Introducción
Existen organizaciones1 modernas que operan en la ilegalidad, comúnmente reconocidas como “delincuencia organizada” o “grupos delictivos organizados”; de acuerdo con la legislación de los Estados nación, estas delinquen al ir en contra de las normas que rigen en los territorios. Se considera un grupo delictivo cuando tres o más personas se organizan para cometer uno o más delitos tipificados en la ley (Gómez 2020). Normalmente, las actividades delictivas están relacionadas con la producción y el tráfico de sustancias ilícitas, la extorsión, el secuestro, la venta de armas, la trata y el tráfico de personas. Por su forma de operar y por el control del mercado, se consideran cárteles a las organizaciones con la capacidad de controlar áreas y mercados a través de la violencia (Navarro 2017; Gómez 2020).
Se han realizado numerosas investigaciones periodísticas y de seguridad de Estado a través de agencias nacionales e internacionales con el fin de conocer el impacto directo e indirecto en el PIB nacional, la amenaza al control territorial y a los ecosistemas, y se ha discutido si es posible la legalización por tipo de sustancia y cantidad, todo ello con miras a reducir los efectos nocivos de los mercados concentrados (Pereyra 2012; Reyna 2011; Navarro 2017). De ahí, consideramos relevante el estudio de este tipo de organizaciones, por su impacto económico y el interés en la seguridad nacional. Socialmente, involucra a la población y los efectos de violencia e inseguridad que existen en el territorio nacional.
El objetivo de este artículo es explorar la percepción sobre el trabajo como actividad profesional del grupo relacionado con la protección operativa y el sicariato, así como los medios utilizados para enfrentar el estigma asociado con la actividad. La finalidad de estudio son los sicarios en organizaciones, quienes, por su tipo, muestran la necesidad de generar propuestas analíticas dentro de los estudios críticos organizacionales,2 con temas y actores poco visibles incluyendo el análisis, la perspectiva de género y, en este caso particular, una masculinidad asociada con la orientación de la organización (delictiva)3 y a las condiciones del entorno social. El artículo forma parte de una investigación más amplia en torno a las fisuras en la masculinidad hegemónica. La metodología de investigación fue cualitativa, se utilizó el método de investigación documental y se realizaron entrevistas durante 2022. Para el análisis de la masculinidad asociada y el trabajo de los sicarios en los cárteles, se retoma el concepto de Messerchmidt (2005) “hacer género”, el cual considera la categoría de análisis en dos niveles, el primero, relacionado con la acción social, las normas, las actitudes y las actividades propias de un cuerpo sexuado en una sociedad; y, un segundo nivel, donde se considera la conducta apropiada en situaciones sociales específicas, en las cuales, para el caso de los sicarios es la organización del cártel. De esa forma, la masculinidad asociada es un término que utilizamos para ubicar un plano contextual general y otro particular en situaciones sociales o laborales específicas.
Se consideran los casos de Colombia y México por la importancia de los cárteles en ambos países respecto al tráfico de drogas hacia el mercado norteamericano. Se reconoce también la forma de operar de otros cárteles en América Latina como semejante a la llevada a cabo por los cárteles mexicanos y colombianos y donde, asimismo, existe una red de eventual comunicación de los cárteles con otras organizaciones delictivas en otros territorios o países. De tal manera, es evidente la existencia de una conexión o conjunto de transacciones vinculantes de organizaciones y territorios, aunque no necesariamente una equivalencia estructural o “similitud de posición dentro de una estructura de red” (DiMaggio y Powell 2001, 106).
En el caso de las organizaciones cuyo objetivo es la producción, sea controlada por el cártel o llevada a cabo por terceros, la distribución y la venta de sustancias ilícitas involucra relaciones en las cadenas productivas (materias primas químicas, precursores, fertilizantes, entre otros) y, por lo general, se establecen acuerdos con otros grupos económicos legales o ilegales con actividades ilícitas que se relacionan de alguna manera con parte del proceso productivo. Al final, el objetivo del cártel es el control de un mercado, ya sea a través de alianzas, acuerdos, cooptación o violencia.
Navarro (2017) clasifica a los cárteles mexicanos en cinco tipos: transnacionales, nacionales, regionales, recolectores de cuotas, y células de tráfico de drogas. La diferencia entre los distintos tipos de organizaciones es su influencia y control, así como la capacidad de abrir nuevas rutas y establecer estrategias de supervivencia. Organizacionalmente no tienen una equivalencia estructural, es decir, existen cárteles en posiciones de mayor ventaja y control de mercados y territorios. De acuerdo con la autora, los más importantes a nivel internacional son el Cártel Jalisco Nueva Generación, Los Zetas y el Cártel de Sinaloa (Navarro 2017, 26).
El poder económico y alcance de estas organizaciones al interior de las instituciones formales como la Iglesia, el Ejército y la Policía ha variado históricamente y tiene condiciones particulares según el país analizado y las condiciones jurídicas relativas a los cárteles. La actividad económica relacionada con los cárteles implica un impacto financiero y económico en el producto interno bruto (PIB) doméstico y de las economías de destino. Por ejemplo, en Estados Unidos, la venta de cocaína colombo-mexicana involucra más de 100 mil millones de dólares anualmente (Miranda 2020). Otro ejemplo son el financiamiento a las campañas políticas y el lavado de dinero. En el primer caso, en Colombia se investigó un posible nexo entre el Cártel de Cali en la campaña presidencial de Ernesto Samper en 1994 (INFOBAE 2022; EFE Reuters 1995); igualmente, fue el caso del ex presidente Andrés Pastrana, quien entregó una carta a la Comisión de la Verdad, organismo que investiga las causas del conflicto armado colombiano, negando su participación en actos de corrupción o relación del Cártel de Cali en el financiamiento de su campaña en 1997 (EFE 2021).
De tal forma, y aunado a la influencia y control adquiridos por una organización para permanecer activa en el mercado, los cárteles requieren de la complicidad directa o indirecta de las autoridades; dependiendo del grado de institucionalización en el vínculo entre cárteles y autoridades, la relación establecida entre gobierno-cártel puede ser alta o baja como se indica en la Tabla 1, sin poderse considerar un campo organizacional.4 Los antecedentes en México de la lucha contra el narcotráfico encuentran en las gestiones de Calderón y Peña un parteaguas, el cual, a pesar de todo, no obtuvo los beneficios esperados (Rosen y Zepeda 2015), y significaron una escalada en los niveles de violencia, afectando a la población civil. Los cárteles establecen alianzas, pero también existen rivalidades y momentos de fricción en territorios no controlados (Tabla 1).
Impacto económico | |||
Complicidad de otras organizaciones o instituciones como la policía, el ejército, las cámaras o partidos políticos, las autoridades. | Alto con operaciones transnacionales y con cárteles hallados fuera del territorio. | Alto con operaciones internacionales sin alianzas con cárteles colombianos. | Bajo con presencia importante en el territorio. |
Alta | Organización del Chapo Guzmán e Ismael “El Mayo” Zambada (Cártel de Sinaloa, con 40 años en operación).
Organización de Nemesio Oseguera “El Mencho” (Cártel Jalisco Nueva Generación). Cártel del Noreste Organización de Dairo Úsuga David (Cártel El Clan del Golfo). Organización de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela (Cártel de Cali). |
Organización Beltrán Leyva
Cártel de Juárez |
150 organizaciones del crimen organizado según el CIDE (2022) aliadas o financiadas por el Cártel de Sinaloa y el Cártel JNG.
Ejemplos importantes son: Organización de “El Sobrino”, (Cártel Guerreros Unidos) Organización de Servando Gómez (Cártel Los Caballeros Templarios). Organización de Nazario Moreno González “El Chayo” (Cártel La Familia Michoacana) Cártel de Santa Rosa de Lima La Unión de Tepito Cártel del Golfo - Los Zetas Carrillo Fuentes - La Línea Cártel del Golfo - Los Rojos |
Baja | Organización de Pablo Escobar (Cártel de Medellín).
Se incorporó a la política como servidor público. |
Fuente: Elaboración propia con base en Navarro (2017), Gómez (2020) y Miranda, (2020).
Existen cárteles regionales cuyo control es limitado en segmentos de espacios para transportar la droga o que practican otras actividades delictivas como el tráfico de personas y la extorsión o el secuestro. Asimismo, otros cárteles más limitados geográficamente como el Cártel de Juárez, Cártel de Tijuana y células más pequeñas.
Metodología
Se utilizó el método cualitativo de investigación documental, se tuvo acceso a libros, artículos, informes gubernamentales,5 páginas web, videos y entrevistas. El material se clasificó considerando dos criterios generales: resultados de investigaciones cuantitativas o cualitativas publicados como artículos o notas periodísticas, impresos o publicados en la Web sobre los temas de sicariato, trabajo y masculinidad asociada; y en materiales de entrevista a expertos y a sicarios, disponibles en impreso y en la red. Debido a los riesgos para los participantes y las implicaciones sobre seguridad en el material de entrevistas, se guarda la confidencialidad y el anonimato cumpliendo con los principios éticos de no maleficencia, de beneficencia y autonomía o de consentimiento informado en la investigación (Hall 2017). Se busca respetar la integridad de los participantes y la privacidad sobre la información general contenida en las entrevistas y documentos personales, de manera que el origen de la fuente no pueda ser ubicado.
Para lograr la validez y la confiabilidad, se trianguló la información de entrevistas con la información estadística disponible en red y se realizó una entrevista a un funcionario de alto nivel colombiano de la policía antinarcóticos. Se utilizó la técnica de análisis de contenido en los videos de entrevista para conocer la axiología que rige la profesión y la manera de enfrentar el rechazo y el estigma social derivado de la misma. Se puso especial énfasis en la naturaleza del discurso, la contextualización de la información para desarrollar categorías o dimensiones de análisis desde la perspectiva del actor (Galeano 2012). Se abordó la profesionalización de la actividad y el estigma desde el actor y las principales vías de reivindicación social o mecanismos de reparación.
Se encontraron datos sobre el impacto económico derivado de las actividades relacionadas con los cárteles y, en el material de entrevistas y notas periodísticas en la red, patrones subyacentes alrededor del trabajo del sicario. La revisión del material arroja que los sicarios comparten características etarias, de educación, de origen social y una deontología sobre la actividad “trabajo”, asumiendo su masculinidad subordinada en la estructura del cártel al hacer suyos los valores sustentados por la actividad de protección y de sicariato: la lealtad, el valor, la aversión al riesgo, la violencia; su postura subordinada, sin embargo, no indica una minusvalía a su estatus dentro de la organización o cártel, pues su trabajo, es pieza esencial para lograr los objetivos de desempeño de las organizaciones, aunque en la mayoría de los casos, es de corto tiempo y peligroso.
En el artículo se presenta la información para los principales cárteles mexicanos y colombianos, la pregunta de investigación está relacionada con las actividades y deontología que siguen los sicarios y la manera como enfrentan el estigma dentro y fuera de la organización delictiva: ¿de qué manera se resuelve el rechazo social expresado en estigma? Un supuesto de investigación6 es que los sicarios reconocen la actividad que los define como un trabajo, asociándolo con los mandatos masculinos de género (provisión, valor, aversión al riesgo) dominantes en la estructura social. Por las características y riesgo del trabajo, un sicario admite el estigma como parte de la actividad y lo resuelve desde una ética moral construida, permitiéndole o absolviéndole (religiosamente) su conducta.
A diferencia de los líderes del cártel y de los otros grupos relacionados con el mismo en las áreas de producción, finanzas y distribución, el grupo encargado de enfrentar otros grupos delictivos y defender los espacios ganados por la organización son abiertamente rechazados por la población civil, en muchas ocasiones son perseguidos por los otros grupos de sicarios y no pueden modificar su condición de pobreza y exclusión ni de precariedad laboral.
En muchos casos, el grupo que integra el sicariato tiene sus propias “reglas de conducta” y condiciones de riesgo elevadas en comparación con los otros grupos que componen la organización; una vez integrado al sicariato, es muy difícil mantener una vida estable y pacífica fuera del grupo. En muchas ocasiones solo los miembros de este grupo y los líderes del cártel son conocidos por la opinión pública. Se desconocen los empresarios, los productores o los distribuidores interactuantes en redes con los grupos delictivos, de ahí la no existencia de una carga de estigma tan alta comparativamente con la del sicariato.
Características más importantes de los cárteles
La organización de los cárteles tiene un sistema jerárquico en la toma de decisiones, se trata de organizaciones rígidas, burocráticas, con un líder y un número reducido de personas en las cuales se concentra el poder, son organizaciones verticales, de orientación patriarcal y androcéntrica. Al interior, se asumen códigos morales no religiosos de comportamiento sobre la interrelación con otras organizaciones, como las de una mafia. Siguiendo la clasificación de Arias (2014, 41), las organizaciones criminales tienen una ideología (o falta de ella), una estructura organizacional donde se ejerce violencia o existe una amenaza de ejercerla; un número limitado de miembros con estrecha vinculación basada en el parentesco, el origen étnico o los antecedentes penales, con posible infiltración en negocios legítimos, empresas ilegales y corrupción. En la mafia se agrega una ideología del honor o de la omertà que implica apoyar y respetar a los miembros de la organización, tener control de un territorio y acceso al poder político. La mafia ejerce un poder cuasi gubernamental, dirimiendo conflictos a manera de autoridad, aplicando normas sobre derechos de propiedad en el terreno de lo legal y lo ilegal. En el caso de los cárteles y la mafia, existe un control sobre un territorio, posibilidades de acceder políticamente y permear a las fuerzas del Estado y un creciente poder económico.
Operativamente funcionan como empresas donde dependiendo del poder de mercado y alcance de sus operaciones trabajan como corporativos con divisiones, mantienen o generan alianzas con otros carteles y contratan servicios externos si no logran asegurar la materia prima. En ocasiones pueden tener control de la cadena de suministro en el proceso de producción asegurando enormes ganancias (Gómez 2020).
De acuerdo con la definición de Gómez (2020), un cártel es una organización delictiva, integradora de primer nivel que tiene operaciones transnacionales. Integra las cadenas de producción, suministro y comercialización dentro y fuera del territorio doméstico que controla, aunque el control no siempre se puede asegurar. Los componentes de un cártel son los que se indican en la Tabla 2.
Cárteles transnacionales | Junta de dirección | Sus miembros generalmente asociados con la familia o con el fundador del cártel. La junta puede tener uno o varios líderes en la toma de decisiones. |
Producción | Relaciona productores en zonas aisladas o alejadas en condiciones precarias o con antecedentes de financiamiento reducido o reducción en la producción agropecuaria tradicional. | |
Transporte y venta | Se puede tercerizar o tener los medios propios para el transporte. La venta, generalmente se hace a través de cabezas de grupo, sin control directo sobre los vendedores directos. | |
Protección operativa y sicariato | Grupo armado que se encarga de ejecutar a los que se oponen o compiten con el cártel. También ejerce presión y asegura el envío de cargamentos en tiempo y forma. | |
Equipo financiero | Red de empresarios y contadores que colocan los recursos en negocios no ilícitos y se encargan de lavar los activos. | |
Protección política y policial | Red de actores políticos y autoridades que protegen o no aplican la ley a los grupos relacionados con el cártel. | |
Alianzas extranjeras | Relaciones entre cárteles que controlan territorios fuera de las fronteras, así como fases o la totalidad del proceso de producción y distribución de los productos. Se incluyen aquellos grupos capaces de abrir nichos de mercado nuevos y se utilizan las redes previamente establecidas en sinergia para beneficiar las actividades del cartel local. |
Fuente: Elaboración propia con base en Gómez (2020).
De acuerdo con la información anterior, Gómez (2020) establece que existen dos grandes cárteles o grupos de primer nivel en México, con capacidad integradora y operaciones internacionales: el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación. En un segundo nivel, ubica a los cárteles regionales que tienen otras actividades delictivas adicionales y han establecido alianzas con los cárteles: Santa Rosa de Lima, La Unión Tepito, La Familia Michoacana, Caballeros Templarios, Beltrán Leyva, Guerreros Unidos, Carrillo Fuentes y el Cártel del Golfo. La mayor parte de ellos con presencia importante en el territorio nacional y un impacto económico bajo comparativamente con los anteriores. En relación con las operaciones fuera del territorio, sobresalen de este grupo la organización Beltrán Leyva y el Cártel del Golfo como se apunta en la Tabla 1.
El cártel como organización se mueve en un entorno de cambio y ambigüedad, su respuesta al mercado muestra distintas formas operativas sin alejarse de los objetivos de eficiencia y eficacia. El desempeño de sus miembros y las exigencias por puesto para cada grupo de la organización, refieren un ethos racionalista y burocrático y al mismo tiempo de respuesta rápida ante las amenazas del entorno. El cártel se convierte en una organización similar a una “jaula de hierro” (DiMaggio y Powell 2001) que laboralmente violenta a sus miembros, y que, en el caso de los sicarios, hay que agregar a esa orientación rígida de la organización, las características del trabajo de protección y de sicariato.
El sicariato como una actividad dentro del cártel
“el asesino profesional trabaja con revolver y
guarda la pistola para la bronca”
“le da dos tiros en la cabeza siempre”
Popeye
Entrevista para WAPA TV, 2015
La definición de grupo delictivo de acuerdo con la ONU en el segundo artículo de la Convención contra el Crimen Organizado Transnacional y sus Protocolos establece tratarse de:
[…] un grupo estructurado de tres o más personas que exista durante cierto tiempo y que actúe concertadamente con el propósito de cometer uno o más delitos graves o delitos tipificados con arreglo a la presente Convención [Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional] con miras a obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de orden material. (ONU 2004, 5)
Para llevar a cabo sus actividades, las organizaciones delictivas cuentan con una red o estructura de empresas locales, nacionales y transnacionales donde se emplean personas en actividades diversificadas (Núñez y Espinoza 2017). Esas empresas son consideradas parte de un grupo estructurado, de acuerdo con la ONU (2004) se refiere a: “un grupo no formado fortuitamente para la comisión inmediata de un delito y en el que no necesariamente se haya asignado a sus miembros funciones formalmente definidas ni haya continuidad en la condición de miembro o exista una estructura desarrollada” (ONU 2004, 5).
De esa forma, existen actividades directa o indirectamente relacionadas con el grupo delictivo, en ese sentido actividades de trabajo legales e ilegales. El concepto de trabajo que manejamos en este artículo se refiere, por un lado, a las actividades de producción y servicios incluida la tercerización que en forma legal o ilegal realizan los cárteles. Por otro, en el caso de los sicarios, el artículo explora la percepción sobre la actividad que desarrollan dentro de la organización y la cual, desde su perspectiva, constituye un trabajo, una profesión, con características particulares. Se recupera la postura crítica sobre el trabajo7 para la organización y estructura del cártel, y se propone un concepto ampliado (De la Garza 2010, 17) donde se reconoce la heterogeneidad en las formas de trabajo, y se incluye el análisis de los servicios y otras actividades precarias, lo cual implica la participación del consumidor o usuario en el proceso de producción.
Las teorías explicativas sobre el crimen organizado (Jiménez 2015) establecen que los grupos delictivos ofrecen seguridad económica, sentido de pertenencia y, al mismo tiempo, desarrollan entre sus miembros dependencia hacia la organización. Un segundo grupo establece que los grupos delictivos al estar bien estructurados sustituyen a los gobiernos domésticos en regiones donde los ciudadanos no reciben atención o servicios de buena calidad. Los grupos usurpan las estructuras estatales para transformarse en garantes de justicia social ofreciendo prebendas en bienes y servicios (Arias 2014). En algunos casos, la prohibición de sustancias es aprovechada por los grupos empresariales delictivos para controlar regiones y mercados y establecer monopolios. Por último, como empresas, el objetivo es mimetizarse con aquellas organizaciones legales que pueden operar al amparo de los gobiernos y filtrarse en las estructuras de poder para controlar los mercados.
Como empresas, las estructuras y los organigramas de las organizaciones pueden cambiar si la toma de decisiones es doméstica o incluye operaciones fuera del país. Tiende a ser más vertical y con mayor control de un pequeño grupo en el primer caso, mientras se vuelve más horizontal y descentralizada aun conservando una dirección ejecutiva principal (Jiménez 2015), y de acuerdos con otros grupos delictivos cuando es transnacional.
Las actividades dentro del cártel pueden variar al ser actividades legales o de tipo irregular o no reguladas; el trabajo desempeñado al interior de la organización delictiva o cártel con integración de la cadena productiva, involucra dos grandes fases, las cuales, a su vez, pueden desagregarse: la producción y la comercialización. En conjunto, un cártel domina ambos procesos y/o establece alianzas con otros cárteles dentro o fuera del territorio nacional para asegurar mercados oligopólicos y/o monopólicos, contar con proveedores de insumos y materia prima, así como con redes de comercialización y apertura de nuevas rutas.
Desde una perspectiva organizacional, las actividades del cártel incluyen el control del proceso, la comercialización y la venta. En conjunto, le otorgan al cártel poder sobre la cadena global de valor; esto es posible por el control vertical sobre las cadenas productivas. Las barreras a la entrada son, en el caso de la producción, tecnológicas, y en la fase de comercialización, la capacidad de crear y mantener redes internacionales con organizaciones aliadas en la distribución y venta, así como en el desarrollo de nuevos productos e incorporación de nichos de mercado. Los cárteles establecen alianzas y se coluden para mantener su control y no permitir el ascenso de nuevas organizaciones a menos que encuentren barreras o impedimentos para el desarrollo de su actividad.
Desde la perspectiva del actor, el trabajo como una actividad realizada dentro de la organización delictiva o asociada a esta, tiene una narrativa con cuatro dimensiones: la primera ubica la actividad como un negocio; la segunda implica las características particulares del trabajo: violencia, asesinato, secuestro y tortura como un mecanismo de regulación en la industria; la tercera, implica la relación del trabajo y sus características de violencia y riesgo como intrínsecas a la actividad de sicariato, la cual, a su vez, funciona como un mecanismo de empoderamiento si las cosas se hacen bien; por último, se relaciona de manera simbólica con el ritual de la Santa Muerte (García 2019). Todos los cárteles necesitan sicarios y a medida que los mercados cobran mayor importancia aumenta la lucha por las plazas; el tamaño de un cártel y su importancia están en relación directa con el número de sicarios a su servicio, así como de otros cárteles aliados. La actividad desarrollada por el sicario no varía de un cártel a otro, se lleva a cabo en los territorios controlados o en aquellos donde se quiere incursionar. El nivel de apego religioso y la escala de violencia empleada sí pueden ser diferentes y convertirse en la marca de una organización particular.
Derivado de su condición ilícita, los cárteles operan en condiciones de mercados concentrados con altos niveles de violencia sobre territorios y personas. Los mercados laborales en cualquier área de los cárteles implican riesgos, pero es en el área de protección operativa y de sicariato que adquieren una particularidad: aunado a la posibilidad de obtener prestigio, empoderamiento económico y pertenencia, el sicario se identifica con un tipo ideal masculino, híper violento capaz de despojarse de su cuerpo para convertirse en mano de obra “guerrera” (Gutiérrez 2022). Asimismo, la protección de la Santa Muerte o de la Rosa Mística, entre otros santos, le aseguran protección y una muerte digna, entendida dentro de los criterios o parámetros que rigen la profesión.
En relación con la masculinidad asociada, como se ha mencionado, el “hacer género” (Messerchmidt 2005), se lleva a cabo en dos niveles, por un lado, el de la actividad que demanda formas específicas de ejercer la fuerza y el control del cártel sobre personas y territorios. En segundo lugar, una masculinidad asociada con patrones culturales, a roles de género dominantes, normados sobre cuerpos sexuados, a representaciones simbólicas contribuyendo a la reproducción de formas hegemónicas de poder. De esa manera, la masculinidad asociada estructuralmente con formas hegemónicas se reproduce sin descuidar la reproducción de una masculinidad asociada con la condición del sicario dentro del cártel.
Dentro del sistema capitalista, la violencia acompaña los procesos de cambio/transformación y dominación del modo de producción, así como la apropiación de los medios de producción. Históricamente la acumulación originaria del capital se acompañó de procesos de despojo y violencia, semejantes al nuevo orden neoliberal bélico que acompaña el desarrollo de organizaciones delictivas en aquellos países y regiones que siembran, producen y comercializan sustancias ilegales. Al aumentar el número de organizaciones tipo cártel, el monopolio de la violencia dejó de ser exclusivo del Estado para incluir a los grupos organizados en espacios geográficos, con control sobre productos, recursos, cadenas de suministro y cuerpos de los sicarios (Gutiérrez 2022).
El crimen organizado, como estructura de trabajo y como parte de un mercado laboral de la violencia más amplio, es un dispositivo de poder […] capaz de producir transformaciones en las subjetividades de los varones que se suman a dicho sistema como sicarios, a partir de disciplinas, discursos y prácticas de crueldad, valores, ideas, relaciones, tecnologías, entre otros elementos. (Gutiérrez 2022, 248)
El trabajo del sicario es intrínsecamente dual, por un lado, representa el ca mino del neoliberalismo bélico en economías criminales como son descritas por Gutiérrez (2022); y, por otro, representa la construcción subjetiva contemporánea, aterrizada en los sujetos, en los sicarios, pero “moldeada por instituciones y procesos culturales propios del capitalismo” (246). ¿Qué orilla a un joven adolescente o adulto varón a unirse a un cártel? Además del prestigio, la posibilidad de sentirse parte de un grupo y demostrar su hombría y poder, disponer de una forma de vida alternativa a la pobreza y la exclusión social propia de los grupos de menores ingresos en países y/o regiones atrasadas económicamente. Pero más allá, la posibilidad de servir con su cuerpo a la organización y tener una muerte digna:
La despojabilidad del cuerpo sicario asegura la posibilidad de continuar el conflicto y la disputa por el control del territorio. Por lo anterior, no son solo el arrojo, el dinero ni la demostración exacerbada de fuerza los únicos aspectos que definirían la identidad masculina del varón sicario, sino también el lugar que ocupa su cuerpo dentro del sistema extractivo neoliberal/bélico. (Gutiérrez 2022, 250)
De esa manera, un sicario es un objeto desechable, es útil a la organización cuando mata y cuando está muerto. La condición en la cual desarrolla la actividad del sicariato, además de ser precaria demanda respuestas inmediatas a situaciones de contingencia e incertidumbre; deontológicamente se reconocen condiciones imprevisibles en el quehacer de dar muerte y condiciones específicas de muerte. A diferencia del trabajo de producción, donde puede o no existir un salario de por medio y la intervención directa del cártel, el trabajo del sicario por sus características es no clásico.8 Al negar su cuerpo y aceptar su rol dentro de la organización, acepta ser desechable para el cártel y permanecer en condición de trabajo “flexible”.
A nivel de la construcción subjetiva, un sicario se orienta moral, ética y políticamente de acuerdo con el resultado funcional de soporte en la organización criminal. Existe una especie de presentismo laboral cuando un sicario se enfrenta con la violencia y sus consecuencias, versus una pedagogía de la crueldad al realizar actividades de tortura y asesinato; así, existe una dicotomía dentro de cada sicario, al tiempo que se ven envueltos no solo en los peligros reales de los cárteles enemigos, sino también en la narcocultura mediática, mostrándose esta, a jóvenes hombres heterosexuales, como opción laboral en regiones con alta marginación social y un entorno dominado por los cárteles. El trabajo del sicariato es propio de varones, y refuerza una ideología machista dicotómica anclada estructuralmente, separando, profesionalmente y por género, a mujeres y varones, y plasmando en las actividades del sicario un ideal de hombre que se sacrifica para mejorar las condiciones de vida de su familia; generalmente de bajos recursos, aunque se reclutan sicarios de cualquier clase social (Moreno y Urteaga 2022).
En el caso de las mujeres, el ideal es la exageración de los atributos físicos y características asociadas culturalmente con la feminidad encarnadas en las buchonas o mujeres del narco: mujeres-trofeo,9 acompañantes fieles, discretas, acotadas a la esfera familiar o de los cuidados. Mujeres dispuestas a morir o aceptar la pérdida de sus hijos, padres o compañeros, en su mayor parte, dependientes económicamente. Excluidas y marginadas socialmente, enfrentan el estigma por asociación; pueden o no estar involucradas con el narcotráfico, desempeñando trabajos directamente relacionados con el cártel o en las redes que mantienen los cárteles con otras empresas. Se enfrentan a un mandato de género estructural, machista y, por lo tanto, los trabajos desempeñados pueden estar asociados con las categorías culturales dominantes para la mujer o como mulas en el traslado de sustancias, es decir, las categorías dicotómicas para profesiones no necesariamente se rompen.10 En otras ocasiones, las menos, con construcciones alternativas de lo que significa “ser mujer” dentro de la organización; en el imaginario colectivo, las demostraciones de riqueza, derroche y transgresión de los miembros de los cárteles alimentan la idea de que las mujeres del narco están al tanto de los mecanismos y medios para lograr la riqueza y que la comparten, sin entender que existe una división del trabajo al interior de la organización, y que muchas mujeres sufren acoso y violencia sexual dentro de la organización y cuando están detenidas (Ovalle y Giacomello 2006).
El sicario construye un imaginario en relación con el trabajo y la ética. Para el sicario, su trabajo es una actividad digna, la cual le permite proveer a su familia y le agrega prestigio. Sobre bases culturales machistas, la actividad laboral está orientada a varones y es androcéntrica. La relación con el líder de la organización es paternalista, vertical, autoritaria; la gestión es autocrática, centrada en los deseos del “jefe”. No se cuestiona la ilegalidad ni las consecuencias sociales y repercusiones en su familia. El éxito en la organización es para el sicario el empoderamiento, mientras que para los jefes del cártel el convertirse en empresarios y mantener sus operaciones. No queda duda de que el poder se mide por la capacidad de daño que pueden hacer los sicarios a los cárteles contrarios.
La inseguridad y la violencia son parte intrínseca de la actividad, así como la despojabilidad del cuerpo. No hay una responsabilidad ética deontológica sobre las consecuencias del ejercicio de la profesión, aunque sí un esquema axiológico o de valores que se busca reproducir: permanecer en guerra contra las fuerzas del orden y defender la organización y el “patrón”. La interpretación subjetiva del sicario respecto de sí mismo es de una lucha constante para “aprender” cómo realizar mejor su “trabajo”. En ese sentido, un ejemplo es el corrido de la “Escuela del virus Ántrax”, donde puede observarse la referencia a los cárteles como empresas y a la actividad del sicariato como un trabajo.
Calibre 50
Compositor: Víctor Delgado
Escuela del Virus “Antrax”
“Fue entrenado pa’ matar, levantar, torturar con estilo y con clase.
Patrocinó su carrera, sus gastos de escuela, el señor comandante.
Se graduó con excelencia en colegio de calle, con título en mano
Varias empresas querían sus servicios pero él no buscaba trabajo.
Cuatro años de aprendizaje, metido de lleno 12 horas al día.
Sus maestros fueron maleantes, soldados, marinos y hasta ex policías.
Le sirvió el entrenamiento, y un enfrentamiento lo hizo debutar.
Dejando hombres en el piso, con mensaje escrito se dio a respetar.
Comenzó a ganar dinero, compro un plan de estudios y armó su academia.
Impartió licenciaturas en armas, negocios y ajustes de cuentas.
Rápido se hizo famoso y a la competencia la dejó detrás.
Fue fundador y así es como inició la Escuela del virus Ántrax.”
Asimismo, la canción como una expresión lírica se convierte en una reflexión ética y de moral construida que le permite una conducta violenta, una reflexión deontológica y de percepción de la actividad. La masculinidad dominante asociada al sistema patriarcal incluye los atributos de fuerza, violencia, perseverancia, arrojo, sumisión, riqueza, entre los más importantes relacionados con la actividad. Los atributos se identifican con la norma patriarcal que “condena, discrimina y reprime” a “los otros” (Domínguez 2013, 18).
El estigma alrededor de los cárteles de narcotráfico: la perspectiva del actor
El estigma es una condición social que se recibe de otros cuando no hay aceptación social, históricamente se relacionó con signos corporales indicando una identidad social de exclusión, aunque también, durante la edad media, el estigma era evidencia de gracia divina (Goffman 2010). La identidad social relaciona atributos aceptados y valorados culturalmente desde una perspectiva ética moral. Así, dividimos los atributos en aquellos que acreditan, y los que desacreditan a los sujetos porque se salen de la norma culturalmente aceptada. Los actores con un estigma social, rompen las normas o reglas reconocidas jurídicamente y los principios sobre el bien y el mal aceptados dentro de una sociedad.
En el caso de los miembros de un cártel, el arrojo y la aversión al riesgo del empresario son atributos que acreditan positivamente a los sujetos, y la actividad empresarial por sí misma no es rechazada. Si la actividad empresarial no es de lavado de dinero, sino que está directamente relacionada con la producción y venta de drogas, desacredita al empresario por dos razones principales: la primera es que va en contra de lo normado como regular o legal en relación con la producción y venta de sustancias consideradas nocivas e ilegales y, en ese sentido, marca una diferencia con otros grupos en categorías sociales cuyas actividades económicas pueden incluir la producción y venta de sustancias legales como el alcohol y el tabaco; la segunda es que la actividad involucra violencia física. Los miembros de un cártel son desacreditables en la medida en que sus actividades se relacionen con el negocio en el día a día. Un sicario, por ejemplo, es, de entrada, un sujeto portador de un estigma, el cual está desacreditado por sus actividades, mientras un jefe de cártel es desacreditable pero no necesariamente está excluido socialmente. De esa manera, el líder de un cártel y su familia, son acogidos como parte de la sociedad en la esfera económica más favorecida sin que necesariamente se investigue o recrimine el origen del dinero.
Para romper el estigma, los líderes de las organizaciones buscan mimetizarse con los grupos con los que interactúan, simulando atributos morales ideales. Estos incluyen también aspectos religiosos y de tradición cultural: mantienen hogares tradicionales, mantienen matrimonios y cuidan de sus esposas e hijos; pertenecen a familias extensas donde pueden establecer redes con miembros de la sociedad de estratos altos, y, en lo religioso, aparentan aceptar un conjunto de creencias y comportamiento ceremonial en relación con la deidad. Los miembros de las esferas más altas de los grupos delictivos se declaran católicos, participan en los rituales religiosos como bautismo, confirmación y matrimonio. De esa forma, se diluyen entre los grupos de ingresos más altos y sus hijos dejan de ser desacreditables, al mezclarse con los hijos de las élites económicas.
En el caso de los miembros del sicariato, la naturaleza propia del trabajo in volucra la violencia o la amenaza, ya sea para disuadir o para eliminar a los grupos competidores. Es parte de su cotidianeidad y, por lo tanto, son la parte más visible del cártel y la más temida. Debido a que vivos o muertos le sirven a la organización, la valoración subjetiva sobre el trabajo realizado por un sicario involucra sentirse parte de una organización poderosa, empoderarse económicamente y poder mostrarse ante los demás como un ejemplo de masculinidad. Para comprender la construcción de su masculinidad en un camino donde la muerte es el destino, Connell (2005, 72) sugiere comprender la estructura global de género en la cual se inserta la arena local, es decir, una condición subjetiva e intersubjetiva perteneciente al sicario en el cártel y el impacto del modo de producción capitalista sobre los cuerpos de los varones. El proceso de globalización a gran escala, permite observar cómo los cuerpos-territorio sirven a la reproducción del sistema y la forma como los individuos introyectan el género. En un nivel relacional se reproduce una masculinidad hegemónica (Messerschmidt 2005), reflejando para un sicario circunstancias particulares, una construcción social en constante renegociación, lo cual implica “ser hombre” en un cártel. Por el monopolio en el ejercicio de la violencia y la capacidad económica adquirida, la muerte es la forma más pura de ejercer esa masculinidad, de redimirse en el ejercicio del sicariato. Se desprende una tensión entre, por un lado, el ideal masculino dominante y, por otra parte, el ideal masculino es construido alrededor de prácticas cada vez más violentas donde la muerte es parte medular del trabajo; de cierta manera, una construcción contrahegemónica de masculinidad, pues el modelo hegemónico de masculinidad utiliza la violencia como último recurso en la imposición asimétrica de poder; pero, en el caso del sicario, se convierte en el primer recurso, es decir, desde el principio anuncia la violencia sobre los cuerpos como el leitmotiv de su trabajo. En ese sentido, acompaña al quehacer del sicario y se convierte en un dispositivo (De Lauretis 1989) o tecnología de género, que “propone y reproduce conductas, valoraciones, estilos e ideologías de las identidades de género” (Domínguez 2013, 11), a través de la parafernalia cultural que acompaña al sicariato (series, videos, canciones, noticias, etc.), de ahí que la masculinidad asociada que recrea un sicario tiene dos grandes aristas de análisis: la cotidianeidad de la actividad con un despliegue de violencia asociado y la estructura social culturalmente dominante, la cual marca con un estigma el exceso de violencia.
Esta tensión entre una masculinidad hegemónica y una construcción alternativa, permitiéndose niveles de violencia nunca antes vistos, se vive como violencia de género estructural y de grupo contra aquellos grupos de jóvenes varones sin expectativas laborales ni de educación, los cuales, siendo adolescentes, se integran a los grupos de sicarios o cuerpos desechables en la organización; por otra parte, en la búsqueda de alternativas al estigma, organizacionalmente existe una ambivalencia: por un lado, los tomadores de decisiones pueden incorporarse a la sociedad sin los obstáculos enfrentados por los sicarios y por el rechazo social de la mayoría de la población; por otra lado, los sicarios, sin alternativas y desacreditados socialmente, convierten el exceso y la ostentación en una transgresión a la masculinidad dominante y anuncian el control del cártel, acompañado de una estética transgresora, como una nueva forma de dominación (Aguiar 2020).
El sicario cuyo origen social puede no ser solamente de las clases más empobrecidas, es siempre joven y está disponible para morir. Existe juvenicidio por parte de los cárteles cuando a los sicarios de entrada se les considera miembros de una oferta laboral desechable con características etarias determinadas: precarización de sus condiciones de vida, vulnerabilidad económica y social y pocas opciones de proyectos de vida viables, o de ciudadanización (Moreno y Urteaga 2022):
Por «pobreza de sentido» no asumimos una devaluación de la producción de sentido por parte de los sujetos, sino que nombramos cómo, a través de la precarización de la vida social y la participación de agentes estatales (policías, fuerzas de seguridad, etc.) y no estatales (organizaciones delincuenciales), los sentidos de pertenencia, futuro, creación, etc., están empobrecidos, limitados y, a su vez, se restringen las veredas para la participación de los jóvenes de manera autónoma. (Moreno y Urteaga 2022, 10)
La respuesta a la violencia estructural es muchas veces la integración a los grupos delincuenciales que ofrecen mejores salarios y mayor riesgo, una violencia postestructural: “que es la que se genera por las decisiones que toman las personas cuando deciden enfrentarse a los efectos de las fuerzas estructurales e intentan mitigar de la mejor forma su vulnerabilidad y marginación” (Slack y Whiteford 2010, 93-94 en Moreno y Urteaga 2022, 13).
De esa manera, un sicario es estructuralmente hablando una víctima del sistema, pero un victimario para la organización (Édgar N. Jiménez Lugo, alias “El Ponchis”, Jorge Armando Moreno y Andrés Leonardo Achípiz, niños sicarios, reclutados en la infancia y homicidas desde los diez años, son un ejemplo). Sin embargo, para evitar el riesgo de una revictimización de niños y jóvenes, es necesario considerar los mercados laborales de la violencia impuestos por una creciente demanda y las respuestas identitarias a la violencia estructural de los jóvenes sicarios como masculinidades emergentes.
Calibre 50
El Niño Sicario
“Plebe, ya te manchaste las manos de sangre.
Ni modo, ya no queda de otra, solo queda entrarle.
Te enseñaste a matar temprano y has tomado el mal camino.
No cumples ni los quince años y aún tienes la cara de niño.
No llores ni te sientas mal, así todos empezamos.
Bienvenido al mundo real, ahora ya eres un sicario
Tus lágrimas seca, muchacho, pronto vas a acostumbrarte.
Tus manos están temblando como cualquier principiante.
Las calles han sido tu escuela y el vandalismo tu vida.
Pasaste hambres y tristezas, la mafia ahora es tu familia.
Escucha bien lo que te digo, pondré esta pistola en tus manos.
Tú me cuidas, yo te cuido; me traicionas y te mato.”
La respuesta al estigma desde un cártel: mecanismos de reparación
En respuesta al rechazo popular y la violencia que el mercado capitalista impone en su cuerpo-territorio, el sicario se enfrenta a la imposibilidad de incluirse deontológicamente en las profesiones fuera del cártel o al interior en las categorías donde no hay un estigma: por ejemplo, como empresario, contador, agricultor, químico, etc. Retomando a Turner (1980), la actividad del sicario o lo que él considera un “trabajo”, y lo que conlleva esa actividad, con la violencia, como un elemento constitutivo de la misma, no tiene aceptación social; el sicario se encuentra en un estado liminal, al ser portador del estigma relacionado con la actividad; como parte de un grupo, carece de las insignias y propiedades sociales, inmerso en un estado de ambigüedad y paradoja donde es socialmente aceptado, pero al mismo tiempo no es socialmente aceptado. Para eliminar el estigma y como mecanismo de reparación se legitiman definiciones de justicia distintas a las dominantes culturalmente, donde el exceso, la ostentación y la violencia (Aguiar 2020) que puede desembocar en la muerte acompañan la actividad que realiza. En esas definiciones de justicia el sicario aparece como un hombre capaz de cumplir y morir en el cumplimiento de lo que considera su deber. Para un sicario el fin justifica los medios y solo la divinidad puede juzgarlo, pues su sacrificio es también incomprensible para la mayoría.
Calibre 50
El Niño Sicario
“Al juez eterno encomiendo el alma mía.
Sólo Él puede juzgarme y perdonar.
Esta oración de mis pasos cuida.
Pero la sombra de la muerte me seguirá.
Ser sicario ahora es mi vida.
Escogí este camino y ya no hay marcha atrás.
Salí de misión aquel día y me integré a mi comando.
Recé tres Aves Marías y me empuñé mi rosario.
La cita se volvió una trampa, los socios se hicieron contrarios.
Resistíamos con balas en medio del fuego cruzado.
Pero ellos eran demasiados, ya no había escapatoria.
Cayeron todos mis aliados y vacía quedó mi pistola”.
En la medida que el entorno en el que se desenvuelve el sicario se mafializa11 la violencia constituye una exhibición de impunidad y una demostración de la capacidad de crueldad de los grupos delictivos (Segato 2022). Así, los mandatos de masculinidad se vuelven más agresivos y crueles sobre los cuerpos de varones y mujeres. Ante esta disyuntiva se hace necesario también encontrar nuevas formas de intermediación con la divinidad. Los mecanismos de reparación son principalmente dos, el primero tiene que ver con la inclusión dentro de la ética religiosa de nuevas formas de participar del culto; la segunda involucra el surgimiento de nuevas figuras de culto relacionadas con la profesión del sicariato: la transgresión, la muerte y el sacrificio.
a. Reconfiguración dentro del panteón católico con nuevos santos
“Virgencita, tengo un trabajo para mañana, que no se me vaya
a quedar vivo, que se los pegue todos en la cabeza”
Popeye
Entrevista para WAPA TV, 2015
Una respuesta al estigma es buscar comprensión y consuelo en nuevas deidades dentro del panteón católico; su origen es heterodoxo con liturgia similar a la oficial católica, son el mecanismo de reparación de los grupos que comparten el estigma en distinto grado y que se perciben como excluidos socialmente. La práctica ritual puede ser en esencia la misma que la práctica ortodoxa dominante o tener algunos cambios; a través de la práctica se alivia la inseguridad del desacreditado y se permite terminar el rito de paso. Es permitir, en el caso de los sicarios, comprensión para las condiciones laborales, de él como un cuerpo desechable y del otro como un cuerpo en riesgo. El común denominador es la violencia y el perdón para el que la ejerce y para el que por su conducta fue violentado, incluido el sicario cuya vida laboral es corta. Es también un mecanismo de empoderamiento espiritual (Aguiar 2020).
b. Entre lo religioso y lo secular: las deidades prohibidas
Las principales deidades son La Santa Muerte 33312 (niña blanca), Angelito Negro13 y la Virgen Santa Rosa Mística en Medellín. Muestran una dicotomía en su interior, son seres poderosos e impunes,14 aliados ideales para los narcos y, al mismo tiempo, tienen una orientación secular y/o empresarial, es decir, no son deidades propias para traficantes. Algunos se relacionan con ciertas actividades, como Jesús Malverde, el santo rey de los negocios o Rosa Mística con las empresas difíciles o situaciones complicadas. La mayoría de estos santos y vírgenes se muestran sincréticamente dentro del panteón católico. Visualmente se representan con ostentación, extravagancia y excesos, y forman parte de lo que se conoce como narcocultura (Aguiar 2020), al igual que los estereotipos de género en series, corridos y videos sobre las hazañas de sicarios y narcos.
Sin embargo, para atravesar el estado liminal y poder ser legitimados socialmente también han recurrido a la creación o práctica religiosa con santos nuevos que comparten la vida de sicarios y narcotraficantes. Emergen de los grupos desacreditados, como Santo Z-3: Heriberto Lazcano Lazcano (El Lazca, El Verdugo) o San Nazario: Nazario Moreno González (El Más Loco, El Chayo, El Doctor). Santo Z-3 fue miembro del ejército mexicano por seis años, posteriormente fue reclutado por el brazo armado del cártel del Golfo y fue uno de los fundadores del cártel de los Zetas. A San Nazario, se le relaciona con la Familia Michoacana y los Caballeros Templarios. Ambos murieron en enfrentamientos con las autoridades, El Más Loco, durante la guerra contra el narco en el periodo de Felipe Calderón, en diciembre de 2010, a manos de la policía federal y El Lazca en octubre de 2012, en un enfrentamiento con la Marina.
En ambos casos, los detalles sobre su muerte y las señales sobre su divinidad son un misterio. Y, sin embargo, el culto existe; la transgresión permite el acercamiento al santo sin la intermediación de la estructura eclesiástica. De alguna manera representan la vida de trabajo duro o el abrirse camino en este tipo de organizaciones: las de la Iglesia católica y las de los cárteles mexicanos. Al preguntarnos sobre la pertenencia de sus significantes y formas de interpretación, es posible que adquieran significado tanto para los desacreditados socialmente como para los católicos empapados en la narcocultura. Si la estructura eclesiástica oficial dominante rechaza a los desacreditados y sus formas de expresión, se pueden ofrecer alternativas propias manteniendo elementos sincréticos de la cultura mexicana mezclados con la narcocultura, en ese sentido no hay una contradicción dentro de la oferta de santos en el panteón católico.
Al circular en forma abierta a través de los medios de comunicación masiva propicia una apropiación cultural con referentes simbólicos que surgen del mundo del narcotráfico y ordenan y dan sentido “a los sistemas de violencia y muerte en México” (Aguiar 2020, 117), al tiempo que confrontan a las deidades católicas con las deidades transgresoras y poderosas como Angelito Negro.
Conclusiones
Los cárteles son organizaciones delictivas con un sistema jerárquico en la toma de decisiones, se mantienen con estructuras rígidas, de orientación patriarcal y androcéntrica; la toma de decisiones descansa en un número reducido de personas. La estructura organizacional de los cárteles incluye una amplia variedad de actividades entre las que sobresalen las de protección operativa y el sicariato. Esta actividad es llevada a cabo por varones jóvenes y consiste en proteger al cártel y a sus miembros en los territorios donde mantienen operaciones económicas. Conlleva un alto riesgo y está siempre asociada con la violencia. Los sicarios perciben su actividad en el cártel como un trabajo profesional, una actividad que aumenta sus ingresos, aunque las condiciones en el desempeño de la misma impliquen inseguridad, precariedad y despojabilidad de los cuerpos como la expresión máxima de la violencia y lealtad a la organización delictiva. Derivado de la actividad del sicariato y la condición de extrema violencia, existe un estigma para el que desempeña la actividad. La masculinidad asociada con el ideal dominante se enfrenta al ideal masculino relacional en el cártel porque se construye alrededor de prácticas cada vez más violentas, hasta cierto punto, se convierte en una masculinidad contra hegemónica utilizando la violencia sobre los cuerpos de los otros y sobre los de los sicarios como el primer recurso de acción. De esa manera, nos encontramos con una masculinidad la cual se recrea a través del sicario y con dos grandes aristas de análisis: por un lado, lo relacionado con la cotidianeidad de la actividad con un despliegue de violencia asociado con la misma y, por el otro, la masculinidad relacionada con la estructura sociocultural dominante donde la violencia no es el primer recurso de dominación.
Para el desarrollo de la actividad, los sicarios respetan reglas no escritas dentro de la organización delictiva y en el desempeño de la actividad; aspiran a valores como la lealtad y la sumisión dentro del cártel a las órdenes de los jefes a cambio de la riqueza mediada por la fuerza y la violencia. Por las condiciones de operación (riesgo, inseguridad, precariedad) y la exhibición ante la opinión pública, son el grupo más vulnerable de la organización delictiva y el que está asociado directamente con un estigma. El sicario admite el estigma o desacreditación social como parte de su actividad y lo resuelve desde una ética construida alrededor de nuevas deidades y valores, lo cual le permite ser absuelto religiosamente. Como mecanismo reparador, la práctica ritual no ortodoxa dentro del panteón católico les asegura protección y una muerte digna, entendida dentro de los criterios o parámetros que rigen la “profesión”. Entre los santos más importantes están La Santa Muerte 333 (niña blanca), Angelito Negro y la Virgen Santa Rosa Mística, pero emergen también nuevas opciones desde los grupos desacreditados, como Santo Z-3 y San Nazario.
Una vez integrados al sicariato, es difícil desligarse de las condiciones estructurales de violencia y exclusión, de manera que el sicario se identifica con un tipo ideal masculino hiperviolento, capaz de despojarse de su cuerpo. En ese sentido, el sicario en cualquier momento se vuelve “desechable”. Acompañado de una narcocultura mediática, reproduce los roles de género y construye un imaginario en relación con el trabajo y con la ética que lo acompaña. En su mayoría, los sicarios viven en condiciones precarias, son vulnerables económica y socialmente y tienen pocas opciones de vida.