Antecedentes
Este trabajo proviene de un proyecto amplio en torno a la vida íntima de personas adultas,1 el cual se centró en las ciudades de Colima y Guadalajara, mismas que forman parte de la región centro-occidente de nuestro país, caracterizada comúnmente como tradicional, conservadora y católica. El proyecto analizó tres generaciones de adultos heterosexuales, pues uno de sus objetivos era explorar en qué medida ha ido desenvolviéndose el cambio cultural y cómo hombres y mujeres se adhieren o se distancian de la cultura hegemónica, pues se partió del supuesto de que en torno a la vida íntima y sexual se poseen recursos para gestionar el desarrollo de las trayectorias de vida en formas diversas (Rodríguez, 2022b).
El proyecto tuvo una primera fase de producción de información de tipo cualitativo, y posteriormente se desarrolló una cuantitativa por medio del levantamiento de una encuesta que abordó temas como la trayectoria conyugal, roles de género, cuidado entre los miembros de la pareja, sexualidad y presencia de nuevas tecnologías al interior de las relaciones amorosas. En cada uno de ellos se preguntó no sólo sobre prácticas y opiniones sino también sobre sentimientos y emociones, temas muy poco tratados desde una perspectiva estadísticamente representativa.2
El objetivo de este trabajo es presentar algunos de los resultados de la encuesta denominada Intimidad y relaciones de pareja en Colima y Guadalajara (EIRP) en torno a la vida sexual de adultos heterosexuales, así como a las emociones y los sentimientos involucrados en esa dimensión de sus vidas. Para este trabajo en particular, trataré las relaciones sexuales extraconyugales -tanto ocasionales como con cierta estabilidad a las que llamamos para lelas-, los conflictos generados al ser descubiertas y la búsqueda por tenerlas; las emociones positivas y negativas experimentadas en las relaciones sexuales con la pareja principal y con otras parejas, y, por último, la ocurrencia del perdón entre los miembros de las parejas.
El análisis de los resultados distinguió la diferenciación genérica, generacional, de nivel socioeconómico y entre las dos ciudades de interés. Abordar tales cuestiones en términos cuantitativos es relevante en cuanto a que los estudios acerca de esa dimensión de la vida íntima son predominantemente cualitativos en nuestro país, y se logra profundizar en las experiencias subjetivas de pequeñas muestras de personas; mientras que lo que aquí se presenta nos proporciona una imagen estadísticamente representativa de los fenómenos abordados, lo cual, en algunas temáticas, coincide con los hallazgos cualitativos, pero en otras disiente de ellos.
A pesar de ser la sexualidad un campo de estudio de gran relevancia en México, sobre todo a partir de la década de 1980, las encuestas que se han realizado en torno a esta temática se han ocupado sólo de ciertos aspectos de la vida sexual y no de aquellos que a mí me preocupan. Me refiero a temas centrales desde la salud pública y reproductiva femenina y más recientemente, los referentes a la población no heterosexual y sus preferencias de los ejes de análisis. En el caso del eje de sexualidad, véase Rodríguez, 2022a.
sexo-genéricas. A partir de la creación del Consejo Nacional de Población en 1974, se hizo evidente la necesidad de producir información confiable acerca de las prácticas sexuales de la población, sobre todo aquellas relacionadas con la dinámica demográfica, es decir, edad de la primera relación sexual, uso y conocimiento de métodos anticonceptivos, número de hijos, mortalidad infantil, tipos de unión de pareja y número de parejas sexuales, fundamentalmente. Tras la aparición del VIH-Sida en nuestro país, se agregó el interés por descubrir prácticas de riesgo con el fin de prevenir dicha enfermedad, así como otras de transmisión sexual, y un poco después se sumó el tema de la violencia dentro de las relaciones de pareja y, en particular, la violencia sexual.
En ese esfuerzo se realizaron diversas encuestas por parte de la UNAM o el INEGI, tales como la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva (ENSARE), la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID), la Encuesta Nacional sobre la Dinámica en las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) o la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Familias en México (ENDIFAM), toda ellas tuvieron como objetivo la población adulta femenina únicamente. Años después se levantaron encuestas más específicas como la Encuesta Nacional de Juventud (ENJUVE), la cual fue dirigida a hombres y mujeres jóvenes donde también se abordó el tema de sexualidad. Más recientemente, en 2021, se realizó por parte del INEGI la Encuesta Nacional de Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG), la cual busca dar respuesta sobre el volumen y la estructura de la población LGBTI+ en particular, y estuvo dirigida a la población de 15 años.
Como vemos, no ha habido en México ninguna encuesta exclusiva para conocer las prácticas sexuales de la población, ni sobre las percepciones, creencias u opiniones de las personas sobre su vida sexual, tal como se ha hecho en otros países. Ejemplos de éstas son la Enquete sur la sexualité en France. Practiques, genre et santé (Bozon, & Bajos, 2008), A Global Survey of Sexual Behaviors (Kevan et al., 2009) y Diversity in the United States: Results from a nationally representative probability sample of adult women and men (Herbernick et al. 2017). Estos ejemplos permiten constatar que el asunto de la sexualidad incluye mucho más que lo que concierne a la salud sexual y reproductiva.
El instrumento de la EIRP en su eje de sexualidad se construyó considerando dos fuentes. Por una parte, preguntas formuladas en encuestas como las mencionadas con el fin de hacer comparaciones entre ellas en la medida de lo posible; por otra, tomando en cuenta los hallazgos de la fase cualitativa, en el sentido de incluir temas muy relevantes expresados en los relatos de las entrevistas y temas sobre los cuales las personas no se permitieron narrar. De tal modo, se exploraron diversos asuntos, por ejemplo, si se tiene una vida sexual activa y las razones por las que no se tiene; frecuencia real de relaciones sexuales así como la frecuencia deseada; nivel de satisfacción de la vida sexual al inicio de la relación y al momento de la encuesta; actividades para estimular la vida sexual y factores que la dificultan; así como las prácticas sexuales preferidas (Rodríguez, 2022a).
Es importante destacar que el término infidelidad no se usó en el cuestionario de la encuesta debido a la connotación moral negativa en nuestra cultura.3 En la formulación de las preguntas simplemente se cuestionó si se habían tenido relaciones con otras personas distintas a su pareja principal de tipo ocasional o estable; si su pareja las había tenido; si les gustaría tenerlas, etc. En ese mismo sentido, considero que en la investigación sobre las relaciones adicionales a la pareja principal, es preferible adoptar el término extraconyugalidad, y no infidelidad, con el fin de vaciar de contenido moral el abordaje de tales prácticas y tomar distancia de los estudios comunes desde la psicología que lo utilizan, al tiempo que contienen con frecuencia recomendaciones orientadas a evitar tales prácticas. Una mirada sociológica o antropológica no pretende corregir comportamientos considerados inadecuados o negativos, sino comprender las razones de su ocurrencia, así como las significaciones para los individuos, e intentar conectar lo biográfico con determinaciones estructurales de corte histórico, cultural, político, entre otros.
Punto de partida teórico
Desde una perspectiva construccionista de la sexua lidad (Foucault, 1986), lo que concierne a la vida sexual de los individuos va íntimamente vinculado a la cultura y la historia, pues las formas en que las personas sienten y practican el sexo es producto de disposiciones y regulaciones creadas por los mismos seres humanos que colectivamente las han gestado. En tal sentido, la sexualidad es producto de fuerzas sociales y adopta, según la sociedad y el tiempo que se trate, formas y relaciones diversas, así, es dinámica y cambiante. La sexualidad es una dimensión de la vida que se vive a través de múltiples diferenciaciones venidas del género, la edad, la etnia, la clase, el contexto histórico, la formación educativa y el medio social, todo lo cual configura roles específicos, significaciones, normas, emociones y sentimientos; regidos a la vez por valores e instituciones de larga gestación histórica como la monogamia, la heterosexualidad y el matrimonio.
Dos de los valores más caros al romanticismo, y que constituyen piedras fundantes de la institución matrimonial son la monogamia y la fidelidad.4 Ser mutuamente exclusivos es parte de las idealizaciones amorosas y las expectativas de las parejas, así como de los mandatos genéricos a los que cada miembro se somete, en particular las mujeres. En el caso de los hombres, ser proveedores, responsables y protectores de la pareja y la familia son mandatos de una mayor jerarquía que el de ser fieles, mientras que, para las mujeres, rige con mucha mayor severidad ser propiedad exclusiva de su esposo. Esta normatividad se encuentra detrás de las razones por las que las relaciones extraconyugales se intenten mantener en secreto y sean aún más inconfesables para las mujeres.
En tal sentido, resulta útil partir del enfoque sobre las emociones que plantea Arlie Hochschild (1979). Para ella, las personas somos capaces de evaluar cuándo un sentimiento es ‘inapropiado’ y esforzarnos para llegar a sentir lo que se espera socialmente que sintamos mediante un trabajo o gestión emocional. Dicho esfuerzo tiene lugar al tomar como referencia repertorios socialmente producidos que funcionan como orientadores de la experiencia emocional, a los que llama reglas del sentimiento. Dichas reglas permiten a los individuos responder a la “¿qué debería sentir?” ante determinadas situaciones.
No obstante, el trabajo emocional no es un asunto sencillo pues la práctica y significación de la vida sexual se encuentra cruzada, por una parte, por las regulaciones sociales imperantes y, por otra, por los intentos por transgredirlas y construir otras más flexibles orientadas hacia la satisfacción de necesidades personales. Esta tensión o contradicción genera en los individuos disonancias emocionales venidas de sistemas valorativos y morales no necesariamente congruentes entre sí, que exigen que se desarrolle trabajo emocional sobre dos posibles vías, para adaptarse a un orden social que induce a la culpa y la vergüenza entre quienes no actúan conforme a las normas hegemónicas de la heteronormatividad y monogamia obligatoria; o cuestiona dicho orden llevando a los individuos a defender a costa de sanciones diversas planteamientos éticos más flexibles y favorecedores a su realización personal (Rodríguez, & Rodríguez, 2022).
Tener relaciones sexuales con alguien adicional a la pareja principal, así como mantener en secreto tal situación o ser descubiertos/as son prácticas que se significan en un proceso complejo en el que la experiencia individual se ve marcada por las regulaciones sociales venidas de las reglas del sentimiento imperantes en el contexo social al que se pertenece. Sea que se mantenga una doble vida, que se desate el conflicto con la pareja principal, que se logre ser perdonado/a o perdonar al otro/a, así como defender mantener relaciones paralelas a la de la pareja formal son procesos plenamente sociales que ameritan ser comprendidos y explicados desde perspectivas históricas, sociológicas y antropológicas.
Algunos autores han abonado en la exploración de la extraconyugalidad al descubrir que se trata de “una herramienta de investigación y comprensión del funcionamiento de la pareja”, tal como afirma Serge Chaumier (2006, p. 45). Coinciden con él otros como Pamela Haag (2013) y Adam Phillips (1998), quienes observan que las conductas infieles son la norma, y no la excepción, entre las parejas tradicionales supuestamente monógamas y fieles. Otros autores destacan por su parte que mientras el amor se hace más estable y rutinario, es decir, se institucionaliza, disminuyen el deseo y la pasión, lo que provoca nostalgia entre sus miembros (Alberoni, 1987; Fisher, 2004; Bataille, 1997). Por dichas razones es que adentrarse en el estudio empírico de la extraconyugalidad resulta fundamental.
En términos empíricos, comparto la distinción planteada por Tania Rodríguez (2022) respecto al uso de los términos de relaciones extraconyugales e infidelidad. El primero alude a relaciones con alguien adicional a la pareja formal de forma ocasional (aventuras sexuales) o más o menos estable (relaciones de amantes o paralelas), sin conocimiento ni aprobación de la pareja principal. No obstante, comprende también las relaciones con otros que sí son del conocimiento de la pareja formal e incluso son consentidas por él/ella, llámense relaciones abiertas o poliamorosas. El término infidelidad se refiere sólo a la modalidad de relaciones extraconyugales sin consentimiento, por lo que posee la connotación negativa mencionada antes pues implica la traición a los ideales de la fidelidad y la monogamia.
Cabe mencionar que los estudios sobre infidelidad son los más frecuentes en la literatura académica y en su mayoría provienen de una perspectiva psicológica (Romero et al., 2007; Vanegas, 2011; González et al. 2009; Zumaya; Brown, & Baker, 2008). No obstante, también desde la sociología y la antropología se ha abordado por numerosos autores en América Latina y en Francia. Tal es el caso de los trabajos de Rojas (2011-2012); Jiménez (2012); Barrientos (2005); Rodríguez (2022b), y Rodríguez (2022) sobre población en contextos urbanos; de Ochoa (2016), en contextos rurales; de Rodríguez (2020), en internet; de Yáñez, & Rocha (2014) sobre la infidelidad femenina en particular, o de García (2016 y 2021) sobre las relaciones paralelas.
Parte de las afirmaciones comunes en torno a las relaciones de infidelidad es que se practican tras la búsqueda de satisfacción puramente sexual, y que siempre constituyen un riesgo a las relaciones conyugales al poner en entredicho la estabilidad de la familia y de la pareja formal. Trabajos como los mencionados tienen entre sus hallazgos que las satisfacciones venidas de tales relaciones cubren una gama mucho más amplia que la obtención de placer e inmiscuyen otros valores como el ejercicio de la libertad y autonomía personales, el aprendizaje de nuevas formas de experimentar el gozo y la pasión, así como el desarrollo de componentes de intimidad, comunicación, empatía, comprensión emocional, etcétera en las relaciones con otras personas. Por otra parte, que no necesariamente implican la ruptura de la relación principal sino más bien el enriquecimiento de la misma, el paliamiento de la rutina y el aburrimiento, la ampliación de su tolerancia hacia las insatisfacciones, su apertura a la experimentación y el respeto a la autonomía del otro. Asimismo, que forman parte de los retos que enfrentan las parejas y que muchas de ellas prefieren asumir con honestidad y sin engaños, al poner sus cartas sobre la mesa convencidas de que el amor eterno y hacia una sola persona son mitos románticos que han quedado en el pasado.
Al mismo tiempo, se ha constatado que las violencias y desigualdades que rigen en las relaciones amorosas tradicionales se viven también en las relaciones extraconyugales, y se llevan a éstas ejercicios de poder, prácticas de sumisión, desigualdades emocionales, abusos y vulnerabilidades venidos fundamentalmente de la distinción genérica, de la persistencia de estereotipos sobre las mujeres y de la educación emocional recibida a lo largo de toda la vida.
Precisiones metodológicas
La EIRP fue aplicada a hombres y mujeres heterosexuales y adultos agrupados en tres grupos de edad: adultos jóvenes (35 a 49 años); adultos medios (50 a 64 años), y adultos mayores (65 o más años); de varios niveles socioeconómicos agrupados en dos categorías: alto, medio/alto y medio (A/B/C+/C), y bajo superior y bajo (D+/D). Todos fueron residentes permanentes de la Zona Metropolitana de Guadalajara o de la Zona Metropolitana de Colima.
En virtud de que es una investigación de corte actitudinal, se tomó como válido el dicho de las personas, tanto en edad como en preferencia sexual y lugar de residencia permanente. El cuestionario estuvo conformado por 159 preguntas y tuvo un formato auto-administrado con ayuda en caso de que el respondiente lo necesitara. El tamaño de la muestra final real fue de 1 618 casos.
Para garantizar la representatividad se consideraron tres aspectos que debían cumplir los respondientes además de una distribución geográfica en ambas ciudades que garantiza la dispersión (elemento central de la representatividad). Para que los respondientes fueran representativos del universo se consideró el tamaño de la muestra, el sexo, la edad, el nivel socioeconómico y la ciudad de aplicación.5
La fecha de levantamiento de campo fue del 1 de marzo al 17 de septiembre de 2021. De los respondientes de la encuesta el 52% fueron mujeres y el 48%, hombres. El 39% correspondió a los NSE superior, alto, medio alto y medio, y 61% al bajo superior y bajo. El 36% fue adultos jóvenes; 33, adultos medios, y 31% adultos mayores. El 65% posee niveles educativos menores a licenciatura, y 34%, licenciatura incompleta a posgrado. El 35% son empleados de tiempo completo; el 7% de medio tiempo; el 21% trabaja por su cuenta; el 19% son amas de casa, y el 16%, jubilados o retirados (Roji, & Roji, 2022).
Relaciones extraconyugales6
El primer aspecto que trataré es el de la ocurrencia de relaciones extraconyugales. Sobre este tema, en las entrevistas realizadas en la fase cualitativa aparece como una práctica bastante generalizada, sobre todo entre los hombres de las tres generaciones trabajadas, aunque también apareció en los relatos femeninos (Rodríguez, 2022b; Rodríguez, 2022). En la EIRP se preguntó en términos generales si la persona había tenido relaciones sexuales con otra persona adicional a su pareja. El porcentaje de respuesta afirmativa resultó ser bajo, en contraste con lo antes dicho.
Como vemos en el gráfico 1, los resultados generales señalan un 18%, con una ligera variación entre las ciudades de 3 puntos más en Guadalajara que en Colima; 4 puntos más presente entre los adultos jóvenes que en las otras generaciones, y también más alta 3 puntos en el nivel medio/alto que en el bajo. La distinción por género es importante y esperada, es entre los hombres 5 puntos más alta que entre las mujeres, 21% frente a 16%. Estos datos pueden compararse con los obtenidos en otra encuesta aplicada en la ciudad de Monterrey en la que resulta que la frecuencia de contactos sexuales concurrentes fue de 30.6% en hombres y 12.8 entre las mujeres (Moral, 2019, p. 115). En este mismo estudio se citan resultados de la Primera Encuesta Nacional sobre Sexo (2004)7 en la que resulta que un 40.4% de los hombres y un 13.3% de las mujeres han tenido infidelidad extradíadica. En tal sentido, es relevante mencionar que en el caso de la EIRP, los datos de los hombres son menores a los reportados en alrededor de 10 puntos, pero son mayores entre las mujeres de Guadalajara y Colima en 3 puntos. Este hallazgo expresa una tendencia creciente entre las mujeres a tomar distancia de las restricciones morales que les exigen fidelidad en forma más intensa que a los hombres. También, que los términos para denominar tal práctica varían de una encuesta a otra lo cual imprime su marca en las respuestas obtenidas.8 A continuación veremos lo que atañe a los conflictos generados al ser descubierta una relación adicional en el gráfico 2.
Tener conflictos a raíz de ser descubierta una relación extraconyugal ocurre, en promedio general, en un 32%. Esto se acompaña de casi la mitad de los casos donde no se sabe de tal práctica, por lo que no hay conflicto para un 49%, y de un relevante 19% en el que aun sabiendo, no se desata el conflicto. Digo que es relevante pues significa que entre el total de quienes han sido infieles, casi una quinta parte “permite” o “tolera” que su pareja haya tenido relaciones sexuales con otra persona, lo cual entra en franca oposición con los valores de la fidelidad y la monogamia. Es posible que una de las razones de esta tolerancia se relaciona con que tener relaciones sexuales con alguien más en general se asume que no implica involucramiento emocional de quien lo hace. Se considera una práctica pasajera, un error del cual se arrepiente quien lo comete o un desahogo sin mayores consecuencias. Dentro del trabajo cualitativo con entrevistas, ese tipo de argumentaciones son muy comunes y sirve, especialmente a las mujeres, para no dar importancia a las conductas infieles de sus maridos, quienes efectivamente arguyen haber vivido estas aventuras sin enamorarse y sin haber puesto en riesgo su matrimonio ni a la pareja principal.9
En cuanto a la diferencia entre ciudades, en Guadalajara hay menor tolerancia a las relaciones extraconyugales, pues haber tenido conflictos aparece 4 puntos por arriba de Colima, y también es 2 puntos menor la opción de no tener conflictos, a pesar de saberlo. La comparación entre generaciones resulta muy significativa. El nivel de conflictividad es mucho mayor entre los adultos mayores, mientras que entre los medios y jóvenes se asemejan. No obstante, entre los mayores es más frecuente haber sido descubiertos sin tener conflictos, 6 puntos más que entre los jóvenes. Esto se relaciona con el hecho de que entre los mayores es 15 puntos menor el porcentaje de que la pareja sí sepa de la conducta extraconyugal. Los adultos jóvenes conservan mucho más el secreto, y un poco menos los adultos medios. Al parecer, la idea de tener una vida autónoma a pesar de estar en pareja es un valor que se hace cada vez más presente.
La distinción genérica revela que las mujeres han tenido un poco menos de conflictos que los hombres al descubrirse la relación adicional -3 puntos abajo-. En concordancia, ellas han sido descubiertas y no han tenido conflictos en 2 puntos más. Esto expresa una mayor conflictividad venida de las parejas mujeres de los hombres respondientes y una mayor tolerancia de los maridos frente a ellas. Por su parte, la variación entre los NSE es también importante. El nivel bajo resulta ser más conflictivo frente al hecho de la extraconyugalidad y menos tolerante al saber que ocurrió. Veamos ahora qué ocurre respecto a la ocurrencia de relaciones parelelas en el gráfico 3.
Tener o haber tenido una relación extraconyugal de forma estable, es decir, una relación paralela a la principal, ocurre en promedio en un 8% de los respondientes de la encuesta. Esto resulta ser más frecuente en Guadalajara con 9%, que en Colima, con un 6%. Asimismo, lo declaran más los adultos mayores con 10%, que los medios y los jóvenes, empatados en un 7%. A su vez, la distinción genérica es relevante pues, a diferencia de la distancia que aparece en la práctica extraconyugal en general entre hombres y mujeres del gráfico 1, en este caso la diferencia es apenas de un punto por arriba en los hombres, 8% frente a 7% de las mujeres. Este hecho es relevante pues en el trabajo cualitativo con entrevistas, en las generaciones de adultas mayores y medios, aparecen varios relatos de mujeres que han vivido relaciones paralelas y que les han retribuido grandes satisfacciones y aprendizajes. A diferencia de las relaciones sexuales ocasionales, las relaciones paralelas contienen un vínculo afectivo, estabilidad y compromiso.10 Como se verá más adelante, éstas son mucho más difíciles de perdonar para la pareja ofendida que las aventuras ocasionales.
Finalmente, en el NSE medio/alto ocurre por arriba del bajo con un 9% frente a un 7%. Estos datos contrastan un poco, en el caso de los hombres, con los reportados en la Encuesta aplicada en la ciudad de Monterrey, en la que un 18.9% de los hombres tienen amante estable, frente al 7.7% por ciento de las mujeres, dato muy semejante al nuestro (Moral, 2019, p. 126). Y contrasta aún más con lo reportado en Francia donde el 34% de los hombres y el 24% de las mujeres declaran haber tenido alguna vez en su vida relaciones paralelas (Bajos, & Bozon, 2008, p. 223), lo cual habla de un sistema de organización de la sexualidad bastante distinto al nuestro. A continuación, lo que ocurre cuando la pareja es quien tuvo una relación paralela en el gráfico 4.
En lo que respecta a la relación paralela de la pareja, las opciones de respuesta se amplían a “sospecho que sí” y “no sé, tengo dudas”, además del sí y no. En cuanto a la respuesta afirmativa, los porcentajes se asemejan mucho a las respuestas dadas en la pregunta anterior, cuando el respondiente habla de su propia práctica. Resulta interesante que los porcentajes que se reportan sobre la opción “sospecho que sí” son prácticamente iguales a los de la opción afirmativa. En este sentido, al sumar ambas opciones, tenemos que el 18% sabe o cree, en promedio, que su pareja tiene una relación paralela; más en la ciudad de Guadalajara que en Colima, el 19% frente al 16%; los adultos mayores más que los medios y jóvenes, el 22% frente al 19% y el 13%, y casi en igual proporción mujeres el 18%, que hombres el 17%. Sobre el NSE casi no hay diferencias, el 17% en el medio/alto y el 18% en el bajo.
Es interesante observar estos resultados, pues expresan que en la percepción de los respondientes, la certeza o sospecha de que su pareja tenga un amante estable se encuentra en casi 2 de cada 10. Este hecho denota la normalización de las relaciones extraconyugales dentro de relaciones de pareja establecidas que a su vez admiten o toleran la existencia de una relación adicional para el otro/a. Asimismo, que entre los adultos jóvenes cuya vida en común es más corta, el fenómeno es menos frecuente, y aumenta con la edad. Respecto al deseo de tener una aventura sexual ocasional, como se ve en el gráfico 5, resultó lo siguiente:
En el caso de la búsqueda de una aventura sexual en el último año la encuesta nos reporta un 11% de interesados/as en promedio, más frecuente en la ciudad de Guadalajara, 14% más que en Colima, 9%; más entre los adultos jóvenes que en los medios y los mayores, 14% frente a 10% y 8%, respectivamente; más entre los hombres que entre las mujeres, 13% frente a 10%, y más en el nivel bajo que en el medio/ alto, 12% frente a 10%.
En términos de comparación genérica por ciudad, resulta interesante advertir que en Colima un 9% de hombres y mujeres han buscado tener una aventura sexual, mientras que en Guadalajara este dato es más alto entre los hombres, un 17%, que entre las mujeres, con apenas un 10%. Este fenómeno se acentúa en el caso de los adultos jóvenes en Guadalajara, pues un 25% de éstos la buscan, mientras que en Colima sólo un 11%. Es interesante ver que los hombres jóvenes en Guadalajara expresan por más del doble este deseo que en Colima, al parecer, el tamaño de la ciudad y, en consecuencia, un mercado más amplio de posibilidades de encuentro, posibilita y estimula tales búsquedas. Por lo que concierne a las mujeres, en ambas ciudades las adultas jóvenes la buscan un 12%. Esto coincide con lo mencionado antes respecto a la tendencia creciente en la infidelidad femenina, y ambos hallazgos señalan que se está acortando la brecha entre hombres y mujeres en cuanto a la práctica de las relaciones extraconyugales, sean aventuras sexuales o relaciones estables.
Es importante el hecho de que las mujeres cada vez se incorporan en mayor medida al mercado laboral, pues esto les provee recursos de diverso tipo para gestionar su vida afectiva y sexual. Cabe destacar que este fenómeno difiere de lo encontrado en el trabajo cualitativo con entrevistas, en el que en las tres generaciones de mujeres la ocurrencia de relaciones extraconyugales aparece en mucho menor medida que en los hombres y, en particular, entre las adultas jóvenes, pues casi ninguna confiesa haberlas experimentado, aunque muchas fantasean con tenerlas. Es claro que tener aventuras está dentro de su imaginario sexual, pero temen enamorarse o contagiarse de alguna enfermedad de transmisión sexual (Rodríguez, 2022b).
En cuanto a los lugares donde se buscó contactar con alguien para tener una aventura sexual, vemos en el gráfico 6 que la encuesta nos reporta que son los sitios tradicionales los más frecuentados: fiestas y reuniones con amistades llega a un 31% en promedio; bares y antros, un 27%, y el lugar de trabajo, un 22%. La internet apenas alcanza un 6% y las apps de citas y redes sociales reportan 3% cada una, contra lo que pudiera pensarse. Asimismo, vemos que son los adultos mayores quienes más usan los sitios mediados por la tecnología con un 17%, seguidos por los jóvenes con un 14% y los medios con un 6%. No debe sorprender que sean los mayores sus principales usuarios, pues circulan menos por la ciudad y, sobre todo, los que poseen recursos económicos y habilidades digitales, gestionan sus relaciones sexuales o afectivas a través de tales medios (Rodríguez, 2022).
En el caso de ambas ciudades los lugares tradicionales suman un 80%, y los mediados por la tecnología resultan con un 13% en Guadalajara y 11% en Colima. El lugar de trabajo es más importante para los adultos medios, mientras que las fiestas y reuniones lo son más para los mayores y jóvenes, seguramente por estar menos presentes en el mercado laboral. Los hombres acuden más que las mujeres a bares y antros, 30% frente a 24%, y ambos acuden a sitios de prostitución en un 5%. Este dato resulta revelador pues deja atrás la idea en torno de que son únicamente los hombres quienes pagan por sexo. En lo que concierne a la distinción por NSE, el nivel medio/alto acude en busca de aventuras mucho más a fiestas y reuniones que el bajo, 36% frente a 27%, y en el bajo es más frecuente acudir a sitios de prostitución que en el medio/alto, 7% frente a 2%
Emociones exprimentadas en las relaciones sexuales
Pasemos ahora a las emociones experimentadas en las relaciones sexuales; en primer término las que atañen a la relación con la pareja formal contenidas en el gráfico 7.
Uno de los aspectos más escasamente explorados en las encuestas sobre sexualidad en el mundo es el de las emociones experimentadas en las relaciones sexuales. Justo es en este apartado en el que la perspectiva de la gestión emocional y la existencia de reglas del sentir (Hochschild, 1979) es relevante.
Comenzaré con las emociones que conciernen a las vividas con la pareja.
Tomando en cuenta la respuesta del nivel más intenso de experimentación, “lo he sentido mucho”, resultan ser las emociones positivas las más relevantes, siendo el placer el que ocupa el primer lugar, 72%, seguido por la alegría, 68%, la felicidad, 56%, la tranquilidad, 55% y la relajación, 54%. Estas emociones forman parte de la “gran promesa” del imaginario romántico que combina la satisfacción venida de la fusión entre los miembros de la pareja y la gratificación sexual (Giddens, 1995; Coontz, 2006) que, dentro de la institución matrimonial, se legitima sobre todo para las mujeres. No obstante, las emociones negativas se encuentran también presentes y suman las opciones de lo he sentido mucho y medianamente,10 aparece con 24% el dolor, 22% la frustración y el 18% la culpa. Este otro conjunto de emociones choca con el anterior, pues hacer el amor entre las parejas casadas resulta redundar en una experiencia, a veces por muchos años repetida, que se vive con dolor (físico o emocional), insatisfacción al ver frustradas las expectativas, y culpa, probablemente venida de creencias religiosas.
Al observar las variaciones por NSE, las emociones positivas son menos experimentadas en el nivel bajo y más presentes en el nivel medio/alto, así como más entre los jóvenes y los medios, y menos entre los mayores. La distinción entre ciudades sólo aparece en torno al “Placer”, 6 puntos arriba Guadalajara sobre Colima, y 3 arriba en el de “Felicidad”. En el caso de la diferencia genérica tenemos que la “Alegría” es 7 puntos mayor para los hombres que para las mujeres al igual que el “Placer”, que aparece 4 puntos también por arriba. Es importante destacar estas diferencias, pues denota menos satisfacción sexual de parte de las mujeres, asunto de gran relevancia en cuanto a las desigualdades genéricas. Por su parte, las emociones negativas son todas más altas en el nivel bajo que en el medio/alto; aparecen más en la ciudad de Guadalajara que en Colima; ocurren más entre los mayores que entre medios y jóvenes, y la distinción genérica es poco relevante. Pasemos ahora a las emociones sentidas con personas que no son la pareja principal con el gráfico 8.
En lo que respecta a las emociones experimentadas en relaciones sexuales con personas que no son la pareja principal, resultó lo siguiente. Tomando en cuenta el nivel más intenso de experimentación, “lo he sentido mucho”, resultan ser las emociones positivas las más relevantes, siendo el “Placer” el que ocupa el primer lugar, 69%, seguido por la “Alegría”, 49%, la “Felicidad”, 44%, la “Relajación”, 36%, y la “Tranquilidad”, 30%. Es claro que la satisfacción vivida con personas adicionales a la pareja es grande e involucra muchos más aspectos que el placer fisico, como suele pensarse. No obstante, las emociones negativas se encuentran también presentes, y suman las opciones de “lo he sentido mucho” y “lo he sentido medianamente”, como hice antes, tenemos que se encuentran un 28% con el dolor, el 38% con la frustración y el 55% con la culpa. Este último dato en torno a la emoción de la culpa en más de la mitad de los respondientes revela con fuerza el sentimiento de transgresión de los valores de la fidelidad y la monogamia y sus respectivas reglas del sentir. La satisfacción obtenida en relaciones sexuales extraconyugales se combina con emociones negativas como ésta, y con la frustración y el dolor. No todo es miel sobre hojuelas en las relaciones extraconyugales.
Al observar las distinciones por NSE, algunas de las emociones positivas se experimentan más en el nivel bajo y otras más en el medio/alto, y están más presentes en su nivel intenso entre los adultos mayores que entre los medios y jóvenes; en estos últimos predominan los porcentajes de la opción “lo he sentido medianamente”. La diferencia genérica aparece a favor de los hombres en casi todos los casos y la distinción entre ciudades también es siempre más favorable para Colima que para Guadalajara. Respecto a las emociones negativas son todas más altas en el nivel medio/alto; no hay variación importante entre las ciudades, y ocurre más la culpa entre los medios; el dolor entre los mayores, y la frustración por igual para éstos y los jóvenes. Por su parte, la distinción genérica revela mayor culpa y frustración para los hombres. Veamos ahora la comparación entre emociones sentidas con la pareja principal y otras personas mostradas en el gráfico 9.
Comparar las emociones positivas experimentadas en las relaciones con la pareja principal y con otras personas resulta muy interesante. En primer lugar, se observa que todas las emociones positivas se sienten más con la pareja, por ejemplo, la alegría y la felicidad aventajan a lo sentido con otra persona en 19 y 12 puntos respectivamente, mientras que la relajación está arriba con 18 puntos y la tranquilidad reporta la mayor distancia, 24 puntos. De nueva cuenta se confirma la vigencia de la fórmula matrimonial que favorece la experiencia de emociones positivas vividas con la pareja oficial. No obstante, en lo que corresponde al placer tenemos que es la emoción que menos diferencia arroja: apenas de 3 puntos, 72% frente al 69%, lo cual expresa, por una parte, que el sexo dentro de la relación conyugal constituye un componente importante en el bienestar subjetivo y, por otra, que también con otras personas se experimenta gran satisfacción. En contraste con esto, la tranquilidad es la emoción que menos porcentaje presenta en su opción “lo he sentido mucho” cuando se tienen relaciones extraconyugales, 25 puntos abajo que con la pareja, seguramente debido al riesgo de ser descubiertas y la zozobra que esto les causa, lo cual revela de nueva cuenta el poder de la regla del sentir que rige sobre las prácticas fuera de la norma. Veamos ahora lo relativo a las emociones negativas ilustradas en el gráfico 10.
Dentro de las emociones negativas tenemos que todas se experimentan en meyor medida dentro de las relaciones sexuales con personas que no son la pareja. Como se mencionó anteriormente, la más acusada es la culpa venida seguramente del sentimiento de transgresión que implica violar las normas de la fidelidad y la monogamia que rigen en la cultura hegemónica. En el caso de las emociones negativas, las opciones de “lo he sentido mucho” y “lo he sentido medianamente” resultan, para las relaciones extraconyugales, la culpa con un 55%, la frustración con un 38% y el dolor con un 28%. Por lo que respecta a las relaciones con la pareja, el dolor encabeza la lista con 24%, le sigue la frustración con 22% y la culpa con 18%.
Es sumamente interesante constatar en el caso de las relaciones extraconyugales la presencia de la frustración en casi cada 4 de 10, y el dolor en casi 3 de 10. Este tipo de relaciones se emprenden de forma voluntaria y se supondría no se practicarían si no fueran placenteras. Estos datos contrastan con los venidos de entrevistas a profundidad en los que la experiencia de relaciones extraconyugales se asocia con sentimientos de plenitud, gratificación, satisfacción y placer, elementos que compensan la culpa que al mismo tiempo aparece en combinación con éstos. En el caso de las relaciones conyugales, también es relevante constatar la presencia del dolor y la frustración en poco más de 2 en cada 10, así como de la frustración en casi 2. En este caso, las entrevistas revelan esta misma situación; la permanencia de relaciones de pareja a lo largo del tiempo en las que el componente de la vida sexual no juega un papel positivo, sin embargo, pesan más otros elementos como la estabilidad, los hijos y el apoyo mutuo.
Las combinaciones de emociones que se revelan en dichos resultados, así como en los relatos venidos de las entrevistas dan cuenta de la ambigüedad de la experiencia emocional en la vida sexual y que bien podría ser usado el concepto de constelaciones emocionales (Enríquez, 2022) para dar cuenta de ellas. Desde la perspectiva de Rocío Enríquez, las constelaciones emocionales estarían conformadas por emociones nodo y emociones periféricas. En el caso de las relaciones con la pareja, las emociones nodo serían tanto el placer como la satisfacción venida del cumplimiento de las reglas del sentir asociadas al ideal de la unión, expresado en la alegría, la felicidad, la relajación y la tranquilidad como emociones periféricas. Dentro de éstas no podemos dejar fuera las emociones negativas como el dolor, la culpa y la frustración, que en una considerable cantidad de casos forman parte de la constelación emocional posible.
Por lo que respecta a las relaciones con otras personas, el nodo estaría conformado por el placer en combinación con la culpa. Como emociones periféricas aparecerían la alegría y la felicidad, así como la frustración y el dolor. De tal modo, las emociones negativas generadas por el incumplimiento de las reglas del sentir asociadas a los valores de la fidelidad y la monogamia predominan, mientras que las gratificaciones venidas del ensanchamiento del espacio privado y el ejercicio de la libertad podrían estar construyendo otras reglas del sentir que coexisten con las anteriores, y conforman experiencias placenteras y al mismo tiempo de zozobra existencial (Rodríguez, 2022b).
En este caso, en el que se combinan polos opuestos, podríamos acudir a Jasper, quien denomina estas combinaciones como baterias emocionales, para él, “una emoción puede fortalecerse cuando implícita o explícitamente la enfrentamos con su opuesta, tal como funciona una batería a través de la tensión entre sus polos positivo y negativo” (2013, p. 52). Placer y culpa se dinamizan uno al otro conformando un nudo emocional no necesariamente poco atractivo. Tansgredir las reglas morales imperantes y, por consiguiente, las reglas del sentir hegemónicas, genera sentimientos de empoderamiento y autonomía venidos de la transgresión (Rodríguez, 2022b).
El perdón entre los miembros de las parejas
Otorgar el perdón a la pareja que ha tenido relaciones extraconyugales o haber sido perdonado por el mismo hecho denota un hecho moral fundamental que representa considerar que la ocurrencia de tales prácticas constituye en sí mismo una falta que atenta contra las relaciones de pareja basadas en la fidelidad y la monogamia. Este tema fue uno de los más presentes en las entrevistas realizadas en la fase de trabajo cualitativo, y los hechos vividos fueron relatados de forma amplia expresando procesos largos siempre complejos y difíciles emocionalmente para las personas entrevistadas (Rodríguez, 2022b). En tal sentido, siguiendo a Hochschild (1979), dichas experiencias dan cuenta de lo que esta autora llama gestión o trabajo emocional.
Al traer estos temas a un instrumento de encuesta, asumimos que lo que las personas responden ante preguntas con opciones de respuesta cerrada expresa únicamente el resultado final de un largo tránsito en el que se vivieron distintas emociones, reflexiones y racionalizaciones que sopesan tanto los pros como los contras de su situación de pareja. Dentro de éstos tienen especial relevancia el cumplimiento del rol de proveedor, en el caso de los hombres, el que la familia no se desintegre, llevar las cosas en paz y el que probablemente no tuvo en realidad mayor importancia para quien lo vivió en términos emocionales (Rodríguez, 2022b). A continuación veremos los resultados respecto al perdón a la pareja que tuvo una aventura ocasional en el gráfico 11.
Respecto a la práctica de perdonar a la pareja de la cual se supo que tuvo una aventura sexual, tenemos que la encuesta reporta, en términos generales, un 13%, y fue más frecuente en Guadalajara, con un 14%, que en Colima, con un 11%. Ocurre un poco más entre los adultos mayores, con un 14%, que entre los medios y jóvenes, ambos con un 12%. No hay distinción en el NSE, ambos reportan un 13%. Sin embargo, la distinción genérica resulta significativa, al ser las mujeres quienes más perdonan a sus maridos, con un 15%, mientras que ellos lo han hecho sólo un 11%. Estos datos contrastan con los reportados en torno a la pregunta tratada anteriormente sobre haber tenido conflictos al descubrirse una relación adicional (gráfico 2). En ésta resultó que las mujeres han tenido un poco menos de conflictos que los hombres al descubrirse la relación extraconyugal -3 puntos abajo-. En concordancia, ellas han sido descubiertas, y no han tenido conflictos en 2 puntos más. Es posible que esta conflictividad de parte de las parejas mujeres de hombres con relaciones adicionales ocurra en un inicio, pero con el tiempo terminen perdonándolos, producto de esa gestión emocional que describí antes y que revela el peso de valores como la estabilidad familiar, la permanencia de la pareja y el compromiso, a pesar de haberse sentido ofendidas o traicionadas una o varias veces por sus maridos. Veamos ahora qué resulta cuando lo que se descubre es una relación paralela en el gráfico 12.
Por lo que respecta al perdón otorgado a la pareja que tuvo una relación paralela por meses o años las cosas resultan distintas. Los datos afirmativos son menores en todas las variables, resultando en promedio apenas de un 7%. Una vez más, es más frecuente en Guadalajara que en Colima, 8% frente a 7%, destacando que no han sido perdonados en mayor medida en Guadalajara 12%, que en Colima 8%. Ocurre un poco más en adultos mayores que en medios y jóvenes, 9%, 7% y 7%, respectivamente. También es ligeramente más alto entre las mujeres que en los hombres, 8% frente a 7%, y la distinción por NSE, es 7% en el medio/alto y 8% en el bajo. Como se observa, se expresan las mismas tendencias que en la pregunta anterior. Pasemos ahora a revisar el hecho de haber sido perdonado en el caso de la aventura sexual ocasional, mostrado en el gráfico 13.
En las preguntas dirigidas a la situación en las que las personas respondientes fueron perdonadas o no, tenemos que al tratarse de aventuras ocasionales el promedio es 10%, en donde Guadalajara es más tolerante que Colima, 11% frente a 8%. Adultos mayores y jóvenes reportan un 11%, mientras que los medios un 8%, y resalta que los mayores no han perdonado a su pareja el doble que los jóvenes, 10% frente a 5%. En términos genéricos, los hombres han sido perdonados en mayor medida que las mujeres, 11% frente a 9%; en consonancia con lo reportado en la pregunta sobre si el respondiente había perdonado a su pareja por una aventura sexual ocasional, resultó que 15% de las mujeres lo había hecho frente a un 11% de los hombres. En cuanto al NSE, el nivel medio/alto lo hace más que el bajo, 11% frente a 9%; al tiempo que el bajo no ha perdonado en un 9% frente al medio/alto en un 5%. Pasemos ahora a observar el dato de haber sido perdonado por tener relaciones paralelas señalado en el gráfico 14.
Por lo que toca a ser perdonado por haber sostenido una relación paralela por meses o años, tenemos que ocurre en mucho menor medida que las aventuras ocasionales. Es claro que el costo para la relación conyugal es mayor dado que el tener una relación paralela implica afectividad, estabilidad y compromiso. Así, resulta que en un promedio de 4%, Guadalajara aventaja a Colima en 1 puntos, 5% frente a 4%; los adultos mayores un poco más que los medios y jóvenes, 5% frente a 4% y 4%; en combinación con un 9% de no perdón entre los mayores y un 4% entre los jóvenes y 5% entre los medios. De nueva cuenta las mujeres perdonan más que los hombres: 5% frente a 4%, y el NSE medio/ alto aventaja al bajo 5% frente a 4%. Enseguida haré la comparación de lo expuesto anteriormente en el gráfico 15.
Al comparar los datos de las preguntas haber perdonado a su pareja o haber sido perdonado por ella, tenemos que resulta ser más frecuente perdonar a la pareja de parte del o la respondiente que de su pareja, y también más frecuente en caso de aventuras sexuales ocasionales que en relaciones de amantes estables por meses o años. Es claro que la ofensa experimentada es mayor al tratarse de relaciones que se prolongan a lo largo del tiempo, pues como dije antes, éstas no son comprendidas como arrebatos o arranques pasajeros sino como vínculos a los que caracteriza no sólo el deseo sexual sino la comunicación y la empatía. Agreguemos ahora lo que sucede al agregar la posibilidad de “si tuviera” contenida en el gráfico 16.
Al agregar la pregunta hipótetica de si el respondiente llegara a tener una aventura o una relación paralela y si su pareja también llegara a tenerlas, a las opciones de sí y no perdonar se agregó la de “no sé/no lo he vivido”, lo cual resulta interesante. La opción afirmativa sigue la misma tendencia que ocurre en el caso de haberlas vivido efectivamente, es decir, se perdona más la aventura sexual ocasional que la relación con un amante estable. Asimismo, se postula “no saber si perdonaría o no” y “no sabría si sería perdonado/a o no” en mayor medida en caso de tener aventuras que amante estable, y esta opción alcanza un 40% frente a un 35% y 36%. Es decir, tanto en el propio caso como en el de la pareja, en caso de tener aventuras, 4 de cada 10 duda qué haría, y en el de amantes estables, también casi 4 de cada 10 lo duda. Estos datos revelan con claridad que la posibilidad de tener relaciones extraconyugales es una opción que forma parte del imaginario de los respondientes de la encuesta, lo cual expresa la naturalización o normalización de estas prácticas en la vida contemporánea de las parejas, si no como una práctica realmente vivida, pues apenas alcanza en promedio un 18% como vimos al inicio de la exposición (gráfico 1), sí como una opción dentro del horizonte de las experiencias posibles para ambos miembros de las parejas.
Conclusiones
A la luz de los datos obtenidos en la EIRP resulta importante destacar la pertinencia de que encuestas semejantes se realicen a nivel nacional y de forma periódica y repetida con el fin de explorar prácticas y significaciones relacionadas con la vida sexual, que no corresponden necesariamente a las preocupaciones venidas de la salud pública y reproductiva de la población femenina. Es evidente que hay mucho por descubrir en cuanto a la distinción genérica, geográfica, generacional y por NSE en población de uno u otro sexo a lo largo y ancho de nuestro país y a lo largo del tiempo.
La existencia de datos cuantitativos y cualitativos sobre los temas tratados aquí permiten descubrir de qué está hecha la vida sexual de las personas con base en información confiable que permite tomar distancia del conjunto de afirmaciones que, sobre todo a nivel mediático, nutren el imaginario social en torno a la sexualidad. Asimismo, las diferencias encontradas entre los relatos venidos de entrevistas donde la experiencia de la extraconyugalidad es extremadamente frecuente, frente a los bajos porcentajes reportados en los datos expuestos, revela que existe un prurito moral para expresar tales prácticas que no hace más que confirmar el estigma moral que pesa sobre ellas.
Por lo que toca a la comparación entre las ciudades del estudio, a pesar de ser parte de la misma región sociocultural, fue posible advertir diferencias significativas entre Colima y Guadalajara que señalan una mayor liberalidad en la segunda, así como una vida más relajada y tranquila en la primera. Asimismo, respecto a las diferencias generacionales, es clara una mayor apertura de parte de los adultos jóvenes, pero también una mayor tolerancia entre los medios y los mayores, venida probablemente de la experiencia y la madurez. En términos genéricos, son contundentes las diferencias en torno al tema de la extraconyugalidad en cuanto que los hombres son más proclives a experimentarla, pero es clara una tendencia creciente entre las mujeres que reta al estigma social que aún pesa y al régimen de indecibilidad sobre sus prácticas extraconyugales.
Por lo que corresponde a las emociones, el NSE señala que las mejores condiciones de vida del nivel medio/alto repercuten en una mayor intensidad de emociones positivas, así como una mayor tolerancia moral, mientras que el nivel bajo se encuentra más adherido a los valores tradicionales y las emociones negativas son más frecuentes. En cuanto al género, fueron claras las desigualdades emocionales, dado que fueron mejores y más intensas para ellos que para ellas, así como el que sean ellas quienes desarrollan mayor trabajo emocional para perdonar a sus parejas.
Es claro que la existencia de un contexto moral más rígido para las mujeres, el que se concentre en ellas el trabajo reproductivo y de cuidado de los otros y la cultura emocional genérica respecto al sexo, impacten en desigualdades emocionales que se cuelan a la vida sexual. Finalmente, cabe resaltar que las emociones positivas y negativas se encuentran presentes en forma combinada en las relaciones sexuales con la pareja, así como en las relaciones con otras personas, lo que revela que éste es un terreno colmado de contradicciones, entre las que insatisfacciones, frustraciones, dolor y culpa se entremezclan con placer, alegría, felicidad y tranquilidad.
Así, la exploración de las relaciones extraconyugales, tanto desde abordajes cualitativos como cuantitativos, resulta fundamental para comprender, tanto las significaciones que acompañan las experiencias, como la influencia de determinaciones venidas del género, la edad, el NSE y el contexto en el que se vive. Lo que se considera “normal” en las parejas no es la monogamia y la fidelidad per se, sino una gama cada vez más amplia de arreglos en los que tanto de forma implícita como explícita, se generan experiencias que inmiscuyen a más de dos en la vida sexual.