Cuando las evaluaciones de la cuasi inflación de 2021-2022 (Galbraith, 2023) aparecieron este mes en los principales medios de comunicación estadunidenses, el pronóstico era bueno: la fiebre ha retrocedido y es posible que ya haya desaparecido. Los últimos informes (Harrison y Omeokwe, 2023) sobre gastos de consumo personal fueron jubilosos. Si las tendencias continúan, “un éxito así probablemente marcaría el legado [del presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Jerome Powell]”, señaló Jeanna Smialek (2023), del periódico New York Times.
El artículo de Smialek ilustra el fetiche del culto a la Reserva Federal. Los dos economistas que ella cita, un exfuncionario de la Reserva Federal y un banquero, están decididos a hacerle honores a Powell y sus colegas. “La Reserva Federal ahora mismo luce bastante bien”, dice uno. “Sin duda lo han hecho muy bien”, afirma el otro. Aun así, algunos lectores pueden albergar dudas, porque, como señala Smialek, tenemos “un resultado que los propios economistas [de la Reserva Federal] consideraban improbable hace apenas seis meses”.
¿Qué deberíamos entender por esto? Supuestamente, las acciones de la Reserva Federal “desempeñaron una función en […] impedir que los consumidores ajustaran sus expectativas”. Sin embargo, ninguno de los expertos, incluidos los profesionales que guían la política, compartió el optimismo acerca de la inflación que ahora se atribuye a las masas consumidoras, ni siquiera detectó su presencia. Con todas sus encuestas y todos sus modelos, quedaron sorprendidos.
Smialek admite que otros factores también influyeron; señala que “las tasas de interés más altas no repararon las cadenas de suministro”. Podría haber ido más lejos al recordar a los lectores que la inflación alcanzó su punto máximo en junio de 2022 (YCharts, 2024), sólo tres meses después de que la Reserva Federal comenzara a subir las tasas de interés. En ese momento, la tasa de interés oficial de esta institución (Federal Reserve Bank of New York, s. f.) había aumentado justo 75 puntos base, y nadie sabía cuánto más podría subir. De hecho, no tenemos pruebas de que la política monetaria haya tenido efecto significativo alguno sobre la trayectoria que siguieron los precios, ciertamente no antes del punto de inflexión de junio de 2022, ni tampoco después.
En la medicina moderna, un diagnóstico específico normalmente conduce a un tratamiento específico. Pero ése no es el caso en la economía moderna. En cambio, la ausencia de una secuencia ordenada en el episodio reciente recuerda al enfoque medieval de la medicina, según el cual todas las enfermedades surgían de un desequilibrio entre los cuatro “humores” corporales. Y, como en la medicina premoderna, el tratamiento es siempre el mismo, independientemente de la naturaleza del desequilibrio humoral. Los médicos medievales extraían sangre, los banqueros centrales modernos aumentan las tasas de interés. El paralelo es exacto, porque el pensamiento no ha cambiado.
En la macroeconomía dominante actual, la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra han sido remplazadas por dinero, gasto de gobierno, empleo y expectativas. Mientras que los pocos monetaristas que quedan culpan a la “impresión de dinero”, los fiscalistas se centran en los déficits presupuestarios. Luego están los de la curva de Phillips que perviven, para quienes una baja tasa de desempleo debe indicar peligro. Las teorías de las expectativas cubren los vacíos que dejan las otras tres.
Pensemos en Lawrence H. Summers,1 profesor de la Universidad de Harvard y exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, a quien el periódico Financial Times (2023) describe con razón como “uno de los economistas más influyentes de nuestro tiempo”. Desde principios de 2021, también ha sido el principal halcón2 de la inflación en los Estados Unidos (Hohmann, 2021), pues continuamente predice una inflación alta y persistente, y exige fuertes aumentos de las tasas de interés.
Los primeros análisis de Summers se reducían a dos argumentos: el mercado laboral estaba demasiado activo y el estímulo fiscal (ayudas por pandemia, gasto en infraestructura, incentivos a la inversión) era demasiado fuerte. La primera preocupación se basaba en la curva de Phillips, una reliquia de los años sesenta; la segunda se fundamentaba en la experiencia de la guerra de Vietnam, que también data de los años sesenta. Como revela Summers en una entrevista reciente con el Financial Times (2023), sus herramientas para elaborar un diagnóstico no han evolucionado mucho desde su adolescencia. Aunque admite que “ciertamente no ha sido un periodo glorioso para la curva de Phillips”, luego se apresura a agregar: “Pero no estoy seguro de que tengamos una teoría alternativa satisfactoria”.
Si por nosotros se refiere a los economistas ortodoxos, Summers tiene razón. Relega el monetarismo de Milton Friedman3 a casos “extremos”, como Argentina, y se muestra ambivalente respecto a las expectativas. Según la teoría de las expectativas, señala: “la inflación está determinada por las expectativas de inflación, y las expectativas de inflación las establecen las personas que forman las expectativas de inflación”. Dado este razonamiento circular, concluye Summers, “la teoría de la inflación se encuentra en un caos muy sustancial”.
Excepto que no. Había -y hay- una visión contraria, descartada en su momento como “equipo transitorio”.4 Summers reconoce nuestra existencia e incluso admite que por ahora hemos prevalecido. Sin embargo, no se atreve a confrontar nuestros argumentos. En cambio, afirma: “La ironía es que, si se demuestra que el equipo transitorio está justificado, será porque no se siguieron sus recomendaciones políticas. Será porque la Reserva Federal actuó con suficiente fuerza”. Aquí nos encontramos con el difunto espíritu medieval en plena flor. Los consejeros no tienen ni idea, y el chamán es ciego, pero sus poderes mágicos no se pueden poner en duda.
El 18 de diciembre de 2023 Rachel Siegel y Jeff Stein (2023), reporteros del periódico The Washington Post, escribieron que “la economía está terminando el año en una posición sumamente mejor a la que casi todos […] en la economía dominante habían predicho”. La referencia a “dominante” nos recuerda que sí existe una alternativa, cuyas predicciones, en esta ocasión, fueron más acertadas. Los escritores del Post explican los factores provisionales que realmente impulsaron la cuasi inflación de 2021-2022: crisis energéticas, interrupciones en la cadena de suministro y vivienda. Y luego se aventuran un paso más hacia la línea prohibida. Si bien siguen haciendo concesiones a la Reserva Federal, también señalan las medidas que tomó el gobierno de Biden para abordar estos problemas específicos.
Esto es medio cierto. Las políticas de la Casa Blanca (incluidas las ventas de la reserva estratégica de petróleo y la presión sobre los puertos para que permanecieran abiertos las 24 horas) fueron importantes. También lo fueron las fuerzas del mercado y el simple paso del tiempo. La política de la Reserva Federal no tuvo nada que ver con eso.
Por supuesto, admitir tanto sería ir demasiado lejos. Significaría que la economía está pasando de la era de los desangramientos y los conjuros a una época inspirada, digamos, por Louis Pasteur (un pionero de la inmunología) y Alexander Fleming (el descubridor de la penicilina). Si la economía por fin se convirtiera en una disciplina en la que diagnósticos específicos condujeran a curas específicas, los nigromantes tendrían que desaparecer. Aún no hemos llegado a ese punto, pero tal vez el momento va a llegar.