La Sociedad Mexicana de Salud Pública y la Fundación Carlos Slim tuvieron a bien regalarnos un texto que hace la semblanza -honorable y justa- de un mexicano excepcional. El texto ofrece la biografía del Dr. Miguel Enrique Bustamante Vasconcelos, oaxaqueño de origen pero mexicano universal por destino. Sin responder a un homenaje por su natalicio (2 de mayo de 1898) o por el aniversario de su muerte (4 de enero de 1986) -acaso 30 años más tarde- aparece este libro, elegante en su edición gracias al cuidado y la minuciosa investigación histórica, documental e iconográfica de Ediciones Clío.
Más allá de las atinadas motivaciones que tuvieron los coordinadores de esta obra -los doctores Rafael Lozano y Roberto Tapia Conyer- para embarcarse en su elaboración, es preciso darles un aplauso pues nunca es tarde para apreciar la labor de otros; dar una verdadera dimensión a su legado; recuperar su dignidad; identificar sus enseñanzas y mantener viva su memoria.
No hay muchos hombres que dediquen su vida entera a trabajar con el único objetivo de mejorar la vida de los demás, y Miguel E. Bustamante resulta ser uno de ellos. Este texto recorre los diferentes escenarios donde destacó como médico, epidemiólogo y sanitarista convencido; organizador eficiente de sistemas de salud; funcionario innovador; fundador de instituciones, escuelas y programas académicos, historiador y, además, hombre modesto pero apasionado por el pasado, presente y futuro de su país. Quizás la ocupación que mejor lo defina y resuma su amplio perfil de experiencias, habilidades y conocimientos sea la de maestro y, en este sentido, sus alumnos se cuentan por miles.
Resulta imposible aquí profundizar en cada una de las áreas por las que transitó nuestro personaje, dados los numerosos campos que abarcó y lo prolífero de sus actividades en cada uno de ellos; prácticamente habría que hacer un recorrido por la salud pública del siglo XX, ya que no hubo evento sanitario, epidemia, campaña de control, aplicación de vacuna, innovación en tratamiento, implementación de programa educativo, diseño de servicio de salud, programa, política e institución de salud en el que no estuviera involucrado o se mostrara el sello y la influencia del Dr. Bustamante.
Su presencia no obedeció a la coincidencia de vivir durante 86 años en un siglo caracterizado por eventos muy significativos en la historia de México y el mundo. Muchas personas y médicos lo hicieron y no dejaron una huella comparable a la obra del Dr. Bustamante. Es cierto que perteneció a una generación de personajes eminentes de la cultura y las ciencias en el país (generación de 1915) y que vivió en un México donde las oportunidades estaban creadas para sobresalir en cualquier campo de la actividad humana, pero él fue un protagonista insuperable en el campo de la salud pública. Algunos lo hicieron, y con mucho éxito también, pero acaso se circunscribieron a una especialidad médica.
Proveniente de una familia acomodada de Oaxaca y privilegiado por contar con los medios para una buena educación, el Dr. Bustamante encontró en su hogar, su tierra y sus orígenes los ingredientes básicos para moldear una vida cimentada en el pasado y su riqueza cultural, un presente amenazado por una revolución, y un futuro promisorio por lo nuevo que se venía gestando con la innovación científica en todos los campos de conocimiento. Tuvo pues la suerte de construir una identidad y una vocación a la par que se iban creando o inventando los instrumentos necesarios para lograr los cambios que su imaginación y aprendizajes le fueron incitando. Si la educación como médico no era de suficiente calidad en Oaxaca, no dudó en moverse a la Ciudad de México para continuar con sus estudios. Cuando la opción del conocimiento no se encontraba en su país, se aventuró a cursar un doctorado en la Escuela de Higiene y Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins en la ciudad de Baltimore, sin tener dominio del inglés pero resuelto a acumular toda la sabiduría y experiencia que ese mundo innovador le prometía.
Su vínculo con la División de Salud Internacional de la Fundación Rockefeller fue muy importante en esta etapa de su vida profesional y académica. Destaca el componente de higiene de esta escuela, pues fue un elemento fundamental para el diseño de las estrategias necesarias para contender con los principales problemas de salud de prácticamente todo el siglo XX, de las que el Dr. Bustamante fue un pilar fundamental. El control del paludismo, la eliminación de la fiebre amarilla y la lucha contra la oncocercosis dan cuenta de lo importante que fue el saneamiento básico, pero también de la necesidad de profundizar en la entomología como disciplina básica para entender estas patologías.
Después -durante el resto de su vida- se dedicó a fundar instituciones, escuelas, cursos y programas que fortalecieron todas las disciplinas y especialidades de la salud pública en México. En cada uno de ellos participó activamente como directivo o docente. El Instituto de Salubridad y Enfermedades Tropicales (ISET), del cual fue fundador (1939), directivo (1942-1943 y 1946-1947), investigador, docente y consultor (1956-1958), fue un centro seminal en la formación de investigadores, médicos y sanitaristas dedicados al estudio de los principales flagelos infecciosos que abrumaban la salud de los mexicanos. En las Escuelas de Salubridad (años veinte), de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Oficina de Especialización Sanitaria e Higiene Rural (1936-1937), el Instituto Normal del Magisterio (1939-1947), las Escuelas Nacionales de Ciencias Biológicas, de Ingenieros Constructores (1934-1935) y Superior de Medicina del IPN y en muchas otras ofreció cursos de higiene, sanidad, ética, psicología, medicina preventiva, sociología, epidemiología, estadística y antropología a lo largo de su larga carrera como maestro de más de “cuarenta generaciones de profesionistas en cátedras que muchas veces él mismo fundó”. Su profunda preocupación por garantizar el contacto de los estudiantes (parteras, enfermeras, técnicos sanitarios, médicos pasantes, etc.) con las realidades nacionales lo impulsó a institucionalizar el servicio social en áreas rurales y crear el Plan de Estudios Experimental de Medicina General (Programa A36), en contraposición al programa tradicional y academicista de la Facultad de Medicina de la UNAM. Cerca de su muerte todavía participó en la concepción de lo que hoy se conoce como el Instituto Nacional de Salud Pública.
Su rol como funcionario en los servicios de salud le permitió trabajar desde muy joven en la organización -incipiente en ese entonces- y dirección de las unidades sanitarias cooperativas en Veracruz, los servicios sanitarios coordinados y participar en la fusión del Departamento de Salubridad para darle forma a la Secretaría de Salubridad y Asistencia. De esta última fue nombrado subsecretario, con lo que “dio inicio una de las etapas más fructíferas de su vida enfocada en la atención de la salud de los mexicanos”. Llegar a esa posición no habría sido posible sin su extensa experiencia y conocimiento de las condiciones de salud del país -de lo que dan cuenta sus múltiples publicaciones-; su dedicación para atender y resolver los principales flagelos infecciosos; su motivación para superar las barreras técnicas y organizacionales de los programas operativos, y su amplia experiencia internacional en la Oficina Sanitaria Panamericana (OSP); la creación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de su oficina regional, la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Su extensa obra -más de 250 publicaciones científicas y textos históricos- está dispersa en diversas revistas nacionales e internacionales, muchas de las cuales también lo tuvieron como fundador o impulsor, como la revista del ISET o Salud Pública de México. Estos trabajos le merecieron varias distinciones, como haber ingresado de forma temprana a la Academia Nacional de Medicina (1934), en la que fungió como secretario y presidente, así como reconocimientos de múltiples asociaciones y sociedades médicas, entre ellas, la que ahora le rinde un homenaje con esta obra: la Sociedad Mexicana de Salud Pública.
La memoria de este mexicano ilustre se encuentra escondida en la designación de un par de conferencias magistrales en las reuniones anuales de la Sociedad Mexicana de Salud Pública y en el Congreso de Investigación en el INSP, así como en el auditorio de la Secretaría de Salud, que llevan su nombre. Hay un busto suyo -en el magnífico patio de la Secretaría de Salud- que se roza con las eminencias médicas de nuestro país. También se otorgan medallas honrando su nombre a los trabajadores con cincuenta años de labor dentro de la Secretaría de Salud. Con este libro se hace un homenaje muy valioso -quizás tardío, pero acertado- a un mexicano excepcional. Hay que felicitar a los coordinadores y a las instituciones que lo hicieron posible por recuperar la historia de la salud pública en esta magnífica obra. Si -como dice el Dr. Julio Frenk-, al INSP se le encomendó la tutela protectora del santo patrón de la salud pública, quizás honrar al instituto con el nombre de Miguel E. Bustamante velaría por el respeto y la preservación de su legado.