Antecedentes
Cuando decidí acercarme a la figura de Aldo Capitini, durante mi investigación para la reconstrucción de la Breve Historia de la Paz [Ameglio et al. 2017] y el diseño de dispositivos para la transformación positivas de los conflictos, descubrí que las fuentes en lengua española, donde lo mencionaban o directamente lo citaban, eran muy pocas y casi todas venían de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Por supuesto, nada se encontraba en librería y los pocos textos disponibles estaban sólo en las bibliotecas más grandes. La Carta de Aldo Capitini a José Luis L. Aranguren era y es, después de una larga búsqueda, una de las pocas fuentes disponibles [Capitini 1965]. También me di cuenta que la versión en inglés de los escritos más importantes de Capitini, gracias al esfuerzo conjunto de Jodi L. Sandford y Piero Giorgio Giacchè, solamente en mínima parte permitía al público angloparlante e internacional acercarse de manera seria y estructurada a su pensamiento noviolento [Giacchè 2020]. Era evidente, entonces, que para mi investigación debía volver a los textos originales, en lengua italiana, dando a conocer también al público latinoamericano la ideología de uno de los pensadores más notables del siglo xx.
Si hay una figura importante en la historia de la misma idea de noviolencia es la de Aldo Capitini; junto con Gandhi1 y King2 acuñaron el sentido profundo de, más que un modus operandi de la lucha, sino un modus vivendi, una manera de actuar y pensar la vida.
Desde hace más de 20 años me dedico, en el ámbito universitario, a la “construcción de paz”. Durante las investigaciones, me he dado cuenta que la figura de Aldo Capitini es, prácticamente, desconocida en México y en gran parte de América Latina. Con la intensión llenar este vacío, daré a la tarea de reconstruir, para mis colegas y mis estudiantes, su trayectoria humana y profesional, pues lo convirtió en uno de los pensadores fundamentales de la paz en el siglo xx
En este artículo, me dedicaré, entonces, a esbozar los orígenes del método capitiniano, enmarcándolos en su elección antifascista, convencido que en ese momento álgido de la vida de Capitini pueda ofrecernos suficiente información útil para comprender y transformar el presente.
La formación humana y profesional de Aldo Capitini
Nacido en Perugia, en 1899, justo en el umbral del siglo xx, se había visto obligado, por los azares de la vida, a emprender una formación meramente técnica que lo preparara al mundo del trabajo. El sueldo del padre, conserje del campanario municipal, y los ingresos intermitentes de la madre que trabajaba en casa como sastra, no eran suficientes para mantener a la familia. El joven Aldo fue, en un primer momento, inscrito a la escuela técnica, luego, destinado a ser ragioniere, una suerte de contador sin formación universitaria.
Ese camino formativo, debido a la situación socioeconómica de la familia, adquiere una importancia especial en el desarrollo del pensamiento capitiniano. El joven contador parte, en su propio proceso de construcción interior, a la praxis; aprende una profesión, intuye la importancia del trabajo y sublima, de alguna manera, la técnica como herramienta para incidir en la vida propia y de los demás. Cuando en 1924 Aldo Capitini se adjudicó una beca para estudiar, finalmente, Filosofía y Letras en la Escuela Normal Superior de Pisa,3 ya poseía una sólida formación práctica, sobre todo, la firme convicción que las ideas, separadas de la realidad cotidiana, no tienen ningún valor. En ese entonces pertenecía a la generación atropellada por el frenesí sangriento de la Gran Guerra4 y, a pesar de no haber sido parte del sacrificio inmenso de “Los muchachos del 99”,5 llevaba, en su propio patrimonio cultural y existencial, el trauma del primer conflicto militar, capaz de provocar la muerte de millones de personas6.
Justo en el año de la así dicha “victoria”,7 1918, Capitini da inicio a su formación humanística; parte de los autores clásicos, estudia latín y griego, descubre la intensidad de Homero y la frialdad de Cesar.8 A pesar de no quedar indiferente ante los autores más en boga en ese momento histórico tan agitado y rico de fermentos, se sumerge también en la lectura de otras voces de la cultura italiana y mundial. La retórica de D’Annunzio,9 las reflexiones autobiográficas de Slataper10 y las palabras violentas de los futuristas encabezados por Filippo Tommaso Marinetti11 dejaron así, de manera paulatina, espacio para autores que cuestionaban a fondo hechos y lenguajes de esos “locos años veinte”. Sobre todo, la lectura de los escritos de Piero Gobetti12, Carlo Raimondo Michelstaedter13 y Bòine14 marcaron su postura ante la previsible, pero ya incipiente dictadura fascista.
El ex socialista Benito Mussolini,15 quien en 1919 había dado vida a los Fasci di Combattimento16 cuando aglutinó el descontento y el coraje de una generación sacrificada en el altar de la patria, dos años después, en 1921, fundó el Partido Nacional Fascista (pnf), 17 con el cual, ya en 1922, había marchado sobre Roma,18 justo pocas horas antes de recibir, del rey Vittorio Emanuele iii, el encargo de formar el nuevo gobierno.
En 1924, cuando Capitini llega a la Normal de Pisa, la situación de la violencia en Italia ya era insostenible.
Después de las elecciones de ese mismo año, con las nuevas reglas establecidas por la Ley Acerbo,19 la oposición al gobierno fascista se había reducido a los mínimos términos. Ante la mayoría aplastadora de 374 fascistas, la oposición contaba con sólo 180 diputados, divididos entre ellos en una verdadera galaxia de formaciones políticas, que iba desde los católicos populares20 hasta los comunistas,21 pasando por los socialistas. De este mosaico, francamente débil, era parte el joven líder liberal Piero Gobetti.
El año más importante en la vida de Aldo Capitini fue 1924 cuando marcó, de manera decisiva, su formación humana y cultural; para Italia fue un año trágico. La agresión violenta y mortífera contra Gobetti, el secuestro y asesinato del líder de la bancada socialista, Giacomo Matteotti, llevaron al país a la dictadura. Justo en ese momento dramático de la vida colectiva, Capitini se vio en la necesidad de asumir una postura, esencialmente, individual.
Como muchas y muchos jóvenes de su generación, sentía en ese choque que rebasaba lo ideológico, era necesaria una verdadera toma de consciencia, como consecuencia, una clara elección de campo: o con los aqueos o con los troyanos, en suma, galos o romanos, sin espacio para los compromisos, se trataba de superar la tentación, seguido irresistiblemente, de la indiferencia.
Mussolini y sus seguidores más cercanos hablaban de “revolución fascista”, pero Gobetti, para referir expresamente a la marcha sobre Roma, hablaba de un “golpe de estado”. Capitini, al leer lo que escribía el joven editor de La rivoluzione liberale en 1922, pocas semanas después de la “toma del poder” por parte de los fascistas, confirmaba su sentir desde el primer momento:
El fascismo en Italia es una catástrofe, es un indicador de infancia decisivo, porque marca el triunfo de la facilidad, la confianza, el optimismo, el entusiasmo. […] el fascismo ha sido algo más: ha sido la autobiografía de la nación. Una nación que cree en la colaboración de las clases, que renuncia por flojera a la lucha política, es una nación que vale poco [Gobetti 1922].22
Probablemente, justo gracias a la postura compleja de Piero Gobetti, Capitini empieza a reflexionar alrededor de la distinción entre conflicto y violencia. Ante un fascismo que buscaba, por medio de la misma violencia, la desaparición de todo conflicto, el editor liberal proponía el valor de un conflicto que “no fuera, necesariamente violento”. En cada violencia, según Gobetti, es necesario reconocer también la responsabilidad de las víctimas, ya que:
Ni Mussolini, ni Vittorio Emanuele Savoia poseen la virtud de patrones, pero los italianos tienen el ánimo de los esclavos. (…) seamos sinceros hasta el fondo, yo he esperado con ansia que llegaran las persecuciones personales para que de nuestros sufrimientos renaciera un espíritu, para que en el sacrificio de sus sacerdotes este pueblo se reconociera a sí mismo [Gobetti 1922].
Estas palabras, aunadas al descubrimiento de autores como Tolstoi23 y Kierkegaard,24 quienes siembran en Capitini la convicción que la lucha, cuando es justa, es necesaria, lo llevan también a reflexionar sobre la relación entre los medios y los fines. Escribe a finales de los años veinte, poco después de haber madurado su ruptura con la Iglesia católica: “entre los medios y los fines existe la misma relación que encontramos entre la semilla y el árbol” [Valpiana 2018: 1].
Inicia, justo en esos años de transición, la investigación sobre el método. El “cómo” se vuelve más importante del “qué”, pues no sólo representa, de manera fáctica, la coherencia de una persona, sino que construye el sentido y el significado de lo que esa persona hace. Por esta razón, Capitini, a partir del pacto firmado25 por la Iglesia católica con el estado fascista, en 1929, se aleja de la religión como institución: “Si lo hubiera querido, (la iglesia) derrocaría al fascismo en una semana, implementando una verdadera “no colaboración”, (en vez de volverse) nuevamente aliada de los tiranos” [Valpiana 2018: 1]. Su reivindicación como “religioso libre”, entonces, fue más que un acto de libertad y coherencia, era el inicio de la construcción del “método de la construcción de paz”.
“Yo ya no era católico desde los 13 años, pero, al final de la guerra, había regresado a un sentimiento religioso, y mis estudios que siguieron, filosóficos e históricos, sobre los orígenes del cristianismo, más allá de las leyendas y los dogmas, habían concretado en mí un teísmo de tipo moral” [Capitini 2008: 2].26 En 1929 ya se considera a sí mismo una persona creyente en Dios sin la necesidad de referirse a una institución religiosa; libre del vínculo, puede tomar consciencia del papel, según él, devastador, jugado por la Iglesia católica en la formación del consenso hacia el régimen fascista.
La religión tradicional institucional católica, que había educado a los italianos por siglos, no los había preparado, en absoluto, para comprender, entre 1919 y 1924, cuánto mal se ocultara en el fascismo. Y ahora (esa misma iglesia) se asociaba, de manera profunda, visible, hasta con frases grotescas, con prestaciones de favor disgustosas, con homenajes recíprocos, a esos mismos poderosos que menospreciaban la escuela liberal y los movimientos socialistas, como si fueran cosas ya derrotadas [Capitini 2008: 2].
Justo de la “no colaboración”, necesaria para la oposición al sistema dominante; empieza con una franca y necesaria toma de consciencia, sigue con la objeción, se convierte en resistencia civil y culmina con una clara elección noviolenta.
El encuentro con Gandhi
A finales de una década turbulenta y rica de cambios traumáticos, no se había dado todavía el encuentro entre Capitini y el pensamiento gandhiano, sin embargo, ya estaban presentes en los elementos básicos de la “construcción de paz”.
Cuando finalmente, a pesar de las restricciones por parte de la censura fascista, llega a leer los primeros escritos del Mahatma Gandhi, Aldo Capitini, ya secretario de la Escuela Normal Superior de Pisa, ve confirmadas sus intuiciones sobre la importancia de un “método para la paz”. Descubre, justo en esa primera mitad de los años treinta, antes de la Segunda Guerra Mundial, que no hay método “para” la paz, es “por” la paz.
Cuando había empezado a estudiar los clásicos latinos, había aprendido, como miles de otros jóvenes italianos, que si vis pacem, para bellum (si quieres la paz, tienes que preparar la guerra). Gracias al encuentro con las ideas revolucionarias de Gandhi y Gobetti, Capitini voltea el discurso y acuña una consigna innovadora que, unos años después, utilizaría Bertolt Brecht en su Vida de Galileo: “si quieres la paz, prepara la paz”. Se trata, sin duda, del nacimiento del método capitiniano: un método nada indoloro, prevé renuncias, pérdidas y muchos sacrificios hechos con coherencia, bajo el nombre de la paz.
En 1932, Aldo Capitini se rehúsa a inscribirse al Partido Nacional Fascista y, como consecuencia inmediata de su resistencia, pierde el puesto de secretario de la Escuela Normal Superior de Pisa; es una decisión valiente y necesaria, tomada en consciencia y por consciencia, pues determina, enseguida, su aislamiento político. Visto desde el punto de vista de la construcción de la esperanza, se trata de un aislamiento que se convierte, de inmediato, en soledad antitética a las posiciones de la mayoría
El 4 de enero de 1933, Capitini renuncia a su puesto en la universidad con estas palabras: “He examinado, por mucho tiempo, desde el punto de vista religioso, el problema de la violencia y la enseñanza de tener confianza en ella, y me ha parecido que aquella enseñanza es un error y revela una falta de fe profunda en el espíritu” [Valpiana 2008: 2].
¿Qué es la religiosidad, entonces, para el “religioso libre”, Aldo Capitini, si no la fe inquebrantable en el espíritu de la persona humana? Una fe que alimenta permanentemente la coherencia y la persistencia.
Mahatma Gandhi escribía: “Persiste (porque) primero te ignoran, luego se burlan, después pelean contigo, y al final ganas” [Revelli 2004: 85]. Sin fe es muy difícil persistir en lo que se hace y resistir haciendo. Así que Capitini definió su propia elección antifascista; la explicaba, en espacial a su familia, pero también a sí mismo: “Hago lo que es justo y no temo nada. […] siendo yo contrario a la violencia, no puedo declararme fascista y cumplir la hipocresía de inscribirme o la cobardía de ceder” [Capitini 2008: 1].
La coherencia de la noviolencia va más allá de cualquier otra consideración, sin ninguna concesión a la conveniencia personal porque la “construcción de paz” incomoda, duele y cuesta. La lectura de Gandhi interroga a Capitini, problematiza cada una de sus elecciones personales y determina las posturas “difíciles”, ante la violencia, que tomará a lo largo de toda su vida.
“Si quieres cambiar al mundo, cámbiate a ti mismo” es la consigna de Gandhi que Capitini asume como propia desde el primer momento y la lleva hasta las extremas consecuencias. Fue emblemático el diálogo con Giovanni Gentile27 cuando, en 1932, había ido personalmente a Pisa para convencerlo de la necesidad de inscribirse al Partido Nacional Fascista. El filósofo, ya ministro de la Instrucción Pública en el Primer Gobierno de Mussolini, terminó diciendo: “Creo que no lograré persuadirlo...” y Aldo Capitini le contestó: “Creo que tampoco yo lograré persuadirlo a usted” [Russo 2022: 5].
La persuasión y la retórica, de acuerdo con las lecturas de Michelstaedter [2010], era un hecho individual, una acción permanente que las y los seres humanos ejercen sobre sí mismos. Capitini decía seguido: “Yo soy un auto persuadido” [Capitini 2003: 48] porque estaba convencido que toda persuasión hacia los y las demás, entendida como “acto de convencer”, acababa siendo, tarde o temprano, un acto de violencia.
Se trataba, entonces, de construir un método para trabajar en uno mismo, un camino noviolento para una verdadera matética de la paz. “Me volví vegetariano, porque veía que Mussolini llevaba a los italianos a la guerra, y pensé que, si se aprendía a no matar tampoco a los animales, se sentiría mayor aversión por asesinar a los seres humanos” [Capitini 2008: 2]. Todo esfuerzo, en Capitini, estaba dirigido a la búsqueda de su verdadero ser y no de lo que el sistema pretendía ser. Ese fascismo para forjar a los italianos podía ser derrotado sólo con la afirmación de la “autenticidad” de cada persona. Por otro lado, ¿no era Gandhi quien decía que había que ser consecuentes y auténticos? “Sé el verdadero tú (porque) la felicidad es cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía” [Farré 2021: 1].
Capitini lo había entendido ya en los primeros años treinta: las personas son felices sólo cuando son auténticas y coherentes. En su actitud hacia la otredad, era profundamente caritativo; reconocía el papel devastador de la educación en la formación de las personas y proponía que cada quien buscara su propia autenticidad para liberarse del condicionamiento sistémico operado por la escuela.
Es cierto, para los que han sido, desafortunadamente, educados a ese patriotismo escolar, para los que no pudieron, en la adolescencia, no absorber el dannunzismo y el marinettismo, el fascismo podía parecer algo energético, empeñado; y comprendo, por esta razón, los titubeos y las caídas de tantos de mis coetáneos […]. [Yo] preferí renunciar a la política activa, […] eligiendo el trabajo de estudio, poesía, filosofía, búsqueda religiosa; muchos otros, también por el hecho de haber vivido la guerra […], a lo largo del andén del patriotismo, del combatentismo y el escuadrismo, vieron en el fascismo la realización de todo. [Capitini 2008: 1].
La elección política
La crítica capitiniana al fascismo parte, entonces, del reconocimiento explícito del papel de la escuela en la construcción de una cultura permeable a las ideas violentas y autoritarias del partido de Mussolini, sin dirigirse, por ninguna razón y en ningún momento, a las personas, sino siempre al sistema educativo que las formó: “Yo pude contrastar el fascismo, desde el primer momento, porque me había liberado (aunque de manera imperfecta) del patriotismo de la escuela; este fue uno de los factores más determinante en la adhesión de muchas personas al fascismo” [Capitini 2008: 1].
En el método capitiniano la autenticidad de la persona humana deja de ser un mero objetivo para convertirse en un medio para la construcción de paz:
La oposición al fascismo se hizo más profunda, y, en mí, se volvió religiosa; […] busqué fuerza radical para la oposición en los espíritus religiosos puros, en Cristo, Buda, San Francisco, Gandhi, más allá de todo institucionalismo tradicional que traicionaba esa autenticidad [Capitini 2008: 4].
En la complejidad del pensamiento de Capitini, la idea religiosa se emancipa, por completo, de la institución que certifique la calidad de la fe de cada quien; no se trata tanto de creer en algo, sino de redescubrir nuestra propia autenticidad para ser capaces de construir la esperanza necesaria para la paz:
Profundicé en la noviolencia. Aprendí el valor de la nocolaboración (lo adquirí pagándolo, porque rechacé la inscripción al partido y perdí el puesto que tenía): soñé con los italianos que se liberaban del fascismo nocolaborando, sin odio ni matanzas de fascistas, según el método de Gandhi, una revolución de sacrificio que los purificaría de tantas escorias, y los renovaría, haciéndolos dignos de ser entre los primeros pueblos del nuevo horizonte del siglo xx [Capitini 2008: 2].
Esas palabras que llamaban y siguen llamando la atención (noviolencia, nocolaboración), en el lenguaje capitiniano no significan la negación de algo, es la afirmación de algo más. La noviolencia no es ni un error ortográfico ni la negación de la violencia, es una acción positiva que se desarrolla de una forma distinta a cualquier otra forma violenta. La nocolaboración es una acción afirmativa, que se opone a la de colaborar con un determinado sistema: Capitini, entonces, nocolabora con el régimen fascista y lucha en favor de un sistema diferente, de manera noviolenta. Una cosa es decir “no colaboración” frente a nocolaboración. En el primer caso se percibe la violencia de la acción hecha en contra de algo, en el segundo, en cambio, se muestra una actitud positiva por algo más; algo diferente. Para Capitini la nocolaboración tiene una verdadera carga innovadora.
En sus razones de la noviolencia utiliza seguido la palabra “lucha” y no se debe sorprender; su concepción compleja de la “construcción de paz”, parte de la constatación que “la noviolencia está en continua lucha, con las tendencias del alma y del cuerpo y del instinto al miedo y la defensa; con la realidad dura, insensible, cruel, con la sociedad, con la humanidad en sus hábitos psíquicos actuales” [Capitini 2004: 3].28 Se trata, evidentemente, de una lucha para cambiarnos antes de generar un cambio en el contexto social donde nos movemos. Capitini tiene muy clara la diferencia entre la “lucha” y la “violencia”: así como no toda violencia es lucha, tampoco todas las luchas son violentas.
Sin embargo, es cierto que: la noviolencia jamás es neutral. Ni pasiva, ni super partes, ante la injusticia que, a los ojos de Capitini, es la suma de todas las violencias, acompaña siempre la lucha de los y las últimas: “Los noviolentos son llevados a tener especial simpatía por las víctimas de la realidad actual, los afectados por la injusticia, la enfermedad, la muerte, los humillados, los ofendidos, los tullidos, los mansos y los silenciosos” [Capitini 2004: 4]. Por lo tanto, la opción noviolenta, la de la nocolaboración, tiene un sentido en la lucha antifascista: el acto de rehusarse a utilizar los medios propios del sistema, la idea de oponer a un régimen armado una lucha francamente desarmada, niega per se la validez de ese régimen y la legitimad de su sistema de poder; al contrario, la aceptación de las reglas del juego no hace otra cosa sino reafirmar la autoridad del poder constituido.
Los 12 No al fascismo
En este marco, que podríamos definir “ideológico”, se enmarcan los “12 no” que Aldo Capitini opone al fascismo.
1. Al nacionalismo
Se entiende que, mientras el fascismo se desarrollaba, casi insensible como yo era a la satisfacción “patriótica”, me encontraba en desacuerdo con su política exterior e interior. En lo concerniente a las relaciones exteriores, yo era, más o menos, un federalista, y me parecía que una unión de Italia, Francia y Alemania (alrededor de ciento cincuenta millones de personas) constituiría una fuerza viva y civilizada, también si Inglaterra hubiera querido quedarse por su cuenta; pero se necesitaba un espíritu común, que, en cambio, el nacionalismo arruinó por completo [Capitini 2008: 1].
La cultura nacionalista, uno de los pilares más sólidos del fascismo, perteneciente a todos los países europeos, era percibida por Capitini como una forma de egoísmo colectivo que, por su propia naturaleza, trabajaba en contra de la paz; “Exasperaba una referencia nacional y guerrera en todos los valores, justo cuando yo estaba convencido de que la guerra debilitaría Europa, y que la nación debería encontrar nexos precisos con las demás” [Capitini 2008: 1].
2. Al imperialismo
Es una palabra cargada de violencia, asociada al neocolonialismo que los países europeos, Japón, Asia y Estados Unidos asociaban al “espacio vital”, esa área geopolítica y económica necesaria para el desarrollo nacional. Capitini pensaba que “además de llevar a Italia fuera de su influencia europea, en los Balcanes, (la ponía) en una posición subalterna con respecto a Alemania” [Capitini 2008: 3]. Consideraba el imperialismo un método viejo e inadecuado al siglo xx, un elemento que operaba en contra de la necesidad de poner fin a todos los imperios y al fenómeno colonialista. Gracias a las lecturas gandhianas, así como el acercamiento a la producción gobettiana hayan desarrollado la consciencia antiimperialista que llevó Aldo Capitini a nocolaborar con el proyecto del Imperio fascista, pero también a contestar duramente la existencia de cualquier otro imperio, incluso a los derivados de las grandes democracias europeas, las cuales, por un lado, luchaban contra la barbarie fascista29 y nacionalsocialista, por el otro, oprimían la mitad de la humanidad y negaban los derechos de miles de millones de personas.
En esos años bélicamente connotados, la lucha de Aldo Capitini movía sus primeros pasos a otro ámbito, partía de presupuestos poco relacionados con el conflicto armado: la noviolencia, la nocolaboración, el internacionalismo humanitario.
3. Al centralismo absolutista y burocrático
Capitini no aceptaba la idea del Estado paternalista que pretendía responder sólo a todas las necesidades de las personas: “Con ese hacer descender todo de lo alto (además corrupto), mientras yo era descentralista, regionalista, para la educación democrática de todos” [Capitini 2008: 3]. Le preocupaba, en esencia, el tema de la responsabilidad individual y comunitaria ante un Estado que, tras una política asistencialista, ocultaba una clara estrategia clientelar dirigida a la implementación de un verdadero totalitarismo. En el centralismo fascista Capitini no leía ninguna postura solidaria, sino la clara voluntad de excluir cualquier otro actor social que no fuera el fascismo de la vida cotidiana de los y las ciudadanas.
4. Al totalitarismo
El objetivo principal de la política centralista del fascismo italiano era la construcción de un Estado totalitario. Antes de la publicación de La doctrina del Fascismo [Mussolini 1936], Capitini ya había comprendido que detrás del paternalismo mussoliniano se escondía el proyecto de ocupación de todos los espacios físicos, políticos, sociales y culturales. El gobierno fascista, a partir del 3 de enero de 1925, se había dado a la tarea de prohibir cualquier tipo de agrupación, asociación u organización que no respondiera directamente al Estado, es decir, al mismo fascismo. En pocos años, desaparecieron todos los partidos políticos, los sindicados, las organizaciones culturales, el asociacionismo de cualquier tipo, incluso el escautismo, ya que el Estado podía y debía hacerse cargo de todo, hasta del tiempo libre de las personas. El desierto político, social y cultural era verdaderamente devastador; Capitini recordaba como “la supresión de toda aportación de ideas y corrientes diversas (provocaba) que, cuando hablaba a los jóvenes de la vieja posibilidad de elegirse, a los veinte años, un partido, con sus propias sedes y un periódico, parecía que hablara de un sueño, de un reino feliz desconocido” [Capitini 2008: 3].
5. Al prepoder policial.
El pacifismo capitiniano representa el espacio ideal para la creación de neologismos (noviolencia, nocolaboración) porque es desde el lenguaje donde empieza la construcción de paz. No hay herramienta más sistémica que la palabra y es justo ahí donde empieza la deslegitimación del sistema, desde la revolución del vocabulario y, si fuera necesario, de la sintaxis, la cual se vuelve ideológica.30 La palabra “prepoder” no es una excepción, se trata del poder que no tiene ningún tipo de fundamento previo, el verbo de la “prepotencia” que, a pesar de no existir oficialmente, existe de manera fáctica. Capitini se refiere evidentemente a la policía fascista y su absoluta libertad de acción: “Por la cual una persona debía, siempre, temer hablando en voz alta, conversando con desconocidos, escribiendo una carta, haciendo una llamada por teléfono” [Capitini 2008: 3].
6. A la exaltación de la violencia
Si es verdad que la violencia es un producto cultural, que se aprende, por ende, se enseña cuando un entero sistema basa su propia fuerza en la mistificación del acto violento, lo primero por hacer, en una óptica pacifista, es oponer un claro rechazo. A partir de la retórica futurista que ya, entre 1909 y 1919, glorificaba “la guerra, única higiene del mundo” [Capitini 2008: 3], hasta la cultura violenta del escuadrismo fascista, “aquel gusto dannunziano y aquella exaltación de la violencia, de la cachiporra como argumento, del romper cabezas, del puñal, las bombas a mano, y, finalmente, la horrible persecución de los judíos” [Capitini 2008: 3], todo representaba, desde la perspectiva de un hombre noviolento como Capitini, la base cultural que justificaba el fascismo y legitimaba la injusticia.
7. Al ficticio revolucionarismo activista
Para Capitini, la palabra “revolución” era importante; sus bases gandhianas lo llevaban a coincidirla con el concepto de “cambio”. Cuando la revolución es noviolenta y dirige todos sus esfuerzos a la construcción de un sistema más justo, de acuerdo también con lo que escribía Piero Gobetti, desde su trinchera liberal, es una situación buena. Aldo Capitini no tenía dudas al respecto; sin embargo, así como la revolución puede ser justa y necesaria, también puede ser utilizada como pretexto. En el caso del fascismo que se autoproclamaba “revolucionario”, Capitini notaba: “Un conservadorismo sustancial, defensa de propietarios (y terratenientes), de lo que era viejo y hasta anterior a la revolución francesa” [Capitini 2008: 3]. Un activismo meramente revolucionarista representa, entonces, justo la negación del “activismo revolucionario” porque hace exactamente lo contrario de lo que dice y termina siempre castigando a las víctimas y premia a los victimarios. En otras palabras, el diseño revolucionario de reducir los conflictos sociales, por ejemplo terminaba aventajando a los empresarios y penalizando a los trabajadores y las trabajadoras.
8. A la alianza con el conservadorismo de la Iglesia católica
El rechazo del acuerdo entre Estado fascista e Iglesia católica es sólo una parte de la crítica capitiniana a la religión —en el caso de Capitini, la católica, pero el discurso podría extenderse para todas las tradiciones religiosas— y por la precisión a la institución religiosa que por su misma naturaleza siempre tiende a ser conservadora, sin aceptar fácilmente los cambios. Por esta razón, las iglesias tienden a aliarse con el sistema y, cuando el acuerdo no es posible, a buscar equilibrios mínimos que les permitan márgenes de movimiento. El precio de estos acuerdos es, evidentemente, la pérdida de credibilidad, la incoherencia y la complicidad, pues en el momento cuando se acuerdan con el sistema, empiezan a legitimarlo por medio del reconocimiento político y espiritual que le otorgan. Capitini rechaza el conservadurismo de la Iglesia católica: “De la parroquia, de las jerarquías eclesiásticas, (prestando al sistema) los ritos y el lado reaccionario de la religión” [Capitini 2008: 3].
9. Al corporativismo
El tema del corporativismo representaba, en el análisis capitiniano del fascismo, uno de los aspectos más negativos. Ese diseño político dirigido a la anihilación total del conflicto social provocaba, en el Capitini pacifista y noviolento, una auténtica reacción de rechazo porque presuponía “una insostenible paridad entre capital y trabajo, que se convertía en una prisión para las multitudes trabajadoras a la merced de los patrones” [Capitini 2008: 3]. En la visión totalitaria del jefe del fascismo no había espacio para la división del país, ningún tipo de división; al forzar el pensamiento hegeliano, Mussolini, apoyado por el filósofo Giovanni Gentile, consideraban que nada podía ubicarse fuera del área de control del Estado.
Ni individuos, ni grupos (partidos políticos, asociaciones, sindicatos, clases) fuera del Estado. Por ello, el fascismo es contrario al socialismo, el cual reduce e inmoviliza el movimiento histórico en la lucha de clase e ignora la unidad del Estado que puede reunir a las clases armonizándolas en una sola realidad económica y moral [Mussolini 1936: 4].
Aldo Capitini no era propiamente un socialista, menos comunista, era un humanista que construía, de manera permanente, su propia postura pacifista y noviolenta, se nutría de muchas contaminaciones políticas, religiosas y culturales diferentes. Capitini distingue entre “las herramientas de cambio” y “la violencia como instrumento de lucha”; no sólo no le teme al conflicto, sino que lo considera esencial, siempre y cuando se conduzca de manera noviolenta, nocolaboradora y proactiva. De nuevo surge la metáfora de la semilla: los medios son importantes cuanto los fines y entre ellos debe existir siempre una verdadera correspondencia. Es decir que la paz se debe construir con la paz, la justicia con la justicia y un mundo libre de violencia con la noviolencia. Pretender hacer lo contrario, obstinarse a utilizar medios violentos para construir la paz —o la que nosotros definimos como tal— nos lleva al fracaso.
En el pensamiento capitiniano el corporativismo no encuentra ningún respaldo porque termina favoreciendo a los ricos y castigando a los pobres, menospreciando y silenciando a los últimos.
10. A la cultura y la educación únicas
Aldo Capitini sabe muy bien que la lucha nacionalista por la cultura siempre termina siendo violenta y enemiga de la paz. Percibe, en el aire de la Italia de los primeros años treinta, el proyecto “insano de un solo tipo de cultura” [Capitini 2008: 3] y reconoce que la defensa de la italianidad no es otra cosa sino el proyecto de la imposición de una sola educación, la fascista; en cambio, “estaba convencido de que una sociedad nacional necesita, como el pan, de la libre producción y circulación de las diversas formas de la cultura” [Capitini 2008: 3].
La cultura, en la visión de Capitini, es entonces un patrimonio cambiante que un pueblo pone a disposición de todos los demás sin cerrarse a la contaminación y sin ceder a la tentación de la superioridad; no es una herramienta de división, discriminación o colonización, sino un instrumento de diálogo.
11. A la ostentación de las pocas cosas hechas con el dinero de todos
La crítica de Capitini se dirigía, en especial, a la retórica fascista que exaltaba pocas intervenciones aparentes ante una situación evidente de degrado, especialmente en el sur de Italia. Según su naciente pensamiento pacifista, basado en la responsabilidad colectiva y de los individuos, sólo hay una persona peor que no hace algo para el bien común: la que finge hacer algo que, en realidad, no hace, además, “desperdiciando inmensos capitales” públicos [Capitini 2008: 3].
12. La omnipotencia de un solo hombre
En fin, el último de los 12 No al fascismo, Capitini lo reserva para el Duce, el jefe indiscutible que tantos y tantas seguidoras tenía en la sociedad italiana e internacional: “un hombre cuya tosquedad, mutabilidad, actitud egoísta, iniciativa bandolera, ligereza para enfrentar las cosas serias, secuelas de errores e irrazonable irracionalidad, eran evidentes” [Capitini 2008: 4]. Aldo Capitini estaba convencido de:
Que el gobierno de un país debe, lo más que pueda, dejar que sean las demás fuerzas a operar, para adquirir, de manera anónima, consejos y colaboraciones, para que el verdadero esplendor esté en los valores puros de la libertad, la justicia, la honestidad, la producción cultural y religiosa, y no pretendiendo que resida en las personas que, en uniforme militar o menos, en el gobierno o siendo jefes de estado, simplemente están al servicio de esos valores [Capitini 2008: 4].
Conclusiones
Es evidente que el fascismo, como ideología, movimiento y partido político, gobierno y sistema totalitario representaba y representa justo la antítesis del pensamiento capitiniano; era la negación de los valores democráticos, de solidaridad y noviolencia que Aldo Capitini constituían, el armazón necesario y vital de todo el “método pacifista”. Un régimen que exaltaba la violencia como herramienta para cambiar el mundo, utilizaba la cultura y la lengua como instrumentos de propaganda para fortalecer al nacionalismo, desaparecía y hostigaba a la sociedad civil para que el Estado ocupara todo el espacio físico, político, social y cultural, nada tenía relación con su idea de cambio profundo.
Capitini interioriza su elección antifascista y va más allá de una mera cuanto valiente postura política;31 es una decisión ética dictada por una verdadera objeción de consciencia; rompe con las costumbres sociales y rechaza todo conformismo, incluso al “conformismo de la lucha”. No se disocia de la resistencia armada contra el nazifascismo, pero tampoco participa en ella, estaba convencido que el método noviolento se construye a partir de la coherencia, para dar vida a un espacio nofascista y sin limitarse a luchar contra el fascismo, con las mismas herramientas que el fascismo exalta y promueve por medio de su educación violenta y autoritaria. Él no lucha contra los y las fascistas, sino en favor de un mundo donde el fascismo no tenga cabida.
El discurso de Aldo Capitini es sumamente complejo. De acuerdo con una lectura superficial de sus elecciones personales, ante su rechazo de las armas, aunque fuera la sola herramienta, posible en contra de la opresión nacionalsocialista y fascista, podría casi resultar un pusilánime, un soñador totalmente inadecuado ante las interrogantes de la Historia, pero los hechos dicen exactamente lo contrario. Fue arrestado dos veces [Ruggero 2022]: en Florencia, 1942, y en Perugia, 1943; fue encarcelado y liberado sólo después del golpe de estado32 en contra de Mussolini, el 25 de julio de ese mismo año. El 8 de septiembre,33 ante la disyuntiva entre colaborar con la resistencia partisana34 o quedar en los márgenes de la lucha armada, opta, como hará otras veces en su vida, por una tercera vía: la fundación de los Centros de Orientación Social (c.o.s.),35 que constituirán el eje portante de su movimiento [Coppi 2005]. Está convencido, como recuerda Antonio Areddu en 1988, para conmemorar los 20 años de su muerte, que el verdadero valor de la noviolencia no reside, per se, en el acto de no ser violentos, sino “en todo lo que viene junto con ello y que está en el origen de ello: el ánimo, la intención, el amor, los esfuerzos hechos, el sacrificio de uno mismo” [Areddu 1988].36
Aldo Capitini estaba firme y coherentemente convencido que sólo nocolaborando con un determinado sistema de poder y rechazando el uso de los medios que ese mismo sistema promueve, es posible luchar en contra de ello para cambiarlo de verdad.
En cada lucha, en todo conflicto para cambiar el mundo violento, la construcción de dispositivos para la intervención requiere tomar en cuenta a la noviolencia como único camino posible. El método capitiniano para la transformación de los conflictos, en efecto, no prevé, de ninguna manera, el uso de herramientas de violencia directa o indirecta. Rehusarse a utilizar las armas en contra de quienes las usan en contra de nosotros, requiere mucho valor y no significa en absoluto renunciar a luchar para que las cosas cambien.
De aquí nuestra investigación para la construcción de un método noviolento y nocolaborativo para la transformación positiva de los conflictos.