Los desastres sucedidos recientemente en el mundo y en nuestro país nos obligan a recuperar temas dejados en el desván. El terremoto del no tan lejano 1985 dejó huella, lecciones y aprendizajes que nos llevaron a organizarnos y a configurar una sociedad dirigida a la prevención y a la acción. Lo menciono en estos términos porque el temblor del 19 de septiembre de 2017 nos hizo un marcado recordatorio. Si bien como sociedad hemos implementado acciones de prevención -como los simulacros- e incorporado nuevas técnicas de construcción -como el uso de losas nervadas en las casas habitación o el diseño de estructuras dinámicas como la Torre Mayor-, aún somos susceptibles de sufrir daños considerables en caso de sismos.
Durante el terremoto de 1985, los sistemas entraron en crisis: una proporción considerable de las muertes registradas pertenecían a trabajadores del área de la salud y se perdió parte de la capacidad de los hospitales de la Ciudad de México, lo que afectó la respuesta que podían ofrecer en ese momento. Por ello, a los profesionales de la salud nos corresponde preparar nuestros centros de trabajo y capacitar al personal; es necesario crear planes de emergencia y construir redes; certificarnos como unidades especializadas capaces de atender urgencias; contar con protocolos que faciliten el seguimiento de pacientes, entre otras acciones que nos permitan responder al llamado de la sociedad cuando nos veamos inmersos en una situación de desastre sin importar su causa. En este escenario, nos damos a la tarea de analizar aquellos factores que condicionan la respuesta médica antes, durante y después del desastre. También reflexionamos sobre sus niveles, desde la atención de las urgencias en campo hasta el sistema de salud en su conjunto.
En este número especial se reúnen los aportes de distintos especialistas organizados en torno a los ejes de salud mental, salud pública, modelos de atención, infraestructura, políticas y respuesta gubernamental. Nuestra intención es dar un paso más hacia la organización: la experiencia de los terremotos de 1985 y 2017 nos ha enseñado que, aunque es meritorio, no basta con volcarnos a las calles a ayudar. Una ciudadanía y sistemas de salud preparados, conscientes y organizados representan un apoyo real porque actúan con conocimiento en lugar de mera intuición.
Ponemos este trabajo a su disposición deseando que las acciones de solidaridad de los mexicanos trasciendan la ayuda inmediata en masa y se vuelquen hacia procedimientos y protocolos ágiles y efectivos que canalicen esta solidaridad en beneficio de la salud de nuestra sociedad.