Existen dos narrativas que han predominado en el estudio de la Guerra Fría en América Latina y que han simplificado el papel de los actores políticos en este conflicto. Por un lado, ciertas investigaciones han reducido la experiencia latinoamericana a la revolución cubana y a la exportación guerrillera; por otro, también es tendencia explicar a la región a partir del intervencionismo estadounidense. Si la importancia de la revolución cubana para América Latina es innegable, existieron otros movimientos y posturas de diversos actores que son prueba de la complejidad política, más allá del impacto del caso cubano. Tampoco es posible poner en duda la política intervencionista de EU, pero el énfasis en su política oculta la agencia de las naciones que siguieron una agenda propia, a pesar de la hegemonía estadounidense. En aras de un entendimiento más completo es necesario poner en duda estas dos narra tivas y crear explicaciones históricas que complejicen la experiencia histórica latinoamericana.
Odd Arne Westad -quien también escribe la conclusión del libro reseñado- apelaba desde 2005 a la necesidad de reconstruir las narra tivas sobre la Guerra Fría a partir del reconocimiento del papel que los países tercermundistas jugaron en el conflicto internacional; sin embargo, todavía no se había escrito una obra que, de manera general, se enfocara en la región latinoamericana. Existen trabajos aislados que han intentado nutrir este vacío historiográfico (Harmer y Segovia, Chile y la Guerra Fría interamericana, o Zolov, The Last Good Neighbor), pero que no dejan de ser propuestas enclaustradas en lo nacional. Es por esta razón que el libro coordinado por Thomas C. Field, Stella Krepp y Vanni Pettinà resulta novedoso, pues tiene el acierto de incorporar 14 investigaciones que, en un amplio abanico de experiencias nacionales -atravesadas por procesos internacionales-, muestran la política de los países latinoamericanos en su búsqueda por un lugar en el complejo mundo de la Guerra Fría. Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Cuba, Guatemala, México, Nicaragua y Panamá son las naciones estudiadas, a través de las cuales se liga la idea principal: entender las relaciones de los países latinoamericanos con los del Tercer Mundo como el eje central de su historia, concluyendo que analizar la historia latinoamericana durante las décadas de 1960 y 1970 es explicar la historia del tercermundismo en sí misma.
La obra se presenta en dos secciones, en la primera de ellas, “Third World Nationalism”, se rastrean los vínculos entre las políticas nacionalistas con el Movimiento de los No Alineados (MNA). Los estudios se ordenaron cronológicamente y otorgan una pluralidad de ejemplos y problemáticas divergentes entre el desarrollo del nacionalismo, las posturas antiimperialistas y las conexiones tercermundistas. Miguel Serra Cohelo propone mostrar a partir de fuentes diplomáticas el intento de vinculación entre Brasil e India y vislumbrar las razones del fracaso de dicha empresa; Vanni Pettinà explota la reciente apertura de los archivos soviéticos y propone que la empresa soviética de vinculación con Latinoamérica más importante desde el inicio de la Guerra Fría fue la visita de Anastás Mikoyán a México durante la presidencia de López Mateos; ambos autores concuerdan en que el fracaso de estas conexiones fue la fuerte presencia de sectores anticomunistas en la élite política de dichos países. Stella Krepp presenta otra mirada a la diplomacia brasileña, esta vez en relación con Estados Unidos, y la búsqueda de una postura autónoma a partir de su participación en las reuniones del MNA (1961-1964); Mitchell Getchell expone, a partir de documentos del propio MNA, las dificultades diplomáticas entre Cuba y la URSS, mostrando así una mirada más compleja sobre la agencia de la isla respecto a su política exterior. Tanto Krepp como Getchell concuerdan en que el MNA funcionó como una base para el crecimiento de la autonomía diplomática de los países latinoamericanos, ya sea respecto a EU o a la URSS. Sarah Foss rastrea el reforzamiento de las élites anticomunistas y antidemocráticas en Guatemala (después de la caída de Árbenz) y no duda en concluir que tanto el acercamiento a una identidad tercermundista por parte del gobierno guatemalteco como el Programa Nacional para el Desarrollo de la Comunidad fueron dos estrategias antirrevolucionarias que afianzaron el poder de la derecha; desde un cuestionamiento similar, David Sheinin nos muestra el intento de diversos gobiernos argentinos (1945 a 1988) de diversificar sus relaciones diplomáticas con el firme objetivo de reforzar su política nacionalista interna. Por su parte, Thomas Field presenta, a mi gusto, el mejor texto de esta primera sección. El autor plantea desde el inicio una problemática muy interesante respecto a la política exterior del gobierno revolucionario boliviano: el acercamiento a EU para recibir la ayuda de la Alianza por el Progreso, la diversificación del apoyo al vincularse con el gobierno checoslovaco y el afianzamiento de su postura en la región latinoamericana al permitirse también el diálogo con Cuba. Las conclusiones nos dejan ver justamente esta complejidad de la política de los países latinoamericanos durante la Guerra Fría, donde los compromisos internacionales son parte del reforzamiento de la agenda nacional, además de mostrarnos las divergencias dentro del mundo socialista.
La segunda sección, “Third World Internationalism”, tiene como eje principal la indagación sobre la agencia de los países latinoamericanos en la construcción de políticas de vinculación tercermundista. La articulación de las propuestas no es tan clara como en el apartado anterior y las metodologías, como los actores estudiados, difieren en cada caso. Sin embargo, esta falta de homologación no resta complejidad u originalidad a las investigaciones. Alan McPherson abre la sección con un estudio sobre la identidad caribeña alrededor de la negritud como una característica central para enfrentar al intervencionismo estadounidense durante la ocupación militar en Haití y la República Dominicana de principios del siglo XX. Mariana Villanueva nos muestra Panamá durante la dictadura de Torrijos que, en contraposición de otros regímenes autoritarios, logró incluir las demandas de los grupos de oposición internos para pujar por los acuerdos internacionales. En específico, este artículo nos acerca a cómo la inclusión de Panamá al MNA le permitió a Torrijos una mayor visualización sobre los problemas de la ocupación estadounidense en la zona del Canal y, al mismo tiempo, construir el imaginario de un régimen autoritario de amplia aceptación. Por su parte, Eugenia Palieraki reconstruye los lazos entre Chile y Argelia (1950-1970), teniendo como principal objetivo replantearse la historia del Tercer Mundo desde los vínculos que se construyeron internamente y apartándose de la historiografía que pretende explicar la experiencia latinoamericana desde sus relacio nes con EU o la URSS. Tobias Rupprecht rompe con la explicación del supuesto desencanto de los intelectuales latinoamericanos frente a la URSS durante los años sesenta y, a partir de testimonios y cartas, da cuenta de la admiración que los viajeros mostraron frente al socialismo real, sobre todo en materia de educación, salud y una modernización que no provocaba pobreza, como sucedía en sus países de origen. Eline van Ommen nos presenta a un Frente Sandinista de Liberación Nacional que a principios de la década de 1970 construyó vínculos diplomáticos con ciertas organizaciones de Europa Occidental, trascendiendo así la supuesta bipolaridad de la Guerra Fría; en un tono similar, Eric Gettig rastrea el compromiso cubano en aras de la creación de organizaciones tercermundistas como un ala diplomática y pacífica paralela a la expan sión del foquismo. Christy Thornton hace gala de su fluida pluma para construir una genealogía de la diplomacia mexicana desde inicios del siglo XX, pero con un claro énfasis en la importancia que tuvo la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados presentada por el presidente Echeverría frente a la ONU, como una muestra del papel diplomático central que tuvo México para la consolidación de una postura antihegemónica en la región.
Se agradece el esfuerzo por reunir una historia del Tercer Mundo desde América Latina y es incluso obvio que se presente como una obra colectiva. Aunque hay una clara apuesta a la regionalización, el hecho de centrarse en casos particulares impide que no se logre escapar del todo de la idea de nación como eje regulador, pero hasta el momento parece el camino más seguro para avanzar en este tipo de problemáticas. Otros aspectos llamativos sobre la obra son: la falta de autores y autoras latinoamericanos, lo cual nos regresa la mirada al debate entre Gilbert Joseph y Marcelo Casals; el desatino de la inclusión del artículo de Alan McPherson al insertarse en otra periodicidad y enfoque al de la obra en general; por último, la ausencia de investigaciones sobre países que jugaron un papel importante en las conexiones tercermundistas, como El Salvador, Costa Rica o Uruguay. No obstante estos detalles, la obra contiene un conjunto de fértiles preguntas que permiten a los lectores y lectoras descubrir problemáticas históricas complejas y ricas en cuestionamientos aún sin resolver. Esta obra abre nuevos caminos para la reflexión, vetas interesantes para pensar la historia de América Latina durante la Guerra Fría más allá de su conexión con la revolución cubana o la intervención estadounidense, e invita a la producción de narrativas más frescas, en espera de que se traduzca y que investigaciones desde el propio continente latinoamericano comiencen a ocupar también este espacio académico.