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El trimestre económico

versión On-line ISSN 2448-718Xversión impresa ISSN 0041-3011

El trimestre econ vol.91 no.362 Ciudad de México abr./jun. 2024  Epub 21-Jun-2024

https://doi.org/10.20430/ete.v91i362.2163 

Artículos

El Estado y la policrisis del capital: la violencia en crecimiento*

The state and the polycrisis of capital: Growing violence

Áquilas Mendes** 

**Programa de Pós-Graduação em Economia Política da Pontifícia Universidade Católica de São Paulo; Faculdade de Saúde Pública da Universidade de São Paulo, Brasil; profesor visitante de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Azcapotzalco, México (2022-2023) (correo electrónico: aquilasmendes@gmail.com).


RESUMEN

El artículo analiza algunos elementos teóricos que arrojan luz sobre la comprensión de la naturaleza del Estado y la categoría “forma-Estado”; se busca identificar en la “forma-valor” el elemento que unifica los momentos económicos y políticos de la sociedad capitalista que advierten que en la policrisis del capital hay una intensificación del Estado, a fin de responder al ritmo in-tempestivo del capital en su dinámica de acumulación, con el crecimiento de su violencia, particularmente reconocida por el ascenso del neofascismo. Tres partes constituyen la totalidad del artículo. La primera presenta las características de las dimensiones que componen la policrisis, con la intención de dejar clara su relación con el Estado capitalista -forma-Estado-, lo que fomenta el aumento de la violencia. La segunda parte trata de la comprensión del Estado en el proceso de producción capitalista, a partir de la triada “forma-valor”, “forma-Estado” y “forma-imperio”. La tercera parte presenta elementos para comprender el fenómeno de la violencia creciente, con la gene-ralización de movimientos políticos caracterizados como neofascistas.

Palabras clave: policrisis; forma-Estado; forma-imperio; violencia; neofascismo

Clasificación JEL: B14; G01; H13; P10

ABSTRACT

The article analyzes some theoretical elements that shed light on the understanding of the nature of the state and the category “state-form”, which seek to identify in the “value-form” the element that unifies the economic and political moments of capitalist society that warn that, within the polycrisis of capital, an intensification of the state can be found to respond to the untimely rhythm of capital in its dynamics of accumulation, with the growth of its violence, particularly recognized by the rise of neo-fascism. Three parts constitute the article. The first presents the characteristics of the dimensions that make up the polycrisis, to make clear its relationship with the capitalist state-state-form-which encourages the increase in violence. The second part deals with the understanding of the state in the capitalist production process, based on the triad “value-form”, “state-form”, and “empire-form”. The third part presents elements to understand the phenomenon of growing violence, with the generalization of political movements characterized as neo-fascist.

Keywords: Polycrisis; state-form; empire-form; violence; neo-fascism

JEL codes: B14; G01; H13; P10

INTRODUCCIÓN

En la crisis contemporánea, con pasos más firmes del capital en su dinámica de acumulación y dominación, es necesario retomar el tema del Estado de manera más profunda, a fin de comprender su naturaleza y su acción más violenta en este modo de civilización que convive con los nuevos tipos de fascismos emergentes -el neofascismo-, y analizar con mayor énfasis teórico lo que nos aporta Marx (2017): el capital como un proceso relacional. Por lo tanto, se busca el Estado desde tal perspectiva, también como un momento político del capital y como un proceso relacional. No basta con reivindicar la pretensión de la actual izquierda progresista latinoamericana de reformar el Estado, pues ello es imposible, debido a su incomprensión del momento político de lo social, la relación de dominación del capital y su crisis contemporánea.

Michael Roberts (2023d) y William Robinson (2023) se refieren a la crisis capitalista contemporánea, especialmente a partir de 2007-2008, como la “policrisis”. Esta categoría expresa la confluencia y la imbricación de varias crisis cuando se analiza la totalidad de la crisis capitalista: económica (inflación y depresión), ecológica (climática y pandémica) y geopolítica (guerra y divisiones internacionales). Esto se percibe en algunos países en los que el capital y el Estado se articulan a fin de asegurar la necesidad de tal movimiento reproductivo y son cada vez más violentos respecto a la explotación de la clase trabajadora, al expropiar sus derechos sociales y laborales (Boschetti, 2018) en el ambiente de crisis prolongada. En este contexto de violencia contra la clase trabajadora, vemos el movimiento cada vez mayor hacia sistemas políticos que pueden caracterizarse como fascismo del siglo XXI.

El proceso de acumulación capitalista, que se manifiesta inmediatamente como un momento económico, tiene en su génesis ontológica un “momento político” que hace inseparables lo económico y lo político.Ávalos y Hirsch (2007) tienen razón al afirmar que, si la dominación ha de mediarse por el valor, la política y el Estado no sólo son formas desarrolladas del valor, sino que también se convierten en mediaciones fundamentales de las relaciones de dominación. La policrisis parece consolidar la economía global con el estado global más violento. Esto indica que la relación orgánica entre el capital y el Estado es totalmente evidente en el contexto contemporáneo. Así, es posible decir que la crisis del capital amenaza con convertir al Estado en un mero negocio al servicio de los grandes capitalistas, sin importar el costo social.

Consideramos el camino de la filosofía política de Marx como prioritario a fin de pensar una estrategia para enfrentar la forma de civilización del capital -dominación y subordinación-: una relación social de dominación que minimiza los esfuerzos de reformar el Estado por los que apuesta gran parte de la izquierda. Por lo tanto, para cumplir con una tarea radical del pensamiento, se requiere una cualidad transgresora que rompa los límites de los análisis que resumen al aparato estatal, aunque esto sea sólo apariencia. Es necesario ir más allá, es decir, comprender la “forma-Estado” que deriva de la forma-valor, como nos ofrece la crítica de la economía política de Marx y la filosofía de Hegel, de acuerdo con la contribución teórica de Ávalos (2021a y 2022).

Al partir de esta perspectiva teórica surge la siguiente pregunta central: ¿cómo comprender la dinámica más actual de la relación orgánica entre Estado y capital en el contexto de la policrisis señalando el carácter cada vez más violento del Estado en la contemporaneidad?

Entonces, el objetivo de este artículo es discutir algunos elementos teóricos que arrojan luz sobre la comprensión de la naturaleza del Estado y la categoría forma-Estado, al identificar en la forma-valor el elemento unificador de los momentos económicos y políticos de la sociedad capitalista que advierten que en la policrisis del capital hay una pérdida progresiva del Estado para paliar los desequilibrios sociales generados por el ritmo intempestivo del capital en su dinámica de acumulación, con un aumento de su violencia y con la convivencia del neofascismo.

El artículo está estructurado en tres partes. La sección I presenta rasgos generales de la policrisis del capital, con la intención de dejar clara su relación con el Estado capitalista -forma-Estado-, la cual fomenta el crecimiento de la violencia. La sección II aborda los fundamentos más generales de la teoría política de Marx, implícitos en su crítica de la economía política y la filosofía de Hegel, que contribuyen a comentar el Estado en el proceso de producción capitalista, a partir de la triada forma-valor, forma-Estado y forma-imperio. La sección III presenta elementos para comprender el fenómeno de la violencia creciente, con generalización de movimientos políticos caracterizados como neofascistas.

I. LA POLICRISIS DEL CAPITAL

Desde 2007-2008, el capitalismo enfrenta una larga depresión que ha adquirido contornos más intensos en la última década, la cual puede considerarse como una policrisis. Nos referimos aquí a la confluencia y la imbricación de varias crisis, con dimensiones económicas (inflación y depresión), geopolíticas (guerra y divisiones internacionales) y ecológicas (pandémica y climática).

1. Las dimensiones económica y geopolítica

Economistas como Michael Roberts (2016) han caracterizado durante mucho tiempo a la crisis capitalista, en el periodo más reciente, como una crisis de depresión prolongada. En lugar de salir de una recesión, las eco-nomías capitalistas permanecen deprimidas con producción, inversión y crecimiento del empleo menores que antes, durante un lapso bastante largo (Roberts, 2022). La tercera depresión -después de la de 1873-1897 y la de la década de 1930- comenzó después del colapso financiero global de 2007-2008. Según Roberts, el periodo posterior a 2007-2008 puede denominarse como una “larga depresión”, que se ha mantenido hasta 2019, cuando parecía que las principales economías no sólo estaban creciendo mucho más lentamente que antes de 2007, sino que se dirigían a una caída total.

A fin de tener una idea de lo anterior, la tasa de crecimiento del producto interno bruto (PIB) cae cada década. Según Roberts (2023a), cuando se analiza en términos globales, se observa que esta tasa disminuyó de 4% entre 2003 y 2007 a 3% entre 2015 y 2019. En las economías en desarrollo se redujo de 5.8 a 2.9%, respectivamente. En la economía china la caída también fue muy notoria en estos años, al pasar de 11.7 a 6.7 por ciento.

Cuando analizamos la economía estadunidense, hay señales claras de que la capacidad del capital para expandir los recursos productivos y sostener la rentabilidad está disminuyendo. Izquierdo (2023) muestra “un estancamiento prolongado” de la tasa de ganancia de este país en el siglo XXI. En los años noventa, con la recuperación neoliberal la tasa de ganancia volvió a subir a 16.2%, cuando su promedio en 1970 alcanzó 15.4%. Pero en las dos décadas de este siglo XXI tal tasa cayó a sólo 14.3%, un mínimo histórico desde 1950. Eso ha llevado a inversión y crecimiento de la productividad menores a lo largo de la década de 2010, lo que Roberts (2022) llama una década de la depresión prolongada. A su vez, Izquierdo (2023) agrega que la base económica de los Estados Unidos resultó significativamente dañada, lo cual debilitó su posición hegemónica en el mundo capitalista.1

Además, la tasa de beneficio del sector empresarial de las empresas industriales y financieras en los Estados Unidos cayó a menos de 7% en los años posteriores a la crisis de 2007-2008 (Kliman, 2012). Kliman señala que la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, al frenar la economía capitalista estadunidense, estimula la sobreproducción y la especulación, y a la vez lleva a una crisis financiera como causa inmediata de este proceso.

Desde un punto de vista teórico sobre la comprensión de la crisis capitalista, es interesante el argumento de Callinicos (2014) cuando señala que, en los tres volúmenes de El capital de Marx, se desarrolla una teoría de las crisis articulada y completa, sustentada en una concepción multidimensional de las crisis económicas. Entre las distintas dimensiones cabe destacar los factores asociados con la “causalidad” de las convulsiones. En este sentido es posible comprender en la ley de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, el ciclo de las burbujas y el pánico del mercado financiero. Así, se contempla aquí la segunda tendencia de la acumulación capitalista en los últimos 40 años, que explicita su crisis a través del vertiginoso crecimiento del capital ficticio,2 en forma de bonos del Estado, acciones negociadas en el mercado secundario o como derivados de todo tipo (Chesnais, 2019).

El aumento de los activos financieros globales se dio de manera intensa en la década de 1990. En el 2000 su stock era alrededor de 112% mayor que en 1990. En 2010 el crecimiento fue de 91.7% respecto al 2000, y en 2014 alcanzó un incremento de 42% en relación con 2010, que corresponde a una cifra significativa de 294 000 millones de dólares estadunidenses (Nakatani y Marques, 2020).

En este escenario de crisis capitalista de sobreacumulación y sobreproducción desde la década de 1970, e incluso después del crack de 2007-2008, no se ha asistido a la producción de una verdadera salida de la crisis. Chesnais (2019) señala que, antes del inicio de la pandemia, las perspectivas de crecimiento económico mundial para 2020, publicadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), eran de sólo 2.9 por ciento.

Entonces ocurrió la pandemia de covid-19 y la economía mundial sufrió una severa contracción. Roberts (2023e), con base en datos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), identifica esta situación de caída del PIB, desde 2015-2019 hasta la pandemia de 2020 a 2022. En términos globales, cayó de 3 a 1.9%; en los países en desarrollo disminuyó de 2.9 a 1.9%, y en China, de 6.7 a 4.5%.3 Con la crisis de la pandemia, es importante considerar el argumento central de Izquierdo, Fuzaro y Mariña Flores (2021), quienes señalan que existe una gran incertidumbre sobre la devastación humana provocada por la pandemia a nivel planetario, principalmente en cuanto a su duración, “profundidad y consecuencias de largo plazo de la crisis económica que generó la pandemia, y sobre las implicaciones políticas que tenga en el interior de cada nación y en el conjunto con la geopolítica mundial” (Izquierdo et al., 2021: 13).

Ahora, justo cuando las principales economías estaban saliendo tambaleándose de la pandemia, el mundo ha sido golpeado nuevamente por el conflicto entre Rusia y Ucrania y sus ramificaciones para el crecimiento económico, el comercio, la inflación y el medio ambiente. Robinson señala que “en tanto, la invasión rusa a Ucrania en 2022 y la respuesta política, militar y económica radical de Occidente, junto con la nueva guerra fría entre Washington y Pekín, están acelerando un violento colapso del sistema internacional posguerra” (Robinson, 2023: 2). En este contexto, Roberts (2023c), en la misma línea argumental de Izquierdo (2023), sostiene que hay un debilitamiento de la posición hegemónica del capitalismo estadunidense en el mundo, como hemos comentado anteriormente. Ahora se produce lo que algunos autores han denominado como “fragmentación geopolítica” (Aiyar, Presbitero y Ruta, 2023), es decir, el surgimiento de bloques alternativos que intentan romper con el bloque imperialista liderado por los Estados Unidos. La invasión rusa de Ucrania constituye una prueba de esta “fragmentación”.

Otra dimensión de la crisis económica de los últimos dos años se refiere al aumento de la inflación en las economías de todo el mundo. Roberts (2023b) presenta algunos datos para abril de 2022. Los países del G7 registraron tasas altas, como Reino Unido (9%), los Estados Unidos (8.3%), Alemania (7.4%), Canadá (6.8%), Italia (6%), Francia (4.8%) y Japón (2.4%). Algunos otros países tuvieron tasas aún más altas: Rusia (17.8%), Nigeria (16.8%), Polonia (12.4%), Brasil (12.1%) y los Países Bajos (9.6%). Estamos de acuerdo con Roberts (2023b) cuando afirma que “las causas de la inflación no se encuentran en una oferta monetaria excesiva (teoría moneta-rista) o en los salarios excesivos que hacen subir los precios (teoría keynesiana)” (Roberts, 2023b: 8). Con una interpretación diferente, especialmente entre los economistas marxistas, la razón de la aceleración de la inflación en estos años debe de estar relacionada con la contracción de la oferta, tanto en la producción como en el transporte, en parte debido a los bloqueos en la cadena de suministro tras la crisis de covid-19. Esto puede explicarse por la guerra entre Rusia y Ucrania, y también por el bajo crecimiento de la productividad en los principales sectores de bienes de la economía mundial (Roberts, 2023b).

2. La dimensión ecológica

Estas dimensiones de la crisis del capital se entrelazan una con otra: la destrucción ecológica provocada por el capitalismo. Son varios los autores que abordan las causas de la pandemia en relación con la expansión sin límite de la acumulación capitalista (Foster y Suwandi, 2020; Wallace, 2016). Para Wallace (2016), la agroindustria a gran escala actúa en la creación y la propagación de nuevas enfermedades. Esto se debe a que los monocultivos de animales domésticos, criados en grandes cantidades y en espacios reducidos, implican altas tasas de transmisión en ambientes de respuestas inmunoló-gicas debilitadas. Es decir, el aumento de la aparición de virus está estrechamente asociado con la producción de alimentos y la rentabilidad de las em-presas multinacionales.

Del otro lado de esta crisis es importante tener en cuenta la inminente pesadilla del calentamiento global -crisis climática- que cae sobre los pobres y vulnerables a nivel mundial (Roberts, 2021b). El Reporte de Desarrollo Humano de 2022 (PNUD, 2022) nos recuerda que en los últimos años se han visto más temperaturas récord, incendios y tormentas en todo el mundo (Roberts, 2023d).

Los datos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), presentados en 2021 ante la Convención de las Naciones Unidas, son alarmantes, particularmente en lo que respecta a la exposición y la vulnerabilidad a olas de calor extremas, según tres niveles de calentamiento global promedio por encima del periodo preindustrial: 1.5 ºC expondrá a 3 960 millones de personas (1 190 millones de personas más vulnerables); 2 ºC ex-- pondrá a 5 990 millones (1 580 millones de las más vulnerables), y 3 ºC expondrá a 7 910 millones (1 710 millones de las más vulnerables) (Marques, 2023). Cada una de las grandes crisis socioambientales se caracterizan por: 1) la aniquilación de la biodiversidad, 2) la emergencia climática y 3) los niveles pandémicos de enfermedades -físicas y mentales- y muertes prematuras por contaminación química-industrial. En tal sentido, es posible decir que la sinergia entre esta creciente exposición al calor extremo y cada una de dichas crisis socioambientales que enfrentamos supone un potencial riesgo existencial para la humanidad en su conjunto.

Marques (2023) sostiene que para que una región se vuelva inhabitable, sólo necesita alcanzar estacionalmente picos de calor insoportables, lo que ocurrirá en varios países en los próximos años y décadas (en caso de un fuerte fenómeno de El Niño). Este mismo autor advierte que estamos llegando a una curva de riesgo sin líneas divisorias claras. Según sus consideraciones, “esta curva, que nos lleva de un planeta más hostil a un planeta inhabitable y, por tanto, a nuestra extinción o al fin de nuestras posibilidades de desarrollo, no sólo ya está tomando forma, sino que también se está acelerando muy rápidamente” (Marques, 2023: 30). En este contexto, Marques llama la atención sobre el título del informe de 2019 del Instituto de Investigación de Políticas Públicas que parece caracterizar nuestra era actual: “La era del colapso ambiental”.

En febrero de 2023, en el Foro Económico Mundial (FEM) en Davos, los integrantes de la clase capitalista trasnacional (CCT)4 discutieron las variadas dimensiones de la policrisis, pero parecieron estar a la deriva sobre cómo reestabilizar el capitalismo global y rechazar la amenaza de la revuelta de masas desde abajo, como las de la ultraderecha y el neofascismo, a la globalización capitalista (Robinson, 2023).

La agencia de desarrollo Oxfam en su último informe, “Supervivencia de los más ricos”, indica que las fortunas de los multimillonarios están aumentando en 2.7 mil millones de dólares al día, incluso cuando al menos 1.7 mil millones de trabajadores ahora viven en países donde la inflación supera los salarios. En medio de la crisis mundial energética y alimentaria, las 95 corporaciones alimentarias y energéticas principales más que duplicaron sus ganancias en 2022: lograron 306 000 millones de dólares en ganancias extraordinarias, y pagaron 257 000 millones a accionistas ricos, al mismo tiempo que casi 1 000 millones de personas pasaron hambre en el mundo (Robinson, 2023). El informe advirtió que tres cuartas partes de los gobiernos del orbe están planeando recortes al gasto público durante los próximos cinco años, incluida la educación y la atención médica, por la friolera de 7.8 billones de dólares.

Nos enfrentamos a la descomposición de la civilización capitalista. El compromiso de la CCT, como lo llama Robinson (2023), de defender y expandir a toda costa la acumulación interminable de capital a escala mundial hace imposible una salida. No verificamos las posibilidades de que la clase dominante global ofrezca soluciones viables a la crisis de época. El resultado es una inestabilidad subyacente cada vez mayor en la economía global. La CCT ha adquirido un interés creado en la guerra, el conflicto y la represión como medios de acumulación. Así, Robinson (2018) es específico cuando argumenta que hay otro mecanismo que ha sostenido la economía global en un periodo de policrisis y que empuja al sistema hacia un estado policial global: la acumulación militarizada y la acumulación por represión. A medida que la guerra y la represión patrocinadas por el Estado se privatizan cada vez más, los intereses de la CCT cambian el clima político, social e ideológico hacia la generación y el mantenimiento de conflictos sociales, así como a la expansión de sistemas de guerra, represión, vigilancia y control social.

De esta manera, asistimos a una hipertrofia de la violencia física legítima del Estado capitalista, como uno de los monopolios que lo caracteriza, puesto al servicio de los grandes capitales globales, en plena concordancia con la actual etapa de acumulación capitalista: su policrisis. En este sentido, resulta fundamental comprender mejor la naturaleza teórica del Estado capitalista en su relación orgánica con el capital, lo que acaba teniendo implicaciones para su desarrollo, con un aumento de la violencia, lo que será discutido en la siguiente sección de este artículo.

II. FORMA-VALOR, FORMA-ESTADO Y FORMA-IMPERIO

Consideramos importante aportar algunos elementos teóricos que puedan arrojar luces para comprender la naturaleza del Estado, es decir, su esencia, la “forma-Estado” -la lógica a partir de la cual se constituye esta suprema autoridad-, y cómo la policrisis actual rompe este espacio de racionalidad para mantener el orden social, al intensificar la precariedad del proceso estatal, con agudización de la violencia. Se trata de comprender que esta forma política, en la representación del Estado, integra las relaciones capitalistas de producción, y así asegura la forma-mercancía y la forma-valor del capital.

A su vez, entendemos que es fundamental deducir los tres momentos, a partir de la triada de la lógica hegeliana, la forma-valor como forma social, y la forma-Estado y la forma-imperio para el análisis del Estado en el conjunto del proceso de acumulación capitalista, cada vez más militarizado y represivo.

Se vuelve importante examinar la forma social como eje articulador del universo político del mundo moderno, es decir, la forma que adoptan las relaciones entre los seres humanos. La forma social correspondiente a este proceso de modernidad es la forma-valor. Para ello, consideramos importante basarnos en el aporte de la crítica a la economía política de Marx (2013, 2014 y 2017), a partir del ejercicio de su crítica.

1. La forma-valor

Es cierto que la forma-valor, al constituirse como el sentido principal del capitalismo, hace ineludible la necesidad de un espacio específicamente político que pueda garantizar que las decisiones de los ciudadanos estén guiadas por la lógica del valor.

Lo político y el capital constituyen formas similares, entrelazadas en la existencia de la vida social. Ávalos (2021a: 87) es categórico cuando dice que percibir el capital como apolítico esconde “su funcionamiento esencialmente político de tipo oligárquico, autocrático y despótico” y, agregaríamos, neofascista, cuando analizamos este escenario contemporáneo del capital en crisis.

En principio, la forma-valor trabajada por Marx aparece como una categoría económica, como fundamento de su crítica a la economía política. Sin embargo, según Ávalos (2016), su sentido filosófico debe ser extraído de esta categoría para situarlo como fundamento de la existencia política de la sociedad moderna.

Así, la forma-valor no es fundamentalmente una categoría económica. Por otra parte, Ávalos sostiene que, cuando Marx describe la forma-valor, se refiere a la relación entre los seres humanos mediada por una abstracción que representa “sintéticamente el tiempo de trabajo desempeñado, concretado en un producto y condensado en una expresión unitaria, el signo, con validez suprema” (Ávalos, 2016: 27). Luego, Ávalos (2016: 17) comenta que: “la forma-valor adquiere un carácter fluido y, entonces, habrá de ser conceptuada como un proceso que, a un tiempo, unifica y separa a los sujetos en función de su trabajo social”. Así, la forma-valor implica un proceso relacional, un modo de poder. El valor es el ser relacional que habita en los sujetos. Ávalos (2016: 28) señala que dicho ser relacional hace al sujeto, en sentido plural, “actuar, sentir y pensar, y se manifiesta en mercancías y dinero; cada uno de estos dos factores posee materialidad y un signo representativo: el precio dará la realidad efectiva”. Por eso el autor dice que “el desarrollo de la idea forma-valor queda vinculado en Marx con el tema de la alienación y éste con la teoría de la explotación” (Ávalos, 2016: 28).

Marx, al abordar los temas de la alienación y la explotación, también los vinculó con la esencia del poder asociada a la relación social de dominación que impregna toda sociabilidad capitalista. Esta esencia se refiere principalmente a la dominación del capital sobre el trabajo y se extiende también a todos los campos del cuerpo social; de esta manera se realiza el poder del capital de diferentes formas. En tal sentido, Ávalos (2021a) vincula dicha dominación del capital con la dimensión estatal del capitalismo, lo cual señala que es consistente con la lógica y varios niveles de la crítica de Marx a la economía política. En la construcción lógica, Ávalos insiste en decir que el Estado fue abordado por Marx como una síntesis concreta de la puesta en marcha del capital, y que en sus investigaciones el estudio del Estado ocuparía un lugar posterior en su obra, recién a partir de finales de siglo, en su obra seminal, El capital.

Así, las formas que adquiere el proceso de dominación no se refieren únicamente a la compra o la venta de la fuerza de trabajo como mercancía o a la explotación en el proceso productivo. Ávalos (2001) también menciona formas más sutiles e igualmente efectivas, como las relaciones personales fuera del mercado, los lazos familiares, los procesos educativos formales e informales, la subjetividad psicológica y corporal, e incluso las formas políticas de organización de las naciones, los Estados y la sociedad internacional. En este punto, el autor enfatiza que el capital no es “lo económico” de la sociedad, sino una forma de vida para los seres humanos. Y, bajo la tutela del proceso de dominación, a esta vida le corresponde su propia forma política y su constitución estatal. De esta forma, Ávalos (2022) insiste en que, cuando se entiende que lo crucial para el capital es el proceso de dominación entre los seres humanos, entonces pueden comprenderse la política y el Estado como una nueva dimensión. En particular, sobre este tema, Ávalos profundiza su comprensión de la esencia del Estado capitalista, precisamente al deducir la forma-Estado de la forma-valor.

Desde esta perspectiva, Ávalos (2015b) refuerza que la vida política, en tal forma, sólo se ejerce a través del “código de valor”. Como reflejo de este sentido de la política, los procesos de intercambio, superando el miedo y el odio, la inseguridad y la fragilidad, se asientan sobre la base de la política moderna.

Así, es importante considerar lo que Ávalos refiere en el momento político de la sociedad en el que se configura la política moderna. La política, entonces, pasa a ser entendida como “la actividad específicamente humana de deliberación, decisión y ejecución de normas y prácticas que afectan a una comunidad en su conjunto” (Ávalos, 2015b: 44). A partir de esto, es importante entender al propio Estado como la institucionalización de tal momento político. Se considera que esta situación implica la existencia de una esfera de prácticas humanas, siendo importante la voluntad de organizar los imperativos que constituyen la sociedad; así, se convierte en la esfera de la política.

Desde esta perspectiva, la forma-valor es fundamental para comprender filosóficamente, como insiste Ávalos (2016), el mundo de la modernidad y sus fundamentos. Se trata de reconocer que es parte del desdoblamiento de la forma-valor como proceso relacional de poder, lo que obliga al universo político a fragmentarse en espacios con sus respectivas lógicas, de política vertical, institucional, y de política horizontal, comunitaria. En esencia, esta última política es constantemente negada por la operación de la política mercantil del capital. Por lo tanto, podemos entender que el Estado, como unidad idealmente comunitaria y ente jurídico vinculado con la libertad, se convierte en un ente cosificado con un poder opresivo sobre la sociedad civil.

2. La forma-Estado

Con base en lo anterior, la forma-Estado debe identificarse como una deducción de la forma-valor, lo que demuestra el vínculo entre la lógica de Hegel y la lógica de la crítica de economía política. Es en este núcleo de la forma-valor donde se encuentra el papel lógicamente negativo del Estado, como rasgo esencial de la expresión forma-Estado. Ávalos (2021a) comenta que el Estado es un capital negativo (basándose en la contradicción hegeliana) porque no tiene como fin el lucro, sino que asegura la reproducción del capital.

Ávalos (2007), en su rigor científico sobre el Estado, presenta el sentido lógico de deducir la forma-Estado de la forma-valor. Para él:

la forma valor se desenvuelve como mundo económico arrastrando sus contradicciones constitutivas las cuales estallan, por lógica, en las crisis, en las que sin duda aparece la necesidad del momento negativo del valor [...] [éste es, el Estado,] no sólo porque el capital se desvaloriza en sí mismo, sino sobre todo porque para la superación de tal situación se requiere un capital que contradiga su esencia, es decir, un capital cuya empresa no sea la obtención de ganancia [Ávalos, 2021a: 90].

En un intento de reforzar el reflejo de la forma-Estado, Ávalos agrega que su expresión ubicada en el plano jurídico y político representa un desdoblamiento necesario del capital como forma social y como proceso. Este autor sintetiza:

el Estado es una forma social, es decir, una relación social llevada al plano del pensamiento, de igual estatuto que la “forma-valor”, la “forma-mercancía”, la “forma-dinero”, la “forma-capital”. La “forma-Estado” es una manifestación política del mismo sistema de relaciones sociales de intercambio mercantil con orientación acumulativa [Ávalos, 2007: 37].

Así, Ávalos menciona en palabras sintéticas: “las relaciones sociales capitalistas son relaciones humanas, relaciones entre seres humanos, que se desdoblan en una esfera económica, y una esfera jurídica y política, como dos esferas no sólo diferentes sino separadas, con estructuras y legalidades propias cada una de ellas” (Ávalos, 2007: 37).

Ávalos (2001) se orienta hacia un análisis ontológico y lógico, a partir del aporte de Hegel, a fin de describir la lógica del capital y percibir al Estado como un “proceso relacional”, de carácter continuo, que encubre relaciones de dominación generadas por sociabilidad capitalista y mantiene la explotación del trabajo. Entonces, si el capital es un valor que se valora a través del poder, las voluntades jurídica y política serán figuras del capital mismo. Por lo tanto, el Estado no sólo debe ser analizado desde su forma inmediata y acabada, como se manifiesta empíricamente -esto es, a través de su aparato-, sino que debe someterse a un riguroso análisis lógico-ontológico, a fin de identificar las contradicciones internas existentes en su esencia y el fundamento de su manifestación enajenada. De esta forma, el derecho y el Estado no son sólo necesidades ontológicas para la realización de la categoría del capital como categoría acabada, sino de la totalidad del capital como concepto universal.

Vale la pena insistir en el razonamiento que desarrolla Ávalos (2021a) acerca de extraer el fundamento de una consideración crítica del Estado de la crítica de la economía política. En este sentido, se vuelve apropiado retomar el argumento de la deducción de la forma-Estado de la forma-valor. Marx, al abordar la forma-valor en el primer capítulo de El capital, revela, según Ávalos, su claro espíritu filosófico hegeliano en la manera de razonar las distintas formas en que el valor, como el espíritu, asume distintas figuras tales como la mercancía, el dinero y el capital.

El valor, al ser una relación social, es un proceso que pasa por diferentes movimientos (momentos) en evolución que lo constituye en su ser desplegado. De esta forma, Ávalos (2021a) llama la atención sobre que el ca-pital es una relación en proceso, en la que nunca deja de ser capital; es, por lo tanto, una relación procedimental. Así, también uno puede referirse al Estado (forma-Estado) como una relación procedimental. Esta relación se revela como una de dominación y sujeción forzada (trabajo alienado), porque está enraizada en el proceso de producción y reproducción de la vida y tiene su momento político de esta dominación en el Estado.

Ávalos (2021a: 113) señala que el Estado “puede también sacrificar capitales individuales, pero su misión racional es preservar el orden social en su conjunto desde esta negatividad (hegeliana), la cual le permite actuar, incluso absorbiendo las pérdidas de los distintos capitales. Esto se hace más patente en épocas de crisis”. Resaltamos aquí el carácter del Estado al actuar de forma racional y negativa, como lo expresa Ávalos, quien se acerca mucho más a la comprensión de la forma-Estado. Desde esta perspectiva, destacamos la contundente observación de Ávalos (2021a: 114) sobre la forma-Estado:

La “forma Estado” se refiere precisamente a ese proceso relacional mediante el cual una abstracción (el Estado lo es) adquiere realidad cuando los sujetos relacionados que lo constituyen se someten a la ley, al orden legal, amparado coercitivamente como es obvio, porque esa autoridad parte, en el mejor de los casos, del procedimiento democrático más limpio y puro.

Es en este contexto que Ávalos reitera el surgimiento del “rol lógicamente negativo del Estado”, siendo uno de los rasgos esenciales de la expresión “forma-Estado”. Aquí asume el carácter de superación de conflictos, como un nuevo momento en el desarrollo del capital en el que se produce la unidad del capital global, el capital como totalidad. La forma-Estado encarna al capital como una totalidad sistémica, que puede denominarse imperio -forma-imperio-. El imperio engloba los Estados dominantes y los subalternos, en un orden mundial de poder y dominación que no se presenta como tal. Así, Ávalos (2021a: 114) señala sintéticamente: “la ‘forma-Estado’ en realidad deviene forma-imperio, la coronación del proceso relacional conceptuado por Marx, cuyo núcleo es la ‘forma-valor’”.

3. La forma-imperio

Puede decirse que el Estado es la realización de la libertad como costumbre de un modo de vida racional. Esta forma de vida sólo puede lograrse en el mundo moderno, no de manera homogénea y racional, sino a través de una lógica imperial como la lógica del todo, del mundo moderno, del mundo del capital (Ávalos, 2021b). Es en este sentido que Ávalos subraya la expresión filosóficamente fundamentada de la forma-imperio, un nivel superior de la forma-Estado, a partir de su deducción de la forma-valor.

Al buscar un análisis más amplio del capital, como forma de civilización, éste no debe restringirse a una mera relación de dominación. En realidad, hay que ir más allá, al entender que una relación social de dominación se mistifica y fetichiza a medida que adquiere concreción. Así, Ávalos argumenta que la forma más concreta en que aparece el capital es en la separación entre el mundo político y el mundo económico. En este sentido, es claro que el mundo del capital se presenta como un sistema político de Estados conectados entre sí. Según las palabras de Ávalos (2016: 32), “cuando el capital deviene sistema de Estados aparece como un sistema de Estados nacionales soberanos, regidos por el derecho internacional y por el ideal de la paz perpetua kantiana como horizonte a alcanzar”.

Según Ávalos, la especificidad de la forma-imperio del capital está relacionada con la idea de que el capital domina a todos, aunque en las esferas cultural material, militar y simbólica puede haber un Estado que tenga hegemonía sobre el sistema como un todo. De hecho, vale la pena considerar la reflexión de Ávalos (2016: 32) en este sentido: “no es que el Estado y el imperio sean instrumentos para controlar y expoliar; el dominio, el control y la expoliación existen, pero de una manera tan sutil y cotidiana que aparecen como inocentes relaciones de mercado”. Así, Ávalos es categórico al decir que el imperio de la forma de civilización capitalista no es del mismo tipo que los imperios antiguos o medievales. En rigor, su modo de operar es sutil, como la forma misma de dominación que oculta el capital, al permitir la existencia de Estados nacionales soberanos, pero constreñidos por la lógica del capital.

Desde esta perspectiva, cabe destacar que, según Ávalos (2016), la forma-imperio no es imperialismo; es una expresión que se refiere a una relación entre seres humanos mediada por una jerarquía entre grupos constituidos en varias unidades políticas delimitadas territorialmente. Ávalos (2016: 32-33) dice:

la jerarquía entre estos grupos está fundada no sólo en la transferencia de recursos, por medios diferentes, de las unidades subordinadas hacia las hegemónicas, sino sobre todo en la posibilidad diferenciada de tomar decisiones. Mientras que los Estados dominantes pueden decidir, los Estados subordinados deciden, pero en los marcos de las determinaciones superiores.

La vida política en la forma-imperio resulta ser diferenciada. Esto se debe a que, mientras los Estados con mayor poder -los de los países capitalistas centrales- pueden organizar su vida política de cierta forma autónoma, los demás Estados -de los países capitalistas dependientes- se enfrentan a limitaciones para tener decisiones y ejecución por parte de la comunidad.

En esta línea de argumentación, Ávalos resume que se trata del capital como proceso relacional universalizado que deviene en Estado, entendido también como proceso relacional, pero con otras instancias institucionales de implementación, que podemos asociar a la forma-imperio. Dicho de otra manera, en este proceso, al comprender la lógica del todo, el Estado queda marcado por la relación imperial (forma-imperio), es decir, por la totalidad del movimiento de capital regido por la forma-valor.

Finalmente, cabe resaltar que la forma-imperio implica la constitución de un orden global, en el que el mundo de la vida, desde un polo imperial, se convierte en un patrón de medida para los diversos pueblos. De esa manera, Ávalos señala que “la forma-imperio implica relaciones jerárquicas entre Estados y, por lo tanto, la posibilidad inmanente de la compatibilidad de solidaridades mecánicas y orgánicas, a condición de que este ensamblaje quede regido por un solo principio: la acumulación de capital” (Ávalos y González, 2012: 19).

El desarrollo de la forma-valor, en el alcance totalizador de la vida social a escala mundial, como puede deducirse de lo hasta ahora expuesto, implicaría que la forma política de los Estados constituye una necesidad del capital, por la cual éste la deriva en la forma-imperio.

Al abordar la triada forma-valor, forma-Estado y forma-imperio, a la luz del aporte teórico de Ávalos, puede comprenderse mejor el proceso de avalancha que han venido enfrentando los Estados en estos convulsos tiempos de policrisis. Este marco teórico contribuye a esclarecer la fuerza de la dinámica del capital que puede llevar a un proceso de acumulación más militarizado y represivo, con rasgos neofascistas, lo que posibilita la producción de mayor violencia.

III. LA VIOLENCIA CRECIENTE: EL NEOFASCISMO AL ACECHO

Con la policrisis del capital, el modo de producción capitalista entró de lleno en una nueva etapa de su desarrollo histórico, lo que ocasionó vertiginosos cambios mundiales, es decir, un proceso de acumulación militarizado y represivo, como señala Robinson (2018). A su vez, estamos asistiendo a un proceso de escalada de violencia, con características neofascistas, impulsado por la forma-Estado y la forma-imperio.

Comprender el fenómeno de la violencia en crecimiento requiere afinar el horizonte desde el cual se le examina. En primer lugar, es importante considerar el carácter intrínseco, inmanente y ominoso de la violencia en una sociedad capitalista, basada en relaciones sociales de dominación y explotación, refrenada y contenida en instituciones guardianas de aquel orden. Tal violencia fundadora implica, entonces, la presencia estructural de la violencia en una sociedad normalizada, presencia, empero, institucionalizada precisamente en el Estado.

Cuando las ciencias sociales tratan de definir al Estado, invariablemente aluden al monopolio de algún factor como su rasgo central. Ávalos (2018) sostiene que no hay Estado si no existe un fenómeno de monopolización de algún tipo de poder: el de gobernar; el de hacer la ley; el de juzgar y determinar las penas y los castigos; el de la administración de la cosa pública; el de la imposición tributaria, y el más característico de todos: el de la violencia física y simbólica legítimas.

Nos parece importante mencionar la consideración de Ávalos (2015b) sobre la caracterización de este Estado en el ejercicio de su poder: sus monopolios. No se trata de entender que el Estado es el monopolio de uno o de todos estos cinco poderes, sino de aclarar que el Estado es mucho más un proceso cuyo desarrollo implica cada uno de los monopolios. En este sentido, hay que resaltar las implicaciones de entender el Estado como un proceso relacional. Es en el mundo de la modernidad que el desarrollo del capital, entendido como relación procedimental -es decir, de dominación y sujeción forzada (trabajo enajenado)-, se fundamenta en la subordinación de los seres humanos, e incluye los momentos políticos de aquella relación de poder, hasta devenir en Estado.

Desde esta perspectiva, puede decirse que el Estado pretende asegurar la necesaria relación coercitiva al proceso de producción y reproducción de la vida, pero sin parecer hacerlo. Es en este escenario que podemos percibir la ejecución de los monopolios estatales, demostrando el principio de la estatalidad (Ávalos, 2015b).

Sabemos que algunos autores mencionan que el Estado no es sólo la comunidad política moderna, sino también su condensación material (objetivada) en un aparato estatal concreto, que ejerce sus monopolios (Poulantzas, 1976). Ciertamente no se trata de negar esta dimensión concreta del aparato estatal, pero nuestra mirada es desde la perspectiva de su forma, es decir, a partir del Estado como proceso y no sólo como institución fija, como se mencionó en la sección anterior. Ávalos (2015b) nos advierte que el Estado debe entenderse como ambos. Por un lado, el Estado es la comunidad o asociación política organizada de manera racional para asegurar el orden social necesario para el movimiento de capitales, y, por otro, es un conjunto de instituciones -un momento cósico, como dice Ávalos- que aparentemente se ubica por encima y por fuera de la ciudadanía y, por lo tanto, tiene un rol autocrático, dictatorial, despótico y totalitario; pero que no aparece o sólo se revela en circunstancias determinadas y específicas, cuando ese poder (momento político) se orienta a salvaguardar las relaciones sociales capitalistas. Aun así, Ávalos comenta que, si bien el Estado y la violencia totalitaria son aparentemente incompatibles, la contradicción constitutiva de la institución puede significar la introducción de un mando despótico sobre la comunidad ciudadana, que violenta a la población en general. Ávalos (2015b: 56) explica mejor esta situación cuando dice que “esta visión cósica del Estado forma parte del fenómeno del Estado mismo, de lo que podríamos llamar fetichismo o mistificación que envuelve al Estado y que se origina en la contradicción del Estado”. De ahí que podamos referirnos al carácter de fetichización del Estado.

Al abordar la idea importante de la contradicción del Estado, debemos mencionar los principios contradictorios que sustentan la noción de la estatalidad. Al primer principio Ávalos (2015b) lo denomina “Estado-Leviatán”, que tiene el poder concentrado en una instancia suprema con autoridad suficiente para imponer coactivamente un orden normativo. A su vez, también debe existir el otro principio, el “Estado-Res Pública”, que niega el primero, pero, simultáneamente, depende de él, en una clara relación dialéctica. Este principio busca contener el peligro de concentración de poder y la eliminación de decisiones arbitrarias por parte de una sola persona al asegurar normas para el orden social. Por lo tanto, al rechazar la concentración del poder, sostiene que el ente comunitario del todo es el verdadero sujeto de la acción gubernamental. Sin embargo, el autor insiste en llamar la atención sobre el hecho de que este segundo principio, para no quedar impotente, acaba exigiendo el ejercicio del primero.

En esta relación dialéctica entre los dos principios, puede entenderse lo que Ávalos (2016) atribuye al espacio de conciliación, a su vez, entre los dos aspectos necesarios del Estado. En otras palabras, se trata de la verticalidad del poder y la horizontalidad de la cohesión social. En ese sentido, se entiende que ambos principios constituyen el Estado dotándolo del carácter de unidad, en permanente tensión y movimiento; caracterizan lo que Ávalos nos presenta como estatalidad, es decir, el proceso estatal que incluye su contradicción constitutiva.

Es posible admitir, en el mundo contemporáneo de la policrisis, la hipertrofia del principio del Estado-Leviatán sobre el principio del Estado-Res Pública. Un claro ejemplo de esta situación lo constituyen los golpes de Estado con la instauración de gobiernos dictatoriales y autocráticos que, en su conjunto, cometen “crímenes de Estado”. Esta referencia es muy típica cuando se analiza la estatalidad en los países latinoamericanos. A medida que desarrollamos esta reflexión, puede admitirse que el desequilibrio entre estos dos principios tiende a instalar una situación de ruptura de la estatalidad, o, dicho de otro modo, una tensión desigual de uno de los elementos del binomio dialéctico (Estado-Leviatán) sobre el otro y promover la escalada de la violencia.

Coincidimos con la afirmación categórica de Ávalos (2015a) cuando explica que con la ruptura de la estatalidad asistimos a la producción, al mismo tiempo, de mayor autoritarismo y violencia, con rasgos neofa- scistas, como estamos presenciando en la época contemporánea. Par- ticularmente, en momentos de auge del neofascismo, el proceso de disolución de su función de cohesión, al llegar al momento político del consenso políticamente legitimado, se articula con el uso exacerbado de la violencia de Estado.

Como implicaciones de la policrisis del capital, está claro que el Estado -forma-Estado-, percibido como un proceso relacional, no parece desempeñar el papel de encubrir las relaciones de dominio del capital. Se revela en la forma de un poder “desnudo”, que rompe el papel de la estatalidad de acuerdo con la sociabilidad capitalista. La lógica adoptada por el poder del Estado ha garantizado la instalación de los poderes de los intereses privados. Esta lógica cobró sentido con los ajustes fiscales permanentes que se convierten en el sello distintivo de las ofensivas del capital para enfrentar al capitalismo en crisis (Behring, 2022). La incesante búsqueda del equilibrio fiscal ha llevado a muchos Estados a adoptar políticas económicas restrictivas -ultraneoliberales-5 (Mendes, 2022) mediante reformas ortodoxas que reducen los derechos laborales, las políticas sociales, el medio ambiente, la usurpación de fondos públicos por la deuda pública y el pago de intereses; conducen a la profundización de las desigualdades de clase, género y raza (Boschetti, Granemann, Kilduff y Silva, 2023; Boschetti, 2023), así como a algunas manifestaciones, como el avance de la extrema derecha o el neofascismo (Carnut, 2021 y 2022).

En el escenario de policrisis del capital asistimos a un gran ascenso de organizaciones o partidos políticos de extrema derecha autoritaria o neofascistas que, en algunos casos, accedieron incluso al poder de Estado. Algunos ejemplos de donde el movimiento neofascista ha alcanzado expresión dentro del aparato estatal, más allá de la sociedad civil, son representativos. Donald Trump y la ultraderecha republicana en los Estados Unidos, la Alternative für Deutschland (AFD) en Alemania, Vox en España, el Front National de la familia Le Pen en Francia, la Lega de M. Slavini en Italia, Vlaams Belang en Bélgica, el Freiheitliche Partei Österreichs (FPÖ) en Austria, V. Orbán y Fidesz en Hungría, el extinto Amanecer Dorado de Grecia, R. Erdoğan y el Ak Parti en Turquía (Bonnet, 2023). Para sumarnos a la lista, destacamos esta expresión neofascista en los países latinoamericanos (Carnut, 2023), aunque con especificidades en cada caso: Brasil con Jair Bolsonaro, El Salvador con Nayib Bukele, Chile con Kast, Bolivia con Añez, Perú con Keiko Fujumori, y más recientemente Argentina, con Milei.

Al estar inmersos en este escenario problemático, es razonable que revisitemos el fenómeno del neofascismo. Esta categoría se utiliza para englobar las dimensiones de adaptabilidad, hibridez y mutabilidad del fenómeno fascista a lo largo de un siglo de historia, lo que permite aprehender las formas y los contenidos nuevos del fascismo en el siglo XXI (Mattos, 2020). La adopción de esta categoría de neofascismo se aplica bien a la realidad, por ejemplo, de la política brasileña, con la presencia de grupos e intereses del capital, junto con un gran número de militares,6 que componen el gobierno de Bolso-naro con la agenda económica de desmantelar los derechos laborales y sociales, al intensificar explotación de la fuerza de trabajo, así como la transferencia de los fondos y servicios públicos del Estado al poder de la acumulación privada, y el aumento del poder coercitivo y represivo del Estado.

Cuando se habla de “fascismos de nuevo tipo” o “neofascismos”, siempre se aludirá a un término en disputa (Carnut, 2023). Cuando se dice que el fascismo no puede ser identificado más allá de su tiempo histórico (fascismo del entreguerras) o, aun, fuera de la Europa, esto en general denota el recorte que uno hace sobre el fenómeno, lo que está en contra, desde su partida, de una visión totalizante, por lo tanto, marxista (Mattos, 2020). Desde una perspectiva no marxista, hay una tendencia a pensar la relación fascismo-Estado restringida a los regímenes políticos (dictadura fascista). Esto es tan “politicista” como otros abordajes que invisibilizan el fenómeno al negarlo con tergiversaciones como autoritarismo, totalitarismo, populismo, entre otras (Carnut, 2023).

Cuando hablamos de neofascismo, estamos refiriéndonos a la readaptación y la reactualización de las prácticas fascistas a las nuevas circunstancias, típicas de la crisis actual del capital, que no logra tener solución de corto plazo desde el inicio de ésta. Es importante notar que no estamos diciendo que la crisis estructural del capital de 2007-2008 fue el único elemento explicativo del neofascismo, sino que una amalgama de elementos7 que ya vinieron acumulándose en la historia de las sociedades capitalistas occidentales encontró en la crisis el momento histórico político para la emergencia de los nuevos tipos de fascismos en el mundo (Carnut, 2023). El auge de las extremas derechas mundiales está relacionado con el fascismo como una manifestación, es decir, una forma social de odio y enojo que viene desde las relaciones mismas (entre capital-trabajo), y que encuentra en las formas sociales de reproducción capitalista (forma-valor y forma-Estado) su manera de condensarse al reproducirse.

A su vez, no puede decirse que el neofascismo es algo extemporáneo. Carnut (2022) sostiene que no existe mucho un momento de apaciguamiento del fascismo, ya que hay una perennidad histórica del enojo social que a veces se restringe a pequeños grupos y no puede vociferarse en el terreno político, pero, en tiempos de policrisis, aparece con razonabilidad. En el neofascismo no hay nada de original desde el punto de vista del surgimiento de esta ira (en su esencia); sin embargo, hay mucho de original (en su apariencia), por lo que podemos decir, una vez más, que las formas permanecen iguales, pero el contenido que adquieren es nuevo, ya que se reajusta a las nuevas circunstancias como respuesta a una crisis del capitalismo de varias dimensiones, lo cual se analizó en la primera sección de este artículo.

Por lo tanto, desde nuestra perspectiva de derivar la forma-Estado de la forma-valor, tratamos de dirimir las controversias sobre el término a partir de la comprensión del fascismo como una relación social. Si es tal, como relación sí es la misma, pero con diferentes formas: vieja (fascismo) o nueva (neofascismo). Por lo tanto, como relación social de enfado de ambas partes, se origina tanto de los que están cansados de las reformas laborales y de las políticas sociales como de los que se ven perjudicados por estos reveses. Así, dependiendo del momento histórico de la efusividad del antagonismo social en el mundo y en América Latina, es posible decir que la ira social se consolidó en formas neofascistas o dictaduras militares clásicas, sin excluir una u otra del entendimiento, sino al incorporarlas.

Es en el contexto de la dificultad del capital para enfrentar la crisis de largo plazo -la policrisis- que el neofascismo encuentra terreno fértil para germinar. Sin embargo, no puede entendérsele como la causa de la crisis capitalista, sino más bien es claramente su producto, que emerge como una respuesta de la clase dominante para mitigar el daño producido por el capitalismo neoliberal bajo la hegemonía del capital ficticio. De esta forma, el neofascismo revela el carácter “desnudo” de las relaciones de dominación del capital, al desenmascarar abiertamente la estatalidad insuficiente, lo que contribuye a su ruptura y mayor violencia.

Robinson (2019) va más allá al decir que el neofascismo del siglo XXI puede entenderse en la triangulación entre el capital trasnacional, el poder político militarizado y represivo del Estado y las fuerzas neofascistas en la sociedad civil. En ese sentido, sus proyectos aluden a una respuesta más contundente a la crisis capitalista, al exacerbar el poder monopólico de la violencia física del Estado y vincularlo con la operación de medidas anticíclicas contra la tendencia a la caída de la tasa de ganancia del sector productivo, por ejemplo, mediante la adopción de ajustes fiscales austeros en sintonía con el poder del imperio del capital (la forma-imperio).

IV. CONSIDERACIONES FINALES

La humanidad y el planeta afrontan en el siglo XXI una policrisis del capitalismo de enormes dimensiones, que se arrastra desde hace un tiempo considerable y que indica que no está cerca de su fin. Esta policrisis y sus efectos nos permiten abrir un diálogo crítico radical en torno al papel, los retos y las asignaturas pendientes del Estado en el capitalismo contemporáneo. Las múltiples contrarreformas laborales, previsionales y las políticas económicas ultraneoliberales -en el intenso auge del neofascismo-, implementadas por los Estados en las últimas tres décadas, que aseguran un continuo proceso de expropiación de los derechos sociales de los trabajadores en el mundo, particularmente en América Latina, deben explicarse como contratendencias a la crisis del capital -su policrisis-, lideradas por la violencia del Estado, entendido como momento del movimiento de capital. De este modo, el Estado, como forma-Estado, asegura su contribución al enfrentamiento y el recrudecimiento de la sobreexplotación de la clase trabajadora.

Entendemos que nuestra reflexión debe ser muy firme en la idea de que el capital es una relación de dominación (poder) entre seres humanos, siendo un proceso complejo que se materializa como actividad política y como Estado. En realidad, la esencia del proceso del capital está verdaderamente en sintonía con la lógica del valor, o en términos muy precisos, con la forma-valor.

Desde esta perspectiva, no hay forma de entender el Estado sin una comprensión real de la forma-Estado, ligada a la totalidad del movimiento del capital. En este contexto de policrisis, contemplamos a la forma-Estado, en consonancia con el movimiento de capital, intensificar la reducción significativa de los derechos sociales de la clase trabajadora.

Aquí tampoco podemos olvidar que la forma de vida del capital es racional y se procesa en una lógica imperial, en la forma-imperio, un nivel superior de la forma-Estado, a partir de su deducción de la forma-valor.

Así, en este contexto de capitalismo en crisis, se presenta una situación de disminución del Estado como espacio de cohesión social garantizado por una autoridad suprema, con mayor peso para la verticalidad del poder, que enfatiza el monopolio de la violencia física legítima y la adopción de contrarreformas que aseguren la participación del negocio privado en el Estado y la apertura al proceso de privatización, por un lado, y el exceso de poder coercitivo y controlador sobre la clase trabajadora, con un notorio ascen- so del neofascismo, por otro. Encontramos la mínima presencia de un Estado-Res Pública, en el que la horizontalidad de la cohesión social estaba presente.

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*Su contenido es responsabilidad exclusiva del autor.

1Para abordar el declive de la hegemonía de la economía estadunidense, Ivanova (2023) destaca su déficit comercial con el resto de los países del mundo. Según la autora, este país sólo puede pagar tal défi-cit debido a su monopolio sobre la emisión del dólar, que constituye la moneda de transacción y reserva más grande del mundo. A su vez, Ivanova destaca que, por un lado, la hegemonía del dólar se está debilitando paulatinamente, y, por otro, hay intenciones por parte de otras potencias económicas, como los países pertenecientes a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), de reducir su dependencia del dólar. Para más información sobre el declive de la hegemonía estadunidense, véase Roberts (2023e) y, para las actividades de los BRICS, véase Roberts (2023a).

2Para comprender la categoría “capital ficticio”, abordada en Marx (2017), véase la sección 5 del Libro III de El capital, particularmente desde el capítulo XXV —principalmente en el capítulo XXIX, “Componentes del capital bancario”— hasta capítulo XXXIII. A las formas de capital ficticio contemporáneas se pueden sumar el mercado de derivados y las criptomonedas.

3Para una mirada más detallada sobre la relación entre la pandemia de covid-19 y la crisis capitalista, véase Izquierdo et al. (2021), particularmente la sección I, “Coronavirus: crisis humana y crisis económica”.

4Esta categoría es creada por Robinson (2015).

5La expresión “ultraneoliberal” encuentra justificación empírica en los términos discutidos por Boffo et al. (2019) respecto del tiempo histórico entendido como el “giro autoritario” del neoliberalismo, al intensificar las políticas de defensa del mercado, con la ampliación de las restricciones al gasto público. Precisamente porque las políticas neoliberales (1980-2000) no fueron suficientes para superar la crisis capitalista de largo plazo experimentada desde el crack de 2007/2008.

6La presencia de militares en cargos en el gobierno de Bolsonaro —alrededor de 6 200— fue sin duda una de las mayores de todos los tiempos en la historia de Brasil, superior al periodo de la dictadura militar de 1964, lo que también implicó otras conquistas corporativas de las fuerzas armadas (Nozaki, 2021).

7Carnut (2020), al agrupar el conjunto de acciones sociales que se configura como “prácticas neofascistas”, con énfasis en el momento de crisis del capital, advierte que sólo su “amalgama” en el seno social puede ser considerada un indicio de neofascismo. Entre muchas prácticas, se destacan las siguientes: actitudes sociales antidemocráticas en el discurso o la práctica, aunque no se niegue la democracia como procedimiento; el uso de una figura o liderazgo carismático-populista; readaptaciones o reinterpretaciones de las políticas fascistas tradicionales a las nuevas circunstancias; el uso de la violencia (simbólica, psicológica, física); la expresión social, a través de una visión autoritaria y discriminatoria del mundo, de una legítima insatisfacción que atrae adeptos; la conducta política del ejecutivo de una suerte de “nacionalismo proimperialista”, etcétera.

Recibido: 13 de Octubre de 2023; Aprobado: 26 de Enero de 2024

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