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Revista de filosofía Universidad Iberoamericana

versión On-line ISSN 2954-4602versión impresa ISSN 0185-3481

Rev. filos. Univ. Iberoam. vol.55 no.154 Ciudad de México ene./jun. 2023  Epub 17-Mayo-2024

https://doi.org/10.48102/rdf.v55i154.168 

Artículos de investigación

Notas sobre la infancia y la literatura desde las filosofías de Deleuze-Guattari y Schérer-Hocquenghem

Notes about childhood and the literature from Deleuze-Guattari and Schérer-Hocquenghem

Samy Z. Reyes García* 
http://orcid.org/0000-0003-2825-7222

*Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México. samyzacarias@comunidad.unam.mx


Resumen

El presente trabajo aborda el problema de la infancia dentro de la filosofía moderna y contemporánea, así como la relación conceptual que ésta tiene con la literatura, en especial, con lo que se analiza como novela infantil y novela familiar. Con apoyo de algunas ideas de Deleuze y Guattari, así como de Schérer y Hocquenghem, a la par de fragmentos de novelas, se busca establecer una crítica a las nociones de ontología y libertad establecidas en torno a la infancia por la modernidad. Esta crítica permitirá comprender la infancia y su posible emancipación como alternativa plástica para crear nuevas subjetividades o experiencias políticas dentro del mundo.

Palabras clave: infancia; nuevas subjetividades; pedagogía; plasticidad; filosofía francesa

Abstract

The present work relates the problem of childhood within modern and contemporary philosophy, as well as the conceptual relation that it has with the literature, especially with which it is analyzed as a children’s novel and a family novel. Taking from the philosophy of Deleuze and Guattari, as well as Schérer and Hocquenghem, along with fragments of novels, it seeks to establish a critique of notions of ontology and liberty that modernity has established around childhood. This criticism will allow us to understand childhood and its possible emancipation as the plastic alternative to create new subjectivities or political experiences within the world.

Keywords: childhood; new subjectivities; pedagogy; plasticity; french philosophy

Si los niños pudieran llegar a hacer oír sus protestas, o incluso sus preguntas, en una Guardería, ello bastaría para hacer estallar todo el sistema de enseñanza.

Gilles Deleuze, La isla desierta y otros textos

I. Introducción: el infante, un personaje conceptual de la filosofía

Desde la Antigüedad, filosofía, infancia y educación se han relacionado. Heráclito decía que: “αἰὼν παῖς ἐστι παίζων, πεσσεύων· παιδὸς ἡ βασιληίη”: El Aion es un niño que juega y lanza los dados; de un infante es el reino.1 De tal suerte, la infancia es el tiempo de la razón independiente y del azar y los cambios inesperados. Pero Heráclito no es el exponente hegemónico del pensamiento griego, como sí lo son Platón y Aristóteles. Según Schérer, “la cosa empieza ya en Grecia con Sócrates y Platón: la inflexión de la ‘pedagogía pederástica’ hacia la comunión del saber, la transformación del eispnein”.2 Ahí el niño se idealizó como posible amante del maestro y, a través de él, del conocimiento. Según Schérer, Sócrates seducía para luego redirigir el deseo al saber y no al cuerpo.3 Sin embargo, antes de ser educandos, ¿quiénes son niños?, ¿cuál es su papel en la comprensión de lo humano?, ¿qué diferencia hay entre niño y adulto?, ¿cuál es la relación entre ontología, infancia y política?

Las concepciones actuales del niño se enraízan con la modernidad: comprendido como futuro adulto y nunca como existencia singular. La infancia es “la pieza esencial de un sistema, su pivote; ella es un organizador social, ella favorece, entre los adultos, una distribución de roles; y en su nombre se instala, contra ella y para diferenciar a los adultos, un control perpetuo”.4 Al respecto, Walter Kohan explica que:

Conocemos la imagen de la infancia que han construido los discursos filosóficos sobre la educación. La infancia es siempre asociada a la primera edad y a la vida como un desarrollo, que sigue etapas, fases. Esta travesía suele estar acompañada del signo del progreso. La infancia sería el primer escalón, una posibilidad de ser algo más en el futuro. Lo que interesa es sobre todo lo que la infancia va a ser, en qué se convertirá, qué tipo de adulto o de ciudadano seremos capaces de formar.5

Para la filosofía moderna, según la directriz de Kohan, la infancia6 no es un ser, sino un “proyecto” o “pivote”; según Schérer, es una etapa para alcanzar la madurez adulta. Mas el niño existe ante los ojos de cualquier ser humano: juguetea en el parque, come dulces, molesta a sus compañeros de clases o, simplemente, lee revistas humorísticas en blanco y negro, como hacía Serge, el niño de Al morir Jonathan de Tony Duvert.7 Existe más allá de su construcción filosófica, pero deja de verse en su singularidad cuando se le obliga a cumplir un papel abstracto. El niño se encuentra entre la frontera de la existencia y la abstracción, en el espacio de tensión entre realidad y ficción filosófica encarnada.

Como enseña Gilles Deleuze, la filosofía debe leerse como novela policiaca, pues “los conceptos deben intervenir, con una zona de presencia, para resolver una situación local”.8 El pensamiento filosófico de la modernidad ha construido personajes en la trama de la vida. Los niños son personificados como inocentes, cuerpos en desarrollo que permiten resolver el debate sobre la educación (¿puede un humano ser educado?), como se constata en Emilio de Rousseau.9 Indica Guattari: “el ideal del Capital es transformar en robots humanos a individuos rebosantes de pasiones, capaces de ambigüedad, de duda, de rechazo, pero también de entusiasmo”.10 En ¿Qué es la filosofía? Deleuze y Guattari dirán que “los personajes conceptuales tienen este papel, manifestar los territorios, desterritorializaciones y reterritorializaciones absolutas del pensamiento”.11 La filosofía moderna de la educación necesita construir una idea de la infancia a encarnar, que sirva para crear territorios y sujetos educables. De tal manera, dicha encarnación se realiza en la pedagogía como institución.

El proceso de castración de las pasiones y la creación de una imagen inocente y heterónoma de estos cuerpos se realiza con ayuda de los adultos que cuidan a las infancias. Para Schérer, pedagogía significa “una educación bajo la tutela de un adulto que conduce al infante”,12 lo cual crea servidumbre del niño hacia los adultos. Tal concepción parte de que el niño es educable, inferior, falto de autonomía, dependiente del favor adulto, como se teorizó en la filosofía de Rousseau.13 Esta infancia inferior es nombrada niño pedagógico.

Pero si los cuerpos son “individuos rebosantes de pasiones”, como indica Guattari, ¿a dónde han ido estos cuerpos pasionales? ¿Cómo desaparecen del territorio? ¿Dónde buscar esta infancia pasional? ¿Existe siquiera? ¿Puede la literatura dar cuenta de un proceso narrativo diferente al construido por la filosofía moderna de la educación?

En el campo literario, la perspectiva de la infancia es más amplia: los niños criminales de Dickens y Saviano, los prostitutos de Genet y Duvert, las rebeldes como Dora Bruder, de Modiano, forman una constelación diferente al niño pedagógico de Rousseau. En esta línea narrativa se muestra la infancia como polimorfa, variada, apetitiva, rebelde, a veces mansa y otras terrible, obscena. La categoría de infancia de la filosofía parece no abarcar estas formas de vida ficcionales que la literatura da a conocer y que hacen posible nuevas conceptualizaciones y encarnaciones infantiles.

Sin embargo, la literatura también ha sido influida por las directrices filosóficas: dentro de ella se encuentra la novela de formación que apela a la idea romántica de bildungs. Como precisa López Gallego, “el eje estructural de la novela de formación es la construcción de una personalidad que ha de superarse en el transcurso de la narración. Un proceso iniciático buscando una nueva fase vital: el renacimiento del yo”.14 El renacimiento del yo, no obstante, suele conseguirse en la superación de la infancia, al alcanzar la adultez, al concluir la formación. Esto cumple con la idea de que la infancia tiene sentido como fase anterior a la adultez, nunca como una existencia original y diferente.

Ahora bien, cabe destacar que en la novela de formación el infante autónomo está dibujado: en sus travesías, dudas, altanerías y hasta derivas; se teje una narrativa que va más allá del aparecer del adulto. Se abre espacio para una novela infantil, contraria a la novela familiar y a la de formación. Hay que pensar la novela infantil como un proceso de resistencia a obtener una forma adulta y madura; posibilita una existencia en constante cambio, deriva, plasticidad. En ambas narrativas, novela familiar o de formación, se puede ver, paradójicamente, una infancia emancipada. Así, se constata que la literatura construye el territorio para mostrar una infancia autónoma y liberada de los preceptos de formación adulta, a pesar de contener, a la par, a la infancia pedagógica o en formación.

Como cuenta Simon, el padre de Serge, en Al morir Jonathan, el mundo cambia y hay que incentivar su transformación. De ello resulta que hoy se puedan pensar expresiones de una infancia libre, que actúen dentro del mundo social. Simon representa ese adulto que deseó escapar de la pedagogía opresiva. Cría a Serge bajo una libertad inaceptable para la infancia pedagógica.

En cuanto a Serge, le daban dinero, se las arreglaba, no era tonto. Se compraba de comer, o su ropa, sus trapos, sus zapatos, sus cuadernos. Había fumado, una vez. Era ducho, divertido, a sus casi diez años, no estaba mal. Pero tenía un carácter de mierda. A Simon le habría gustado mucho tener tanta libertad cuando era un chiquillo. Hoy la época era mejor, no se podía decir lo contrario. Incluso respecto a la educación sexual, que Simon apoyaba. A los catorce años, creía que las chicas tenían agujeros uno tras otro, como para los botones de un saco. Había sin embargo un progreso […]. En fin, a mí, si mi padre…, decía Simon. Pero no nacemos nunca cuando hace falta, concluía filosóficamente.15

Producir la infancia que Simon quiso vivir resulta un reto o un problema para la política y la filosofía. Esto se conseguirá si se deconstruye la concepción de la infancia. Solamente así habrá un quiebre con cierta modernidad filosófica, será posible fundar nuevas formas de vida, de subjetivaciones y políticas que hoy aparecen sólo en el plano ficcional. Es momento de arrastrar a la filosofía, con ayuda de la literatura, más allá de sus cimientos modernos.

II. La libertad como autonomía y la situación de la infancia en la filosofía moderna

La humanidad no se comprende únicamente por usar la razón, sino por la consciencia y actuación sobre el cuerpo propio y el mundo circundante. El poder obrar del ser humano con la finalidad de consolidar un buen vivir a corto y largo plazo sigue siendo una de las definiciones de política más validadas en la filosofía. Se reconoceque la autonomía es uno de los problemas más antiguos de la filosofía. Su comprensión puede producir cuerpos a los cuales no se les permita ser libres, como el de la mujer, el niño, el animal, el loco o el preso.

Desde la visión de Kant, en la Crítica de la razón práctica, la razón pura “es por sí sola práctica y da (al hombre) una ley universal que llamamos ley moral”.16 La capacidad racional del ser humano es lo que le permite proporcionarse a sí mismo leyes morales, pero esta capacidad siempre está presente, pues “su razón, incorruptible y obligada por sí misma, siempre confrontará en una acción la máxima de la voluntad con la voluntad pura, es decir, consigo misma considerándose práctica a priori”.17 Esto significa que, primero, todo ser humano, al tener razón, debe darse a sí mismo preceptos morales y, segundo, debe universalizar tales preceptos en leyes morales. Según Vorpagel, la razón práctica es el “elemento más importante, sin el cual toda la filosofía kantiana se quedaría en ruinas”.18

Para Beade, la visión de la razón se esclarece en dos puntos: libertad positiva, es decir, natural al ser humano y la libertad negativa. Sobre esta segunda, Beade insistirá que en Kant hay una propuesta que obliga a cada individuo a buscar “su bienestar del modo que considere más conveniente, sin que ello implique un perjuicio para la libertad de otros”.19 A pesar de lo dicho, Vorpagel resalta que el conflicto entre razón y acción no es siempre visible, sino que “aquel fundamento tan importante no es más que un concepto problemático, del cual no es posible exigir realidad objetiva y ni siquiera posibilidad”.20 Esto mostraría que la libertad positiva es una construcción y no un dato inmediato. Bajo la concepción de libertad se establece quiénes tienen posibilidad de obrar y quiénes no pueden ser considerados humanos, ciudadanos o sujetos de derecho. Como fundamento construido y problemático, la libertad es una especie de pista en la novela policiaca de la filosofía. Dado que la relación razón-praxis es problemática, en la definición y ejemplificación que se dé sobre ésta se corre el peligro de crear subjetividades autónomas y heterónomas.

Kant comprende la autonomía bajo el conflicto del determinismo natural y la libertad. Aquel que no puede separarse del determinismo natural por sí mismo (el menor de edad) no puede ser libre. Para Kant, el humano tiene, idealmente, la capacidad de autorregularse por su propia voluntad (libertad positiva). Según Vorpagel, esto significa que “la solución de la antinomia entre naturaleza y libertad, generada natural y dialécticamente en el seno de la razón pura, la idea de libertad trascendental es el testimonio teórico de una posibilidad lógica que Kant necesitaba para poder avanzar sin contradicción con las leyes de la naturaleza en el campo de la filosofía práctica”.21 Así, “el concepto de libertad no puede representar un fenómeno, sino tan solo una cosa en sí que no es dada a la intuición”22 y que se comprende como un axioma para la creación de un sistema filosófico.

No obstante, cabe la pregunta: ¿en qué momento el ser humano alcanza su propia libertad? De tal suerte, no se nace libre, sino que se llega a serlo, aunque pareciera que “ontológicamente” se es libre. La idea de un progreso cuestiona la situación ontológica, puesto que no se puede ser libre y, a la vez, no serlo. ¿Cómo es posible que, por naturaleza, se sea y no se sea libre en ciertos momentos? Esto nos conduce a inquirir: ¿es la ontología algo ya dado o es alcanzable con el tiempo? En el análisis que hacen Schérer y Hocquenghem, en Coire, se revela este problema como una antinomia de la razón:

el niño sólo se convierte en hombre mediante la educación; entendámonos: se convierte en la persona humana que aún no es, aun siéndolo “virtualmente” y “dicha antinomia puede enunciarse de manera antitética: tesis: el niño, en cuanto hombre, es libre; antítesis: el niño, en cuanto que aún no es hombre, no es libre". Ambas tesis pueden ser sostenidas con igual probabilidad.23

En Idea para una historia universal en clave cosmopolita, Kant parecía intuir este problema. Dirá que la naturaleza “no actúa instintivamente, sino que requiere tanteos, entrenamientos e instrucciones, para ir progresando paulatinamente de un estadio a otro de conocimiento. De ahí que cada hombre habría de vivir un lapso de tiempo desmesuradamente largo para aprender cómo emplear cabalmente sus disposiciones naturales”.24 Aunque la razón es a priori práctica, tiene un progreso material. Así, continua Kant, “en el hombre (como única criatura racional sobre la tierra) aquellas disposiciones naturales que tienden al uso de su razón sólo deben desarrollarse por completo en la especie, mas no en el individuo”.25 No todos serán libres, debido a que la razón óptima se obtiene con el tiempo o por cierta naturaleza. Para Kant ni los niños ni las mujeres pueden ser tomados como libres, lo cual imposibilita que sean señores de sí mismos. En “En torno al tópico: ‘eso vale para la teoría, pero no sirve de nada en la práctica’” sentencia que: “aquel que tiene derecho a voto en esta legislación se llama ciudadano (citoyen, esto es, ciudadano del Estado, no ciudadano de la ciudad, bourgeois). La única cualidad exigida para ello, aparte de la cualidad natural (no ser niño ni mujer), es ésta: que uno sea su propio señor (sui iuris)”.26

Los infantes, como las mujeres, al no poder ser libres naturalmente y, a la vez, guardar en sí mismos la posibilidad de libertad, se vuelven una antinomia filosófica. Si el infante es parte de la humanidad, debe ser libre por su constitución ontológica; sin embargo, no lo es porque se encuentra en un estadio del desarrollo donde está imposibilitado, según se piensa, a ejercer la libertad. Pese a lo mencionado, el problema de la infancia no se resuelve únicamente al justificarla como preludio de la adultez, sino que, como señala Thibault Vian al analizar el concepto en Deleuze y Jankélévitch,

infancia no designa ni un estado constituido, ni es igual a la anterioridad cronológica de una etapa de la vida que precedería, en la verticalidad de una maduración, al estado de completud que representa la figura tradicional de ser-adulto. La infancia es una línea de fuga huidiza, desorden y afirmación de una turbulencia del pensamiento que excede con razón a toda ontología, es decir, a la constancia y a la plenitud de ser.27

Al problematizar la infancia como una cuestión ontológica, Vian muestra cómo el concepto de ser-adulto se comprende como plenitud del ser y el de infancia, al contrario, como no-ser o existencia anterior al ser. El infante se vuelve un existente que no puede definirse, en espera de ser, relegado a la definición de lo adulto. En este sentido, Schérer y Hocquenghem han determinado al infante como un sujeto definido por la red en la cual se encuentra y no por sí mismo. Desde la lectura de Perlongher, respecto a Deleuze y Guattari, esto significaría que la identidad nunca es individual, sino que está producida por los territorios codificados con los que entra en contacto: “así, en vez de considerar a los sujetos en tanto unidades totales, según esta perspectiva, se observa que ellos estarían fragmentados por diversas segmentariedades”.28 Los sujetos nunca serían un sí mismo, sino que estarían siendo creados a través de múltiples códigos materializados en los cuerpos.

El ser del niño es codificado como un proyecto ontológico, de ahí que constantemente, en el plano social, la infancia sea tratada y reducida al plano pedagógico que debe educarla para que alcance su libertad. No obstante, el niño es capaz de renunciar a esta comprensión de su ser a través de una autonomía mental y práctica. Por ejemplo, en Los niños del siglo, de Christiane Rochefort, la protagonista se pregunta por su propio yo después de escuchar a su maestra definir al hombre:

-¿Todo el mundo tiene un alma?

-Claro -dijo la señorita Garret alzándose de hombros. Le habría hecho más preguntas, pero a la señorita Garret no le gustaba, se ponía nerviosa enseguida. Me llevé el segundo huevo. Tenía, pues, un alma, como todo el mundo, la señorita Garret lo había dicho en serio.29

Mas la definición que le dan a Josyane, como insistirá a lo largo de la novela, no la convence de su propia naturaleza y, a la par, reinterpreta aquellos datos a través de su imaginación. El concepto de su naturaleza es el espacio para cuestionar y jugar con ella. La carencia ontológica y la construcción de interpretaciones hechas sobre sí por el infante abren, en la tradición metafísica, una línea de fuga a la ontología como el espacio reservado al estudio del ser en su plenitud, realizado desde una mirada adulta. Deleuze y Guattari observarán que “el niño es un ser metafísico”30 en tanto que su naturaleza está suspendida y oculta bajo la ontología del adulto. Ellos mismos, en El anti-Edipo, mostrarán cómo el infante es capaz de preguntar por el mundo y por sí mismo:

Una cuestión se plantea al niño, que tal vez será “relacionada” con la mujer llamada mamá, pero que no es producida en función de ella, pues es producida en el juego de las máquinas deseantes, por ejemplo, al nivel de la máquina boca-aire o de la máquina de saborear -¿qué es vivir? ¿qué es respirar? ¿qué soy yo? ¿qué es la máquina de respirar sobre mi cuerpo sin órganos?31

Si el infante no puede reducirse a las ontologías adultas y tiene la posibilidad de preguntar y actuar sobre sí mismo y los otros, entonces la filosofía encuentra un problema absoluto: ¿cómo definir la infancia y qué repercusiones tiene esto dentro de la idea de ontología como estudio del ser en plenitud? La noción de autonomía que Kant perfiló como rasgo del hombre adulto, entra en tela de juicio cuando el infante demuestra libertad y capacidad racional.32 Las observaciones de Deleuze y Guattari ponen de manifiesto un ser infantil de relaciones liberales múltiples, máquina deseante y pensante.

También vemos que el niño es capaz de tener conciencia sobre su cuerpo; como el niño que fue Camila, el personaje de Las malas, quien por su propia cuenta fue capaz de aceptar su sexualidad abyecta: “niño puto atraído por la carne”.33 Un rasgo de esta infancia es que se vive desde el cuerpo deseante, antes que desde la razón, la cual juzga y construye modos de vivir y de habitar (moralidad). Para Schérer, Fourier “toma las pasiones de la infancia en la diversidad de sus detalles, las engrana desde su origen y antes de la enseñanza, indicando los medios para traspasar los bloqueos y los cortes”34 que la propia pedagogía ha construido. El cuerpo pasional que abandona los preceptos pedagógicos construye líneas de fuga, estas últimas revelan subjetividades inéditas, como la del niño-animal.35

Pero, como en filosofía no bastan los personajes literarios, cabrá solamente recordar al niño que fue Jean Genet y a todos los encarcelados a quienes dedicó El niño criminal36 que, ¡vaya contradicción del sistema penal!, algunos procedimientos los enjuician como adultos sin importar que tengan entre diez y diecisiete años, mostrando que el personaje conceptual de una infancia heterónoma es destruido pragmáticamente. Éste es “el niño que se sustrae, hagamos lo que le hagamos, a la pedagogización integral de la ciudad”.37

Como respuesta a este acontecer de niños abyectos y autónomos, la filosofía dirá que, aunque tenga cierta libertad, es necesario cuidar al niño para “preservar y reservar su cuerpo”,38 para convertirlo en ciudadano responsable. En palabras de Rochefort, la sociedad “con el fin de ‘protegérseles’ se crean [para los niños] tribunales especiales, jueces especiales y, en función de su grado de paternalismo y no de los textos, pueden verse condenados a largos años de prisión (hasta la mayoría de edad) en establecimientos especialmente concebidos para salvarlos y reeducarlos”.39

Para Schérer será Rousseau, alineado a Kant, quien intensificará la tutela paternal y pedagógica. En su filosofía, el infante representa un ser en transición, el cual debe ser pulido y rescatado de perderse a sí mismo por el pedagogo, pues en su educación está la posibilidad de alcanzar un ser completo, verdaderamente autónomo, racional y ético. En su Emili perverti, mal traducida como La pedagogía pervertida (1983), Schérer escribe lo siguiente:

El rasgo genial de Rousseau fue el poner en contacto y articular dos nociones aparentemente contradictorias e inconciliables: la de que no se podría forzar la naturaleza del niño, y la de que, no obstante, no se le puede educar sin oponerse a ella, sin desnaturalizarlo. Para ello será preciso que la ley humana, la del pedagogo, sea tan inflexible como una ley natural; y no pueda serlo sino porque obra el reparto entre el capricho y la autoridad de los hombres que pervierten y aquello que la naturaleza reclama pero que, para el niño, el preceptor será el único en adivinar.40

En primer lugar, el niño, bajo la pedagogía moderna, no sabe lo que su naturaleza significa; vive en un estado de ignorancia e inocencia, según se cree. En segundo, debe ser educado para redirigir su propio ser (pedagogización), pues su naturaleza debe alcanzar el estado de civilización. Se pasa del infante animal al ciudadano a través de la pedagogía. Como explica Schérer: “seguimos encontrándonos con que Emilio no puede, como un animal pequeño, educarse por sí mismo hasta la edad adulta”.41 El infante vive en una línea entre naturaleza/cultura, animalidad/ humanidad, es decir, binario que el pedagogo debe enfrentar y destruir para que el niño no crezca inadecuadamente. La pedagogía terminará con la plasticidad animal primaria, la inmadurez, para producir la rigidez ontológica humana.

Según la modernidad rousseauniana, el niño se encuentra en un estado de letargo, dado que “en el niño, y esto es lo que lo hace educable, la pura naturaleza, en la forma de instinto, está poco presente. Es cosa del preceptor tomar el relevo, sustituirla”.42 Necesita del otro para existir y desarrollarse adecuadamente, cuestión que debe aceptar en sí mismo. El propio Kant creyó que un rasgo necesario de la infancia es desear abandonar su propia realidad. Al inicio de "Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?" Señaló:

la ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.43

Pero como ya vimos antes, para alcanzar a ser señor de uno mismo, primero, el niño debe ser educado por otros. En esta idea se resguarda el prejuicio social de que la minoría de edad es a priori falta de entendimiento, como si el adulto fuese en automático racional. La filosofía moderna produce lo que Alcubierre llama infantilización: “proceso histórico mediante el cual una porción creciente de la sociedad sería considerada como naturalmente débil, heterónoma y necesitada de protección”.44 De hecho, en la mayoría de las constituciones del mundo, se toma al menor de edad (no importa si tiene siete o diecisiete años con trescientos sesenta y cuatro días) como un sujeto de derechos que no tiene derecho a consentir ninguna acción sobre su cuerpo, en especial cuando se trata de materia sexual.45 Así lo ha constatado Hocquenghem cuando se refiere a la escuela como anti-sexual,46 pues ésta produce, aclara Preciado, “la des-sexualización del cuerpo infantil y la descalificación de sus afectos”46 a través de una redirección de los deseos hacia el plano pedagógico y alienante, donde la identidad sexual, sobre todo la no heterosexual, se vuelve “un peligro potencial para sí mismo”,47 que vendría a ser la posibilidad de una adultez “insana”, “incorrecta”, en resumidas cuentas, “negativa”. Lo único que el infante puede consentir -por una naturaleza atrapada en su propio determinismo- es que otros consientan por él, lo eduquen y dirijan su existencia, desde sus deseos hasta sus proyecciones sociales.

Sin embargo, si el niño no puede elegir por sí mismo, sino que siempre es otro quien lo hace por él, no se entiende cómo es capaz de vivir su propia sexualidad, aunque sea de manera oculta, así como decidir a qué juegos incorporarse y con quiénes tener afectos. No habría, como puede pensarse, la posibilidad de niños delincuentes como los de Saviano, capaces de visualizarse presos: “todos sin excepción se habían imaginado al menos una vez el viaje hacia la cárcel de menores en el furgón policial. Atravesar el embarcadero que conecta el islote con la tierra firme. Entrar y salir un año después transformados. Preparados. Hombres”.48 En estos casos, ¿quién elige por ellos el camino de deformación?, ¿acaso es el genio maligno de Descartes poseyendo a estas infancias aberrantes? El niño pedagógico es un fantasma que el criminal diluye. Habría que decir con Kohan que:

No hay niños por naturaleza. Tampoco hay adultos por naturaleza. Esta categorización social está acompañada de prácticas, saberes y valores que constituyen identidades, encuadran relaciones interpersonales y delimitan modos de vida. En el reconocimiento, la comprensión y la problematización de esos saberes, prácticas y valores que subyacen y se infieren de la división niño-adulto radica la dimensión crítica de una filosofía de la niñez.49

Las novelas infantiles pueden dar cuenta de infancias fuera de las actuales categorías sociales, donde el niño es “inventor de su propio juego”.50 Como en Malaherba de Jabois, donde los niños son conscientes del engaño de los adultos sobre el mundo infantil, empezando por la prohibición de la sexualidad, lo cual los conduce a crear juegos ocultos. El adulto no solamente hace una separación binaria de su mundo con el del niño al creer que son diferentes, sino que le oculta todas las realidades adultas a través de la mentira. El propio Tambu, el personaje principal, reflexiona sobre el papel del padre:

Ser padre consiste básicamente en mentir, desde el primer momento hasta el último se pasan la vida mintiendo. Siempre. Yo sabía que no estaba bien porque de momento tenía ojos, y los veía muy delgados y con el pelo más alborotado que nunca, lacio y triste, y daban ganas de darle un cocido. No le podía preguntar por los abuelos, que eran los que hacían el cocido los fines de semana, y en realidad no le podía preguntar por casi nada.51

El niño es capaz de razonar por sí mismo la vida propia y la ajena. No necesita la voz del adulto como sustituto o prótesis para conocer el mundo. En el caso de Tambu, reconoce el proceso mentiroso del adulto para ocultarle lo real, esto lo lleva a crear un mundo alterno al propuesto por los adultos. La postura de mentir constantemente nace de la creencia de que el niño no comprenderá la realidad, sino que obedece y atiende a la razón de los adultos sin cuestionar y percibir lo real. Pero el niño está más allá de su imagen establecida, se compadece o ríe de las mentiras de los adultos a través de su propia territorialización y actividad creativa.

De igual modo, la consciencia del niño es inmediatamente dada por los sentidos. Muestra de ello es Ana Isabel, personaje de Antonia Palacios, que manifiesta: “¡[…] ella es sensual! Si le place ver, verlo todo y oír y gustar, aun cuando peque de golosa. ¿Y oler? Si casi le da vértigos el perfume de las magnolias y de los nardos. Y siente el perfume recorrerle todo el cuerpo, ya lo tiene en la boca, ya en los ojos, ya en las manos…”.52 Ante todo, el niño es corporalidad. Schérer rescata esta idea para preguntar:

¿No es acaso “natural” que el niño, incluyendo, sobre todo, aquello que más íntimo es en él, su relación con su propio cuerpo y con su placer, sea encarrilado en la vía recta de la naturaleza, sea educado? Igual que en todas las formas de ideología burguesa, se invoca aquí a la naturaleza para justificar lo cultural puro, lo históricamente determinable, lo incongruo. Si el niño, en este terreno, no precisa educación; si su “naturaleza” se rebela en todo momento contra la coacción, el conjunto del sistema se derrumba.53

El cuerpo real y consciente del niño es el espacio de la rebelión a las concepciones actuales de la naturaleza humana. Enfrenta el conflicto entre real/ideal y rehúye a la idea de naturaleza infantil, a la par que es sometido a la pedagogía. Al niño se le obliga a cumplir su idealización, a pesar de poder derrumbar el sistema. La vida infantil permite observar que no sólo el cuerpo es el espacio de la constante metamorfosis humana, sino que la identidad ontológica puede ser reformulada desde la propia existencia. A la vez, la vida infantil se puede realizar fuera de las categorías binarias del sexo. A este proceso de binarización y subjetivación sexual Mario Mieli lo nombró educastración:

De ese modo, la educastración tiende fundamentalmente a negar el hermafroditismo psíquico y biológico presente en todos, para hacer de la niña una mujer y del niño un hombre según los modelos sexuales contrapuestos de la polaridad heterosexual. La “masculinidad” y la “feminidad” psicológicas, respectiva y separadamente explicitadas por el niño y por la niña por efecto de la educación (que es, fundamentalmente, relación de subordinación respecto a los padres y, más en general, a los adultos), no hace más que reflejar las formas históricas contingentes y mutiladas de la virilidad y de la feminidad que la sociedad absolutiza y que se basan en sujeción-represión de las mujeres, en el extrañamiento del ser humano de sí mismo y en la negación de la comunidad humana.54

El proceso de educastración55 va de la mano con la infantilización para destruir el polimorfismo del deseo que puede pensarse como la posibilidad de metamorfosis constante, o de una vida en transición perpetua, como también considera Hocquenghem.56 En el análisis de Mieli al respecto, no sólo la pedagogía produce las ideas de “mujer” y “hombre” con sus palpables resultados, sino que también crea un “extrañamiento del ser humano de sí mismo”, lo cual significa que éste olvida su propia plasticidad57 para encerrarse en identidades que replican formas históricas y contingentes, como la heterosexual, las cuales construyen una red de signos y expresiones normales y anormales. Que el niño se tome a sí mismo como dependiente, carente de ser, asexuado e imposibilitado al pensamiento crítico es el proceso de educastración creado bajo los dispositivos pedagógicos que controlan y fabrican una humanidad concreta y respetable socialmente.

De esto último resultará que los niños homosexuales o meramente sexuales sientan tanto terror de sus deseos, como Tambu o Serge. Ir contra esta educastración y ontologización fabricada crea angustia y desesperación infantil, pues, como rescata Schérer, el axioma de la pedagogía y la cultura es: “serás desgraciado si no te haces igual a mí”.58 El niño es un desgraciado que debe curarse de su propia desgracia: ser niño, ser poliforme, ser la línea de fuga a toda adultez madura y sexuada binariamente. A pesar de ello, hay niños que se resisten a esta castración con sus pocas fuerzas de infantes, construyen otras formas de vida ocultas, pero reales. La novela infantil es muestra de ello.

III. Preludio. Novela familiar e infancia posmoderna

Si la concepción moderna infantiliza al niño para realizar su proyecto ontológico, entonces la infancia no es más que una institución de control, vigilancia y producción de subjetividades. La familia (en especial el padre y la madre), el pedagogo, los cuidados a ciertos peligros como la sexualidad, las bandas, el vagabundeo y la perversión son dispositivos para producir la infancia pedagógica. El niño no pedagógico, si es que existe, no se encuentra en esa constelación. ¿Dónde buscarlo? La novela infantil se convierte en el territorio donde la otra infancia puede mostrarse en su heterogeneidad y autonomía.

El concepto novela infantil está dibujado, indirectamente, en el análisis de Deleuze y Guattari sobre la novela familiar de Freud. Para ellos, el problema de la sociedad contemporánea consiste en que la familia produce subjetividades con apoyo de la pedagogía y el Estado, atrapando al niño en una red que lo obliga a cumplir una ontología;

se trata de saber si lo histórico-político, racial y cultural, tan sólo forma parte de un contenido manifiesto y depende formalmente de un trabajo de elaboración o si, por el contrario, debe ser seguido como el hijo de lo latente que el orden de las familias nos oculta. ¿La ruptura con las familias debe ser considerada como una especie de “novela familiar” que, precisamente, todavía nos conduciría a las familias, que nos remitiría a un acontecimiento o a una determinación estructural interior a la propia familia? ¿O bien es el signo de que el problema debe ser planteado de un modo por completo distinto, ya que se plantea en otra parte para el propio esquizo, fuera de la familia?59

Si hay una posibilidad de encontrar la subjetividad más allá de la familia, ésta se construye en la novela infantil. La novela familiar, según Schérer y Hocquenghem, es el constante intento de promover a nivel de lo simbólico “la imagen indestructible del padre”, donde “la ambición del sujeto no es otra que la de encontrar un padre glorioso, de convertirse en hijo de un padre mejor, integrándose así, de manera perfectamente natural, en el guion pasivo del fantasma”.60 La infancia es la relación del padre y la familia, como seres superiores, y el niño, como inferior y creado. La novela familiar inscribe a las infancias en la concepción de hijo, de parentesco y herencia. Esta infancia se expresa en las novelas de formación, donde el niño se “independiza” de la familia a través de procesos educativos que suelen concluir en el casamiento o en la autonomía, como espera la sociedad moderna, pues “desde el punto de vista de la naturaleza dejo de ser un niño cuando soy capaz de tener hijos”,61 lo cual también revela el carácter instrumental de la sexualidad.

La novela infantil, por otro lado, establece al infante como productor de relaciones con su entorno, como un ser que puede sentir y vivir desde su cuerpo y, por cuestiones históricas y políticas, es capturado en la red familiar que produce al Edipo y las ontologías binarias.62 Como narración de la vida concreta del niño, permite observarlo en su autonomía y no como un hijo de la familia. El giro al colocar a la infancia como autónoma, pone en duda toda la estructura edípica y la producción psicológica de la humanidad. Si el niño puede narrarse a sí mismo, entonces la novela familiar que crea el binarismo hombre/mujer o infante/adulto, o simplemente educando/educador, entra en crisis a través de la novela infantil de niños plásticos y críticos. La novela infantil aparta al niño de su genealogía, de una “pantalla” que expresa a la familia de fondo. En ella el niño abandona “el ‘mundo interior de la infancia’ en cuanto realización de la neurosis familiar”,63 y puede contar su propia vida sin intermediarios.

El deseo del niño y su realización, dentro de la novela infantil, cuestionan las comprensiones modernas sobre su naturaleza: “Ni siquiera la infancia es edípica; no lo es del todo, no tiene la posibilidad de serlo. Lo edípico es el abyecto recuerdo de infancia, la pantalla”.64 El Edipo junto a la educastración y la infantilización crean una producción idealista de lo que significa la infancia. La aparición de la novela infantil es la destrucción de la maquinaria edípica y resulta en la deconstrucción de la infantilización, pues “nunca el adulto es un ‘después’ del niño: ambos apuntan en la familia a las determinaciones del campo en el que ella y ellos se bañan simultáneamente”.65 Si la novela infantil es la alternativa a una ontología del adulto, relacionada ante todo con el dispositivo familiar, su análisis repercute en la ontológica de la infancia como proyecto o ser en formación.

Para Deleuze y Guattari la consciencia huérfana consiste en poner al infante fuera de las estructuras filiales, de la idea de sociedad patriarcal, lejos de las dinámicas psicoanalíticas y dentro de una posibilidad de ir hacia nuevas subjetivaciones que, según Schérer, crea “la lógica del movimiento pasional” que tiene como destino “la formación de grupos y de ‘series de grupos’”66 no necesariamente filiales. “Lo que la libido huérfana carga es un campo de deseo social, un campo de producción y de antiproducción con sus cortes y sus flujos, donde los padres están prendidos en funciones y papeles no parentales enfrentados a otros papeles y otras funciones”.67 Esta orfandad no significa la eliminación de los padres como sujetos de las relaciones infantiles, sino la resignificación de éstos fuera de sus “funciones y papeles parentales”, rompiendo la obligatoriedad consanguínea y familiarista.

El niño, en su consciencia huérfana, es el aparecer de una posible metamorfosis, “ser-en-el-mundo en estado naciente”68 de la humanidad, que rompe con las ontologizaciones binarias: hombre/mujer, adulto/niño o la de la pareja monogámica con fines reproductivos y, por tanto, de la familia moderna. Su existencia huérfana exigirá reformular las relaciones sociales. La filosofía posmoderna puede comprenderse también como la crítica radical de la ontología a través del análisis de la infancia. Guattari declara:

Yo no reivindico ninguna ontología, es claro, puesto que hablo de metamodelizaciones. Me refiero mucho más a su “relato” presocrático que a ontologías constituidas. Pero las ontologías representan, para cada época, para cada etapa filosófica, una tentativa por conceptualizar el estado del ser, de las cosas, en un contexto técnico-científico y social dado. Hoy la cuestión se plantea con una agudeza renovada, puesto que el ser de las cosas es cada vez menos un ser-ahí ya ahí, sino un ser en proceso evolutivo, tomado dentro de una aceleración maquínica e histórica. Por tanto, lo que se pone en entredicho es el estatus mismo de la ontología, la cual confiere una consistencia universal, eterna al ser.69

Por ello Schérer afirma que la filosofía de Deleuze y Guattari puede comprenderse como una echología: esto significa que no hay ya ontología, sino producción de subjetividades y diversidad de naturalezas humanas, creadas a través de territorios de enunciación entre las concepciones filosóficas y las vidas culturales y reales, sea por agenciamientos libres o impuestos. La echología inaugura una suerte de “ontología producida” donde el ser humano puede reformularse desde nuevos territorios. “La echología implica la abertura del ser que se incrementa y aumenta en potencia, la sobreabundancia de los místicos, la generosidad del don, la hospitalidad infinita del libro”.70 Significa hacer y tener una naturaleza a través de procesos evolutivos espontáneos y agenciamientos situados con códigos específicos, como pueden ser los ya mencionados binarios. Esta perspectiva echológica pone a la filosofía “bajo el signo del otro modo que ser, o del tener”.71 De ahí que, como vimos en Guattari, se hable más de “ser-en-el-mundo en estado naciente” que de un “ser-en-el-mundo” ya dado desde y para siempre.

El devenir-infante, tanto de Deleuze-Guattari como de Schérer-Hocquenghem, representa una de las posibilidades de ir más allá del ser, de revelar a la echología como nuevo paradigma filosófico. Esta posibilidad no es una idealización, sino que, bajo la lupa de Schérer-Hocquenghem, es la vida del niño concreto y liberado de los preceptos civilizatorios. Para estos autores, en el niño hay una “metamorfosis de la crisálida en mariposa, un ser nuevo cuyas proezas en la pista dejan boquiabiertos a cuantos las contemplan desde los graderíos, o desde las riberas familiares que mantienen atados a sus miembros más pesados”.72 Para producir esto, el niño debe ser raptado de su red familiar, de la novela familiar, para alcanzar la novela infantil. El rapto sirve como metáfora de una infancia posmoderna que circula73 en otros horizontes. Debe salir de su infantilización para devenir-infante y recuperar las potencias que impide el devenir-pedagógico. El miedo de la pedagogía moderna es que el niño alcance su propia emancipación no en la adultez -producto ontologizante de la modernidad-, sino en su infancia real.

Tal es el horror del rapto, aunque lo sea como prolongación directa del deseo; tal su negación de la infancia, a la que deforma hasta hacerle irreconocible, a pesar de la fascinación que por él siente la infancia. Podría, ciertamente, establecerse una distinción entre el rapto seductor de la bella por el caballero y el rapto terrorífico del torturador, el ogro o el truhán [sic]. A esta distinción están dedicados la mayor parte de los cuentos infantiles, con la intención de apartar a los niños de las malas compañías, de la imprudencia o del vagabundeo, dejando a la vez libre a la parte lícita de los sueños. Dickens hizo llorar lo suyo sobre el niño no escolarizado, perdido, asociado con ladrones y criminales. Pero es bien sabido que en Oliverio [sic] Twist es la escuela del robo lo que seduce y no la vuelta al redil.74

Oliver Twist, de Dickens, puede leerse como una novela infantil donde los niños, raptados por la delincuencia y las pandillas, van más allá de la familia y construyen nuevos grupos deseantes. Contra la ontología que busca la familia, aparece el niño rebelde de la echología. Para tomar las palabras de Gabriel García Márquez, en La hojarasca, el niño aparece en su autonomía: “como a un sombrío animal que había permanecido durante mucho tiempo en la sombra y reaparecía observando una conducta que el pueblo no podía considerar sino como superpuesta y por lo mismo sospechosa”.75 Animal terrible, venido de la noche, el niño emancipado de la novela infantil, el de la consciencia huérfana que ya no tiene relaciones familiares, sino sociales, amorosas, donde él es capaz de crearlas, es tomado como un criminal: terrible existencia a encarcelar y a someter con la violencia institucional. El niño rebelde, vagabundo o no-heterosexual es un criminal. ¿Cuál es la diferencia entre un niño criminal y uno emancipado? Quizá ninguna.

IV. La novela infantil y la infancia emancipada

Ahora bien, encontramos la infancia emancipada en algunas creaciones literarias que hemos nombrado novela infantil. Para Kohan, cierta literatura:

ofrece la oportunidad de afirmar otra infancia, de recolectar los desechos de la educación formadora, lo que el discurso pedagógico dominante parece no ver ni valorar, una imagen de la infancia como símbolo de la afirmación, figura de la invención, espacio móvil de desplazamiento, gesto sereno de otra palabra, canto enérgico de un atraso, abundancia plena de un desplazado.76

La novela infantil es el campo de la infancia emancipada donde se “deja al hijo por su cuenta corriendo el riesgo de que lo extranjero o que la calle se adueñe de él (al menos psicológicamente)”.77 Hocquenghem la traza como expresión del lenguaje de las flores.78 En esta narrativa sucede que lo ignorado o inferior pasa a ser lo sublime: “En efecto, el lenguaje de las flores puede ser interpretado como las rosas de Genet, como la transfiguración de lo bajo en sublime”.79 Hay una trasposición de los valores donde lo inferior se enaltece y crea su propio lenguaje, transfigura el lenguaje común en un campo político de cuestionamiento, como sucede en la literatura menor.80 El lenguaje de las flores explota la novela familiar para insertar el deseo más allá de las regularizaciones familiares, en la construcción de nuevos códigos no binarios y libres, revolucionarios. Concluye Hocquenghem, en la misma página, que “estas flores y estos insectos no tienen sexo, son la máquina misma del deseo sexual”. Como se observa, no es una asexualidad, sino un deseo más allá del binario sexual de los adultos.

Para nosotros no es sólo el deseo sexual lo que está puesto de manifiesto en el lenguaje de las flores de la novela infantil, aunque sea uno de sus modos, sino también la expresión del deseo como máquina productora de relaciones. El niño produce agenciamientos deseantes consigo y con los otros, los cuales lo potencializan. El amigo, el compañero de clase, la pandilla, las golosinas, los deportes y también el placer de la soledad no pueden reducirse a la red pedagógica. El amor a la madre y al padre no son relaciones innatas, sino impuestas y deseadas así; por lo que el niño emancipado crea otras relaciones paralelas.

Hasta Coi-re el lenguaje de las flores será nombrado expresión de la novela infantil. Hocquenghem y Schérer sentencian que en la novela aparece la infancia concreta en su autosuficiencia y, a la par, en la subjetivación producida por los adultos.

“Acontecimiento puro” […]. La novela infantil, cuyos temas pretendemos describir, se diferencia de manera parecida del “mundo interior de la infancia” en cuanto realización de la neurosis familiar. Novela infantil o infancia novelada fuera de la familia, equivalencia que adquiere sentido en el lugar en que nos encontramos. Y puede verse hasta qué punto se puede estar atrapado por los valores familiar-escolares para exigir, en nombre de “la verdad”, pedir a los niños -y se añadirá “a los niños mismos”- que cuenten su novela infantil, que la cuenten a las cassettes sociológicas.81

La novela infantil resguarda no el mundo de la infancia, sino la experiencia de lo humano en un instante concreto. Es un kayrós donde el mundo no puede reducirse a un en sí encubierto que exclusivamente el pedagogo, el psicoanalista o la familia pueden comprender. La vida infantil, en esta narrativa, se libera de las interpretaciones naturalizadas para fugarse del territorio escolar-familiar y estatal en donde ha sido construida. En ella, “nos interesa la pantalla, y no lo que hay detrás; nos obstinaremos en tomar las imágenes que en ella se manifiestan como tales imágenes, en su riqueza anecdótica y anodina, lejos de la forma exangüe del recuerdo infantil”.82 Deleuze veía en este conflicto entre pantalla y trasfondo la situación de imposibilidad para que el infante se haga cargo de sí mismo:

Lo que quiero decir es que por más lejos que se remonten en la infancia de alguien, el problema ya está allí: ¿cómo producirá un niño el inconsciente? En este sentido es que digo que el inconsciente nunca está ahí, puesto que el niño -aún si no lo formulaba así- ya se encontraba frente a la tarea: ¿se me va a impedir producir el inconsciente o voy a estar en condiciones favorables para producirlo? Es evidente que uno de los aspectos fundamentales de la represión en la educación es impedir la producción del inconsciente en el niño.83

La novela infantil trata de liberar a la psique a su propia producción deseante, particular y concreta. A Oliverio, para dar un ejemplo, el niño narrador de El libro de mis primos, se le diagnostica angustia y se le dice que llora “para llamar la atención de alguien, según dice el médico”.84 Oliverio llora, según él nos cuenta, por imitar “a la mujer que llora, que escribe, que llora y escribe, escribe y llora en la mesa de la confitería”. Se cree que más sabe el médico del niño que este último sobre sus propios sentimientos y expresiones; pero Oliverio se burla y construye una interpretación propia de su psique.

Deleuze define dos tipos de memorias infantiles: la llamada recuerdo de la infancia y la del bloque infantil; que ponen de manifiesto dos formas de interpretar lo que narra la infancia. La primera, remite a la novela familiar; la segunda, a la novela infantil.

El bloque de infancia pertenece verdaderamente a la niñez, no encontrarán allí nada de lo que el psicoanálisis nos dice que es la vida de la infancia, no encontrarán nada edípico. Encontrarán otra cosa, encontrarán un conjunto de conexiones maquínicas que forman la verdadera vida del inconsciente, no figurativa y no simbólica. Un niño que juega a la rayuela o que juega a la pelota es todo un sistema, bloques de infancia en estado vivo, en estado actual […]

El recuerdo de infancia es edípico porque el niño lo fabrica -contemporáneo del bloque de infancia correspondiente- ya enteramente relacionado a las coordenadas edípicas, lo fabrica por entero al nivel de una verdadera conducta del relato: lo que voy a contar a mamá, lo que voy a contar a papá.85

Por ejemplo, en El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Senel Paz, es la línea de fuga o rapto que produce Diego, el amigo mayor de David, lo que pone en duda la moral de la Unión de Jóvenes Comunistas y la familiar, que califican la homosexualidad como antirrevolucionaria. David rompe con lo esperado y vive su existencia fuera de la narrativa estatal-familiar desde su minoría de edad. Al final de la novela, David dice: “El próximo Diego que se atravesara en mi camino lo defendería a capa y espada, aunque nadie me comprendiera, y que no me iba a sentir más lejos de mi Espíritu y de mi Conciencia por eso, sino al contrario, porque si entendía las cosas, eso era luchar por un mundo mejor para ti, pionero, y para mí”.86 El deseo por Diego, despierta en David la posibilidad de cuestionar la red de significados y proyecciones en que vive, al dudar del relato del inconsciente que le obligan a cumplir. Diego ha pervertido a David, le produce nuevas maneras de comprender el cuerpo propio y sus deseos. Esto también sucede en Malaherba cuando Tambu y Elvis deciden vivir a ocultas la homosexualidad:

Había mil juegos que podíamos hacer para tocarnos todo el rato. Eso que hacía con Elvis era diferente, un placer distinto y mucho mejor, y jamás se nos ocurría darnos un beso; no había manera de besarnos fingiendo que estábamos haciendo otra cosa.

Se lo dije esa noche, cuando tuve que volver a casa.

-Me gustas mucho, Levis -le dije. […]

-Tú también a mí, Míster Tamburino.87

Este juego infantil y erótico es un secreto entre Elvis/Levis y Tambu. Juego peligroso que los llevará a ser violentados por otros niños-pedagógicos al final de la novela. El niño-infantil se enfrenta constantemente al niño-pedagógico; novela infantil y novela familiar combaten en estos cuerpos. Esto se constata en “Los cachorros”, de Mario Vargas Llosa, cuando Cuéllar no sólo es tomado como inferior, un castrado, sino como fugitivo de la normatividad sexual. Los compañeros lo obligan a tratar de conquistar a otras niñas:

Y tú Cuéllar, ¿no le gustaba alguna?, sí, esa que se sienta atrás, ¿la cuatrojos?, no no, la de al ladito, por qué no le escribía entonces, y él que le ponía, a ver, a ver, ¿quieres mi amiga?, no, que bobada, quería ser su amigo y le mandaba un beso, sí, eso estaba mejor, pero era corto, algo más conchudo, quiero ser tu amigo y le mandaba un beso y te adoro, ella sería la vaca y yo seré el toro, ja ja.88

En “Los cachorros”, la novela familiar se muestra como la producción de un binarismo sexual y heterosexual que hace aparecer a Cuéllar como abyecto indeseable. Al final de la trama, se concluye que Cuéllar es como es (un pedófilo) por la castración infantil que su familia no supo enfrentar. Sus compañeros, al contrario, logran alcanzar la sana adultez: “eran hombres hechos y derechos ya y teníamos todos mujer, carro, hijos”.89

Por otro lado, al niño que se vuelve cómplice de otras formas de vida y crece dentro de ellas, como sucede con el Brillo, hijo adoptivo de Encarna, la matriarca de Las malas, no le queda más que tener un destino de señalamientos o de muerte social. “La infancia y las travestis son incompatibles. La imagen de una travesti con un niño en brazos es pecado para esa gentuza. Los idiotas dirán que es mejor ocultarlas de sus hijos, que no vean hasta qué punto puede degenerarse un ser humano”.90 Existe resistencia de las vidas deseantes y diferentes, siempre y cuando produzcan agenciamientos fuera de la red familiar y estatal que patologiza y persigue tales “degeneraciones”. Los márgenes de la ciudad y los lugares ocultos se vuelven espacios donde estas vidas se desarrollan, alejadas de la sociedad pedagógica, civilizada y psicoanalítica; recuperan una plasticidad poliforme gestada de manera grupal entre marginados. Ahí hay un devenir-infancia en el cuerpo sin órganos, donde se supera el “enfrentamiento entre lo individual y lo social”,91 al aceptar que el sujeto es en relación con el territorio-red-de-signos donde ejerce su libertad con los otros.

El cuerpo del niño emancipado amplía las desterritorializaciones: “Este cuerpo de deseo o sin órganos, el niño no deja de modelarlo a partir de su cuerpo propio, tatuándolo, incisionándolo, travistiéndolo, animalizándolo, cosificándolo”,92 y esta modelación permite en el niño “su ruptura perpetua con el pasado, su experiencia, su experimentación actuales”.93 La infancia deseante o cuerpo sin órganos en constante modulación, mostrada por la novela infantil, se produce dentro de una ruptura con el mundo familiar y pedagógico, pero también con el poder horizontal. La novela infantil permite que los niños se descubran como alteridad absoluta.94 Su diferencia es lo que permitirá, dice Sosa Villada, olvidar el miedo: “La desidia de la gente ese día me ofreció una revelación: estaba sola, este cuerpo era mi responsabilidad. Ninguna distracción, ningún amor, ningún argumento, por irrefutable que fuese, podían quitarme la responsabilidad de mi cuerpo”.95 El bloque infantil resguarda la línea de fuga hacia subjetividades nómadas y agencias donde sean posible otras “organizaciones del poder” con sus “enunciados”.96 En Mil mesetas leemos que en el bloque infantil: “un niño molecular se produce... coexiste con nosotros, en una zona de entorno o un bloque de devenir, en una línea de desterritorialización que nos arrastra”.97

El rapto o línea de fuga que se activa no siempre se da en las situaciones morales más aplaudibles por la sociedad, como puede ser un viaje a otro continente, el cual permite al niño alcanzar una autonomía, tema de Thibault Vian en “La educación mediante el viaje”.98 Otras veces son situaciones terribles, como un verdadero secuestro, la pérdida de ambos padres, la sexualidad abyecta y las identidades no normativas. El viaje iniciático o rapto que la infancia necesita para alcanzar su propio devenir-infante puede ser muy dulce como el amor heterosexual o muy doloroso como ser transexual dentro de la sociedad normativa. El despertar del deseo y la posibilidad de crear escenarios que lo sacien y expandan es una “situación culpable porque el deseo es ahí un crimen, vivenciado como tal”,99 pero esto puede permitir “producir un saber sobre sí mismos, reapropiándose de las tecnologías de poder que les constituyen como abyectos”.100 Ahora bien, las líneas de fuga también pueden arrastrar al sujeto a la muerte o a relaciones de poder donde termine perdiendo potencias, como el caso de la relación pederasta de Al morir Jonathan, de Duvert, o los niños criminales de Saviano. Como indica Deleuze: “Es necesario mucha prudencia para hacerse un cuerpo sin órganos, mucha prudencia para no reventar, mucha paciencia en todos los casos”.101 Esto implica aceptar que hay líneas de fuga que no sólo replican la estructura de poder de la que aparentan escapar, sino que pueden arrastrar a la muerte o al trauma irremediable que imposibilita, posteriormente, el ejercicio de la libertad y el desarrollo de las potencias del cuerpo.

Sin embargo, es innegable que el deseo del niño le permite, como al homosexual y a la mujer, reinterpretar la vida más allá de la normatividad impuesta socialmente. A través de esta consciencia, debe poder elegir su devenirinfante, donde se haga a sí mismo más allá de toda naturaleza. Alcanzar esto, por otro lado, conlleva persecuciones, como se observa con el personaje de la regenta, de Clarín. Ella ejerce de niña su autonomía al fugarse con un amigo, situación que su familia interpretará como encubrimiento de un acto sexual, mostrando cómo se supervisa y prohíbe el deseo. Veamos el pasaje de La regenta:

Las calumnias del aya y los groseros comentarios del vulgo la hicieron fría, desabrida, huraña para todo lo que fuese amor, según se lo figuraba. Se le había separado sistemáticamente del trato íntimo de los hombres, como se aparta del fuego una materia inflamable. Doña Camila la educaba como si fuera un polvorín. “Se había equivocado su natural instinto de la niñez; aquella amistad de Germán había sido un pecado, ¿quién lo diría? Lo mejor huir del hombre. No quería más humillaciones”. Esta aberración de su espíritu la facilitaban las circunstancias.102

La sociedad actual es también hipócrita en cuanto a qué deseos infantiles aceptará según los sexos, haciendo espacios y actividades restrictivas para cada uno, infantilizando doblemente a las niñas. En La Regenta, aunque a Ana se le juzga perversa a una corta edad, cuando ella no muestra deseos a sus quince años, la edad que la sociedad de su época consideraba como el momento del casamiento, será perseguida. El deseo debe cumplir con las normativas y funciones sociales sexuadas. En cambio, en la novela infantil el deseo se libera de los preceptos morales y produce relaciones abyectas o “pecaminosas”, como las series-grupos pasionales que contradicen a los amores monógamos. El despertar de un deseo libre y agenciativo con los otros, rapto o viaje de iniciación, es visto como criminal y hasta pervertido. Resistir a la exclusión es trabajo del devenir-infancia en la propia niñez que ciertas novelas infantiles, como las de Jabois, Rochefort o Sosa Villada, muestran.

Ahora bien, el ser del infante es una máquina del deseo, como decían Hocquenghem y Schérer, donde una “utopía amorosa toma sus divagaciones y alegorías, exacerba el deseo al hacerlo resplandecer, desbordar más allá de todo límite, llenándolos de sentidos e imágenes nuevos, convirtiéndolo literalmente en llama, ala, alma”.103 Para estos filósofos franceses, se resguarda en el infante la posibilidad de vivirse estéticamente y, con ello, “el remedio para el desencanto [que] se encuentra en otro régimen de signos, que descarte por completo un lenguaje cuya única medida tiende a devenir la adecuación realista, la clasificación empobrecedora, la restricción informática”;104 todo esto se impide a través de la prohibición de ciertos deseos, como el homosexual y el transexual.

Infancia aberrante y deseante; infancia emancipada que encontramos en las novelas desde sus aristas: el bloque de infancia o novela infantil y su contraparte, el recuerdo de infancia y la novela familiar. Desde ahí se visualizan, como si nos asomáramos por un pequeño orificio, otras infancias posibles. Infancia pasional, utópica, quizá, pero necesaria para abrir nuevas formas de vida donde la identidad se revele como “espejismo político”105 y no como verdad absoluta de los cuerpos. En la infancia pasional de la novela infantil, el niño crea su inconsciente y sus identidades en la posibilidad de siempre abandonar lo construido, de siempre devenir, a través de los deseos, más allá de lo alcanzado.

V. Conclusión. De la infancia a nuevas subjetividades

Para que la infancia pueda vivir plenamente su devenir-infancia es necesario que los adultos se responsabilicen de sus concepciones filosóficas y sus modos de actuar sobre y con los otros. La carencia ontológica que encontramos en la infancia nos posibilita decir con Malabou que hay “Una infancia por venir en el texto, la promesa de un estado primitivo del texto. La infancia es una edad que no pertenece ni a la metafísica, ni a lo que rebasa la metafísica y que, como la ‘metamorfosis’, está a la vez antes y después de la historia, mítica y ultra-histórica a la vez. La infancia es el futuro primitivo de los textos”.106

El niño es un “entre en medio” de las tensiones actuales de la filosofía. Como expresábamos con Guattari, la infancia puede pensarse como un ser-en-el-mundo en constante evolución, si así se le permite existir. Para Malabou, la plasticidad, como posibilidad de adquirir, dar y destruir la forma, convierte a la libertad en “intimación de la metamorfosis en un mundo cumplido y ya siempre realizado”.107 La constante metamorfosis de la libertad permite que el niño explote las ontologías rígidas y abra el campo a una echología plástica, nueva lectura del ser y del ente, que la literatura puede expresar. Como ya mencionamos, también se necesita una ética de la prudencia108 así como una estética erótica109 que construyan el arte de vivir adecuadamente en los devenires y que ayuden al sujeto a cuidarse de una muerte dolorosa o ciertos traumas irreparables que son situaciones posibles de ciertos devenires que producen despotencialización del ser e infelicidad.

La plasticidad infantil que se resguarda en la novela infantil obliga a una nueva comprensión de lo natural donde el medio, el territorio de signos, hace aparecer sujetos políticos. Para combatir esta subjetivización moderna es necesario conducir el régimen de signos hacia una reterritorialización nómada y activa, donde se sigan líneas de fuga deseantes y éticas que abandonen la repetición de identidades cristalizadas.110 Contra la rigidez ontológica; la plasticidad radical. Schérer y Hocquenghem dicen:

La humanización depende del entorno, de los diferentes modelos y relaciones que impregnan al niño hasta en lo que parece más humanamente innato en su cuerpo […]. Pero no hay teoría en la actualidad que defienda el condicionamiento puramente externo. La noción de “medio”, a la vez interno y externo, establece la existencia de interacciones entre las influencias que actúan sobre el niño y la forma como éste las utiliza. De todos modos, hay que admitir que no existe herencia determinante que reproduzca, sin más, el tipo humano, “la naturaleza humana” preformada.111

La “naturaleza humana” sólo se obtiene a través de una performatividad obligada. No hay nada en el niño que lo obligue a ser tal y como ha venido siendo. Su plasticidad abre el campo de un devenir necesario para inaugurar una echología, así como la producción de nuevas subjetividades. “El niño pone entre la espada y la pared a los adultos, recordándoles su cobardía, su inconsecuencia y su mentira”,112 al obligarlo a cumplir preceptos ontológicos y morales que pueden ser de otras maneras. Se vive a sí mismo desde su cuerpo-sin-órganos dirigido a múltiples deseos y a los cuerpos del mundo, se transforma según el entorno, según él y lo que se le solicita ser. El niño es capaz de jugar y metamorfosear al mundo más allá de lo esperado, como cuando juega a ser un animal o el otro sexo. Su cuerpo, “más que crecimiento, superficie de juegos y metamorfosis […]. Apertura o deslizamiento hacia otras posibilidades sincrónicas, y entre ellas, en primer lugar, la animal”.113

Despejar, a través de la novela infantil, aquel niño oculto, es uno de los fines necesarios para alcanzar la transformación de lo humano. Como indica Emmanuel Ávila, se trata de alcanzar “en acto, en el acto mismo del ‘devenir’, del cambio, de la marcha, del movimiento pasional que lo constituye y lo guía”114 una infancia emancipada. Declinar la ontología rígida, al crear nuevos territorios de signos no totalitarios y esencialistas, abre el campo de los devenires. El cuerpo infantil, como se ha comprendido aquí, permite nuevos agenciamientos, debido a que:

la función del niño es la de establecer el vínculo, la belleza, el ornato, la de romper los egoísmos, la de aportar entusiasmo allí donde las personas se contentan con discutir los intercambios. No se trata de un mito de la infancia, sino de su realidad tangible. Puesto que, más que la palabra, lo propio del niño es el tacto, más que el discurso, el desplazamiento y el recorrido; está ahí para recordarnos aquello que cada uno ha dejado atrás y olvidado, perdido en su “cada uno”.115

Cabe preguntar: “¿No es la infancia la posibilidad de relaciones polimorfas con las cosas, los cuerpos y las personas?”.116 El niño resulta la posibilidad que abre “el exilio ontológico”,117 recupera la plasticidad donde razón y azar se mezclan, como pensó Heráclito, así como sensibilidad y práctica prudente. El otro, la “expresión de un posible” o “mundo posible”,118 aparecido en novela infantil, donde se revela que los años de infancia están, según Hocquenghem, “inspirados por un deseo de ser diferente, una frenética aspiración hacia otros ambientes”.119 Señala Deleuze: “la tarea del escritor es […] devenir infante a través del acto de escribir, ir en dirección a la infancia del mundo y restaurar esa infancia. Ésas son las tareas de la literatura”.120 Si la infancia emancipada y polimorfa existe, es momento de rescatarla en la vida y no sólo en la literatura. La plasticidad nace y se neutraliza en cada niño, pero resiste en la novela infantil. Permitir los devenires infantiles al liberar a las infancias de la infantilización histórica, es la tarea de una filosofía de la niñez opaidolismo.

Referencias

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1 Heráclito, D.-K 52. En cuanto al problema de las etapas y el tiempo en Heráclito, ver: Lucas Donegana, “Dos nociones de tiempo en el fragmento B 52 de Heráclito”, Hypnos, vol. 45 (2020): 254-273.

2 René Schérer, La pedagogía pervertida, trad. Jerónimo Juan Mejías (Barcelona: Laertes, 1983), 135.

3 René Schérer, Enfantines (París: ECONOMICA, 2002), 139.

4 René Schérer, Une érotique puérile (París: Éditions Galilée, 1978), 10. La traducción es mía.

5 Walter Kohan, “Epílogo: infancia, entre literatura y filosofía”, en Infancia, política y pensamiento. Ensayos de filosofía y educación (Buenos Aires: Del Estante, 2007), 101.

6Para este trabajo, menores de edad, niños y adolescentes son lo mismo. A tales sujetos, desde la perspectiva adultocentrica, se les considera incapaces de elegir por sí mismos desde la sexualidad, las acciones sobre sus cuerpos y los vínculos autogestivos sin supervisión y aprobación adulta.

7 Tony Duvert, Al morir Jonathan, trad. Pedro Alejandrez (Ciudad de México: Canta Mares, 2017), 159.

8 Gilles Deleuze, Diferencia y repetición, trad. María Silvia Delpy y Hugo Beccacece (Buenos Aires: Amorrortu, 2017), 17.

9 Jean-Jacques Rousseau, Emilio, o de la educación, trad. Mauro Armiño (Madrid: Alianza, 1990).

10 Félix Guattari, La revolución molecular, trad. Guillermo de Eugenio Pérez (Madrid: Errata Naturae, 2017), 104.

11 Gilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía?, trad. Thomas Kauf (Barcelona: Anagrama, 2005), 71. Cursivas en el original.

12 René Schérer, “Enfance: Pédagogie ou éducation?”, Childhood & Philosophy, vol. 1, núm. 1 (2005), 190. La traducción es mía.

13 Rousseau, Emilio, 34.

14 Manuel López Gallego, “Bildungsroman. Historias para crecer”, Tejuelo, núm. 18 (2013), 65.

15 Duvert, Al morir Jonathan, 132.

16 Immanuel Kant, Crítica de la razón práctica, trad. Dulce Granja Castro (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica / Universidad Autónoma Metropolitana / Universidad Nacional Autónoma de México, 2005), 36 [A56].

17 Kant, Crítica de la razón práctica, 37 [A56].

18 Luciano Vorpagel da Silva, “Sobre el problema de la libertad en Kant”, Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, vol. 33, núm. 2 (2016): 542.

19 Ileana P. Beade, “Consideraciones acerca de la concepción kantiana de la libertad en sentido político”, Revista de Filosofía, vol. 65 (2009): 26.

20 Vorpagel, “Sobre el problema”, 542.

21 Vorpagel, “Sobre el problema”, 543.

22 Gilles Deleuze, La filosofía crítica de Kant, trad. Marco Aurelio Galmarini (Madrid: Cátedra, 2008), 58.

23 René Schérer y Guy Hocquenghem, Coire. Álbum sistemático de la infancia, trad. Alberto Cardín (Barcelona: Anagrama, 1979), 68. También Schérer comenta esto en Enfantines, 16.

24 Immanuel Kant, Idea para una historia universal en clave cosmopolita, trad. Dulce Granja Castro (Ciudad de México: unam, 2006), 38.

25 Kant, Idea para una historia, 37-38. Cursivas en el original.

26 Immanuel Kant, “En torno al tópico: ‘eso vale para la teoría, pero no sirve de nada en la práctica’”, en: Obras selectas, II, trad. Roberto R. Aramayo (Ciudad de México: Gredos, 2014), 279.

27 Thibault Vian, L’enfance ou la réforme de l’enseignement chez Deleuze et Jankélévitch (París: HAL Open Science, 2020), 3. La traducción es mía.

28 Néstor Perlongher, El negocio del deseo. La prostitución masculina en San Pablo, trad. Moira Irigoyen (Buenos Aires: Paidós, 1999), 135.

29 Christiane Rochefort, Los niños del siglo, trad. Manuel Lamana (Buenos Aires: Losada, 1961), 18.

30 Gilles Deleuze y Félix Guattari, El anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, trad. Francisco Mongue (Barcelona: Paidós Ibérica, 1985), 53.

31 Deleuze y Guattari, El anti-Edipo, 53.

32 René Schérer, “Sexualidad y pasión. Sobre la filosofía moderna de la sexualidad”, en Filosofía y sexualidad, Fernando Savater coord. (Barcelona: Anagrama, 1982), 164.

33 Camila Sosa Villada, Las malas (Buenos Aires: Tusquets, 2019), 98.

34 Schérer, Enfantines, 55. La traducción es mía.

35 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 92.

36 Jean Genet, El niño criminal, trad. Irene Antón (Madrid: Errata Naturae, 2009).

37 René Schérer, Utopías nómadas, trad. José Benito Climent y Laura Vidal (Valencia: Tirant lo Blanch, 2011), 52.

38 Schérer, “Sexualidad y pasión”, 165.

39 Christiane Rochefort, Los niños primero, trad. Angels Martínez Castells (Barcelona: Anagrama, 1982), 91.

40 Schérer, La pedagogía pervertida, 21.

41 Schérer, La pedagogía pervertida, 21.

42 Schérer, La pedagogía pervertida, 21.

43 Immanuel Kant, “Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?”, en Filosofía de la historia (La Plata: Terramar, 2004), 33.

44 Beatriz Alcubierre, “La infantilización del niño”, en Figuras del discurso: exclusión, filosofía y política, Armando Villegas, Natalia Talavera, Roberto Monroy coords. (México: Bonilla Artigas Editores y Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2016), 17.

45 Guy Hocquenghem, “A infancia de um sexo”, en A contestação homossexual, trad. Carlos E. Marcondes de Moura (São Paulo : Brasiliense, 1980), 104.

46 Paul B. Preciado, “Terror anal: Apuntes sobre los primeros días de la revolución sexual”, en Guy Hocquenghem, El deseo homosexual, trad. Geoffroy Huard de la Marre (Madrid: Melusina, 2009), 165.

47 Preciado, “Terror anal”, 166.

48 Roberto Saviano, La banda de los niños, trad. Juan Carlos Gentile Vitale (Barcelona: Anagrama, 2017), 33.

49 Walter Kohan, “Filosofía y niñez: Posibilidades de un encuentro”, Philosophy and Children, vol. 18 (1998): 22.

50 Schérer, Enfantines, 100. La traducción es mía.

51 Manuel Jabois, Malaherba (Madrid: Alfaguara, 2020), 79.

52 Antonia Palacios, Ana Isabel, una niña decente (Caracas: Monte Ávila, 1969), 61-62.

53 Schérer, La pedagogía pervertida, 29.

54 Mario Mieli, Elementos de crítica homosexual, trad. Joaquín Jordá (Barcelona: Anagrama, 1979), 32.

55Para un estudio más detallado sobre el proceso de educastración, ver mi trabajo en coautoría con Rubén Martínez, “Infantilización, educastración y deseo: pensar lo queer en la pedagogía”, La Ventana, vol. 6, núm. 56 (2022): 10-44.

56 Guy Hocquenghem, El deseo homosexual , trad. Geoffroy Huard de la Marre (España: Melusina, 2009), 94 y 131.

57Tomamos el término plasticidad de la filosofía de Catherine Malabou. Sobre ello, ver la conclusión.

58 Schérer, La pedagogía pervertida, 28.

59 Deleuze y Guattari, El anti-Edipo, 95.

60 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 20.

61 Deleuze, Filosofía crítica de Kant, 13.

62Para detalles sobre las construcciones de ontologías binarias, ver mi trabajo en coautoría con Rubén Martínez, “Cuerpo, técnica y autocomprensión. La posibilidad de una hermenéutica queer ante la educastración binarista”, Aitías, Revista de estudios filosóficos del Centro de Estudios Humanísticos de la uanl, vol. 1, núm. 2 (2021), 71-102.

63 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 48.

64 Deleuze y Guattari, El anti-Edipo, 402.

65 Deleuze y Guattari, El anti-Edipo, 285.

66 Schérer, “Sexualidad y pasión”, 169.

67 Deleuze y Guattari, El anti-Edipo, 366

68 Félix Guattari, “Caosmosis, hacia una nueva sensibilidad”, en: ¿Qué es la ecosofía?, trad. Pablo Ires (Buenos Aires: Cactus, 2015), 70.

69 Guattari, “Caosmosis”, 69.

70 René Schérer, Miradas sobre Deleuze, trad. Sebastián Puente (Buenos Aires: Cactus, 2012), 152.

71 Schérer, Miradas sobre Deleuze, 152.

72 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 17.

73 Antoine Idier, “Les vies de Guy Hocquenghem”, (Tesis de doctorado en Sociología, Université de Picardie Jules Verne, 2015), 270.

74 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 16.

75 Gabriel García Márquez, La hojarasca (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1973), 78.

76 Kohan, “Epílogo”, 101.

77 Guy Hocquenghem, Diario de un sueño, trad. Ezequiel Martínez Kolodens (Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2021), 57.

78 Hocquenghem, El deseo homosexual, 67.

79 Hocquenghem, El deseo homosexual, 67.

80 Gilles Deleuze y Félix Guattari, Kafka. Por una literatura menor, trad. Jorge Aguilar Mora (Ciudad de México: Era, 1978), 29.

81 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 48.

82 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 49.

83 Gilles Deleuze, Derrames entre el capitalismo y la esquizofrenia (Buenos Aires: Cactus, 2005), 250.

84 Cristina Peri Rossi, El libro de mis primos (Barcelona: Grijalbo, 1989), 55.

85 Deleuze, Derrames, 251.

86 Senel Paz, El lobo, el bosque y el hombre nuevo (Ciudad de México: Era, 1991), 59.

87 Jabois, Malaherba, 95.

88 Mario Vargas Llosa, Los jefes. Los cachorros (Madrid: Alianza, 1991), 116.

89 Vargas Llosa, Los jefes. Los cachorros, 144.

90 Sosa Villada, Las malas, 24.

91 Hocquenghem, El deseo homosexual, 131.

92 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 101.

93 Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, trad. José Vázquez Pérez (Valencia: Pre-Textos, 2020), 213.

94 Schérer, Enfantines, 127.

95 Sosa Villada, Las malas, 61.

96 Deleuze, Derrames, 222.

97 Deleuze y Guattari, Mil mesetas, 377.

98 Thibault Vian, “La educación mediante el viaje. Viagénesis y experiencia de viadolescentes” (París: HAL Open Science, 2019).

99 Hocquenghem, El deseo homosexual, 66.

100 Preciado, “Terror anal”, 158.

101Deleuze, Derrames, 200.

102Leopoldo Alas “Clarín”, La Regenta (Madrid: Alianza, 1973), 73-74.

103Guy Hocquenghem y René Schérer, El alma atómica. Para una estética de la era nuclear. Una reivindicación apasionada de una nueva moral que asume las paradojas inherentes al siglo XX, trad. Daniel Zadunaisky (Barcelona: Gedisa, 1987), 44.

104Hocquenghem y Schérer, El alma atómica, 17.

105 Preciado, “Terror anal”, 164.

106 Catherine Malabou, La plasticidad en el atardecer de la escritura, trad. Javier Bassas Vila y Joana Masó (Castellón: Ellago, 2008), 112.

107 Catherine Malabou, La plasticidad en espera, trad. Cristóbal Durán y Manuela Valdivia (Santiago de Chile: Palinodia, 2010), 9.

108Sobre ello, ver: Marcelo Sebastián Antonelli Marangi, “Vitalismo y desubjetivación. La ética de la prudencia en Gilles Deleuze”, Signos Filosóficos, núm. 30 (2013): 89-117.

109 Hocquenghem, Diario de un sueño, 254.

110Ver, Gilles Deleuze y Félix Guattari, “1227. Tratado de nomadología: La máquina de guerra”, en Mil mesetas, 456-548.

111 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 95.

112 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 44.

113 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 96.

114 Emmanuel José Ávila Estrada, “Emilio Pervertido. Por una educación estético-pasional”, Contextos: Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales, núm. 44 (2019).

115 Schérer y Hocquenghem, Coi-re, 72.

116 Michel Foucault, “Non au sexe roi”, en Dits et ecrits, t. 3. 1976-1979 (París: Gallimard, 1994), 262.

117 Samy Zacarías Reyes García, “Hospitalidad, plasticidad y diferencia”, Contexto. Revista Anual de Estudios Literarios, vol. 26, núm. 28 (2022): 278.

118 Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, 23.

119 Guy Hocquenghem, L’Amphithéâtre des morts (Paris, Gallimard, 1994), 23.

120 Gilles Deleuze, L’abécédaire (París: Montparnasse, 1997), video. La traducción de este fragmento la realizó Walter Kohan.

Recibido: 19 de Marzo de 2021; Aprobado: 14 de Enero de 2022

Egresadx de la licenciatura en Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México, FES-Acatlán. Estudiante de Lengua y Literaturas Hispánicas en la misma universidad. Escritorx de poesía e investigadorx de filosofía con interés en la ontología, la filosofía contemporánea, las teoríasqueer y la ética. Es cofundadorx de la agrupación para estudios queer y teorías subversiva: Tranzenir.

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