Un sistema de partidos en plena transformación
El 5 de junio de 2023, la abanderada del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Delfina Gómez, ganó la gubernatura del Estado de México con el 52% del voto. Con esta alternancia histórica -la primera en nueve décadas en este sólido bastión del Partido Revolucionario Institucional (PRI)- concluyó un intenso ciclo electoral, abierto por el tsunami que arrasó con los partidos tradicionales de gobierno en 2018. En cinco años, un partido-movimiento recién formado conquistó los gobiernos de 21 entidades con más de dos terceras partes del electorado nacional. El mismo día, el morenista Armando Guadiana fracasó en su contienda por la gubernatura de Coahuila al obtener el 21% del sufragio. Un año antes, su partido había perdido la mayoría de los ayuntamientos y la gubernatura de Durango, tras haber movilizado al 17.7% de los ciudadanos inscritos en el plebiscito revocatorio de abril de 2022, y al 7.1% en la consulta popular de agosto de 2021. En junio del mismo año, Morena obtuvo el 34% del voto emitido en las elecciones legislativas federales de medio mandato, así como el 30.9% en las elecciones legislativas locales y el 27.7% en los comicios municipales que se organizaron entre 2020 y 2022 a lo largo y ancho del país.2
Cuando se observa desde arriba -en el nivel estatal-, Morena ha avanzado como una aplanadora incontenible, impulsada por un potente bloque mayoritario. Cuando se estudia desde abajo, sin embargo, se registra una marcada fragmentación partidista que revela un proceso sostenido de descomposición política, particularmente en el nivel municipal. Para obtener una visión a la vez más fina e inteligible, enfocamos la mirada en una escala intermedia: la de los 300 distritos en los cuales se eligen los legisladores federales de mayoría relativa, quienes integran la Cámara de Diputados junto con los 200 legisladores electos por representación proporcional. Como veremos, este nivel analítico tiene ventajas importantes y resulta clave para entender la reconfiguración del sistema de partidos mexicano en una perspectiva estructural y sociológica, geográfica e histórica.
En esta contribución, estudiamos las bases socioterritoriales de los siete partidos representados en la LXV Legislatura nacional. Analizamos la extensión y la profundidad de sus raíces en el electorado, así como la evolución de sus perfiles sociodemográficos, para aportar luces sobre los cambios y las continuidades del sistema de partidos, sobre sus antiguas y sus nuevas configuraciones geográficas. Las dimensiones socioterritoriales del voto han sido poco exploradas en México, donde la investigación se centra en encuestas de opinión pública que, por lo general, sólo son representativas a nivel nacional. Nuestra investigación se inscribe dentro de una literatura emergente de análisis espacial y de geografía electoral en México (Emmerich, 1993; Gómez-Tagle, 1997; Gómez-Tagle & Valdés, 2000; Vilalta, 2004; Klesner, 2007; Harbers, 2017; Sonnleitner, 2013, 2018, 2020 y 2024). Su originalidad consiste en analizar el sistema de partidos en la escala de los distritos federales; su aporte principal es poner de manifiesto el pluralismo y la fragmentación creciente de los comportamientos electorales: lejos de dividirse en dos bloques coherentes y estables, estos se aglutinan en torno a coaliciones coyunturales y regionales que varían a lo largo y ancho de la geografía nacional.
A continuación, partimos de una fundamentación sintética de la utilidad de nuestro enfoque socioterritorial del voto, de sus limitaciones y aportes potenciales a la literatura relevante. Luego, analizamos la especificidad del ciclo electoral 2018-2023 con el objetivo de ubicar la importancia de los comicios generales de medio mandato. Ponemos el énfasis en las elecciones legislativas federales de 2021, que coincidieron con 15 elecciones para gobernador, 30 legislativas locales y 1,925 municipales, en las cuales se renovaron 20,446 cargos públicos.3 Situados en perspectiva histórica (1991-2015) y a la luz de los otros comicios locales que se celebraron hasta 2023, el conjunto de estos ejercicios democráticos proporciona datos valiosos para evaluar la recomposición geográfica y sociodemográfica del sistema de partidos mexicano tras el reflujo de las aguas del tsunami de 2018.
Resumimos los aportes centrales de nuestra investigación bajo la forma de mapas, gráficas y cuadros sintéticos. Estos permiten observar una profunda reconfiguración socioterritorial del voto. Iniciamos con una geografía concisa del sistema tripartidista que estructuró la política mexicana entre 1991 y 2015: durante un cuarto de siglo, el PRI, el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) contaron con bases socioterritoriales diferenciadas y compitieron entre sí en seis configuraciones regionales relativamente estables. Este primer mapa proporciona una referencia útil para contrastar los elementos de cambio y continuidad para cada partido en 2021, antes y después del tsunami. Por su importancia central en el sistema emergente, la expansión de Morena se analiza con mayor profundidad, situando la particularidad de sus bases geográficas y sociodemográficas con respecto al resto de partidos. Un último mapa proporciona un corte sincrónico y sintético de la geografía electoral de 2021, e identifica las configuraciones distritales del sistema de partidos en gestación, con siete dinámicas regionales contrastantes que les confieren pesos y papeles diferenciados a los partidos con representación legislativa.
I. El interés de un enfoque socioterritorial del sistema de partidos mexicano
Nuestro enfoque socioterritorial del sistema de partidos se alimenta de una rica literatura que permite situar su relevancia en el contexto específico del proceso político mexicano. Este se ha caracterizado históricamente por una transición singularmente tardía, lenta y gradual, primero desde un régimen autoritario de partido hegemónico hacia uno menos cerrado de partido predominante, y luego hacia uno más plural con un número creciente de partidos competitivos y con alternancias periódicas en todos los cargos públicos (Becerra, Salazar & Woldenberg, 2000; Greene, 2007; Camp, 2014; Langston, 2017). No obstante, el porvenir del sistema de partidos está ahora en suspenso, en un contexto de erosión y de regresión democrática (Sanchez & Greene, 2021; Aguilar Rivera, 2022; Monsiváis-Carrillo, 2023). Tras el quiebre del tripartidismo en 2018, ¿está México retornando hacia un sistema de partido predominante (Arroyo, 2018; Palma & Osornio, 2020; Peterson & Somuano, 2021) o continúa en una trayectoria de fragmentación y descomposición política (Prud'homme, 2020; Sonnleitner, 2020)?
Desde los estudios seminales de la ciencia política, se subraya el papel crucial de los partidos en el funcionamiento de la democracia (Duverger, 1951), con énfasis no solo en su número y relevancia (Laakso & Taagepera, 1979), sino en sus diversos patrones de estructuración e interacción sistémica (Kitschelt, 1994; Mair, 1997). En su tipología clásica, Sartori (1967) analiza las diferencias sustantivas entre los sistemas plurales y autoritarios, destacando la importancia del número de partidos y de sus niveles de polarización ideológica; su discusión de los sistemas no competitivos de la época describe a México como el caso típico de partido hegemónico. Sartori también propone criterios operativos que siguen siendo útiles para identificar a los partidos relevantes en los sistemas competitivos en la actualidad, según su capacidad para participar en coaliciones ganadoras o ejercer un "chantaje", dentro del gobierno o desde la oposición (Sartori, 1967: Cap. 5, 6 y 7).
Con la expansión de las elecciones competitivas durante la tercera ola de democratizaciones, la literatura pone el énfasis en la institucionalización de los sistemas de partidos, considerada como clave para la participación, la representación y la gobernanza democráticas (Mainwaring & Scully, 2005; Coppedge, 1998; Torcal, 2015). En los estudios sobre América Latina se distinguen cuatro dimensiones complementarias para explicar los niveles de institucionalización: la estabilidad en los patrones de competencia interpartidista, la legitimidad de los partidos, su capacidad organizativa y su nivel de arraigo en la sociedad (Mainwaring, 2018). En esta óptica, el sistema de partidos mexicano conoce un paulatino proceso de democratización y se institucionaliza a partir de los noventa, considerándose luego como uno de los más estables de América Latina (Greene & Sánchez, 2018). Enfocándose en la última dimensión, este trabajo analiza las raíces geográficas de dicho sistema durante el período de la transición (1991-2015) y, luego, la reconfiguración profunda de sus bases socioterritoriales durante el nuevo ciclo abierto por la última alternancia presidencial (2018-2023).
Nuestro estudio también dialoga con una literatura creciente sobre la nacionalización de los partidos, que estudia los procesos históricos de implantación, desarrollo y consolidación, articulación e integración de los sistemas de partidos (Lipset & Rokkan, 1967; Stokes, 1967; Caramani, 2004; Morgenstern, 2017). En sintonía con esta línea de investigación, consideramos que la heterogeneidad espacial de las distintas fuerzas tiene implicaciones importantes para la coordinación estratégica entre los partidos y los votantes, refleja las raíces socioterritoriales de los vínculos partidistas y se traduce en configuraciones geográficamente diferenciadas de competición interpartidista. En el caso de México, la literatura muestra que el tripartidismo transicional resultó de la combinación de dos patrones subnacionales distintos, con formatos bipartidistas de competición PRI-PAN en el Norte, Occidente y Golfo de México, y PRI-PRD en el Centro y el Sureste del país (Klesner, 2007; Baker, 2009; Harbers, 2017). A su vez, Johnson & Cantú (2020) sostienen que tanto el PRI -como ahora Morena- están altamente nacionalizados, mientras que el PAN y el PRD se caracterizan por patrones más regionalizados.
Por sus fines comparativos, estas investigaciones se enfocan generalmente en el nivel nacional. Desarrollan indicadores sofisticados para medir la evolución temporal de los componentes locales y nacionales de la política electoral con el objetivo de entender los procesos de articulación horizontal e integración vertical de los sistemas, pero rara vez indagan en sus dimensiones propiamente geográficas (Dosek, 2015; Harbers, 2017). Al profundizar en las distintas configuraciones regionales del sistema de partidos mexicano, nuestro estudio exploratorio agrega una perspectiva espacial y muestra la importancia de considerar las dimensiones socioterritoriales del voto para comprender sus transformaciones.
Finalmente, el país atraviesa por un ciclo de intensa polarización política. Esta se inscribe en una tendencia global y está generando una amplia literatura comparada que busca entender los efectos de los distintos tipos de polarización sobre la gobernanza democrática (McCoy & Somer, 2019; Carothers & O'Donohue, 2019; Schedler, 2023). El incremento de la polarización "perniciosa" en México resulta intuitivo cuando se analizan los discursos e interacciones entre las élites partidistas (Sarsfield, 2023; Aguilar Rivera, 2022; Peterson & Somuano, 2021; Elizondo, 2021). Desde su toma de posesión, el presidente se dirige cotidianamente a la Nación mediante conferencias "mañaneras" de prensa, en las cuales señala personalmente a sus críticos que retrata como un solo bloque conservador (Muñiz, 2021). A su vez, los principales partidos de oposición se han unificado tácticamente en torno a un rechazo categórico de todas las políticas impulsadas por la "Cuarta Transformación" (4T). Ello los ha llevado a conformar una gran coalición que desdibuja sus programas y debilita aún más los vínculos que los identificaron con sus electores durante décadas (Sánchez & Greene, 2021). Por ende, entre la clase política y los líderes de opinión, en redes sociales y en los medios de comunicación, predomina la narrativa de un país dividido en dos polos irremediablemente enfrentados y opuestos.
Sin embargo, aún no está claro cuán arraigada está la polarización en la sociedad. Estudios recientes basados en encuestas y/o en diseños experimentales han encontrado evidencias de ello en las actitudes e identidades políticas de los electores. En México, Alejandro Moreno (2022 y 2024) ha documentado tendencias de polarización ideológica que se observan en la autoubicación en la escala izquierda-derecha, en la aprobación presidencial y en la evaluación de la 4T. A su vez, Rodrigo Castro-Cornejo (2022) sostiene que el rechazo del PRI y del PAN contribuye a explicar el voto por AMLO en 2018, confirmando con ello la hipótesis de la polarización afectiva de los votantes.
Desde una perspectiva distinta, Rodolfo Sarsfield (2023) también encuentra evidencia de polarización afectiva en su análisis de las narrativas políticas que circulan en Facebook.
En otro artículo reciente de investigación, analizamos las elecciones locales de 2021 en la Ciudad de México, el caso más enigmático de polarización socioterritorial del voto desde las presidenciales de 2006 (Sonnleitner, 2024). En efecto, la política capitalina se caracteriza por un doble proceso, de creciente concentración espacial de electorados con preferencias partidistas divergentes y con características sociodemográficas diferenciadas, que se agrupan en polos socioterritoriales cada vez más distanciados y opuestos. Ambas dimensiones pueden ser medidas con dos indicadores complementarios que cuantifican la extensión geográfica y la profundidad del arraigo social de la polarización del voto.4 Sin embargo, si bien encontramos evidencia de este tipo de polarización en la escala de las secciones electorales, tanto en la capital como en algunas otras áreas metropolitanas, este fenómeno no se observa en todo el país. En el presente trabajo, replicamos el mismo análisis a nivel nacional, en la escala de los distritos electorales (véase el apartado sobre la polarización, y la ilustración 5). Para reconstruir la evolución histórica de las bases socioterritoriales del sistema de partidos mexicano, elaboramos un conjunto de mapas acompañados de gráficas y de cuadros sintéticos, mediante la combinación de herramientas complementarias de cartografía descriptiva, análisis espacial exploratorio, modelos de regresión y de clasificación jerárquica (Waniez, 1999; Minville & Souiah, 2003; Anselin & Rey, 2014). Esto nos permite analizar la distribución espacial de los partidos, situar sus distintos electorados, explorar sus perfiles sociodemográficos y construir regionalizaciones que sintetizan las principales configuraciones de los distintos patrones territoriales de competición interpartidista. De esta forma, podemos observar que el PRI, el PAN y el PRD lograron arraigarse al desarrollar bases socioterritoriales estructuradas y relativamente estables entre 1991 y 2015. Esta geografía del tripartidismo transicional servirá como referencia para contrastar las geografías electorales que emergieron tras el tsunami de 2018, para situar las principales rupturas y continuidades, así como para ponderar los niveles de fragmentación y de polarización socioterritorial del voto.
En aras de obtener una visión comprensiva de la geografía electoral nacional, agregamos los resultados seccionales de las elecciones legislativas federales entre 1991 y 2021 en la escala de los 300 distritos uninominales5. Por sus características particulares, los comicios para diputados proporcionan un buen indicador del arraigo geográfico de los partidos en las últimas tres décadas6. Este nivel analítico tiene ventajas importantes: permite estudiar el voto en una escala mucho más fina que la de los 32 estados, sin perderse en la especificidad de los 2,469 municipios, ni en la diversidad extrema de las 67 mil secciones electorales7. Los distritos tienen un peso demográfico equilibrado porque fueron concebidos para garantizar una representación equitativa según el principio "una cabeza, un voto": cuanto más extensos son geográficamente, menos están densamente poblados; cuanto más se reduce su tamaño, más incrementa su densidad demográfica. Ello permite distinguir fácilmente las zonas rurales y dispersas de los principales polos urbanos que estructuran cada región. Para hacer visible la composición interna de las principales zonas metropolitanas, estas se reproducen en zoom en los mapas.
Este enfoque también presenta importantes limitaciones metodológicas. Un mapa siempre es un reductor de complejidad (Sonnleitner, 2013). En este caso, los mapas distritales invisibilizan las ciudades con menos de 400 mil habitantes y diluyen la diversidad de los espacios rurales con población dispersa. Por ende, cabe destacar la heterogeneidad interna de estos territorios: los promedios analizados captan las dinámicas agregadas de estas unidades geográficas, pero no permiten extraer conclusiones sobre los municipios, las secciones, ni mucho menos sobre sus residentes individuales. Cabe prevenirse de entrada de las ilusiones de la famosa "falacia ecológica" -sin caer en la trampa opuesta de la "falacia atomística"-: nuestros análisis se refieren exclusivamente a estos 300 distritos electorales; sus características políticas y sociodemográficas importan en sí mismas; no buscamos ni pretendemos establecer inferencias sobre las dimensiones individuales de los comportamientos políticos, distintas e igualmente importantes para entender el voto.
Es bien sabido que, como lo subrayó W.S. Robinson (1950), los datos agregados en alguna escala territorial no permiten hacer inferencias estadísticas válidas sobre otras escalas y no deben ser interpretados en el nivel individual ["falacia ecológica"]. Lo mismo aplica para la "falacia atomística", menos conocida e incluso más frecuente, que consiste en asumir que todos los procesos sociales dependen exclusivamente de comportamientos individuales (Subramanian et al., 2009). De ahí la necesidad de considerar los "Problemas de la Unidad Áreal Modificable" [MAUP] y de ponderar, siempre, los efectos que tienen sobre el análisis la escala y el nivel de agregación de los datos (Openshaw, 1983). En este caso, todos nuestros hallazgos se refieren únicamente a los territorios enmarcados en los distritos federales que estuvieron vigentes en 2018 y 2021.
Con estas precauciones metodológicas, el análisis socioterritorial del voto desde 1991 permite estudiar la amplitud de los cambios catalizados por la alternancia presidencial a la luz del ciclo electoral más reciente, sin subestimar las continuidades geográficas e históricas que siguen marcando el sistema de partidos actual.
II. Un nuevo ciclo electoral (2018-2023): ¿Hacia una nueva era política?
En julio de 2018, México experimentó un potente tsunami electoral. Como consecuencia del derrumbe de los partidos políticos que se venían alternando en el poder desde el inicio de la transición democrática, una ola masiva de descontento llevó a la Presidencia a un candidato que prometía un cambio con el pasado (Sonnleitner, 2020). La metáfora del tsunami -que otros han conceptualizado como un landslide ["derrumbe"] (Moreno, 2022)- capta la magnitud y el carácter súbito, disruptivo e inesperado del quiebre del sistema tripartidista: después de aglutinar entre 94% y 82.7% del voto en las cuatro presidenciales previas, los candidatos del PRI, del PAN y del PRD apenas sumaron 35.1% en 2018, mientras que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) captó 53.2% del sufragio bajo las siglas de Morena-PT-PES -el porcentaje más elevado registrado desde 1982-. Beneficiándose del arrastre presidencial, las candidaturas de Juntos Haremos Historia (JHH) conquistaron cinco de las nueve gubernaturas y obtuvieron la mayoría en el Congreso de la Unión.8
La alternancia presidencial dio así inicio a un nuevo ciclo electoral, que reconfiguró profundamente las bases del sistema de partidos en el ámbito subnacional. Entre 2019 y 2023, se renovaron las 23 gubernaturas restantes, así como el conjunto de los ayuntamientos y Congresos locales; además, se realizó una consulta popular en agosto de 2021 y un ejercicio de revocación presidencial en abril de 2022. En los comicios para gobernadores, los avances de Morena se asemejan a los de una aplanadora: tras conquistar las gubernaturas de Chiapas, Morelos, Tabasco, Veracruz y la Ciudad de México en 2018, sus candidatos ganaron las de Baja California y Puebla en 2019, antes de apoderarse de once de las quince que se disputaron en 2021 (Campeche, Colima, Guerrero, Michoacán, Nayarit, Sinaloa, Baja California, Baja California Sur, Sonora, Tlaxcala y Zacatecas); el año siguiente, Morena conquistó cuatro gubernaturas más (Hidalgo, Oaxaca, Tamaulipas y Quintana Roo), antes de arrebatarle al PRI la del Estado de México en 2023. En cinco años, un partido que solo había obtenido obtenido 7.8% del voto en su primera participación en 2015 pasó a gobernar 21 de las 32 entidades federadas, ejerciendo con ello el control ejecutivo sobre el 68% de la población y el 65% del PIB nacionales.9
En contraste con este nivel de gobierno -en el cual la coalición gobernante cuenta ahora con una fuerza similar a la que tuvo el PRI al finalizar el sexenio de Ernesto Zedillo (Integralia, 2023b)-, el arraigo territorial de Morena se reduce considerablemente en el nivel local. En 2018, las alianzas parciales que registró con distintos partidos fueron exitosas en 142 de los 1,612 comicios municipales, lo que, gracias a las coaliciones conformadas desde 2015, le permitió presidir 335 ayuntamientos a partir de entonces (Navarrete Vela, 2018). Según los datos del ciclo electoral más reciente que recopilamos para esta investigación, entre 2021 y 2023 sus candidatos ganaron 490 presidencias municipales (24% de las 2,039 que tuvieron elecciones), gobernando ahora a 23% de la población total (cuadro 1).
AYUNTAMIENTOS | MORENA | PT | PVEM | PAN | PRI | PRD | MC | Otros | JHH | FPM | Validos | Nulos | Total | LN |
Total de Votos | 13,381,475 | 1,714,360 | 2,697,441 | 8,298,516 | 8,071,991 | 1,850,597 | 3,732,745 | 6,056,381 | 18,015,155 | 19,113,314 | 46,917,595 | 1,333,638 | 46,315,260 | 93,299,838 |
% Validos | 28.5% | 3.7% | 5.7% | 17.7% | 17.2% | 3.9% | 8.0% | 12.9% | 38.4% | 40.7% | 2.8% | Participación | 51.7% | |
% Emitidos | 27.7% | 3.6% | 5.6% | 17.2% | 16.7% | 3.8% | 7.7% | 12.6% | 37.3% | 39.6% | 2.8% | |||
% Inscritos | 14.3% | 1.8% | 2.9% | 8.9% | 8.7% | 2.0% | 4.0% | 6.5% | 19.3% | 20.5% | 1.4% | |||
Total de Presidencias | 490 | 106 | 152 | 315 | 465 | 117 | 135 | 257 | 748 | 899 | 2,039 | NEPEL | 5.2 | |
% Presidencias | 24.0% | 5.2% | 7.5% | 15.4% | 22.8% | 5.7% | 6.6% | 12.6% | 36.7% | 44.1% | 1 | NEP-AYU | 6.0 | |
Diputados | MORENA | PT | PVEM | PAN | PRI | PRD | MC | Otros | JHH | FPM | Validos | Nulos | Total | LN |
Total de Votos | 15,068,936 | 1,848,008 | 2,761,869 | 8,397,044 | 8,427,002 | 1,879,518 | 3,524,262 | 5,282,364 | 19,678,813 | 18,703,564 | 47,189,003 | 1,569,023 | 48,758,026 | 93,449,641 |
% Validos | 31.9% | 3.9% | 5.9% | 17.8% | 17.9% | 4.0% | 7.5% | 11.2% | 41.7% | 39.6% | 3.2% | Participación | 52.3% | |
% Emitidos | 30.9% | 3.8% | 5.7% | 17.2% | 17.3% | 3.9% | 7.2% | 10.8% | 40.4% | 38.4% | 3.2% | |||
% Inscritos | 16.2% | 2.0% | 3.0% | 9.0% | 9.0% | 2.0% | 3.8% | 5.7% | 21.1% | 20.0% | 1.7% | |||
Total de Escaños | 410 | 68 | 61 | 213 | 177 | 54 | 57 | 73 | 539 | 444 | 1,113 | NEPEL | 5.3 | |
% Escaños | 36.8% | 6.1% | 5.5% | 19.1% | 15.9% | 4.9% | 5.1% | 6.6% | 48.4% | 39.9% | 100.0% | NEPLEG | 4.6 |
Fuente: Elaboración propia a partir de datos compilados por el Instituto Nacional Electoral, los cómputos de la votación y los acuerdos de los Consejos Generales de los OPLES para la repartición de diputaciones de representación proporcional y los datos recopilados por el Centro de Estudios de la Democracia y Elecciones (CEDE) de la UAM. Para un desglose por entidad, véase loscuadros 6y7en losanexos.
Estos desfases notables entre niveles de gobierno resultan de estrategias dispares de alianza, potenciadas por la popularidad personal y por la capacidad elecciones), gobernando ahora a 23% de la población de coordinación de los distintos candidatos y campañas, así como por los efectos reductores del sistema electoral que benefician a las principales fuerzas de cada entidad. Por ende, las elecciones legislativas cada entidad. Por ende, las elecciones legislativas proporcionan un indicador menos sesgado del arraigo territorial efectivo de cada partido, revelando geografías crecientemente plurales y fragmentadas. En 2018, Morena captó 37.3% del voto y 50.4% de las diputaciones federales, gracias a los convenios de coalición que estableció con el PT y el PES (Murayama, 2019). Tres años después, obtuvo 34.1% del voto y 39.6% de los escaños en las legislativas de medio mandato, perdiendo la mayoría en la Cámara de Diputados. Las elecciones para los Congresos estatales se caracterizan por una mayor dispersión. Según los datos sistematizados por Enrique Acosta para este trabajo, Morena captó 30.9% de los votos en el ciclo más reciente, lo que le permitió conquistar 36.7% de los 1,113 escaños locales: en noviembre de 2023, solo contaba con mayorías absolutas en cinco entidades y requería de otros partidos para contar con gobiernos unificados en trece estados más (cuadro 1 y Anexos).
La fuerza estructural de Morena también puede observarse en términos absolutos. Mientras que AMLO obtuvo 30 millones 113 mil votos en las presidenciales de 2018, su partido captó 20 millones 969 mil en las legislativas concomitantes, antes de sumar 16 millones 760 mil sufragios en las intermedias de 2021 (cuando la participación electoral fue inferior). Asimismo, su capacidad de movilización se reflejó en la consulta popular de agosto de 2021 y en el plebiscito de revocación de mandato de abril de 2022: en la primera participaron 6 millones 662 mil ciudadanos -de los cuales 6 millones 510 mil respondieron de forma afirmativa a la pregunta planteada-; en el segundo participaron 16 millones 502 mil -entre los cuales 15 millones 159 mil manifestaron su apoyo para que el mandatario "siga en la Presidencia de la República"-.10
Se observa así un fuerte contraste entre el voto mayoritario que aglutinó AMLO en las presidenciales de 2018 y el respaldo que este obtuvo luego en el plebiscito de 2022, así como entre la expansión sostenida de Morena en las gubernaturas y sus avances más moderados en los ayuntamientos y los Congresos locales. Por ende, la importancia de las coaliciones no ha dejado de crecer y su papel decisivo quedó demostrado en las elecciones de Coahuila y del Estado de México, que concluyeron este ciclo en 2023: mientras que Gómez ganó la gubernatura mexiquense con una ventaja de 8.3 puntos -gracias al apoyo del Verde y del PT11-, en Coahuila Guadiana no logró sumar aliados y obtuvo cinco puntos menos que los candidatos de Morena en las legislativas locales (27%).
En su conjunto, estos últimos comicios proporcionan datos valiosos para analizar la reconfiguración actual del sistema de partidos mexicano. ¿Hasta qué punto la ola de repudio que arrasó con el tripartidismo en 2018 rompió los clivajes socioterritoriales que le dieron estabilidad desde 1991? ¿Cómo han evolucionado las bases de Morena desde su primera participación en 2015, y qué relación guardan estas con los patrones de movilización de la consulta de 2021 y el revocatorio de 2022? ¿Cuán polarizada está la geografía del voto que resurgió durante las legislativas de medio mandato, tras el reflujo de las aguas torrenciales levantadas por el tsunami electoral?
III. ¿Qué queda del tripartidismo a tres años del tsunami?
En pocos ámbitos la magnitud de los cambios catalizados por la 4T ha sido tan impactante como en la arena electoral. Súbitamente, un sistema de partidos que se consideraba como uno de los más estables e institucionalizados de Latinoamérica (Greene & Sánchez, 2018) se desvaneció, cediendo la posición central a una coalición heterogénea de creación reciente. Queda por ver cuán duraderas resultarán las mutaciones en curso, producto de una desafección generalizada con los partidos y de alianzas inconsistentes que seguirán alimentando la desconfianza hacia las élites gobernantes y se reflejarán en nuevas transferencias de votos -estratégicos y negativos, cruzados e intermitentes-.
La reconfiguración del sistema de partidos entre 2015 y 2021
Con todo y su carácter igualmente transitorio, las elecciones legislativas de medio mandato proporcionan valiosos insumos para ponderar los alcances del cambio y las continuidades con los procesos previos. Analicemos la reconfiguración nacional del sistema de partidos entre 2015 y 2021. En contraste con la bipolarización que prevalece en el debate político, los comportamientos electorales de la ciudadanía no se concentraron y se siguen caracterizando por un elevado nivel de fragmentación. Tras haber obtenido 3.3 millones de votos en 2015, Morena aglutinó 20.9 millones en las elecciones legislativas y 25.2 millones en las presidenciales de 2018; conservó 16.8 millones en 2021, confirmándose como la primera fuerza partidista con el 34.1% del sufragio emitido. Lejos detrás, sus principales rivales captaron menos de 9 millones de votos. Como socios de un conjunto confuso de alianzas parciales, el PAN (18.3%) y el PRI (17.7%) se disputaron el segundo lugar, muy por delante del PRD, que apenas obtuvo 1.8 millones de votos (3.6%) y fue desplazado a un lejano sexto lugar. Seis partidos más se dividieron el resto de los votos (cuadro 2).
Partido | Votación 2015 (Legislativa) | Votación 2018 (Legislativa/ Presidencial) | Votación 2021 (Legislativa) | % Votación emitida 2015 | % Votación emitida 2018 (Legislativa/ Presidencial) | % Votación emitida 2021 | % inscritos 2015 | % inscritos 2018 (Legislativa/ Presidencial) | % inscritos 2021 | |||
MORENA | 3,346,349 | 20,972,573 | 25,186,577 | 16,759,917 | 8.4 | 37.3 | 44.5 | 34.1 | 4.0 | 23.5 | 28.3 | 18.0 |
PAN | 8,379,502 | 10,096,588 | 9,996,514 | 8,969,288 | 21.0 | 17.9 | 17.7 | 18.3 | 10.0 | 11.3 | 11.2 | 9.6 |
PRI | 11,638,675 | 9,310,523 | 7,677,180 | 8,715,899 | 29.2 | 16.5 | 13.6 | 17.7 | 13.9 | 10.4 | 8.6 | 9.3 |
PRD | 4,335,745 | 2,967,969 | 1,602,715 | 1,792,700 | 10.9 | 5.3 | 2.8 | 3.6 | 5.2 | 3.3 | 1.8 | 1.9 |
PVEM | 2,758,152 | 2,695,405 | 1,051,480 | 2,670,997 | 6.9 | 4.8 | 1.9 | 5.4 | 3.3 | 3.0 | 1.2 | 2.9 |
PT | 1,134,447 | 2,211,753 | 3,396,805 | 1,594,828 | 2.8 | 3.9 | 6.0 | 3.2 | 1.4 | 2.5 | 3.8 | 1.7 |
MC | 2,431,923 | 2,485,198 | 1,010,891 | 3,449,982 | 6.1 | 4.4 | 1.8 | 7.0 | 2.9 | 2.8 | 1.1 | 3.7 |
Otros | 3,669,199 | 2,745,317 | 2,091,294 | 3,438,143 | 9.2 | 4.9 | 3.7 | 7.1 | 4.4 | 3.1 | 2.3 | 3.7 |
Independientes | 225,500 | 539,347 | 2,961,732 | 44,311 | 0.6 | 1.0 | 5.2 | 0.1 | 0.3 | 0.6 | 3.3 | 0.1 |
Válidos | 37,919,492 | 54,024,673 | 54,975,188 | 47,436,065 | 95.1 | 96.0 | 97.2 | 96.5 | N/A | N/A | N/A | N/A |
Nulos | 1,953,265 | 2,275,574 | 1,635,839 | 1,715,255 | 4.9 | 4.0 | 2.8 | 3.5 | 2.4 | 2.6 | 1.8 | 1.8 |
Total | 39,872,757 | 56,300,247 | 56,611,027 | 49,151,320 | 100.0 | 100.0 | 100.0 | 100.0 | 47.8 | 63.1 | 63.4 | 52.7 |
Inscritos | 83,563,190 | 89,123,355 | 89,123,355 | 93,328,771 | ||||||||
NEPEL | 5.7 | 4.4 | 2.6 | 5.2 | ||||||||
Partido | Escaños MR/RP (2015) | Totales | % de escaños (2015) | Escaños MR/RP (2018) | Totales | % de escaños (2018) | Escaños MR/RP (2021) | Totales | % de escaños (2018) | |||
MORENA | 14 | 21 | 35 | 7.0 | 106 | 85 | 191 | 38.2 | 122 | 76 | 198 | 39.6 |
PAN | 56 | 53 | 109 | 21.8 | 40 | 41 | 81 | 16.2 | 73 | 41 | 114 | 22.8 |
PRI | 155 | 48 | 203 | 40.6 | 7 | 38 | 45 | 9.0 | 31 | 40 | 71 | 14.2 |
PRD | 34 | 27 | 61 | 12.2 | 9 | 12 | 21 | 4.2 | 6 | 8 | 14 | 2.8 |
PVEM | 29 | 18 | 47 | 9.4 | 5 | 11 | 16 | 3.2 | 31 | 12 | 43 | 8.6 |
PT | 0 | 0 | 0 | 0.0 | 58 | 3 | 61 | 12.2 | 30 | 7 | 37 | 7.4 |
MC | 10 | 15 | 25 | 5.0 | 17 | 10 | 27 | 5.4 | 7 | 16 | 23 | 4.6 |
Otros | 2 | 18 | 20 | 4.0 | 58 | 0 | 58 | 11.6 | 0 | 0 | 0 | 0.0 |
Total | 300 | 200 | 500 | 100.0 | 300 | 200 | 500 | 100.0 | 300 | 200 | 500 | 100.0 |
NEPLEG | 4.1 | 4.7 | 4.1 |
Fuente: Elaboración propia con datos de los cómputos distritales del INE.
Tanto Movimiento Ciudadano (que obtuvo el 7% con 3.4 millones de votos) como el PVEM (que obtuvo el 5.4% con 2.7 millones) consolidaron su presencia y conquistaron sus segundas gubernaturas en Nuevo León y en San Luis Potosí. Con 1.6 millones (3.2%), el PT también alcanzó el umbral legal y cuenta con una bancada legislativa, a diferencia de los otros tres partidos que perdieron sus registros nacionales. Considerando a los abstencionistas y a los votos nulos, Morena movilizó a uno de cada seis inscritos (18%), mientras que el PAN (9.5%) y el PRI (9.3%) captaron a menos de uno de cada diez empadronados (cuadro 2).
Estos resultados ponen de manifiesto la fragmentación persistente del electorado. Tras haber alcanzado un promedio de 5.7 fuerzas relevantes en 2015, el Número Efectivo de Partidos Electorales se redujo puntualmente a 2.6 en las elecciones presidenciales y a 4.4 en las legislativas de 2018, pero incrementó de nuevo a 5.2 fuerzas en 2021. Se trata de una configuración partidista muy dispersa, similar a la que prevalecía justo antes del tsunami, totalmente distinta a la del período de partido hegemónico cuando dicho número era inferior a 1.7. El multipartidismo fragmentado perdura. Los efectos del desalineamiento resultaron ser duraderos. El tripartidismo pertenece al pasado.
Observemos ahora cómo se distribuyeron territorialmente los siete partidos que accedieron a la representación legislativa, antes de analizar las principales configuraciones en las que éstos compitieron regionalmente. Para situar estas geografías electorales emergentes en una perspectiva histórica, resulta útil contrastarlas con los promedios que obtuvieron los principales partidos desde 1991. Como veremos, las grandes tendencias se caracterizan por el declive continuo de la fuerza central, el PRI (que pierde su perfil socioterritorial tradicional); por la contracción del PAN (que se repliega en sus bastiones tradicionales); por la desintegración del PRD después de 2012 (cuyos sectores inconformes lo abandonan en masa para sumarse a Morena); así como por la expansión de otros tres partidos "menores" que logran arraigarse: el PVEM, MC y el PT. El crecimiento exponencial de Morena a partir de 2015 es el producto del conjunto de estos cambios.
El ocaso del tripartidismo transicional
Contrastemos ahora las configuraciones territoriales del tripartidismo transicional con las geografías que surgen tras su ocaso. El primer mapa de la ilustración 1 sintetiza los principales clivajes territoriales que estructuraron el voto entre 1991 y 2015. Mientras que el PAN se consolidó en los principales centros urbanos del Norte y El Bajío, en el Puerto de Veracruz y en Mérida, los bastiones del PRD se concentraron en la Ciudad de México, en contraste con los bastiones del PRI, eminentemente dispersos y rurales. En torno a estos polos, la competición electoral se estructuró de forma bipartidista, ya sea entre el PRI vs. el PAN (en el Norte, Occidente y la Península de Yucatán), ya sea entre el PRI vs. el PRD (en el Sureste y en Tabasco). Tan solo en 46 distritos los tres partidos contaban con bases competitivas, por ejemplo, en Baja California Sur, Michoacán, el Valle de México y Morelos.
Los cuatro mapas que componen la ilustración 1 permiten analizar la reconfiguración geográfica de este sistema tripartidista. El PAN destaca por una notable continuidad: se recupera en sus bastiones tradicionales del Norte y El Bajío, pero pierde terreno en la Frontera Norte, en la Costa del Pacífico y en el Golfo de México. El PRI, en cambio, sufre un fuerte deterioro y solo resiste en seis estados. El PRD apenas logra sobrevivir: desaparece virtualmente en todo el Norte, en buena parte del Sureste e incluso en sus bastiones históricos de la Ciudad y del Valle de México, lo que le hace perder casi el conjunto de sus bases urbanas; tan sólo conserva presencia significativa en 20 distritos, situados en las zonas rurales de Michoacán y Guerrero, en los distritos indígenas de Papantla, Tantoyuca y Zongolica, y en la zona petrolera de Poza Rica y Minatitlán en Veracruz, así como de Comalcalco y Cárdenas en Tabasco.
El PRI logró mantenerse como la fuerza central del sistema transicional hasta 2015. Al concluir el sexenio de Peña Nieto, la mitad de sus bases lo abandona: toca fondo en 2018 y apenas se recupera en 2021. Esta desbandada es generalizada pero particularmente dramática en el Norte (ambas Bajas Californias, Chihuahua, Durango y Nayarit), el Golfo de México (Tamaulipas, Veracruz y Tabasco) y las zonas rurales de Puebla y del Sureste (Quintana Roo, Yucatán y Chiapas, con excepción de Mérida y San Cristóbal de las Casas), en 93 distritos donde el tricolor pierde más de 30 puntos porcentuales. Aquí, sus bases tradicionales lo abandonan y transfieren masivamente sus votos hacia Morena.
El Revolucionario Institucional tan sólo resiste en 71 distritos donde conserva más del 25% de la votación. Éstos están situados en tres estados que siempre había gobernado (Estado de México, Coahuila y Durango), desbordando hacia algunos distritos de entidades vecinas (ubicados en Monterrey y Nuevo León, en Sinaloa, Chihuahua y Zacatecas, en Guerrero e Hidalgo, en Oaxaca, Campeche y Yucatán). Sobresale Coahuila, donde sus pérdidas son más limitadas y aún supera un tercio del voto en Torreón y Saltillo. También conserva presencia en algunas regiones indígenas, empezando por Los Altos de Chiapas y el distrito limítrofe de Bochil; asimismo, supera el 25% del voto en otros distritos indígenas de Yucatán, Campeche, Oaxaca y la Huasteca poblana e hidalguense.
Más allá de la magnitud de su derrumbe, subrayemos la transformación profunda del electorado tricolor. Históricamente, éste tenía sus bastiones más sólidos en zonas marginadas y rurales, donde contaba con el apoyo masivo -aunque cada vez menos incondicional- de sus bases corporativas, organizadas por sus poderosas centrales y confederaciones sindicales. En 2021, el PRI adquiere por vez primera un perfil indiferenciado en términos sociodemográficos, al ser abandonado por muchas de sus bases rurales.
En contraste con las rupturas generadas por el colapso del PRD y del PRI, uno de los elementos más importantes de continuidad se deriva de la resistencia del PAN. Sin duda, sus resultados más recientes (19% en 2021) son muy inferiores a su promedio histórico (28.1%) y matizan sus victorias en muchas alcaldías de la Ciudad de México y en dos gubernaturas que ya gobernaba (Chihuahua y Querétaro). No obstante, se trata del único partido que cuenta ahora con bases añejas que se apoyan en identidades políticas territorialmente arraigadas y estables. Con todo y el cambio, la geografía del voto panista en 2021 se sigue relacionando fuertemente con la del voto de Vicente Fox en el 2000 [r=+0.654], Felipe Calderón en 2006 [+0.694] y Josefina Vázquez Mota en 2012 [+0.650], alcanzando una correlación de +0.723 con el promedio que obtuvo entre 1991 y 2015.
Como se observa en la ilustración 1, Acción Nacional sigue captando más de una cuarta parte del voto en muchos de sus bastiones tradicionales del Norte, El Bajío, el llamado "Corredor Azul" del Estado de México, el oriente de la Ciudad de México y Yucatán, donde ha logrado conservar una sólida presencia territorial. También llama la atención su recuperación en la parte central de Chihuahua, en Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro, así como su crecimiento más reciente en Tamaulipas y Baja California Sur. En contraste, el blanquiazul pierde mucha fuerza en Baja California y en Sonora, Sinaloa, Jalisco, Colima, San Luis Potosí y Campeche, entidades que gobernó en el pasado, pero donde ha sido desplazado por otras fuerzas partidistas.
La fragmentación creciente del sistema de partidos
La segunda fuente de inercia histórica es menos visible e intuitiva, pero quizás más importante para la reconfiguración del sistema de partidos emergente: hasta hace poco, los otros partidos se consideraban en México como fuerzas "menores" sin peso ni incidencia propias. El sesgo de esta visión resultó evidente en 2021, ya que en su conjunto éstos captaron una cuarta parte del electorado. Lejos de ser residual, el incremento constante de este voto alternativo se inscribe en la continuidad de una tendencia añeja de fragmentación partidista y de descomposición política.
Por mucho tiempo, los avances coyunturales de estos partidos se producían al apostarles en elecciones locales a candidatos populares que no obtenían la postulación en sus partidos de origen. Sin embargo, al menos tres de ellos han logrado arraigarse y dotarse de bases estables, por lo que tienen una distribución geográfica peculiar y una presencia creciente en varias regiones bien localizadas, que les otorga un papel crucial en centenas de municipios y en al menos 60 distritos legislativos federales.
Desde 2015, Movimiento Ciudadano cuenta así con una presencia notable en Mexicali, Monterrey, Durango y Cancún, así como en quince distritos situados en Guadalajara, Puerto Vallarta, Ciudad Victoria y Tampico, donde suma entre 25% y 49% del voto. En 2018, apoya la candidatura presidencial del panista Ricardo Anaya, pero también impulsa candidaturas propias que le permiten conquistar nuevos municipios y la gubernatura de Jalisco, bajo el liderazgo de Enrique Alfaro. Tres años después, MC no solo consolida su presencia en esta entidad, sino que logra extenderse a Nuevo León (donde su joven candidato, Samuel García, gana la gubernatura y sucede al polémico gobernador independiente, "El Bronco"). También se implanta en Campeche, Nayarit, Sonora, Chihuahua y Veracruz, donde pudiera crecer en el futuro.
Gracias a una estrategia pragmática de coaliciones nacionales, regionales y locales, el PVEM también ha logrado crecer desde su primera fundación en 1986. Invisibilizada por la estructura de la boleta hasta 2006 (que no permitía distinguir entre partidos coaligados), su fuerza puede observarse en los comicios municipales y, desde 2009, en las legislativas federales. En 2012, conquista la gubernatura de Chiapas bajo el liderazgo del joven Senador Manuel Velasco Coello, transformándose en la primera fuerza del estado. Pese a un reflujo significativo en 2018, cuando su ruptura con el PRI le hace perder la gubernatura de Chiapas, el PVEM reafirma su presencia en 2021, sobre todo en la Selva Lacandona y en la región ganadera del estado. Al registrar la candidatura del antiguo alcalde perredista de Soledad Graciano de Sánchez, Ricardo Gallardo, conquista la gubernatura de San Luis Potosí y mantiene una presencia importante en diecinueve distritos más, situados en las zonas colindantes del Norte de Veracruz y Guanajuato, en Guadalupe Victoria (Durango), en Colima, Jalisco, Michoacán y el Estado de México, en Ayutla de los Libres (Guerrero) y en Macuspana (Tabasco), donde obtiene más del 10% de los sufragios.
Algo similar sucede con el Partido del Trabajo, que ha tenido una presencia territorial más discreta pero constante desde su fundación en 1990. Gracias a una serie de coaliciones estratégicas con el PRD -y luego con Morena a partir de 2015-, éste logra conservar su registro y gobierna decenas de municipios. Sus bastiones conforman un reducido archipiélago a lo largo de la república y provienen de tiempos remotos, cuando sus dirigentes reivindicaban la doctrina maoísta (pero cultivaban lazos con políticos priístas) y sus militantes hacían trabajo de base en regiones indígenas. En 2021, el PT capta más del 10% del sufragio en varios distritos de Chiapas, la Mixteca Oaxaqueña y la Montaña de Guerrero, en Zacatecas, San Martín Texmelucan (Puebla) y Guaymas (Sonora).
Los tres partidos restantes, afines todos al presidente López Obrador, recibieron cada uno menos del 3%; perdieron su registro legal y agrupamos sus votos en una categoría residual. Sus electorados quedaron por lo pronto huérfanos, pero pueden adquirir peso si nuevos liderazgos logran conectarse con ellos. En su conjunto, estos segmentos representan más del 10% en 63 distritos (y rebasan el 20% en once de ellos), situados en Baja California, Morelos y Quintana Roo, así como en amplias zonas de Jalisco, Puebla, Veracruz y Chiapas (Las Margaritas), incluyendo centros urbanos como Nogales (Sonora), Ciudad Valles (San Luis Potosí) y Cancún, las capitales de Durango y Nayarit.
El papel que juegan ahora todos estos partidos en la política nacional dista mucho de ser secundario. Además de su peso crucial en varias regiones y entidades, donde sus votos resultan indispensables para construir alianzas ganadoras, aprobar leyes y presupuestos, su importancia radica en que, de acuerdo a la ley vigente, sólo se pueden crear nuevos partidos en el año posterior a las elecciones presidenciales. Dadas las exigencias económicas para postularse como candidatos independientes, los aspirantes a cargos públicos suelen recurrir a algún partido existente para poder competir.
Expansión y estructuración socioterritorial de Morena (2015-2022)
El colapso del tripartidismo y la reconfiguración de los distintos electorados no solo permiten explicar el crecimiento exponencial de Morena -que pasa del 8.4% al 37.3% del voto entre 2015 y 2018, antes de obtener el 34.1% en 2021-, sino que ponen de manifiesto su heterogeneidad socioterritorial: su composición geográfica y sociodemográfica es la de una coalición "atrápalo-todo" (Navarrete Vela, 2020; Rosiles, 2021). La ilustración 3 refleja su capacidad estructural de movilización mediante la proporción de sus votos en relación al total de ciudadanos inscritos, e ilustra las principales dinámicas de implantación, expansión y estructuración territorial de este partido-movimiento desde su creación.
Los resultados de Morena durante su primera participación como partido, en 2015, resultan intuitivos y permiten ubicar las regiones en las cuales se producen las primeras transferencias masivas de votos desde el PRD. Sin sorpresa, el nuevo partido surge con fuerza en la Ciudad de México, en Texcoco y Valle de Chalco (Estado de México), así como en Comalcalco y Villahermosa (Tabasco), donde moviliza de entrada a más del 10% de los inscritos. Su presencia se extiende entonces a otros 150 distritos adicionales donde supera el 2.5%: éstos se sitúan sobre todo en ciudades importantes del Norte (Tijuana, Mexicali, Ciudad Juárez y Chihuahua), del Centro (en los Valles de México, Toluca, Puebla y Cuernavaca) y del Sureste del país (particularmente en Veracruz y Oaxaca, pero también en Campeche, Mérida, Quintana Roo y Chiapas). Es a partir de estos núcleos que el partido crecerá rápidamente, al ritmo de las giras permanentes que AMLO seguirá realizando sin parar, para consolidar su proyecto y promover su candidatura presidencial.
De una forma discreta, la descomposición partidista se profundiza en los comicios locales subsecuentes, en los que Morena sigue expandiéndose a lo largo y ancho del territorio nacional. Según el seguimiento realizado por Navarrete Vela (2018 y 2020), apenas obtuvo el 2.9% del sufragio en las elecciones para gobernadores de 2015, pero pasó pronto a un promedio del 13% en las que se celebraron en 2016, antes de captar el 27.3% de los votos emitidos en 2017 en Coahuila, Nayarit y el Estado de México (donde su candidata, Delfina Gómez, aglutinó el 30.8% y solo perdió la gubernatura por 2.9 puntos porcentuales). Estas tendencias subnacionales contribuyen a contextualizar el éxito que obtuvieron sus candidatos a las diputaciones federales en 2018, que se beneficiaron del efecto de arrastre que ejerció el triunfo contundente de AMLO en la presidencial.
En 2021, Morena acusó un reflujo de 3.6 puntos porcentuales, que alteró en parte la geografía que emergió durante el tsunami. Mientras que creció en 79 distritos mayoritariamente norteños, su descenso no solo se produjo en la capital del país, sino en todo el altiplano central (el Estado de México, Hidalgo, Puebla y Morelos), en amplias zonas de Veracruz, Oaxaca y Chiapas, así como en Baja California, el Sur de Chihuahua, Nayarit, Jalisco y San Luis Potosí, e incluso Tabasco. Este declive fue acentuado en varios polos urbanos: Tijuana, Ciudad Obregón, Manzanillo, la capital de San Luis Potosí, Monterrey, Toluca, Cuernavaca, las Ciudades de Puebla y de Tlaxcala, Villahermosa, Tuxtla Gutiérrez, Tapachula y Cancún.
En cambio, el partido en el gobierno también incrementó considerablemente su votación: en algunas regiones con fuerte presencia indígena [en los distritos que rodean Mérida (Yucatán), en Las Margaritas (Chiapas), Tuxtepec (Oaxaca), y Zacatlán (Puebla)]; pero también en zonas altamente urbanizadas como Iztapalapa y Lázaro Cárdenas (Michoacán). Su presencia también creció en el estado tradicionalmente panista de Guanajuato (en los dos distritos de León, Irapuato, Uriangato y Valle de Santiago). Algunos de sus avances en el Norte son también notables: en Jerez en Zacatecas; Durango y Gómez Palacio en Durango; Mazatlán y Guamúchil en Sinaloa; Pánuco en Veracruz; Ciudad Madero, El Mante, Río Bravo y Nuevo Laredo en Tamaulipas; y en dos ciudades fronterizas: Piedras Negras (Coahuila) y en dos distritos de Ciudad Juárez (Chihuahua).
Por ende, en 2021 los principales bastiones de Morena se ubican en Tabasco, Campeche, Quintana Roo, en el Sur de Veracruz, en Oaxaca, en Chilpancingo y la Costa Grande de Guerrero y Lázaro Cárdenas en Michoacán, en Sinaloa, Ciudad Obregón y Hermosillo en Sonora, así como en varias ciudades fronterizas de importancia (Tijuana, Ciudad Juárez, Reynosa), en Ciudad Madero, Pachuca y en el Sureste de la Ciudad de México. Señalemos también el caso del distrito de Gómez Palacio, Durango: se trata del área de la Comarca Lagunera que, a diferencia de la otra ubicada en Coahuila, ha conocido en las últimas décadas un proceso de desindustrialización y pauperización, que ha provocado la migración de parte de las clases medias altas y altas a los nuevos fraccionamientos exclusivos de Torreón. Finalmente, sorprende que Chiapas no esté entre los bastiones más sólidos de Morena, a pesar de que está gobernado por el mismo. Con la excepción de Las Margaritas y Ocosingo, en todos los demás distritos su votación disminuyó en estos tres últimos años.
Esta volatilidad geográfica puede relacionarse con la heterogeneidad de los orígenes partidistas e ideológicos de los liderazgos que han encabezado las coaliciones de Morena. En algunas entidades y regiones se verifica una fuerte continuidad con los cuadros y las bases previas del PRD, así como las de otros partidos pequeños que se fueron sumando a la coalición de gobierno. En otras, se percibe el peso de antiguos militantes y líderes descontentos que rompieron con el PRI -o con el PAN- para sumarse a la nueva coalición de gobierno. Esto se refleja en la evolución de las correlaciones registradas en el nivel de los distritos, que corroboran estas transferencias y muestran la volatilidad de sus bases territoriales entre las distintas elecciones consecutivas: Morena se consolida en los antiguos bastiones del PRD con un perfil territorial diametralmente opuesto al PAN, pero se distingue cada vez menos del PRI; se transforma considerablemente entre 2015 y 2021, en la medida en que va incorporando distintos electorados (cuadro 3).
Correlaciones Pearson | %Morena 2015-D-LN | %Morena 2018-D-LN | %Morena 2018-P-LN | %Morena 2021-D-LN | CP 2021-LN | %REV-22-LN |
PRI 1991-2015 | -0.533* | -0.212* | -0.125* | -0.075* | -0.184* | 0.205** |
PAN 1991-2015 | -0.278** | -0.537** | -0.641** | -0.631** | -0.569** | -0.634** |
PRD 1991-2015 | 0.520** | 0.581** | 0.623** | 0.554** | 0.623** | 0.468** |
Otros 1991-2015 | 0.569** | 0.404** | 0.383** | 0.100 | 0.320** | 0.044 |
%Morena 15-D-LN | 1 | 0.642** | 0.560** | 0.416** | 0.556** | 0.246** |
%Morena 18-D-LN | 0.642** | 1 | 0.934** | 0.797** | 0.738** | 0.562** |
%Morena 18-P-LN | 0.560** | 0.934** | 1 | 0.788** | 0.759** | 0.652** |
%Morena LN21 | 0.416** | 0.797** | 0.788** | 1 | 0.731** | 0.766** |
CP 2021-LN | 0.556** | 0.738** | 0.759** | 0.731** | 1 | 0.694** |
%REV-22-LN | 0.246** | 0.562** | 0.652** | 0.766** | 0.694** | 1 |
**. La correlación es significativa al nivel 0,01 (bilateral). *. La correlación es significante al nivel 0,05 (bilateral). Fuente: Elaboración propia.
Para aproximarse a la capacidad de movilización de Morena, también cabe considerar los resultados de las dos consultas recientes que impulsó el mismo AMLO. En agosto de 2021, 6.6 millones de ciudadanos (7.1% de los inscritos) acudieron a las urnas para responder a una polémica pregunta y el 97.7% de ellos lo hicieron de forma afirmativa.12 En abril de 2022, un segundo ejercicio "revocatorio" no menos controvertido fue promovido por los partidarios del presidente. En esta ocasión participaron 16.5 millones de ciudadanos (17.7% del listado nominal), de los cuales el 91.9% votaron a favor de que siguiera y el 6.4% por que se le revocara el mandato a López Obrador.13
Evidentemente, estos ejercicios obedecen a lógicas muy distintas de participación que las elecciones competidas, con opciones alternativas y resultados inciertos, que acabamos de analizar. Sin embargo, considerando que ambos fueron impulsados por la coalición gobernante y boicoteados por los partidos de oposición, cabe analizar los niveles de movilización ciudadana. En agosto de 2021, el 6.9% de los inscritos respondió afirmativamente al llamado presidencial, en contraste con el 17.8% que acababa de votar por Morena en junio del mismo año. En abril de 2022, el 16.3% de los inscritos votó por la confirmación de AMLO, en contraste con el 33.7% que sufragó por él en las elecciones presidenciales y con el 24.5% que apoyó a Morena en las elecciones legislativas de 2018.
Lo relevante son las correlaciones que se verifican en la distribución territorial de estas cinco votaciones, con coeficientes que confirman una notable continuidad geográfica. La más fuerte de ellas (+0.766) se observa entre los resultados que obtuvo Morena en 2021 y los del ejercicio revocatorio de 2022 (calculados con base en el total de inscritos). Como se observa al contrastar los dos mapas en la ilustración 3, estos son muy similares y reflejan la capacidad estructural de movilización del partido guinda.14
Más allá de sus fluctuaciones, Morena se ha consolidado como la primera fuerza y se ha vuelto la opción más atractiva para competir, sobre todo cuando se rompen los acuerdos internos de selección de candidaturas de los partidos tradicionales. Todas estas rupturas y transferencias de votos se reflejan en la heterogeneidad de sus electorados y contribuyen a difuminar su perfil sociodemográfico agregado que, como veremos ahora, se parece al de un elefante.
IV. Un esbozo tentativo de la geografía electoral emergente
¿Cómo se vinculan, ahora, las distintas preferencias partidistas con los clivajes sociodemográficos que estructuran la sociedad mexicana? ¿Cómo se vota en los territorios pobres y populares, y cómo se vota en los distritos de clase media y alta? ¿Está la nación dividida y polarizada, o sigue siendo esta diversa y eminentemente plural?
La re-configuración de las bases socio-territorales de los partidos
Analicemos los cambios y las continuidades en las bases sociodemográficas de los principales partidos, mediante la evolución de las correlaciones entre sus porcentajes distritales de votos y seis indicadores que captan dimensiones complementarias del desarrollo socioeconómico y humano (cuadro 4).
Correlaciones Pearson | P A N | P R I | P R D | ||||||
CENSO del INEGI 2020 | 1991-2015 | 2018-D | 2021-D | 1991-2015 | 2018-D | 2021-D | 1991-2015 | 2018-D | 2021-D |
Media Escolar | 0.444** | 0.224** | 0.397** | -0.601** | -0.342** | -0.089 | -0.104 | -0.168** | -0.284** |
Derecho a IMSS | 0.669** | 0.419** | 0.480** | -0.295** | -0.125* | -0.072 | -0.467** | -0.359** | -0.437** |
Derecho a ISSSTE | -0.219** | -0.157** | -0.044 | -0.336** | -0.184** | -0.011 | 0.410** | 0.191** | 0.085 |
Seguro Popular | -0.506** | -0.214** | -0.323** | 0.491** | 0.273** | 0.069 | 0.217** | 0.231** | 0.316** |
Acceso a servicios básicos | 0.643** | 0.436** | 0.516** | -0.402** | -0.136** | -0.093 | -0.358** | -0.250** | -0.342** |
Acceso a comunicaciones | 0.540** | 0.313** | 0.459** | -0.646** | -0.291** | -0.06 | -0.164** | -0.145* | -0.303** |
**. La correlación es significativa al nivel 0,01 (bilateral). | *. La correlación es significante al nivel 0,05 (bilateral). | ||||||||
Correlaciones Pearson | OTROS | MORENA | MORENA | AMLO | MORENA | Consulta Popular | Revocatorio | ||
CENSO del INEGI 2020 | 1991- 2015 | 2015 | 2018-D | 2018-P | 2021-D | ("sí") 2021 | ("que siga") 2022 | ||
Media Escolar | 0.389** | 0.357** | 0.156** | 0.042 | 0.02 | 0.262** | -0.429** | ||
Derecho a IMSS | 0.053 | 0.008 | -0.149** | -0.240** | -0.185** | 0.282** | -0.357** | ||
Derecho a ISSSTE | 0.268** | 0.482** | 0.435** | 0.392** | 0.421** | 0.180** | 0.136* | ||
Seguro Popular | -0.275** | -0.227** | -0.099 | 0.012 | -0.018 | -0.340** | 0.332** | ||
Acceso a servicios básicos | 0.077 | 0.043 | -0.188** | -0.284** | -0.201** | 0.363** | -0.357** | ||
Acceso a comunicaciones | 0.388** | 0.337** | -0.003 | -0.124* | -0.117* | 0.270** | -0.487** |
**. La correlación es significativa al nivel 0,01 (bilateral). *. La correlación es significante al nivel 0,05 (bilateral). Fuente: Elaboración propia con datos del INE e INEGI. Cuando los coeficientes son positivos y significativos, esto indica que un partido obtiene mayores porcentajes de votos en distritos con mayores niveles de desarrollo en educación, acceso a servicios básicos, de salud y a comunicaciones (y viceversa).15
Desde su fundación, Acción Nacional ha tenido mayor éxito en los centros urbanos con mayores niveles de escolaridad y acceso a servicios básicos, al IMSS y a comunicaciones, en contraste con el Revolucionario Institucional cuyas bases solían tener el perfil opuesto. La intensidad de estas correlaciones estructurantes disminuye notablemente en 2018, antes de volver a reforzarse (en el caso del PAN) o de desaparecer en 2021 (en el caso del PRI, cuyo perfil tradicional se desdibuja totalmente). La primera evolución constituye un elemento notable de continuidad con el sistema previo, mientras que la segunda revela una ruptura con consecuencias importantes para la reconfiguración del sistema de partidos.
Las bases socioterritoriales del PRD son más heterogéneas y volátiles, porque se sitúan tanto en polos urbanos importantes (entre los cuales destaca el área metropolitana de la Ciudad de México y del Valle de México) como en zonas rurales con alta marginación (donde se encuentran muchos de sus bastiones michoacanos, guerrerenses, oaxaqueños, chiapanecos y tabasqueños). Aun así, hasta 2021, el PRD tenía mayor presencia en los distritos con menor acceso a servicios básicos, comunicaciones e IMSS, y con mayor cobertura del Seguro Popular. En su caso, se registran dos cambios relevantes entre 2018 y 2021: sus bases restantes se sitúan en distritos con niveles más bajos de escolaridad que tampoco cuentan con mayor acceso al ISSSTE (lo que indica que pierde electores en la Ciudad de México).
En el caso de MORENA, en contraste, la sobrerrepresentación de los distritos con mayores tasas de cobertura del ISSSTE es la única dimensión que se mantiene constante desde 2015, mientras que su perfil sociodemográfico se transforma radicalmente en seis años: en la medida en que se expanden, sus bases dejan de concentrarse en ciudades con mayores niveles de escolaridad e información, para crecer en zonas rurales con menor acceso a comunicaciones, servicios básicos y el IMSS. Sus territorios pasan a tener menores niveles de bienestar e información, dejan de tener mayores niveles de educación y adquieren perfiles heterogéneos, del tipo "atrápalo todo". Ello resulta intuitivo cuando se analizan los cambios en la distribución geográfica de sus bastiones, situados ahora tanto en la Ciudad de México y en Tabasco, en las costas de Veracruz, Guerrero y Sinaloa, como en algunas regiones indígenas de alta marginación y en prósperas ciudades fronterizas.
Para visualizar estas mutaciones, analicemos la relación entre los niveles de educación y las preferencias electorales partidistas en 2021. Para no entrar en el complejo problema de la definición de las clases "bajas", "medias" y "altas", los promedios distritales de escolaridad proporcionan un buen indicador de los recursos invertidos por las familias en la formación añeja de capital humano. Para facilitar su interpretación, creamos cuatro estratos con el mismo número de distritos, ordenados en función de su nivel de escolaridad: cada uno de ellos contiene una cuarta parte de los distritos (y, por el peso demográfico equilibrado de los mismos, alrededor de una cuarta parte de la población inscrita); el cuartil más bajo se señala en color rojo y el más alto en azul, mientras que el medio-bajo se señala en amarillo y el medioalto en celeste (ilustración 4).
Fuente: Elaboración propia con datos oficiales del INE e INEGI. Las gráficas representan los promedios del voto partidista (eje vertical y), y los niveles de escolaridad de los 300 distritos federales (eje horizontal x), mediante nubes de puntos (cada punto corresponde a un distrito). Para observar las distintas relaciones con precisión, sin limitarnos a patrones rectilíneares, utilizamos ajustes locales suavizados de tipo LOESS en lugar de modelos de regresión lineal. Las curvas en blanco indican los promedios móviles de votos que obtiene cada partido en los distritos y cómo éstos varían cuando incrementan los niveles de escolaridad. Los coeficientes de determinación (“R²”) miden la proporción de la varianza total explicada por la curva de regresión, sintetizan la capacidad explicativa de cada ajuste y se reflejan en los niveles de dispersión de los puntos: cuando la R² es elevada (y tiende hacia 1.00), la mayoría de las secciones se sitúan sobre, o muy cerca de, la curva de regresión; cuando es baja (y tiende hacia 0), incrementa el nivel de dispersión de los puntos (% de votos).
Como se observa en la primera gráfica, el promedio de votos del PAN aumenta de forma regular cuando aumenta la escolaridad. Por supuesto, la relación dista mucho de ser perfecta y se refleja en la dispersión de los puntos [R²=20%]: en algunos distritos con bajos niveles de escolaridad (como en San Francisco del Rincón, Guanajuato) el PAN capta hasta 46.9% del voto, mientras que en otros de alta escolaridad (en Villahermosa, Tabasco, o en la capital de Oaxaca) recibe menos de 8%; asimismo, la dispersión en el tercer cuartil -con niveles medio-altos de escolaridad- varía entre 2.1% (en Acapulco, Guerrero) y 66.1% del sufragio (en León, Guanajuato). En promedio, sin embargo, la probabilidad de votar por el PAN incrementa de forma sostenida cuando incrementa el nivel de escolaridad -lo que significa que este se concentra en territorios con mayores niveles de educación-. El PRD, en cambio -pero sobre todo el PVEM y el PT- se concentran en distritos con menores índices de escolaridad, como también sucede con los votos nulos. Finalmente, las nubes de puntos son mucho más dispersas en el caso de MC [R²=4%] y del PRI [R²=1%] -ya que ninguno de ellos cuenta con perfiles educativos diferenciados de forma significativa en 2021-.
A diferencia de ellos, el perfil de Morena es contraintuitivo: en lugar de reflejar una tendencia lineal, la curva del ajuste LOESS se parece más bien a... ¡un elefante! No es en los distritos con menores niveles de escolaridad, sino en el cuartil de escolaridad medio-alta donde este partido obtiene sus mejores resultados. Esta relación atípica obliga a matizar el retrato recurrente de Morena como "el partido de los pobres", en pugna abierta con las clases medias.16 Sorprende la heterogeneidad del electorado de Morena [R²=13%], que obtiene sus mejores resultados en territorios con una escolaridad promedio de 10.3 años (sobre la cabeza del elefante), donde predominan los estratos bajos de la clase "media" (distritos en color celeste).
Ello contrasta con lo que sucedía anteriormente con el PRI, cuya votación aumentaba fuertemente cuando la escolaridad de los votantes disminuía (distritos en color rojo), así como con el perfil del PAN, cuyos electorados se siguen concentrando en los territorios con los mayores promedios de escolaridad (distritos en color azul). Lejos de ser el nuevo "partido de los pobres", Morena está constituido por una coalición heterogénea de liderazgos y por una constelación compleja de bases socioterritoriales: estas incluyen a segmentos desfavorecidos que se benefician en mayor o menor medida de programas sociales -y que solían votar previamente por el PRI-, pero también a territorios donde predominan las clases populares, medias y "medio-altas" -desencantadas con los partidos tradicionales de gobierno- que sufragaron en contra de los mismos en 2018 y siguieron ejerciendo desde entonces un voto de castigo.
¿Una nación dividida y polarizada, o una sociedad diversa y plural?
En suma, el sistema de partidos se encuentra en una nueva etapa de transición y recomposición profunda, que sigue en curso. La geografía de las elecciones legislativas de 2021 proporciona una imagen puntual de la nueva correlación de fuerzas, que varía ampliamente a lo largo y ancho del territorio nacional e invita a interrogar la hipótesis de un país dividido en dos polos opuestos.
Sin duda, cuando la oferta política se reduce a las dos coaliciones contendientes, las diferencias de votos entre ellas producen una imagen bipolar: JHH gana en 185 distritos y arrasa con una ventaja superior a veinte puntos en 72 de ellos, mientras que VxM gana los 115 distritos restantes y arrasa con la misma ventaja en 47 de ellos. Como lo corroboran los índices de autocorrelación espacial de Geary (0.66 y R² = 44%) y de Moran (0.64 y R² = 41%), estos distritos se agrupan efectivamente en regiones específicas y tienen un nivel moderado pero significativo de polarización geográfica (ilustración 5).
Fuente: Elaboración propia con datos oficiales del INE e INEGI. El mapa representa los márgenes de victoria de las dos coaliciones contendientes, es decir, las diferencias aritméticas entre los porcentajes de votos obtenidos por Juntos Hacemos Historia y por Vamos por México en cada distrito. Los colores oscuros permiten identificar los distritos donde estos márgenes son mayores a diez, o a veinte puntos porcentuales, indicando que ahí las ventajas son arrasadoras (“de tipo landslide”). La gráfica representa el perfil escolar (eje horizontal x) de estos márgenes de victoria (eje vertical y) en los 300 distritos federales, y revela cómo éstos se vinculan con los patrones de competición.
Sin embargo, el perfil sociodemográfico de la competencia no está muy marcado: el coeficiente de determinación es bajo [r²=16%], ya que ambas coaliciones ganan tanto en distritos con niveles bajos y muy bajos, como medios y altos de escolaridad.17 En efecto, esto refleja el comportamiento de dos coaliciones heterogéneas y simplifica drásticamente la situación real. Como hemos visto, las dos fuerzas que generan la polarización (Morena y el PAN), juntas solo suman 52.4% del voto emitido y apenas movilizan a 27.6% de los inscritos en el padrón electoral en las legislativas de 2021 (cuadro 2). Si bien las afinidades ideológicas entre los socios de JHH no generan mayores problemas dentro de la coalición oficialista, las divergencias históricas entre los electorados del PRD, del PRI y del PAN -que se aglutinan artificialmente en la alianza opositora VxM- son profundas y constitutivas del sistema de partidos transicional.
Para visualizar la correlación de fuerzas efectiva, es preciso considerar la fuerza respectiva de cada partido con representación legislativa. La ilustración 6 sintetiza las principales configuraciones regionales de competición interpartidista, considerando el peso respectivo de las siete fuerzas relevantes.
Fuente: Elaboración propia con Philcarto, y datos oficiales del INE. Este mapa sintético se construyó mediante un análisis multifactorial de clasificación jerárquica, que permite agrupar los distritos en función de la configuración de los votos obtenidos por cada partido que compitió en las legislativas federales de 2021. Los 300 distritos se agrupan sucesivamente en categorías en función de la similitud de sus configuraciones multipartidistas -minimizando su varianza interna y maximizando las diferencias entre ellas (Minvielle & Souiah, 2003)-. Su clasificación “jerárquica ascendiente” permite distinguir siete Méxicos con características distintivas. Estas categorías, lejos de distribuirse de forma aleatoria, conforman regiones geográficas coherentes con patrones de competencia inter-partidista propias.
Como puede observarse en el cuadro adyacente (que contiene los promedios de votos que cada partido registra en cada categoría territorial), Morena tiene presencia en todo el país, pero aún no es un partido predominante. Su ventaja es contundente en los 88 distritos en color guinda, donde recibe en promedio 42.8% del sufragio -tres veces más que el PRI (13.6%) y el PAN (13.4%)- y donde sus alianzas resultan accesorias -ya que aquí el PVEM (4.5%) y el PT (3.7%) apenas captan ocho de cada cien votos-. Estos bastiones se concentran en Tabasco y Quintana Roo, en Veracruz, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala, Morelos y en el Oriente de la Ciudad de México, en la Costa norte del Pacífico (Nayarit, Sinaloa, Sonora y Baja California), así como en la franja fronteriza que va desde Tijuana hasta Ciudad Juárez.
En catorce distritos más (en color rojo), la superioridad de Morena es igualmente clara (38.8%), pero se beneficia de aportes sustantivos del PT (11.6%) y del PVEM (10.8%) que contribuyen a diezmar el peso de la oposición. Estos territorios son más dispersos y se sitúan sobre todo en Chiapas, Oaxaca y Zacatecas, incluyendo distritos aislados de Guerrero, Puebla y Sonora. En los catorce distritos en verde oscuro, el peso del PVEM (24.8%) resulta decisivo para complementar el voto de Morena (25.6%), ante una oposición diluida y dividida del PAN (14.4%) y del PRI (12.8%). Sin sorpresas, estos territorios se concentran en Chiapas (primera entidad gobernada por el Verde entre 2012 y 2018) y en San Luis Potosí (donde Ricardo Gallardo fue electo gobernador en 2021, tras abandonar al PRD para competir bajo las siglas del PVEM), así como en un distrito colindante de Guanajuato y en uno costero de Colima.
En 18 distritos más, señalados en color amarillo, Morena (38.1%) también registra una cómoda ventaja sobre la oposición, constituida por bases que siguen votando por el PRD (17.1%), el PRI (15.8%) o algún otro partido. Todos ellos se sitúan en los antiguos bastiones del Partido del Sol Azteca en Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Veracruz y Tabasco. En efecto, si bien a partir de 2015 muchos de sus electores rompieron con la cúpula del partido para sumarse al movimiento de AMLO, una proporción significativa de sus bases aún siguió votando por el PRD en 2021. Asimismo, Morena captó 39% en los 66 distritos coloreados en verde claro, donde obtuvo una ventaja de diez puntos sobre el PRI (29.3%): estos se concentran en Coahuila, Durango, Campeche, el Estado de México e Hidalgo, así como en ciertas zonas de Sonora (Hermosillo), Sinaloa (Culiacán), Guerrero (Acapulco y Chilpancingo), Oaxaca, Puebla y Veracruz, donde el tricolor ha perdido menos electores que en el resto del país y siguió fungiendo como la principal fuerza de oposición.
Sin embargo, la fragmentación partidista no siempre ni necesariamente benefició a Morena. Pese a su reflujo como consecuencia del desgaste del ejercicio del poder, Acción Nacional (39.4%) conservó sus bases en los 68 distritos en color azul, donde siguió fungiendo como la primera fuerza con una ventaja de diez puntos porcentuales sobre Morena y un electorado tres veces más numeroso que el del PRI. Estos distritos se sitúan en sus bastiones tradicionales en el Norte (Baja California Sur y Tamaulipas, Ciudad Juárez y el centro de Chihuahua, Monterrey y la capital de Durango), El Bajío (Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro, así como el Oriente de Morelia), el "Corredor Azul" del Valle y el Poniente de la Ciudad de México, las capitales de Morelos, Puebla y Veracruz, y en Yucatán.
Pero, sobre todo, sorprende el éxito de Movimiento Ciudadano en los 32 distritos anaranjados donde consiguió el primer lugar (27.4%) con una clara ventaja sobre Morena (21.2%), el PRI (19.6%) y el PAN (18.9%). Sin sorpresas, estos territorios se concentran en Jalisco (gobernado por Enrique Alfaro desde 2018) y Nuevo León (donde su polémico cuadro, Samuel García, ganó la gubernatura en 2021), pero también en un distrito sureño de Chihuahua y en la capital de Colima. Ello comprueba que el declive y la fragmentación de los partidos tradicionales de gobierno también abren oportunidades para candidaturas atractivas de otros partidos, considerados otrora como "menores".
Este último mapa proporciona un corte sincrónico de la recomposición del sistema de partidos en 2021. Lejos de una situación bipolar o de partido predominante, el análisis espacial de los resultados distritales permite distinguir al menos siete configuraciones
territoriales distintivas: en ellas, cada partido con representación legislativa ocupa un papel distinto pero relevante, bien como pivote para la construcción de alianzas ganadoras, o bien por su "capacidad de chantaje" dentro del gobierno o desde la oposición (Sartori, 1967). En cuatro de ellas, Morena tiene una posición preponderante, pero esta no se deriva siempre del desplazamiento de los partidos tradicionales, sino que depende, ya sea de sus alianzas regionales con el PVEM y/o el PT, o de la fragmentación de sus adversarios. En efecto, la concentración territorial del Verde, del PT -y de lo que queda del PRD- genera configuraciones diferentes de competición. Asimismo, la concentración del PAN, de MC -y de lo que queda del PRI- produce tres patrones adicionales de competencia, que pueden resultar reñidos e incluso desventajosos para la coalición en el poder.
¿Polarización política, o fragmentación partidista? [A modo de conclusión]
La política actual en México resulta confusa: su característica más evidente parece ser la polarización -de una intensidad inusitada en el discurso mediático de las élites partidistas y en las conferencias mañaneras del presidente-, exacerbada por los algoritmos de las redes sociales que contribuyen a su amplificación y a la simplificación del debate público. Para quienes simpatizan con AMLO, el país está experimentando una magna Cuarta Transformación. Para sus adversarios, México se encuentra en una situación desastrosa, en plena regresión. Como en otros ámbitos (en materia de corrupción, inseguridad, economía, fiscalidad, gasto social, etc.), cabe considerar los alcances y los límites del cambio político, sin perder de vista las continuidades de mayor duración.
En el campo electoral, la magnitud del cambio parece ser drástica. En 2018, el tripartidismo que había estructurado la vida política desde 1991 se desplomó y se está realineando ahora en torno a un sistema multipartidista más fragmentado. Al mismo tiempo, una continuidad latente vincula la situación actual con un proceso añejo de descomposición política. Las geografías que surgen de los comicios posteriores son mucho más diversas, cambiantes y multicolores que lo que se percibe en el debate público: la idea de una Nación bipolarizada no se refleja en la distribución socioterritorial del voto -ni en la escala de los distritos, ni en la escala de las secciones electorales-.18 En contraste con lo que se observa en los Estados Unidos de América -donde existen marcadas diferencias geográficas y sociodemográficas entre demócratas y republicanos, que viven en territorios crecientemente diferenciados (Hopkins, 2017)-, las preferencias electorales de los mexicanos son cada vez más volátiles y plurales. Lejos de polarizarse en torno a dos bloques compactos y estables, sus votos fluctúan en el espacio y en el tiempo, se fragmentan y se agregan coyunturalmente en coaliciones parciales que varían regionalmente y configuran geografías múltiples.
Por ende, resulta prematuro establecer si Morena logrará consolidarse como un nuevo partido predominante, o incluso hegemónico. Esto dependerá, primero, de cómo se procesen las pugnas internas derivadas de la sucesión de AMLO en 2024, que enfrentan a facciones informales con pocos incentivos para disciplinarse y permanecer leales. Al ser marginadas del poder, algunas de ellas pudieran revisar sus alianzas, desmovilizarse o volver a competir bajo otras siglas, fragmentando con ello la coalición oficialista aglutinada en torno a la 4T. Mucho más importante aún será la forma en cómo el resto de partidos -y los electores- se reacomoden dentro del juego emergente, caracterizado por una creciente fragmentación partidista.
Lo que queda claro es que el maremoto electoral de 2018 transformó durablemente las bases socioterritoriales del tripartidismo transicional, que ha quedado ahora en el pasado. En lugar de confirmar el relato de un país dividido en dos polos opuestos, la geografía del voto revela un pluralismo contundente y un proceso mucho más profundo de descomposición política. A contracorriente de la narrativa de la polarización, la cuestión de fondo consiste en averiguar cómo este proceso añejo de desintegración puede ser acotado o revertido, sin sacrificar los frágiles acuerdos negociados paciente y colectivamente a lo largo de cinco décadas de construcción democrática.