Introducción
Durante las décadas de 1820 y 1830, las publicaciones editadas en Londres por Rudolph Ackermann, la mayoría dirigidas por españoles exiliados en la llamada “década ominosa” del absolutismo fernandiano (1823-1833), dominaron el circuito de impresos ilustrados con destino a los países de habla hispana. A los famosos catecismos -manuales didácticos de agricultura, moral, medicina o historia- o los No me olvides -adaptación de los Forget me not publicados en Londres, especie de almanaques ilustrados de fin de año- Ackermann fue sumando mensuarios en español de carácter misceláneo y de divulgación científica, como las Variedades o Mensagero de Londres (1823-1835), el Correo Literario y Político de Londres (1826), El Instructor o Repertorio de Historia, Bellas Letras y Arte (1834-1841) y La Colmena. Periódico Trimestre de Ciencias, Artes, Historia y Literatura (1842-1845).
Estos periódicos, sobre todo El Instructor y La Colmena, con periodicidad mensual o trimestral, representaban para el público hispano una extensión de los illustrated weeklies, encabezados por The Penny Magazine (1832), editado por Charles Knight y la Society for the Diffusion of Useful Knowledge (modelo que hallaría en Francia su expresión homóloga con el Magasin Pittoresque, en 1833). En definitiva, se trataba de publicaciones comerciales que buscaban una ampliación del público lector -es decir, de suscriptores- a partir de una propuesta tipográfica de carácter misceláneo, enciclopédico e ilustrado, cuya consolidación y posterior expansión se debió en buena medida a la alianza que este tipo de impresos estableció con los relatos seriados.1
En ese contexto, el surgimiento en 1842 de El Correo de Ultramar marcó un hito en la serie de publicaciones destinadas a los países de América Latina. Editado en París, de redacción bilingüe al comienzo, el periódico dirigido por Xavier de Lasalle se convirtió rápidamente en uno de los principales impresos europeos para lectores hispanos.2 En ese rápido proceso, atento a la creciente diversificación de las demandas lectoras, Lasalle fue transformando y variando su oferta editorial a lo largo de los años en su periódico. Al subtítulo “Periódico político, literario, mercantil e industrial” con el que se publicó en 1842, su editor fue añadiendo otros títulos y suplementos como la Revista Literaria y de Modas (1842-1853), El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas (1853-1886), y La Moda del Correo de Ultramar. Periódico de las Novedades Elegantes, Destinado a las Señoras y Señoritas (1869-1886). En todos los casos, la publicación buscaba combinar el afán noticioso con la divulgación y el entretenimiento. En este sentido, el programa de El Correo confluía con el surgimiento del formato magazine, cuya etimología remite a la explicación que el fundador del clásico The Gentelman’s Magazine (1731-1922), Edward Cave, otorgaba al nombre de su impreso: un depósito o almacén de vida y sabiduría de la época.3
Dicha inscripción puede verse claramente en la presentación de 1853 de la Parte Literaria e Ilustrada Reunidas, en donde se habla del éxito de la “ilustración inglesa” (en la tradición del magazine), pero sobre todo se hace hincapié en la calidad (y cualidad) visual del impreso. La nota de presentación a los lectores advertía sobre los cambios:
El celo con que cada uno de nosotros desempeñará su respectiva tarea, las diversas mejoras y ventajas que presentará nuestra publicación, comparada a las demás existentes en los distintos puntos de Europa, la belleza tipográfica del texto, los numerosos y variados grabados que esmaltarán nuestras páginas […], no nos permiten duda alguna acerca del resultado de la presente transformación.4
Acorde con los adelantos técnicos de la época, El Correo alcanzaba por fin su inflexión “magazinesca”. El recurso de la imagen se presentaba como el elemento principal de esta renovación impresa: “Para tan vasta empresa, insuficiente es la palabra, y pálido el texto más animado: así los grabados formarán la parte principal de nuestra obra”.5
El Correo de Ultramar ha sido objeto en los últimos años de diversas aproximaciones críticas. Se ha observado el carácter contradictorio entre un discurso político moderado, más bien conservador, y su rol de divulgador de los avances científicos y técnicos;6 su dominio en el paisaje mediático de ultramar y los intereses materiales de algunos de sus redactores y editores propietarios, con algunas regiones específicas de América Latina7 (el tipo de representaciones romántico-costumbristas de la literatura de viajes esparcida en sus páginas sobre la geografía americana, con evidentes resonancias humboldtianas;8 los posibles modos en que la literatura de folletín dialoga con el perfil editorial y político de la publicación).9
Sin desatender estos antecedentes, nuestra propuesta se aparta de las miradas panorámicas, temáticas o contenidistas, para concentrarse, en cambio, en el impacto editorial y literario que tuvo El Correo de Ultramar en el Río de la Plata, especialmente en Buenos Aires. Si efectivamente El Correo se convirtió en una vidriera de alcance continental, una prestigiosa y requerida publicación miscelánea que a nivel hispano competía con otras empresas de largo prestigio, como la Revue des Deux Mondes, a tal punto que célebres escritores como el peruano Ricardo Palma o el galo-uruguayo Isidore Ducasse (conde de Lautréamont) guardaban en su biblioteca una colección completa,10 no menos cierto es que su inserción y circulación en las distintas ciudades cabecera produjo -o impulsó- una transformación editorial novedosa. La combinación entre publicidad, folletín y entregas a bajo precio, según lo observaba Roger Chartier para el caso francés,11 no sólo reorganizó el mercado editorial, sino que trastornó la propia superficie del periódico. En Buenos Aires, el fenómeno empezó a hacerse efectivo con la difusión de El Correo y sus productos impresos.
El Correo de Ultramar y el mercado de los periódicos en español
A mediados de la década de 1830, cuando el librero y pedagogo Marcos Sastre fundó el Gabinete de Lectura en el que se desarrollarían los encuentros del célebre Salón Literario, si bien ya circulaban las obras de Walter Scott, Chateaubriand, Humboldt, Rousseau -la Nueva Eloísa y el Telémaco eran las obras más promocionadas por los avisos de las librerías- e incluso Villemain -cuyos Cours sobre la literatura francesa fueron profusamente citados en toda Hispanoamérica-, la literatura romántica todavía se restringía a lecturas de cenáculo y a menciones esporádicas en la prensa de autores canónicos como Byron o, en la tradición española, Mariano José de Larra. No obstante, las novedades literarias llegaban sobre todo a través de la prensa venida de Europa -Le Globe, Revue Encyclopédique, Revue des Deux Mondes, Edinburgh Review, entre las más leídas-, a la que empezaban a sumarse mensuarios o revistas en español, como las mencionadas de la empresa Ackermann (en particular El Instructor y su continuación, La Colmena).12
En 1835, el litógrafo suizo César Hipólito Bacle lanzó el semanario ilustrado El Museo Americano (1835), al que le siguió El Recopilador (1836), buscando interceder en la embrionaria demanda de publicaciones ilustradas. Algunos de los más conspicuos integrantes de la llamada Generación romántica argentina, como Juan María Gutiérrez, Esteban Echeverría y Juan Thompson, dieron a conocer sus primeros ensayos en el último semanario de Bacle.13
1835 fue el año en que Juan Manuel de Rosas asumió su segundo mandato, con las consabidas facultades extraordinarias. El conflicto desatado tres años después con Francia, que determinó el bloqueo portuario, sumado a los movimientos de sublevación de la facción unitaria y al levantamiento de Fructuoso Rivera contra Oribe en Montevideo, llevó a una concentración del régimen rosista -no sólo en términos presupuestarios- que impactó notablemente en el espacio público. Al exilio de los intelectuales románticos reunidos antaño en el Salón Literario, siguió una consecuente restricción de publicaciones periódicas.14 No obstante, la acotada circulación de El Correo de Ultramar durante los primeros años no parece explicarse por los conflictos bélico-políticos que caracterizaron el periodo sino, con mayor probabilidad, por los plausibles vaivenes de la competencia editorial. En efecto, todavía en 1843 -y, en parte, en 1844- la lectura miscelánea del público bonaerense estaba dominada por las ofertas de Ackermann, como deja ver el siguiente aviso de La Gaceta Mercantil:
LA COLMENA
Sucesora del Instructor
2° y 3° NÚMEROS
De este importante, nuevo y utilísimo periódico de ciencias, artes, historia y literatura, acaba de recibirse. Si el Instructor pudo merecer la general acogida que obtuvo durante su prolongada existencia, LA COLMENA espera no ser menos digna que su predecesor.
Ella de suyo ofrece a toda clase de personas varios conocimientos de profunda instrucción en todos los ramos: la diversidad de materias que forman su programa, la belleza de sus láminas, la elegancia de su tipo […], hacen por todas estas razones confiar obtendrá de este ilustrado público una protección igual a la del Instructor. LA COLMENA se publica en Londres en forma de cuaderno; su volumen es triple mayor que el Instructor, y se recibirá por trimestre: se admiten suscripciones en la Librería N° 51, calle de la Universidad, frente al Colegio.15
Puede conjeturarse que el fenómeno tenía un alcance continental y que los primeros años El Correo de Ultramar no sólo debió competir con publicaciones similares de Londres o Madrid -el Museo de las Familias, por caso-, sino también afianzar sus vínculos con agentes locales que garantizaran sus disposiciones empresariales. La reseña que le dedicó Domingo Faustino Sarmiento desde El Progreso chileno, ante la aparición de su primer número, viene a reforzar esta idea:
El Correo de Ultramar es un periódico nuevo en su jénero, mui superior al cuentero del Instructor i a la Colmena. Estos dos últimos no están destinados a darnos la consecuencia del siglo en que vivimos. Son periódicos atrasados, por más que estén bien impresos. Por su medio no llegaremos nunca a comprender la verdadera situación de las sociedades en que vivimos, ni el carácter que tiene hoi el pensamiento humano, ni las doctrinas en que se apoya, ni la escala en que se desenvuelve. El Correo de Ultramar nos hace esperar todo esto, tanto por la capacidad del conocido escritor que dirije la redacción (en la que necesariamente deben estar enrolados una porción de hombres dignos de asociarse con Mr. de Cassagnac), cuanto por la especie de manifiesto que hace de las materias que tratará.16
Como era habitual en Sarmiento, ante la novedad editorial proveniente de Francia su consideración se vuelve expresión de deseo. La ligereza del encomio no impide advertir, sin embargo, los programas contrapuestos. Esa competencia, sumada a las necesarias inversiones destinadas a afianzar una red de comisionistas confiables, puede explicar las infructuosas tentativas de El Correo por imponerse durante los primeros años.17
El periódico de Lasalle, cuyo surgimiento responde, entre otros motivos, a intereses materiales de su principal redactor, el esclavista Bernard Granier de Cassagnac, constaba inicialmente de tres partes, claramente diferenciadas: una sección política, una revista literaria y una de modas.18 Su distribución en las antiguas cabeceras coloniales se daba a través de filiales instituidas, con la presencia de un agente -militar, librero, periodista o comerciante- encargado de mediar la suscripción y la venta al público. Puede presumirse, por los nombres que aparecen en el cabezal del periódico, que en la mayoría de los casos se trataba de sujetos pertenecientes a la colectividad francesa. En Montevideo, primero, y luego en Buenos Aires, el comisionista responsable durante los primeros años de El Correo fue el “fourierista” Eugène Tandonnet, quien años después trabaría amistad con Sarmiento en el viaje que lo condujo a Francia.19 Los anuncios en la prensa local dejan entrever precariedad en el sistema de suscripción. Así, si a principios de 1845 la sucursal para el registro a nombre del francés se ubicaba en el Hotel del Río de la Plata, calle de la Alameda núm. 4, “donde se reciben provisionalmente (de 11 Hs. de la mañana a 3 Hs.) todas los pedidos y reclamos”, meses más tarde la improvisada oficina de suscripciones se mudaba a la Calle de las Artes núm. 264, y el aviso correspondiente, por otra parte, no ofrecía señas del comisionista.20 A partir de 1846, cuando Tandonnet ya está en Río de Janeiro, el encargado de oficiar de mediador en la suscripción será el librero Carlos Clarmont, quien recibirá los pedidos en su librería de la calle Perú. Recién entonces, pero sobre todo a partir de 1853, cuando El Correo lanza su versión ilustrada, las suscripciones al periódico ultramarino hallarían un perdurable patrocinio.21
Dicha estabilidad parece ser relativamente proporcional al crecimiento publicitario de El Correo de Ultramar en los diarios porteños. En efecto, los anuncios destacados, aunque esporádicos al principio, se transformarán en la década siguiente en pequeños carteles tipográficos, o pequeños afiches -ocupando dos y hasta tres columnas, incluso en la primera página-, en los que prevalecerá, como marca decisiva, la palabra “Ilustración” (imágenes 1-6). Para entonces, el éxito asegurado de El Correo se comprueba incluso con la emergencia de otros periódicos similares, como El Mundo Pintoresco y Literario, de corta duración, o El Eco-Hispanoamericano. Revista Quincenal Enciclopédica (1854-1872).
Literatura por entregas e ilustración
En trabajos previos he analizado el rol decisivo de El Correo de Ultramar en la difusión y comercialización de los folletines franceses en el Río de la Plata, refiriéndome especialmente a las obras de Eugène Sue y Alexandre Dumas.22 Al calor de los avisos publicitarios de El Correo en la prensa local y de las crecientes suscripciones que tales avisos permiten inferir, el Diario de la Tarde, uno de los periódicos oficiales de Buenos Aires, terminó publicando en marzo de 1846 El judío errante de Eugène Sue.
Desde entonces, el tan precario como embrionario mercado editorial rioplatense comenzó a ensayar, a través de libreros e impresores locales, las primeras ofertas de literatura por entregas, apoyándose en el éxito obtenido con las novelas introducidas en El Correo. Se trata de un fenómeno editorial, el de las entregas y el de la publicidad, que había despuntado un lustro antes en las grandes ciudades europeas (París y Madrid, pero también Lyon y Toulouse, Barcelona y Sevilla), y que Roger Chartier ha señalado como uno de los episodios más significativos en la evolución de la lectura del siglo XIX.23
En el Río de la Plata ese proceso, si bien paulatino y a destiempo de los antecedentes citados, comenzó a esbozarse hacia finales de la década de 1840, precisamente cuando El Correo de Ultramar instauró su dominio entre las publicaciones ilustradas en lengua hispana.
El carácter misceláneo y comercial de El Correo definía, en buena medida, o más bien justificaba, su postura política. En la Buenos Aires rosista, sus editores se cuidaron de no enemistarse con el gobierno -como lo hicieron en Chile con el gobierno conservador de Manuel Bulnes, o en México con el de Antonio López de Santa Anna-, con el previsible objetivo de conquistar al público lector rioplatense.24
Durante sus primeros años, El Correo se presentaba como un hebdomadario de ocho páginas, a dos columnas, con cinco ediciones mensuales. Tenía algunas secciones fijas -que se mantuvieron a lo largo de los años, aun con los cambios de formato-, como Ultramar, dedicada a noticias de América Latina y Estados Unidos; Noticias y Hechos Diversos, que solía ubicarse en la anteúltima página y recoger noticias de otras partes del mundo; y la sección Folletín, en el típico zócalo, inaugurado con el Journal des Débats. La octava, y última, página estaba destinada a los avisos.
Como se ve, la oferta editorial, a no ser por la extensión de ocho páginas (en lugar de las típicas cuatro), no parece distanciarse de la que había empezado a trazar la prensa comercial parisina desde un lustro antes con La Presse y Le Siècle. Por ello, Lasalle diseñó un suplemento a El Correo, su Revista Literaria y de Modas, el cual, según dejan ver los avisos reproducidos en los periódicos locales, era el verdadero plus editorial de la empresa. Gracias a esa dualidad, los suscriptores podían disfrutar número a número de la lectura de El judío errante, publicado en el folletín del periódico principal, y, al mismo tiempo, de las sucesivas entregas de Los misterios de Londres, de Paul Féval (con el seudónimo de Francis Trolopp), editado meses antes en el Courrier Français. Uno de los primeros avisos aparecidos en Buenos Aires daba cuenta de esa oferta especial de lectura:
Se avisa a los suscriptores del Correo de Ultramar que habían pedido las colecciones completas del año 1844 (en el cual han empezado a publicarse el Judío Errante, y los Misterios de Londres) que dichas colecciones han llegado y que pueden mandarlas tomar en el oficio de correspondencia del Correo, calle de las Artes número 264, desde las 11 de la mañana hasta las 3 de la tarde.25
En párrafos anteriores sostuvimos que a principios de la década de 1840 el circuito editorial extranjero estaba dominado por las producciones de Ackermann, con las cuales El Correo de Ultramar llegó a competir. A esa hipotética competencia hay que agregar, además, que durante los primeros dos años de esa década no se registran en la prensa rioplatense avisos publicitarios de la empresa de Lasalle.26 El primer registro es un aviso publicado el 12 de febrero de 1845 en La Gaceta Mercantil, y buscaba destacar a El Correo entre las publicaciones francesas -y europeas- destinadas especialmente a un público hispano-americano, pero lo hacía, paradójicamente, en francés (ver imagen 7).
En los hechos, puede afirmarse que el impacto inicial de la inserción de la empresa de Lasalle en el Río de la Plata fue la instalación de la modalidad de venta por entregas, a través de la publicidad y suscripción, de las novelas más exitosas de la llamada “literatura industrial”,27 comercializadas a través de la administración de El Correo. Rápidamente, libreros y editores locales -José María Arzac y Gregorio Ibarra- comenzaron a publicar anuncios en los diarios de Buenos Aires, prometiendo ediciones locales (en español) de Los misterios de París, El judío errante y El conde de Montecristo, que fueron las novelas, junto con Los misterios de Londres, de Féval, que El Correo instaló entre los lectores urbanos de Buenos Aires (imágenes 8-9).
La práctica de las entregas, así como la inserción del folletín en los periódicos rioplatenses -en El Comercio del Plata de Montevideo, primero, y en el Diario de la Tarde de Buenos Aires, inmediatamente después-, más que ser resultado del impacto de la prensa francesa, respondió en buena medida a la gran difusión que alcanzaron entre los lectores de Buenos Aires -y de Montevideo- los célebres títulos de Dumas, Féval y Sue promocionados por El Correo de Ultramar.
En 1849, el impresor y editor Arzac -quien había realizado ediciones locales, presumiblemente piratas, de las afamadas novelas francesas- publicaba su propio periódico, el Diario de Avisos. Un año después, arribaría a Buenos Aires Benito Hortelano, editor español con experiencia en trabajos de edición popular o comercial en Madrid.28 Hortelano propuso algunos cambios al Diario de Arzac y escribió un prospecto ofreciendo a los lectores el Semanario Pintoresco Español, célebre publicación fundada por el costumbrista Ramón de Mesonero Romanos en 1836, que se publicaría hasta 1857. En sus Memorias, el editor español sostiene que al cabo de un mes la suscripción del Diario subió de 600 a 1 200 suscriptores, y en el segundo mes dio otro salto, alcanzando la cantidad de 1 600 abonados.29 No obstante estos recuerdos interesados de Hortelano, en lo sustancial, el formato del Diario de Avisos parece haber respondido a un interés comercial previamente esbozado por su impresor, que venía ya ensayando, como vimos, distintas estrategias de edición comercial.30
En abril de 1852, Bartolomé Mitre lanzó Los Debates, continuación del Agente Comercial del Plata, que se publicaba también desde 1849. En su primer número, al calor del nuevo clima de ideas que acompañó al triunfo de Justo José de Urquiza, propuso nacionalizar el folletín. Éste representaba un género y un formato ya ineludibles. Como se leía en un suelto de Los Debates: “El folletín en los periódicos modernos es como esos bajos relieves que corren graciosamente al pie de las columnatas dóricas. Lo mismo que en las obras del artista, el pensamiento serio del escritor se refugia en la forma severa de la columna; los caprichos tienen su lugar en el friso esculpido cuidadosamente en los ratos de ocio”.31
La jerarquización entre lecturas serias y lecturas ociosas tenía como subtexto la breve historia del género en la prensa rioplatense, pero responde a una configuración ideológica más amplia.32 La propuesta de Mitre llegará a ser cumplida recién en la década de 1880, con algunas de las novelas canónicas de la literatura argentina publicadas en los folletines de los diarios de Buenos Aires -La gran aldea, de Lucio Vicente López; En la sangre, de Eugenio Cambaceres-, pero sobre todo con las novelas populares con gauchos de Eduardo Gutiérrez, aparecidas en La Patria Argentina (1879) y su pasaje a partir de 1884 al teatro circense criollo.
De El Correo de Ultramar al Correo del Domingo
Antes de ese suceso, el Correo del Domingo, semanario ilustrado que comenzó a publicarse en enero de 1864, parece haber incorporado la tendencia al magazine propagada en Buenos Aires por El Correo de Ultramar, sobre todo a partir de 1853, con su Parte Literaria e Ilustrada Reunidas. Dicha tendencia, que proponía expandir el saber de la burguesía ilustrada al resto de las clases sociales,33 parece haber repercutido en el programa de José María Cantilo, director y redactor principal del Correo del Domingo. Más allá del nombre (Correo) y del carácter ilustrado que identifica a las dos publicaciones, una lectura comparativa entre secciones y diseño tipográfico evidencia una cercanía por demás llamativa. En efecto, además de una prevalencia marcada de los grabados en la publicación, como hemos dicho al inicio, la versión literaria e ilustrada lanzada a partir de 1853 por Lasalle duplicaba la cantidad de páginas (de 8 pasaba a tener 16) e incorporaba algunas secciones que perdurarían con leves cambios, como Historia de la Semana, Revista de Moda, Revista de París. Cada número iniciaba con un “Sumario” que anunciaba las materias incluidas en el mismo -además del frontispicio superior, que exponía un grabado donde un barco a vapor (símbolo del Correo) cruzaba el océano, uniendo a ambos continentes-. Por otra parte, sintomáticamente, desaparecían por completo los avisos publicitarios.
Retomando las palabras de Mitre, puede decirse que el Correo del Domingo, siguiendo el modelo de Lasalle, ensayó la nacionalización del magazine, incorporando un par de secciones fijas, La Semana -dedicada a noticias locales-, Variedades y, colocando al lado de las novelas por entregas de autores extranjeros obras de escritores locales (latinoamericanos) como Alberto Blest Gana, Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López, J. V. Lastarria, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Guillermo Blest Gana, Francisco Acuña de Figueroa, Andrés Bello y Ricardo J. Bustamente, entre otros34 (imágenes 10-11).
En esta nueva etapa, evidentemente las ilustraciones -grabados y litografías- ocuparon, como decían los redactores de El Correo de Ultramar, un lugar preponderante. Los avisos se empeñaron en destacar el carácter ilustrado de las publicaciones literarias. Una década después de la aparición del Correo del Domingo, el que sería considerado primer best seller de la literatura argentina, El gaucho Martín Fierro de José Hernández, incorporaba en su “octava edición”, de 1874, las primeras láminas del poema; no sólo un grabado alegórico en la portadilla del folleto, sino también ilustraciones interiores -las primeras imágenes del poema antes de La vuelta de Martín Fierro-: “Fierro luchando con el hijo de un cacique” y “Fierro y Cruz mirando las últimas poblaciones”. Un año antes, entre julio y septiembre de 1873, el poema de Hernández había sido reproducido en El Correo de Ultramar.35 Cuando, hacia finales de 1879, Eduardo Gutiérrez comenzara a publicar en el folletín de La Patria Argentina su Juan Moreira, no sólo retomaría la saga del gaucho perseguido abierta por Hernández, sino también la veta ilustrada inaugurada con el poema y por el Correo del Domingo, cuyos grabados habían ilustrado bucólicamente otro célebre poema gauchesco, El Fausto, de Estanislao del Campo (imagen 12).
Conclusiones
El prestigio alcanzado por el periódico de Xavier de Lasalle entre el público hispano se induce no sólo por la larga continuidad de El Correo de Ultramar, con más de cuatro décadas de edición, sino también gracias a las referencias de imprevisibles lectores, como el conde de Lautréamont, uno de los “raros” de Rubén Darío, a quien el poeta nicaragüense llegó a tildar de “poseso”.36 La anécdota es indiciaria de uno de los rasgos definitorios de su diseño editorial: su carácter enciclopédico. Junto a la serie de novelas por entregas publicadas en sus páginas -que incluye folletines franceses, primero, españoles después, pero también novelas rusas e inglesas-, el progresivo despliegue de imágenes a partir de su versión ilustrada de 1853 convirtió a la publicación en un temprano magazine, cuyo éxito pareció fundarse tanto en la calidad de su impresión como en la generosidad de su mezcla.
En el número 377 de 1860, el texto “Los gauchos argentinos”, acompañado de un grabado alusivo (Imagen 13), ocupó el breve espacio de una columna. Allí se podían leer los tópicos románticos más asentados sobre la figura del gaucho, el cual “por sus instintos se acerca al hombre de la naturaleza”, que “el caballo es el elemento material que contribuye a obrar sobre su moral”, y para quien “el jefe del gaucho es siempre el mejor gaucho”, etc. Por su parte, el dibujo del grabado -de estilo romántico-costumbrista y emparentado con las líneas de movimiento que caracterizan las pinturas de Rugendas- consolida la imagen de su mimetización con el medio. Ello no impidió que, una década más tarde, un poema popular como el de José Hernández, cuyo contenido refuerza pero a la vez contradice la imagen bucólica dominante, haya podido publicarse íntegro el mismo año de su edición.37
Gracias a tal flexibilidad, propia del formato, el alcance de El Correo de Ultramar no se restringió sólo a sus lectores; incluyó, como esperamos haber demostrado, también a editores o impresores que empezaban por entonces a especular con un tipo de publicación comercial similar a la de Lasalle. Las novelas por entregas, pero también las ilustraciones alusivas -cuya modalidad decantaría en el subtítulo del Correo del Domingo: Periódico Literario Ilustrado- contribuyeron con la diversificación de propuestas editoriales locales, que se extendieron desde las precarias ediciones pirata de Ibarra y Arzac, hasta las más refinadas estrategias de Hortelano o Cantilo y que llegarían, incluso a finales de la década de 1870, a caracterizar La Patria Argentina como empresa editorial.