1. El siglo XIX y la historia léxica del español de Guatemala
A pesar de que es aún mucho lo que queda por analizar al respecto, no cabe duda de que en los últimos años el estudio histórico del vocabulario que se emplea en el español de Guatemala ha despertado un creciente interés entre los investigadores, lo que ha dado como resultado la aparición de múltiples investigaciones que permiten esbozar —ciertamente, aún de modo parcial y fragmentario— el desarrollo diacrónico que experimenta este nivel lingüístico en el país y que termina por configurar la importante personalidad léxica que hoy lo caracteriza. Aunque no es ahora el momento de hacer una revisión completa de tales estudios, es importante mencionar las relativamente abundantes aproximaciones dedicadas al siglo XVIII —a cuestiones como los indigenismos (Polo Cano, 2005; Ramírez Luengo, Aquino Melchor y Ramírez Vázquez, 2017) o la terminología propia de diversos ámbitos de especialidad como la política (Dym y Herrera Mena, 2014), el mestizaje (Ramírez Luengo, 2019), la medicina (Montero Lazcano, 2020; Ramírez Luengo, 2020, en prensa, en prensa b) o los tejidos (Martínez Puga, 2021)—, así como otras, bastante más limitadas en número y alcance, que se centran en los primeros siglos de presencia española en la región (Ramírez Luengo y San Martín Gómez, 2020; Herrera Peña, 2021) o se dedican a analizar cuestiones concretas del siglo de las Independencias (Herrera Peña, 2021b; Ramírez Luengo, 2021, 2021b, en prensa c).
Por lo que se refiere a este último periodo histórico, la escasez de trabajos que se acaba de mencionar no sorprende, pues enlaza con el tradicional abandono que en general ha padecido el siglo XIX en los estudios acerca de la historia del español (Ramírez Luengo, 2012, p. 7; Buzek y Šincová, 2014, pp. 7-8; Company, 2017, p. 76). Sin embargo, conviene señalar que resulta especialmente grave en el caso de América si se tiene en cuenta la especial relevancia que, desde numerosos puntos de vista, posee este momento para la historia lingüística de la región: en efecto, fenómenos propios del Ochocientos como el fraccionamiento político de los antiguos virreinatos en una serie de repúblicas independientes que favorecen la normativización de sus usos propios como estándar culto regional o la hispanización masiva de la población autóctona y la aparición/generalización de nuevas variedades de español indigenizado(Ramírez Luengo, 2011, pp. 15-17) demuestran claramente la indudable trascendencia de esta época para una mejor comprensión del devenir del español americano, y justifican sobradamente, por tanto, la necesidad de desarrollar nuevos y más detallados estudios que permitan conocer con mayor profundidad la situación que los diversos niveles del español americano —guatemalteco en este caso—, y muy especialmente su léxico, presentan en el corte cronológico mencionado.
2. El trabajo: objetivos, corpus y principios metodológicos
En este sentido, el presente trabajo tiene como propósito cubrir parcialmente los vacíos que se acaban de señalar en el párrafo anterior por medio del análisis lexicológico de los indigenismos que aparecen en los Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala (Ciudad de Guatemala: Encuadernación y Tipografía Nacional, 1892) de Antonio Batres Jáuregui, con la finalidad de conocer la incidencia que tienen estas voces en la que sin duda constituye la obra lexicográfica más importante, por su amplitud y por su calidad, de los publicados en este país en todo el siglo XIX. Partiendo, pues, de este propósito fundamental, los objetivos específicos que se persiguen son los siguientes: a) detectar los indigenismos léxicos recogidos en sus páginas y calibrar el peso de tales vocablos en el total de elementos censurados; b) llevar a cabo el análisis de estas voces según factores variados, tales como su origen etimológico, el campo léxico al que pertenecen o su carácter de americanismo desde una perspectiva de uso y dinámica de ese concepto (Ramírez Luengo, 2017);1 c) indicar primeras dataciones, sean absolutas o centroamericanas, de determinados vocablos en las páginas de Batres; y en definitiva, d) comprender de manera más profunda —y a partir de los juicios de valor explícitos que, respecto a estas unidades léxicas, aparecen en el volumen analizado— las ideas lingüísticas que sustentan la reflexión de Batres Jáuregui sobre las lenguas autóctonas y, de forma más amplia, la valoración de estas en la lexicografía centroamericana de finales del siglo XIX.
Por lo que se refiere al autor, es bien sabido que Antonio Batres Jáuregui (Ciudad de Guatemala, 1847-1929) constituye uno de los intelectuales centroamericanos más importantes del siglo XIX, así como el filólogo más relevante de Guatemala en esta centuria. Nacido en el seno de una familia de la élite capitalina, estudia filosofía y derecho en la Universidad de San Carlos y desarrolla una importante carrera como político, diplomático y abogado, además de impartir docencia en esta misma casa de estudios; su interés y su cultivo de la historia y la filología lo llevan a pertenecer a instituciones culturales nacionales y extranjeras muy variadas como la Sociedad de Amigos del País, la Sociedad de Historia Diplomática de París, la Sociedad Literaria Hispano-Americana de Nueva York o la Academia de Ciencias de El Salvador, así como a fundar en 1887 la Academia Guatemalteca de la Lengua, que llega a dirigir durante cierto tiempo.2 Por lo que se refiere a su pensamiento, la misma BVFE (2022) señala que “sus planteamientos, centrados en la figura del indígena, muestran tintes del racismo de la época y entran de lleno en el conflicto decimonónico de ‘civilización y barbarie’, planteando que el indígena debe asimilarse para lograr la ‘uniformidad biológica de la nación’”, en la línea de lo que constituye la ideología liberal (centro)americana propia de su época.3
Como era de esperarse, las creencias que se acaban de señalar terminar por reflejarse en su obra, e inevitablemente hacen acto de presencia en sus trabajos de corte filológico, fundamentalmente en sus Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala (1892) y El castellano en América (1904), que en palabras de Quesada Pacheco (2008, p. 150) reflejan —junto a otros estudios de varios autores del Istmo— “una tendencia más bien de corte conservador, cuyo interés primordial era mantener la lengua y la literatura unidas”, resultado de “cierto temor ante la idea de una desarticulación de la lengua española en el Nuevo Mundo”. Este hecho determina que los estudiosos centroamericanos del siglo XIX se entreguen a la tarea de “escribir gramáticas y diccionarios que condenaran todo tipo de expresión dialectal que atentara contra la unidad lingüística” (Quesada Pacheco, 2008, p. 151),4 en una tarea que resulta especialmente clara en una obra como la que se va a analizar en estas páginas, cuya denominación como vicios del lenguaje y provincialismos supone, en realidad, toda una declaración de sus intenciones: presentar —a partir del modelo de ejemplaridad que supone la norma peninsular española— “aquellas voces mal pronunciadas junto con frases frecuentemente incorrectas que, tal como indica el título, suponen un vicio que afea el lenguaje” (BVFE, 2022).5
Teniendo en cuenta lo que se acaba de señalar, cabe preguntarse cuál puede ser el interés lexicológico de una obra como los Vicios del lenguaje de Batres Jáuregui, y a este respecto es importante hacer hincapié en tres cuestiones de muy diversa índole: por un lado, en la inexistencia hasta el momento de corpus filológicamente fiables del ochocientos guatemalteco que permitan analizar el léxico empleado en esta variedad diatópica en tal momento de su historia; por otro, en la riqueza y amplitud de los fondos que atesora este diccionario, cuyas más de 500 páginas y 1800 entradas —entre voces y locuciones (Quesada Pacheco, 2003, p. 552) — lo transforman en una de las mejores y más ricas fuentes para el análisis de la cuestión; por último, en la propia finalidad prescriptiva de la obra, que necesariamente determina la aparición en ella de vocablos de uso frecuente y cotidiano en la Guatemala de la época,6 así como la plasmación en sus páginas de informaciones de tipo sociolingüístico y diafásico sobre determinados vocablos que reflejan lo que se puede denominar la mirada del filólogo(Ramírez Luengo, en prensa d) y que resultan fundamentales para obtener una valoración más precisa y más completa de las voces que se emplean en Guatemala en los últimos años del siglo XIX.7 De este modo, no cabe duda de que la conjunción de factores tan diversos —pero al mismo tiempo tan relevantes— como los que se acaban de mencionar termina por transformar el texto lexicográfico de Batres Jáuregui en un documento de primera importancia a la hora de estudiar el vocabulario decimonónico de esta variedad diatópica, y de ahí que sea preciso prestarle más atención de la que por el momento le han dedicado en general los investigadores interesados en la historia léxica del español americano.
Por otro lado, una mejor comprensión del estudio que se desarrollará a continuación exige explicitar los principios metodológicos que se han aplicado para dar respuesta a los objetivos propuestos. A este respecto, parece pertinente mencionar que estas páginas siguen el esquema de trabajo que, para el estudio del indigenismo en el español centroamericano de los siglos XVIII y XIX, se ha empleado ya con anterioridad —y con resultados satisfactorios— en Ramírez Luengo (2019b), tanto en lo que se refiere a la organización de los aspectos que interesa analizar como también en las estrategias empleadas para ello; así mismo, se retoma también en estas páginas la interpretación del americanismo del estudio mencionado, que define este concepto como aquella unidad léxica identificadora del “habla urbana, popular o culta, o ambas, de América y cuyo uso muy frecuente y cotidiano distancia la variedad americana respecto del español peninsular” (Ramírez Luengo, 2015, p. 116), algo que necesariamente implica reconocer la existencia de tres subtipos de americanismos (puros, semánticos y de frecuencia)8 y aceptar el carácter dinámico de los mismos, dado que la interpretación de un vocablo como tal “no se mantiene inalterada a través del tiempo, sino que puede variar a lo largo de la historia, dependiendo de los procesos de expansión o reducción geográfica que experimenten las diferentes unidades léxicas” (Ramírez Luengo, 2012b, p. 398).
3. El indigenismo en las ideas lingüísticas de Batres Jáuregui9
No cabe duda de que un título como Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala necesariamente parece identificar a su autor con esa corriente purista que, para la lexicografía centroamericana, establece Quesada Pacheco (2003, p. 550) en el siglo XIX, y de hecho son muchas las entradas del texto que parecen avalar esta interpretación, habida cuenta de la denuncia que Batres Jáuregui hace de lo que considera usos incorrectos en la pronunciación —sean fenómenos ya asentados en el país, como el yeísmo (p. 552), o sean vocablos concretos (aniegan, braviando, espelma, espeutro, gomitar, sectiembre)—, en la morfología —los géneros discordantes con la norma de reúma y sartén, la confusión de prefijos anti-/ante- (antidiluviano), ciertas formas verbales vulgares y/o analógicas (haiga, quedrán; andó, conducí, desdecí, maldecí)— o en la sintaxis, donde critica la pluralización del haber existencial (pp. 316, 335), el denominado hasta mexicano (p. 319), el uso transitivo de arder (p. 108) y muy especialmente el voseo (pp. 241, 247, 319, 392, 548). Por supuesto, su interés alcanza también al léxico, donde el intelectual guatemalteco no solo señala modificaciones semánticas americanas (apearse, alborotos, apercibirse, bandada) y discute la necesidad de incorporar ciertos neologismos (locomotiva, presupuestar, provisorio, tramitar, valorizar), sino que además critica el empleo de arcaísmos (aprevenido, atufado, chinchón, escurana), anglicismos (breque, budín, espiche, lunch/lonche) y muy especialmente galicismos puros o semánticos (acusar, bouquet, etiqueta, gros, ilusionarse, petipieza, pluscafé), en línea, pues, con lo que suelen ser las tendencias habituales en las obras de naturaleza purista que se publican en su época.
Como era de esperar, también los indigenismos hacen acto de presencia en estos Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala, si bien es importante mencionar que la actitud que Batres Jáuregui muestra hacia ellos está muy lejos de la denuncia y la crítica que —respecto a otros elementos— se ha mencionado en el párrafo anterior: así, tras recordar que “los numerosos idiomas indígenas prestáronle [= al español americano] rico contingente, al punto que, mientras viva, guardará restos del quiché, del mexicano, del quichua, del guaraní y de todas las principales lenguas que aquí hablaban al llegar los capitanes iberos” (p. 30), el autor indica una serie de factores que, a su entender, justifican la necesidad de incorporar los vocablos de origen amerindio al léxico español, entre los que se pueden destacar su uso generalizado entre los hablantes del continente (“las apadrina el uso de millares de hombres”; p. 32),10 su idoneidad para expresar conceptos y referentes novedosos (“se introducen justificados por la necesidad de denominar objetos o seres nuevos”; p. 28) o la relevancia que poseen para la propia identidad lingüística de los hispanoamericanos (“están en la condición modesta de provincialismos nuestros; pero que para nosotros tienen la importancia que en la familia se atribuye a las reliquias abolengas”; pp. 31-32). Salta a la vista, por tanto, que para Batres Jáuregui el indigenismo, lejos de ser un problema, supone en realidad un enriquecimiento del español (“el rico idioma de Don Quijote y Sancho habría que hallar con el tiempo, inagotable venero de elementos lexicográficos, dignos de tomarse en cuenta […], que lejos de amenguar el habla castellana, dale más valor, riqueza y gallardía”; pp. 32-33), el cual en modo alguno puede circunscribirse a los estrechos límites de sus orígenes latinos o de la norma peninsular:
Aumentóse asombrosamente el vocabulario usual, con voces autóctonas, aplicadas a objetos y usos distintos a los de España; voces que son americanismos de simpático sonido y regular estructura, dignos de figurar en el diccionario de la lengua, ¿ni qué más tiene que una voz descienda del latín o del árabe, o se derive del quichua o el cackchiquel, si se emplea por una colectividad respetable, de los veinticinco millones de hombres que hablan español en este continente? Nadie ha pretendido jamás que sólo el lenguaje que se oye al borde del Manzanares o las palabras que se escuchan en la calle de Valverde sean las que registre el léxico de la lengua (p. 33).
Así las cosas —y a la luz de lo que se acaba de señalar—, no puede sorprender que las entradas que se dedican a las voces de origen amerindio en los Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala se caractericen en general por constituir una explicación —en numerosas ocasiones de naturaleza enciclopédica—11 sobre el término en cuestión, en la que se precisa su origen etimológico, su distribución diatópica y su significado preciso, muchas veces en claro contraste con la información que facilita al respecto el Diccionario de la Real Academia Española, tal y como demuestran los ejemplos siguientes (ejemplos 1-3):
(1) En Guatemala significa una escalerilla de tablas, que sirve para llevar algo a cuestas (…). Es palabra mexicana, adoptada como tal por el diccionario de la Academia Española, que trae cacaxtle (p. 151).
(2) Así llamamos a lo que generalmente en América llaman chacra, que según el Diccionario de la Academia, es una vivienda rústica y aislada; pero con perdón del ilustre Cuerpo, chacra lo que quiere decir es una propiedad rústica pequeña, sembrada de árboles frutales (p. 195).
(3) esta palabra se deriva del mexicano exotl, que significa la vaina del frijol, cuando está verde. Como provincialismo de México figura aquel vocablo en el Diccionario de la Academia. Conste, pues, que también es voz que se usa en Guatemala (p. 264).
Se puede concluir, por tanto, que la presencia de indigenismos en la obra que se está analizando no se debe interpretar como una sanción contra estas voces, sino que, muy al contrario, supone una reivindicación de lo americano que implícitamente tiene como objetivo señalar la necesidad de incorporar tales vocablos a la obra académica, estableciendo para ello un diálogo entre Batres Jáuregui y la Docta Casa que también se produce en el caso de otros coetáneos como el peruano Ricardo Palma, y que sin duda obliga a considerar al autor —tanto por la atención prestada a su propia variedad diatópica como por el valor que le concede— un ejemplo más del paso de lo puramente preceptivo a lo descriptivo que se detecta a finales del siglo XIX en la lexicografía centroamericana (Quesada Pacheco, 2003, p. 550).
4. Batres Jáuregui y la historia del léxico guatemalteco: los indigenismos
A partir de todo lo que se ha señalado en el punto anterior, no puede sorprender que la presencia de indigenismos en la obra que se está analizando resulte muy abundante, y que se descubran tanto en el lemario como en el mismo cuerpo de las entradas, donde en ocasiones se emplean para definir o explicar los vocablos que interesa comentar (ejemplos 4-5).
(4) Es provincial la acepción de berrinche cuando los soldados dan ese nombre a una comida hecha de tortilla o totoposte con agua y sal (p. 134).
(5) Comal o cumal es un disco grande, delgado, de barro, con bordes, en el que los indios cocían y aún cuecen el tazcal o torta de maíz (p. 182).
Tomando ahora en cuenta únicamente las voces que aparecen lematizadas, conviene señalar en primer lugar que los vocablos de indudable origen amerindio ascienden a un total de 230 —en concreto 197 simples y 33 derivados—, a los que probablemente se puedan añadir otros que no se recogen en el corpus lexicográfico consultado12 o no presentan en él su etimología, pero cuya forma parece denotar esta misma procedencia (entre otros, chojín, chutuy, loroco, güiriche, güisespín, etc.).13 De este modo, si se considera que los Vicios del lenguaje cuentan con 1800 entradas (Quesada Pacheco, 2003, p. 550), salta a la vista que los indigenismos equivalen al menos al 12.77% del total de sus entradas, un porcentaje sin duda muy destacable que demuestra el interés que, desde el punto de vista cuantitativo, posee la obra analizada para la historia léxica del español de Guatemala, y más concretamente para el estudio de los préstamos amerindios, de aparición no tan abundante en otras tipologías textuales.14
Dicho esto, conviene aportar ahora los 230 vocablos de indudable origen indígena que aparecen lematizados en la obra de Batres Jáuregui, y que son los que aparecen en el listado siguiente: por lo que se refiere a las voces simples, aguacate, agüizote, aiguaixte, amol, anona, apasote, apaste, atol, ayote, bajareque, bejuco, bucul, cacao, cacaxte, caco ‘hicaco’, caimito, caite, cajete, calpul, calzonte, camagua/camagüe, cancha, canchalagua, canche, cantil, cempoasúchil, censonte, chácara, chacha, chachaguate, chajal, chalchigüite, chan, chancaca, chaneque, chapulín, chapupo, chara, chay, chayote, checa, chele, chibola, chicalote, chicha, chiche, chichicaste, chichigua, chigua, chilacayote, chilaquila, chilate, chilca, chile, chiltepe, chiltote, china, chinama, chingaste, chipe, chipilín, chipote, chipuste, chiquigüite, chiquirín, chirmol, chocoyo, chongo, chuco, cipote, claco, colocho, comal, comején, copalchí, copinol, cotuza, coyol, coyote, dividivi, ejote, eloatol, elote, guaca, guacal, guacamaya, guachipilín, guaco, guaguá, guaje, guajiro, guanaba, guanaco, guapinol, guarapo, guaro, guarumo, guasanga, guate, guayaba, güegüecho, güicoy, güisquil, huarahua, huipil, huisache, hule, izote, izquisuchil, jaba, jícama, jícara, jiote, jiquilite, jobo, jocote, jolote, juilín, jute, lora, manía ‘maní’, mapache, matate, mazacuata, maztlate, mecapal, mecate, mica, milpa, miltomate, mole, nacascolote, nagua, nance, nigua, nopal, ocote, pacaya, pachte, papa, papalote, papaya, pepesca, petate, pijije, pilguanejo, pilixte, piloy, pinol, pita, pitahaya, pizote, puchito, pulique, pupusa, pusunque, quequexque, quetzal, quijinicuil, sanate, sapuyulo, siguapate, sucucho, tabanco, tacuazín, taltusa, tamal, tamehua, tanate, tapalcate, tapalcúa, tapaljocote, tapesco, tayuyo, tazol, tecolote, tecomate, temascal, tenamaste, tepemechín, tepescuinte, tepocate, tequio, tetunte, tihuilote, tiste, tizate, tol, totopoxte, tul, tuna, tusa, yagual, yuca, zacate/zacatón, zopilote y zute; en cuanto a las derivadas, achimero, achucuyado, aguacatal, atolillo, azopilatado, cacaguatal, camotillo, chichona, chilar, chilero, chinear, chipear, chipioso, chiriviscal, chirmoloso, chojolería, cholojera, chumpipada, chumpipear, empetatar, enchichicastado, enchiladas, enzacatarse, guacaluda, guanacada, guatal, guayabal, micada, taltusero, tamalera, tomatal, totopón y yucal.
Dentro del análisis de las palabras simples —a las que se va a circunscribir el presente estudio—,15 resulta de interés centrarse en primer lugar en determinar cuál es su origen etimológico, pues esta cuestión permite obtener una primera idea sobre las lenguas que de manera más abundante contribuyen a enriquecer el léxico del español de Guatemala y, por extensión, de Centroamérica. De este modo, la revisión de la información que respecto a este asunto ofrece el corpus lexicográfico de referencia ya mencionado anteriormente permite establecer la tabla siguiente (tabla 1):
LENGUA | CASOS | VOCES |
Náhuatl | 142 (72.08%) | aguacate, agüizote, aiguaixte, amol, apasote, apaste, atol, ayote, cacao, cacaxte, caite, cajete, calpul, calzonte, camagua/camagüe, cempoasúchil, censonte, chacha, chachaguate, chalchigüite, chan, chaneque, chapulín, chayote, chicalote, chiche, chichicaste, chichigua, chigua, chilacayote, chilaquila, chilate, chile, chiltepe, chiltote, chinama, chingaste, chipe, chipilín, chipote, chipuste, chiquigüite, chiquirín, chirmol, chocoyo, chongo, chuco, cipote, claco, colocho, comal, copalchí, copinol, cotuza, coyol, coyote, ejote, eloatol, elote, guacal, guachipilín, guaje, guapinol, guate, güegüecho, güisquil, huipil, huisache, hule, izote, izquisuchil, jícama, jícara, jiote, jiquilite, jocote, jolote, juilín, jute, mapache, matate, mazacuata, maztlate, mecapal, mecate, milpa, miltomate, mole, nacascolote, nance, nopal, ocote, pachte, papalote, pepesca, petate, pijije, pilguanejo, pilixte, piloy, pinol, pizote, pupusa, quequexque, quetzal, sanate, sapuyulo, siguapate, tabanco, tacuazín, taltusa, tamal, tanate, tapalcate, tapaljocote, tapesco, tazol, tecolote, tecomate, temascal, tenamaste, tepemechín, tepescuinte, tepocate, tequio, tetunte, tiste, tizate, totopoxte, tul, tusa, yagual, zacate/zacatón, zopilote, chapupo, chele, güicoy, pusunque, quijinicuil, tapalcúa, tihuilote, pulique |
Leng. antill. | 22 (11.16%) | anona, bajareque, bejuco, caco ‘hicaco’, caimito, comején, guacamaya, guaco, guajiro, guanaba, guarumo, guayaba, jaba, jobo, manía ‘maní’, nagua, nigua, pita, pitahaya, tayuyo, tuna, yuca |
Quechua | 15 (7.61%) | cancha, chácara, chilca, china, guaca, guaguá, guanaco, guarapo, guaro, pacaya, papa, puchito, sucucho, chancaca, huarahua |
Leng. mayas | 9 (4.56%) | canche, cantil, chibola, tol, tamehua, bucul, chajal, chay, zute |
Caribe | 4 (2.03%) | guasanga, lora, mica, papaya |
Cuna | 1 (0.50%) | chicha |
Mapudungun | 1 (0.50%) | canchalagua |
Sin etimol. | 3 (1.52%) | chara, checa, dividivi |
TOTAL | 197 (100%) |
Dejando aparte tres vocablos cuya etimología no se ha podido obtener (chara, checa, dividivi), salta a la vista que es el náhuatl la lengua que resulta claramente predominante en los Vicios del lenguaje, con 142 elementos que equivalen a casi el 75% de todos los indigenismos del corpus, seguido a gran distancia por las lenguas antillanas y el quechua, que presentan unos porcentajes muy inferiores, del 11% y el 7% respectivamente; más allá de estos idiomas, los aportes del resto no pasan de ser meramente testimoniales, y en todos los casos presentan valores inferiores al 5%: nueve ejemplos tomados de las lenguas mayas16 y cuatro préstamos caribes, así como un único vocablo procedente del cuna y otro del mapudungun. Se esboza, así, una situación que concuerda muy bien con lo que se podía esperar, dado que refleja de manera muy clara tanto lo que numerosos investigadores han señalado reiteradamente sobre la influencia léxica de los idiomas amerindios en el español americano —esto es, la importancia del náhuatl en los territorios del virreinato novohispano, la escasa relevancia cuantitativa del aporte maya o la extensión de los antillanismos más allá de su solar originario (Ramírez Luengo, 2007, pp. 76-9)—, como lo que constatan otros estudios sobre la historia léxica de Centroamérica y/o Guatemala (Polo Cano, 2005, pp. 191-192; Ramírez Luengo, Aquino Melchor y Ramírez Vázquez, 2017, p. 115; Ramírez Luengo, 2019b, pp. 255-256, 2021b), en una muestra más de la continuidad fundamental que, con respecto a las tendencias de uso de estos elementos, se descubre en estas variedades diatópicas del español con independencia de los momentos históricos o de los corpus considerados.
Al mismo tiempo, la revisión de los datos etimológicos que aporta el texto de Batres Jáuregui permite constatar otros aspectos de interés, que se pueden cifrar fundamentalmente en tres: en primer lugar, es importante hacer hincapié en la cantidad de sistemas lingüísticos que, de acuerdo con el corpus aportan vocablos al español guatemalteco, así como su empleo en ámbitos geográficos muy distantes, pues ambas circunstancias evidencian muy a las claras la complejidad que supone la configuración léxica de las hablas americanas, resultante —entre otras cuestiones— no solo del contacto directo con los idiomas amerindios, sino también de los trasvases de vocabulario y de las influencias mutuas que establecen entre sí tales hablas a lo largo de la historia; en segundo lugar —y en clara relación con lo anterior—, resulta también relevante constatar la abundante presencia de quechuismos en esta obra, pues su empleo en Centroamérica durante el siglo XIX demuestra la necesidad de relativizar la frontera que tradicionalmente se establece en el sur de Colombia para la difusión de estos elementos; por último, es también muy valiosa la aparición en sus páginas de cierto número de mayismos, cuya escasez cuantitativa se ve compensada por su indudable importancia cualitativa a la hora de dotar de personalidad al español guatemalteco de la época, así como por la dificultad que supone la detección de estos elementos en otras tipologías textuales, cuestión que refuerza aún más la trascendencia que posee esta obra para el estudio histórico del español de Guatemala.
Por otro lado, el acercamiento a estos vocablos desde el punto de vista etimológico se puede complementar con un análisis de los campos léxicos a los que tales elementos se incorporan, pues este hecho “permite obtener una idea más precisa acerca de las realidades que de manera predominante son expresadas con préstamos de las lenguas autóctonas” (Ramírez Luengo 2019b, p. 256); en este sentido, la clasificación que —con base en la de Ramírez Luengo (2019b)— se ha aplicado a este corpus arroja los resultados siguientes (tabla 2):
CAMPO LÉXICO | CASOS | VOCES |
Agricultura/ganaderia | 41 (20.81%) | aguacate, anona, apasote, ayote, cacao, caco ‘hicaco’, caimito, camagua/camagüe, chácara, chan, chayote, chilacayote, chile, chiltepe, chipilín, coyol, ejote, elote, guanaba, guate, guayaba, güicoy, güisquil, jícama, jocote, manía ‘maní’, milpa, miltomate, nance, nopal, papa, papaya, piloy, pitahaya, tamehua, tapaljocote, tazol, tuna, tusa, yuca, zacate/zacatón |
Enseres /utensilios | 35 (17.76%) | apaste, bucul, cacaxte, caite, cajete, calzonte, chachaguate, chalchigüite, chay, chinama, chiquigüite, comal, guacal, guaje, huipil, jaba, jícara, matate, maztlate, mecapal, mecate, nagua, papalote, petate, tabanco, tanate, tapalcate, tapesco, tecomate, tenamaste, tetunte, tizate, tol, yagual, zute |
Fauna | 34 (17.25%) | cantil, censonte, chacha, chapulín, chara, chiltote, chiquirín, chocoyo, comején, cotuza, coyote, guacamaya, guaro, jolote, juilín, jute, lora, mapache, mazacuata, mica, nigua, pepesca, pijije, pizote, quetzal, sanate, tacuazín, taltusa, tapalcúa, tecolote, tepemechín, tepescuinte, tepocate, zopilote |
Flora | 29 (14.72%) | amol, bejuco, canchalagua, cempoasúchil, chicalote, chichicaste, chigua, chilca, copalchí, dividivi, guachipilín, guaco, guapinol, guarumo, izote, izquisuchil, jiquilite, jobo, nacascolote, ocote, pacaya, pachte, pita, quequexque, quijinicuil, sapuyulo, siguapate, tihuilote, tul |
Alimentación | 19 (9.64%) | aiguaixte, atol, chancaca, checa, chicha, chilaquila, chilate, chirmol, eloatol, guarapo, mole, pinol, pulique, pupusa, pusunque, tamal, tayuyo, tiste, totopoxte |
Partes del cuerpo/ características físicas | 10 (5.07%) | canche, chele, chiche, chipuste, chongo, cipote, colocho, güegüecho, huarahua, pilixte |
Sociedad/organización social | 10 (5.07%) | calpul, chajal, chichigua, china, guaguá, guajiro, guanaco, guasanga, huisache, pilguanejo |
Industria/construcción | 9 (4.56%) | bajareque, cancha, chapupo, claco, copinol, guaca, hule, sucucho, temascal |
Otros | 10 (5.07%) | agüizote, chaneque, chibola, chingaste, chipe, chipote, chuco, jiote, puchito, tequio |
TOTAL | 197 (100%) |
Así pues, quizá lo primero que se debe resaltar es la presencia de préstamos amerindios en múltiples campos léxicos de naturaleza enormemente variada —como la agricultura, la alimentación, los enseres y utensilios, la organización social o las partes del cuerpo y las características físicas—, pues este hecho constata una vez más que la incorporación de indigenismos, extendida por todo el vocabulario, supone una auténtica reorganización de este nivel lingüístico que resulta, además, fundamental para dotar de personalidad a las diferentes variedades americanas del español. Al mismo tiempo, es importante mencionar que esta generalización del indigenismo por múltiples ámbitos de la realidad no oculta la también evidente concentración mayoritaria en ciertas realidades concretas como la agricultura/ganadería, los enseres y utensilios, la fauna y la flora —que en conjunto representan el 70.55% de todos estos vocablos, equivalentes a 139 de los 197 localizados en el corpus—, en una situación que enlaza con la que se detecta en otros estudios sobre esta cuestión en Guatemala o en América en general (Ramírez Luengo, Aquino Melchor y Ramírez Vázquez, 2017, p. 117; Mejías, 1980, p. 19; Ramírez Luengo, 2007, pp. 74-75), y que se explica por “la originalidad que muestra América en estos aspectos” y, como consecuencia de ello, por “la necesidad que tiene el español de dar nombre a unos referentes desconocidos que carecen de él en la lengua” (Ramírez Luengo, 2019b, p. 258).17
En otro orden de cosas, es importante mencionar que las unidades léxicas que se registran en estos Vicios del lenguaje tienen también una gran trascendencia desde el punto de vista cronológico: en efecto, a pesar de que la modernidad de la obra (1892) pueda llevar a pensar lo contrario, lo cierto es que las escasas investigaciones desarrolladas hasta el momento sobre la temática tratada en estas páginas y la general ausencia —o escasa representación, al menos— de Guatemala en los corpus diacrónicos del español determina que en numerosas ocasiones los ejemplos registrados supongan la primera datación, absoluta o centroamericana, del elemento en cuestión, una nueva atestiguación de vocablos poco documentados en el pasado o incluso la única referencia histórica de voces registradas únicamente en sincronía, todo lo cual transforma a este texto en una fuente de primera importancia para el estudio del indigenismo y, por extensión, para la más completa reconstrucción de la historia léxica de la variedad guatemalteca del español.
Así pues —y a la luz de la información que ofrecen los grandes repositorios digitales (CORDE, CORDIAM, LEXHISP) y ciertas obras lexicográficas con datos sobre el desarrollo diacrónico del español centroamericano y guatemalteco (DCECH, DHECR; Quesada Pacheco, 2008; Ramírez Luengo, 2021)—, parecen pertenecer al último grupo mencionado, por ejemplo, chigua, aiguaixte, camagua/camagüe, cantil, chaneque, chapupo, checa, chele,18chibola, chipuste, copinol, cotuza, guanaco,19jute, mazacuata, pijije, pilixte, piloy, quijinicuil, tamehua, tapalcúa, tapaljocote, tihuilote, zute, mientras que la presencia en Batres Jáuregui de calzonte, chajal, chocoyo y copalchí viene a engrosar las muy escasas ocurrencias de tales unidades —en todos los casos, un máximo de cinco en los corpus consultados— 20 con que se contaba hasta el momento. Por lo que se refiere a las primeras dataciones, los casos documentados en este corpus suponen la primera aparición centroamericana de 33 indigenismos (en concreto, de caco ‘hicaco’, canchalagua, cempoasúchil, chancaca, chara, chiche, chilacayote, chilaquila, chilca, china, chipilín, claco, comején, dividivi, guaguá, guajiro, guanaba, huarahua, huisache, jícama, jolote, manía ‘maní’, mecapal, miltomate, mole, nigua, pilguanejo, puchito, siguapate, sucucho, tayuyo, tepocate y yagual), así como el testimonio más antiguo de bucul, canche, chinama, chipe, chipote, chiquirín, chuco, cipote, eloatol, guasanga, güicoy, izote, matate, pulique, pupusa, pusunque, sapuyulo, tazol, tenamaste, tetunte y tol, hasta hoy no registrados en su práctica totalidad antes de mediados del siglo XX.21
Finalmente, si hasta el momento se han analizado estos vocablos en tanto que indigenismos, parece importante también estudiarlos ahora en su carácter de americanismos, es decir, no tanto por su origen etimológico como por su empleo diatópico (Ramírez Luengo, 2017, p. 609) y, por ello, por su capacidad de dotar de personalidad léxica a una variedad geográfica concreta, en este caso la guatemalteca.22 De este modo, mientras que en la aproximación anterior todos los términos coincidían en su carácter de préstamo de las lenguas originarias de América, la situación que muestran desde este nuevo punto de vista es muy otra, pues las importantes diferencias que se detectan entre ellos los sitúan en las diversas categorías que engloba el concepto americanismo.
Por lo tanto, a pesar de que CORDE no permite describir en profundidad el empleo español y americano de todas estas voces durante la época de Batres Jáuregui,23 la distribución diatópica que se detecta en este corpus parece demostrar el carácter de americanismos puros (AP) de, entre otras, atol, calpul, chachaguate, chalchigüite, chapulín, chichigua, jiote, jiquilite, ocote, pacaya o tecolote, así como que aguacate, cacao, chácara, nagua, papaya o yuca reflejan las características propias de los americanismos de frecuencia (AF).24 Por su parte, los datos constatan también que a finales del siglo XIX guanaco —‘mamífero camélido propio de los Andes’ en España (CORDE) frente al valor guatemalteco de ‘provinciano’ que apunta Batres (pp. 308-309)— se debe entender como americanismo semántico (AS), mientras que jícara y nopal, presentes por igual en España y América, se han transformado ya en estos momentos en voces generales (VG) —sin capacidad, pues, para identificar diatópicamente al español de Guatemala—, en un nuevo ejemplo de los procesos de desamericanización(Ramírez Luengo, 2017b, p. 103) que modifican dinámicamente la valoración de determinadas voces y que, poco atendidos aún por los investigadores, resultan sin duda de enorme relevancia para la más profunda comprensión de la historia léxica del español (tabla 3).
5. Unas primeras conclusiones
De este modo, esta rápida revisión de los indigenismos que aparecen en los Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala ofrece ya una serie de conclusiones que responden a los objetivos planteados al inicio de estas páginas y permiten, en consecuencia, no solo comprender mejor el valor que Batres Jáuregui y la lexicografía centroamericana decimonónica concede a los préstamos de origen amerindio, sino también aportar datos de cierta relevancia para poder conocer más profundamente, y desde el punto de vista lexicológico, la —por el momento poco atendida— historia léxica de la variedad guatemalteca del español.
Por lo que se refiere a la primera cuestión, es importante mencionar que el autor de la obra, a pesar de constituir un claro exponente del movimiento purista de su época que busca censurar “todo tipo de expresión dialectal que atentara contra la unidad lingüística” (Quesada Pacheco, 2008, p. 151), no muestra en principio una actitud tan negativa para con el indigenismo como el título de su trabajo podría dar a entender; al contrario, sus páginas ofrecen en realidad una clara defensa de estas voces con razones de muy diversa índole —tales como su uso más o menos generalizado en el continente, su idoneidad para expresar nuevos conceptos o su importancia para la identidad lingüística americana—, así como un alegato a favor de su incorporación al cuerpo del idioma por lo que supone de enriquecimiento de una lengua que necesariamente debe ir más allá de los límites de la norma peninsular. No sorprende, por tanto, que las entradas que hacen referencia a estos elementos se desarrollen, más que como una crítica, como una explicación en la que se aportan datos muy variados —sobre todo, la etimología, la extensión geográfica y el significado preciso del vocablo— y en la que a menudo se corrigen las informaciones facilitadas por el Diccionario de la Real Academia Española, en lo que supone una reivindicación explícita y una observación de las hablas americanas que parecen preludiar el paso de lo preceptivo a lo descriptivo que se produce a inicios del siglo xx en la lexicografía de América Central (Quesada Pacheco, 2003, p. 550).
Por otro lado, resulta lógico pensar que esta visión positiva del indigenismo que se acaba de mencionar tendrá como consecuencia la aparición de numerosos vocablos de este origen en sus páginas, y es precisamente esto lo que se constata a la luz de los datos cuantitativos recogidos en este estudio: en efecto, la lectura cuidadosa del lemario de Batres Jáuregui arroja un total de 230 entradas indudables —197 voces simples y 33 derivadas— de esta naturaleza, a las que probablemente se puedan añadir algunas más cuya etimología no aparece en las fuentes lexicográficas consultadas. Si se tiene en cuenta que la obra analizada se compone de 1800 entradas (Quesada Pacheco, 2003, p. 550), se puede concluir que el indigenismo representa al menos el 12.77% de todas ellas, un porcentaje notablemente elevado que, como se señaló ya anteriormente, constata la trascendencia de este texto para el estudio del préstamo amerindio empleado en la Guatemala decimonónica y, por tanto, para la reconstrucción diacrónica del vocabulario diatópicamente restringido que dota de personalidad al habla de este país.
Ahora bien, la trascendencia que se acaba de mencionar más arriba no se queda en lo puramente cuantitativo, sino que es evidente también desde otros puntos de vista. Así, el análisis de los orígenes etimológicos de los indigenismos no solo refuerza algunas ideas ya conocidas sobre la importancia de determinadas lenguas amerindias en el enriquecimiento léxico del español guatemalteco —la importancia del náhuatl, el escaso peso del maya o la presencia de vocablos antillanos—, sino que además constata cuestiones de interés cuyo análisis habrá que realizar más adelante, y entre las cuales destacan sin duda dos: por un lado, la continuidad fundamental que en las diversas tendencias muestra este corpus decimonónico respecto a otros momentos históricos; por otro, la abundancia y dispersión geográfica de los sistemas lingüísticos que aportan voces al español guatemalteco, lo que revela la complejidad que esconde la configuración léxica de las hablas americanas, resultado no solo de la convivencia con los idiomas autóctonos, sino también de los trasvases léxicos e influencias mutuas que a lo largo de la historia se establecen entre las diversas regiones del continente. Por otro lado, la revisión de los campos léxicos a los que se incorporan estos elementos resulta también de interés por dos motivos: por un lado, porque su extensión por ámbitos de la realidad muy variados demuestra que la entrada de indigenismos supone realmente una completa reorganización del vocabulario del español americano; por otro, porque su concentración mayoritaria en ciertas esferas como la agricultura, los enseres o la fauna y la flora —que responde a la apropiación de realidades americanas por parte de la sociedad hispánica que se configura en el Nuevo Mundo— sigue las tendencias ya apuntadas en otros estudios y demuestra, una vez más, la estrecha relación existente entre los procesos históricos y los cambios lingüísticos.
Pasando ahora a la perspectiva de uso y, con ello, al peso de estos elementos en la conformación de la identidad léxica de la variedad guatemalteca del español, es importante mencionar las diferencias que, respecto a la definición aquí utilizada del americanismo(Ramírez Luengo, 2017), presentan estos elementos, los cuales no solo se distribuyen entre los tres subtipos existentes dentro de este concepto —a saber, puros (calpul, chapulín, pacaya), semánticos (guanaco) y de frecuencia (cacao, chácara, yuca) —, sino que en ocasiones se han transformado incluso en voces generales (jícara, nopal), lo que reafirma el carácter dinámico que identifica al americanismo y constata una vez más la existencia de procesos de desamericanización de los indigenismos (Ramírez Luengo, 2017b), aún poco analizados diacrónicamente. Por último, y desde lo estrictamente cronológico, la obra de Batres Jáuregui resulta también de notable relevancia, pues —a pesar de su modernidad— sus páginas aportan no solo la primera datación absoluta y/o centroamericana de numerosos vocablos (por ejemplo, bucul, canche, güicoy, pupusa, o tetunte en el caso de los primeros; canchalagua, chipilín, huisache, nigua o tepocate en los segundos), sino también la primera aparición histórica de voces solo recogidas en sincronía (cantil, chibola, jute, pilixte, tihuilote, zute) o incluso ejemplos de unidades léxicas con muy escasa atestiguación histórica (calzonte, chajal, chocoyo, copalchí), todo lo cual transforma a los Vicios del lenguaje en una obra fundamental para el más correcto rastreo diacrónico del aporte de las lenguas autóctonas americanas al español de Guatemala.
En definitiva, no cabe duda de que este primer acercamiento a la obra de Batres Jáuregui revela la enorme importancia que, desde diferentes puntos de vista —tanto lo historiográfico como lo más estrictamente lexicológico—, posee para la historia del español centroamericano el trabajo de este autor. Es necesario, por tanto, seguir indagando desde un punto de vista filológico las páginas de sus Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala y desarrollar estudios que, partiendo de ellas, analicen cuestiones tan variadas como sus ideas lingüísticas y las fuentes en las que basa sus apreciaciones, los rasgos fónicos y morfosintácticos que describe —auténtico diagnóstico sociodialectal de su época— o, ya en el vocabulario, los arcaísmos, galicismos y anglicismos que documenta, pues salta a la vista que es aún mucha, y de gran relevancia, la información que esconde este texto para poder avanzar de forma segura en el estudio del devenir diacrónico que, con el paso del tiempo, termina por configurar la variedad de español que identifica hoy a los guatemaltecos.