Introducción
El interés en las relaciones entre política y universidad en la historia latinoamericana aumenta en épocas de revueltas estudiantiles o en los aniversarios de hechos significativos asociados a conflictos o cambios institucionales de envergadura.1 Hace pocos años se cumplió esta aseveración al celebrarse simultáneamente el centenario de la Reforma Universitaria de Córdoba y el cincuentenario de las protestas sociales y estudiantiles de 1968. Los numerosos actos académicos, libros, dossiers y artículos publicados reavivaron las controversias académicas a partir de nuevas ópticas, facetas menos conocidas o la relectura de tópicos ya transitados.2 De esta manera, numerosas dimensiones de los avatares político-universitarios en América Latina fueron puestos en debate. Entre los asuntos tratados destacan las dinámicas de las militancias estudiantiles, la politización de los centros educativos, la transformación de las universidades, las implicancias de sus formas de gobierno, la democratización del acceso a la enseñanza superior y las relaciones entre universitarios, intelectuales y fuerzas políticas de izquierda a derecha, como de otras identidades que no se reducen fácilmente a dicho binomio.
En lo que respecta al vínculo específico entre izquierdas y universidad en la historia reciente, si bien existen importantes producciones bibliográficas que han realizado aportes de diversa índole, aún resta un largo camino en su estudio a nivel latinoamericano.3 Sobre todo destaca una ausencia significativa de investigaciones que aborden sistemáticamente las relaciones entre activismos estudiantiles, intelectuales y autoridades universitarias con los debates y experiencias de reforma de los centros de estudio en los años sesenta y setenta.4 Por lo general, de esa época se resalta el protagonismo político de estos sectores en movimientos, contestatarios y revolucionarios de diferente tipo, pero son más escasos los abordajes de sus desempeños específicos dentro de las universidades. Por esta razón, quedan por ser discutidas una serie de preguntas sobre esos tópicos: ¿de qué manera pensaban cambiar las universidades las izquierdas latinoamericanas?, ¿sólo subsumían los problemas a la idea de revolución, socialismo y Tercer Mundo o en sus planteos existió una reformulación sobre los papeles específicos que debían cumplir las casas de estudio, los intelectuales y los movimientos estudiantiles?
La obturación de ese tipo de interrogantes está dada en buena medida por el predomino de lecturas que fueron realizadas por exmilitantes del periodo que luego se convirtieron en reconocidos intelectuales. A pesar de sus matices y trayectorias, investigaciones como las del mexicano Sergio Zermeño, el chileno Manuel Antonio Garretón y los argentinos Óscar Terán y Beatriz Sarlo coinciden en que la primacía de la política en los años sesenta y setenta fue directamente proporcional a la pérdida de debates específicos sobre lo estudiantil, lo universitario y lo intelectual.5 El caso de estos cuatro protagonistas devenidos en intér pre tes no agota el listado de autores relevantes que comparten esa condición, pero pueden considerarse al estilo de “clásicos” que estructuran campos de investigación en lo que respecta a las intersecciones entre izquierdas y universidad.6
Si se matizan este tipo de visiones consagradas puede encontrarse un camino de interpretación diferente que no consiste en negar la centralidad de la política en pos de las controversias culturales, sino en entender experiencias y procesos complejos donde esas dimensiones aparecen en tensión. Desde este enfoque, puede concebirse al periodo que transcurre en América Latina entre fines de los sesenta y principios de los setenta como un epicentro de politizaciones que estuvieron acompañadas de múltiples discursos de izquierda sobre cómo encarar la cuestión universitaria.7 En publicaciones y documentos de esos años es posible encontrar junto al debate político un sinfín de personalidades opinando sobre este punto con un matiz particular. Desde estudiantes, profesores, intelectuales, hasta funcionarios y políticos de diversos orígenes y posturas coincidían en que la universidad estaba en crisis y era imperioso modificarla. Aunque las diferencias surgían cuando se diagnosticaban las causas del problema y las soluciones a seguir, existía una lectura común del panorama que los conectaba.
En la bibliografía latinoamericana muchas veces se resalta el año 1968 como un hito central para examinar las relaciones entre política y universidad en países como México, Brasil y Uruguay. No obstante, la importancia de esa fecha particular no debe hacer perder de vista el conjunto de núcleos problemáticos que surcaron a la sociedad, la política y la cultura de los países de América Latina en las décadas de los sesenta y setenta. Así, las querellas sobre la cuestión universitaria pueden abordarse en esa etapa de la historia reciente desde un enfoque que haga hincapié en la circulación de personas, ideas y debates en las experiencias de transformación cultural, movilización social y radicalización política que cruzaron a distintos países de la región.8
En el marco de dicho encuadre analítico, en las páginas siguientes tomamos como referencia el itinerario trasnacional de Darcy Ribeiro con la finalidad de reconstruir en forma conectada algunas intervenciones de las izquierdas latinoamericanas en torno de la cuestión universitaria, haciendo hincapié en la Universidad de Buenos Aires (UBA), la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad de Chile (UChile) y otros centros de estudio de la región. La elección de la trayectoria del intelectual brasileño se justifica porque luego del exilio de su país natal en 1964, fue un eslabón central en la construcción de una red que involucró a un heterogéneo conglomerado de estudiantes, profesores, intelectuales y otros actores político-universitarios en el debate sobre cómo solucionar la crisis de las universidades en América Latina.
Izquierdas y derechas en la disputa universitaria regional
Una manera de interiorizarse en las discusiones trasnacionales sobre universidad que involucraron a las izquierdas en los sesenta y setenta, es a través de las rutas que recorrieron reconocidos intelectuales por distintos países de la región, ya sea por motu proprio u obligados por las condiciones dictatoriales que forzaron su exilio. Un caso paradigmático es el del brasileño Darcy Ribeiro, quien en esos años no sólo produjo obras antropológicas que le otorgaron un prestigio a nivel internacional, como su célebre Las Américas y la civilización (1969), sino que estuvo involucrado en varias experiencias de gestión universitaria que se tradujeron en libros y artículos donde reflexionaba y debatía sobre la materia.9
Esta doble condición de gestor e intérprete le permitió en ese entonces a Ribeiro una gran interpelación entre los activistas universitarios de izquierda. El antropólogo y exmilitante del Partido Comunista (pc) comenzó su extensa trayectoria en política universitaria en Brasil durante las presidencias de Juscelino Kubitschek (1956-1961) y João Goulart (1961-1964), donde entre otras labores se desempeñó como fundador y primer rector de la Universidad de Brasilia y como ministro de Educación y Cultura, cargo que luego abandonó para desempeñarse como jefe de Gabinete un tiempo antes de la irrupción militar en Brasil.
Luego del golpe de Estado de 1964 que lo obligó al exilio, su trayectoria en materia universitaria continuó en distintos países de América Latina.10 Entre ellos, destaca su protagonismo en la Universidad de la República (UdelaR) de Uruguay y su incidencia en la confección del ambicioso plan de reforma que presentó el rector Óscar Maggiolo en 1967. Entre 1969 y 1971, se desempeñó como asesor de la Universidad Central y de la Universidad de Mérida de Venezuela. Al año siguiente, participó como asesor en temas educativos en el gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende en Chile. Después colaboró en el Centro de Estudios de Participación Popular, instancia desde la que brindó asesoramiento al gobierno peruano de Juan Velasco Alvarado en temas universitarios y en proyectos de reforma agraria.
En este itinerario también destacan sus visitas a la Argentina y México, donde realizó distintas actividades, como sus encuentros con los docentes e intelectuales de la izquierda peronista agrupados desde fines de los sesenta en las Cátedras Nacionales de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. O su participación en la II Conferencia Latinoamericana de Difusión Cultural y Extensión Universitaria realizada en febrero de 1972 en la UNAM, durante la breve rectoría de Pablo González Casanova.
Toda esta experiencia quedó plasmada en libros y trabajos que se editaron en los países en cuestión. En agosto de 1968, Ribeiro publicó La universidad latinoamericana, en la Colección Historia y Cultura del Departamento de Publicaciones de la UdelaR. Este libro, ya clásico en la materia, fue editado en varios puntos de la región con modificaciones y agregados, a medida que Ribeiro reflexionaba sobre sus experiencias en gestión universitaria, como aclara en 1971 en la publicación de la Editorial Universitaria de UChile. Un año después, la revista Deslinde. Cuadernos de cultura política universitaria de la UNAM, la cual comenzó a imprimirse bajo la gestión de González Casanova en la UNAM y de Leopoldo Zea como su director de Difusión Cultural, dedicó uno de sus números a un documento escrito por Ribeiro en colaboración titulado “Universidad de planificación social”.11 Mientras, en Argentina Galerna había distribuido en 1967 La universidad necesaria y en 1973 apareció La universidad nueva. Un proyecto, cuya edición estuvo a cargo del sello Ciencia Nueva, que también editaba la revista homónima en ese país. A lo que se suma la publicación de La universidad peruana en 1974 en las ediciones del Centro de Estudios de Participación Popular.
De todo este corpus bibliográfico, tuvo un carácter central La universidad latinoamericana por su profundidad de análisis, basado en múltiples experiencias de asesoramiento y gestión que realizó Ribeiro en esos años. En cierto sentido, las sucesivas ediciones de este trabajo sintetizan varios de los tópicos que tiñeron las discusiones regionales sobre universidad que involucraron a las izquierdas de la época. El diagnóstico central del intelectual brasileño era que las estructuras universitarias estaban atravesadas por “crisis y descontentos en los países adelantados”, pero sobre todo en las naciones del Tercer Mundo, las cuales estaban ante el desafío de encontrar un proyecto autónomo de desarrollo en el marco de una “nueva revolución tecnológica”.12 De esta manera, ya en la primera edición uruguaya, de 1968, Ribeiro afirmaba que América Latina era recorrida por los “vientos de una nueva reforma universitaria” como la que había ocurrido en Argentina medio siglo atrás.13
Ante esta situación y retomando el antecedente de 1918, Ribeiro destacaba la importancia política del activismo estudiantil como un factor central para evitar una simple “modernización refleja” de las universidades y transformarlas estructuralmente. Aunque es importante destacar que tuvo ambivalencias en este aspecto particular. En la edición uruguaya de La universidad latinoamericana, señalaba que la militancia del estudiantado muchas veces era una agitación momentánea de los futuros “cuadros de la clase dirigente”.14 Mientras la publicación chilena de 1971, desde el prólogo está impregnada de una mayor valoración de las movilizaciones juveniles y estudiantiles de fines de los sesenta, a las que concibe en su simultaneidad tanto en América Latina como en Europa y Estados Unidos. De esta manera, en un diagnóstico menos ambivalente estimaba la creciente activación estudiantil a nivel regional y mundial, sin dejar de aclarar que se haría efectiva con planes de reforma concretos desde dentro de la universidad y en confluencia con las movilizaciones de los trabajadores.15
¿En qué consistía el “proyecto de universidad necesaria para América Latina” que Ribeiro anunciaba retomando sus experiencias previas de gestión, el legado de la Reforma Universitaria de 1918 y el clima de agitación estudiantil? El plan buscaba superar el “modelo tradicional” de universidad, al que caracterizaba como una rémora y mala copia del modelo napoleónico basado en universidades, escuelas y cátedras autárquicas sin conexiones entre sí, las cuales estaban orientadas fundamentalmente a la formación de profesionales liberales para el mercado y la administración pública. Frente a esto, Ribeiro proponía una estructura tripartita que buscaba planificar y vincular los centros de enseñanza, la investigación científica y la estructura productiva del país. Los tres componentes básicos de esta propuesta que se remontaba al esquema de la Universidad de Brasilia eran: los institutos centrales dedicados a la docencia y la investigación en los campos básicos del saber humano; las facultades profesio nales abocadas a las ciencias aplicadas; y los órganos complementarios encargados tanto de los servicios sociales y culturales como de espacios de articulación entre la universidad y la sociedad.16
El caso de Ribeiro es el de un intelectual de izquierda que tejió un itinerario trasnacional vinculado al debate sobre la crisis de las universidades latinoamericanas, con una profusa política y publicación en la materia. Sin embargo, para entender el cuadro regional en que tenían lugar estas controversias debe tenerse en cuenta que el problema universitario interpeló a las izquierdas pero en diálogos y cruces con las derechas, en un periodo signado por los avatares de la Guerra Fría en América Latina.17 Un intelectual central de este campo ideológico fue el que Ribeiro catalogaba como “agente de recolonización” o “americanización” del ambiente universitario.18 Se trata del consultor Rudolph Atcon (1921-1995). El griego nacionalizado estadounidense entrelazó un itinerario en distintas regiones y sobre todo en Latinoamérica, donde participó en experiencias de reforma educativa en países como Brasil, Chile, Honduras, Colombia y Venezuela.19
En esta trayectoria pueden destacarse sus primeras labores en los cincuenta en Brasil, como asesor en la Campanha Nacional de Aperfeccionamiento de Pessoal de Nivel Superior (CAPES) junto al prestigioso educador Anísio Teixeira (1900-1971). A fines de esa década, colaboró desde la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en la reforma de la Universidad de Concepción de Chile.20 Esta experiencia y, sobre todo, su posterior papel protagónico en la exitosa reestructuración del sistema universitario que emprendió la dictadura brasileña tras el golpe de 1964, le otorgaron gran visibilidad en la región.21 Esta notoriedad permitió que a fines de los sesenta las perspectivas e ideas de Atcon influyeran en los proyectos de reforma universitaria que impulsaban actores de derecha en Uruguay y Argentina, como los planes para acabar con el monopolio de la UdelaR con la edificación de otra universidad pública en la ciudad de Salto o las propuestas de reestructuración de la UBA elaboradas por el rector interventor Raúl Devoto durante la dictadura que encabezaba Juan Carlos Onganía desde 1966.22
La propuesta de Atcon para la región fue sintetizada por el propio autor en un documento que presentó a la Universidad de Princeton en 1958 y publicó como libro tres años más tarde con el título The Latin American University: A Key for an Integrated Approach to the Coordinated Social, Economic and Educational Development of Latin America (1961). El conocido Informe Atcon fue introducido en los medios latinoamericanos a raíz de la edición en español que realizó la publicación colombiana ECO. Revista de la Cultura de Occidente en julio de 1963.23 En un léxico con metáforas médicas y tecnicismos que abrevan en la teoría de la modernización del economista estadounidense Walter Rostow, el informe brindaba un diagnóstico histórico de la crisis educativa latinoamericana con el propósito de detener su politización y orientar los centros de enseñanza al desarrollo económico y social.
Desde este anhelo modernizante y conservador, el informe señalaba en el plano universitario el anacronismo del modelo napoleónico basado en el monopolio de las facultades pro fe siona les y de las cátedras como unidad educativa. Bajo la consig na “máximo conocimiento en el mínimo de tiempo”, Atcon proponía una nueva organización flexible centrada en “cursos de estudios generales” al estilo de los colleges estadounidenses. Además, el plan privilegiaba el papel de los expertos y la enseñanza técnica al servicio de las demandas del mercado y el Estado, desde criterios de eficiencia y productividad. En esta óptica, el plan buscaba prescindir del financiamiento y las regulaciones estatales, así como de cualquier forma de injerencia en los objetivos docentes como técnico-científicos de las universidades.24
Sin embargo, el diagnóstico de Atcon sobre la crisis universitaria y su necesidad de reestructuración también contemplaba otras rémoras del sistema educativo. Desde su participación en la Universidad de Concepción de Chile, el consultor estadounidense ya había alertado sobre los aspectos nocivos que contenía uno de los legados centrales de la Reforma Universitaria de 1918: la participación política de los estudiantes en la universidad.25 Mientras, en su Informe era lapidario y consideraba al estudiantado como “una élite privilegiada”, “arrogante” y “desembarazada de disciplina” que representaba “el elemento más reaccionario” en la sociedad latinoamericana.26 Lo interesante es cómo conectaba esta “amenaza al orden social” que se retrotraía a 1918 con la revolución cubana. A su entender, luego de la intervención del Estado en la Universidad de La Habana, en julio de 1961, los agentes del gobierno revolucionario se infiltraron en la Federación Estudiantil para apoderarse de la casa de estudio. Por esta razón, si no se actuaba a tiempo en la reestructuración de las universidades, para Atcon Cuba era el “ejemplo de lo que nos espera”.27
Tras el golpe de Estado en Brasil en 1964, la intervención militar en República Dominicana y la cancelación del Proyecto Camelot al año siguiente, se incrementaron las reacciones antiimperialistas en la región.28 De esta manera, comenzaron a cuestionarse con mayor frecuencia en los medios políticos e intelectuales latinoamericanos las misiones y los financiamientos externos de agencias gubernamentales estadounidenses, junto con las fundaciones filantrópicas y los asesores vinculados a las mismas. Debido a su gran notoriedad, alcanzada en la segunda mitad de los sesenta, Atcon fue objeto de críticas y denunciado públicamente como parte de la intromisión estadounidense en el ámbito educativo latinoamericano. Entre los cuestionamientos realizados desde las izquierdas, no faltaron los que hicieron hincapié en su diagnóstico de la crisis universitaria como producto de la politización del estudiantado.
En 1968, desde el semanario uruguayo Marcha, encabezado por Carlos Quijano, el periodista argentino Gregorio Selser acusaba a Atcon de repetir el “principal estribillo” del Departamento de Estado, el cual condenaba la militancia estudiantil y su participación en el gobierno de las universidades. En este punto, lo acusaba de ser el “Enemigo Número 1 de la Reforma Universitaria”.29 Mientras, en la edición de La universidad latinoamericana de 1971, Ribeiro acusaba a Atcon de estar “empavorecido ante la rebeldía estudiantil en todo el mundo” y por considerar a “la represión y el genocidio” como única respuesta, en una nota publicada en la revista ECO un año antes.30
Desde dos campos antagónicos, Ribeiro y Atcon componen dos itinerarios intelectuales que evidencian el carácter trasnacional de las controversias asociadas a los planteos de reforma de la educación superior en los años sesenta y setenta. La perspectiva programática y el alcance regional que ambos pregonaban quedó traducido en la elección del mismo título para sus escritos más célebres en la materia: The Latin American University / La universidad latinoamericana. Aunque las similitudes no deben ser llamativas, puesto que ya se ha advertido que ambos planteos cruzaban conceptos similares, como desarrollo, planeamiento, ciencia y técnica. Así, se señala con Carlos Altamirano que el desarrollismo fue un vocabulario y un objeto de referencia común por un vasto abanico de corrientes político-intelectuales, con concepciones opuestas acerca del papel de las universidades.31
Sin embargo, la referencia a que el desarrollismo “estaba en el aire” debe complementarse con otra cuestión importante que atravesó a izquierdas y derechas durante esos años en los diagnósticos sobre la crisis de las universidades en América Latina.32 En este sentido, puede afirmarse que la Reforma Universitaria de 1918 también estaba en el aire y los significados dados a sus legados fueron un tópico importante en las querellas sobre la cuestión universitaria, sobre todo si se tiene en cuenta que 1968 fue año de protestas y descontentos estudiantiles en distintos países de la región y a la vez el cincuentenario de la gesta reformista iniciada en la Universidad de Córdoba de Argentina.
En su clásico trabajo, Silvia Sigal concibe a la Reforma como una experiencia mixta, con un claro referente institucional -la universidad-, pero con borrosos límites ideológicos. Esta situación le permitió adquirir distintos sentidos en función de coyunturas específicas, como identificar adversarios, nombrar partidarios y aglutinar a diversas fuerzas en su interior.33 De esta manera, en los años sesenta y setenta las izquierdas y las derechas realizaron distintas interpretaciones y usos de la Reforma en sus diagnósticos sobre la crisis y la necesidad de transformar las universidades. Un aspecto central en esas disyuntivas fueron las diversas significaciones que otorgaron a la demanda central del Manifiesto Liminar que redactó Deodoro Roca en 1918.34 Mientras para las derechas la participación política de los estudiantes en el gobierno y los asuntos universitarios era la fuente de sus temores, puesto que asociaban la crisis universitaria con la politización de los centros de estudio, en las izquierdas era el factor dinámico del cambio que permitía repensar las estructuras académicas desde proyectos políticos más amplios.
Un abordaje cruzado de ambas tendencias sería imposible en este trabajo. No obstante, la aproximación a las trayectorias de Ribeiro y Atcon puede funcionar como un marco de referencia general para entender las controversias sobre política y uni versi dad en los sesenta y setenta en América Latina. En las páginas siguientes, retomamos algunos retazos del itinerario de Ribeiro para reconstruir de forma conectada experiencias claves de las izquierdas latinoamericanas en torno de sus debates sobre la crisis universitaria, haciendo hincapié en la UBA, la UNAM y UChile aunque en referencias con otras casas de estudio de la región.
Del plan Maggiolo a la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires
Ribeiro estuvo exiliado en Uruguay entre 1964 y 1968. Durante su residencia rioplatense, gestó parte de su obra antropológica más célebre, participó de importantes publicaciones ligadas a la izquierda, como Marcha, Cuadernos de Marcha, Enciclopedia Uruguaya y Víspera, y tuvo una actuación destacada en la UdelaR, donde fue designado profesor de Antropología de tiempo completo en la Facultad de Humanidades y Ciencias.35
Bajo el rectorado de Maggiolo, Ribeiro coordinó el Seminario sobre Estructura Universitaria entre junio y agosto de 1967, organizado a instancias de la Comisión de Cultura de la UdelaR. El mismo se presentó oficialmente como un espacio para discutir la “problemática de la universidad moderna” y de su crisis en las naciones subdesarrolladas.36 De ese ámbito resultó la edición de dos publicaciones a fines de los sesenta y comienzos de la década siguiente. Una fue La estructura de la Universidad a la hora del cambio (1969-1970, dos volúmenes), en la que discutieron la temática varios profesores, intelectuales y científicos de distintas áreas del conocimiento. La otra, La universidad latinoamericana de Ribeiro (1968). La primera edición del libro surgió a raíz de los materiales que el intelectual brasileño preparó para conducir el seminario, en el que participaron autoridades, docentes y estudiantes de la UdelaR.37
Estas experiencias protagonizadas por Ribeiro sucedieron contemporáneamente a la redacción y presentación del Plan Mag giolo en el Consejo Directivo Central de la UdelaR en julio de 1967, el programa más ambicioso de reforma universitaria del siglo XX uruguayo.38 El proyecto fue resultado de la colaboración y discusión de distintos colectivos con los que articuló Ribeiro en su exilio rioplatense. Desde el “sector reformista” aglutinado en torno del rector, el cual enarbolaba a la planificación y la ciencia como un factor central de la reestructuración de las universidades, hasta vertientes de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) que progresivamente irían tomando posiciones críticas más cercanas a un dependentismo radical, sobre todo tras las protestas y movilizaciones que convulsionaron al país rioplatense en 1968.39
Ribeiro tuvo influencia en algunos aspectos del Plan, como en la propuesta de crear una Facultad de Educación, surgida a raíz de la iniciativa de la educadora María Carbonell de Grompone. En La universidad latinoamericana, el intelectual brasileño proponía organizar la carrera del magisterio universitario con la intención de integrar a todos los profesores en un cuerpo docente único de dimensión nacional.40
El otro aspecto relevante donde influyó el intelectual brasileño fue en la inclusión de un Instituto Central de Estudios Latinoamericanos en la estructura imaginada por el Plan. Este espacio tuvo un momento fundacional en 1968 con un encuentro titulado “Por una política cultural autónoma para América Latina”, donde participaron dos sectores claves en la discusión sobre la cuestión universitaria. El primero fue lo que se conoce como la “generación de Marcha”, en la que destacaba Ángel Rama, con quien Ribeiro elaboró la propuesta del instituto. Este sector marcaba una inflexión latinoamericanista que rompía con el mito de la excepcionalidad uruguaya en la región. El otro grupo estaba compuesto por reconocidos científicos argentinos, como Manuel Sadosky y Óscar Varsavsky, que se encontraban exiliados en Uruguay tras la intervención militar a las universidades en 1966, la cual quedó simbolizada en la famosa Noche de los Bastones Largos.41
Un año antes de la publicación de la primera edición de La universidad latinoamericana en 1968, Ribeiro había publicado una versión resumida del libro en la Gaceta de la UdelaR y en la Argentina en la Editorial Galerna, con el título La universidad necesaria.42 En esta pequeña edición de noviembre de 1967, sostenía que una de las dimensiones de la crisis que vivían los centros de estudio en la región estaba dada por la aparición de una “alta jerarquía militar” que no otorgaba un valor estratégico a la ciencia, la técnica y las universidades, ya que enfocaban a estas últimas como meros focos de agitación subversiva, en consonancia con Estados Unidos. Para Ribeiro, la intervención de los militares en las casas de estudio era el principal motivo de alejamiento de un gran número de académicos perseguidos por razones políticas, lo que consideraba una “pérdida irreparable” porque a su entender era la intelectualidad “más independiente y creativa”.43
Más allá de las valoraciones, el diagnóstico hacía referencia a la situación de intelectuales y universitarios que como el propio Ribeiro habían sido obligados al exilio tras golpes militares, como los de Brasil de 1964 y el de Argentina de dos años después. Sin embargo, los marcos dictatoriales no implicaban necesariamente la obturación de los debates sobre política y universidad que involucraban a las izquierdas. Fracciones del movimiento estudiantil argentino de esos años, por ejemplo, abrevaban en la idea de la crisis universitaria e incluso retomaban la cuestión de la Reforma de 1918. Por lo general, se señala que Argentina no experimentó movilizaciones intensas en 1968, como Uruguay, Brasil y México, pero ese año coincidieron los 50 años de la gesta reformista con protestas opositoras al régimen militar de cierta relevancia, como las ocurridas en Buenos Aires donde confluyeron vertientes sindicales combativas como la CGT de los argentinos (CGTA) y sectores estudiantiles como la Federación Universitaria Argentina (FUA), bajo la conducción del Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda (FAUDI), y el Frente Estudiantil Nacional (FEN).44
Estos espacios expresaban las transformaciones políticas que experimentaba el movimiento estudiantil porteño desde unos años atrás, como la escisión de las fuerzas de izquierda y el acercamiento al peronismo de sectores reformistas y cristianos. A fines de 1968, el Semanario CGT dirigido por Rodolfo Walsh publicó una serie de entrevistas a dirigentes estudiantiles para ofrecer una retrospectiva de las protestas.45 Jorge Rocha, por la FUA-FAUDI, sostenía que la creciente actividad de obreros y estudiantes contra la dictadura mostraba la necesidad de “integrar” y “superar” los postulados reformistas para ubicar la problemática universitaria en un marco de “liberación nacional e internacional”, como lo habían hecho precursores de la izquierda, como José Carlos Mariátegui y Julio Antonio Mella.46 Mientras Roberto Grabois, por el FEN, argumentaba que el camino no era la “revolución de los estudiantes”, en alusión al Mayo Francés, ni la “isla universitaria” y las demandas reformistas que sólo llevaban a prestarle atención a las cuestiones gremiales del estudiantado, sin tener en cuenta el contexto político más amplio. A su entender, lo central era la confluencia de estudiantes con los trabajadores y, sobre todo, con el “peronismo revolucionario”, al que consideraba como su “vanguardia”.47
Estas visiones más radicalizadas que hacían hincapié en los límites de la Reforma de 1918 se profundizaron tras los levantamientos populares que siguieron al “Cordobazo” de 1969. La revista Los Libros, que en ese momento ya estaba vinculada a sectores de la izquierda maoísta, como el Partido Comunista Revolucionario (PCR) y su brazo estudiantil, el FAUDI, publicó en 1971 su vigésimo número con una tapa que emulaba un famoso afiche del Mayo Francés e inquiría “Por qué Córdoba”. Entre sus distintas notas contenía una dedicada al movimiento estudiantil de Antonio Marimón y Horacio Crespo,48 donde se recurría a un diagnóstico tajante a través de las palabras del hijo de Deodoro Roca, a quien se le presentaba como “amigo” del Che Guevara: “El manifiesto de la Reforma Universitaria de 1918 ha perdido actualidad. Este proceso dio de sí todo, pero no pudo superar su propio carácter pequeño burgués”.49 De esta manera, la nota mostraba un corte abrupto entre el pasado y el presente, entre la generación del Manifiesto Liminar y la de la revolución cubana. Si el viejo prócer reformista había participado de la incorporación de las clases medias al gobierno de la universidad con el establecimiento del cogobierno, los centros de estudiantes y sus federaciones, ahora su hijo decretaba la crisis de estos mecanismos de representación donde los estudiantes confluían con los trabajadores contra el régimen militar.
Sin embargo, estas visiones radicalizadas estaban en contacto con otras fuertemente politizadas que se retrotraían a la Reforma para rescatar legados y no necesariamente negarla en su conjunto. En este punto, fueron relevantes los contactos de Ribeiro con los sectores de la izquierda peronista, los cuales tuvieron su momento protagónico a principios de 1973, con la elección del Frente Justicialista de Liberación Nacional ( FREJULI), que cerró el ciclo de la dictadura de la “Revolución Argentina” (1966-1973) y de la proscripción de Perón en la política argentina tras 18 años.
En el mismo mes de la elección de Héctor Cámpora como nuevo presidente constitucional, Ribeiro publicó en Argentina su libro La universidad nueva. Un proyecto en la editorial Ciencia Nueva. Este espacio también editaba una revista homónima, donde además del intelectual brasileño colaboraban científicos como Varsavsky y Sadosky, con quienes había compartido exilio en Uruguay y ahora sus simpatías con el gobierno peronista electo.50 El 25 de marzo de 1973, el diario La Opinión informó de la visita de Ribeiro a la Argentina y recogió declaraciones suyas antes de la aparición de su libro. A su entender, el “gran mérito” de los argentinos radicaba en su conciencia sobre la crisis de la universidad, en el contexto expectante de refundación que producían la retirada militar. En este punto, advertía que era central que “los estudiantes no sólo tengan planes para transformar el país, sino también la universidad”. Además, y en una clara alusión a los legados de la Reforma, resaltaba que era imperioso que participaran en el gobierno universitario ya que su presencia era la “única garantía” de cambio, al estar “demasiado comprometidos” los cuerpos académicos y los funcionarios con el statu quo.51
En La universidad nueva. Un proyecto¸ Ribeiro reflexionaba nuevamente sobre el plan de reestructuración universitaria que había planteado en La universidad latinoamérica, aunque ahora con un recorrido más extenso, que incluía su vuelta a Brasil en 1968 por un breve periodo donde estuvo nueve meses en la cárcel, experiencias en Venezuela, el Chile de la Unidad Popular y Argelia, hasta el momento de su visita a Argentina, cuando se encontraba radicado en Perú, donde participaba en la organización del Centro de Estudios de Participación Popular bajo el gobierno de Velasco Alvarado. Desde esta experiencia, en el libro Ribeiro reforzaba la idea de crear un compromiso activo contra la “dependencia científico-técnica” de los países centrales, a partir de una política universitaria capaz de planificar la relación entre la educación superior, la comunidad, el gobierno y sus distintas áreas. A ello sumaba su prédica por complementar la función científico-académica con la exigencia de una “universidad popular y masiva” donde no sólo concurrieran los sectores privilegiados.52
El discurso del intelectual brasileño que mixturaba legados de la Reforma y críticas a la dependencia junto con la idea de planificación y democratización universitaria tenía eco en el escenario argentino. La campaña y la asunción de Cámpora en parte estaban teñidas de una tónica antiimperialista y de un entu sias mo juvenil que expresaban un acercamiento importante de sectores medios universitarios al peronismo cimentado desde años anteriores, el cual dejaba atrás la histórica oposición entre los primeros gobiernos de Perón y la militancia estudiantil, especialmente la reformista. Esto se hizo evidente en el propio mensaje que dirigió Cámpora a la asamblea legislativa el día de su asunción como presidente el 25 de mayo de 1973.
Según su óptica, la crisis que atravesaba el país tras dictaduras y proscripciones tenía su propia manifestación en la universidad. Por esa razón, afirmaba que en este ámbito la tarea era acabar con la dependencia cultural y superar viejas antinomias, como “reforma / anti-reforma”, “gobierno estudiantil / gobierno de claustros” y “autonomía universitaria / dependencia de gestión”. A su entender, esto sólo sería posible si la universidad era capaz de combinar la participación de todos sus componentes -estudiantes, docentes, no docentes- con mecanismos de representación de la comunidad e instancias orientadoras del Estado.53
Este mismo aire de superar desencuentros para resolver la crisis universitaria la compartía el rector interventor que nombró Cámpora el 29 de mayo de 1973 en la rebautizada “Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires”.54 Rodolfo Puiggrós, un exintelectual del PC argentino que se había acercado a Perón en sus primeros gobiernos (1946-1955) y luego de su proscripción tuvo un paso por México donde se desempeñó como periodista y profesor de la UNAM, fue investido en su cargo al día siguiente en un acto donde participaron activistas estudiantiles del peronismo y la izquierda. En presencia de ellos, el propio Puiggrós sostuvo que esperaba contar con el apoyo de “todos los que compartían la idea de liberación”.55 Unos días después de su asunción, respondió un breve cuestionario en la revista Panorama que continuaba en la misma sintonía al afirmar que si bien la Reforma Universitaria como un “todo” había perdido su vigencia, eso no significaba negar que algunos de sus postulados pudieran ser recogidos, desarrollados y llevados a la práctica.56
Los diagnósticos de Cámpora y Puiggrós estaban en sintonía con los posicionamientos de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), el sector más dinámico del movimiento estudiantil porteño vinculado a Montoneros, la vertiente armada hegemónica en la izquierda peronista. Al igual que Ribeiro, la JUP ponía en primer plano la necesidad de superar la crisis de la enseñanza superior a partir de la implementación de una “nueva universidad”. Sus posicionamientos quedaron plasmados en Envido. Revista de política y ciencias sociales. Esta publicación era impulsada por intelectuales que habían formado parte de las Cátedras Nacionales de la Facultad de Filosofía y Letras, un espacio político académico con el que Ribeiro tuvo contactos y participó en 1971 en la última materia de esta experiencia que estuvo a cargo de Justino O’Farrell, quien dos años después fue designado por Puiggrós como decano-interventor de esa casa de estudio.57
La postura de la JUP en materia universitaria publicada en Envido en 1973 articulaba medidas del primer peronismo -la gratuidad, la planificación estatal y la conexión entre universidad y las estructuras populares y productivas- con conquistas de la Reforma -participación política del estudiantado y cogobierno-. Su plan buscaba un modelo de universidad gratuita, sin exámenes de ingreso y con becas de estímulo a los estudiantes de menores recursos, con un gobierno universitario integrado por estudiantes, docentes, no docentes y representantes de organizaciones populares. En consonancia con Ribeiro proponían una reorganización total de la formación superior en una estructura tripartita, aunque con un matiz más politizado. De esta manera, la idea de la JUP era establecer un área técnico-científica encargada de orientar la formación universitaria a las necesidades sociales y económicas del país; una productiva con el objeto de superar la disociación entre trabajo manual e intelectual en el proceso de aprendizaje, y una político-doctrinaria encargada de establecer una serie de cursos en los cuales se abordara desde actualidad política hasta historia argentina y latinoamericana.58
Sin embargo, el punto donde confluían las ideas de Ribeiro y la JUP era la relevancia que otorgaban sus idearios a la participación política del estudiantado como condición ineludible para garantizar una presencia crítica que vinculara las problemáticas concretas de las universidades con cuestiones políticas y sociales más amplias. En este punto, la JUP era tributaria de un legado que no provenía de los primeros gobiernos de Perón, sino de la experiencia de la Fuerza de Orientación Radical la Joven Argentina (FORJA) y de exmilitantes reformistas que se habían acercado al peronismo, como Arturo Jauretche.59 No es casualidad que otra revista vinculada a las Cátedras Nacionales, como Antropología 3er. Mundo, ya hubiera publicado en 1970 el “Manifiesto de FORJA a los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires”. Este documento llamaba a recuperar un ideario central atribuido a la Reforma de 1918 y sintetizado en el lema: “El estudiante de la universidad es transfusión del pueblo en las aulas”.60
El “Manifiesto” fue nuevamente publicado en la décimo primera edición de la revista Crisis a principios de 1974 con el título “FORJA y el problema universitario”.61 Esta publicación, que apareció en Buenos Aires en mayo de 1973, cruzaba en su equipo editorial y en sus páginas a intelectuales vinculados al peronismo revolucionario de Argentina y la izquierda uruguaya. Entre sus colaboradores, no estuvieron ausentes Ribeiro y Jauretche.62 Más allá de las diferencias importantes en sus historias, ambos en cierto sentido representaron el esfuerzo por vincular la cuestión universitaria al problema latinoamericano. Mientras Ribeiro estaba radicado en el Perú de Velasco Alvarado, Jauretche fue designado por Puiggrós como director de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA). Junto a Rogelio García Lupo en la dirección ejecutiva, lanzaron en 1973 la colección América Latina Libre y Unida, cuyos números estuvieron dedicados a las figuras de Salvador Allende, Cámpora, Omar Torrijos y Velasco Alvarado. Este tipo de iniciativas demostraba el entusiasmo político que despertaba el eje nacionalista y de izquierda que en cierto sentido se había conformado en la región con los gobiernos de Argentina, Chile, Panamá y Perú.63
No obstante, las conexiones también se producían en los debates sobre la cuestión universitaria. Sintomática de esta cuestión es la revista Aportes para la Nueva Universidad, que impulsó la gestión de Puiggrós desde la Secretaría de Planeamiento de la UBA, la cual estaba a cargo de Jorge Carpio, un docente que había integrado las Cátedras Nacionales. La publicación tenía el objetivo de contribuir a la sanción de una nueva ley para reorganizar las casas de estudio, tal como había propuesto Cámpora cuando en su asunción exhortó al protagonismo de los universitarios en la confección de la misma. Por esta razón, la revista dedicó sus números al análisis de distintas propuestas, como el proyecto legislativo presentado por Allende durante su presidencia para impulsar cambios en la enseñanza superior.64 En esta conexión entre Argentina y Chile, como veremos en el siguiente apartado, también tuvieron un papel importante Ribeiro y la red de debate sobre la crisis de la universidad latinoamericana como trasfondo de su itinerario trasnacional.
Mesas redondas sobre universidad, reformas y unidad popular
La revista argentina Ciencia Nueva fue dirigida por Ricardo Ferrero entre 1970 y 1974. En esta publicación, donde se discutía el papel político de la producción científica y tecnológica, escribieron con frecuencia Ribeiro e importantes figuras de los “tiempos dorados” de la UBA que se terminaron acercando al peronismo de izquierda, como Varsavsky, Sadosky y Rolando García, quien en 1972 fundó el Consejo Tecnológico del Movimiento Nacional Justicialista.65 En este espacio de técnicos y científicos participaron algunos docentes y profesionales que terminaron ocupando cargos universitarios en el tercer gobierno peronista, como Enrique Martínez en el decanato de la Facultad de Ingeniería e Iván Chambouleyrón en el rectorado de la Universidad Tecnológica Nacional.66 En el marco de estas redes, la publicación de Ferrero dedicó varias notas al tema universidad y a las encrucijadas que la atravesaban en esos años.
A fines de 1972, Ciencia Nueva publicó en la tapa de su decimonoveno número la “Mesa redonda. La universidad en América Latina”. El encuentro que se realizó en el mes de agosto en el Centro Cultural General San Martín de la Municipalidad de Buenos Aires estuvo dedicado a discutir la crisis y los desafíos de la institución en la región.67 En la mesa participaron Ribeiro junto con otros intelectuales que contaban con experiencia en gestión universitaria y publicaciones en la materia, como el chileno Alfredo Jadresic Vargas, quien en ese momento era decano de la Facultad de Medicina de UChile, el uruguayo Maggiolo, rector de la UdelaR, y los argentinos Fernando Storni, rector de la Universidad Católica de Córdoba y vicepresidente de la Unión de Universidades de América Latina (UUAL), y Risieri Frondizi, quien había sido rector de la UBA entre 1957 y 1962 y acababa de publicar su libro La universidad en un mundo de tensiones: misión de las universidades en América Latina (1971).68 Estaba previsto que también participara Jorge Taiana, quien en 1973 sería nombrado por Cámpora ministro de Educación Nacional, pero finalmente no acudió a la cita.69
La actividad organizada por Ciencia Nueva era una clara demostración de la preocupación trasnacional sobre el debate universitario y también de la residencia de Ribeiro en el Chile de la Unidad Popular, donde fungió como asesor de Allende. No por nada, la publicación de Ferraro presentaba a UChile como su espacio de desempeño en ese momento. El intelectual brasileño arribó al país trasandino en un momento especial no sólo por el triunfo de la izquierda a nivel nacional, sino por los cambios que experimentaban sus universidades. El propio Jadresic Vargas, en ese entonces un joven médico prestigioso que estaba vinculado al comunismo chileno y a la Unidad Popular, sostenía en la mesa de Ciencia Nueva que a pesar de que las universidades de su país no habían experimentado intervenciones militares como las de Brasil y Argentina, se habían visto sacudidas por una “fuerza inmensamente mayoritaria por los cambios”.70 En este punto, Jadresic Vargas se estaba refiriendo al amplio proceso de reforma universitaria que había comenzado en la Universidad Católica en 1967, el mismo año en que Ribeiro publicaba en la Argentina La universidad necesaria, y luego extendido a otras casas de estudio del país, como a UChile en 1968.71
Durante la experiencia reformista de la principal unidad académica del país, desempeñaron un papel importante los sectores del movimiento estudiantil y el campo intelectual ligados al PC.72 En este aspecto, deben tenerse en consideración dos datos clave: el protagonismo que tuvo la Facultad de Filosofía y Educación, la casa de estudio más grande de UChile en esos años, bajo el liderazgo del intelectual Hernán Ramírez Necochea para detonar la Reforma, y el peso político que congregó la Juventud Comunista. En el primer punto, es necesario tener en cuenta que Ramírez Necochea fue uno de los principales intelectuales comunistas que sistematizó una reflexión sobre la universidad; ya en 1964 había sido editado por Ediciones de la Revista Aurora el libro El partido comunista y la universidad.73 Tras su designación interina como decano, a fines de 1967, se desató un conflictivo proceso que permitió la elección de otros docentes e intelectuales vinculados al comunismo, como Elisa Gayán en la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, Pedro Mira en Bellas Artes y el propio Jadresic Vargas en Medicina.74
El otro aspecto relevante fue la influencia que adquirió la Juventud Comunista entre el estudiantado, la cual le permitió encabezar la lista de la Unidad Popular que en 1969 destronó a la Democracia Cristiana Universitaria (DCU) de la conducción de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH) tras 14 años de predominio. Además de los comunistas, la lista de la Unidad Popular estaba integrada por la Brigada Universitaria Socialista, la Juventud Radical Revolucionaria y el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), una escisión por la izquierda del Partido Demócrata Cristiano que se produjo ese mismo año, la cual contribuyó a debilitar a la DCU. Con este triunfo la JC consolidaba su avance político en casi todas las universidades del país. Si para el año 1967 conducía sólo una de las 8 grandes federaciones estudiantiles, hacia 1970 tenía presencia en al menos 6 de ellas; además encabezaba la FECH y la otra entidad de carácter nacional, la Federación de Estudiantes de la Universidad Técnica.75 Si se tiene en cuenta la magnitud de UChile en ese entonces, el triunfo de la Unidad Popular en la FECH y la designación del militante comunista Alejandro Rojas como su presidente pueden considerarse como un antecedente central de la elección de Allende en 1970, bajo esa misma coalición de izquierdas.76
¿Qué permitió a los comunistas este protagonismo en la constitución de la Unidad Popular dentro de la universidad? La cuestión está relacionada a los debates sobre la crisis universitaria en América Latina que Ribeiro entablaba contemporáneamente en Uruguay y Argentina a fines de los sesenta. El mismo año que el brasileño publicó La universidad necesaria en este último país, los jóvenes comunistas chilenos inauguraron la segunda época de Cuadernos Universitarios.77 El señalamiento no es sólo por una coincidencia temporal, sino porque ambas experiencias mostraban una preocupación similar en las izquierdas con relación a las universidades latinoamericanas en el marco de la Guerra Fría.
De la misma manera que Ribeiro indicaba en su libro que la crisis del ámbito académico estaba vinculada a las intervenciones militares y de Estados Unidos en la región, la JC lanzaba nuevamente sus “cuadernos” en 1967 con una nota central titulada “El cerco a la universidad”. En ella, evidenciaba su preocupación por la escalada dictatorial en varias unidades académicas latinoamericanas, como Brasil, Venezuela, Colombia y Argentina. A este último caso lo atendían con especial interés, no sólo por la previsible denuncia por la violación de Onganía a la autonomía universitaria, sino por haber obturado proyectos que consideraban relevantes en su alcance trasnacional, como la política editorial de Eudeba, “cuya labor cultural [según los jóvenes comunistas chilenos] tanto hemos aprovechado los estudiantes de Latinoamérica, expresada en más de 600 títulos editados en millones de ejemplares a veces más baratos que una cajetilla de cigarrillos”.78 Su denuncia del avance militar estaba acompañada de una inquietud por la injerencia de Estados Unidos en las universidades a través de fundaciones y consultores. En este aspecto y en consonancia con otras denuncias públicas de las izquierdas, la JC alertaba sobre el papel de Atcon en la región, al que recordaban por su participación en el programa de reforma de la Universidad de Concepción, al que acusaban de estar “financiado por la Fundación Ford a través de la Universidad de Minnesota”.79
En estas críticas, los comunistas chilenos resaltaban los temores de Atcon ante la participación estudiantil en las universidades. En los “cuadernos” reproducían sus apreciaciones sobre el cogobierno, al que caracterizaban como “una noción completamente errónea de la democracia” y una “amenaza a los fundamentos del orden social”.80 No era casual que los militantes de la JC abordaran ese flanco, puesto que el tema central que les permitió convertirse en la principal fuerza de la Reforma en UChile estuvo relacionado a las controversias sobre la participación estudiantil en los órganos de gobierno de las universidades, especialmente por su demanda de que posean un 25% en los organismos colegiados y participen en las elecciones de autoridades. Esta cuestión ya había sido un tema de discusión tanto en la Convención de Reforma Universitaria de la FECH de 1966 como en el plebiscito que impulsó la misma federación en 1967.81 Pero adquirió un carácter central cuando la Facultad de Filosofía y Educación bajo el liderazgo de Ramírez Necochea transformó de hecho sus reglamentos con base en esos principios y detonó el proceso reformista de UChile en 1968.82
Estos sucesos ocurrieron contemporáneamente a la publicación de la primera edición de La universidad latinoamericana en Uruguay, donde Ribeiro señalaba enfáticamente que los debates y descontentos en las unidades académicas hacían necesaria una “nueva reforma” como la que había ocurrido en Córdoba 50 años atrás.83 La invocación a la herencia reformista para resolver la crisis universitaria también era sintomática en la experiencia de la juventud comunista chilena. Desde el relanzamiento de Cuadernos Universitarios en 1967 fue un tema transitado en sus ejemplares y al año siguiente ocupó un primerísimo plano cuando el cincuentenario de 1918 coincidió con el proceso de reforma en UChile. De esta manera, la portada del sexto número, de junio de 1968, exhortaba: “Universitarios: cogobierno triunfo comunista, a 50 años de la Reforma de Córdoba”, mientras el séptimo, de julio de ese mismo año, titulaba a una de sus notas centrales: “Proyecciones del movimiento de Córdoba”.84 Además, la JC acompañó sus lecturas sobre los legados de 1918, discutidos simultáneamente en distintos países de la región, con notas que siguieron de cerca diversas movilizaciones estudiantiles de 1968. Desde las protestas mexicanas reprimidas en Tlatelolco, hasta las argentinas contra el régimen de Onganía, donde no faltaron referencias al papel jugado por la CGTA, la FUA y el FEN que abordamos en el apartado anterior.85
Ribeiro, cuando se asienta por un tiempo a principios de los setenta en el país transandino, llega a una universidad que había sido sacudida por la efervescencia estudiantil y el triunfo de la Unidad Popular en la FECH. En este marco, el intelectual brasileño intervino en publicaciones importantes dedicadas a la ciencia y la universidad que realizó la Editorial Universitaria de UChile, la cual en ese entonces estaba abocada a una intensa actividad. Así, en 1970 colaboró en el libro América Latina. Ciencia y tecnología en el desarrollo de la sociedad que editó la Colección Tiempo Latinoamericano, bajo la dirección de Fernando Henrique Cardoso, Aníbal Pinto y Osvaldo Sunkel. Este volumen fue coordinado por el argentino Amílcar Herrera y contó con la participación de reconocidos científicos e intelectuales de América Latina, como Sadosky, Marcos Kaplan, Natalio Botana, José Leite Lopes, Luis Ratinoff, Jorge Sábato y Víctor Urquidi.86 Entre los distintos artículos dedicados a la cuestión científica y tecnológica, el de Ribeiro se titulaba “Política de desarrollo autónomo de la universidad latinoamericana”.87 La versión preliminar de este texto había sido escrita para el Seminario sobre Política Cultural Autónoma para América Latina organizado en la UdelaR en marzo de 1968. Dicho trabajo también fue publicado ese mismo año en la Gaceta de la Universidad de Uruguay y en la Revista Mexicana de Sociología.88
La confluencia de diversos académicos latinoamericanos en Chile a principios de los setenta no debe llamar la atención. En ese momento, el país transandino era unas de las usinas en ciencias sociales más relevantes en la región, gracias a la radi cación en años anteriores de importantes instituciones, como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Además, Allende una vez en la presidencia brindó espacio para que colaboraran científicos y universitarios de distintas partes del mundo que llegaban a Chile con la idea de conocer la experiencia de la Unidad Popular.89 De esta manera, en los sesenta y setenta arribaron reconocidos académicos latinoamericanos alejados de las dictaduras de sus respectivas naciones, como los argentinos Kaplan y Herrera o los brasileños Cardoso y el mismo Ribeiro.
En este marco, el libro coordinado por Herrera reunía trabajos de profesionales de ciencias exactas, naturales y sociales para discutir las causas del atraso científico en América Latina.90 El artículo que propuso Ribeiro en la compilación tiene algunos nuevos pasajes en relación con la versión preliminar de 1968 y estaba muy a tono con los cambios acontecidos en UChile tras la Reforma. Para el intelectual brasileño, la transformación de las universidades era uno de los factores centrales para crear una capacidad científica autónoma. Por esta razón, al final de su escrito resaltaba que la cuestión no sólo dependía de “tecnicismos”, sino del “imperativo insoslayable” de establecer el cogobierno en las universidades, puesto que la participación de los estudiantes era la principal garantía de cambio y de articulación con las fuerzas sociales necesarias para acabar con la dependencia y el subdesarrollo de América Latina.91
En cierto sentido, la nueva versión del artículo de Ribeiro anticipaba el creciente optimismo hacia la militancia estudiantil de la edición de La universidad latinoamericana a cargo de la Editorial Universitaria de UChile en 1971. Las movilizaciones de 1968 en distintos puntos del globo y el contexto de reforma en el país trasandino operaban como dinamizador de este tipo de diagnóstico, que Ribeiro volvía a explicitar desde el prólogo de su trabajo.92 En el mismo, también aclaraba que esta nueva aparición ampliaba los materiales del libro porque sintetizaba tres experiencias previas a su llegada a Chile. A sus participaciones en los seminarios de Estructuras Universitarias y Política Cultural Autónoma para América Latina realizados a fines de los sesenta en la UdelaR, sumaba su intervención en la elaboración del Plan de Renovación Estructural de la Universidad Central de Venezuela en 1970.93 Al igual que anteriormente en Uruguay y posteriormente en Chile, este país fue un punto de encuentro de Ribeiro con otros exiliados e intelectuales latinoamericanos.94
Sin embargo, el paso de Ribeiro por UChile no estuvo exento de críticas y controversias. Un punto importante en este aspecto fue que las fuerzas de izquierda de la Unidad Popular no pudieron sostener el impuso político que les permitió desplazar a la DCU de la FECH y de la gestión de varias facultades. El principal obstáculo fue que los democratacristianos se recompusieron con los triunfos consecutivos en las elecciones de rector que se acordaron tras el proceso de reforma, el cual garantizaba la participación de los estudiantes en la elección de autoridades. Su candidato, Edgardo Boeninger, decano de la Facultad de Economía que se había desempeñado como director de Presupuestos en el Ministerio de Hacienda del gobierno de Eduardo Frei Montalva, venció en 1969 y en 1971 a la plataforma de la izquierda. En la primera ocasión a Jadresic Vargas y en la segunda al jurista Eduardo Novoa Monreal. Durante estas disputas, se posicionaron frente a la cuestión universitaria intelectuales democratacristianos que no ahorraron críticas hacia Ribeiro y otros académicos vinculados a la Unidad Popular.
Un caso relevante fue el de Carlos Huneeus, profesor vincu la do a la DC que en los sesenta se había desempeñado como dirigente estudiantil en la FECH.95 En 1971 la Corporación de Promoción Universitaria le encargó una investigación que culminó dos años después con la publicación de La reforma en la Universidad de Chile en el mes de marzo.96 El libro partía del diagnóstico sobre la crisis de las universidades latinoamericanas y, al igual que otras vertientes del espectro político, resaltaba el papel estratégico de los centros de estudio para el desarrollo regional. En su trabajo, Huneeus destacaba la importancia de las militancias católicas en la reforma y realizaba fuertes críticas a las izquierdas.
En cuanto al primer punto, el intelectual democratacristiano resaltaba que la cuestión del cogobierno estaba dada en gran medida gracias a las experiencias reformistas de la Universidad Católica de Chile y Valparaíso que inicialmente recogieron las ideas del semanario de Buga, organizado por el Departamento de Educación del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) a principios de 1967.97 Por el énfasis dedicado a esta cuestión, el libro parecía querer subsanar el error de la DCU en UChile. Esta fuerza, a pesar de demandar la participación de los estudiantes en los órganos de gobierno, durante el proceso de reforma se había negado a aceptar su papel en la elección de autoridades frente al temor del avance político de la JC, el cual finalmente se concretó con el triunfo de la Unidad Popular en la FECH.
El otro asunto importante del libro de Huneeus eran sus críticas a las izquierdas por su tratamiento de la cuestión universitaria, en el marco del creciente desencuentro entre el gobierno de Allende y la DC. Su idea era que estas fuerzas políticas concebían de manera instrumental y coyuntural la autonomía de las universidades. En este aspecto englobaba a distintas experiencias, desde la revolución cubana hasta la Unidad Popular, a pesar de que en Chile se acababa de incorporar en 1971 la autonomía en la constitución política.98 Aunque el flanco principal de sus críticas estuvo dirigido al análisis de la reforma que realizaron Tomás Vasconi e Inés Reca en los Cuadernos Socioeconómicos, una publicación que estaba a cargo del Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO) de UChile.99 Este espacio y otros, como el Centro de Estudios de la Realidad Nacional de la Universidad Católica, eran una expresión del impulso renovador que vivían los centros de estudio chilenos desde fines de los sesenta, el cual permitió un intercambio entre académicos latinoamericanos, muchos de ellos adscriptos a vertientes radicales de izquierda. Éste fue el caso del CESO, donde participaron intelectuales como Theotonio Dos Santos, Marta Harnecker y Ruy Mauro Marini, entre otros.100 Este protagonismo les valió distintas críticas, como las que realizó Huneeus al acusar a Vasconi y Reca de proponer un “modelo de universidad militante” que desconocía el “pluralismo” y supeditaba el quehacer académico a objetivos políticos.101
El intelectual democratacristiano tampoco ahorró fuertes cuestionamientos a Ribeiro. Para Huneeus, el principal defecto era su desconocimiento del proceso de reforma en Chile y su libro La universidad latinoamericana se basaba en un modelo abstracto que no especificaba su puesta en práctica.102 Aunque lo más interesante es que también ponía en tela de juicio la idea de Ribeiro de que la Reforma de Córdoba era un antecedente clave de las experiencias de cambio de las universidades en los sesenta y setenta, ya que a su entender un análisis más minucioso mostraba que 1918 no había tenido un papel tan trascendente en la historia de las casas de estudio de la región.103 Más allá de las valoraciones particulares de los actores de la época, este caso vuelve a mostrar el carácter trasnacional de los debates sobre la crisis universitaria y que las referencias a la herencia reformista eran un elemento clave, ya sea para minimizarla o para resaltar sus alcances.
El rectorado de González Casanova en México y el repliegue de las izquierdas universitarias
Contemporáneamente a su paso por Chile, Ribeiro continúo tejiendo redes universitarias trasnacionales en América Latina. Un aspecto relevante en esta cuestión fueron sus vínculos con México y en especial con Pablo González Casanova, un reconocido intelectual de izquierda que entre sus antecedentes contaba con la dirección de la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales, del Instituto de Investigaciones Sociales y de la Revista Mexicana de Sociología de la UNAM. Bajo la gestión de González Casanova, Ribeiro había colaborado con esa publicación en 1968 con su texto “Política de desarrollo autónomo de la universidad latinoamericana”, en un número donde también participaron el colombiano Orlando Fals Borda, el peruano Aníbal Quijano, el brasileño Octavio Ianni y el francés Deni-Clair Lambert.104 El autor de La democracia en México poseía una gran capacidad de reunir en emprendimientos a diversos intelectuales de América Latina y otros puntos geográficos.105 Esto se volvió a evidenciar luego de su designación como rector de la UNAM a principios de los setenta.106 Junto a Leopoldo Zea en el área de Difusión Cultural, González Casanova inauguró la revista Deslinde en enero de 1972, con un texto de Jean Paul Sartre titulado “Instrucción ex cathedra y difusión de la crisis del saber universitario y el descontento estudiantil”.107
El subtítulo elegido para la publicación, “Cuadernos de Cultura Política Universitaria”, reflejaba claramente sus objetivos. El propósito inicial de Deslinde era recopilar una serie de documentos para discutir específicamente cuestiones relativas a la universidad desde la óptica de intelectuales y políticos latinoamericanos y europeos con distintas orientaciones ideológicas, que iban desde Herbert Marcuse, Maurice Duverger y Paul Ricoeur hasta Risieri Frondizi, Salvador Allende, Rodney Arismendi y los propios González Casanova y Zea, entre otros. El décimo primer número de los cuadernos se tituló “Universidad de planificación social: las ciencias humanas y la dinámica de la educación y del desarrollo”. Esta entrega reproducía un trabajo escrito por Ribeiro junto con Heron de Alencar, Rolin Colin, María José García Werebe, María Inés Ramos, Bento Prado y Marcos J. de Castro, el cual había sido presentando en el Coloquio Internacional sobre la Enseñanza de las Ciencias Sociales realizado en Argelia entre el 19 y el 23 de abril de 1971.108 El trabajo proponía jerarquizar a las disciplinas sociales con la creación de una universidad que las concentrara en una misma estructura sin desperdigarlas en distintas facultades, bajo la regla de no escindir las actividades docentes y de investigación.109
La preocupación por la cuestión universitaria en la gestión de González Casanova en la UNAM estaba afincada en un momento turbulento. Las resonancias del movimiento estudiantil de 1968 y la represión del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco aún seguían vigentes tras su asunción como rector en mayo de 1970. México no era ajeno al contexto de persecución política que vivía Latinoamérica en la Guerra Fría y varios activistas estudiantiles del 68’ se vieron obligados al exilio, a raíz de la decisión del presidente priista Luis Echeverría de liberarlos de la cárcel de Lecumberri a condición de su salida del país. Así, en mayo de 1971, luego de un tránsito por Perú y Uruguay, arribaron 15 militantes mexicanos al Chile de la Unidad Popular, entre los que se encontraban Gilberto Guevara Niebla, Luis González de Alba y Raúl Álvarez Garín.110 Al igual que Ribeiro, este contingente pasó a integrar parte de la larga lista de políticos, profesionales, universitarios e intelectuales latinoamericanos que recalaron en el país trasandino, alejados de sus naciones por motivos políticos, pero también imantados por la experiencia de la vía chilena al socialismo.111
Entre los protagonistas del 68 mexicano que circularon por Chile, vale la pena mencionar a Roberto Escudero, que si bien no fue detenido en Lecumberri se había autoexiliado en enero de 1969, luego de recibir amenazas por su participación en el Consejo Nacional de Huelga en representación de la Facultad de Filosofía y Letras. Durante su estancia en el país trasandino, Escudero estuvo en contacto con el Partido Socialista Chileno y colaboró en emprendimientos editoriales como Tercer Mundo. Revista de Información y Análisis, la cual fue inaugurada en 1970. Esta publicación se presentaba a sí misma como “independiente”, integrada por “jóvenes universitarios” y apoyada por “intelectuales de renombre”.112 En su consejo asesor resaltaban los nombres de Enzo Faletto, reconocido sociólogo de UChile que junto con Henrique Cardoso había publicado Dependencia y desarrollo en América Latina, y del economista y teólogo alemán Franz Hinkelammert, quien en ese entonces participaba en el CEREN de la Universidad Católica, una de las usinas intelectuales más relevantes que acompañó al gobierno de Allende, primero bajo la dirección de Jacques Chonchol y luego de Manuel Antonio Garretón.113
Como puede observarse en la revista Tercer Mundo, el 68 mexicano seguía teniendo repercusiones en Chile. Contemporáneamente a la represión en la Plaza de las Tres Culturas, la FECH e intelectuales vinculados al PC, como el rector de la Universidad Técnica del Estado Enrique Kirberg, habían realizado muestras de solidaridad públicas hacia el movimiento de protesta.114 Dos años después, Tercer Mundo dedicó uno de sus primeros números al “segundo aniversario de la masacre de Tlatelolco”.115 En el prólogo de esa edición, el consejo de redacción, compuesto por Hermes Benítez, Augusto Bolívar y Jorge Vergara, agradecía “a los compañeros exiliados del Comité de Defensa del Pueblo Mexicano en Lucha” por haber hecho posible la publicación de tres notas extensas dedicadas a la temática:116 una entrevista a Sartre realizada en París en febrero de 1970 que denunciaba la existencia de más de 200 presos políticos en México;117 una transcripción de la defensa que realizó desde Lecumberri en septiembre de ese mismo año el intelectual mexicano José Revueltas, ante los cargos que recibieron los militantes del 68,118 y una reseña crítica de Escudero sobe Posdata, la prolongación del Laberinto de la soledad que publicó Octavio Paz en Siglo Veintiuno Editores, donde criticaba al reconocido escritor y poeta por desconocer las “perspectivas revolucionarias” que a su entender podía desarrollar el movimiento estudiantil en sus demandas de democratización al régimen priista.119
El exilio de los militantes mexicanos del 68 duró poco tiempo en Chile. No obstante, a los pocos días de su regreso, en junio de 1971, una manifestación universitaria en el Distrito Federal en apoyo a las protestas estudiantiles de Nuevo León, las cuales peticionaban el cogobierno paritario y la elección por votación de autoridades, fue reprimida por el grupo paramilitar Los Halcones.120 La represión del 10 de junio enturbió aún más el ambiente. Sin embargo, no obturó el desarrollo de debates sobre la cuestión universitaria que involucraron a la gestión de González Casanova en la UNAM y a una red que incluía a diversos actores, desde intelectuales como Ribeiro y Revueltas hasta al activismo estudiantil. Estos intercambios abordaron muchos de los tópicos que cruzaban a las izquierdas en otros puntos de la región, como la crisis de las universidades, las controversias sobre la herencia reformista y los significados de la participación política de los estudiantes.
Un momento relevante fue entre el 20 y el 26 de febrero de 1972. El rectorado de González Casanova, a través de su Dirección General de Difusión Cultural, a cargo de Zea, organizó junto con la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL) la II Conferencia Latinoamericana de Difusión Cultural y Extensión Universitaria.121 En las mesas y plenarias del acto participaron diversos profesionales, universitarios e intelectuales de la región. Entre ellos, estuvieron presentes Ribeiro y los uruguayos Rama y Emir Rodríguez Monegal, con quienes el brasileño había entablado fuertes vínculos durante su experiencia en Montevideo y la UdelaR.
En la ceremonia de clausura del encuentro trasnacional, González Casanova dio a conocer la “Universidad Abierta”, la propuesta más ambiciosa de su gestión que acababa de aprobar el Consejo Universitario de la UNAM en su sesión del 25 de febrero de 1972.122 Para justificar el proyecto, el rector recurría al tropo de la herencia reformista que cruzaba a distintas vertientes de izquierda. A su entender, la iniciativa buscaba lograr lo que había quedado como “mero ideal” desde la Reforma de 1918 en Córdoba: “exclaustrar a la universidad”.123 Desde esta perspectiva, la propuesta de González Casanova buscaba extender la educación superior a amplios sectores de la población por medio de un sistema de opción libre donde las escuelas, las facultades y los recién creados Colegios de Ciencias y Humanidades (CCH) garantizaran grupos de aprendizaje “dentro” y “fuera” de los planteles universitarios. Esta iniciativa, que buscaba vincular a la UNAM a espacios públicos y productivos, brindaba un calendario académico flexible y otorgaba los mismos títulos y grados que el sistema tradicional.124
La necesidad de recuperar el “viejo ideal” de la “cooperación latinoamericana” fue otro punto central que resaltó González Casanova en su invocación a la herencia reformista durante el cierre de la conferencia.125 Su idea de establecer un sistema universitario regional orientado “a la producción de material didáctico y [a] su difusión” era concordante con la prédica que Ribeiro venía sosteniendo desde la década anterior. Incluso las ideas del mexicano tienen un lugar preponderante en La universidad nueva. Un proyecto, el libro que publicó el brasileño a principios de 1973 en Argentina. La primera parte del trabajo reproduce la intervención del propio Ribeiro en la II Conferencia Latinoamericana de Difusión Cultural y Extensión Universitaria realizada en la UNAM y abre con un epígrafe donde Casanova cuestiona distintos prejuicios sobre la educación superior, como el que sostiene que su extensión a amplios sectores de la población es proporcional a su pérdida de calidad.126 Además, entre los intentos latinoamericanos por superar la “réplica subalterna del modelo napoleónico de universidad profesionalista”, Ribeiro resalta el proyecto de Universidad Abierta como “de los más aleccionadores”, puesto que a su entender permitió a la UNAM buscar nuevos caminos “después de décadas de ingenuo descontento consigo misma”.127
En el caso de México, los debates sobre la crisis y reforma de la universidad incluían a otros intelectuales de izquierda con trayectorias diferentes a las de Ribeiro y González Casanova, como la de Revueltas. Desde su participación en las protestas del 68 y en el Comité de Lucha de la Facultad de Filosofía y Letras, el crítico y disidente del Partido Comunista Mexicano (PCM) había insistido en los problemas internos de la institución universitaria con sus reflexiones sobre la autogestión académica.128 En octubre de 1971, tras los sucesos del “halconazo” y su salida de Lecumberri, escribió el texto “Acerca de la reforma universitaria y educativa en general”, el cual fue la base de la conferencia que dictó en agosto del año siguiente en la Universidad de Nuevo León.129 El diagnóstico de Revueltas partía de la crisis social y educativa y, en consonancia con los análisis contemporáneos de Ribeiro desde la izquierda o de Atcon desde la derecha, no pasaba por alto el clima de Guerra Fría. Para el autor de Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, la reforma universitaria era una demanda mundial contra un sistema basado en el predominio de los “Estados nucleares” que atravesaba al capitalismo, al socialismo y al Tercer Mundo. Ante la amenaza de la “guerra termonuclear”, Revueltas reforzaba su postura de que la universidad debía ser “autónoma, libre e independiente del Estado y sus intenciones”.130
En el ideario del escritor mexicano, la “autogestión académica” implicaba superar las demandas reformistas clásicas de autonomía y libertad de cátedra por una estructura educativa emancipada donde predominara la participación estudiantil.131 Aunque Revueltas no entendía la misma bajo la idea de cogobierno, sino a partir del activismo político de las instancias de base, donde resaltaba el papel de las brigadas, los periódicos murales y los comités de lucha que acompañaron al Consejo Nacional de Huelga durante las protestas del 68 y las demandas posteriores de liberación de los presos políticos.132 Cabe destacar que, como en otros puntos de América Latina, las izquierdas mexicanas evidenciaron un gran interés por la intervención política del movimiento estudiantil. Y al igual que en experiencias que abordamos anteriormente, las invocaciones al activismo de base como la de Revueltas convivían con otras posturas similares a la de Ribeiro que sí hacían alusión al cogobierno universitario y a la participación de los estudiantes en esos canales.
A fines de los sesenta y principios de los setenta, en México se desarrollaron protestas universitarias en estados como Sinaloa, Puebla y el ya nombrado Nuevo León, donde una de las demandas centrales era la intervención de los estudiantes en el gobierno de las universidades.133 Estos conflictos influyeron en la tónica de intelectuales que se hicieron eco de esas peticiones e incluso fueron un tema central en las apuestas más ambiciosas del movimiento estudiantil mexicano tras la represión del 10 de junio. En cuanto al primer punto, el propio González Casanova desde la UNAM realizó varias declaraciones públicas sobre las protestas provinciales y la necesidad de garantizar la representación estudiantil. Sí fue paradigmática; la intervención del 19 de noviembre de 1970 en el Consejo Universitario en ella exhortaba a las autoridades universitarias a reconocer que el cogobierno con presencia estudiantil se enmarcaba en un “proceso universal que tiende al incremento de la participación social para la toma de decisiones”. La confianza del rector en este asunto era tan entusiasta que llegaba a afirmar que la representatividad de los estudiantes en las universidades de América Latina iba a terminar siendo “paritaria y de hecho mayoritaria”.134
Por el lado del movimiento estudiantil, el tema del cogobierno ocupó un lugar preponderante en las discusiones de sus vertien tes de izquierda tras la represión del 10 de junio. A los pocos meses del “halconazo” y al calor de las protestas estudiantiles provinciales, se realizó el Foro Nacional de Estudiantes en el Distrito Federal entre el 3 y el 6 de abril de 1972. El acto había sido convocado en enero de ese mismo año a raíz del Encuentro Nacional de Estudiantes que tuvo lugar en Sinaloa, uno de los estados más convulsionados por la movilización universitaria. Los documentos del foro fueron recopilados contemporáneamente por el comunista Arturo Martínez Nateras en el libro No queremos apertura, queremos revolución, editado en 1972 por Ediciones de Cultura Popular en su novel colección Presencia Estudiantil.135 El encuentro se presentaba a sí mismo como un espacio donde lograron confluir las distintas corrientes de izquierda que, a pesar de sus diferencias, coincidían en sus críticas a las políticas de Echeverría y en la necesidad de afianzar una perspectiva anticapitalista en el estudiantado.136 Sintomático de estos posicionamientos es el temario del foro dedicado a la situación nacional, donde se cuestionaba al presidente priista por una falsa apertura democrática, ya que por un lado liberaba a los dirigentes del 68 de Lecumberri, pero por otra reprimía a las organizaciones guerrilleras y continuaba con la detención de militantes por motivos políticos.137
Junto al debate sobre el escenario político del país, otros dos temarios relevantes del foro estuvieron dedicados a la orga nización del activismo estudiantil y a la reforma de las universidades.138 Los diagnósticos sobre este punto giraban alrededor de una doble crisis: la de la enseñanza y la fragmentación de las estructuras políticas del estudiantado. Ante esta situación, la demanda por la “democratización” era considerada una vía para encontrar una unidad a nivel nacional de la militancia como una solución al problema universitario.139 Bajo esta perspectiva, se proponía reestructurar las universidades mediante “consejos democráticos” paritarios de estudiantes y profesores que funcionaran como órganos máximos de gobierno con potestades deliberativas, resolutivas y ejecutivas, prescindiendo de los cargos de rectores y directores.140
El proyecto buscaba vincular el cogobierno con la autogestión de los universitarios, puesto que las “asambleas estudiantiles y magisteriales” serían las encargadas de elegir en forma abierta y directa a los consejos, quienes a su vez estarían sujetos a la supervisión y a mandatos revocables por esas mismas instancias de base. Finalmente, esta democratización de los órganos de gobierno debía ser acompañada de la reforma de los planes de estudio para abordar problemáticas populares y políticas que garantizaran que los “hijos de trabajadores y campesinos” tuvieran acceso a todos los niveles educativos, como la eliminación de colegiaturas, exámenes de ingreso, cupos de admisión, entre otras medidas.141
Como en otras partes de la región, esta preocupación por la cuestión universitaria formaba parte de un ideario de izquierda vinculado a problemáticas políticas más amplias. Por esa razón, los documentos del foro resaltaban que la “lucha por la democratización” y los consejos paritarios prefiguraban en la universidad a la futura educación socialista.142 Sin embargo, en el terreno de la práctica los cruces entre política y universidad eran más complejos. El último temario del foro estudiantil dedicado a la “solidaridad internacional” reproducía invocaciones recurrentes en las izquierdas de la época, como Vietnam, Cuba y las denuncias a la dictadura brasilera. Aunque la principal referencia en este plano era el “proceso revolucionario” que vivía Chile, junto a acusaciones a la “demagogia política nacionalista” de Echeverría por querer identificarse con la “vía legal” de Allende desde su visita al país trasandino en abril de 1972.143
A pesar de las apreciaciones del activismo estudiantil mexicano, en diciembre de ese mismo año el propio Allende in tercam bió elogios mutuos con el mandatario priista en su visita a la Universidad de Guadalajara, institución que había sido denunciada en el mismo foro de abril por el asesinato de militantes del Frente Estudiantil Revolucionario a manos de la Federación de Estudiantes de Guadalajara, una agrupación vinculada a las autoridades políticas y universitarias.144 La alocución de Allende en el auditorio del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades y su advertencia de que “ser agitador universitario y mal estudiante es fácil”, terminó por descolocar a la militancia estudiantil de izquierda, uno de los sectores que mayor descontento demostraban frente al régimen priista.145
Otro revés político importante para esta vertiente se produjo a los pocos días de la visita de Allende a Guadalajara. En la UNAM, el 7 de diciembre de 1972, González Casanova renunció a su cargo de rector. Pese a que su gestión dejó importantes medidas en materia universitaria, como la creación de los CCH, la Universidad Abierta y la revista Deslinde, sucumbió ante dos conflictos que evidenciaban la compleja situación de ese entonces: la toma de rectoría por grupos “porriles” vinculados a la Facultad de Derecho y la primera huelga laboral del Sindicato de Trabajadores y Empleados de la UNAM (STEUNAM).146 El desenlace expresó, entre otras cosas, la escasa articulación política de la gestión del rector, así como de los distintos sectores de izquierda, ya sea académicos, administrativos y del estudiantado.147 La renuncia de González Casanova acabó con una de las experiencias universitarias más propositivas que encabezó un intelectual vinculado a dicha corriente política en esa época.
En otros países de América Latina, como Chile y Argentina, el panorama no era más alentador en las universidades, por las irrupciones militares o las derivas autoritarias de los gobiernos democráticos. Luego del golpe de Estado de Augusto Pinochet en septiembre de 1973, Ribeiro y otros intelectuales que habían experimentado el proceso de la UP, como Ruy Mauro Marini, participaron en el libro ¿Por qué cayó Allende? Autopsia del gobierno popular chileno, publicado en Argentina en marzo del año siguiente por Rodolfo Alonso Editor.148 Durante ese mismo mes, el peronismo con Perón nuevamente en la presidencia aprobó una ley universitaria que contradecía el optimismo que había demostrado Ribeiro ante el cogobierno y la participación estudiantil cuando presentó un año antes su libro La universidad nueva. Un proyecto, en el marco de la elección de Cámpora como primer mandatario.149
El nuevo ordenamiento legal limitaba la actividad política en la universidad y otorgaba una representación estudiantil menor en el cogobierno a la anhelada paridad defendida por los sectores del peronismo de izquierda agrupados en la JUP. En el debate sobre la ley también tuvieron injerencia vertientes de derecha del movimiento que fueron adquiriendo un mayor protagonismo a instancias del ministro de bienestar social José López Rega.150 Sus intervenciones ante la cuestión universitaria mostraban una preocupación similar a la de gestores trasnacionales como Atcon, inquietos por la politización de las universidades y la participación estudiantil. De esta manera, no era casualidad que durante el debate parlamentario revistas como Las Bases o agrupaciones como Concentración Nacional Universitaria expresaran una retórica antireformista y solicitaran elaborar la nueva normativa con base en la ley universitaria 13.031 que promulgó el primer peronismo en 1947, la cual había establecido que los universitarios sólo podían dedicarse a sus funciones específicas y no actuar directa ni indirectamente en política.151
En esos momentos, tras su paso por Chile y las visitas a México que nombramos anteriormente, Ribeiro confluyó en Perú y en Venezuela con otros intelectuales y científicos latinoamericanos. Bajo el gobierno de Velasco Alvarado, publicó La universidad peruana en 1974, con el objeto de discutir alternativas de reestructuración que se abrían a los centros de estudio a la luz de la nueva Ley General de Educación. Ese año Ribeiro ya estaba radicado en Lima, como Óscar Varsavsky y Amílcar Herrera, con quienes discutió el contenido del libro antes de su publicación.152 El intelectual brasileño y los argentinos formaban parte del Centro de Estudios de Participación Popular, la entidad que estuvo a cargo de la edición del trabajo y había sido fundada mediante un convenio entre el gobierno de Perú, representado por el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS), y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a instancias de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
A su vez, en 1975 Ribeiro también coincide con otros universitarios de la región en el lanzamiento de la Biblioteca Ayacucho en Venezuela, una propuesta editorial impulsada por integrantes del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos.153 La organización fue ideada por el crítico uruguayo Ángel Rama, quien se encontraba exiliado tras la dictadura cívico-militar instaurada en su país en 1973. La Biblioteca Ayacucho buscaba crear un punto de reunión intelectual latinoamericana en un contexto de mayor presencia dictatorial en todo el continente.154 El avance de las fuerzas armadas influiría de manera determinante en las iniciativas y los debates universitarios de las izquierdas, ya que si bien se seguirían abordando esos tópicos en las décadas siguientes, sería bajo coordenadas políticas y culturales muy distintas a las de fines de los sesenta y principios de los setenta en América Latina.
Conclusión
En enero de 1971, el argentino Juan Carlos Portantiero lanzó en la editorial milanesa Il Saggiatore su trabajo Studenti e rivoluzione nell’América Latina. Dalla “Reforma Universitaria” del 1918 a Fidel Castro. Una vez en el exilio mexicano, tras el golpe de Estado en Argentina de 1976, republicó el libro en la Editorial Siglo Veintiuno con modificaciones internas y un nuevo título: Estudiantes y política en América Latina 1918-1938. El proceso de la Reforma Universitaria.155 En esta edición, el exintegrante de la revista Pasado y Presente comenzaba a matizar el énfasis setentista revolucionario en el contenido y en el nombre de su trabajo, el cual ya no hacía alusión a una de las referencias centrales de la izquierda latinoamericana. Pero más allá de los posicionamientos ideológicos y los cambios del propio Portantiero, el título original de su texto enfatizaba la necesidad de concebir a la Reforma de 1918 en una temporalidad más larga, considerando significados que se le atribuyeron en décadas posteriores, cuando los contextos políticos, sociales y culturales de la región presentaban otras problemáticas.156
Como planteamos en el artículo, la dimensión sobre los usos de la reforma constituye una cuestión importante para analizar el carácter trasnacional de los debates sobre la crisis universitaria en los años sesenta y setenta, cuando izquierdas y derechas re currie ron a la herencia reformista como un elemento clave en sus distintos diagnósticos y controversias, en un periodo signado por los avatares de la Guerra Fría en América Latina. Un aspecto central en estas disyuntivas fueron las diversas resignificaciones que otorgaron a la demanda central del Manifiesto Liminar de 1918. Mientras para las derechas la participación política de los estudiantes y el cogobierno eran la fuente de sus temores al asociar la crisis universitaria con la politización de los centros de estudio, para las izquierdas era el factor dinámico que permitía impulsar transformaciones en las estructuras académicas y vincu lar la dinámica universitaria con los procesos de cambio social.
En el marco de ese encuadre regional, en las páginas precedentes retomamos retazos del itinerario de Ribeiro para reconstruir de forma conectada experiencias de las izquierdas latinoamericanas en torno de sus querellas sobre universidad, haciendo hincapié en la UBA, la UNAM, UChile y en otros centros de estudio de la región. A través de nudos importantes de la trayectoria del intelectual brasileño tras su exilio de Brasil, tejimos una red de debate que incluyó a países como Uruguay, Chile, Argentina y México. Desde esos entramados en los que participaron estudiantes, intelectuales, profesores y otros actores político-universitarios, puede sostenerse que las izquierdas de la época tenían distintas discusiones y diagnósticos sobre cómo solucionar la crisis de las universidades, pero bajo una idea común que retrotraía explícita e implícitamente a la herencia reformista: los promotores del cambio eran los estudiantes por ser los menos comprometidos con las jerarquías y los grupos anquilosados de poder en las casas de estudio.
El cruce de la cuestión universitaria en heterogéneas fuerzas de izquierda en la región permite evitar los discursos unidireccionales que retratan a los años sesenta y setenta como un momento de ruptura, marcado por la irrupción y el predominio de una nueva izquierda sobre sectores tradicionales vinculados a los partidos socialistas y comunistas. Lejos de esos relatos lineales y las divisiones tajantes, el debate sobre la crisis de las universidades en América Latina manifiesta encrucijadas comunes entre diversos actores, desde intelectuales como Ribeiro, González Casanova y Revueltas, hasta vertientes estudiantiles ligadas a las juventudes comunistas, el peronismo de izquierda y a grupos fuertemente críticos de las izquierdas tradicionales.
Más allá de sus disímiles estilos en sus trayectorias y experiencias políticas, formaron parte de una red donde un núcleo central fueron los intercambios sobre los usos de la Reforma y la participación política de los estudiantes en el gobierno de las universidades. La historiadora uruguaya Vania Markarian sugiere que más que hablar de viejas y nuevas izquierdas, es necesario pensar en un campo de interacciones múltiples, donde los debates de época interpelaron y reposicionaron a los distintos actores de esa vertiente política.157 De esta manera, si profundizamos en sus intervenciones sobre la cuestión universitaria, quizá puedan encontrarse más puentes tendidos entre experiencias de politización, radicalización y partidización heterogéneas, pero con temáticas y abordajes comunes.