Gracias a la modernización del transporte, tanto marítimo como terrestre, que permitía travesías más cortas, rápidas y seguras, se diversificó considerablemente, hacia el fin del siglo XIX, el mercado de trabajo en el espacio atlántico, y entraron en este mercado asimismo habitantes de regiones que históricamente carecían de acceso al mar. Tal era el caso de los obreros migrantes de los países checos, unidad geográfica ubicada en el centro del continente europeo, compuesta por las regiones históricas de Bohemia, Moravia y Silesia, que estuvo hasta 1526 bajo el reinado soberano de los reyes de Bohemia. Entre 1526 y 1918 formaron parte del Imperio de los Habsburgo; en 1918, se unieron a Eslovaquia y Rutenia (hasta entonces partes de Hungría, también bajo del gobierno Habsburgo), fundándose así el nuevo Estado de Checoslovaquia.2 Sus habitantes nunca habían tenido ambiciones imperiales, pero pronto manifestarían su interés en regiones lejanas. Algunos checos se habían instalado en América Latina desde el siglo XVI, entre otras regiones también en México.3 Pero fue hasta finales del siglo XIX cuando comenzó una gran oleada de los que buscaban trabajo, tierras, a veces libertad política o conocimientos y aventura.4
El artículo presentará a uno de estos migrantes, de nombre Rudolf Sudek, que residió en México entre 1905 y 1960. Gracias a que se preservaron varios corpus de documentación en diferentes instituciones, ha sido posible conocer no solamente detalles de la historia de su vida, sino también sus opiniones, tal y como fueron evolucionando a lo largo de más de cincuenta años de su residencia en ultramar; sus sentimientos, detalles de la vida cotidiana en Panzacola, un pueblito en Tlaxcala, México. Además, se abre la posibilidad de discutir el papel de hombre no privilegiado -aunque ciertamente no marginal ni subalterno- ante los grandes procesos políticos y económicos. Muchas decisiones de Sudek fueron forzadas por circunstancias en las que él no podía influir: la Revolución mexicana, la crisis económica mundial, la segunda guerra mundial, la Guerra Fría. Con todo, él siempre trataba de llevar las riendas de su propia vida, lográndolo en la mayoría de los casos, y era capaz de reaccionar ante las circunstancias que enfrentaba, estudiarlas e interpretarlas, enfrentar las fuerzas de orden político, económico y social de gran alcance que afectaban el micromundo en el que vivía.
A pesar de pasar la mayor parte de su vida en el extranjero y morir allá, Sudek no debe ser considerado -ni él mismo se consideraba- como un “emigrante”. Tampoco era “cosmopolita”, desapegado emocionalmente de la imaginada comunidad de la nación y trasladandose fácilmente de un entorno social a otro.5 De hecho, él no era particularmente móvil. Sin embargo, como se verá, seguía ser conectado al mundo, a su lugar de orígen, pero también al “mundo grande” fuera de las fronteras de los países checos o de México. Y si bien era capaz de vivir cómodamente en nuevos entornos, ajustarse a las reglas sociales, buscar amistades y ganarse el respeto de los mexicanos y de miembros de otras naciones residentes en México, siempre estaba entregado en alma a su tierra natal. Era uno de los trabajadores, tanto los asentados en varias partes de América como los que regresaron a Europa, que “mantenían sus pies en ambos lados”.6 Precisamente, el estudio de la oscilación entre el Viejo y el Nuevo Mundo, la simultánea preservación de identidades viejas y el forjamiento de nuevas, hacen que el objeto de estudio sea relevante dentro de la historia global.
Aunque el mismo concepto de identidad ha sido cuestionado en las ciencias sociales y en humanidades,7 todavía no se ha encontrado una alternativa viable para el estudio de la percepción de sí mismo, tanto individual como colectiva, para tratar de distinguir entre el “mío” y el “otro”. Hay que destacar el hecho de que las identidades son múltiples e inconsistentes, las identidades se traslapan, se fomentan, unas debilitan a otras, según las condiciones del momento.8 Todo esto vale también para Rudolf Sudek. No obstante, para él y muchos de sus compa ñe ros de trabajo, aun después de haberse asentado en México, un particular nivel de identidad seguía siendo dominante: el sentido de pertenencia nacional. Sudek sacaba energía emocional de la ideología nacional checa, que involucraba sus opiniones, decisiones y actividades. Los países checos, y más tarde el nuevo Estado de Checoslovaquia, constituían el punto de referencia principal para él, el punto clave en su mapa mental del mundo, tanto en el periodo antes de la revolución, cuando gozaba de una posición privilegiada en la fábrica y en sus entornos, como en las décadas siguientes, enfrentando la enemistad de los mexicanos contra los “gachupines”.
El estudio de las comunidades de “compatriotas”, sus lealtades a su madre patria, la cultura y las lenguas nacionales, apareció a lo largo del siglo XX a menudo en historiografías nacionales de varias partes de Europa. Aun a los académicos de naciones sin experiencia colonial les parecía atractivo compartir, al menos simbólicamente, la gran aventura europea mediante el estudio de checos (polacos, húngaros) que “dejaban sus huellas” en rincones recónditos del mundo.9 En las últimas décadas, el enfoque de la historia global había tratado de evitar, en el estudio de migraciones y otros temas, lo que consideraba el “nacionalismo metodológico” -la tendencia de aproximarse al Estado-nación, automáticamente, como la unidad básica y natural de investigación histórica-.10Sin embargo, no se puede pasar por alto la importancia de este particular eje identitario para actores históricos como Sudek. Ciertamente el sentimiento nacional no era el único factor que motivaba sus pensamientos, decisiones y actividades, su visión del mundo y el modo de verse a sí mismos. Pero era el eje central, por lo menos desde su propia perspectiva. Es clave para el historiador no considerar la pertenencia nacional como natural, constante e inmutable. La constante negociación y renegociación de la identidad nacional y otros niveles identitarios personales y colectivos (tanto conscientes como inconscientes) hace su estudio en el contexto de comunidades e individuos migrantes, interesante y estimulante.
El anhelo de conocer países lejanos
Rudolf Sudek nació en la ciudad de Brno en Moravia, en 1877, y pasó su niñez y juventud en Josefův Důl, en el norte de Bohemia. Después de la muerte de su padre tuvo que abandonar sus estudios de liceo y aprender el oficio de grabador. En 1905 se dejó persuadir por un compañero de trabajo y se trasladó a México. Años después, Sudek admitió que no era por necesidad material, sino más bien por el anhelo de “conocer países lejanos” y vivir nuevas experiencias.11 La tradición de aprendizaje itinerante para probar nuevas técnicas laborales y ganar un poco de dinero para montar su propio negocio estuvo vigente en los países checos y otras regiones de Europa Central hasta el siglo XIX, cuando se amplió considerablemente el radio de los itinerarios, al incluir también el continente americano.12 Algunos de los jóvenes obreros retornaron de sus viajes, otros se quedaron en el extranjero aumentando las filas de la mano de obra multinacional en los países de acogida. Este hecho también advierte que la migración al Nuevo Mundo ciertamente no puede reducirse a la imagen de familias campesinas empobrecidas, presionadas por las primeras necesidades y desplazándose con todas sus posesiones para buscar un nuevo comienzo en ultramar. Más bien, había un movimiento constante de ida y vuelta, de hombres y mujeres en diferentes etapas de sus vidas y con diversas motivaciones. Su elección de destino dependía muchas veces, no de evaluaciones racionales de ventajas y desventajas de la región escogida, sino más bien de las experiencias y opiniones de familiares o amigos.13
Gracias a un amigo, quien ya había pasado algunos años en México, y por encargo de su empleador había regresado a su madre patria para buscar socios, Sudek encontró trabajo como grabador de cilindros para imprimir en la fábrica textil El Valor, en Panzacola, Estado de Tlaxcala.14 (Imagen 1) En las regiones de Tlaxcala y Puebla había centros de producción textil desde tiempos de la colonia. En las dos últimas décadas del siglo XIX, se hizo una considerable inversión de capital en esta rama industrial; se renovaron y modernizaron las fábricas y se fundaron nuevas. La mayoría de las empresas en la región de Puebla-Tlaxcala pertenecía a familias españolas.15 De éstas, la fábrica El Valor era una de las más antiguas. Tras haber pasado por manos de varios propietarios, fue adquirida en 1887 por la familia Gavito, que la mantuvo en posesión hasta muy entrado el siglo XX.16 La mecanización de la producción llegó a su pleno esplendor a finales del siglo XIX. Con la modernización también aumentó la demanda por los especialistas extranjeros empleados en ellas. Tanto los checos como otros migrantes del Imperio Habsburgo y los países alemanes eran muy solicitados, ya que la producción textil era tradicionalmente avanzada en estas regiones y ellos tenían habilidades hasta entonces desconocidas en México. Como testifica el caso de Sudek, los empleadores usaban las redes sociales para atraer tales especialistas a sus fábricas.
Así, ellos escapaban de las incertidumbres, la escasez material y otros obstáculos que esperaban a los migrantes campesinos. En los testimonios de Sudek y otros es evidente su sentido de superioridad en cuanto a la labor local e incluso su sentido de misión civilizadora de su parte. El hecho de que ellos se mantuvieran como un grupo aparte de los otros trabajadores hizo casi imposible la transferencia de conocimientos, y por lo tanto las posiciones de trabajo especializadas se reservaban para extranjeros. En El Valor, como en otras fábricas, los extranjeros (técnicos, contables y otro personal administrativo) vivían en las propias áreas de la fábrica, mientras que los jornaleros iban de las aldeas vecinas.17 Además, mientras que el gobierno porfiriano alentaba la inmigración europea, no solamente para acelerar la modernización del país, sino también para “blanquear” la población mexicana,18 los especialistas empleados en la producción textil en Puebla y Tlaxcala mantenían su identidad, sus lealtades nacionales, su lengua y costumbres.
Sudek rememoraba la presencia de más de una decena de checos y de muchas otras nacionalidades centroeuropeas en los alrededores inmediatos de Panzacola antes de la Revolución. En su tiempo libre recorría en bicicleta los alrededores del lugar, los monumentos precolombinos, fotografiaba, iba a teatros y conciertos en Puebla. Le gustaba observar las costumbres de los indígenas, visitar sus fiestas y escuchar música nativa, pero sin considerarse parte de todo eso. “Siempre me sentí como si sólo estuviera de visita”, recordó más tarde.19 Originalmente había planeado su estancia por unos pocos años, pero después de conseguir un aumento de salario y una habitación cómoda, él llamó a su novia de Bohemia y se casaron en Puebla. En 1910 nació su único hijo, Bedřich (Beda). (Imagen 2) Rose Sudková20 pronto aprendió español y se acomodó al estilo de vida mexicano. Con todo, los esposos siempre soñaban con regresar eventualmente a Bohemia, ahorrando dinero.
La última fase del porfiriato daba a los especialistas extranjeros la ilusión de estabilidad política y prosperidad material, junto con la sensación de ser bienvenidos y apreciados -por lo menos por sus empleadores, si no por la mano de obra local- como protagonistas eminentes de valores como el progreso tecnológico, la ciencia, la razón. La Revolución lo cambió todo, incluida la vida tranquila en El Valor y los planes de Rudolf Sudek para el futuro. Después de 1910 los estados de Puebla y Tlaxcala se hallaban en el centro de operaciones armadas. La fábrica fue repetidamente saqueada por diferentes ejércitos. Todos los extranjeros que pudieron salieron de México, pero Sudek carecía tanto de dinero para billetes de regreso a Europa como de relaciones familiares en Estados Unidos, a donde se dirigieron muchos de sus compañeros de trabajo. Por eso, él se quedó en El Valor. Sus memorias contienen mucha información precisa con respecto al transcurso de hechos revolucionarios, nombres, fechas y detalles de los enfrentamientos armados. Pero en su conjunto la narrativa presenta una imagen de un combate confuso de todos contra todos, de violencia sin sentido, ideas políticas absurdas y caos universal. De este modo Sudek dibujó la primera entrada de las fuerzas de Francisco I. Madero a Puebla en 1911.
Los revolucionarios pedestres y ecuestres, más o menos andrajosos y guarros, en su mayor parte decorados con imágenes de santos, que algunos tenían en sus sombreros y otros, en cintas sobre sus cuellos. Sus armas eran muy diversas; pocas carabinas militares, pero unos cuantos fusiles de caza, algunos de retrocarga, así unas pocas ametralladoras, algunas de éstas eran sólo unos tubos fijados a ruedas de carretillas.21
Mientras que antes de 1910 los especialistas eran apreciados y privilegiados, la Revolución facilitó a las clases bajas manifestar su oposición a los no mexicanos, algo que Sudek soportaba mal. Además, su familia sufrió necesidades materiales a causa de la devaluación de la moneda y la falta de víveres. Sudek hacía alusión repetidamente al tema de la moneda de papel, que para él simbolizaba lo peor en la Revolución.22 En medio de esta difícil situación no buscaba ayuda de mexicanos; el apoyo mutuo más bien se daba entre los extranjeros de la región. Tampoco se caracterizaba como víctima pasiva de los hechos, sino más bien como un hombre listo para defender a su familia y su lugar de trabajo. En 1917, los administradores de la fábrica obtuvieron armas para los empleados. “Éramos como unos veinticinco y en el techo plano de la fábrica cada uno asumió su posición asignada. Se establecieron troneras y levantaron torres de protección. El Valor se convirtió en un centro del que las fuerzas del gobierno salían para castigar a los rebeldes y ladrones.”23 (Imagen 3) Al fin y al cabo, los esposos aprendieron a vivir con toda la confusión y los peligros. En 1926, al concluir su autobiografía, Sudek constató: “Nosotros nos acostumbramos a los desórdenes en el país tan perfectamente que ni siquiera creemos estar preocupados por estas cosas; a veces ni siquiera tiroteo en las proximidades nos despierta en la noche”.24
Es interesante que en su autobiografía Sudek subrayaba su capacidad de mantener buenas relaciones con la gente común -a los que distinguía claramente de los “revolucionarios” y “bandidos”, a quienes despreciaba-. No obstante, confirmaba inconscientemente su distanciamiento de los “indianitos” por su posición de extranjero de clase alta. Recordaba cómo, después de la boda, solía dar paseos con su esposa por los pueblos, en los alrededores de Panzacola. “Siempre causábamos sensación, en especial mi esposita, ya que en muchos pueblos era la primera vez que una mujer extranjera los visitaba. Pero la gente nos trataba con generosidad, todos nos ofrecían sus casas, y al entrar, nos daban de comer y atole para beber.”25 Sudek pues compartía los estereotipos europeos de México, un país pintoresco, diferente, no desarrollado, habitado por gente primitiva, aunque amable e ingenua, infantil y con sus propias necesidades de educación; y cultivaba su extrañamiento de ellos.26 Y mientras que el ethos revolucionario y postrevolucionario identificó “lo mexicano” casi exclusivamente con la raíz mestiza de la nación y con la interiorización de los ideales de la revolución,27 Sudek nunca asimiló el nacionalismo mexicano ni participó en sus rituales. Se sujetaba a lo ordendo por el gobierno. Aprendió la lengua, se acomodó al ritmo de vida cotidiana. Se involucraba en los asuntos locales, manteniendo relaciones sociales no solamente con los propietarios y administradores españoles de la fábrica, sino también con las élites de la región. Pero describiendo las celebraciones de la independencia mexicana en 1956 -después de 41 años de residencia en el país-, el constató: “A nosotros, los extranjeros, no nos gusta mezclarnos con los alegres mexicanos”.28 (Imagen 4)
El checo en México
La devaluación de sus ahorros imposibilitó el regreso de Sudek a su madre patria. Pero llegado el fin de la primera guerra mundial y la inesperada disolución del imperio austro húngaro, que dio a luz a la República Checoslovaca, la posición de los checos en el extranjero cambió de un modo considerable. Ya a lo largo del siglo XIX tuvo lugar el “renacimiento nacional checo”, el precipitado desarrollo cultural, dentro del marco de las aspiraciones a la renovación de la independencia política de los países checos. Había muchas semejanzas con otros movimientos nacionales,29 pero también se distinguió el movimiento con rasgos especiales. Junto a los hombres y mujeres que tenían el checo (o alguno de sus dialectos) como lengua materna, en el territorio de Bohemia, Moravia y Silesia se habían asentado también comunidades de habla alemana desde la Edad Media. Con el paso del tiempo, la convivencia previa de los checos y los “alemanes de Bohemia” (Deutschböhmen)30 fue remplazada por una aguda competencia. El proceso del “renacimiento” de la etnia checa provocó consecuentemente una radicalización nacional de los alemanes. Los dos grupos se separaron desde el punto de vista económico, cultural y social. El periodista alemán-checo Egon Erwin Kisch describió la situación vivida alrededor de 1900: “Ningún alemán aparecía en el club burgués checo y ningún checo, en el Kasino alemán. Incluso los conciertos eran monolingües, tanto como las piscinas públicas, parques, terrenos de juegos infantiles, la mayoría de los restaurantes, cafés y tiendas”.31
El entusiasmo nacionalista se trasladaba también a los checos en el extranjero. La construcción de la identidad checa se formaba, en primer lugar, alrededor del cultivo de la lengua materna.32 En este respecto los migrantes podían seguir perteneciendo al cuerpo nacional. Pero era también el hogar nacional, el territorio original de la antigua entidad política independiente del Reino de Bohemia, que mantenía su importancia en el discurso nacionalista checo -como en muchos otros países de Europa en ese tiempo-. En relación con eso, los migrantes se hallaban en desventaja. El canto que desde la segunda mitad del siglo XIX gozaba de gran popularidad en los círculos nacionalistas checos y asumió el papel de himno nacional no oficial -después de 1918, su primera estrofa se “oficializó”, convirtiéndose en la primera parte del himno nacional checoslovaco- comenzaba con la pregunta: “¿Dónde está mi hogar?”. Los versos siguientes describen las bellezas del paisaje checo, bosques, riachuelos y jardines en flor. “Como deleite del paraíso terrenal”, prosigue el himno, “ésa es la preciosa tierra, tierra checa, mi hogar”. Solamente la segunda estrofa del canto (que no se llegó a incluir en el himno checoslovaco) admitió también la posibilidad de tener sentido para las comunidades en el extranjero: “Entre los checos está mi casa, mi hogar”.33 Aún más complicada era la situación de tales migrantes quienes, como Sudek después de 1911, ni siquiera contaban con el apoyo de otros checos que residían en los alrededores de Panzacola.
Antes de la primera guerra mundial, tanto los hablantes de checo que vivían en la madre patria como los que estaban fuera de ella gozaban del mismo estatus: el de miembros de una nación sin su propio Estado. Pero el establecimiento de Checoslovaquia trazó una barrera mucho más sustancial entre los que vivían y trabajaban en el nuevo Estado y los que decidieron quedarse en el extranjero. Además, el impacto de la guerra y el consiguiente y vertiginoso desarrollo económico y social alejó al país sustancialmente de las nostálgicas imágenes que cultivaban los que habían salido para ultramar hacía muchos años. Aunque la instauración de la república provocó algunos retornos del extranjero, o visitas de expatriotas, pronto resultó claro que no se les ofrecería trabajo ni un ascenso social.34 Sudek comprendió esto en 1921, cuando visitó su madre patria después de 16 años de ausencia. “Fue maravilloso ver todos esos lugares queridos”, se lamentó, “pero sintiendo una gran pena, me di cuenta de que tendría mejores perspectivas en el México salvaje que en la hermosa Bohemia”.35 Decidió seguir en su condición de obrero extranjero, viviendo en una sociedad con la que no se identificaba, y cultivar su identidad checa a distancia. Él y su esposa cumplían con los rituales de pertenencia nacional. Hablaban checo en casa y enviaron a su hijo a la madre patria a la edad de once años, no solamente por considerar las escuelas checas superiores a las mexicanas, sino también para que él “supiera a dónde pertenecía”.36 Pero, el joven, que había nacido en México, ya consideraba a este país como su patria. “Beda no quería irse y, estando en Bohemia, siempre recordaba a México y solamente anhelaba regresar allí”, comentó su padre.37 Todos los años, la familia celebraba la Navidad con un arbolito decorado, pescado frito y postre de manzana (strudel). Recibía periódicos y libros en checo y escuchaba grabaciones de música también checa.
Sin embargo, las grabaciones y los periódicos se producían no en su madre patria, sino en los Estados Unidos, en especial en Chicago, el centro de la comunidad de expatriados checos en América del Norte.38 Sudek incluso asumió la posición de “corresponsal mexicano” de uno de los periódicos impresos en Chicago, Svornost [Concordia], enviando de vez en cuando reportes sobre su vida en México y, a la vez recibiendo noticias sobre los compatriotas, sus fiestas nacionales y actividades sociales en los entornos de la ciudad norteamericana.39 Así, los expatriados se confirmaban mutuamente en su identidad nacional. Dentro del marco de tal necesidad de autodefinirse, la autobiografía de Sudek se publicó en Chicago, más bien para fortalecer la autoestima de los migrantes que para elogiar a Sudek como persona. Constituyó parte del ciclo de textos “Nuestros paisanos en regiones lejanas”. Alois Nykl, el periodista y académico checo que entrevistó a Sudek, argumentó en su carta al editor de la revista Amerikán: Národní kalendář [El americano: calendario nacional] que el texto “estaba lleno de experiencias interesantes de la revolución mexicana y era un buen ejemplo de la perseverancia checa en condiciones adversas.”40 El mismo tema central del “checo que se hizo valer en el extranjero” tienen las contribuciones de Sudek en Svornost, además de las que se publicaron en periódicos en Bohemia.41
El motivo del hogar nacional se trasladaba para los migrantes a las memorias de su niñez y juventud, en las que se proyectaba la idealización de la madre patria. Además, servían de fuerza unificadora en la comunidad de expatriados. Esto se puede ver claramente en la correspondencia de Sudek, quien durante toda su vida cultivaba la imagen del “paraíso terrenal” de Bohemia y no dejaba de sentir nostalgia por él. Siempre hacía comparaciones, buscaba en México los trazos del paisaje checo, como en 1927, cuando durante una excursión al Desierto de los Leones, tan familiar le parecía la vista que sentía como si estuviera en el karst de Moravia, su lugar natal.42 Durante su segunda visita a la madre patria, en 1930, después de 25 años de vida en México, la realidad le dio un golpe severo a sus recuerdos. “Los prados perdieron su belleza, los bosques preciosos fueron borrados, muchos edificios desaparecieron y fueron remplazados por otros […] Llovía siempre, a menudo, el sol no salía durante una semana, así que sentía un gran peso que caía sobre mí y por eso me alegré muchísimo de regresar a México”, donde aún en temporada de lluvias el sol brillaba por la mañana.43 Pero unos años de residencia en Panzacola volvieron a reanimar la nostalgia por el hogar natal.
Al final de sus vidas, les causaba mucha tristeza a Sudek y a su esposa saber que al final serían enterrados en el extranjero. Aunque el padre de Rose Sudková era francés, “ella siempre había sido una gran checa, y al final lamentaba mucho haber descansado en el país extranjero y no en su patria, en el sur de Bohemia, donde nació y pasó su juventud,” subrayó Sudek.44 La lapida sepulcral en el Panteón Francés en Puebla, donde Sudek enterró a su esposa en 1964, llevaba la inscripción “Familia Sudek: origen checo”. (Imagen 5) Ni Sudek ni su esposa solicitaron la ciudadanía mexicana para ellos mismos ni para su hijo. Durante su visita en 1921, se registraron como ciudadanos de Checoslovaquia, aunque Sudek raramente usaba el nuevo nombre del Estado -persistentemente se refería a Bohemia-. Lo interesante es que en vez de celebrar el día de la fundación del Estado (28 de octubre), la familia hacía una cena festiva cada 8 de marzo para celebrar el cumpleaños del presidente checoslovaco, Tomáš Garrigue Masaryk, identificándose con la persona del representante supremo más que con el Estado como tal.45
Las autoridades checoslovacas trataban de soportar tales lealtades, temiendo la “pérdida” de paisanos en el extranjero o incluso su “apatridia”. En 1928, se fundó el Instituto Checoslovaco del Extranjero, una asociación independiente, pero auspiciada por el Estado, para mantener contacto con compatriotas. El Instituto enviaba publicaciones y apoyaba escuelas y asociaciones nacionales en varias partes del mundo.46 Además, el gobierno trataba de fortalecer la posición de la nueva república estableciendo relaciones diplomáticas formales. América Latina era una de las regiones donde los representantes checoslovacos buscaban alianzas políticas y también relaciones económicas. El consulado general checoslovaco abrió su oficina en la ciudad de México ya en 1922, y en ese mismo año también abrió el consulado general mexicano en Praga. Uno de los papeles importantes del consulado era la comunicación con los paisanos, respaldar su sentido de pertenencia nacional, pero también sus relaciones con élites mexicanas. La Asociación Checoslovaco-Mexicana se fundó en 1928, y pronto estableció lazos con el Instituto Checoslovaco del Extranjero. Sudek, uno de los miembros fundadores, reportó a su amigo Nykl:
Se estableció una sociedad checoslovaco-mexicana en la ciudad de México. Comenzó su existencia desde hace un mes, con un diner-dancing, en el que también tuvimos participación, nos gustó mucho y bailamos hasta las tres de la mañana […]. Hubo unas 60-70 personas presentes, había solamente unos 15 checos, había muchos Sprachen [= discursos], pero todos en español.47
Esta carta y los reportes siguientes de Sudek testifican claramente que las actividades de la asociación se limitaban, más bien, a encuentros sociales entre los comerciantes checos y sus asociados mexicanos, en bailes y cenas comunes, y de vez en cuando un concierto de música checa, más que en la promoción de relaciones económicas entre ambos países.
Mientras que Sudek cultivaba su identidad checa, no se oponía a otras amistades. Muy importante para su autoestima era su continua pertenencia al estrato social de especialistas extranjeros. Después de la salida de los otros checos, él fraternizaba con los alemanes y los españoles. Lo que probablemente fuese imposible en Bohemia resultaba no solamente tolerable, sino agradable, en México -Sudek se afilió al “casino alemán” de Puebla, el club social de los obreros germanohablantes-. Aunque él se abstuvo del banquete en honor del hermano del emperador alemán,48 con placer participó en otras actividades. “Después del teatro bebíamos alegremente en el casino alemán hasta después de medianoche”,49 escribió a Nykl en 1925. También iba de excursión con alemanes a varias partes de México, paseaba por los bosques y visitaba restaurantes de renombre. En 1928 comentó a Nykl: “Participamos en una excursión del casino alemán a Río Frío, en camión y seis coches”.50
Con todo, las esperanzas de Sudek estaban centradas en el prospecto de retirarse a Bohemia. Depositaba sus ganancias en bancos checoslovacos, en vez de en mexicanos, para prevenir su nueva devaluación. Decidió regresar cumplidos los 60 años, es decir, en 1939.51 Sin embargo, un poco antes Checoslovaquia dejó de existir. Como resultado de los acuerdos de poderes europeos en Múnich en septiembre de 1938, la última tentativa de apaciguar a Adolf Hitler y prevenir una nueva guerra, Alemania ocupó parte de las fronteras de Bohemia y Moravia, habitadas por germanohablantes. En marzo del año siguiente, el resto de Bohemia y Moravia fueron invadidas por las fuerzas alemanas y convertidas en “protectorado”, Eslovaquia se independizó y Rutenia fue invadida por Hungría.52 Sudek se vió obligado a quedarse en México.
Asombrosamente, la fábrica El Valor sobrevivió todas las turbulencias políticas y económicas de los años veinte y treinta, ofreciéndole la seguridad de empleo y confort. Pero la segunda guerra mundial bloqueó toda la comunicación con Europa, y también con su hijo, quien se quedó en Bohemia. Además, los años treinta en México fueron marcados por el progresivo empeoramiento de la postura del gobierno y el público en general hacia los extranjeros. La desconfianza y el disgusto se tornaban no solamente contra la “raza negra” y la “raza amarilla”, es decir, sirios, libaneses, palestinos o turcos, sino también contra los procedentes de Europa central y oriental, polacos, lituanos, checos, eslovacos, “por sus malas costumbres y actividades notoriamente inadecuadas”.53 Sudek notó el cambio de ambiente. “Se oponen aquí siempre a los extranjeros, dicen que hay 150 000 de ellos aquí y que les quitan el trabajo a los mexicanos y hasta las mexicanas, los periódicos se oponen especialmente a los judíos”, escribió en 1933.54
Las relaciones diplomáticas entre Checoslovaquia y México se vieron interrumpidas después del 15 de marzo de 1939, día en que Hitler tomó posesión de Bohemia y Moravia. En febrero de 1940, el gobierno mexicano reconoció al diplomático alemán en México como representante de los intereses del “Protectorado de Bohemia y Moravia”, siendo hasta marzo de 1942 cuando reconoció el gobierno checoslovaco en el exilio, en Londres; ese mismo año se restableció la embajada en la ciudad de México.55 Mientras tanto, llegó al país un grupo no muy numeroso, pero visible y activo de exiliados, algunos de ellos judíos, muchos de orientación política comunista y socialdemócrata, entre ellos el periodista Egon Ervín Kisch y la escritora Lenka Reinerová.56 Ellos aspiraban a establecerse en la sociedad mexicana, ni siquiera en los círculos de compatriotas, aunque sí ostentaban su pertenencia nacional. Gracias a su promoción, se despertó un interés considerable en los acontecimientos checoslovacos en México. En especial, la quema del pueblo checo Lídice por los nazis en 1942 provocó una oleada de simpatías -como en otras partes del mundo-. El pueblo mexicano de San Jerónimo Aculco incluso cambió su nombre a San Jerónimo Lídice, y los periódicos mexicanos publicaron una serie de noticias sobre Bohemia y Moravia ocupadas.57
Los exiliados políticos antifascistas menospreciaban lo que para ellos era una vida infecunda de la Sociedad Che cos lo va co-Me xi ca na, la vanidad de los eventos sociales y la indiferencia de sus miembros ante el sufrimiento de la nación checoslovaca. En la autobiografía de Lenka Reinerová se menciona a Sudek (sin dar su nombre, solamente lo identificaba como “el hombre de la fábrica poblana”), como uno de los protagonistas del “reaccionario” expatriado.58 Lamentablemente, del periodo de la segunda guerra mundial tenemos pocos testimonios de Sudek mismo; y él nunca recordó los años de la guerra en las cartas que se preservaron de las décadas de 1950 y 1960. No sabemos cómo interpretaba él las noticias que llegaban de Europa y del protectorado de Bohemia y Moravia sobre los encarcelamientos, torturas, ejecuciones de checos por alemanes, la germanización forzada, y si a pesar de todo él hubiera mantenido relaciones sociales con sus vecinos alemanes. En el Archivo del Consejo Nacio nal Checoslovaco en Chicago se preservó su correspondencia con los representantes de este cuerpo que intermediaba la comunicación de las organizaciones de expatriados checos de América con el gobierno en el exilio en Londres. El nombre de Sudek y el de su esposa figuran en las listas de contribuyentes del “impuesto nacional”, utilizado para apoyar al gobierno checoslovaco en el exilio.59
Lo que sabemos es que él anhelaba reunirse con su hijo, y eventualmente regresar a la madre patria. Pero en noviembre de 1945, el gobierno checoslovaco adoptó medidas para prevenir la emigración, especialmente de hombres y mujeres jóvenes con capacidad laboral, argumentando la necesidad de reconstruir el país devastado por la guerra.60 El golpe de Estado comunista, en febrero de 1948, confirmó el cierre de las fronteras, y las dos reformas monetarias en Checoslovaquia -en 1945 y 1953- borraron los ahorros de Rudolf Sudek en los bancos checoslovacos.61 “Y así nuestro sueño de una vejez tranquila cayó al agua,” manifestó lacónicamente. “Si hubiéramos sabido todo esto, México nunca nos habría visto”.62
No es cierto que Rudolf Sudek tuviera conocimiento de los acontecimientos en Checoslovaquia bajo el régimen comunista en los años cincuenta, sobre los procesos políticos, las campañas propagandísticas, la estatalización de propiedades privadas.63 En el Archivo Nacional Checo se preservó una carpeta de cartas que él intercambió con los empleados del Instituto Checoslovaco del Extranjero en las décadas de 1950 y 1960 (incluyendo las copias de las cartas enviadas a él). El Instituto en este tiempo por fuera mantenía su estatus de organización independiente, pero estaba plenamente al servicio del Estado, difundía propaganda entre los expatriados e incluso ayudaba al servicio secreto checoslovaco a reunir información e infiltrar a checoslovacos en el extranjero.64
Sudek probablemente no era consciente de todo esto y aceptaba con gratitud los envíos de revistas y libros en checo, más aún porque sus contactos con la comunidad compatriota checoslovaca en México disminuyeron -debido a la salida de muchos después de la guerra y las disputas con los restantes en torno a la interpretación del golpe de Estado comunista de 1948-.65Sudek se amparaba en correspondencia con los empleados anónimos del Instituto Checoslovaco del Extranjero (ellos nunca firmaban con nombres, solamente con un garabato) para comentar asuntos de su vida cotidiana, cultivando su imagen idealizada de su madre patria, “nuestro bello, querido país”, pero también disfrutando el papel del conocedor del país lejano, que compartía sus vivencias mexicanas con los destinatarios de sus cartas. A la vez, las respuestas -invariablemente encabezadas con las palabras “estimado compatriota”- le seguían reafirmando la convicción de que nunca habría traicionado o abandonado su identidad checa.66
El jardín del paraíso y el mundo grande
Como es evidente en el texto anterior, Sudek ciertamente no era “el hombre que nunca había viajado”.67 En contraste, aprovechaba cada posibilidad para expandir sus conocimientos del mundo. Al regreso de su segunda visita a Bohemia (1930), Sudek aprovechó los tres días de escala del barco en Amberes para ir a Bruselas. “Vi muchas cosas, lo que más me gustó fue el Palacio de Justicia, y también la plaza con el reloj singular”, recordaba. Además, vio un poco de La Habana, durante otra breve escala.68 En ocasión de la visita a la madre patria, no solamente hizo excursiones a varias partes de Bohemia, sino que también pasó 15 días “explorando” Eslovaquia, la nueva parte de la República Checoslovaca.69 En México iba de excursión siempre y cuando su trabajo y su bolsillo se lo permitiera -repetidamente a Puebla y Tlaxcala, a la ciudad de México, las playas en Veracruz-. Incluso subió el Popocatépetl en 1921, experiencia que recordaba como “una excursión dificultosa, pero la más bella e interesante que había visto en México, a los 16 años”.70 Aun a la edad de 80 años disfrutaba de la visita a los balnearios de Cuautla y grutas de Cacahuamilpa.71
Pero la mayoría del tiempo su vida se desarrolló entre los muros de la fábrica. El mundo llegaba a él a través de los libros y periódicos, los programas de radio, conversaciones con sus compañeros de trabajo, y en especial mediante la correspondencia. El intercambio regular de cartas le daba la posibilidad de mantener lazos emocionales con otros miembros de la comunidad nacional y también le ofrecía un pasatiempo. Su correspondencia con la familia y amigos en Bohemia no se conservó (o, por lo menos, no ha sido localizada hasta el presente). Pero las cartas que intercambiaba con el ya mencionado Alois Nykl, lingüista y filósofo de origen checo, quien ganó fama internacional como especialista en la lengua árabe y la religión musulmana, sí están a disposición de historiadores. Antes de su muerte, Nykl depositó gran parte de sus manuscritos y del archivo de recortes, notas y correspondencia en el Museo Náprstek, museo de etnología no europea en Praga.72
La amistad entre Sudek y Nykl fue, indirectamente, uno de los resultados de la campaña de modernización del porfiriato. La construcción de carreteras y ferrocarriles abrió México también a los que viajaban más bien por placer que por necesidad material. Nykl visitó el país por primera vez en 1906-1907 como corresponsal del ya mencionado periódico compatriota checo de Chicago, Svornost. Hizo excursiones en el centro y norte del país, antes de trasladarse a Egipto y de allí a Japón. Durante la primera guerra mundial, Nykl regresó a Chicago, involucrándose entre 1917 y 1918 en la presión política que hizo posible la aceptación del establecimiento de Checoslovaquia por parte de Estados Unidos. Pero, igual que en el caso de Sudek, también a Nykl le pareció que el nuevo Estado no le ofrecería buenas posibilidades. Terminó quedándose en América, y se doctoró en 1921 en la Universidad de Chicago, en Estudios Románicos. Desarrolló sus estudios en el campo de las literaturas hispanoárabes, investigando y enseñando en E. U., España (dirigió por un breve periodo la Escuela de Estudios Árabes de Granada) y Portugal, y viajando por el Mediterráneo y los Balcanes. Pero tampoco Nykl perdió su fascinación por las lenguas, historia y culturas de México y regresó varias veces al país. De hecho, en retrospectiva declaró que México era su “gran amor”.73 En 1924 llegó como miembro de una escuela de verano, organizada por el Ministerio de Educación en la Universidad Nacional Autónoma de México para profesores universitarios estadounidenses. Precisamente durante este viaje Nykl conoció a Sudek. En 1925, y después en 1926, se alojó varios meses en El Valor, regresando en visitas más breves en los años cuarenta y cincuenta.74 (Imagen 6) Los dos mantuvieron un contacto regular de correspondencia hasta la muerte de Nykl, en 1958, conectándose así el microespacio de El Valor con el mundo global de los viajes de un lingüista e historiador literario. Gracias a la pulcritud casi obsesiva de Nykl, se preservaron ambas partes del intercambio, los originales de las cartas de Sudek y las copias al carbón de las de Nykl. Se ofrece así al historiador una conversación entre ambos, a distancia. Además, los diarios de Nykl sobre los meses de sus estancias en El Valor revelan sus sentimientos, algunos nunca compartidos con sus huéspedes.
Había mucha semejanza entre los dos hombres, a pesar de sus divergentes trayectorias de vida. Nykl era de origen humilde, quizá más humilde que la familia de Sudek. Dejó Bohemia cuando joven, y solamente regresaba de vez en cuando por breves periodos de tiempo. Los planes de retiro en la madre patria se vieron frustrados por la segunda guerra mundial. Como Sudek, Nykl cultivaba el discurso del nacionalismo checo y lamentaba que sus restos no descansarían en Bohemia. “Pero si mi cuerpo se disuelve en una tierra extraña, mi alma siempre morará en Bohemia, entre las almas de mis antepasados”, se consolaba a sí mismo en una de las muchas versiones de su autobiografía.75 Viajaba para ganarse la vida como periodista y más tarde como académico, pero también para “conocer el mundo”, para “profundizar mis conocimientos, a la espera de poder ser un día útil a gente buena”.76 En contraste con Sudek, Nykl no se arraigaba de modo permanente en ningún lugar. Estaba orgulloso de -por no poder regresar a Bohemia- ser capaz de acomodarse a cualquier otro lugar, gracias también a sus extraordinarios conocimientos lingüísticos.77 Con todo, los entornos de Panzacola le fascinaron desde su primera visita. Disfrutaba enormemente de sus estancias en el tranquilo y aislado rincón, ensombrecido por los majestuosos volcanes, bendito por su clima soleado.
Tanto las cartas de Sudek, en las que comentaba los asuntos cotidianos, como los diarios de Nykl documentan la monotonía de la vida en El Valor -las largas horas de trabajo, las invariables partidas de bolos y dominó, por las tardes, entre los hospedadores y sus huéspedes, los paseos a la iglesia cada domingo-. Para Nykl todo esto era un respiro ante las turbulencias de su vida en el “mundo grande”. En 1925, expresó: “Creo que este pequeño lugar es un paraíso en la tierra”.78 Después de regresar a Estados Unidos, le escribió a Sudek: “Uds. que viven allí, probablemente no se den cuenta de esto. Sí, Uds. viven en el paraíso y deberían agradecer a Dios por eso”.79 Repetía lo mismo también en las cartas a otros amigos y conocidos.80 Por su parte, Sudek veía las cosas de un modo diferente. Él aparentemente se cansaba a veces de la vida en el retiro. Respondiendo a una de las cartas en las que Nykl contaba sobre sus viajes, anotó: “De verdad le envidio que Ud. esté yendo de un lugar a otro conociendo el mundo, mientras que yo he estado estos últimos 20 años ganándome la vida en este alejado rincón”.81 Más tarde, resumiendo el tema, agregó: “Ud. está ahora en París en donde todo el mundo corre para ver la exposición. No obstante, nosotros seguimos viviendo aquí, en nuestra soledad”.82 Y tres años después lamentó: “El Sr. Pokorný nos escribió sobre el deseo de encontrarse con Ud. en Estrasburgo si no me equivoco. Todos viajan; sólo nosotros estamos sentados en el mismo lugar”.83
Sudek siempre le pedía a Nykl novedades y le preguntaba por la vida en los países lejanos. Por su parte le brindaba información minuciosa sobre la gente en El Valor, desde el propietario hasta los jornaleros, de los que el académico aprendía las variantes del español mexicano durante sus estancias. Reportaba la introducción de nuevos diseños de telas, en los que ponía la esperanza de librar a la fábrica de la decadencia, durante la crisis económica mundial.84 Narraba los acontecimientos de la dramática competencia entre el Estado y la Iglesia católica. “Se hizo una bodega con viejas cajas y barriles de nuestra capilla”, reportó en 1931.85 También compartía opiniones de la política mexicana, notando que “el nuevo presidente [Plutarco Elías Calles] goza de una simpatía generalizada entre la gente amante del orden, ya que él intenta economizar y trata a todos con justicia, pero no les conviene a quienes les gusta pescar en río revuelto, y desafortunadamente hay muchos que son así”.86 (Imagen 7)
Sudek no siempre compartía la alta opinión de Nykl sobre Panzacola y le hubiera gustado pasar el tiempo en otro lugar, sin embargo al pueblo y sus alrededores sí les cobró apego. En 1954, a la edad de casi 80 años, Sudek planeaba retirarse, ya que su salud empeoraba vertiginosamente; pero, por un lado, las preocupaciones de índole material, y por otro la nostalgia que lo invadía, al fin y al cabo, lo obligaron a quedarse en El Valor. “Cuando más se acercaba la fecha de nuestra salida, tanto más nos poníamos tristes, al pensar que dejaríamos el lugar donde habíamos pasado medio siglo. Por lo tanto, aceptamos con gusto la propuesta por parte del propietario y los señores gerentes de quedarnos”,87 confesó Sudek a Nykl. Más tarde, los describió su vivienda a los empleados del Instituto Checoslovaco del Extranjero.
El apartamento está en el primer piso, tiene seis habitaciones, cinco balcones, uno de éstos tiene vistas al extenso paisaje, los pueblos dispersos, a la derecha, la montaña Malinche de 4 500 metros de altura, a la izquierda el Popocatépetl y Ixtaccihuatl. […] En el patio hay cuatro grandes macizos de flores y en el centro, una fuente con surtidor. A un lado está el albergue para empleados solteros, al otro lado, la fábrica de tejidos y enfrente de esta, la imprenta donde trabajo yo. En el parque está la residencia del propietario, ensombrecida por unos alcanforeros grandísimos y en el declive hacia el río Atoyac hay centenares de coníferos y entre ellos, una gruta artificial, una cascada y una pequeña laguna. […] Todo en conjunto compone un rinconcito idílico, donde llevamos viviendo 53 años y va a ser duro irse.88
Para expresar su gratitud por sus servicios, los propietarios de la fábrica le permitieron ocupar la habitación, incluso después de que su delicada vista le imposibilitó continuar trabajando.89
Tanto para Sudek como para Nykl, El Valor obviamente significaba algo más que el lugar de vivienda y trabajo. Era un ancla, un oasis de estabilidad en las turbulencias políticas, económicas y culturales de la Revolución y los decenios siguientes. Sudek y Nykl compartían la convicción de que después de 1910 el desarrollo en México sólo había sido peor. Considerándose a sí mismos hombres cultos y racionales, les asustaban las aspiraciones de las clases bajas a la participación política. Recordaban cómo era México la primera vez que lo visitaron, el México de pintorescos pueblos “aztecas”, impresiones de la época colonial, de la indómita naturaleza y el ritmo de vida letárgico. Detestaban lo que consideraban ser imitación mal hecha de modernidad europea y estadounidense. Las comparaciones (desfavorables) de la situación en el país, durante y después del régimen de Porfirio Díaz, constituían el punto focal de la mayoría de los textos de Nykl sobre México. Por ejemplo, en su autobiografía mencionó, refiriéndose a su primera visita al país, en 1907: “Por todos lados reinaba tranquilidad, orden, complacencia. Todo lo contrario encontré en 1924. […] La llamada tiranía de Díaz generaba mucha opresión, pero […] en comparación con lo que trajeron los tiempos de los locos y los bandidos revolucionarios, entre 1911 y 1923, era el paraíso”.90
Nykl se oponía incluso a invenciones como la radio y los autobuses, y los consideraba inapropiados para el alma mexicana. “Las masas populares no están condicionadas a usar tales invenciones y les hacen más daño que beneficio”,91 comentó a Sudek cuando éste se jactaba de tener un receptor de radio para El Valor. Y un poco después, añadió: “Su noticia de que ahora las líneas de autobuses conectan todo el mundo no me alegra, porque desaparecerán estas vistas pintorescas que solíamos fotografiar juntos. Asegúrese de completar su colección, para conservar para el futuro los recuerdos de los tiempos románticos de México que lentamente desaparecen ahora”.92 Para Nykl, México existía como decoración para contemplaciones, más que como Estado y sociedad con su propia voluntad y dinámica de desarrollo.
Aunque Sudek ciertamente no se oponía a poder llegar de Puebla a la capital en unas cuatro horas en autobús, y a otras pequeñas comodidades de la modernidad, en general compartía estas opiniones. Si él conservaba la imagen de su niñez en Bohemia, el paraíso terrenal de los cantos nacionalistas, con la misma fuerza mantenía la igualmente idílica imagen de México de los viejos tiempos, el México de los últimos años del porfiriato. Paradójicamente, al llegar a El Valor, él se puso al servicio del progreso tecnológico; después de medio siglo quedó estupefacto por los impactos de este progreso. “Todo se subleva aquí como en todo el mundo”, se lamentó en 1958, describiendo en detalle las huelgas, las protestas estudiantiles, al descontento general y concluyendo: “¿Dónde están los tiempos de oro, cuando vivimos en paz y tranquilidad y contábamos los años para el futuro? Ahora no podemos estar seguros de lo que vendrá mañana, pues estamos contentos de haber llegado a viejos y no vivir mucho más en este mundo que está empeorándose cada vez más”.93 Aparentemente, el propio El Valor no experimentó mayor modernización desde finales del siglo XIX, lo que hizo posible que Sudek mantuviera su posición privilegiada de grabador de cilindros, de quien dependía el éxito del proceso de impresión en los textiles.
El año 1956 trajo un cambio sustancial en la monotonía de la vida de los esposos envejecidos. Bedřich Sudek por fin obtuvo la aprobación de las autoridades checoslovacas para viajar a México y reunirse con sus padres, tras 25 años de espera. Aunque originalmente había planeado una estancia de sólo dos meses, al conocer su mal estado de salud, Bedřich decidió quedarse en Panzacola. Su padre hizo uso de sus contactos políticos para facilitarle el permiso de residencia y un empleo en El Valor. Sin embargo, esto significó para Bedřich el rompimiento de sus propios lazos familiares, ya que a su esposa e hijo no se les permitió seguirle al extranjero, y más aún, el régimen comunista checoeslovaco dictó persecución contra él. En junio de 1959, el Tribunal Popular de Praga sentenció en ausencia a Bedřich Sudek a tres años de cárcel y a la pérdida de todos los bienes por “un hecho criminal de salida no autorizada de la república”.94 Su hijo no pudo estudiar en la universidad. El joven Rudolf Sudek solamente se reunió con su padre en México en 1968, cuando el breve relajamiento del régimen comunista conocido como la Primavera de Praga95 posibilitó su salida de Checoslovaquia.
Conclusión: límites del estudio de biografías globales
La última carta de Sudek al Instituto Checoslovaco del Extranjero -y el último documento escrito por él que se ha preservado- está fechado el 15 de febrero de 1967. Se trata de una breve nota sobre los preparativos de la fiesta para celebrar su noventa cumpleaños.96 Falleció el año siguiente, el 13 de abril de 1968.97 La longevidad de Sudek lo convirtió, de cierta manera, en un guía en la historia moderna mexicana, desde el presagio de la Revolución hasta la culminación de la crisis política y social que desembocó en la tragedia de Tlatelolco. A la vez, fue testigo desde el exterior de los igualmente dramáticos acontecimientos en su madre patria. Nació cuando el Imperio Habsburgo todavía estaba en pleno auge. Experimentó la fundación de la Checoslovaquia independiente, su desintegración durante la segunda guerra mundial, su restauración, el golpe comunista y los tiempos del estalinismo, hasta los primeros aires del deshielo que precedieron la Primavera de Praga. Conoció el florecimiento de las relaciones oficiales entre las dos repúblicas en los años treinta, y su marcado enfriamiento en los cincuenta, cuando ellos se encontraban en los extremos opuestos de la cortina de hierro; también vivió el auge de la libertad de movilidades laborales y turísticas a través del Atlántico en los primeros decenios del siglo XX y su repentino bloqueo después de 1938. En su vida privada se resentían los impactos de las conexiones globales.
La aparente extraordinaria riqueza de los documentos que revelan los acontecimientos de la vida de Sudek y sus opiniones íntimas invitan a lo que Bourdieu denominó la illusion biographique, la convicción, supuestamente vana o falsa, del historiador de poder narrar la secuencia continua de eventos de una vida personal, darle una coherencia teleológica y conectarlo con el dramático escenario de la historia mundial que lo encuadraba.98 A la vez, es tentador considerar a Sudek algo más que una persona concreta, hacerlo representante de todo el grupo de migrantes laborales en la misma posición, explicar sus acciones a través de las de otros. De lo contrario, podemos buscar en lo que Sudek distaba de ser un “típico” trabajador migrante. Por ejemplo, él alcanzó una mejor educación que la mayoría de sus compañeros de Panzacola, era un meticuloso observador y comentador de su entorno, y lo documentaba mediante la palabra y la fotografía. ¿Pero cómo podemos decidir si era excepcional u ordinario si apenas conocemos a los otros migrantes checos, alemanes, austríacos o españoles en Puebla por sus nombres y sin ningún otro tipo de testimonios?
Además, la mayoría de los documentos de los que disponemos son ego-documentos, potencialmente ricos, pero también extremadamente problemáticos. Las cartas o artículos de periódicos nos dan la ilusión de conversar con Sudek. No obsante, era él quien escogía los temas de discusión que aportaban informaciones concretas sobre sí mismo y su entorno. Gracias a su afición por la fotografía, podemos literalmente mirarlo a la cara, junto con su esposa e hijo, ver con sus ojos su entorno, los paisajes por los que caminaba, pero en la mayoría de los casos él mismo hacía el arreglo de las composiciones. Con la excepción de los diarios de Nykl y la breve mención de Reinerová, carecemos de las opiniones de otros sobre Sudek. No sabemos qué opinaban de él sus superiores y sus compañeros de trabajo, si era justificado su sentido de superioridad, si verdaderamente era bienvenido o más bien tolerado en las casas indígenas en los pueblos de los alrededores de Panzacola.
Tampoco se ofrece mucha información sobre sus próximos, quienes se expresan más bien a través de otros que por sus propias palabras. Disponemos de voluminosos dossiers sobre Bedřich Sudek en los archivos de la policía secreta checoslovaca, pero éstos solamente incluyen los años 1956-1960. ¿Cómo sentía “Beda” su niñez en el México revolucionario, cómo construía y mantenía su identidad cuando estaba en México y cuando estaba en Checoslovaquia? ¿Donde tenía su propio hogar? Solamente lo podemos especular. Y en lo que respecta a su madre, Rose Sudková, tenemos a disposición los trozos de información dispersos en la correspondencia entre su esposo y Nykl. Las menciones de Rudolf Sudek casi siempre se referían a su identidad nacional. Las entradas del diario de su huésped erudito tocaban asuntos domésticos. “La Sra. S. está ocupada cocinando pavo y pelonas. ¡Una mujer excelente!”, notó Nykl en 1925.99 La consideraba una excelente ama de casa que “hablaba el español mexicano como una nativa”.100 (Imagen 8) Nada de esto, sin embargo, ofrece mucho con respecto al carácter, pensamientos, conocimientos de la señora, su relación con su marido, la comunidad, su quehacer cotidiano.
Pues, como era el caso del anónimo o casi anónimo comentador de la muerte del molinero Menocchio en el siglo XVI, también sobre los migrantes checos que vivieron y murieron en México antes y después de la Revolución sin dejar huella, sobre sus esposas e hijos, sabemos muy poco o nada.101 Sin embargo, su mismo modo de vivir, sus oscilaciones entre el hogar de Bohemia y el hogar de México, revelan mucho a los historiadores. Testifican la multiplicidad de transferencias de fronteras políticas y culturales, entrelazamientos de personas, comunidades y Estados, nacidos de los procesos de modernización e industrialización que abarcaban todos los continentes desde finales del siglo XIX. Las fronteras, ciertamente, no “desaparecieron” con la globalización del siglo XX.102 Pero en su mantenimiento o cuestionamiento, en sus transformaciones y regulaciones actuaban tanto los Estados-naciones como entidades colectivas, y sus élites, como individuos de poder, como numerosos actores subalternos. Ellos entraban en los grandes procesos a través de sus acciones conscientes, mantenimiento de rituales de pertenencia, pero también actos inconscientes, como decidir si cocinar el strudel centroeuropeo o pelonas mexicanas.