Si hay alguien que en América Latina se ha ganado la pertenencia a la categoría de personaje, en cuanto construcción más o menos verosímil, más o menos voluntaria, con una pervivencia más o menos icónica o estable, ésa es la poeta mexicana sor Juana Inés de la Cruz. El libro de Larrazabal Cárdenas procura desnaturalizar ese sintagma.
¿En qué medida es obvio que sor Juana es poeta y que es mexicana? Y si estas características son, en sí, indiscutibles hoy en día, ¿desde cuándo lo son y quiénes contribuyeron a hacerlo? Éstas son algunas de las preguntas que este libro intenta responder.
Larrazabal Cárdenas confiesa que la inclusión de sor Juana en un mural en el barrio Pilsen de la ciudad de Chicago, Estados Unidos, en compañía de otras figuras de la cultura y la política mexicana como Joan Sebastian, Ramón Ayala, Frida Kahlo y Benito Juárez, la obligó a preguntarse qué hacía ahí representando a un país “nominalmente laico; una mujer que choca con la idea del macho mexicano y, todavía más extraño, una poeta” (p. 231). La pregunta se ha formulado en otras ocasiones: ¿qué tiene sor Juana Inés de la Cruz que la hace tan maleable en entornos tan diversos? Instituciones educativas, museos, organizaciones feministas, billetes y monedas, series y películas, el Día del Libro en México es el día de su natalicio... todo esto, ¿por qué? La autora toma el título de su libro de una cita de Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe (F.C.E., México, 1982), de Octavio Paz, estudio al que la crítica apunta “como el hito decisivo que integra a la monja como parte del imaginario nacional” (p. 18). Octavio Paz contextualiza sus lecturas: “Cuando yo comencé a escribir, hacia 1930, la poesía de sor Juana Inés había dejado de ser una reliquia histórica para convertirse en un texto vivo”, y se refiere a Amado Nervo como el que “encendió la chispa del reconocimiento” (p. 9). Sin embargo, lo que interesa a la investigación de Larrazabal son las preguntas que ella se hace a continuación: el libro de Paz marcó un antes y un después, pero ¿qué pasó antes? “¿Qué se conocía o leía de ella para que... formara parte de una serie de saberes colectivos que se transmiten transgeneracionalmente? ¿Qué hace y cómo es que sor Juana es un texto vivo?” (p. 19).
En sus conclusiones, Larrazabal recupera parte de los preliminares que acompañaron las primeras ediciones de los libros de la poeta en España en 1689, 1692 y 1700, como el lugar de origen de algunas inquietudes que cimentaron un discurso crítico a propósito de sor Juana. Rastrea los lugares comunes o temas que aparecen con mayor frecuencia: el hecho de ser mujer, su destacada inteligencia, la relación con Nueva España, el influjo gongorista, la escritura de poesía, la toma de hábitos. Si bien el comienzo -cronológico- de estas cuestiones aparece al final del libro, Larrazabal explica en cada capítulo cómo, en los mojones críticos que escoge, los autores escriben respecto de estos temas en el corpus seleccionado para reconstruir el camino entre los preliminares del siglo XVII, el cuasi silencio entre 1725 y 1818 (cuando Joaquín Fernández de Lizardi copió las redondillas “Hombres necios...” en La Quijotita y su prima), el “olvido editorial” en el siglo XIX mexicano y el interés que suscitó desde comienzos del siglo XX, que la convierte en el ícono nacional que es hoy.
El libro se complementa de una serie de otros que relevan y estudian (en menor profundidad) la recepción de la figura y la obra de sor Juana Inés de la Cruz: Sor Juana a través de los siglos (16681910), de Antonio Alatorre (2007); La ascendente estrella, de Alberto Pérez-Amador Adam (2007); La recepción literaria de sor Juana Inés de la Cruz: un siglo de apreciaciones críticas (1910-2010), editado por Rosa Perelmuter (2021). Sumo el pionero Sor Juana Inés de la Cruz ante la historia. (Biografías antiguas. La Fama de 1700. Noticias de 1667 a 1892) de Francisco de la Maza (1980), que Alatorre utilizó como puntapié inicial para completar, revisar y confeccionar su libro de 2007, ya mencionado. Pero hay algo que el texto de Larrazabal propone que quizás sólo el último compendio de Rosa Perelmuter hace en capítulos individuales: un análisis del uso de sor Juana y de su simultánea y paulatina conversión en ícono nacional que Larrazabal considera fundamentales entre los siglos XIX y XX: “Más que criticar las lecturas históricas acerca de la monja y su obra, el presente estudio consiste en entender cómo es que cada generación la juzga, por qué lo hace, cuáles son sus criterios y, finalmente, lo que esto dice acerca de la institucionalización de la monja en el canon literario” (p. 35).
El libro se divide en seis partes cronológicas: la introducción establece claramente el objeto de la investigación y sus objetivos; el cap. 2 analiza la sorpresiva incorporación de sor Juana en la Velada Literaria de 1874, organizada por el letrado liberal Ignacio Manuel Altamirano en el Liceo Hidalgo; el cap. 3 avanza sobre el IV Centenario del Descubrimiento de América y la publicación de algunas historias y antologías literarias latinoamericanas en conmemoración de dicho acontecimiento de Francisco Pimentel, Marcelino Menéndez y Pelayo y José María Vigil; el cap. 4 retoma el famoso ensayo del poeta mexicano Amado Nervo, Juana de Asbaje (1910), y el cap. 5 avanza hasta casi mediados del siglo XX, siguiendo el modo en que tres escritores que formaban parte del grupo cultural Contemporáneos ( Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo) se aproximaron y aprovecharon la vida y la obra de sor Juana en sus intervenciones artísticas. Por último, el capítulo de conclusiones propone una serie de líneas de investigación que podrían continuar las que este libro inició.
Como puede verse en su estructura, el libro no pretende ser exhaustivo en el corpus escogido, sino que se compone de “momentos liminales en el proceso de consolidación de sor Juana como ícono nacional” (p. 37). De este modo, cada capítulo estudia un cambio en el acercamiento a la monja que deja ver dos cuestiones: lo más destacado que se escribe sobre sor Juana y el hecho de que cuando se escribe sobre ella indefectiblemente se tocan asuntos como el género, la política, la literatura, la nación. Los distintos temas en pugna en el campo cultural mexicano se ponen en evidencia a partir de cómo es el tratamiento de sor Juana y su obra en los momentos que Larrazabal ha seleccionado. El interés radica, entonces, en entender cómo cada generación se apropia de la monja para explicar lo que entiende por valor literario, tradición, la mujer en el espacio público y otros temas. Añado que esa lectura es propia de este libro y no algo dado en los textos del corpus. Contextualizar y poner en diálogo los testimonios elegidos hacen de este estudio un aporte a la zona del sorjuanismo que analiza la recepción de la obra, pero no sólo eso. Es también un aporte a la historia cultural mexicana -no únicamente literaria-, porque en la historización y análisis del ícono se develan los hilos del tejido de una realidad política y cultural por demás compleja.
En el segundo capítulo, “Sor Juana en la velada literaria de 1874”, la autora recupera los textos dedicados a sor Juana en la primera celebración en su honor en el México independiente: una velada organizada por Ignacio Manuel Altamirano en el Liceo Hidalgo, decisión controvertida por el contexto de reconciliación política durante el gobierno de Benito Juárez. Altamirano consideraba que tal proyecto debía tener un correlato literario, y por ello reabrió el Liceo Hidalgo, para reunir a intelectuales de todo el arco cultural. Pero sor Juana surge como figura conflictiva ante la actitud liberal de Altamirano en tres puntos que Larrazabal analiza: “la estética literaria (el culteranismo), el aparato de control ideológico de la Nueva España (la Inquisición) y el paradigma epistemológico (la teología escolástica)” (p. 48). Admirar a una monja novohispana podía poner en peligro su idea de nación liberal y republicana en medio de un proceso de secularización (a partir de las leyes Juárez, Lerdo e Iglesias). El pasado virreinal choca también con una idea de nación republicana que busca romper tajantemente con España. Aun con todas estas fricciones, la monja se vuelve acicate “para discutir, a través de ella, sus proyectos para la nueva nación mexicana” (p. 45).
El puñado de anécdotas que es sor Juana -cuya obra había sido muy escuetamente leída- representa la posibilidad de proponer proyectos “sobre el pasado, el presente y el futuro de las letras mexicanas. La ambigüedad en torno a la figura de la monja permite reapropiaciones polisémicas entre los letrados que, con su inclusión o exclusión, trazan genealogías” (p. 49). Larrazabal analiza la publicación de las composiciones leídas en la velada: un texto laudatorio, seguido de tres poemas y tres discursos escritos por Laureana Wright, Josefina Pérez, José Rosas Moreno, Francisco Sosa, José María Vigil y José de Jesús Cuevas. La concepción decimonónica de sor Juana como genio articula coincidencias entre liberales y conservadores, pero su condición de monja, poeta y novohispana confronta proyectos políticos. Sin embargo, afirma la autora que “en la velada se observa la necesidad de establecer los orígenes nacionales en la manera de caracterizar a sor Juana como mexicana. Este matiz es sustancial, pues decir que es mexicana es hacer de su nacimiento un sinónimo de identidad, además de presuponer la constitución de la nación antes de su emancipación de España” (p. 54). Éste supone el primer intento por apropiársela como referente nacional, aunque aún es una reliquia histórica.
El tercer capítulo, “Sor Juana en el IV Centenario del Descubrimiento de América”, enmarca la recuperación de la monja en historias y antologías en una encrucijada: “aceptar el legado cultural o asumir un vacío histórico” (p. 90). La autora también contextualiza el estado del archivo novohispano -aún de difícil recuperación- como uno de los motivos de la carencia de historiografías literarias en la primera mitad del siglo XIX. La institucionalización que generan las historias literarias para la obra sorjuanina se analiza en los textos de tres letrados: Francisco Pimentel y su Historia crítica de la literatura y las ciencias en México desde la conquista hasta nuestros días (1885), la Antología de poetas hispanoamericanos de Marcelino Menéndez y Pelayo (1893) y la “Reseña histórica de la poesía mexicana” de José María Vigil en la Antología de poetas mexicanos (1893). En el contexto conmemorativo de la conquista española, el hispanismo y el vínculo cultural de México con España caracterizan los proyectos de cada uno de estos letrados, y el discurso en torno a sor Juana sirve para “justificar proyectos políticos particulares” (p. 119). Su pasado novohispano resuena como una de las glorias de la historia española en la Antología de Menéndez y Pelayo, quien encuentra en la poeta una continuidad entre la literatura de la Península y la colonial. Francisco Pimentel tampoco rechaza su pasado novohispano, pero el vínculo con España es muy distinto. La literatura novohispana es una literatura con derecho propio, pues “responde al desarrollo particular de su entorno social y geográfico” (p. 101). Según José María Vigil, sor Juana “representa un primer momento de las letras propiamente nacionales” (p. 120); por eso, a diferencia del santanderino, éste sí incluye a poetas vivos en su selección y coloca a sor Juana como la iniciadora de la literatura nacional mexicana.
Por lo demás, la famosa polémica que se suscitó con la exclusión en la Antología de la consulta hecha a mexicanos no descarta que los elogios de Menéndez y Pelayo a sor Juana fueran fundamentales para su institucionalización. Larrazabal concuerda con Christopher Domínguez Michael “cuando comenta que el juicio del santanderino «coloca a sor Juana en el corazón del siglo xvii, sitio del cual ya no se moverá»” (p. 97). En el capítulo se analiza cada contribución como respuesta a una necesidad histórica -aquella que obliga la conmemoración del pasado virreinal en un presente republicano en el que los imperios han cambiado con la influencia internacional de Estados Unidos, mucho más relevante en el capítulo sobre Amado Nervo- y a la capacidad de cada texto de “consagrar, de instaurar la lectura canónica del pasado literario” (p. 123).
El cuarto capítulo, “Juana de Asbaje de Amado Nervo”, retoma los ejes de sor Juana en cuanto mujer, su condición religiosa y el gongorismo de su poesía para analizar el libro que acerca la obra de sor Juana a un público más extenso. Juana de Asbaje, que en su momento se publicó para celebrar el centenario del inicio de la lucha independentista, se estudia en esta parte desde el diálogo con el campo cultural y las transformaciones en el modernismo mexicano y los debates que se originaron. Asimismo, se destaca la relevancia que tuvo esta obra en la poética de Amado Nervo, asunto que no siempre se ha sopesado como debería. En diálogo con el modernismo mexicano, Larrazabal sostiene respecto de Nervo que “en el centro de su apropiación de sor Juana se encentra una teoría de la influencia y del lugar que él ocupa como latinoamericano en el campo cultural” (p. 140).
En el capítulo se hacen estas dos afirmaciones: que la lectura de Nervo marca una ruptura con las interpretaciones precedentes y que el libro en sí es una
revaloración del propio quehacer poético de Nervo vis a vis con la escritura de la monja; una defensa del gongorismo... antes que la de la generación del 27; una reconsideración de los conventos a partir del misticismo; una reconfiguración de la interpretación de sor Juana en cuanto que mujer y... una reinterpretación del escritor en el campo cultural con el surgimiento del periodista (p. 131).
En el contexto modernista, Nervo se establece como uno de los líderes, pero en su celebración de la monja asume también una actitud que lo desliga del movimiento y que le permite justipreciar la influencia gongorina en la obra de la monja, en quien encuentra un émulo favorable. Su admiración por los franceses, muchas veces criticada, podría leerse, en esta poética de las influencias, de forma positiva. Ante el desdén hacia la monja por su ingreso al convento, Nervo idealiza este espacio como lugar de resistencia, de modo que reconfigura otro punto polémico que, finalmente, institucionalizará la obra de sor Juana. Larrazabal encuentra la voz de Nervo en otros textos y poemas donde los tópicos resuenan y conversan con el libro analizado. Esto enriquece el análisis y da más pruebas de las lecturas propuestas. Respecto del ser femenino de la poeta, Larrazabal señala que, según Nervo, “en cualquier época en la que se inserte, la figura de la monja desestabiliza las expectativas impuestas al género femenino” porque se “opone a la representación arquetípica femenina a partir del binomio ángel del hogar-monstruo” (p. 155). Así, Nervo no habla de emancipación como lo hacían Vigil y Laureana Wright (estudiados en el cap. 2), sino de feminismo.
El quinto capítulo se titula “Sor Juana en la obra de tres contemporáneos: Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo”. Tras la exitosa obra de Nervo, parecía que el olvido editorial de sor Juana había llegado a su fin, pero la Revolución mexicana reconfiguró ese mismo año el panorama cultural. Tuvieron que pasar algunos lustros para que la monja volviera a atraer la atención de los intelectuales; en este caso, fueron los Contemporáneos quienes la revisitaron ya entrado el siglo XX al iniciar “trabajos editoriales y críticos que marcan, en gran medida, la construcción de sor Juana como parte de una tradición literaria mexicana” (p. 168). Larrazabal reconstruye la historia del grupo y esboza las características del campo cultural en el que se inscribe, junto con las polémicas que se debatían entonces -como la literatura viril o afeminada como metáfora de lo nacional o lo extranjero. Se estudia cómo los tres autores se aproximan a la vida y a la obra de sor Juana “como mecanismo para expresar posiciones estéticas y personales en un contexto marcado por la confrontación” (p. 179).
Jorge Cuesta retoma a la monja para situarse contra las críticas nacionalistas que otorgan valor literario al género y la nacionalidad. En cuanto mujer, sor Juana representa una tradición mexicana que abjura de la tradición castiza y se proyecta a la universalidad, lejos de las consideraciones que buscan reducir los proyectos posibles a afanes folclóricos o localistas. Xavier Villaurrutia encuentra en la mujer escritora la justificación para descartar “el llamado de la literatura viril” (p. 225). Su orientación sexual es parte de la ecuación, según Larrazabal, ya que sus compatriotas solían atacarlo por ello y por usar a sor Juana como posible síntesis entre el binomio masculino-femenino, en que también vinculaba su propia producción con la de la monja. Salvador Novo, por último, encuentra en sor Juana la irreverencia que lo caracteriza en sus producciones paródicas, y que, curiosamente, lo canonizan también a él. Novo se apropia de la figura para escandalizar y romper con jerarquías culturales que sor Juana ya encabeza. El autor teatraliza la paradójica popularidad de la monja y el desconocimiento de su obra, y sus condiciones de producción. De ello dan testimonio los socarrones poemas escritos a Ermilo Abreu Gómez, de los que Larrazabal deja testimonio en estas páginas.
Son los Contemporáneos quienes movilizan a sor Juana de reliquia histórica a texto vivo. Consolidan la canonización iniciada por Nervo, mientras que la obra de Novo atestigua el espacio que ya ocupa, de lleno, en el imaginario cultural. Los autores hacen de la monja “motivo de emulación, pero también un referente al que autoafiliarse. Fuera de la disputa del valor... pueden darle distintos usos” (p. 228). Además, fueron parte de aquellos que restituyeron su obra en ediciones modernas.
El libro de Hilda Larrazabal cierra con interesantes proyecciones de investigaciones futuras que surgen luego de un panorama como el que presenta su estudio. A partir de la desnaturalización del estatus de sor Juana en el México actual, la autora descubre en la monja una metonimia que queda de la Nueva España: “con ella, los mexicanos tienen argumentos para reconciliarse con el pasado novohispano” (p. 232). Larrazabal analiza lo que cada generación entiende por valor literario, es decir, en el contexto de cada recuperación y uso de sor Juana, aquello que los autores consideran valioso para la conformación de un campo cultural en constante movimiento.
Algunas líneas al final del libro discuten el estilo literario sorjuanino (que, de todas formas, debería definirse) y su persistencia en otras literaturas latinoamericanas; la actualidad de la vida de la poeta: ¿por qué hoy sigue interpelando tanto?; la relación entre su iconicidad y su obra: sor Juana se conoce, pero ¿se lee?; y la que creo más productiva: el vínculo entre sor Juana como símbolo y el Estado. (Y añado: sin detenerse en los siglos XIX, XX y XXI, su relación con el Estado como institución de poder también se estudia en el contexto colonial a partir de las fiestas barrocas, los arcos, las comisiones; pero resta aún un estudio exhaustivo, profundo y situado de sus vínculos con el poder).
El libro de Hilda Larrazabal traza “la historia del perdón colectivo que se le concede a la monja. Castigada por gongorina y apátrida... finalmente es celebrada como personaje insigne de la nación” (p. 240). En tanto eco, espejo y proyección, sor Juana evidencia los usos políticos que pueden hacerse de un autor y su obra cuando se desnudan los procesos que se emplean en la construcción de un personaje que parece adaptarse tanto a las afirmaciones que se enuncian de él como a los debates y desestabilizaciones de que es objeto. Por todo ello, el libro es un aporte fundamental a los estudios sorjuaninos y, particularmente, a la historia del campo cultural mexicano.