La historia intelectual en los últimos años ha prestado especial atención a los procesos de traducción que se han vivido dentro del continente americano y que han puesto en diálogo a distintas realidades. Pero tal como repara Aurelia Valero Pie en la introducción de su nueva obra, poco se ha hecho para tratar de desplegar un diálogo más amplio que incluya a otras disciplinas con particular relevancia en los estudios del tema, tales como la literatura, la filología, la lingüística y otras más que se incluyen dentro de la traductología. Por ello, Historia intelectual y traducción trata de reparar esta deuda, buscando así un intercambio interdisciplinario que ponga en perspectiva los cruces teóricos, metodológicos y temáticos que se utilizan desde cada uno de los campos y encontrar así los cauces comunes entre ellos.
Retomando como punto de diálogo y articulación mutua aspectos como la figura del lector, la coyuntura contextual como punto de significación de los procesos de lectura y traducción atravesado por las cargas lingüísticas expresadas en ellos, o las condiciones materiales insertas en el proceso de traducción de una colectividad intelectual especifica, la obra coordinada por Valero Pie repara en la necesidad de encauzar esta intersección interdisciplinaria no sólo con el propósito de identificar aquellos cruces desde los cuales es posible dialogar, sino también de lograr una reflexión más profunda respecto a los retos y problemas que atraviesan esta clase de estudios, procurando con ello buscar instrumentos interpretativos más finos que se reflejen en aspectos como los usos de categorías y los límites, así como en la diversidad de significaciones que una obra puede cumplir en distintos contextos.
El carácter interdisciplinario del diálogo dentro de la obra ofrece un interesante cruce en el uso de fuentes primarias respecto al estudio del fenómeno de la traducción, mostrando con ello la tensión existente entre producción cultural, traductor y los contextos de producción y recepción, donde este actor social no sólo juega como un intermediario más en la circulación y consumo de textos entre distintas realidades, sino como un mediador que transforma y adapta significaciones de acuerdo con las lógicas contextuales en las cuales está inserto. Por ello, la atención que prestan distintos artículos a cuestiones paratextuales de la obra da testimonio de esas transferencias realizadas por el traductor y ofrece indicios sobre las intenciones de este actor en la labor que realiza; los discursos y otras obras con los cuales dialogan contextualmente permiten profundizar en las condiciones de las discusiones y tensiones temporales que se cruzan dentro de la actividad traductora, mientras que el cruce que se realiza a partir de documentación como correspondencia, informes, planes editoriales, permite afinar aún más el peso de los mecanismos implícitos en los procesos de traducción, insertándose en lógicas sociales e institucionales especificas o en propósitos políticos concretos.
Estructurado de forma cronológica, discurriendo desde las discusiones del cristianismo primitivo hasta el quehacer filosófico del siglo XX, los siete capítulos que conforman la obra muestran la amplitud temática que ofrece el estudio de la traducción y sus significaciones sociales. Centrándose mayoritariamente en el contexto americano, aunque sin descuidar los cruces con el entorno europeo y la tradición occidental, los distintos textos hacen gala de la circulación, transferencia y adaptación de conocimientos que conlleva el ejercicio de la traducción de textos, representando un diálogo intelectual entre las condiciones materiales y sociales de distintas realidades. En este sentido, el primer eje estructural de la obra, correspondiente al trabajo de Caterina Camastra, se detiene para relacionar distintas cronologías presentes en los ejercicios de traducción; en este caso se relacionan los estratos contemporáneos con los de la Edad Media. Reflexionando a partir de un ejercicio de traducción de un epígrafe de obra, Camastra problematiza en los desplazamientos históricos y geográficos referentes a la dotación de significación en la traducción, donde las construcciones conceptuales que en apariencia gozan de simpleza, en realidad ocultan conjuntos de significaciones con un alto grado de complejidad a la hora de buscar una equivalencia equiparable entre culturas, a la vez que dichos procesos de significaciones guardan trasfondos filosóficos respecto al ejercicio de traducir.
Por su parte, un segundo eje estructural de la obra es la reflexión acerca de cómo con el advenimiento de la Ilustración y el siglo XIX, tanto en Europa (Diego Carlo Améndolla Spínola) como en América (Noemí Goldman) los elementos lingüísticos insertos en los procesos de traducción quedan cargados de temporalidad en la búsqueda de interpretar realidades pasadas y proyectar nuevas condiciones sociales hacia el futuro. Ya fuese desde un ejercicio de historia conceptual acerca de las transferencias conceptuales y culturales implícitas en el proceso de traducción del concepto “feudalismo” en la traducción del italiano al francés de la Storia della letteratura italiana de Girolamo Tiraboschi, como realiza Améndolla Spínola; o el análisis de las apropiaciones y adaptaciones semánticas y lingüísticas realizadas a inicios del siglo XIX de diversas obras relacionadas con la Ilustración europea y las revoluciones atlánticas en el entorno americano, a partir de figuras como Mariano Moreno, Manuel García de Sena o del deán Funes, así como su discusión dentro de la época. Estas dos obras prestan especial atención a la presencia de paratextos, cuestionando con ellos nociones presentes dentro de la historia intelectual, tales como “influencia”, “originalidad” o “autoría”, dando capacidad de acción y creación a los mediadores que representan los traductores en la designación de significaciones y sentidos conceptuales dentro de entornos culturales diferenciados, en constante tensión y diálogo con el contexto de recepción.
Emparentando los procesos de construcción nacional vividos en el espacio hispanoamericano en la segunda mitad del siglo XIX, el tercer eje temporal desarrollado dentro del libro atiende la conjunción de procesos políticos con las actividades de traducción, a partir de la construcción de un canon literario que ayudó a delinear distintas proyecciones identitarias de la nación. El trabajo de Santiago Carassale, mediante una perspectiva comparativa entre grupos liberales en México y el grupo de “los gramáticos” conservadores en Colombia, desentraña cómo en la regulación de la lengua y la construcción de una noción de literatura nacional realizada por estos grupos se proyectan tensiones respecto a la idealización de lo que debía ser el “pueblo” o la sociedad nacional para cada una de estas naciones, implícitas dentro de una construcción temporalizada del pasado, presente y futuro de la nación, donde la relación entre lo nacional y lo internacional queda condensada a través de un proceso de “transculturación” con España como objeto de disputa.
Un último eje coyuntural, que agrupa los trabajos de Rafael Rojas, Aurelia Valero Pie y Nayelli Castro, concierne a los procesos de institucionalización y profesionalización que las ciencias sociales y las humanidades vivieron en el espacio mexicano a mediados del siglo XX, cuando a partir de proyectos editoriales los procesos de traducción jugaron un papel fundamental para la construcción de corpus de conocimientos en campos como la ciencia política, la economía o la filosofía. El estudio de un programa de traducción desarrollado dentro del Fondo de Cultura Económica y El Trimestre Económico que incorporó al nacionalismo revolucionario mexicano a distintos pensadores del liberalismo social inglés y estadounidense (Rojas); el análisis de una narrativa interpretativa de la filosofía mexicana de la primera mitad del siglo XX surgida a partir de la escritura y traducción del libro de Patrick Romanell The Making of the Mexican Mind (Valero Pie); o el examen de la traducción como práctica filosófica en la actualización del corpus de conocimientos de la disciplina y en la definición identitaria de lo que era la filosofía mexicana (Castro) son muestras de los procesos en los que el ejercicio de la traducción ayudó a definir un canon interpretativo disciplinar que legitimó desde el campo de lo político y lo intelectual a distintos grupos y sus prácticas, lo que les permitió una posición privilegiada en la proyección de su visión ideológica y en la formulación de lo que debía ser su praxis intelectual.