Las historias se proyectan en el plano que hemos elegido.
Paul Veyne, Cómo se escribe la historia
Introducción
En la contraportada de la traducción al español de Repensar la historia de Jenkins, el editor escribe: “Los cambios que se han operado desde la segunda mitad del siglo XX han provocado y están provocando transformaciones en nuestras formas de entender y de aprehender el pasado”.1 Estas innovaciones están acompañadas de un incremento de complejidad, por lo que mantener el debate crítico de “la historia como cosa” y “la historia como construcción de la imaginación histórica” o, por qué no, una “operación historiográfica”, cada vez resulta más industrioso. Al leer parte de la historiografía -de conformidad con Roger Chartier- podemos entenderla como una entre varias comunicaciones sobre el pasado,2 en el tiempo en que la historia conceptual de lo político “toma como objetos privilegiados lo inacabado, las fracturas, las extensiones, los límites y las negaciones de la democracia”.3 La historiografía ya no consiste en reconstruir “lo real” ni textos liberados del yo, de la subjetividad y del equívoco del lenguaje; observamos a la historia, “que intenta hacer revivir [por lo menos en la propuesta de Rosanvallon] la sucesión de presentes tomándolos como otras experiencias que informan sobre la nuestra”.4
Ahora bien, hay un deseo, con lo escrito aquí y con el giro historiográfico, mal que bien, por historizar la historia fabricada por historiadores. La historia actual se define porque no ve el pasado como “cosa”, traza explicaciones en una sucesión de eventos causales y, aunque menos común en la escena de fundir la teoría de la historia a sistemas conceptuales únicos, no podríamos ni deberíamos pasar por alto que lo proyectado (historias de las teorías de la historia) tendrá que someterse a la jerarquía “historia/ciencia” (producto de un trabajo exhaustivo de archivo y de su crítica documental, en adelante las “historias empíricas”) por un lado de la distinción, y por el otro, las historias abstractas o filosóficas, conceptuales, semánticas de los tiempos históricos, al estilo de Reinhart Koselleck en Europa o de los lenguajes políticos en clave de Elías José Palti en Sudamérica. Sus escrituras de una historia intelectual, aunque diferentes a las convencionales “historias empíricas”, no pierden sus pretensiones de ser historias, no pasan por filosofías en la clasificación de libros, categorización adversa pero cada vez menos sensible entre historiadores. Los signos de esa alergia divisoria se siguen presentando de este lado del Atlántico en general y América del Sur en particular.
Lo que buscamos trazar es que la teoría de la historia, en sus dos acepciones: teoría de la historia y teoría de la historiografía, puede ser recogida como sistema(s) e historia(s), en deferencia de la historiografía actual como una de sus temáticas, en la pluralidad de sus nuevos objetos, anclajes históricos y cuyas producciones (venideras) -al ser teorías de la historia- pasarían por auténticos ejercicios de historiografía.
El plan está fraguado en clave derridiana, a modo de un punto de acceso para contar en el porvenir con historias de las teorías de la historia, en las cuales el historiador vuelva su reflexividad a la relación habla/ escritura, como “táctica de lectura y escritura” de la metafísica de la presencia, de lo latente, en la relación historia/ciencia que problematiza la teoría en: ¿cómo conozco el pasado y cómo es que hablo del pasado?5
Asumimos cinco criterios para entender la maniobra de la historiografía como una “comunicación”, que remueve espacios atemporales e inmóviles de la escritura de la teoría de la historiografía, a fin de obtener lo múltiple y la diferencia de la escritura diferida, sin archivar una teoría aislada: 1) Admitir una historia como historiografía que toma en cuenta el anclaje discursivo. 2) El sentido habita en diferir (Derrida) y en la supervivencia selectiva del pasado (forma-distinción), a la espera de lo dicho y de lo escrito. 3) La escritura de la historia como “los agentes sociales se temporalizan con la práctica por medio de la práctica”.6 4) El interés histórico y lo que hace que la historicidad sea una experiencia del análisis existencial (autorreflexivo) del historiador, para suspender en los trazos de otras marcas impresas las “estructuraciones factuales (históricas) de nuestra existencia”;7 es decir, “formas de vida” de las propiedades intrínsecas de las distintas formas de la comunicación. 5) Al pensar la historiografía como comunicación, al proyectar lo dicho (la pluralidad de temporalidades e historicidades) y lo escrito (historias) en la escritura de la historia (historiografía), suponemos “que nada sea seguro y, que sin embargo, todo sea posible”.8
La historiografía (escritura de la historia o la historia de los historiadores) establece una comunicación de comunicaciones sin límite en la ampliación (móvil) de su lado de observación, y restringida a las diferenciaciones de textos de cultura. Por más “historia empírica” que se diga, ajena a la reflexividad, la investigación y producción del texto de historia es reflexivo y la diferencia, archivada. La exigencia de reflexividad es objetivar afirmaciones del observador al desmontar legados, abrir su historicidad a la finitud y enviar nuevas relaciones con el pasado, la investigación histórica de “hechos” está en discusión al suspender su contingencia en el lance de la obra histórica, ahora que “toda historia es historiografía”.9
En un momento en que la historiografía es teoría a manera de historias, como evidencia la producción historiográfica de François Hartog, para que se multipliquen espacios de alteridad jovial entre las historias empíricas y las historias reflexivas, la teoría y la historiografía precisan de hospitalidad historiográfica, en el solaz de las declinaciones admitidas con la profesionalización de la disciplina histórica moderna, entre fáctico/abstracto, empírico/reflexivo, filosófico/histórico, fantasía/realidad.10 Necesitamos un campo historiográfico en el cual la historiografía no sea una cosa, sino una comunicación,11 un intento de entenderse en referencia al pasado.
Alcanzar una producción como la que se tiene hoy (para tramar una historia) opta por 1) separar las capas del tiempo o 2) colegir relaciones y movimientos semánticos.12 Con la historiografía de la teoría aguardaríamos que esa degradación persistente entre la división empirismo/pensamiento fuese aminorada, no para hacer equivalente lo fáctico al pensamiento o a la razón -la razón occidental y su logocentrismo es lo que da origen a la metafísica de la presencia-, sino para contrarrestar la degradación entre texto y significado, que afecta el anclaje sociológico de la producción historiográfica en ciernes.
Valdría la pena la pregunta: ¿podemos historiar un proceso histórico de la teoría de la historia cuando la teoría parece no poseer anclaje ni praxis sociológica? ¡Claro que sí! Podemos hacer historias intelectuales de su escritura, producción y metafísica de la presencia. Alfonso Mendiola piensa que la epistemología de la historia ha variado porque la sociedad es diferente; en la escritura de la historia reciente es frecuente la acogida de una historia elaborada bajo la premisa de observar observaciones del pasado, que admite el reto de que la sociedad mira a través de comunicaciones al reintroducir al observador en la explicación del pasado del historiador.13 Al adaptar la historiografía a este reto, se reconoce lo reflexivo de su labor historiográfica; en la investigación histórica la autobservación (operación) o autodescripción (escritura) comprende encuentros de intensidad distintos al archivo, las prácticas y el campo social por el capital, el cuestionario, las epistemologías y más; no obstante, el archivo sigue siendo parte de la operación historiográfica.
El presente reciente ha variado la intensidad con lo referencial y el lugar de su archivación, en donde un contexto como el del giro reflexivo y el giro historiográfico entrevé una inflexión: “la historia describe a la historia”.14 En la travesía abierta del giro historiográfico de historizar al historiador podemos historizar la teoría al trazar la apariencia de esa historización de la teoría de la historia, la cual no sería a la postre un retorno al problema del historicismo que, por implicación y paradoja, desembocaría en la imposibilidad de la historización misma. Desde la presencia de una teoría de la historicidad abordamos la incorporación del observador, principalmente, en lo dicho y lo escrito de una obra que no se ha producido aún en la letra y no tiene morada, el sentido en lo dicho y en lo escrito es diferir, suspender, para habitarse él mismo;15 aguardar, a destiempo y con esencia contemplativa historiza la historiografía en la distinción de observación de observaciones del pasado.
Con la publicación de Historia conceptual en el Atlántico ibérico, Formas de hacer la historia y La historia: conceptos y escrituras tenemos tres fórmulas de conceptualización historiográfica;16 epistemología e historiografía trazadas en los vínculos entre teoría e historia en una misma obra. Para lograrlo en las historias de la teoría tendríamos que periodizar por lo menos las rupturas, realizar un arqueo de las tipificaciones de la historia, sedimentar la pluralidad de las temporalidades de archivar su escritura y, ¿por qué no?, “lo que se esconde detrás de sus grafías”.17
Al haberse suprimido el contraste entre historia (ciencia de los hechos en sí mismos) e historiografía (literatura de los libros de historia)18 queda despejado el camino para inspirar la suspensión material (escribir) de las historias de las teorías de la historia; asimismo, la intervención reflexiva, la incorporación del observador, al deshacer la división historia/historiografía, quiebra la visión de un pasado como sustancia, pleno, secuencial y absoluto. Unos historiadores-epistemólogos de la disciplina histórica son historiadores antes que filósofos de la historia o teóricos de la misma, pues no se limitan a teorizar la Historia sino que, además, acaban haciendo histórica la Teoría.19
En esa misma estela, Burke preguntaba acerca de la relación entre cultura y sociedad, razón por la que se cuestiona si hay un más allá del giro cultural, a lo que asevera: “tanto si describimos la situación diciendo que la historia social está engullendo la historia cultural como a la inversa, estamos asistiendo a la emergencia de un género híbrido”.20
En resumen, la historiografía traga a la historia y de paso suple la atribución crítica del filósofo por la reflexividad del historiador; historia es historiografía y las condiciones de posibilidad de la razón son responsabilidad reflexiva en la historiografía del historiador.
No disponer de una literatura de teoría de la historia definida es motivo para cuestionar su continuidad como locución-clasificación de un género, así como atribución para hacer de ellas ceniza, escritura, lectura, en las historias de las teorías de la historia.
Las historiografías de las teorías de la historia se darían en un género híbrido entre filosofía de la historia, Historik (teoría de la historiografía) e historia. El reto radica en historizar lo que yace en forma de sistemas (conceptos, discursos, ideas) atemporales de una conciencia aislada, que piensa sobre las condiciones de posibilidad del conocimiento histórico, la validez de la ciencia de la historia (teoría), las formas de su contenido y el contenido de su forma, para iluminar su tiempo. La arqueoescritura, en su rareza, sería una historiografía forastera de lo que hacen los historiadores y propia de su Historik. Por tratarse de historiografía, lo sistemático de la reflexión teórica-conceptual se desdibuja y se gana en otros aspectos: la historicidad de la existencia humana. El historiador debe resolver el peso de la conceptualización que deja hablar en lo dicho y en lo escrito de su operación historiográfica, aplazando la archiescritura derridiana por su racionalidad historiográfica. Esto se realiza por ahora sin controvertir o dialogar con las principales propuestas de la filosofía narrativa de la historiografía,21 la producción de historias o los presupuestos científicos de la disciplina;22 la estructuración específica de la escritura y de la historia espectral “que sale de la deconstrucción y propone una hauntología de los pasados como vía crítica del realismo ontológico campante en el espacio historiográfico estadounidense” -la American Historical Association-.23 El texto transita por lo que vendrá, de manera propedéutica, al hacer de la huella en combustión cenizas de las teorías de la historia, una apuesta por la sustitución, el uso de la locución teoría de la historia. La arqueo-escritura es la forma conceptual abreviada que preferimos para referirnos a la historicidad, lectura y escritura en clave derridiana a observar en la traza venidera de esas historias; lo que se pretende. En el primer apartado de este texto mostraremos cómo proceder en su apertura al futuro; en el segundo, una comprensión de la distancia y cercanía del giro historiográfico en la constitución de la arqueo-escritura; en el tercero, hilaremos un examen previo del posible desacuerdo con lo que vendrá; para seguir, intentaremos dar cuenta del envío derridiano y del momento historiográfico en que nos encontramos al escribir sobre la arqueo-escritura. Finalmente, vincularemos demora, iterabilidad y deconstrucción de la escritura en general y de la historiografía en particular, hacia otro modo de pensar la teoría como algo historiable e historizable y esta aserción por la conjetura principal del escrito.
Del momento historiográfico a una obra por venir: coordenadas
En la introducción nos propusimos trazar el rasgo de la historia como historiografía, una morada del pensar.24 Dos postulados asilan aquel deslinde: 1) Que la historiografía actual rodea una comunicación de comunicaciones del pasado. 2) Que lo que el teórico e historiador Alfonso Mendiola dice del giro historiográfico traza el contexto de la arqueo-escritura, al posponer el aspecto de la historiografía como sistema en el giro historiográfico, para colocar el énfasis no en la autopoiesis de la ciencia de la historia sino en la subjetividad activa y personal del sujeto historiador; pensar la escritura y su estado social (lo que cerca al observador) sin renunciar a la premisa fundamental: “a la Historia -con mayúscula- no se llega sino por la historiografía”.25
En la sorpresa del pensar nos viene el lenguaje, ¿cómo habrían de ser esas historias de las teorías de la historia como historiografía? Para ampliar lo recibido, ¿qué estrategias de lectura seguir: una táctica de lectura deconstructiva? “A través de la deconstrucción, lo que se cuestiona son las certezas de nuestros saberes, los modos de racionalidad que los despliegan y el sistema binario que los compone”,26 la arqueo-escritura debería apuntar desde los márgenes del lugar historiográfico y de lo que rodea al observador y demás observadores coetáneos en su observación hacia ello. Podría localizar un lado de la distinción en quienes, bajo los criterios de la discontinuidad, la heterarquía y la diferencia, apuestan por historias del quizá, de lo iterable y del otro; mientras el otro lado se localiza en quienes se han radicalizado en la tradición historia/ciencia y, como puede haber algo más, en las odiseas ignoradas.27 Tal distinción podría modificarse.
Aquí la cuestión es, ¿cómo caracterizar una de las posibles historias de lo que viaja en la lejanía de lo que aún no llega (la historiografía de las teorías de la historia)?, ¿cómo pensar la historiografía mientras se sigue en la historicidad? Persistir, todo es histórico -decía Paul Veyne- pero no todo puede ser historiable; diferir una distinción y diseminar sentido, aunque lo latente sigue tras la operación; contener lo dicho que acaso no llegue jamás.
Nuestro envite a lo equívoco de las escrituras no es por lo incorrecto sino por lo incompleto, no por lo acabado de un sentido, sino por diferir del sentido. Con la estrategia de lectura derridiana invitamos a desmontar la degradación de cadenas de oposición presencia/ausencia de la escritura de la teoría de la historia moderna y contemporánea. A que se persiga hasta en la historiografía fabricada por los historiadores en diferentes temas de la historia. Esas historias de la teoría, al especificar la naturaleza de la historiografía, podrían buscar la travesía histórica de la historia como relato, ciencia, oficio, práctica, interpretación, representación o -lo más reciente- hauntología, fantología o espectrología y comunicación; observar la relación que guarda con la metafísica de la presencia. Es decir, la degradación jerárquica voz/escritura, presencia/ausencia, real/ficticio, que hemos de archivar en un texto histórico “heterogéneo” que explore en su análisis de fuentes y abarque en el escrito de arqueo-escritura la Historik, filosofía de la historia, teoría e historiografía.
La puesta múltiple de historias inquiere, en la teoría de la historicidad derridiana, seguir varios orígenes (sin origen pleno) de un contexto de sentido en lo dicho y en lo escrito de las teorías de la historia; en el pensar teórico, la pluralidad de su temporalidad aplaza el tiempo de la práctica, investigar y reflexionar son simultáneos a lo recibido por el pensamiento y universalizado en el hacer historiográfico.
De ahí la necesidad de integrar al observador, para reintroducir la “observación del observador” en la arqueo-escritura de primer orden (historias) de las observaciones de segundo orden (teoría de la historia). Sobre esto se añade una observación de tercer orden (historiografía de primer orden de las observaciones de segundo orden de la teoría de la historia). Lo que queremos decir -con Derrida- es que en realidad hay dos, no dos sino tres, a veces más, en fin… bifurcaciones, en el acontecer y en la verdad, pero también no existe un final pleno y consumado de los itinerarios temporales de la existencia humana (inclusive en la teoría). Sugerimos renunciar a una teoría impar y, en el escarceo de su historicidad, a disponer de un concepto auténtico de teoría de la historia.
Lo anterior lo relacionamos en un decir de otro modo, para nosotros en el mundo histórico está sellado nada más y nada menos el más allá. Lo latente, lo universal, lo absoluto, lo inmóvil, lo eterno, la unicidad-homogeneidad son prolongaciones de un pensar observando el lugar sin lugar, más allá del ser, cuando la raíz comienza de nuevo en otro lugar al del observador de la observación de observaciones. La arqueo-escritura promete, así como la racionalidad reflexiva, iluminar lo latente, producir distinciones esparcidas “hasta el infinito” (sin glosar); la observación del observador yace en las observaciones extendidas aplazadas del texto de cultura.
La historicidad se traduce en lo incoherente, inacabado y múltiple, mientras la historiografía se organiza en un orden argumental completo, gramaticalmente correcto y con crítica exhaustiva de las fuentes. Para diferir del sentido en el pensar histórico, el historiador ha de efectuar un posible imposible, la “ahistoricidad”; empero, Dios es quien puede acceder a ambos mundos “sin presente pasado”.28 Sin más, podríamos decir: “la historia es paradójica”,29 la arqueo-escritura lo hereda.
La deconstrucción no es la única táctica para la promesa de la arqueo-escritura;30 ni su finalidad borra la intersección de la diferencia o la alteridad. En Metahistoria de Hayden White, filosofía e historia se aúnan, incluso ficción e historia.31 En el influjo de la discusión, la balanza se movió del lado de la filosofía de la historia. La teoría narrativa de la historiografía es su timonel. La visión idealista y marxista de la historia remite a la producción clásica, así como la filosofía crítica de la razón y de la explicación histórica a los nombres de Croce, Collingwood y Danto, la lista es demasiado amplia, por ahora aportamos estas referencias.
El momento historiográfico en que vivimos quizá torne deseable e imaginable la arqueo-escritura. El aumento de complejidad historiográfica ha logrado asociar explicación con interpretación, descripción con análisis, narratividad con hermenéutica y, sobre todo, experiencia con teoría.32
Dos cuestiones circulan en tarjeta postal: ¿Por qué prorrogar la espera y desistir el festejo de la llegada de las teorías de la historia como historiografía? ¿Cómo leer y escribir en lo venidero esas historias? Si la teoría se pregunta ¿qué es la historia?, la arqueo-escritura interroga por la genealogía de respuestas (escrito y escritura) a esa pregunta y a otras más.
¿Cómo proceder a su estudio? Anticipamos una respuesta y un bosquejo de esa historia. Una forma sería trazar el camino disperso en un acontecer: el momento historiográfico de la reconstrucción a la construcción y de ésta a la reconstrucción. Del paso de narrador a observador, o de ambos al autor; de explicar a narrar en la puesta en texto o método, de la idea cognitiva de una conciencia individual a la imaginación narrativa de una poética de la historiografía, de la imaginación a la interpretación, de interpretar a la tropología, de narrar a observar, de la práctica a la comunicación, sin obviar el momento memoria en que vivimos y la experiencia del tiempo en los regímenes de historicidad sugeridos por Hartog, producción de historias o semánticas del tiempo de Koselleck, en lo cognitivo.
El desmontaje de la teoría de la historia, de su escritura y localización en la trama de la metafísica de la presencia, serviría para trazar disoluciones y herencias de la razón occidental en la historiografía actual. Para ello debemos estar al tanto de lo que hace la teoría de la historia enmarcada en el momento historiográfico. En la búsqueda de la génesis a la definición: ¿qué es?, ¿quién fue su creador y cuál es la datación del suceso teórico singular? La filosofía de la historia es más tajante, “fue acuñada en el siglo XVIII por Voltaire, quien quiso significar con ella la historia crítica o científica”.33 Un siglo después, Droysen se refiere a la teoría de la historiografía como Historik; más tarde, Aróstegui como “preceptiva historiográfica”, “estudio de reflexión sobre la ciencia y profesión de historiador”.34 Para Aróstegui fue Droysen quien puso en circulación la teoría de la historiografía, al establecer un conjunto de conocimientos y prescripciones ordenadas sobre la forma de escribir la historia. Las bases de su conocimiento y su validez fueron puestas en crisis por la crítica a la conciencia histórica moderna (pérdida de unidad, restitución tanto del individuo como del observador y renuncia a la totalidad). Hoy las praderas de la historiografía son amplias como poroso el lenguaje, la filosofía de la conciencia recibe el giro lingüístico y la historiografía el giro reflexivo. Frente a las voces que afirman que la historia carece de teoría en el entorno filosófico crítico y en la historiografía conceptual, cultural posestructuralista, en la academia se sigue ahondando: ¿en qué consiste la teoría de la historia? (pregunta por la naturaleza de su labor y objeto de estudio), ¿para qué sirve la historiografía y su teoría? (lo que cabe esperar de los historiadores en general y de la sociedad en particular), ¿qué fabrica? (la cuestión de su industria y validez); y una que recién comienza a ser afección entre nosotros, ¿cuáles son sus historias? (historia de las historias que producen los historiadores).
Pronto la incertidumbre y la pérdida de certezas dejaron la impresión de que “no existe más una idea clara sobre cómo investigar la Historia y cómo escribirla”.35 Esto expresa una irresolución en los exámenes de los futuros historiadores y de la industria historiográfica: se confieren o se niegan diplomas sin estructuración normativa universal sobre cómo investigar y cómo escribir historia.
Lo que aceptamos o rechazamos es dado por el lugar de la operación historiográfica, de las relaciones de poder, del capital y de la subjetividad de los tribunales de examinación académica. El desacuerdo es moneda corriente, mientras en la producción teórica las viejas preguntas: ¿qué es lo histórico?, ¿cuál es su verdad (o validez) y cómo se escribe la historia?, más reciente, ¿cómo se definió el concepto moderno de historia?,36 ¿qué fabrica el historiador cuando hace la historia?,37 ¿en qué piensa?,38 ¿de qué hay recuerdo y de quién es la memoria?,39 no terminan en respuestas; muchas no llegan a acuerdos concluyentes.
El panorama occidental de emergencia, dispersión y crisis de la historiografía como oficio profesional alienta pensar en la historiografía como comunicación en su relación historia/ciencia y aquello que puede haber de distorsión del lenguaje (ideología) en quien fabrica el texto histórico y quien piensa en su hacer. De ahí la importancia de desmontar los a priori de la producción histórica en el marco de la escritura de la ciencia histórica moderna. Pensar de otro modo, a nuestro parecer, consiste en dejar la alteridad a la espera de un pensar distinto, y aguardar otro instante consumado en su posibilidad imposible porvenir.
Para Droysen la finalidad del conocer historiográfico era “comprender investigando”; para la arqueo-escritura es comprensible sostener la reflexividad mientras se investiga, da sentido, ya que “el historiador se interesa desde siempre por las novedades, por el cambio y las modificaciones, en la medida en que se pregunta cómo se ha llegado a la situación actual que se contrapone a la anterior”.40 En la historiografía, el historiador al acercar su experiencia del pensar acopla observador y texto al escrito, y encierra además teoría e historia en la escritura de la historia.
En una archiescritura de la teoría de la historia, el historiógrafo diferencia al tipificar la historia como progreso, idea, conocimiento, práctica, interpretación, campo de fuerza, representación o, más recientemente, artefacto, escritura y comunicación.41 Las rupturas o saltos de la autorreflexión filosófica e historiográfica de la ciencia de la historia moderna y contemporánea observarían las capas de organización de la imaginación histórica. Por mencionar: a) espíritu pensante (progreso, idea, conocimiento, conciencia, imaginación), b) oficio-taller (disciplina, práctica, campo de fuerza) y c) operación (interpretación, representación, observación, análisis, crítica, comunicación). Esta última forma estriba al considerar: 1) la aparición del concepto moderno de historia, 2) la demarcación del mundo histórico, 3) el oficio y sus fundamentos, 4) los giros mencionados, y, lo que podría venir, 5) historiografías de las teorías de la historia que apuestan a distinciones apartadas de las convencionales y, antes bien, surcan sus bifurcaciones como en sus figuras distintivas.
Ensayemos. En el mundo contemporáneo, la historia como disciplina pierde ambiciones en una teoría singular; en el “momento memoria” la historiografía abre sus ventanas al giro reflexivo y al giro historiográfico,42 precisa introducir al observador para historizar observación de observaciones, la distinción para diferenciar el lado de la observación en su traslado y comienzo. Antes del giro, justamente en el problema del conocer histórico, Collingwood sugiere como procedimiento la reconstrucción de pruebas, la coherencia de la imagen y la reinstauración del pensamiento pretérito en la mente del historiador, la conciencia individual es el soporte del pasado en su historicidad. Foucault sugiere la unidad de las formas de enunciación, la coherencia de la obra y la significación de una formación discursiva particular y un problema específico, con el fin de establecer su arqueología o genealogía de la relación poder/saber. Al lenguaje le corresponde abrir y truncar el universal de la razón occidental. Aron, Marrou y Veyne, en cambio, se suscribieron a la discusión crítica del uso correcto de la razón histórica.
Entre el siglo XIX e inicios del XX, la única teoría de la historia reconocida fue la de Marx, recogida en el epígrafe: “materialismo histórico”.43 Nada es imperativo, algo más profundo y de mayor arraigo se da a la vez; la teoría se muestra sin par, el único modelo en el discurso histórico positivista era la teoría organizada bajo el paradigma de la historiaciencia.44 Actualmente no lo puede seguir siendo más. La pérdida de certidumbres ha representado una escalada sin precedentes del presentismo sobre el futuro, de la metáfora sobre los sistemas conceptuales; “lo real” se da como fragmentación, forma y multiplicidad, incluso para la teoría de la historia. La arqueo-escritura está consignada en el desmontaje de los universales dentro del escrito de la teoría de la historia, en su paso de la razón dialéctica a la razón hermenéutica, de la dialéctica a la diferencia, en fin, de la razón dialéctica atemporal estructuralista a la razón crítica e histórica posestructuralista.45
El historiador posestructuralista, observador del giro historiográfico, abandona la precomprensión de lo real como sustancia, lo atemporal de la razón crítica; debilita conservar un sentido estable y completo del pasado; vive con la pérdida, historiza culturas epistémicas en lo dicho y en lo escrito de la teoría, para usar las palabras de Habermas, se asila en la “promesa testamentaria de entender” la escritura, en el sentido que le da Derrida. Para nosotros, más allá de la gramatología derridiana, son escrituras de la historia.46 Resta ofrecer una que otra glosa en lo que procede con la arqueo-escritura: ¿cómo escribir y cómo leer sus trazos?
Adeudos y mociones
En la propuesta de la historiografía como observación de observaciones de Alfonso Mendiola son muchas las afirmaciones prescriptivas e históricas. Frente a la sugerencia de cuestionar al observador como presupuesto de la práctica histórica y de la teoría histórica hemos seleccionado unas premisas en sintonía, otras en discordancia, con la arqueo-escritura: 1) la necesidad de observar al observador, 2) la teoría sólo tiene sentido si reflexiona sobre la práctica, 3) nos hicimos conscientes de que el historiador también era histórico, 4) debe seguir existiendo la diferencia entre las dos (teoría e historiografía). Los postulados 2 y 3 ayudan a justificar los términos contextuales de diferir la necesidad de reflexionar sobre la teoría y la razón en su dimensión histórica. Lo expresado en 1 y 4 contrasta con la propuesta, realizar la arqueo-escritura es mirar la estructuración que trae a la escritura el historiador-historiógrafo, quien se fija en deshacer, reflexionar, fisurar e interpretar la huella imborrable, es decir, la presencia plena, la sustancia inmóvil e incorruptible del observador y de su racionalidad. Para Derrida una huella imborrable es una presencia plena, una sustancia inmóvil e incorruptible.47
Al contextualizar desde nuestra propia experiencia lo mencionado arriba, cuando nos profesionalizamos en esa labor (historiografía), la edificamos sobre precompresiones sociales, no son de fondo epistémicas, sino recibidas por el funcionamiento de mecanismos involuntarios; sobre todo, se filtra la visión: el pasado como cosa, más en la práctica, la escritura de la historia fijada, duradera, conservadora de lo dicho y de lo escrito en el texto histórico, y el sentido como un detrás del texto leído. Pues bien, “la cuestión central es cómo se escribe acerca del pasado en la modernidad” y en la teoría de la historia, y “cómo ha llegado el otro a su opinión”.48 El pasado habita como contingencia, instante y fragmento la escritura de las historias de la teoría, el observador crea una ruptura al enhebrar su presencia en la práctica, y posibilita tener una presencia que va y viene de su interés de estudio. Para Mendiola, el observador accede al pasado a través de comunicaciones, “la sociedad mira a través de comunicaciones”, y la historiografía, al ser sociedad, elabora una observación de observaciones creada para comunicar informaciones. En el punto 4 sugiere reanudar la diferencia entre teoría e historiografía al revelar sus demarcaciones: la teoría se historiza y atiende a las formas de validación, mientras la historiografía se concentra en nuevas formas de hacer historia.49 La arqueo-escritura espera que la demarcación sea borrada. Lo retomado de cada una de ellas se puede simplificar así: en la teoría, “el trabajo que puede leerse en un pasado” sería el de la historia (escritura);50 en la filosofía, “el modo más radical de autorreflexión”, dejar espacio para la súbita ruptura; la argumentación suspendida que imposibilita expresar un sentido completo, endosa un ajuste mínimo de la comunicación científica a la escritura equívoca, en tanto realice el sentido. Más recientemente, la historia como transmisión de mensajes y su historicidad como eventualidades sedimentadas en temporalidades infrecuentes y plurales. En lo historiográfico aspira a dar cuenta de que no existe una razón teórica ahistórica, la teoría varía en su escenificación, función y sentido acerca del pasado; está condicionada a las formas que asumen la escritura del escrito histórico como “acontecimiento” y el “arqueo” espera comunicar el contexto particular desde donde el historiador se encuentra.
La razón de sugerir ese híbrido entre filosofía de la historia, historiografía, Historik es zanjar lo que ya existe, el problema para cercar una literatura propia de la teoría de la historia y la teoría de la historiografía; deshacer o disminuir esa confusión, para la arqueo-escritura significaría que la teoría de la historia se considera una fase histórica.
En el movimiento de estructuración involuntaria enviado, ¿dónde queda el quién de la escritura y de los modelos teóricos de la historia? La necesidad de observar al observador no es lo que la arqueo-escritura pretende, persiste en dos aspiraciones (de responsabilidad historiográfica). Una: “la investigación no busca únicamente comprensiones que salgan bien. Regresa a los objetos que no comprendemos”.51 ¿Cómo afecta esta táctica en la eficacia y aceptación de los exámenes académicos de los futuros historiadores?, esta cuestión queda abierta. Dos: traer la huidiza multiplicidad de lo que carece de historia (la teoría) para historizar sus unidades teóricas, fijarse en la estructuración que se desliza en la escritura como metafísica de la presencia, lo “que hay atrás de lo que se dice, esto implica lo latente de lo dicho”.52
La diferencia entre la reflexividad del historiador y la crítica del filósofo se resuelve en el arqueo (objetivar-localizando), al establecer objetivaciones del pasado, en el caso de la primera, y de cuestionar las condiciones de posibilidad de la razón histórica en su capacidad de mover la discusión entre historiadores, se activa el desacuerdo, se delibera acerca del pensar. En ambos casos, debería converger esa distinción-diferencia en una especie de “vigilancia crítica” desde los márgenes de su misma práctica.
La arqueo-escritura se interesa en que algo signifique por medio de lo escrito y de lo dicho, haciendo relucir talantes de un mundo social, el cual subyace en la construcción y conceptualización de la escritura (tanto de la teoría como de la historiografía). En otras palabras, “las determinaciones no percibidas que, en cada momento histórico, imponen el orden de las cosas y el de las palabras”,53 es también el de la Historik. La investigación histórica no debería ignorarlas más.
El filósofo y el historiógrafo han de observar la escritura para desmontar o revelar la metafísica de la presencia de la ciencia histórica y de la tradición filosófica occidental. El filósofo e historiador Wilhelm Dilthey inquiría: “¿cómo se eleva la experiencia del individuo y su conocimiento a experiencia histórica?”;54 para la arqueo-escritura la cuestión es diferente: ¿cómo desmontar las invariantes universales, eternas e inmóviles del pensar histórico recibidas del mundo social y del fondo cultural, y mirar los hechos como “formas” y no como “cosas”? La escritura alude a la temporalidad y ésta a nuestra historicidad, contingencia o finitud.55 Las afirmaciones históricas deberían ser irreductibles a criterios como: “exactitud, precisión, amplitud, coherencia, originalidad, fecundidad, transparencia”.56 ¿Cómo lograrlo? Al traer escrituras ajenas, diferidas, equívocas, para que el juicio historiográfico quite resistencia a lo “imprevisible” que, a la vez, es lo equívoco; abrirse al imprevisto, “que lo otro advino como otro”. Reconocernos y preguntar: ¿cómo pasó esto? ¿Por qué estas cosas y no otras? En lo fragmentario e inacabado de la historiografía, la otredad inasible, en su permanencia absoluta, “con la diseminación se abre otra posibilidad de pensar históricamente”: la restitución del ausente. Lo equívoco no está dirigido a dañar al otro ni a falsear lo forjado.57
La arqueo-escritura se registra en la pluralidad temporal, pero no es una sucesión de épocas (en el sentido que sostuvo el historicismo de Ranke), su grafía tampoco lo es. Porque el observador entra en la obra histórica. Y no se dan teorías de la historia como se producen acciones a diario, su historia no se genera en la acción sino en operaciones intelectuales, alcanzadas en la fecundidad y originalidad de un reducido grupo de pensadores, historiadores y filósofos, quienes se preguntan por la estructuración, ocurrencia y validez de lo histórico.
Base autorreflexiva para una posible objeción
El análisis autorreflexivo a continuación se fundamenta en afirmaciones teóricas del sociólogo Norbert Elias y del historiador Heraclio Bonilla; hemos sacado algunos fragmentos de su contexto de discusión para reorientarlos hacia el desacuerdo y el arrastre, con el propósito de reorientar hacia la acción de fortalecer la propuesta; asimismo abreviamos una serie de afirmaciones que posibilitan distinguir una pregunta solicitada: ¿cómo se entiende la historiografía como una comunicación?
La arqueo-escritura no debería dirigirse hacia una construcción teórica unitaria de sus problemas; la historiografía imposibilita de por sí implicar teoría singular en la arqueo-escritura. Su historicidad estaría poseída o trazada en la contingencia y extrañeza de cenizas, comunicaciones y huellas intervenidas entre los historiadores, en el conjunto y en la sucesión de actos “en y desde -según Bourdieu- las instituciones que la producen”; en palabras de De Certeau: “de la sociedad que especifica una producción científica”,58 con intención de iluminar la estructuración de la razón occidental. Para De Certeau, “la historia no es una crítica epistemológica” y la finalidad de “un análisis científico debe ser reducir a la unicidad de un modelo teórico la huidiza multiplicidad de las organizaciones sociales”; fabricar espacios legibles. Estos espacios obligan a escribir un relato.59 La conciencia de historicidad (de ser históricos), “impone relativizar nuestros conocimientos, volverlos contingentes en el sentido de que son evidencias que mañana podrían no serlo”. Primordialmente, se da porque contamos con una elucidación teórica de la historicidad.60 Lo “que se quiere conocer sólo se aprende en simulacros”;61 así también “sólo se accede a lo dicho si sabemos lo que hay atrás de lo que se dice, esto implica lo latente de lo dicho”.62 Para Norma Durán, lo latente implica la necesidad de que haya un espectador que observe nuestra observación para que nos diga: ¿cuál es el punto ciego de la misma? Sin observador no habría realidad ni construcción de ella.63 Aparte, Mendiola piensa que lo real [observado] “sólo existe en las descripciones que hace cada sociedad de él”.64 La realidad no puede expresarse por sí misma, necesita de la observación del observador, quien podría desde la perspectiva de Mendiola “preguntar: ¿por qué así, por qué no de otra manera?”. El observador usa la distinción para diferenciar y designar algo; la descripción o especificación verbal estaría reducida a la operación particular de indicar o marcar (elegir) uno de los dos lados de la distinción (primer orden, segundo orden, ad infinitum). El observador tampoco podría observar la totalidad de la realidad y la realidad observada sería de nuevo repetible, en tanto se realice la operación específica que la instituyó.65
En esa misma línea argumentativa, la historiografía en la “historia de la escritura de la historia” como texto de cultura (documento) “pertenece a un proceso de comunicación específico”.66 En esta estela de literatura localizable, la historiografía como observación de observaciones es información y queda plasmada en textos, en fin, “en un sistema de interacciones mediadas simbólicamente” (comunicación).67
El observador de la arqueo-escritura participa en la descripción de lo observado en las teorías de la historia. A diferencia del giro historiográfico, donde el sistema social de la operación historiográfica observa, la comunicación de comunicaciones en la arqueo-escritura es la conciencia crítica/reflexiva individual de los historiadores, determina la degradación voz/escritura, las evidencias de nuestros saberes y los modos de racionalidad que los despliegan. Al usar tácticas de lectura y escritura como la deconstrucción (pensar de otro modo), la teoría de la historia, la historia encuentra en la historia “la teoría para poder ver lo que no vemos”.68
Si para el giro historiográfico es importante reconstruir los contextos de emisión, para la arqueo-escritura sería estudiar los momentos de las temporalidades de la teoría de la historia. El giro reintroduce al observador y su intervención reflexiva, mientras la arqueo-escritura lo hace con la estructuración histórica de la existencia humana, la conciencia del investigador individual y la razón occidental. Si para el primero, “al reintroducir al observador en lo observado, logra historizar la escritura de la historia”;69 la segunda, al traer contingencia a la escritura de la teoría de la historia, puede describir: ¿en dónde trazaba la razón teórica e historiográfica moderna y contemporánea la metafísica de la presencia? ¿Quién deconstruye en la teoría de la historia el concepto tradicional de escritura? ¿Cómo la teoría de la historia da a ver el acontecimiento que por sí-misma es? ¿Cómo la escritura de la historia evidencia la teoría de la historia? ¿Cómo el producto de la teoría de la historia sostiene viva la metafísica de la presencia (al habitar otro lado de la observación: la historiografía de la teoría de la historia)? La cuestión no es tan sencilla. Por ejemplo, “hay numerosísimos cambios en las sociedades que no van acompañados por transformaciones de su estructura”.70 No se haría justicia a la complejidad de tales cambios porque la estructuración de la razón occidental (metafísica de la presencia), en la cual se fija la propuesta, “desconoce” observar “en direcciones opuestas” a la metafísica de la presencia. Las cuestiones a formular serían: ¿hay cambios de larga duración que mantienen una única dirección de la metafísica de la presencia a lo largo de generaciones de teóricos e historiógrafos de la historia? ¿Cuáles serían las relaciones objetivas de lo que parece ya descubierto por Derrida? ¿Faltan pruebas empíricas que demuestren la existencia de estos cambios sociales estructurales de larga duración de la razón occidental en un único sentido? La arqueo-escritura tendría que descubrir antes la distinción usada por la teoría para ver la observación de segundo orden, ello implicaría a su vez una observación de tercer orden, de la cual sabemos poco en aquello de que “la historia describe a la historia”.71
La historiografía de la teoría de la historia corre el riesgo de reproducir lo que pretende desmontar, al subsumir sus potenciales historias en un único problema y permanecer inmóvil en el mismo asunto, mientras cercamos sus marcas (escrituras). De ahí, la importancia de la autoobservación, “comprender igualmente las estructuras individuales de los hombres”.72 El historiador no podría quedarse historizando su propia práctica, habrá de referirse a la razón como a la existencia social. Tampoco dará cuenta exclusiva de los criterios de validez al ser historiografía, deberá situar las teorías de la historia en los distintos lugares específicos de producción de operación historiográfica, a lo que Chartier ofrece una salida cultural de lo social: examinar los soportes materiales que le dan vehículo, atender a las comunidades donde aplican, interpretan y establecen ciertos elementos en común, así como lo que ofrecen: las teorías de otros subsistemas de la sociedad distintos a la cultura histórica, es decir, la escritura.
En cuanto a la duración y las temporalidades, en un libro sobre la trayectoria compacta del Perú contemporáneo, Heraclio Bonilla alude al legado colonial de los Andes, lo que sucedió con las movilizaciones y coyunturas de la independencia y el largo siglo XIX, para finalizar su recorrido en el siglo XX, evaluando los resultados en términos de desempeño de la economía, relacionada a la racionalidad política de sus gobernantes. Bonilla asegura apartarse de los caminos recorridos, para colocar los detalles del presente inmediato dentro de la compleja y enorme trayectoria, a fin de encontrar en esta articulación las claves para su comprensión.73 El historiador resuelve su trabajo entre dos anversos de la investigación histórica: la experiencia y la expectativa que prefigura una vida, la del historiador y la observación de su presente inmediato. La primera, en un escogimiento intelectual, “aboga, por el retorno de la razón y la racionalidad en el análisis; frente a las prácticas dominantes que postulan su abdicación y su renuncia”; la segunda, una lógica durable emerge del análisis, “todo ocurre como si las inercias del pasado prevalecieran sobre los cambios efímeros”.74 Su expectación radica en la esperanza de recibir otra realidad.
La manera de concebir la disciplina es inseparable de la travesía del historiador, como los resultados de la trayectoria del Perú lo fueron de las fuerzas más amplias de su mundo social e historia. En esta afirmación no hay nada nuevo, sin embargo, se llega a impedir la observación de observaciones e, incluso, la posibilidad de conocer algo cierto sobre él mismo si somos nosotros los que le damos sentido.75
De la historiografía, “más como consecuencia de la naturaleza cambiante del entorno” y “como algunas señales así lo evidencian”, lo que emerge en el mundo académico reciente, “donde temas menudos configuran áreas de interés aisladas”,76 una amplia gama de los contenidos históricos son formatos audiovisuales en las tecnologías de la comunicación de entretenimiento, producidos no en términos de una operación historiográfica, que insinúen el mundo en el que vive el historiador. La arqueo-escritura debería “de incluir espacios y realidades heterogéneas, cultural y temporalmente, una perspectiva histórica de largo plazo puede ayudar a entender mejor tanto la naturaleza de esta heterogeneidad estructural como sus consecuencias [en la historia de las teorías de la historia]”.77
Escribir la arqueo-escritura
Entre arqueo e iterabilidad
La archiescritura como espaciamiento y juntura de marcas materiales de escritura cubre la capacidad de leer fuera de contexto (iterabilidad). Al escribir la arqueo-escritura es factible alterar lo estable, no el sentido sempiterno detrás de la historia y de los textos porque “el texto no guarda un sentido escondido”, pero la historia precisa la forma historiografía para suspender el sentido en lo dicho y en lo escrito. La escritura como marca es iterable y el sentido está diseminado en el espaciamiento de los signos leídos. El lector, sin embargo, jamás logra contener un sentido; la lectura -decía De Certeau- se olvida y lo real se frecuenta en lo otro. Para Derrida, el sentido es inestable y repetible en ausencia del autor. Hoy, el pasado como forma y la historiografía como lectura se repiten y se acogen con más frecuencia. La capacidad de ser otro (alteridad) de las escrituras variadas de la historiografía actual remoza métodos, temáticas, problemas; la arqueo-escritura aboga por enviar escrituras diferentes que deshagan, sin destruir, deconstruir o transformar la teoría de la historia en historiografía. Asistimos a un momento historiográfico en el que podemos historizar hasta un documento como la Constitución de Cádiz (1812), prácticas de lectura y de lo escrito, y la historia que hacen los historiadores. Alfonso Mendiola y François Dosse se refieren a la unión del observador en la historiografía y a la preferencia en la conciencia histórica que vuelve sobre sí misma (autobservación), con la finalidad de hacer la historia de los historiadores, usan la expresión giro reflexivo en el segundo caso, y giro historiográfico en el primero.78 Le Goff se refiere a lo mismo, en otros términos: “historia de la historiografía”.79
Reinhart Koselleck -considerado un “historiador pensante” por el teórico de la filosofía hermenéutica Hans-Georg Gadamer-, en su ensayo en el diccionario Conceptos Históricos Fundamentales surgido en medio del giro lingüístico y del giro medial dado en filosofía, y en el giro historiográfico donado en la ciencia de la historia en su proyecto de historia conceptual, habla de otra inflexión: la emergencia del concepto moderno de historia, en términos de un colectivo singular a finales del XVIII.80 Dos siglos después, la puesta en duda, el giro crítico a la realidad, añade una pieza más: los sistemas globales de interpretación, el rechazo de las ideologías y el retorno al sujeto a mediados de la segunda mitad del siglo XX; como la racionalidad, el relato y la política, signos de radicalización febril contra el sujeto trascendental, el horizonte teleológico y lineal de los procesos históricos. Esto constituye una “crisis de la historia”,81 el “presentismo” y el “momento memoria” resultan de ese vuelco. Se refleja en la publicación de obras de teoría de la historia en calidad de historias de la experiencia temporal, de los lugares de la memoria y, ahora, del lugar del yo en la historiografía vigente.82
En esa agitación, la visión filosófica derridiana de la historicidad de “un origen sin origen pleno. Un origen tachado, por tanto, una escritura originaria diferida, originariamente puesta a la deriva”,83 insta a una escritura de la historia en esos términos. La iterabilidad no sólo en lo escrito, sino también en la lectura; en localizar espacialmente la relación capital e industrial del campo del observador de la observación de observaciones. La historia moderna es de los consagrados y de las academias, ocupadas por aprendices e historiadores profesionales. La arqueo-escritura debería describir el anclaje sociológico, así como desmontar lógicas prácticas de la teoría de la historia. ¿Por qué no trazar la materialidad de su palabra escrita? A fin de cuentas, “no hay una sino múltiples maneras de hacer ciencia y, en consecuencia, diferentes formas de escribir su historia”.84 Escrituras posestructuralistas, escrituras nietzscheanas, historias abstractas y reflexivas, escrituras equívocas, de lo paradójico.85
Iterabilidad entre lo real y la escritura, por lo dicho en lo escrito de la historiografía. Más cuando la escritura sigue siendo la forma por excelencia de la historiografía. Por consiguiente, en ella “ningún lenguaje es pensable fuera del horizonte de la escritura”;86 la posición de hoy podría caer en lo venidero, mientras no suceda, la escritura ha estado y seguirá en lo que afecta y doma el producto del historiador.
En la preocupación del camino trazado para que la escritura hable de las condiciones de posibilidad del pasado en el texto histórico, las teorías de la historia establecieron la explicación en el descubrimiento de leyes generales, que gobiernan el curso de los eventos y cuyo relato corresponde a la historia.87 Unos observaron la forma del contenido (combinaciones) en que el historiador prefigura el campo histórico,88 y otros, en las operaciones (científicas y poéticas) que regulan la historiografía, así como las posibilidades y los efectos de la comunicación y de la publicación electrónicas relativas a la investigación y escritura histórica.89 A medio camino, el envío derridiano interviene en nosotros cuando dice: “Y no hay categoría más justa para el porvenir que la del quizá”.90
Para la arqueo-escritura la del porvenir, acaso nunca llegue. A todo esto, resta una diferencia identificable en clave certaliana: el acontecimiento (o la escritura como acontecimiento mejor) separa, mientras en clave derridiana “retorna” en la demora; al cabo, su alteración deja marcas en las huellas amparadas en el lugar denominado archivo, tornadas a los múltiples presentes en la lectura y escritura.91
Escribir la deconstrucción de la teoría de la historia
La imposibilidad de lo real y la posibilidad del decir
I. La arqueo-escritura implicaría una deconstrucción. La deconstrucción permitió a Derrida desmontar la escritura de su metafísica de la presencia y producir los conceptos de archiescritura (escritura sin origen pleno ni final lleno) y gramatología (ciencia del “grama”).92 La deconstrucción no constituye la única estrategia a seguir, pero ofrecería una salida para deshacer la distinción “historia/ciencia” en su visión del pasado como sustancia, lo único y lo homogéneo.
¿Cómo podríamos relacionar la arqueo-escritura con la deconstrucción en el enfoque señalado? El sentido puede no ser lo almacenado en un texto, pues no se configura como un secreto escondido detrás de los signos,93 pero favorece oír-ver (viceversa) el grama o trazo de una raíz anterior a la escritura.
Una escritura anterior a la escritura (archiescritura) parece algo confuso. ¿Cuál sería esa escritura? ¿Qué hace? ¿Por qué volver sobre las cenizas de su pensar y la iterabilidad de su decir y escribir? ¿Por qué atañe a la noción de acontecimiento y de archivo? La escritura es irreductible a la memoria y arriba al archivo-documento. La historia de la escritura es iterable porque es repetible en ausencia.94 Y la historiografía de la teoría de la historia producirá una diseminación anterior de la teoría y de sus respuestas posibles a qué es la historia, en especial porque va más allá de la fijación del pasado, de la memoria, de la verdad, del sujeto de la metafísica occidental.
Lo anterior significa el reto de definir la deconstrucción de la teoría de la historia como un tipo de historiografía, que desmonte el discurso teórico, ya no a partir de una analítica de la presencia, sino al observar estos conceptos o huellas historizables. Estos conceptos no son los conceptos históricos de corte gadameriano, es decir, dependientes de una conciencia histórica capaz de colmarles de sentido, o en todo caso como especie de huellas derivadas de una presencia empíricamente determinada.
La deconstrucción y la différance pueden ser llevadas al terreno de la teoría de la historiografía como “observación” de segundo orden -por un lado- y como “operación” -por el otro-, pues la teoría de la historia es un tipo de escritura que trata sobre otro tipo de escritura y no sobre cosas (metafísica de la presencia).95 Es un discurso que tiene por mirada los trazos y las huellas del discurso historiográfico.
Una archiescritura de la teoría de la historia, o bien una arqueo-historiografía de la teoría de la historia, estaría definida desde la iterabilidad misma de la teoría de la historia, sin carácter de fundamentación; por lo tanto nos trasladaría de una observación clásica a una observación de características deconstructivas. Por ahora, se podrá denominar a esta deconstrucción de la teoría como una historiografía de las teorías de la historiografía.
La deconstrucción favorece otro modo de pensar la teoría como algo historiable, concepto sin sistema ni fundador absoluto, accesible a situaciones de lo que el mañana irrumpido abrazó o degradó en la composición de la teoría de la idea, la obra, la escritura de la historia. Hoy en día rige historiográficamente en “un presente omnipresente”, pues “la deconstrucción muestra por qué el pensamiento piensa de un modo y no de otro”.96
Mientras, para observar la “metafísica” detrás del discurso teórico de la historiografía, habremos de distinguir, por una parte, el lado de la historia que da cuenta del acontecer y, por otra, el que da cuenta de la validez del saber histórico, a través de la oposición y la différance.97
De acuerdo a esa metafísica, la escritura de la historia se encontraría caracterizada por las formas acontecimiento/escritura, historia/historiografía, proceso/representación, explicación/interpretación, realidad metáfora, las cuales son aquellas que podemos presupuestar a partir de nuestra primera táctica de lectura: “observar en un discurso su condición metafísica, poder ubicar la red de oposiciones jerárquicas binarias que lo gobiernan”.98 Del lado izquierdo de las oposiciones se presentan conceptos que buscan traer realidades objetivables de lo acontecido; y el lado derecho muestra las condiciones de posibilidad de dichas realidades, a través de fundamentaciones analíticas. Con esto queremos decir que la historiografía de las teorías de la historiografía, a través de esta oposición, busca desmontar la validez y la fundamentación de la historia, ambos lados intentan traer los a priori, las sustancias, la ontología implícita del devenir y de la ciencia de la historia. Ahora bien, ¿cuál es la oposición bajo la cual lograríamos observar una nueva cadena de marcas diferenciables -si por nueva entendemos otra forma histórica-, con la cual dar cuenta de las huellas de la historiografía de la teoría de la historia y su iterabilidad? Esta pregunta la dejaremos abierta.
II. En la filosofía de la historia de Hegel: “lo racional es real y lo que es real es racional”. En la historiografía lo real es imposible, fantasma, envío-asedio. La existencia humana en su historicidad carece de objetivo específico, el sentido se da en forma incierta, retrasa en lo contingente del mundo histórico un más allá del sujeto homogéneo, total, único. La teoría de la historia aparece de un gesto intelectual reflexivo, personal.
Relacionada a lo venidero en la arqueo-escritura, la deconstrucción literaria viene a ser una forma de decir lo imposible es posible, de ayer a acá. ¿Qué es lo imposible? El sistema de la teoría ha sido fabricado en una atemporalidad de conceptualización sellada; lo posible es historizar su escritura; comienza con un gesto lector que podemos aprender de los estudiosos de la deconstrucción y de la concepción de la historicidad derridiana.
La táctica de lectura deconstructiva nos pone a prueba en el gesto lector de observar lo iterable de la escritura, “repetible más allá de la intención del autor, de lo que éste haya querido decir y más allá de su contexto de producción, emisión y recepción”.99
El lenguaje jamás cierra el mensaje del texto de cultura; archivado y en la producción escrita de la teoría de la historia en su obra literaria de reflexividad historiadora, “un concepto no es algo efímero, sino que permanece en el tiempo, se puede volver sobre él, su significado se comparte, etcétera”;100 dispersa la iterabilidad, comunica y permanece como “presencias de pasado” en el sentido habitado en lo dicho y en lo escrito.
El significado puede ser leído al borde de la historia (conceptos y escrituras) o al margen del autor (intenciones originarias).
En la historiografía el acontecimiento sigue siendo idéntico, mientras la conceptualización difiere.101 Dupré, al referirse a los significados literales y su permanente nudo con los significados, plantea que “la realidad misma se presenta como una Escritura, susceptible de comentarios sin fin dotada de un sentido inagotable, pasa sin cesar de una significación a otra”.102 Nosotros asumimos, para que haya un decir a destiempo historiográfico, debe haber demora a modo de un tiempo oportuno (Kairós). Ahora, el pasado como “cosa” es lo imposible y su decir como “forma” su posible.
De hecho, cuesta ignorar y no retener lo dicho. ¿Qué nos queda?
A modo de conclusión
La arqueo-escritura podría seguir la senda de desmontar la noción de escritura como presencia auxiliar de la memoria, representación de la voz y recuperación parcial del habla -hecha por Derrida en el campo filosófico-. Esto nos regresa a si en la historiografía y la teoría de la historia opera la relación (de degradación) voz/escritura, o al revés, escritura/voz. Esto nos permite anticipar una cuestión más: ¿cómo se entiende el término voz? Según la deconstrucción derridiana, la voz fisura la escritura al asumirse “la voz como expresión por excelencia del pensamiento”.103
Quizá la teoría y la historiografía en realidad no requieren esa labor deconstructiva; hay algo que sí, lo que hemos traído a colación con el deseo de producir arqueo-escritura, “ninguna objetivación es pura, ni en verdad rigurosamente posible, es decir, completa y terminable”.104
Al asumir el plan de Ricardo Nava, valdría que el historiador, para enriquecer el uso de archivo, pudiese, en primer lugar: 1) leer fuera de la intención del autor, 2) leer en los bordes del texto y entre lo habitual, 3) sacar de contexto los vestigios sin perder el marco del problema, porque “la escritura no puede nunca ‘expresar’ plenamente un pensamiento ni llevar a cabo una intención”.105 En segundo lugar, “si la presencia siempre esta diferida, el sentido nunca podrá ser aprehendido de manera estable y unívoca”;106 en tercer lugar, “si el significado de un significante ya no es un referente (la ‘cosa misma’) sino otro significante, entonces no puede hablarse de una preeminencia del habla por sobre la escritura”.107 Lo dicho no permanece igual para todos los participantes. Por ello, sugerimos ensayar siempre un gesto lector inusual, aun en la historiografía vigente.
La arqueo-escritura sería una promesa en el consuelo de constituirse en un escritura-depósito de las teorías de la historia (alteridad, degradación y variedad). Derrida intentó ubicar la paradoja del soporte técnico como sitio mnémico de inscripción, de repetición y reproducción. Aquí lo hacemos bajo la paradoja del olvido, discriminación, amnesia y muerte, trasladamos la paradoja freudiana al soporte material,108 para archivar lo irreductible (cadenas binarias de oposición), separamos la ciencia histórica moderna empírica de la reflexividad, lo real del concepto, la archivación de la represión, etcétera.
Con la arqueo-escritura esperamos contar con un “depósito” historiable sobre la reflexividad teórica de la historia, sortear desafíos idénticos a los emanados por la historia-ciencia cuando su escritura permanecía amoldada en la viabilidad de un origen pleno y un sistema conceptual cerrado e inmóvil. Abrir alteridad franca en la ciencia de la historia “empírica” a través del reconocimiento historiográfico de escrituras abiertas a lo inacabado, la finitud temporal, la deriva, la arqueo-escritura trabaja por tocar la heterarquía, la observación, la paradoja, lo latente y el quizá en lo que vendrá: “¿por qué el historiador dice lo que dice del pasado o por qué el otro ve la realidad de otra manera?”.109
En suma: la arqueo-escritura ha de desarrollarse como autoexplicación historiográfica sobre la historicidad de la escritura y de los observadores de la teoría de la historia (historia social), condicionada por la metafísica de la presencia para trocar la clausura espacial del observador de observaciones del giro historiográfico, e incorporar en un acontecer los “esfuerzos interpretativos persistentes” de los observadores simultáneos y desiguales. Se puede decir que el mañana está hecho de arqueo-escritura.110