Durante décadas la difusión de la historia había quedado como una rama menor del quehacer histórico. Un “entretenimiento” o una especie de “lujo” sólo para aquellos investigadores a los que entre dic tá menes, clases, artículos, libros, congresos, y su propio oficio de historiar, les sobraba tiempo para escribir algunas líneas para el público en general. En realidad hay todavía en algunos círculos académicos una reticencia, y quizá me atrevería a asegurar una especie de displicencia, en torno al quehacer divulgativo de la historia, que se ve como algo superfluo, banal o innecesario. Esto ha provocado que trabajos brillantes e innovadores en todos los ámbitos ay corrientes de la historia de México queden relegados a la discusión entre tres vecinos de cubículo o medio centenar de investigadores que se reúnen en un coloquio cada año. Ecos de Nueva España. Los siglos perdidos en la historia de México, clava una estaca en el corazón mismo de este fenómeno que desprecia la difusión de la historia para sacudirnos. Es, si queremos, la oportunidad que nos confronta como investigadores, como especialistas en nuestros propios campos del saber, con lo que es necesario emprender desde la academia y desde los ámbitos institucionales para acercar la historia a un público mucho más amplio.
El libro es el resultado de un trabajo en el contexto de encierro pandémico, mismo que le permitió a la autora pensarlo en torno a su concepción, tanto estructural como editorial y, sobre todo, en su recepción y sus potenciales lectores. Primero, la noción de organizar el panorama completo de una época, me parece, resultó en una nueva forma de narrar el desarrollo de aquellos 300 años “perdidos” -como consecuencia de las ideologías y políticas educativas impuestas desde el siglo XIX y hasta la fecha- de manera cronológica y al mismo tiempo de forma integral. De tal modo que la obra se compone de capítulos cortos con títulos curiosos provenientes de refraneros antiguos los cuales se concatenan para reconstruir el paso de los siglos acompañados por el trayecto de estos hombres y mujeres que arribaron por mar y que se adaptaron a un medio radicalmente distinto para transformarse junto con un nuevo mundo que se construía ante sus ojos.
El espíritu del proyecto reside en el lenguaje, que deviene en una narrativa lúdica, digerible y deleitosa que no admite fechas ni esquemas. Esto es, una suerte de contrahistoria en el sentido del rechazo absoluto al legado escolar de la monografía, de la historia de bronce, dualista y maniquea, donde la sociedad se organiza entre blancos y negros, malos y buenos, pobres y ricos, indios y españoles. A pesar de que notables historiadores se han dado a la tarea de estudiar dichos fenómenos, como Solange Alberro, Pilar Gonzalbo, Felipe Castro y Antonio Rubial, entre otros, lo cierto es que los estereotipos y los prejuicios han hundido profundamente sus raíces en un público que quizá ha decidido no acercarse más a la historia -aunque quepa destacar el gran esfuerzo que ha hecho en los últimos años, por remontar tal brecha, la revista de divulgación Relatos e Historias en México.
Úrsula Camba se propuso diseñar una narrativa que apelara a la imaginación del lector, a la visualización de los aspectos más evidentes y comunes en las prácticas de cualquier ser humano pero en latitudes diversas y circunstancias históricas particulares. Puede decirse entonces que el trabajo más reciente de Camba se inscribe dentro de una tradición historiográfica actual que apuesta por explicar el Antiguo Régimen y sus estructuras sociales llenas de variaciones y matices; una línea de análisis que pinta el mosaico cultural del mundo novohispano con toda su complejidad y sus contradicciones, las cuales resultan en la imposibilidad de trasladar el pasado y traducir el presente a partir de fórmulas maniqueas.1
El libro viene acompañado de ilustraciones de Eduardo Ramón, quien recrea imágenes a propósito de las diversas temáticas que guardan los capítulos, las cuales no sólo acompañan el texto sino que además complementan la obra con el ingenio del artista. En este sentido, se apostó por un documento ⁄ monumento que pudiera ser disfrutado desde todos sus ángulos, a la manera en que lo definió Jacques Le Goff.2
Finalmente, Úrsula Camba pensó en el público en general, en auditorios amplios y diversos (el texto está disponible en formato electrónico y en audiolibro narrado por la autora) que pudieran introducirse en un periodo de nuestra historia imprescindible, muchas veces vilipendiado y pocas veces rescatado en su dimensión de universo dinámico, en el que sin embargo es posible descubrir una serie de valores, hábitos y creencias tan familiares que resultan una suerte de espejo donde poder reflejarse como sociedad históricamente constituida junto con sus ecos en el presente. En este sentido, el subtítulo del libro es provocador y a algunos les hará levantar una ceja o incluso respingar: “Los siglos perdidos en la historia de México”. Con todo, pocos podrán negar que, en efecto, para el público en general, Nueva España equivale a un hoyo en el tiempo en el que nada de importancia sucedió.
El trabajo de Camba nos muestra que el rigor, la sistematización y la solidez no están peleadas con la divulgación. En este su último libro subyace una teoría o, mejor dicho, un conjunto de corrientes ya apropiadas por la autora y que dan forma y expresión a la manera de plantear el conocimiento; es decir, la selección, la objetividad y demás componentes de nuestro oficio tienen que ver al final de cuentas con la formación, desde luego, pero también con la experiencia académica y personal, así como con la propia lectura e interpretación de las necesidades del presente.
En Ecos de Nueva España se presenta una visión de conjunto, un mundo redondo lleno de interdependencias y conexiones entre sus partes y a distintas escalas espaciales: perspectiva historiográfica, tan necesaria como vigente. En efecto, el México virreinal es una capital del globo en su conjunto, el cual hace su aparición geográfica entre Europa y Asia para fungir como puente y como epicentro a la vez; sus actores se vuelven universales, en conectividad permanente con los mares y los continentes.3 Además, el mundo novohispano cuenta con sus propias estructuras económicas y políticas que se materializan en el inventario cultural del que hacen gala los personajes reales de este libro. Así pues, se presentan las actividades y prácticas de sujetos históricos concretos, lo que permite a la autora dar viveza y detalle a todo aquello que conforma la cosmovisión de la época, es decir, la manera en que los propios actores sociales perciben el funcionamiento de las cosas aquí, de este lado del Atlántico.
Los historiadores trabajamos de manera holística, a partir de todas las escuelas de pensamiento y teorías de las que hemos abrevado, con el deseo de sumar y enriquecer nuestras propias líneas de investigación. De modo que proponer un giro con sello propio es un desafío valiente. En este sentido y desde la perspectiva de una lectora común, se agradece poder adentrarse en una historia de la Nueva España con la seriedad requerida y el divertimento necesario. Recuperar la circunstancia total, adentrarnos en el contexto cultural de la época y transmitirlo con lenguaje atractivo y amigable, nos está refiriendo una propuesta metodológica donde subyacen la emotividad y la pasión de Camba.
Entre otras cosas, esta labor anula la posibilidad de volverse juez del pasado, tal y como la autora lo advierte parafraseando a Edmundo O’Gorman. El libro de Úrsula Camba nos lleva a pensar la historia de forma lúcida desde los propios sujetos históricos dentro de la sociedad en la que viven y se vinculan. Se trata entonces de adentrarse en las mentes, en las ideas que se manifiestan en el devenir de las actividades cotidianas, en las elecciones de sus prácticas, en sus prejuicios y valores que quedan representados en múltiples anécdotas documentadas. El libro es una “vista a ojo de pájaro” sobre el periodo novohispano, una visión totalizadora y variada pues abarca los gustos culinarios, el poder que se tejía en Palacio Virreinal, los tejemanejes de los virreyes y virreinas, las terribles experiencias en altamar, la adaptación en el inhóspito norte del inmenso territorio y el papel crucial y a la vez tan olvidado de Filipinas.
Por todo esto, no será casualidad encontrar resonancias en el presente de aquellas percepciones sensoriales como fueron los olores, los sonidos y los sabores; los animales y los objetos y el lugar que ocupan hasta el día de hoy; la familiaridad de aquella moral: lo correcto, el castigo, lo curioso, las leyes inaplicables, el pensamiento de lo femenino, las identidades movedizas, los privilegios, la soltería, el matrimonio, la locura, los hospitales, en suma, el universo novohispano del que hoy todavía percibimos algunos ecos.
No se trata de proponer un nuevo esquema de divulgación de nuestra historia, es más bien pensar esos 300 años de historia virreinal ya no como un paréntesis, sino como un mundo funcional dentro de sus propias lógicas históricas, el mismo que nos forjó para dar lugar a un país y a un territorio sin determinismos sociales y sí con geografías diversas y adaptaciones múltiples, acomodos todos dentro de una nueva fisonomía del orbe.