Presentación
Con frecuencia la bibliografía ubica el periodo de auge de la movilización social y de la nueva izquierda argentina en los años que siguieron a las insurrecciones urbanas de 1969, y hace coincidir su cierre -con frecuencia, de manera tácita- con el golpe de Estado de 1976. Por tal razón, el fin del ciclo suele quedar asociado a la derrota, en el plano militar, de las organizaciones armadas -sobre las cuales recaen juicios sobre su “desvío militarista” o sobre la responsabilidad que les cabría en el desencadenamiento del golpe de Estado.2
Sin desconocer la pertinencia de la periodización, pensamos que una mirada atenta sobre lo ocurrido entre ambas fechas permitiría identificar procesos y acontecimientos que, bastante antes de 1976, habían comenzado a empujar hacia el cierre y posterior clausura de la movilización.
Porque siendo verdad que a partir del Cordobazo3 y del despliegue de las guerrillas el nivel de activismo creció tanto como para lograr la desestabilización del gobierno militar -y forzar el llamado a elecciones-, también es verdad que, hacia 1972-1973, a la vez que la movilización alcanzaba un pico, el proceso político comenzaba a mostrar ciertas ambivalencias y, luego, inequívocos signos de deterioro.
Sin ninguna pretensión de saldar el tema, este trabajo se propone volver sobre ese capítulo aún poco explorado e identificar los elementos propiamente políticos que, dentro y fuera del campo de la nueva izquierda, contribuyeron a la disminución del nivel de movilización -o a la necesidad de acotar el alcance de los objetivos perseguidos-. Con el fin de adentrarnos en ese complejo proceso, proponemos revisar la lectura que de él hiciera un tipo particular de actores de la época: las revistas político-culturales de la nueva izquierda y los colectivos intelectuales que las motorizaron. Siendo imposible abarcar la totalidad de un campo que fue especialmente nutrido en la época,4 la atención recaerá sobre dos de esas revistas, Pasado y Presente (segunda época) y Envido, en tanto ambas vivieron con especial dramatismo las contradicciones contenidas en el proyecto del sector de la nueva izquierda que buscaba articular peronismo y socialismo. La importancia de colocar la atención en dicho proyecto, y en esos años, radica en que por entonces el conjunto de las agrupaciones lideradas por la organización Montoneros había logrado instalar una “tendencia revolucionaria” dentro del movimiento nacional-popular y, además, despertar simpatía en otras que no se reconocían peronistas. Desde esa posición, Montoneros y la Tendencia Revolucionaria se convirtieron en el sector de la nueva izquierda con mayor capacidad de movilización, llegando incluso a involucrarse en la disputa por el poder -camino que, como se verá, resultó plagado de equívocos y tensiones.
En tal sentido, durante el periodo comprendido entre la campaña electoral -y el triunfo de Héctor Cámpora en 1973- y la tercera presidencia de Perón, las revistas mencionadas permiten apreciar que bastante tempranamente, junto a un discurso triunfalista, asomaban dudas y temores ante el curso que podrían tomar los acontecimientos políticos. Cabe aclarar que, en menor proporción, y sólo a manera de contrapunto, se incorporará la perspectiva de algunas otras revistas, también ubicadas en el campo de la nueva izquierda, pero diferenciadas de las anteriores en lo que respecta al vínculo con el peronismo y con el proceso electoral: Nuevo Hombre -cercana al Partido Revolucionario de los Trabajadores- Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) y Los Libros -vinculada a la izquierda insurreccionalista, Vanguardia Comunista (VC) y Partido Comunista Revolucionario (PCR).5
La nueva izquierda
A partir del derrocamiento de Juan D. Perón en 1955, la sociedad argentina ingresó en una larga crisis que, reiteradamente, ha sido vinculada con la incapacidad de sus clases dominantes para establecer “alguna forma de dominación legítima”.6 A lo largo de casi dos décadas de inestabilidad, la proscripción del peronismo y un juego político viciado terminaron por vaciar de legitimidad a las instituciones políticas y al Estado mismo, y posibilitaron la emergencia de un heterogéneo movimiento de oposición a la vez social, político y cultural al que aquí en glo ba mos bajo el concepto de nueva izquierda. Desde nuestra perspectiva, el concepto de nueva izquierda designa a ese conglomerado en el cual ciertas prácticas y orientaciones discursivas comunes dieron cierta unidad a sectores sociales y políticos movilizados en oposición a un orden percibido como injusto.7
A la manera de un “movimiento de movimientos”,8 la nueva izquierda argentina resultó de la convergencia discursiva y práctica de múltiples grupos y organizaciones sindicales, políticas y culturales que, aun manteniendo ciertas diferencias -y sin haberse unificado-, actuaron y se sintieron políticamente solidarios. Desde nuestro punto de vista, ese movimiento trascendió los marcos de la protesta y avanzó impugnando el orden existente y, en la coyuntura que aquí examinaremos, llegó a incidir en la disputa por el poder.9 También pensamos que, al igual que otros movimientos similares, la nueva izquierda argentina requiere ser estudiada atendiendo a las particularidades de su cultura política, aunque su desarrollo pueda y deba ser relacionado con procesos transnacionales y con las “oleadas revolucionarias” de la época.10
Comprender la naturaleza y alcances de este movimiento, y también la encrucijada en la que se encontró a principios de los setenta, requiere tomar en cuenta la incidencia de ciertos procesos que venían ensamblándose de manera compleja desde la década anterior. Por caso, el de las transformaciones sufridas por las clases medias y sus capas intelectuales, en las cuales la modernización cultural se combinó rápidamente con una intensa politización, en gran parte derivada del impacto producido por la revolución cubana.11
Uno de los efectos más notables de ese proceso se manifestó en la instalación de un creciente malestar en el interior de ciertas “familias ideológicas” -la izquierda, el nacionalismo, el mundo católico-, en las cuales la entrada de nuevas ideas y el conocimiento de experiencias heterodoxas facilitaron la construcción de marcos conceptuales alternativos a los vigentes e incidieron en la construcción de nuevas identidades. En ese camino, ya a principios de los sesenta, el cuestionamiento al “reformismo” y al “liberalismo” derivó en fuertes críticas a las dirigencias socialistas y comunistas, a las cuales se responsabilizó por el “histórico desencuentro” entre los trabajadores y la izquierda. Comenzó así la revisión de las ideas a través de las cuales había sido pensado el “fenómeno peronista”, y un nuevo lenguaje fue dejando atrás conceptos tales como “totalitarismo” o “demagogia”. En su lugar se fueron instalando otros que, en tono positivo, aludían a la “experiencia” realizada por los trabajadores en el seno del “movimiento nacional” y a las potencialidades revolucionarias que, debido a su base obrera, él encerraba.12
A la vez, en el seno mismo del peronismo, un ala combativa y renovadora reelaboraba la propia experiencia y sostenía que el Movimiento debía actualizar sus banderas antiimperialistas y de justicia social ligándolas con las de socialismo y revolución.13 De modo que, tanto en significativos sectores de la izquierda como en otros del peronismo, bastante tempranamente, se instaló la idea de que peronismo y socialismo no sólo no eran incompatibles, sino que más bien podían y debían ser articulados. Así es como, tanto en el mundo sindical como en el de la política o la cultura, los primeros grupos de la nueva izquierda instalaron un principio de alteración en el pensamiento de la izquierda y del peronismo tradicionales y delinearon los elementos que serían clave en la construcción de una nueva “racionalidad política”.14
Si hasta mediados de los sesenta las discusiones habían girado bajo la preocupación de desentrañar la relación entre clase obrera e identidad peronista, así como la de encontrar el camino que permitiera insurreccionar al peronismo, después del golpe de Estado de 1966, el debate viró hacia otras cuestiones. Y al tiempo que crecía la movilización popular contra el gobierno militar, en los círculos de la nueva izquierda otro tema adquiría centralidad: el de la construcción de una sólida “vanguardia” capaz de dar dirección revolucionaria al movimiento opositor. Si bien todos compartían la lucha contra la dictadura y el objetivo del socialismo, mantenían algunas diferencias en el plano de la estrategia y también en lo referente al papel del peronismo y del propio Perón en el proceso revolucionario. Mientras algunas organizaciones político-militares, como las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) o Montoneros,15 consideraban que el “camino” de la revolución argentina pasaba por dicho movimiento, otros grupos eran duros críticos de Perón y de la dinámica movimientista de su fuerza política -es el caso de los ya mencionados PRT-ERP, PCR o VC.
Por su parte, Perón desde su exilio en Madrid, a tono con la época, modulaba un nuevo discurso en el que incluía conceptos como el de “socialismo nacional” y otorgaba su reconocimiento a las organizaciones revolucionarias que invocaban su nombre -a las que denominaba “formaciones especiales”-. Finalmente, no es posible dejar de señalar que, si bien dentro de la nueva izquierda existían las dos posiciones mencionadas, hacia 1972-1973 la corriente principal de la movilización política fue la liderada por los grupos ligados al peronismo.16
La coyuntura
Tal como se señaló al principio, la combinación de protesta social y radicalización política alcanzó uno de sus picos entre 1969 y 1971, cuando al movimiento huelguístico y a la agitación universitaria se le sumó la seguidilla de insurrecciones urbanas y el accionar de las organizaciones revolucionarias, particularmente las armadas. Después del segundo Cordobazo, en medio de una situación de contestación generalizada,17 y mientras los grupos revolucionarios creían asistir al comienzo de una ofensiva popular contar el “sistema”, el acosado gobierno militar de la “revolución argentina” sorprendió a todos con una estratégica “jugada”:18 convocó a todo el arco político -incluido el peronismo- a un Gran Acuerdo Nacional (GAN) y a la realización de elecciones sin proscripciones. Así, al autorizar la participación del peronismo, después de casi dos décadas, el presidente Lanusse intentaba contener el descontento popular y evitar su confluencia con el movimiento revolucionario. Buscaba, con un único movimiento, resolver a la vez la “cuestión del 55” y la del “69”: devolverle a Perón un lugar de legitimidad en la política argentina y recomponer la autoridad estatal amenazada por la “nueva oposición” nacida en el Cordobazo.19
Inicialmente, los grupos de la nueva izquierda repudiaron la iniciativa gubernamental por considerarla una “trampa”,20 pero la “jugada” había sido hecha y, tras la sorpresa, todos pudieron comprobar que la lógica del proceso había comenzado a cambiar sobre todo, a partir del momento en que un actor del peso político del general Perón dejó en claro su voluntad concurrencista.21 Entonces, mientras una parte de la nueva izquierda persistía en el rechazo frontal a la salida electoral, el otro sector, el que se reconocía peronista -particularmente Montoneros-, buscó la manera de acompasar su estrategia con la del líder y con el sentir de los sectores populares que, desde 1955, reclamaban por el fin de la proscripción.
De modo que, aún con dudas, Montoneros y el conjunto de las organizaciones de la llamada “Tendencia Revolucionaria” del peronismo se dieron a la tarea de ensamblar en sus consignas elementos propios del discurso revolucionario con otros que concordaran con la participación en las futuras elecciones. Así, lograron liderar a gran parte del movimiento opositor a la dictadura, y además, avanzar dentro del Movimiento en la batalla por las candidaturas: Perón -imposibilitado de postularse- designó al doctor Héctor J. Cámpora, cercano a la “Tendencia”, como candidato a la presidencia de la nación, prefiriéndolo al propuesto por la dirigencia sindical y política tradicional.22
A partir de entonces, buena parte de la movilización se orientó hacia las masivas manifestaciones que llevarían al triunfo del Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI) en marzo de 1973. Montoneros y la “Tendencia” no sólo ocuparon un lugar preponderante en la política que se desarrollaba en las calles sino que, además, cosecharon la adhesión de organizaciones políticas y político-militares que habían hecho el tránsito desde la izquierda hacia el peronismo -por caso, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)-, y de grupos que, como el de los intelectuales de Pasado y Presente, sin integrarse al peronismo, brindaron público apoyo a su fórmula con la convicción de que con su triunfo comenzaría “la larga marcha al socialismo”.23
Sin embargo, muy poco tiempo después de que el nuevo gobierno hubiese asumido el poder, los violentos episodios que rodearon el regreso de Perón al país -más las críticas de éste a los sectores juveniles y de izquierda y el rápido desplazamiento del presidente Cámpora- comenzaron a hacer visible la brecha que se abría entre las expectativas de la izquierda y el proyecto de “democracia integrada” que Perón comenzaba a poner en marcha.24
Las revistas
Como parte del nutrido campo de las revistas político-culturales de esos años, las que aquí serán comentadas portan las marcas de la época que ellas mismas contribuyeron a modelar, época particularmente activa en el cruce y articulación entre debates teóricos y planteos políticos.25 Pensadas para la coyuntura, ocuparon un lugar clave en la producción y difusión de discursos, a los cuales volvieron audibles para círculos más amplios que los de las militancias orgánicas.26 En palabras de Beatriz Sarlo, esas revistas cumplieron la función de proporcionar “instrumentos culturales a diseños políticos más amplios” y, en ese sentido, se diferenciaron de aquellas que transmitían oficialmente la voz de un partido u organización en el ámbito de la cultura -vale decir, de las más directamente volcadas a la función de propaganda-.27 Por otra parte, en tanto emprendimientos colectivos, pueden ser vistos como parte activa de la definición -a veces redefinición- de los rasgos políticos y culturales de la época, y también como valiosos documentos a la hora de la reconstrucción de una coyuntura en especial densa.28
Por todas esas razones, su valor resulta inestimable a la hora de comprender los dilemas de la época, así como el tenor de las opciones a las cuales los protagonistas se vieron enfrentados y, sobre todo, para identificar los términos a partir de los cuales ellos, y una parte significativa de la sociedad argentina de entonces, definía sus problemas e imaginaba las soluciones. Pero además, porque permite al lector actual hallar indicios de ciertas tramas o lógicas de acción que, tal vez, hayan permanecido veladas para los protagonistas, inmersos en una historia que “aún estaba por hacerse”,29 o que no podían ser dichas desde las publicaciones que expresaban oficialmente la línea de las organizaciones políticas.
En los casos de Envido y Pasado y Presente, corresponde consignar que los respectivos colectivos editoriales, siendo autónomos, mantuvieron importantes grados de simpatía con el proyecto de la izquierda peronista: el primero, desde su asumida identidad peronista, y el segundo, desde su ya larga trayectoria en el campo de una izquierda dispuesta a tender puentes hacia el mundo de lo nacional-popular. A su manera, cada revista fue portadora de la sensibilidad política del sector de la nueva izquierda empeñado en articular, discursiva y políticamente, peronismo, socialismo y revolución, en tanto fórmula política que permitiera conectar a la izquierda con el movimiento de protesta y resistencia de los trabajadores.
Envido. Revista de política y ciencias sociales nació en junio de 1970 por iniciativa de un grupo vinculado al socialcristiano Movimiento Humanista Renovador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y del Centro de Economía Humana -ligado a la corriente orientada por el padre Joseph Lebret-, al cual se sumarían otros intelectuales que, desde diversos orígenes políticos, se habían incorporado al peronismo. Entre los del primer grupo puede mencionarse a Arturo Armada -director de la revista-, Héctor Abrales, Gonzalo Cárdenas, Justino O’Farrell, Domingo Bresci y Rubén Dri (sacerdotes, los tres últimos), y entre los segundos, a Alcira Argumedo, Roberto Carri, Horacio González y José P. Feinmann -ligados a su vez a las llamadas “Cátedras Nacionales” de la mencionada facultad.30 La revista se mantuvo dentro del campo de la “Tendencia Revolucionaria” y de la Juventud Peronista (JP), es decir, en las cercanías de Montoneros, hasta que a fines de 1973 se precipitó el conflicto que pondría fin a la publicación.
Un rasgo propio del grupo que hacía Envido, y en general del peronismo revolucionario, era el de otorgar centralidad a la “cuestión nacional” y a la superación de las relaciones de “dependencia”, así como la consideración del peronismo como uno de los movimientos de liberación del Tercer Mundo. Se sostenía, además, que de las experiencias de esos movimientos, y no de modelos o teorías “eurocéntricas”, debían extraerse los criterios y categorías que guiarían la lucha revolucionaria y la construcción de un “socialismo nacional”. En el mismo sentido, y en disputa con los análisis de cuño marxista, Envido identificaba al sujeto revolucionario en términos de “pueblo” -y no de “clase”- y, consecuentemente, rechazaba las interpretaciones sobre la incorporación de la clase obrera efectuadas a partir de “determinaciones estructurales” o tomando en cuenta el eje “autonomía-heteronomía”. Por el contrario, Envido destacaba una y otra vez la “primacía de la política” y el papel del “liderazgo” en tanto principio organizador del pueblo: de ese modo se diferenciaba no sólo de los análisis marxistas ortodoxos, sino también de los producidos por los “gramscianos” de Pasado y Presente y por algunas corrientes peronistas de orientación “alternativista”.31
Por su parte, Pasado y Presente había sido fundada en Córdoba en 1963 bajo la inspiración del intelectual y militante comunista José Aricó, a quien rápidamente se uniría Juan C. Portantiero desde Buenos Aires, con el compartido propósito de abrir una serie de debates en el ámbito de las izquierdas, particularmente en el Partido Comunista (PC).32 Uno de los rasgos que permite diferenciarla del mundo del comunismo argentino del cual provenía es el intento de buscar otra lectura del marxismo para, desde allí, reabrir la discusión sobre el peronismo -discusión que el PC había clausurado en 1946-. Según el mismo Aricó, el conocimiento del pensamiento de Gramsci había tenido para ellos “un efecto liberador”, en tanto les había permitido entender la “propia realidad nacional” y dar salida a la casi “obsesión” por elaborar “una teoría de la revolución argentina” desdeñando la utilización del marxismo como mera “doctrina”.33
Por ese camino, Pasado y Presente aportó a una nueva comprensión del peronismo y proporcionó argumentos a quienes se encontraban en tránsito desde la izquierda tradicional hacia la nueva izquierda. Uno de sus puntos de vista más influyentes fue el que consideraba al peronismo como “movimiento nacional-popular”, producto de una “alianza policlasista”, dentro de cuyos marcos los trabajadores habrían alcanzado su unidad política y consolidado su “identidad”. En consecuencia, la “experiencia” peronista debía ser considerada como un “tramo” en la constitución de su plena conciencia histórica, y con ella habría que contar si se quería avanzar en la construcción de una “voluntad nacional-popular” orientada al socialismo. Por otra parte, desde un pensamiento cercano al de Ernesto Guevara y al peronismo revolucionario de John W. Cooke, la revista sostenía que en las condiciones de la época -y tal como lo habría mostrado Cuba- la liberación nacional y la revolución socialista eran parte de un mismo proceso, por lo cual no cabía escindir la cuestión nacional de la cuestión clasista.34
Llegado 1973, cuando el colectivo editorial decidió retomar la publicación, ya contaba con suficiente prestigio y una extensa trayectoria en el mundo cultural y político de la nueva izquierda. Según los propios protagonistas, la apuesta que entonces hicieron por la izquierda peronista puede entenderse a partir del entusiasmo que les despertaba el crecimiento de la Tendencia Revolucionaria y el hecho de que Montoneros se hallara en plena tarea de reorganización de sus “frentes de masas” -en particular el de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP)- a la vez que avanzaba en procesos de unidad con otros grupos -las FAP y las FAR-.35 Todo ello quedaría expresado en el primer número, en el cual, además de justificar la opción, criticaron con extrema dureza a los grupos de la nueva izquierda que, actuando como “vanguardias externas”, se colocaban al margen del movimiento popular y se oponían al proceso electoral en curso.36
Entre esas vanguardias a las que Pasado y Presente consideraba “externas” se contaban las que se expresaban mediante revistas tales como Los Libros y Nuevo Hombre. La primera (1969-1976) nació bajo el impulso y dirección de Héctor Schmucler con el propósito de modernizar la crítica e incorporar los avances teóricos europeos, además de discutir el papel de los intelectuales y su relación con la política. Más adelante Carlos Altamirano, Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo se incorporaron al comité de redacción, y Los Libros pasó a presentarse como una revista orientada hacia “una crítica política de la cultura”, que desde sus páginas acompañó -y analizó- al movimiento de protesta y radicalización, con especial atención en el “clasismo”. Luego, hacia mediados de 1972, desacuerdos surgidos en torno a la posición a adoptar frente al GAN provocaron el alejamiento de Schmucler, y la revista quedó en manos de los otros tres miembros del comité. Desde entonces, y en términos generales, Los Libros pasó a reflejar la perspectiva de las organizaciones de la nueva izquierda que rechazaban la salida electoral con consignas del tipo “Ni golpe ni elección, revolución”.37
En cuanto a Nuevo Hombre (1971-1976), en su primer año de existencia y antes de vincularse con el PRT-ERP, estuvo bajo la dirección de Enrique Walker. Por entonces era una típica revista político-cultural de la nueva izquierda, vocera independiente de todas las organizaciones revolucionarias; en ella escribieron notorios intelectuales, desde Nicolás Casullo y Alicia Eguren hasta Silvio Frondizi y Vicente Zito Lema. A principios de 1972, cuando su director se retira, la revista pasa a reflejar -aunque de manera más bien laxa- el punto de vista del PRT-ERP, sobre todo en lo que respecta a su línea “frentista” de búsqueda de unidad de todos los grupos revolucionarios, proyecto dentro del cual convocaba con especial interés a los grupos peronistas.38 Crítica del GAN, Nuevo Hombre dio amplio espacio al movimiento huelguístico y al “clasismo”, a los movimientos campesinos, a los grupos cristianos radicalizados y a la cuestión de los presos políticos, a la vez que siguió muy atentamente el proceso chileno y dirigió críticas “fraternales” a la Tendencia Revolucionaria del peronismo.
La coyuntura electoral y el gobierno de cámpora: “lo electoral” y “lo revolucionario”
Entusiasmo y ambivalencias en Envido: “gobernar es movilizar”
Como ya se señaló, la idea de que las elecciones eran una “trampa” destinada a desviar al pueblo de sus “objetivos revolucionarios” había sido ampliamente compartida en toda la nueva izquierda desde el mismo momento de su anuncio. Pero la entrada de Perón en escena incidió en que una parte de ella se viera obligada a moderar el rechazo y a reordenar el discurso -mientras la otra persistía en una fuerte oposición a la salida electoral.
Por su parte, el presidente Lanusse contribuía a abonar el argumento de la “trampa”, toda vez que ponía en marcha maniobras destinadas a imponer condiciones, como la que buscaba impedir que Perón fuera candidato -y seguro ganador- o sellar algún tipo de acuerdo pre electoral con los partidos políticos.39 En realidad, esas maniobras no hacían más que proyectar la sombra de la proscripción y, en consecuencia, teñían con una tonalidad negativa el uso del “instrumento del liberalismo”; pero al mismo tiempo, Perón estimulaba la participación en esas elecciones.
Como prueba de la nueva articulación discursiva generada por la Tendencia, dos consignas aparecen como exponentes típicos: “Cámpora al gobierno, Perón al poder” y “Gobernar es movilizar”, ampliamente difundidas desde las páginas de Envido. En una típica batalla por la determinación del sentido y el control de la movilización en curso, ambas apuntan a asignar carácter “táctico” a las elecciones -y a la “democracia burguesa”-, dentro de una estrategia de construcción del “socialismo nacional”. De ese modo se marcaban distancias, no sólo con los partidos “liberales”, sino también con los sectores peronistas que se encolumnaban tras la consigna de la “Patria Peronista”. Sobre todo, permitía dejar en relativa latencia las diferencias que ya se insinuaban entre la Tendencia y Perón.40
La primera de dichas consignas expresa como ninguna el estatus ambiguo que el peronismo revolucionario otorgaba a esa elección. Y si hubo una revista en la que quedó expuesto el conjunto de las tensiones en ella encerradas, ésa es Envido. Revista de política y ciencias sociales. Entre los artículos que se abocaron al tema, ninguno tan típico como el firmado por Horacio González, en marzo de 1973: “La respuesta peronista a las elecciones-trampa es indesligable del proceso de la liberación y del socialismo nacional”.41 Resulta notable que, sobre el final de la campaña electoral, en el texto sobrevuele permanentemente la duda sobre el valor de esas elecciones -aun cuando la Tendencia era quien organizaba la campaña-. Sin embargo, y aunque con cierta resignación y proliferante argumentación, el autor reafirma su convicción de que si bien las elecciones -y la “democracia burguesa”- no servían para la “liberación”, podían ser usadas crítica y tácticamente en la larga batalla por el “socialismo nacional”: más allá de sus insuficiencias, y aunque fuesen amañadas, tendrían el valor de llevar a la discusión pública “la cuestión del poder”.
Según el autor, por esas razones, el peronismo -sin ser una fuerza “electoralista”- debía prepararse para dar respuesta en el plano electoral, evitando así caer en las erróneas posturas de quienes sostenían un “ilusorio y abstracto lenguaje revolucionario”. Sin embargo, y a pesar de esas contundentes afirmaciones, el artículo volvía una y otra vez al plano de la duda y al tema de la “trampa” cuando, por ejemplo, se preguntaba si esas elecciones habían sido “arrancadas” por la lucha popular, o si, por el contrario, habían sido “concedidas” por el régimen. Pese a la gravedad política de la pregunta formulada, González desdeña pronunciarse en esos términos42 y piensa a esos comicios como una forma de “demorar la resolución del problema del poder”. De esa manera, por un lado, rebajaba la importancia de las elecciones y ponía un límite a las expectativas de triunfo al advertir sobre la distancia existente entre un gobierno surgido de estas elecciones, aunque fuese peronista, y el “verdadero poder”. Por otra parte, anunciaba que los sectores revolucionarios, los que buscaban el “verdadero poder”, utilizarían ese tiempo de “demora” para crecer dentro del Movimiento.
Al traer este tema, el autor parece estar introduciendo otras dudas referidas ahora a un eventual triunfo de la fórmula del FREJULI: quienes como él conocían la “realidad” del Movimiento sabían de la presencia de sectores “desarrollistas”, partidarios de alguna forma de concertación o “pacto social” que permitiera algún modo de redistribución de la riqueza, pero contrarios al “socialismo nacional”.43 Con la certeza de que esas contradicciones internas al Movimiento pasarían al futuro gobierno, y vislumbrando el enfrentamiento que efectivamente se produciría, el artículo cierra con una consigna que funcionó no sólo como alerta sino también como un llamado a los propios a construir “verdadero” poder: “Gobernar, para el peronismo, es movilizar”.
En el mes de mayo, H. Fazio retoma esas preocupaciones al prever que la realidad del gobierno peronista próximo a asumir será la de una durísima pugna entre dos proyectos -“socialismo nacional” vs. “capitalismo nacional”- y llama a los sectores juveniles y revolucionarios a adoptar una actitud ofensiva en la “reestructuración” del Movimiento. En el mismo número, Claudio Ramírez (seudónimo de Jorge Luis Bernetti), en un tono más optimista, afirma que la táctica “tramposa” del Gran Acuerdo Nacional (GAN) ya había sido derrotada porque las “alianzas tácticas” y la “estrategia” de Perón habían logrado conformar un frente y ganado aliados a partir del propio proyecto.44
Llamativamente, durante los cruciales meses siguientes, cuando el balance de fuerzas comenzó a afectar a la izquierda peronista, no hubo entregas de Envido. Sería en noviembre cuando volvería a publicarse, con el número 10; para entonces, el general Perón ya había asumido la presidencia de la nación y el enfrentamiento dentro del Movimiento ingresaba en un punto de no retorno.45
Entusiasmo y advertencias en pasado y presente: “el único voto clasista es el voto al FREJULI”
Antes de que ello ocurriera, y mientras Envido demoraba su aparición, Pasado y Presente publicaba -en Buenos Aires- el número 1 de su segunda etapa. En él se incluía una declaración de apoyo al frente electoral encabezado por el peronismo bajo la consigna “El único voto clasista es el voto al Frejuli”. La revista expresaba así su convicción de que esas elecciones eran parte de un proceso revolucionario en marcha, y por lo tanto “un momento excepcional en que están creándose las condiciones para que las organizaciones de izquierda se encuentren cada vez más con el sujeto de la revolución: el proletariado peronista”. De manera similar a los planteos de Envido, Pasado y Presente sostenía que quienes en la izquierda no advirtieran esa realidad y marcharan hacia el voto en blanco -o “programático”- estarían haciéndole el juego a la reacción al negarse a votar con la mayor parte de la clase obrera a su juicio, el verdadero voto “clasista”.46
Sin embargo, en el mismo texto se afirmaba que votar con los trabajadores “no implica crear ilusiones en el proceso eleccionario ni en aquellos candidatos peronistas que no representan a la clase obrera”. Lo primero, porque las elecciones no dejaban de ser una “artimaña” del régimen para salir de su atolladero e intentar retener el poder -posición que, en principio, coincidía con los diagnósticos no peronistas de Los Libros y Nuevo Hombre-; lo segundo, porque un triunfo del FREJULI no eliminaría la presencia de los sectores reaccionarios del peronismo, más bien se abriría un intenso proceso de lucha de clases dentro de ese movimiento.
Ambos temas serán retomados y ampliados en “La larga marcha al socialismo en la Argentina”, extensa nota firmada por el colectivo Pasado y Presente, en la cual se analiza la coyuntura eleccionaria desde la perspectiva de un proceso más amplio, el del movimiento contestatario iniciado en 1969 caracterizado como “nueva oposición social” -tal como lo hiciera Los Libros, en 1971, al saludar al segundo estallido cordobés y el surgimiento de las corrientes “clasistas” en el movimiento obrero-.47 Pese a tratarse de un artículo impregnado de optimismo sobre el futuro, no es difícil advertir otra mirada, más apegada al presente, desde la cual se analizan las complejidades de esta recién iniciada “larga marcha”. Es este ángulo de observación el que permite evaluar las dificultades que deberán enfrentar quienes, aspirando al socialismo, debían convivir con una “historia de subordinación de los trabajadores a los sectores hegemónicos del movimiento”.48 De este modo, Pasado y Presente trae a primer plano el hecho de que las dificultades a resolver dentro del peronismo, lejos de ser de orden moral o vinculadas a la “traición”, serían la expresión de la existencia de dos proyectos antagónicos: el del histórico “nacional-desarrollismo” de la dirigencia sindical y política, y el más reciente “antiimperialismo-anticapitalismo” de la Juventud Peronista y de quienes entendían que, en la nueva etapa, “gobernar es movilizar”.
Cuando se ubica en esa línea, Pasado y Presente piensa en términos de inminencia e inevitabilidad del enfrentamiento entre ambos sectores, y alerta a los revolucionarios sobre los riesgos de tal situación, sobre todo en el caso de que adoptaran una posición “vanguardista” y optaran por agudizar el conflicto. En tal sentido, la revista convoca al peronismo revolucionario a encontrar su “identidad primaria” en el nuevo gobierno y, desde allí -no desde afuera-, dirimir las diferencias dentro del “movimiento nacional”. Si por el contrario optara por la intransigencia, caería en la misma “confusión” que afectaba a la izquierda clasista cuando buscaba la unidad de las izquierdas en lugar de trabajar por su articulación con el movimiento popular.
Es que Pasado y Presente razona a partir de la convicción de que, en Argentina, la “cuestión obrera” y la “cuestión peronista” no podían ser separadas, y que la clave de cualquier pensamiento político productivo radicaba en comprender la experiencia del peronismo como un “momento” en el desarrollo de la autoconciencia de la clase obrera argentina.49 En esa línea, su apoyo al proyecto del peronismo revolucionario era un reconocimiento al valor de la “novedosa articulación” política que éste había logrado dentro del Movimiento, haciendo posibles unas elecciones en las que, por primera vez, se discutía la posibilidad del socialismo en la Argentina.
La coyuntura de julio y el cierre del ciclo de activación
El papel de Perón y las posibilidades de la etapa según Pasado y Presente
Si el primer número de Pasado y Presente había estado dominado por las expectativas despertadas por las elecciones de marzo y por el triunfo de la fórmula encabezada por el Dr. Cámpora, el segundo muestra un abrupto cambio de tono. Es que, hacia fines de 1973, el curso tomado por los acontecimientos había adquirido los rasgos de una crisis tan severa como para que la revista hablara de “estado de guerra civil” en el peronismo: la forzada renuncia de Cámpora, a menos de dos meses de haber asumido, no dejaba margen para la ambigüedad; el conflicto interno había estallado, pronto y con virulencia.50
Si bien la existencia de ese conflicto -la disputa por la “dirección de las masas”- era bien conocida, los episodios de julio habían traído una novedad: la balanza se estaba inclinando velozmente en favor de la “burocracia” política y sindical del Movimiento, y con la renuncia del presidente Cámpora la crisis empezaba a resolverse mediante el retorno del peronismo a “sus metas históricas”, es decir, a su condición de “movimiento nacional de un país dependiente”.51 Ante la necesidad de dar cuenta de semejante desenlace, la revista apeló al argumento de la aceleración del tiempo político: la “crisis de julio” se había precipitado de manera “sorpresiva”, antes de que el peronismo revolucionario hubiese podido superar su condición de grupo “generacional” y lograra convertirse en expresión política de los trabajadores, pese a los esfuerzos de la recién creada Juventud Trabajadora Peronista.
En esa línea de reconocimiento de la debilidad política de la Tendencia, “La crisis de julio y sus efectos políticos” contiene dos operaciones destinadas a esclarecer y contener la situación. Por un lado, la revista asume, quizá por primera vez, la centralidad política de la figura de Perón, quien en septiembre había sido consagrado presidente, por tercera vez, con 62% de los votos. Por otro, coloca bajo interrogante a una de sus principales certezas, y se pregunta sobre la posibilidad de “continuidad” entre peronismo y socialismo, es decir, de producir un pasaje desde lo nacional-popular al socialismo. Respecto de lo primero, toma nota de que, desde el momento mismo de su retorno, Perón había mostrado voluntad de controlar la movilización popular y neutralizar a la dirección revolucionaria. Es que, según Pasado y Presente, el proyecto de Perón -capitalismo autónomo con reformas “al estilo europeo”- necesitaba de una gradualidad que evitara que las clases dominantes se “asustaran”, es decir, requería desmovilización y reforzamiento de la autoridad estatal; y si bien se insiste en que Perón “no es un déspota”, se afirma que, de ser necesario, podría llegar a “aniquilar” a quienes dentro del Movimiento expresaran otro proyecto. En síntesis, se está reconociendo que la lógica del proceso se ha alterado y que, políticamente, se evoluciona en un sentido inverso al previsto en el mes de marzo.
En segundo lugar, como parte de los preparativos para la nueva etapa -y con la convicción de que Perón avanzaría con toda su autoridad- Pasado y Presente llama a la izquierda peronista a analizar nuevamente la situación y a prepararse con realismo para la nueva etapa en la que ya no tendrían lugar las teorías justificatorias -del tipo Perón “cercado” por la derecha- ni las ingenuas expectativas de nuevos y favorables vaivenes en su política “pendular”. Más aún, se volvía indispensable asumir que era el mismo Perón quien encabezaba la ofensiva de la derecha, y que era necesario que la izquierda peronista reviera la propia posición en al menos dos aspectos. El primero llevaba a reiterar la recomendación de evitar la radicalización del conflicto y la ruptura con Perón, por cuanto ello afectaría el vínculo con las masas -los convertiría en “una vanguardia más”-. En segundo lugar, y puesto que la ofensiva contra los sectores revolucionarios indicaba que, en lo inmediato, estaban cerradas las posi bi li da des de iniciar la construcción del socialismo, “la etapa” obligaba a revisar los objetivos y, eventualmente, elaborar un “programa de transición” que expresara a una “amplia alianza de clases antiimperialista”. La sola enunciación de esta alternativa parece ser un claro reconocimiento del deterioro político sufrido por la izquierda dentro del peronismo.
Tanto las líneas de acción como el programa enunciado por Pasado y Presente aparecen como la perfecta contracara de lo que provenía del otro sector de la nueva izquierda, el que convocaba a una mayor intransigencia y al reagrupamiento de todos los grupos revolucionarios. Tal el caso de Nuevo Hombre y de los artículos que, aún en tono amistoso, advertían a la Tenden cia sobre la imposibilidad de su convivencia con los sectores “burocráticos”; ya desde los mismos días en que se desataba la “crisis de julio”, la revista venía insistiendo en que el gobierno de Cámpora estaba siendo “arrinconados por la derecha”.52 A la vez, la revista difundía profusamente documentos y encuentros encaminados a la construcción del Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS), iniciativa motorizada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) y una serie de organismos sindicales y políticos, entre los que destacaba al Frente Revolucionario Peronista.53 Las páginas de Nuevo Hombre también mostraban su interés en el peronismo revolucionario otorgando importante espacio a grupos o personalidades que, siendo peronistas -por caso, Alicia Eguren-, reforzaban la opinión de la revista sobre la derechización que sufría el proceso político, además de reafirmar la vocación revolucionaria del peronismo.54
Envido, nueva etapa y nostalgia
La complejidad e intensidad del tiempo que siguió a la publicación del número de mayo había provocado, entre otras cosas, que Envido se planteara un cambio. Si hasta entonces la revista “había acompañado” el proceso de incorporación a la “conciencia nacional” de sectores intelectuales y de clase media, a partir del número 10 tomaba nota de la crudeza del enfrentamiento y anunciaba que asumiría una “identidad”, daría un marco “más concreto” a su tarea y se comprometería con todo aquello que facilitara el desarrollo de la “revolución peronista”.55 Entre los graves acontecimientos de esos cinco meses, además de los de julio, Perón había ganado las elecciones en septiembre, y casi al mismo tiempo se producía el atentado contra el líder de la CGT; como respuesta, el Consejo Superior Peronista había puesto en vigencia un “Documento Reservado” destinado a depurar ideológicamente al Movimiento.56 Si bien Montoneros nunca asumió oficialmente el atentado, sus mismas bases se encargaron de corear consignas que reivindicaban un hecho que ofendía profundamente a Perón; a ello se agregó, muy poco después, un anuncio que sólo podía provocarle mayor disgusto al presidente. Montoneros anunció su fusión con las FAR.
En semejante ambiente, Envido -que siempre se había ubicado en las cercanías de la Tendencia y de Montoneros- no podía eludir pronunciarse sobre una situación que conmovía al peronismo y al país, y que incluso amenazaba la unidad del grupo editor.57 En la nota de presentación, “Envido, nueva etapa”, el colectivo editorial se refirió a los sucesos de los últimos meses como a “la irrupción, con contornos insospechados de la más cruda lucha interna”, y a la necesidad de adoptar un nuevo punto de partida. Los hechos -la “guerra civil” de la que hablaba Pasado y Presente- eran enumerados dentro de un discurso cargado de referencias a las “definiciones” de Perón y alusiones a la “complicada trama” interna del Movimiento, pero no fueron objeto de mayores comentarios.
El “nuevo punto de partida”, sustentado en la afirmación “todo cambió con la presencia de Perón conduciendo el proceso de liberación”, es el que permite a Envido esbozar una expli cación sobre la “moderación” de los planes de Perón y a continuación, realizar dos movimientos en el plano político ideológico. La “moderación” se debería no solamente a la necesidad de armonizar las diversas corrientes existentes en el Movimiento, sino también a la presencia de un “cerco internacional” hostil a los movimientos de liberación, agravado por el golpe de Estado que acababa de producirse en Chile.58 De lo anterior se derivaba, por un lado, que los conceptos de la etapa anterior, incluida la consigna “gobernar es movilizar”, habían perdido vigencia y debían ingresar al plano de la “nostalgia”: una forma de decir que un ciclo se había cerrado. Por otra parte, en momentos en que los presagios rupturistas no hacían más que crecer, Envido definía su ubicación dentro del peronismo afirmando su adhesión a “la estrategia de la revolución peronista” y a la “conducción estratégica” del Movimiento, es decir, a las directivas de Perón.
A partir de esta toma de posición puede entenderse el extenso trabajo en el que Envido caracteriza a las corrientes internas del Movimiento apelando a los ejes “lealtad” y “ortodoxia” y dando entrada a “nuevos” conceptos -o valorizando algunos antes no muy festejados, como “reconstrucción y unidad nacional” o “reorganización e institucionalización del Movimiento”-.59 En el nuevo cuadro, la revista se ubica a sí misma entre quienes practican una “ortodoxia activa”, es decir, aceptan la “conducción” de Perón y participan en la “actualización doctrinaria”, pero de manera “creativa”, es decir, interpretando y sugiriendo.60 En esta actitud radicaría su punto de diferenciación respecto de la “heterodoxia alternativista”, practicada por quienes no asumen plenamente el liderazgo de Perón y discuten toda decisión suya considerada “no suficientemente revolucionaria”.61 Si bien Montoneros no es mencionado en el texto, algunos de los señalamientos críticos tal vez podían alcanzarlos; en tal sentido, resulta sugestivo que, sobre el final del apartado, en un recuadro, se lea “Montoneros, soldados de Perón”.
Cuando se publicaba este último número de Envido, las manifestaciones del conflicto se incrementaban, la Tendencia y Montoneros eran desalojados de la casi totalidad de los espacios institucionales que habían logrado y, junto con ello, se multiplicaba la presencia amenazante de grupos vinculados a la dirigencia sindical y a la derecha peronistas. Los golpes no caían sólo sobre el peronismo revolucionario, sino que se descargaban sobre el conjunto de las izquierdas, tanto en el ámbito político como en el sindical, en el universitario como en el de los movimientos campesinos, así como sobre la prensa, los periodistas y el mundo artístico. Ya era posible advertir el comienzo de la persecución estatal y paraestatal sobre los sectores movilizados bajo la figura del “enemigo subversivo”.62
Por otra parte, la persistencia del enfrentamiento con Perón -de difícil comprensión para gran parte del peronismo-, más el miedo que ya se estaba instalando en la sociedad, comenzaron a afectar al vínculo de Montoneros con sus bases.63 Más aún, comenzaron a erosionar su misma unidad, por ejemplo, en el ámbito de la Juventud Peronista, donde no tardó en ponerse en marcha la disidencia que daría lugar a la llamada JP “Lealtad”, dentro de la cual finalmente se ubicaría buena parte de los miembros de Envido.64
Unas palabras finales
A través de sus páginas, las revistas analizadas fueron dejando al descubierto la existencia de algunos malentendidos sobre los que se había asentado el proyecto del peronismo revolucionario. Hacia fines de 1973, la expectativa de transitar hacia el socialismo por la vía de revolucionar al conjunto del peronismo ya se encontraba seriamente afectada: el estallido del conflicto de lealtades dentro del Movimiento había vuelto evidente que la imaginada articulación entre la “vanguardia revolucionaria” y el liderazgo histórico de Perón no era posible. Dentro de ese cuadro general se desarrollaron los movimientos y contramovimientos que fueron empujando al ciclo de movilización hacia su cierre político y reduciendo el espacio y las posibilidades del conjunto de la nueva izquierda. De todo ello ha quedado suficiente y rico testimonio en las revistas, aunque no siempre se las ha leído a partir de este registro.
Varios años después de concluida la experiencia, en una notable reflexión sobre Envido, Horacio González65 se refirió a los momentos que aquí hemos identificado con el comienzo del cierre político, caracterizándolos como propios de un tiempo tensionado “entre el alternativismo estéril y el crecimiento de una derecha brutal”. La idea de “nueva etapa” -expresada por Envido en su número 10- podría entenderse, a su juicio, como la recomendación de dar “un paso táctico hacia atrás”: recomendación que no sólo no habría tenido eco en Montoneros, sino que además habría contribuido a que la revista se distanciara de esa organización.66
De manera similar al “paso táctico hacia atrás”, Juan Carlos Portantiero explicó que, a quienes hacían Pasado y Presente, el dramatismo de la situación los había llevado a imaginar una “antes impensable salida reformista” -el “plan de transición”- que evitara la ruptura entre Montoneros y Perón y las previsibles consecuencias políticas.67 Tal vez en las páginas de ese último número de Pasado y Presente -escritas cuando ya no parecía posible hablar de “la larga marcha” en términos esperanzados- se encuentren los gérmenes de la radical revisión de la experiencia revolucionaria que el grupo emprendería años después: entre 1979 y 1981, en el exilio mexicano, y que, junto a intelectuales provenientes del peronismo revolucionario, darían vida a la revista Controversia y a través de ella a un extenso debate acerca de las causas de la “derrota” recientemente sufrida.68