje del barrio.
Tanto la queerificación como la gentrificación se vinculan hondamente para complejizar los procesos urbanos de la Ciudad de México, dos fenómenos cada vez más visibles. Por un lado, el proceso de gentrificación, y por otro la emergencia y asimilación de la población contrasexual. La diversificación de ser contrasexual se ve aclarada en Santa María la Ribera como un posicionamiento con capacidad de gasto, pero sobre todo con capacidad de agencia para rehabilitar, resignificar, renovar y politizar una colonia.
La presencia de lo contrasexual en Santa María la Ribera es una expresión de los procesos de politización LGBTIQ+, de los alcances para normalizar su presencia en el espacio público y de las dinámicas de los barrios. Empero, como se ha podido ver a lo largo de esta investigación, está visibilidad contrasexual, en el proceso de gentrificación, deja al descubierto las desigualdades en las formas de habitar los espacios. A través del consumo en Santa María la Ribera, desde el arte, los espacios de reunión o hasta lo residencial, las contrasexualidades residentes marcan una diferencia en el acceso a estilos de vida que gozan de seguridad, comodidad y lugares de esparcimiento fuera del circuito comercial LGBTIQ+ como Zona Rosa, el clúster Condesa/Roma y el centro de la Ciudad de México. Entonces, se queerifica la ciudad desde otros posicionamientos que le brinda ese sentido de exclusividad, que no refiere a capacidad de gasto, sino a capacidad de comunicación y diálogos a través de recursos políticos-intelectuales como en La Comuna, o culturales como en Eucalipto 20.
Ahora bien, hay que reconocer que el sentido queer de la colonia Santa María la Ribera está enraizado en la intelectualidad de las organizaciones homosexuales, el arte alternativo y la relación con el Museo del Chopo. Entonces la gentrificación y la queerificación del barrio está arraigada a los capitales culturales, académicos, políticos y económicos de los primeros grupos contrasexuales que se dejaron ver en el barrio. La presencia de los cuerpos politizados, el manejo de ciertos diálogos intelectuales, culturales y económicos han servido como punto de conexión con la llegada de residentes heterosexuales para reavivar el barrio.