Ernst Cassirer citaba a un crítico de arte alemán de apellido Lessing cuando mencionó la frase “un libro grande es un gran daño”, misma que retomo pues me parece adecuada, ya que Frontera armada por su extensión no es un libro grande y no necesita serlo y, con ello, sin lugar a dudas, es un gran libro. Me permitiré presentar argumentaciones que den sustento a esta afirmación que hago y que ofrecen reflexiones en torno a los caminos que se abren para la investigación, el conocimiento regional y las ciencias sociales en general.
Sin más rodeos, iniciaré señalando cómo es que la sociedad mexicana contemporánea, para serlo -es decir, considerarse sociedad-, ha tenido que asumir una historia nacional que en cierto sentido ha generado un tipo de identidad compartida. Sin embargo, después de décadas inicia su cuestionamiento, ya que en el proceso de su consolidación -la historia única y la identidad nacional- ha invisibilizado a la gran diversidad de historias de los diferentes grupos humanos que hoy habitamos lo que llamamos México. En este sentido, la historia que nos ha generado identidad como mexicanas y mexicanos a muchas generaciones es de corte centralista, parcial y controlada por ciertos grupos de élite, para justificar una diversidad de agravios a las poblaciones y comunidades de las muchas geografías territoriales. Hoy en día todo eso está en cuestionamiento por historiadores que denuncian el relato único y presentan la diversidad como patrón histórico; Frontera armada forma parte de estos esfuerzos por derrumbar la historia única.
En el libro encontraremos un esfuerzo sistemático y cuidadoso por comprender una realidad regional más allá de lo mesoamericano, de lo folklórico y del centralismo mexicano, buscando ofrecer respuestas complejas a una simplificación que se nos ha impuesto desde los libros de texto oficiales. Luis García, en un recorrido a lo largo de cinco capítulos que abordan desde la colonización del noreste, que comenzó en el siglo XVI, hasta las primeras décadas del XIX, donde reflexiona sobre la separación de Texas, nos muestra un posicionamiento político frente a la imposición de ciertos grupos y relatos que desean mantener la historia única para su propio beneficio. En esta búsqueda el autor construye novedosas formas de diálogo que promueven la comprensión mutua de forma horizontal; este libro deja de lado el relato condescendiente que desde el centro ve a las “provincias”, para presentar sociedades que con sus propias condiciones han forjado modos de vida particulares, muy ricos en alegrías y dramas; sostengo que con esta reivindicación se promueve la construcción de diálogos en términos de reciprocidad, ya no más de imposición.
Así pues, la obra es sólida ya que no sólo nos presenta una investigación histórica suficientemente bien fundamentada, sino que parte también de diversos análisis sociológicos y antropológicos para explicar la reproducción social de los grupos humanos asentados en el noreste desde los siglos XVII al XIX. En este sentido, demuestra cómo la institución de la guerra, la armada, las muestras públicas de los armamentos y el número de hombres dispuestos para la defensa crearon costumbres y patrones culturales, consolidaron instituciones y moldearon a las comunidades en un modo, como él lo señala, de “guerra permanente”. Además, nos permite comprender cómo es que dichos patrones culturales permean por siglos, incluso aunque lleguen ordenamientos y leyes que pretendan modificar o crear nuevas pautas y comportamientos sociales.
Uno de los primeros rasgos que sorprenden del libro es la descripción de cómo las formas de vida de la península ibérica gestadas en los siglos XV y XVI, es decir, medievales, se trasladaron y mantuvieron en esta región del noreste hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX. Esta mirada de la larga duración de formas de vida nos funciona como herramienta para comprender los fenómenos sociales el día de hoy, ya que yo sostengo que seguimos reproduciendo muchos comportamientos que se implantaron en tiempos coloniales. Así pues, el estudio de Luis García es parte de esta corriente historiográfica de la larga duración, y con ello nos ofrece sustento para continuar indagando para desentrañar fenómenos que nos aquejan como humanidad, tales como la xenofobia, el racismo, la explotación, la violencia.
Sobre esto último quisiera adentrarme un tanto más. El libro nos explica que las sociedades del norte de la Nueva España, para que se hayan podido mantener, tuvieron que reproducir un ethos militar, es decir, una forma común de vida fundamentada en la milicia; esto se entiende porque el eje de estos asentamientos era mantenerse, aguantar; ésa fue su misión en el proceso de colonización de las tierras norteñas. Por medio de diversas fuentes primarias y secundarias, se nos demuestra cómo este ethos se mantuvo durante siglos siendo funcionalizado y refuncionalizado para la sobrevivencia de los asentamientos, ofreciéndose algunas veces a favor de la corona, otras a favor de la república, pero también en contra de ella, justificando el ofrecimiento o el rechazo del apoyo de estas poblaciones y sus brazos armados a las autoridades centrales. Así, para comprender sucesos como la independencia de Texas, la disputa federalista o la guerra de independencia, no se puede prescindir del rol que jugó esta forma muy particular de vida militar que difería de la del centro del país, y claro, de todas las reformas militares que estaban surgiendo en la Europa occidental.
Con esto me permito abrir la primera de tres reflexiones que, si bien no son parte de la obra, considero importante señalar pues dialogan con ella además de que realzan la importancia de la investigación de Luis García. Las claves sobre la conformación social del noreste por medio de la guerra y lo militar coinciden con estudios feministas de expansión del patriarcado a escala mundial. Es decir, las sociedades norestenses no solamente mantienen el ethos militar como forma defensiva ante los ataques de apaches, lipanes y comanches, sino también para moldear sus propias formas de reproducción simbólica y económica de modo patriarcal; incluso aunque se haya mencionado a algunas mujeres con capacidad de proveer armas y caballos, fueron los varones los encargados de mantener el orden no sólo moral y jerárquico, sino también material -gestión de la producción de bienes y servicios-, mediante este ethos militar. El control de la violencia se dio para la defensa de la amenaza externa pero también en contra de cualquier subversión interna; así, el trabajo para la sobrevivencia del asentamiento tenía que asegurarse no solamente con la mano de obra esclavizada sino con la gratuidad del trabajo doméstico y de cuidados; en otras palabras, pondría a discusión con Luis que el ethos militar también era en contra de todo sujeto fuera del modelo norestense, es decir, las mujeres y los indígenas.
En ese sentido, la segunda reflexión tiene que ver con el trabajo. Desde la economía política de la guerra, la actividad bélica, al ser improductiva y destructiva, necesita una serie de arreglos sociales para el continuo aprovechamiento de su sustento material -armamentos, alimentos, vestiduras, vendajes o en general medicamentos-; por ello, se hace necesario ligar toda esta gran fuerza laboral que mantuvo en pie los asentamientos en un escenario de guerra continua como lo hubo en estas geografías fronterizas: ¿quién abastecía todo esto?, ¿quién cuidaba a los enfermos o heridos?, ¿quién cocinaba?, ¿quién construía las armas?, ¿quiénes sembraban?, ¿quiénes decidían sobre las cosechas? Estos y otros cuestionamientos más se me presentaron al leer la obra.
Finalmente, la tercera reflexión tiene que ver con la complejidad de las sociedades de los apaches, lipanes y comanches. En el texto se nos introduce a las mismas, sin embargo, al centrarse en los grupos colonizadores hay un momento en que se deja de hablar de las sociedades indias para sólo mencionarlas como aquellas que incursionan en un papel de agresoras en los pueblos asentados. Sería muy interesante darle la vuelta a quién se menciona primero y a quién después, parafraseando a la novelista de Nigeria, Chimamanda Ngozi Adichie, sobre la importancia del orden en que se cuentan las cosas. Me permito plantear la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si comenzáramos a narrar la historia de los diferentes grupos del noreste, como apaches y comanches, y de cómo se interrumpieron sus formas de vida con la llegada de los colonizadores españoles? Parece que sería muy diferente a empezarla contando primero la travesía de la conquista y su lucha por mantener los asentamientos ante los ataques de los indios; con la primera podemos situar a los colonizadores como invasores, con la segunda pa reciese que los indios fueran los invasores. Buscar estas maneras puede seguir abonando en la intencionalidad de diversificar las narrativas para ir más allá de las corrientes de la historiografía occidental hegemónica.