La gente no está acostumbrada a ver a una mujer hacer lo que yo hago. Si un hombre pinta una figura femenina, es arte, pero si lo hace una mujer, se considera malo.
María Izquierdo
En el contexto de una sociedad particularmente cerrada y excluyente, en la que las mujeres prácticamente no se desarrollaban fuera de los roles tradicionales asignados por la sociedad mexicana de principios del siglo XX, ella fue la primera mujer en exponer sus trabajos en el extranjero. Su obra fue presentada en una muestra internacional en el Arts Center de Nueva York, donde fue reconocida internacionalmente. A partir de ese momento, su obra adquirió una dimensión de género y marcó el inicio de su lucha por la reivindicación de la mujer en el arte1.
Además, presentó otra cara y enriqueció el arte del muralismo, una expresión artística que estaba dominada por unos pocos hombres.
María Cenobia Izquierdo Gutiérrez nació en San Juan de los Lagos, Jalisco, el 30 de octubre de 1902. Vivió con sus tíos, quienes le proporcionaron educación, y con ellos se mudaba frecuentemente de un pueblo a otro. Desde temprana edad, mostró una inclinación por las artes. Siguiendo la costumbre de la época, fue casada a los 14 años en un matrimonio arreglado por su familia con el coronel Cándido Posadas Izquierdo, mucho mayor que ella. Con él tuvo tres hijos, aunque algunos textos mencionan solo dos. En 1923, junto a su esposo, se trasladó a la Ciudad de México, donde decidió abandonarlo y se divorció para seguir sus aspiraciones artísticas. Con la pintura, logró abrirse camino como madre soltera para mantener a sus hijos2.
En 1928 ingresó a la Academia de San Carlos. Sus habilidades artísticas, en un campo que era de un dominio machista, no fueron bien recibidas, especialmente por sus compañeros, quienes la agredían. Esta situación se recrudeció hasta su punto máximo cuando, en una muestra en 1929, Diego Rivera, que entonces era director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, reconoció su obra como la de mayor proyección y talento.
María se acercaría a otros artistas y así asistió a los cursos que impartía Germán Gedovius, que fue uno de los pioneros de la pintura moderna en México y maestro de Saturnino Herrán y del propio Diego Rivera.
Gedovius reconoció el talento de María Izquierdo al indicarle que ya no era necesario que asistiera más a la academia, pues no necesitaba trabajar más en su técnica2.
A fines de 1930, María Izquierdo expuso 14 obras junto con Rufino Tamayo, en lo que sería su primera muestra internacional en el Art Center de Nueva York, convirtiéndose así en la primera mujer mexicana en exhibir sus obras en el extranjero.
En su obra muralista, desafió el estereotipo de la mujer al representarla no como la patria o la libertad, sino participando en actividades que en ese tiempo se consideraban exclusivas del género masculino. En 1932, se dedicó a pintar personajes circenses, especialmente mujeres. Posteriormente, centró su estudio en la figura femenina, particularmente en el desnudo, que llegó a ser una parte central de su obra2.
En 1945 la habían contratado para que realizara un mural en el Palacio Nacional, en uno de los muros del Palacio del Ayuntamiento, ya con bocetos realizados, ayudantes contratados y andamios armados, le avisan que han cancelado esa comisión, pero le ofrecen otros espacios de menor presencia y jerarquía. Al parecer, Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros convencieron a Javier Rojo Gómez, jefe del Departamento del Distrito Federal, de revocar la comisión, argumentando que Izquierdo no tenía la experiencia necesaria para una obra como esa y era preferible que su obra estuviera en una escuela o un mercado, lugares donde debían pintar las mujeres3-5.
La pintora denunció ante la prensa esta situación y acusó que existía un monopolio en la pintura mexicana dominado por los “tres grandes” muralistas de la época. Aunque el mural planeado no llegó a realizarse, los bocetos destacaban la relevancia de las mujeres profesionistas en el desarrollo de México como tema central. Se menciona que, como consecuencia de esta situación, la artista presentó una hemiplejia y, después de varios episodios cerebrovasculares, falleció el 2 de diciembre de 1955 debido a una embolia, en una situación de pobreza3,6.
La obra Sueño y presentimiento Dream and Premonition, de 1947, es comúnmente conocida como la última de sus grandes obras. En esta pieza, la artista representa una visión de pesadilla donde se observa a sí misma mirando desde una ventana, sosteniendo en su mano una cabeza cortada con un rostro similar al suyo. El largo cabello de la cabeza decapitada se enreda entre raíces y ramas de árboles secos que se encuentran al lado de la ventana, mientras más cabezas cuelgan de ellos. Cuerpos decapitados corren hacia un paisaje árido, y las lágrimas de la cabeza decapitada gotean como hojas sobre un barco que sostiene una cruz. La escena está ambientada en colinas áridas y árboles muertos, creando un paisaje donde la artista contrasta los tonos ocres terrosos con un cielo azul oscuro sombrío y opresivo, muy diferente al uso característico de colores brillantes en sus otras pinturas.
Esta escena de pesadilla resultó profética, ya que unos meses después de pintarla, sufrió una hemiplejía que la dejó con el lado derecho de su cuerpo paralizado y sin habla. A partir de entonces, tuvo que hacer un gran esfuerzo para reaprender a pintar y hablar. Inició así la más fuerte y profunda etapa final de su vida, en la que los problemas físicos y emocionales influyeron notablemente en su obra7.
Alejada de los estereotipos de la mujer abnegada y pudorosa, incuestionablemente, esta mujer, divorciada, artista y con hemiplejia salió adelante en una época en la que ser mujer independiente y sin el respaldo de un hombre hacía que esto fuera casi imposible. Además, el hecho de que su obra haya sido reconocida internacionalmente no era común. Como expresó en sus últimos años de vida: “Es un delito ser mujer y tener talento”8.
Sus restos se encuentran en la Rotonda de las Personas Ilustres, en la Ciudad de México, desde el 22 de noviembre de 20129.