GREGORIO TORRES QUINTERO, LA VAQUERA Y SUS CRÍTICOS
Nacido en Colima en 1866, Gregorio Torres Quintero se distingue por sus aportes a la educación en México y la creación del método onomatopéyico. De origen humilde, su instrucción académica en la Escuela Nacional de Maestros fue facilitada gracias al apoyo económico del Gobierno Estatal de Colima. Tras recibirse como maestro se desempeñó como educador en las instituciones del Estado porfirista y se posicionó como agente reformista del sistema educativo de la época, donde continuó ejerciendo su influencia para modernizar la educación mexicana. Por lo anterior, hay un número considerable de publicaciones sobre el colimense desde disciplinas como la historia, la educación y la pedagogía; en contraste, hacen falta más trabajos que exploren su producción literaria.
Entre los pocos estudios de carácter formal realizados en torno a su obra literaria destaca el importante aunque breve artículo de Wolfgang Vogt, titulado “Gregorio Torres Quintero y la literatura” (1997) y el ensayo crítico que acompaña la recientemente rescatada novela incompleta del colimense, La Vaquera (2018), bajo el título de “Gregorio Torres Quintero y La Vaquera. Estudio crítico” (Terríquez et al.).1 Contribuye también a ello que, a pesar de su cercanía intelectual y amistad con escritores de la talla de Ignacio Manuel Altamirano2 e Ignacio Ramírez, el colimense no dedicó los años cumbre de su vida al ejercicio de la creación literaria como estos últimos. Por el contrario, Torres Quintero pasó los mejores años de su vida en términos de energía y creatividad trabajando primero para el régimen de Porfirio Díaz, y después para José Vasconcelos y su proyecto educativo.3 Estas empresas canalizaron su escritura al servicio de la nación, el diseño de planes educativos y la escritura de libros de texto para niños, jóvenes y adultos. En el prólogo a La Vaquera, titulado “Dos palabras al lector” (37), se confirma lo anterior. Torres Quintero asegura que la obra en cuestión fue escrita “allá cuando era yo joven, estudiante, y me entregaba libremente a mis aficiones literarias”, antes de que el compromiso con la educación y los años de lucha lo obligaran a dedicarse a la escritura de “páginas tediosas de pedagogía” y “páginas simplistas de moral y de civismo” para maestros y niños.
Escribir sobre La Vaquera implica tener conciencia de que se examina una obra incompleta. La versión del texto que se analiza en este trabajo, además de inacabada, es una de varias versiones que el autor escribió y editó desde 1891 hasta poco antes de su fallecimiento. Torres Quintero señala que el primer borrador de la novela fue completado en 1891. Durante las décadas que le siguieron el manuscrito sufrió cambios y ediciones menores, o como señalara el autor: “modificaciones aquí o allá, y de fondo en más de alguna parte, sin desvirtuar, sin embargo, la obra primitiva . . .” (37). La trama de la obra toma lugar durante el ocaso del siglo XIX y se puede describir de la siguiente manera: Miguel, un joven letrado, educado fuera de Colima llega a lo que se describe como la parte norte del estado para descansar de sus estudios y la vida en la ciudad. Allí le espera su amigo de antaño, Ramón, quien lo introduce a la comunidad rural y los habitantes de su hacienda. Gracias a Ramón, Miguel conoce a don Encarnación, uno de los terratenientes más influyentes, respetados y queridos de la región. Así conoce también a Rosario, una joven virtuosa, dedicada a las labores del campo y al cuidado y preservación del orden familiar que descansa en la figura de don Encarnación. En esta novela, además de los personajes y sus acciones, lo que ocurre alrededor de ellos y el medio en que se desenvuelven cobra importancia vital.
Sobre el repertorio temático de La Vaquera, Ernesto Terríquez y sus colegas señalan que de esta emana el espíritu del Romanticismo decimonónico español y francés, y relacionan la obra con el asentamiento de los tópicos y tropos de la novela costumbrista de la época.4 Los autores del estudio crítico apuntan que la novela del colimense se afilia y dialoga con el Romanticismo no solo de forma tardía, sino en un momento histórico en que este había perdido su lustro y vigor literario y discursivo. Además del Romanticismo, se menciona también la presencia de ansiedades típicas del fin-de-siècle mexicano, que ponen de relieve las tensiones que las políticas económicas y modernizadoras del porfiriato generaron. El estudio de Terríquez y sus colegas no profundiza en el análisis de dichos aspectos. Sin embargo, la novela presenta valiosas oportunidades para engarzarse en la reflexión crítica en torno al Romanticismo como programa literario y filosófico y su relación con la modernidad, particularmente en lo que concierne al programa romántico en el contexto de la novela, su época y facetas de la vida nacional con las que Torres Quintero tuvo experiencia de primera mano. Sobre la obra, el estudio de Terríquez y sus colegas sugiere, en síntesis, que es un producto del Romanticismo francés y español por su carácter costumbrista y la presencia de Victor Hugo en el epígrafe introductorio a la obra;5 también declara que la modernidad “y sus costos, se leen entre líneas” (19). No obstante, este trabajo sostiene que La Vaquera es una novela que participa del Romanticismo alemán tardío y la modernidad es un eje fundamental de su construcción.
En La Vaquera las tensiones entre el Romanticismo y la modernidad son puntos neurales de su entramado simbólico e ideológico. Dichas tensiones constituyen un ejercicio crítico para distanciarse de los proyectos nacionalistas de la vanguardia liberal que le precedieron y que encuentran su epítome en los escritos e ideas de Ignacio Manuel Altamirano e Ignacio Ramírez. Ambos autores cultivaron dichas inclinaciones6 políticas y estéticas en géneros como la poesía, el ensayo y la novela. Por lo anterior, en oposición a lo que sugieren Terríquez y sus compañeras, La Vaquera es una novela que recurre a procedimientos, tropos e ideas del Romanticismo alemán7 para separarse de la estética francesa y su bagaje literario, cultural y político.
El acercamiento a la escuela romántica en este trabajo se efectúa en diálogo con estudiosos del Romanticismo como Isaiah Berlin y autores como Friedrich Schiller, Ernst Moritz Arndt e Ignacio Ramírez, entre otros prominentes románticos. En lo concerniente a la modernidad y su presencia en el texto, se recurre a Zygmunt Bauman, quien la define como un programa en estado de constante cambio: “forever ‘becoming’, avoiding completion, staying underdefined . . . it means an infinity of improvement, with no ‘final state’ in sight and none desired” (viii).8 También se considera la aproximación de Marshall Berman al tema y su señalamiento que invita a considerar la modernidad como la suma de experiencias vitales, compartidas por hombres y mujeres, que nos colocan al centro de procesos transformativos que prometen “adventure, power, joy, growth, transformation of ourselves and the world -and, at the same time, that threatens to destroy everything we have, everything we know, everything we are” (15).9
LA VAQUERA: ENTRE EL OCASO Y EL ALBA, ENTRE EL ROMANTICISMO Y LA MODERNIDAD
Desde que Wolfgang Vogt tuvo acceso a los archivos de los herederos de Torres Quintero y examinó gran parte de sus materiales como preparación para escribir “Gregorio Torres Quintero y la literatura” (1997), no se han realizado otros trabajos de investigación sobre la obra literaria del colimense, además del estudio de Terríquez y sus colegas, con la misma extensión y detalle. La búsqueda de información disponible sobre La Vaquera ilustra la escasez de estudios enfocados en la obra literaria del colimense. La primera mención de la novela data de 1933 y se encuentra en el libro titulado Biografía y datos complementarios del profesor Gregorio Torres Quintero (15); le sigue a esta el artículo de Wolfgang Vogt con fecha de 1997, titulado “Gregorio Torres Quintero y la literatura”; continúa esta secuencia el estudio de Ángel Hermida Ruiz, que lleva por título 50 maestros de México (2002); de Genaro Hernández Corona, publicadas en el 2004, tenemos Tesis pedagógicas y Gregorio Torres Quintero: su vida y su obra (1866-1934); finalmente, se publica Y sin embargo, el volcán es bello en 2011; la edición de La Vaquera que aquí nos ocupa se publicó en 2018.
Con excepción de la obra editada por Terríquez y sus colegas, las otras se limitan a indicar la existencia de La Vaquera mediante el uso de listas de publicaciones o, como en el caso de Vogt, a confirmar su existencia a través del citado de sus “Dos palabras al lector” (213) y a establecer la genealogía literaria de Torres Quintero como escritor romántico tardío y costumbrista (215, 217). Así se confirma la inatención que la obra de Torres Quintero ha padecido históricamente en contraste con algunos de sus contemporáneos, miembros del Liceo Altamirano, como el también colimense Balbino Dávalos, o como Luis G. Urbina, Manuel José Othón, Rubén M. Campos y Luis González Obregón, entre otros cuyas obras y escritos han recibido mayor atención de la crítica especializada. Por ello, aunque incompleta, el rescate y publicación de La Vaquera representa un parteaguas en el paisaje de la literatura mexicana y un recordatorio latente de la existencia de autores y obras a la espera de ser descubiertos y estudiados.
En “Dos palabras al lector” (37), es Torres Quintero quien adelanta que nos encontramos ante lo que él describe como un “cuento romántico” que ha permanecido inédito en sus gavetas por alrededor de cuarenta años, cuya concepción ocurrió durante las décadas finales del siglo XIX. Como documenta Pablo Piccato, tanto la literatura como el discurso cultural y periodístico decimonónico se caracterizaron en México por la presencia e influencia del Romanticismo francés de Victor Hugo y Alphonse de Lamartine (47-48). Terríquez y sus compañeras reafirman lo anterior cuando señalan que: “Victor Hugo, autor por excelencia del romanticismo francés, provee a Torres Quintero unas líneas que sintetizan el espíritu apasionado de su novela en virtud de que aluden al estado febril de los enamorados y a la irrepetible experiencia de la obsesión por el otro” (18). Si bien es cierto que la historia de amor entre Miguel y Rosario -protagonistas de la novela- es uno de los temas centrales de la obra, lo que ocurre alrededor de ellos lo es también. Los personajes, al igual que el escenario y el mundo de ideas en que se desenvuelven, asumen relevancia en una lectura profunda de La Vaquera, porque en este cobran forma sus ansiedades, temores y motivaciones propias de su milieu,10 caracterizada por la tensión generada entre las políticas modernizadoras del Estado y las realidades materiales y culturales de la nación.
En el contexto de la novela es crucial la actitud de Ramón hacia Miguel con respecto a la educación y los procesos de aprendizaje y enseñanza que se desarrollan en las escuelas:
Yo no niego tu inteligencia; ya sé que la naturaleza te ha dotado de claro ingenio; pero... ¿quieres que te diga?... ¡Es tiempo perdido el del estudio! por mi parte: ¿qué ventajas saqué de los cinco años que pasé en el Colegio? ¡Ninguna, absolutamente ninguna! ¡Vaya! Estoy por decirte que en ese tiempo me volví más bruto de lo que era. De nada me han servido los latines ni los logaritmos, ni la eclíptica ni la máquina neumática, ni todas esas vaciedades que le enseñan a uno tan lejos de las cosas de la vida. Yo estoy por una enseñanza real, por lo directamente útil. Más provecho sacaría uno con que lo enseñaran a uncir bueyes, marcar becerros, a ordeñar vacas y a hacer quesos, que con todas esas fruslerías que llaman materias escolares. (41)
Este tipo de diatribas y actitudes hacia la educación y sus beneficios tienen raíz en el pensamiento romántico alemán. Isaiah Berlin (43-45) rastrea su origen en la historiografía alemana y los sentimientos que generó la conclusión de la Guerra de los Treinta Años, que resultó en la ocupación francesa11 e inglesa de Alemania durante los años venideros. Como consecuencia de dicho proceso, señala Berlin, ocurrió una retracción espiritual y cultural en la población, que la llevó a enfocarse en la vida interior, así como en las labores del espíritu y la meditación, en contraposición a los desarrollos culturales y políticos de las metrópolis germanas -que destilaban ideas y productos estéticos y culturales franceses- y a París, que como señala Pascale Casanova (2007), fungió como el epicentro de la literatura mundial durante parte sustancial de los siglos XVIII, XIX y XX.
Gran parte de esas ideas12 tenían raíces firmemente asentadas en el Iluminismo y la proclama del triunfo de la ciencia, la lógica y la razón sobre interpretaciones del mundo fundadas en la religión y el espiritismo. En lo que respecta al arte y la literatura, la estética francesa originada en París se diseminaba a lo largo y ancho del mundo, imponiéndose como propuesta artística, pero también como constructo ideológico y político. Es decir: si las ideas y letras francesas eran las fuerzas dominantes de su época, se debía concluir que Francia era la nación que lideraba el orbe en términos culturales y geopolíticos. En ese entonces, como Berlin señala (The Roots 43), el espíritu y la disposición de Alemania hacia el exterior se contrajo y retrajo a la búsqueda de sosiego y resguardo de la influencia francesa. Como consecuencia de este lamentable estado de las cosas, la intelligentsia alemana se lanzó a la búsqueda del alma de la nación germana en la Alemania profunda, en el hombre y la mujer alejados de la vida cosmopolita y su ethos. Este repliegue táctico, apunta Berlin, generó sentimientos excesivamente provincialistas y de desconfianza hacia los extranjeros que poetas como Wolfgang von Goethe y Friedrich Schiller13 trataron de mitigar, aunque no reflejasen la opinión general de gran parte de la intelligentsia y población alemana.14 Estos sentimientos se manifiestan en la literatura de Torres Quintero.15 En el caso de La Vaquera, tienen su posible origen en los años que el autor pasó en contacto con la vanguardia literaria y liberal mexicana durante su formación en el Liceo Altamirano.
Es bien sabido que tanto Altamirano como Ignacio Ramírez expresaron un fuerte respeto por la filosofía y la literatura alemanas, con particular énfasis en el Romanticismo alemán y sus figuras más prominentes. Altamirano tiene una bien documentada trayectoria como traductor y promotor de las ideas de Wolfgang Von Goethe y Friedrich Schiller (Bedoya 316-317).16 Sobre Ramírez, en “¿Liberal radical o romántico? Ignacio Ramírez y el pensamiento romántico”, documento cómo el Nigromante hizo del Romanticismo alemán un motif fundamental para articular su nacionalismo literario. Altamirano y Ramírez comparten con los alemanes su encomio y aprecio por las clases populares y por el modus vivendi que se experimentaba en las zonas más aisladas y menos desarrolladas del país. Esto se percibe en Ramírez y su profunda apreciación y consternación por la causa y los sufrimientos del indígena; y en Altamirano, en sus esfuerzos por enaltecer la vida rural y las costumbres de los habitantes de dichas poblaciones.17 Lo anterior se considera una actitud romántica en el contexto de la Alemania de finales del XVIII y hasta mediados del XIX que dominó la milieu de la época. La actitud de Ramón en La Vaquera encarna esas sensibilidades; lo hace también el desdén anti-cosmopolita de algunos mexicanos del siglo XIX. Tal desdén caracterizó a liberales como Ramírez y se manifestó en la escritura de textos políticos y literarios que invitaban a la intelligentsia nacional a enfocarse en el desarrollo y fortalecimiento de la nación a través del mejoramiento de las clases más desatendidas en el país (Ortiz 68).
Contrario a lo que sugieren Terríquez y sus compañeras sobre la novela y su herencia francesa, La Vaquera denota el anti-galicismo que caracterizó, por ejemplo, al discurso literario y político de Ignacio Ramírez como consecuencia de las intervenciones francesas en México y la imposición de Maximiliano de Habsburgo. David Maciel18 rescata ese Ramírez antifrancés:
Tú, señor, que a mi patria has revestido
De hermosura y riqueza el doble encanto,
¿Por qué, dime señor, has producido
El incendio, la peste, la tormenta?
¿Por qué diste a la mar horrendos peces
A la flor el veneno,
Al cielo el rayo, el trueno?
¿Por qué diste mi patria a los franceses? (cit. en Maciel 95)
Tanto en la poesía como en la ensayística, Ramírez no desaprovechó oportunidades para manifestar su animadversión ante lo que veía como la invasión e imposición injustificable de un poder imperial sobre una nación independiente, libre y soberana. En “El monarca extranjero” (1864) y en “Barbarie de los invasores” (1865) arremete también contra la presencia francesa en México, que percibe como carente de honor, deshonesta y advenediza. De los altos mandos del ejército francés, Ramírez señala con sorna:
Los jefes franceses, comprendiendo entre ellos a Maximiliano, han dictado diversas disposiciones para fulminar la pena de muerte sobre los defensores de nuestra infortunada patria . . . Para cometer tantos y tan atroces asesinatos ha bastado cambiar una palabra, en vez de enemigos se nos llama, rebeldes! (sic) . . . Rebeldes o patriotas, nuestra misión es luchar y morir, y poco nos importa que el francés que nos abra el sepulcro se llame guerrero o verdugo, que nos cante la Marsellesa o que nos entone un responso. (Obras II 271, 273)
Destaca en ambos escritos el paralelismo con la obra de dos románticos alemanes esenciales: Friedrich Schiller y Ernst Moritz Arndt.19 De importancia vital20 en estos pasajes, resalta el comentario de Ramírez sobre los intentos franceses por convertir a México, un país de carácter republicano y constitucional, en una “monarquía semi-europea” (“El monarca extranjero” 253). Estas tensiones21 se manifiestan también en La Vaquera: “Era el mes de diciembre de 1864. Lo recuerdo muy bien. Teníamos imperio, pero lo mirábamos con disgusto. Los republicanos y los imperialistas peleaban con furor. Los franceses se apoderaban de nuestras ciudades y cruzaban nuestros campos” (79). Por si no era suficiente mencionar la ocupación de ciudades y el cruce de campos, la novela redobla esfuerzos para afirmar la intensidad del sentimiento antifrancés que albergaba parte de la nación. Tan repudiados fueron los franceses a lo largo y ancho del país que hasta un hombre de cuestionable historia como el bandido Antonio Rojas22 podía redimirse en el campo de batalla al luchar contra elementos de las tropas francesas:
Nada respetaban. ¡Días de dolor fueron aquellos! Pero un mes después, el 28 de enero de 1865, Rojas fue sorprendido y derrotado por el comandante francés Bertelán, otro bandido de la misma ralea que Rojas, pues era igualmente quemador de pueblos, azote de patriotas y asesino de hacendados. Rojas tuvo la gloria que no merecía, de morir peleando, haciendo disparos con su carabina sobre los guerrilleros de Francia. (La Vaquera 81)
Es notable el desprecio hacia los franceses y lo francés durante la segunda mitad del siglo XIX en México, particularmente entre los liberales y sus simpatizantes. Lo anterior confirma la afiliación de Torres Quintero y su obra con el Romanticismo alemán, así como los sentimientos antifranceses compartidos por Altamirano y Ramírez. ¿Cómo se cultivó esta inclinación estética? La respuesta la tenemos en las interacciones de Torres Quintero con Ignacio Altamirano durante sus años en el Liceo México.
Altamirano, además de ser el discípulo más ilustre de Ramírez, fue un ávido lector de los románticos alemanes y uno de sus principales traductores al español en México. Ramírez, por su parte, fue lector de Kant, Schiller y Fichte, entre otros prominentes románticos.23 En este contexto, si algo concreto guardaron en común la intelligentsia decimonónica mexicana y los románticos alemanes fue el intenso desdén hacia lo francés y el sentimiento de inferioridad que dejaron la ocupación francesa en México y la Guerra de los Treinta Años en Alemania, respectivamente (Berlin, “The Bent Twig” 17).
La Vaquera se aleja marcada y decididamente del indigenismo romántico24 que caracteriza la producción textual de Ramírez y Altamirano. Como se mencionó al principio de este trabajo, a Torres Quintero no le concierne tanto como a Ramírez la figura del indígena, ni romper con España como sugiere Altamirano. Por el contrario, mientras Ramírez y Altamirano dedicaron buena parte de su producción literaria a la defensa y exaltación del indígena y, en algunos casos, como lo hiciera el primero, a desespañolizar la literatura y el lenguaje en México,25 Torres Quintero asume el legado cultural europeo y los lazos de México con España con entusiasmo inusual.26 Ello se manifiesta en la admiración y respeto de los personajes en la novela hacia el linaje español y el predominio del español antiguo en Colima. A don Encarnación, el padre de Rosario, se le describe de la siguiente manera:
D. Encarnación o Ñor Encarnación era un hermoso tipo: alto, bien formado y robusto, de barba abundante27 y rubia, a la cual debía, y al color de cabello, que le llamaran el Güero; era de facciones regulares, boca franca y ojos expresivos. Descendía de antiguas familias españolas avecinadas al pie del volcán. (48-49)
En cuanto al lenguaje, la novela articula juicios metalingüísticos que asocian el uso del español antiguo con la habilidad de narrar cuentos e historias para entretener al público. Asimismo, la preservación de este acervo oral se juzga como interesante:28 “No creas, Miguel que aquí no hay gente interesante -decía Lola-. Es bueno que visites a nuestros vecinos. Hay viejos de plática muy amena, que te hablan en español antiguo, y en cuya compañía se pasan muy agradables las veladas. ¡Saben tantos cuentos e historias!” (La Vaquera 57). Este tipo de afirmaciones y actitudes se hacen presentes también en Cuentos colimotes (1931), que precede a La Vaquera y expresa una profunda apreciación por las raíces europeas de México.29 También son, por sí mismas, fracturas visibles en el proyecto literario nacionalista que Altamirano y Ramírez promovieron con ahínco y dedicación como portavoces de la vanguardia literaria y política del último cuarto del siglo XIX.30 Dicho proyecto enfatizó la distinción y apreciación del lenguaje mexicano y sus letras en oposición a los sonidos, formas y estilos europeos. En la literatura de Torres Quintero, por el contrario, lo español encuentra refugio y sosiego de esos embates. Tanto La Vaquera como la obra cuentística del colimense (Cuentos colimotes) expresan y afirman la misma admiración y aprecio por la cultura ibérica y europea en general.
LA VAQUERA Y LOS AVATARES ROMÁNTICOS DE LA MODERNIDAD
Hasta este punto, el análisis de Ramón como personaje se ha presentado en oposición y contraste con Miguel. No obstante, Torres Quintero también utiliza al primero para reflexionar en torno a la relación del hombre con la naturaleza a partir del arquetipo del hombre romántico de Schiller, que Ramírez adoptó para encauzar el proceso de tecnificación y modernización del indígena y sus actividades agrícolas y comerciales.31 En este contexto, Ramón encarna el arquetipo romántico que Schiller y Ramírez celebraron en sus escritos: el del hombre capaz de imponerse sobre la naturaleza para extraer provecho de ella. Si Miguel es el letrado modernizador, Ramón es el hombre rural actualizado, enraizado en su comunidad y familiarizado con avances técnicos en agricultura y ganadería que le permiten dar vida al arquetipo de hombre romántico encontrado en Ramírez. De esta manera, Ramón, junto con Miguel, actúa como agente y avatar de la modernidad; así lo hace explícito cuando describe su valor social y económico en el contexto de sus actividades comerciales y agrícolas.32 Por eso no es casualidad que Ramón exprese escepticismo sobre tópicos como la acumulación impráctica del conocimiento y lo que él percibe como la inaplicabilidad en la vida real de lo aprendido en centros educativos. Tanto para Schiller como para Ramírez, el hombre ideal era aquel que explotaba la naturaleza y ejercía control sobre esta.
Schiller consideró que lo único capaz de hacer a un hombre hombre33 es la habilidad de “elevarse por encima de la naturaleza y moldearla, triturarla y subyugarla a la voluntad bella y sin trabas del hombre” (cit. en Berlin 91; trad. mía). En Ramírez esta consigna se manifiesta en su preocupación por el futuro incierto del indígena: ¿algún día dominarán la agricultura moderna? ¿Mejorarán el cultivo de sus tierras? ¿Competirán con los franceses y los chinos en la industria de la seda? ¿Se lanzarán a la exploración y dominio del mar? En Schiller lo anterior se expresa en la idea de elevarse sobre la naturaleza que rodea al individuo, pero también por encima de la naturaleza del individuo, esa que lo impulsa a ejercer su voluntad sobre sí mismo, sus pulsiones y las de la materia viviente que le rodea. Ramírez rearticula esta noción y establece que el hombre,34 sí, debe y puede mejorarse a sí mismo mediante la educación y lo debe hacer para dominar industrias como la agricultura, los textiles y la amplitud de los mares. Esto tiene implícita la consigna de Schiller: subyugar y dominar la naturaleza, hacer uso de su belleza y productividad mediante el ejercicio de la voluntad del hombre. En La Vaquera es Ramón y no los indígenas quienes encarnan ese arquetipo crucial para el progreso y bienestar de la nación en el pensamiento letrado decimonónico.
Dado el contacto de Torres Quintero con las ideas de Altamirano y Ramírez durante sus años formativos, es plausible señalar que se impregnó de ellas durante sus estudios en la Escuela Normal y en el Liceo México.35 En la historiografía mexicana, dichas ideas tienen su raíz en la experiencia histórica del territorio que hoy es México, que saltó de la Edad de Bronce durante el periodo prehispánico hasta la Edad de Hierro, como señalara Ramírez, apresurando siglos, quizá milenios, de desarrollo cultural y tecnológico gracias a la Conquista (“Contra el proteccionismo” 108). Por tanto, para Ramírez, la tecnificación y actualización de los indígenas fue el paso a seguir en el proceso de revitalizar y renovar su condición. Lo anterior asume forma en la novela a través de Miguel y Ramón. La mera presencia de Miguel, letrado en ciernes, educado en los centros urbanos del país, en la comunidad rural de Rosario y Ramón comienza a revelar las fisuras en el status quo. Al contrastarle con otros personajes, la novela deja en claro que su arquetipo es único en dicho medio; mientras que Ramón, por su parte, se perfila como el hombre de campo ilustrado, capaz de explotar la naturaleza a su alrededor para prosperar material y económicamente, como Ramírez imaginó, en su momento, que lo harían los indígenas. Por ello, ambos personajes se presentan como manifestaciones de la modernidad y su multiplicidad de proyectos en constante competición por imponerse.
Si confiamos en el discurso de Torres Quintero en “Dos palabras al lector” (37), se puede señalar con certeza que La Vaquera es una obra cuya escritura concluyó a finales del siglo XIX y que precede la caída del régimen porfirista y el advenimiento de la Revolución mexicana. Por ello la novela se posiciona como anticipo y advertencia de los cambios trascendentales que afectarían al país y que tendrían origen, precisamente, en las políticas educativas y culturales que Torres Quintero y José Vasconcelos promoverían e implementarían desde la Secretaría de Educación Pública. Como consecuencia de estos cambios se empieza a articular un discurso literario de la modernidad que redefiniría una miríada de parámetros en el diario vivir de los habitantes del país. Es así que personajes como Miguel se convierten en agentes promotores de estos procesos modernizadores, disruptivos del status quo en comunidades como las de Ramón. Lo anterior se evidencia en los cambios que la mera presencia de Miguel genera en la dinámica familiar establecida entre Rosario y don Encarnación, el patriarca de la casa y el pueblo (69, 71). En Ramón, por su parte, se expresa y afirma su ingenio y capacidad para generar ingresos a partir de los recursos naturales encontrados a su alrededor (42). Estos procesos de la modernidad, señala Bauman, se caracterizan por la capacidad de alterar dinámicas socioculturales en procesos multivariables en que el ser humano y sus condiciones históricas y materiales son sujetas al cambio constante:
To ‘be modern’ means to modernize -compulsively, obsessively; not so much just ‘to be’, let alone to keep its identity intact, but forever ‘becoming’, avoiding completion, staying underdefined. Each new structure which replaces the previous one as soon as it is declared old-fashioned and past its use-by date is only another momentary settlement . . . A hundred years ago ‘to be modern’ meant to chase ‘the final state of perfection’ -now it means an infinity of improvement, with no ‘final state’ in sight and none desired.36 (Liquid Modernity viii)
Claramente, la novela presenta dichos atributos. Tanto en los personajes como en el setting narrativo de La Vaquera, se manifiestan estas tensiones que Bauman delinea como esenciales para aproximarnos al estudio de la modernidad. En gran medida los personajes de la novela son individuos cuya experiencia vital se desenvuelve en lo que Bauman denomina como la “modernidad sólida”, es decir, disfrutando de cierta estabilidad, caracterizada por una existencia relativamente predecible en que la naturaleza y sus manifestaciones se presentan como antagónicos a dicho estado. Por su parte, los cambios culturales, políticos y tecnológicos de los que se ha aislado el poblado en que se desenvuelve la trama de la novela representan la incipiente e inevitable llegada de la “modernidad líquida”, es decir, de los cambios y variabilidad que definen la vida moderna y su experiencia en las sociedades post industriales. La exploración de la manera en que estos elementos se conjugan para hacer manifiesta la presencia de este proyecto y sus tensiones nos permite dar forma al aparato ideológico de la obra y contextualizarla como una novela cuya estética es producto del Romanticismo alemán37 y cuyas reflexiones sociológicas se perfilan como anticipatorias del México post revolucionario.38
En la novela, es evidente cómo la modernidad comienza a fracturar las estructuras sociales, familiares, y patriarcales. Los personajes actúan en un espacio cultural y social en que esta fuerza histórica comienza a filtrarse y reconfigurar su entorno y sus prácticas económicas, culturales y sociales distintivas, que contrastan con las realizadas en otras partes del país. Varias de estas prácticas y el modus vivendi del que derivan fueron resultado del proceso de colonización. Es claro que a Torres Quintero le interesa rescatar y preservar, a través de la literatura, dichas formas de experimentar la vida rural en Colima. Tal es el caso de la reafirmación y preservación de la milieu y sus rasgos, que exaltan personajes como Ramón o el padre de Rosario y sus prácticas culturales específicas. Quizá los personajes que mejor ilustran esos procesos históricos, además de Ramón y Miguel, son don Encarnación y su hija.
En la novela, es Ramón quien personifica esas sensibilidades junto a don Encarnación en su papel como viejo patriarca y padre de Rosario. Ambos personajes masculinos disfrutan una vida próspera y sosegada, experiencia desde la que articulan sus sospechas con respecto al sistema educativo y su utilidad; el mismo juicio se extiende, también, hacia individuos como Miguel, cuya mera presencia en la comunidad es indicador del cambio en proceso de cristalizarse. Por su parte, Rosario, en su condición de mujer, se perfila en el plano simbólico como la elección que hará la nación en una novela incompleta: ¿se quedará en su papel de hija de familia con su padre en el rancho? ¿O será que su naciente amor por Miguel la llevarán a alterar su relación con la comunidad donde ha crecido, vivido y absorbido su tradición y cultura a plenitud?
Sobre Rosario, Terríquez y sus compañeras sugieren que “representa el estereotipo de la mujer bella, pura, rústica, como la naturaleza a la que le falta ser ‘civilizada’ por el hombre de ciudad” (21). No obstante, es más apropiado enmarcarla como vehículo para reflexionar las consecuencias de la modernidad en La Vaquera. En Rosario se manifiestan ansiedades y temores sobre lo que traerá el futuro: debilitamiento de estructuras patriarcales (reflejadas en don Encarnación) y socioculturales (cambios al modus vivendi de la comunidad de Rosario), entre otros. Igualmente, transpira en la novela un aire melancólico, agridulce, que no solo apunta hacia el fin-de-siècle como fin de una época y sus proyectos, sino que también invita al lector a reflexionar sobre los cambios que las políticas de educación pública traerían al país y sus habitantes: ¿será la educación e instrucción de las masas la vía a seguir para mejorar la vida de los mexicanos? Obsérvese por ejemplo el tono del siguiente diálogo en torno a la dificultad de Miguel para identificar la planta del chayote y la flor de pasionaria, típicas de la región:
-Hoy vine a verla de propósito. Desde que la conocí, no se aparta Ud. de mi pensamiento.
-Oye, padre, dijo ella mal disimulando su turbación. ¿Lo crees que D. Miguel ni las pasionarias conocía?
-¿Pero cómo quieres que conozca esas cosas? -se apresuró a decir Ramón-, si no vive más que en sus libros. Siempre está lejos del mundo. Háblale de latines y de números, y verás ¡Ah! Y te voy a decir una cosa: ¡Es poeta! (72)
Este diálogo de carácter cómico, en que las intenciones románticas de Miguel son recibidas con sorna y escarnio por parte de Ramón y Rosario, además de juzgar al primero, presenta una crítica temprana a la clase letrada de la que Torres Quintero formaría parte más adelante. La crítica se centra en las elites letradas, sus políticas y proyectos culturales y los cambios que generan. Si bien la educación es un proceso generalmente benéfico, se cuestiona si todo lo que emana de las esferas letradas es útil o provechoso para quienes lo estudian y ponen en práctica si la oportunidad se presenta; o para los que se sujetan a dichas políticas y reciben sus consecuencias. En este contexto, pareciera que la novela entabla diálogo e incluso contesta lo que se podría describir como el “espíritu tecnocrático”, que se manifestó en la vanguardia liberal decimonónica y que equiparaba el progreso económico, así como la modernización del campo y sus procesos, con el mejoramiento general de la nación.39
Estas interacciones entre tipologías locales y regionales y el entorno que las alberga se presentan en oposición a Miguel y su aura de letrado modernizador. Incluso la relación amorosa con Rosario, que la novela nutre gradualmente, comienza a perfilarlo como tal, cuando se anticipa que esta perturbará las dinámicas familiares preexistentes. Ello se observa en el diálogo que acontece tras el desastre natural ocasionado por la creciente durante la noche anterior, en que Miguel expresa sus intenciones románticas hacia Rosario (69). Como respuesta, don Encarnación sugiere que su machete estará listo para combatirlas: “¡Nada de casorio! ¡No hay que hablar aquí de cosas tristes! -objetó D. Encarnación- Ya te dije que por ahí tengo un machete bien afilado para el que se atreva” (71). Así, lo que pareciera una inocente escena cómica tiene como subtexto el futuro de Rosario y la nación: ¿lograrán los letrados conquistarla(s)? ¿Qué pasará con el modus vivendi rural, su cultura y símbolos vis a vis los proyectos modernizadores de la intelligentsia mexicana? Miguel como pretendiente y Rosario como el objeto de su afecto personifican y dan forma a estas tensiones en la novela, porque la civilización ya se ha establecido, aunque el medio sea rural; el proceso que le sigue los pasos es el de la modernización. La reacción de don Encarnación se ciñe a esta lógica. De esta manera, la novela prefigura el México del siglo XX, así como los cismas y tensiones que la modernidad presentará en las esferas letradas y políticas del país. Estas oposiciones se manifiestan en los personajes y en el setting de la novela y dan forma al conflicto entre lo que se presenta como el espíritu de la nación y su relación con la corriente de la modernidad. Lo interesante aquí es que dichos cuestionamientos cobran forma a través de la pluma del hombre que pasaría a responderlos al frente de la Secretaría de Educación.
Esta perspectiva hace eco de las preocupaciones de Ramírez40 en “Instrucción pública” (1889), con relación al futuro de México y la condición de los indígenas y las clases populares. Durante el auge de los debates educativos que definieron el siglo XIX, Ramírez fue ferviente proponente del proceso de tecnificación y actualización de las masas mexicanas que personajes como Ramón encarnan. Es notorio cómo estas temáticas permean y se manifiestan en la obra literaria de Torres Quintero a través del personaje de Ramón, que se percibe como un hombre rural, sí, pero también como poseedor de un alto grado de ilustración que ha sabido utilizar para explotar el medio en que se desenvuelve. Estas ideas que percolaron durante el siglo XIX se hicieron presentes también en el XX en pensadores como José Vasconcelos y Manuel Gómez Morín. Ambos querían, como documenta Enrique Krauze, revitalizar la cultura y sociedad mexicanas para incentivar interacciones económicas, institucionales y comunitarias que mitigaran y previniesen el fenómeno del caudillismo en México:
Gómez Morín pensaba que, si la organización de la vida rural que proponía se llegaba a realizar, México se pondría en el umbral de una nueva época histórica, no solamente por la importancia que tenía en sí misma la organización por cuanto significaría la mejora de la población rural y la consolidación de la producción agrícola, sino porque introduciría en la vida colectiva mexicana de “sojuzgamiento y arrebato, de caudillismo y de revuelta, la claridad de una ordenación libre, el reposo de una fuerza sin violencia, la dúctil eficacia de una jerarquía por competencia y autoridad”. (Caudillos 239)
Hay huellas de dichos temores en La Vaquera, presentes en las referencias al bandidaje y al conflicto constante que azotó las diferentes provincias del país, encarnados en la figura del bandido Rojas, así como en las trifulcas y batallas en defensa de territorios regionales atacados por Francia. Aunque algunos de estos males son notorios desde mitad del siglo XIX, su impacto y ramificaciones persistieron hasta bien entrado el siglo XX y tuvieron su punto más álgido durante los años pre y post Revolución mexicana. Ergo, si la vida rural en México había sido definida por el bandidaje y las pérdidas humanas y materiales relacionadas con dicha actividad, el tratamiento de estos temas en La Vaquera apunta a una posición más matizada y esperanzadora de cara al futuro.
CONCLUSIONES
El siglo XIX fue un periodo de rupturas y reinvención constante en múltiples esferas de la vida en el país. Al frente de estos cismas literarios, culturales y políticos en el ala liberal, fueron Altamirano y Ramírez quienes sentaron las pautas para redefinir el discurso literario y político nacional. Ambos letrados señalaron que el apego a las formas lingüísticas españolas y francesas era un detrimento para el desarrollo de la nación. Ese rechazo generó la oportunidad de renovar las letras y la cultura mexicana. En esa milieu es también que Torres Quintero desarrolla su imaginación y sensibilidades letradas, guiado y formado en la estética y filosofía del Romanticismo por el pupilo más destacado de Ramírez: Altamirano. Por ello no sorprende que La Vaquera se adhiera a esa tradición literaria que distinguió al Romanticismo: la de constante revitalización de la literatura y sus esferas de influencia. Sin embargo, así como Altamirano y Ramírez rompen con las formas que les precedieron (las culturas y lenguas española y francesa), así también Torres Quintero se separa de ellos en dos aspectos clave. Primero, el colimense asume una posición más mesurada y ecuánime con respecto al pasado y presente europeos de México; la admiración por el linaje ibérico de los habitantes de Colima y sus hábitos y expresiones son exaltados en La Vaquera. Segundo, el indígena deja de ser el vehículo para meditar la condición y futuro de las clases populares mexicanas. En la novela, lo español y lo europeo ocupan ese lugar con frecuencia (48, 49, 57, 69); en contraste, lo indígena y los indígenas, no tienen ni una sola mención o referencia concreta en La Vaquera: lo español y lo mestizo toman ese espacio que Ramírez y Altamirano habían designado previamente para lo indígena. Como resultado, se cierra entonces otro capítulo en la historia de rupturas y renovaciones de las letras mexicanas y su manera de pensar la nación en sincronía con el diseño e implementación de políticas educativas y culturales vasconcelistas, que hicieron del mestizaje su leitmotif.
Así, alejado de sus responsabilidades como arquitecto del sistema educativo y de forma autoconsciente, la pluma de Torres Quintero en La Vaquera cuestiona, por una parte, el papel que la clase letrada desempeña en la conformación de la nación; y por otra, el paradigma iluminista que sedujo a la intelligentsia mexicana decimonónica. Sobre la primera, Torres Quintero toma una postura más ecuánime con respecto a temas fundamentales, como la política lingüística y literaria, que aquella ocupada por Altamirano y Ramírez en su papel de líderes de la vanguardia liberal y literaria del siglo XIX. Mientras Ramírez clamaba enardecidamente que la hora de desespañolizar la nación y la literatura había llegado, Torres Quintero dedica parte sustancial de la novela al elogio y encomio de lo español y la herencia lingüística y cultural ibérica que ha perdurado en México; así lo hace también, con mayor intensidad, en Cuentos colimotes (1931). En lo que respecta a Altamirano, la ruptura se presenta con más sutileza. Como articulador y promotor de la literatura nacional, Altamirano deposita las ambiciones y esperanzas de la nación en la capacidad de narrarla, alejándose de voces y formas cuya afiliación estética y lingüística pertenecen a lo que veía como el viejo paradigma literario francés y español. Al centro de su proyecto residía la consigna de evitar la escritura de obras que imitasen los modelos españoles y franceses. Por ello, Altamirano explícitamente llama a sus compañeros de pugna y discípulos, como en el caso de Torres Quintero, a construir un corpus auténticamente nacional que permitiese romper con la “literatura hermafrodita que se ha formado de la mezcla monstruosa de las escuelas española y francesa” (Altamirano 14).
Pese a la historia compartida de Torres Quintero con la intelligentsia liberal encabezada por Ramírez y Altamirano, la novela del colimense no necesariamente se opone a Francia y lo francés, a quienes saluda en el epígrafe inicial de la novela. Sin embargo, tampoco se entrega a ella. Por el contrario, expresa su displicencia en la evocación del imperialismo francés y sus nefastas consecuencias en la vida nacional. ¿Y qué se puede decir de la afiliación ideológica que la obra establece con el Romanticismo alemán? Ya que ambas naciones, Alemania y México, sufrieron la ocupación y el imperialismo económico y cultural francés, esa experiencia compartida las hermana y explica su desconfianza hacia lo foráneo y el exterior.
Torres Quintero pasó por un proceso similar al dejar Colima e ingresar al Colegio Nacional bajo el auspicio del Gobierno del Estado de Colima, que reconoció en el joven Gregorio los rasgos de un hombre cuyo intelecto tenía el potencial para cambiar el futuro de la nación. Aunque no se sabe en la novela qué ocurre más adelante con Rosario y Miguel debido a su estado incompleto, sabemos que Torres Quintero finalmente se convirtió en el arquitecto e implementador del ambicioso proyecto educativo vasconcelista en su papel como letrado y avatar de la modernidad. Pero hay signos, sin embargo, de que no todo lo hecho trajo satisfacción a Torres Quintero y, por el contrario, hay cuestionamientos profundos en el prólogo de la obra y en la novela sobre el oficio creativo de la escritura y la dedicación a la causa nacional y educativa de la que formó parte. Así lo señala, a manera de confesión:
Vinieron luego los años de lucha y de trabajo. Las obligaciones de mi carrera de maestro hicieron abortar mis tendencias juveniles en pro de las letras, y apenas si pude escribir para los maestros páginas tediosas de pedagogía y para los niños páginas simplistas de moral y de civismo. (La Vaquera 37)
Es difícil leer lo anterior en conjunción con lo expuesto y no preguntarse si, vis a vis su trayectoria como arquitecto del sistema educativo y dirigente de la Secretaría de Educación, no existe un dejo de arrepentimiento en la dedicación y entrega de sus mejores años a la educación y escolarización de la nación. En el contexto del siglo XIX y principios del XX, la anterior no es una pregunta menor pues apunta a una época en que los letrados comenzaron a familiarizarse y asumir las riendas del poder político e institucional para crear y recrear la nación al vuelo. En ese sentido, Torres Quintero difiere de Altamirano y Ramírez por su aproximación ecuánime a temas trascendentales de la historia nacional. Así se expone en la novela el proceso por el que pasan las instituciones sociales y culturales de una nación cuando las élites letradas asumen control del Estado y acumulan capital político para implementar sus agendas. Por ello, de manera análoga a la nación, la novela de Torres Quintero se rescata y publica como un proyecto inconcluso en que la literatura, sus ciclos y corrientes convergen en ese mare magnum que es la historia, obligando al lector y al crítico literario a indagar el pasado y futuro de las literaturas nacionales frente a los proyectos modernizadores que las acompañan.